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El líder es un intelectual que posee una visión crítica y la habilidad y conocimientos necesarios para crear y facilitar espacios para la participación y el cambio. Desde la Universidad, por ejemplo, preparar y desarrollar líderes educativos incluye la organización de programas que no sólo provean conocimientos y habilidades necesarios para funcionar efectivamente y eficientemente, pero que sobretodo tenga una visión, una serie de actitudes, una variedad de perspectivas que provean una sólida base para cambiar y transformar las formas en las cuales la escolarización, las políticas educativas, los currículos, la enseñanza y el aprendizaje han constituido la práctica cotidiana. Me refiero a pensar fundamentalmente en el aula y en cómo un docente líder tiene poder en el aula para llevar adelante esa transformación. En particular esto es importante para aquellas comunidades e individuos que no han tenido y no tienen oportunidades de insertarse, escuelas que no tienen enciclopedias o libros, aulas seguras o saludables, donde hay pobreza, marginación y alienación, que son constantes dentro y fuera del aula y de la escuela, donde no hay acceso a tecnología. En muchos casos, ni siquiera hay electricidad y por lo tanto no hay posibilidades, por ejemplo, de conectarse a la Web, quedando afuera de una cantidad de posibilidades, de excursiones, y de descubrimientos que pueden ser utilizados también como nuevas formas para la enseñanza. Estas personas tienden a perpetuar su propia miseria en la cual siempre ocuparán los estratos más bajos en el sistema productivo. Sin acceso a una educación decente, no sólo no tienen la posibilidad de obtener una educación que les sirva como valor de uso y de cambio, sino que difícilmente han podido evidenciar cómo vivir en democracia y los frutos que una vida democrática puede proveer. Por lo tanto es imprescindible que el líder educativo posea el entendimiento, el conocimiento, la visión, los hábitos de pensamiento y acción, la disposición de indagar, cuestionar y problematizar, la inclinación a tomar riesgos y a experimentar y evaluar consecuencias, las habilidades para crear espacios y prácticas que sean cuidadosas, dedicadas, respetables y respetuosas, confiables, estimulantes, preocupadas, y que contribuyan a desarrollar comunidades de aprendizaje donde se avancen la democracia, la equidad, la diversidad y la justicia social. Como he sostenido anteriormente, el liderazgo educativo es la capacidad de articular, conceptualizar, crear y promover espacios y posibilidades para un cambio crítico y efectivo de las condiciones que inhiben el mejoramiento de todos y para todos. El líder es aquél o aquella que tiene la habilidad, en un sentido foucaultniano de problematizar prácticas y propuestas de reformas que son dadas por sentadas, que no son cuestionadas, y que presentan muchas veces lógicas internas basadas en principios que si bien mantienen una ilusión científica, tienden a generalizar supuestas soluciones, ignorando la complejidad de las condiciones locales, contextuales y contingentes. Muchas propuestas simplemente mueven sillas alrededor del barco Titanic, con el propósito de ser más eficientes haciendo más de lo mismo. Un líder tiene que cuestionar, analizar e interrumpir estas propuestas si las consecuencias estimadas son la perpetuación de los rituales de la escolarización. La responsabilidad del líder, como Maxine Greene exhorta, es la de imaginar y construir nuevas posibilidades dentro y fuera de las instituciones existentes, y en organizaciones formales e informales. Esto significa entre otras cosas la necesidad de colaborar, trabajar en equipo, esforzarse en producir nuevos discursos-prácticas y en llevarlos a cabo, indagarlos, problematizarlos de nuevo, evaluarlos y no quedarse nunca totalmente conforme sino recomenzar nuevos ciclos. Es también la responsabilidad del líder apoyar, facilitar y colectivamente examinar esfuerzos iniciados por otros, dentro y fuera de la misma organización, lo cual demanda dejar el ego de lado para esforzarse en el bien común por encima del beneficio personal. El líder educativo es también un visionario que sueña solo y con otros, un pragmatista que evalúa con cuidado las consecuencias de sus acciones. Debe tener un hábito indagador, investigador, debe ser un constante estudioso de la escolarización, de la enseñanza y del aprendizaje, con un espíritu aventurero y una actitud humilde. Un líder educativo en el nuevo milenio es, en esencia, un practicante sofisticado. Un docente preocupado que se pregunta, como Freyre sugería, a favor de quién o de qué estamos educando. Un buen liderazgo demanda la creación de condiciones que aseguren una participación amplia, constante y prolongada. Las condiciones y decisiones cotidianas sobre qué enseñar, cómo enseñar y a quién enseñar qué, son inherentemente éticas, morales y políticas porque estas decisiones abren o cierran oportunidades para crecer y para aprender. Las condiciones tienen que incorporar un alto nivel de seguridad para que los participantes sientan comodidad. Esto incluye respeto, escuchar, intercambio, posibilidad de que todos enuncien sus perspectivas eliminando lo más posible las diferencias que surgen por razones de edad, de género, de nivel educativo, de cultura, de etnia, de habilidad, etc. Mientras se aprende a vivir con conflicto, se aprende la importancia del compromiso y de otros aspectos de la vivencia del proceso democrático. Esto encierra un aspecto político porque son temas son de interés público, y porque uno de los principales objetivos olvidados de la escolaridad es el de aprender a vivir en democracia. Jóvenes y adultos, estudiantes y maestros en las aulas, viven en comunidades, pero no siempre en comunidades de aprendizaje. Aquellos que abogamos por la transformación de escuelas y de clases, entre otras cosas a través de la adopción de comunidades de aprendizaje, lo hacemos en tres sentidos. Primero asumimos que el aprendizaje ocurre en comunidad donde las ideas son exploradas, debatidas, construidas desde múltiples perspectivas. Por ejemplo, nos referimos a comunidades de poetas y escritores, a comunidades de matemáticos, a comunidades de geógrafos y otros, las cuales pueden ser en una escala mucho menor adoptadas como comunidades de aprendizaje en el aula comprendiendo la dimensión discursiva y conflictiva de la constitución del conocimiento en diferentes disciplinas de estudio. En segundo lugar, argumentamos que las comunidades locales y globales tienen que ser utilizadas como fuentes de aprendizaje. Aquí me refiero al aprendizaje de los lugares donde vivimos, sus recursos, sus organizaciones, el medio ambiente, la historia, las culturas, las lenguas, las tradiciones, las rutinas cotidianas. Ciertamente tendemos a aprender primero los lugares inmediatos y las diversas comunidades a las que nuestros estudiantes pertenecen – comunidades no sólo geográficas, pero también de tono étnico, religioso, cultural, deportivo, recreativo, profesional, físicas o "virtuales" hoy en día – y luego nos volvemos a dimensiones más complejas, a nivel nacional, global, universal. La escuela es uno de los mejores espacios para viajar a lugares a dónde nunca pudimos ir o viajar con anterioridad, imaginarios o reales, desde la lectura de una novela, hasta el intercambio con otros por Internet, simulaciones, etc. Para esa gran mayoría de estudiantes en lugares marginales, la escuela presenta esa posibilidad que ninguna otra institución social, pública o privada, generalmente ofrece. El aprender las comunidades puede significar no solamente un curriculum de estudios sociales, sino una oportunidad para avanzar en una integración regional igualitaria y justa. En tercer lugar, yo sostengo que una comunidad de aprendizaje es también una oportunidad para aprender a vivir en comunidad. Por ejemplo, se puede aprender sobre derechos y deberes, sobre procesos de toma de decisión, sobre ciudadanía, sobre posibilidades de crecimiento y oportunidades individuales, sobre tolerancia y entendimiento, sobre antidiscriminación y solidaridad, sobre carácter e integridad, decencia y honestidad, sobre democracia no sólo como forma abstracta, pero a partir de la experiencia, de la vivencia, ya que como John Dewey argumentó, democracia participativa es una forma de vida. Por lo tanto adoptar comunidades de aprendizaje envuelve una situación crítica dentro y con las comunidades a las que pertenecemos, desde el aula hacia la escuela, desde el barrio hacia la Nación, hacia la región, hacia el medio ambiente, hacia el globo. En síntesis, un o una líder educativa no tiene el lujo de permanecer neutral – como Dante sugirió, hay un lugar reservado en el infierno para aquellos que desean permanecer neutrales en tiempos de crisis. Desde mi perspectiva, permanecer neutral sirve al status quo, porque no se hace nada, porque se deja que la opresión siga existiendo sin denunciarla, porque se deja al racismo existir siendo silencioso, a favor de currículos obsoletos porque no se tiene ganas de cambiar, y a favor de una decadencia porque se deja que otros tomen decisiones por uno mismo. En tiempos de esfuerzos masivos de reforma educativa, a niveles locales, nacionales y globales, desde propuestas tecnológicas o tecnocráticas a propuestas basadas en influencias de mercados, es imperativo entender cómo es que organizaciones, sistemas y juegos de poder, operan para reproducir o resistir, para negociar o adaptar cambios significativos en el aula. Un o una líder no puede ser una espectadora, dejar que las cosas le pasen a uno. En solidaridad, en comunidad con participación colectiva, y con valores críticos y pragmáticos, al evaluar las consecuencias, al preguntarse a favor de quién y de qué estamos educando, con imaginación y responsabilidad, un líder tiene que hacer que las cosas pasen. * Adaptación para Eduforum de la participación de Jaime Grinberg en el Primer Coloquio Universidad Torcuato Di Tella - The University of New Mexico: "El rol del docente en la escuela del nuevo milenio", realizado en la UTDT en Octubre de 1999.
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