Censura y libertad

Sobre el cierre de Egunkaria

Textos de Bernardo Atxaga, Carlo Fabretti y Fernando Savater

El fin de una era
Bernardo Atxaga

Plumas y pistolas
Carlo Fabretti

La poción mágica
Fernando Savater

El fin de una era
Bernardo Atxaga

Como en aquel cuento que nos narró Arratibel, las mejores hierbas del euskara nunca están en el sitio en el que estamos, sino más adelante. "Más adelante y mejores", oímos una y otra vez; y no faltan entre nosotros quienes cogen la regla y el cartabón para dibujarnos mapas. "¡Alfa!" gritan mientras señalan nuestro tiempo con un punto pequeño. "¡Omega!", dicen después, y llevan dos largas rayas hacia un ángulo del mapa. ¿Se unirán? ¿No se unirán? No lo sabemos. Todavía nadie ha llegado del futuro.

Pero esta espera, permítaseme la expresión, no es moco de pavo. El futuro cansa. No podemos estar siempre de puntillas en la ventana, esperando que llegue el amanecer. Es decir, esta actitud cansa. Y, además, aunque parezca magia negra, ese futuro feliz no llega nunca. O, de otro modo, se convierte en presente en cuanto llega. "Más adelante y mejores", oímos también entonces, por enésima vez, y quizás seamos nosotros los que las pronunciemos. Porque, muchos años después, ya desde los tiempos de Axular, nos hemos acostumbrado a pensar y sentir de esta manera; y tenemos dos voces, como los ventrílocuos: una, nos hace hablar esperanzados, siguiendo el rastro de los hacedores de mapas; la otra, sin embargo, plasma la rabia que nos da esa esperanza. Y la rabia es cada vez más grande. Porque no encontramos las dulces hierbas del futuro. Sí, en cambio, la amargura del presente. Más amargo que nunca, seguramente.

El pasado 20 de febrero de 2003, cuando vi a Joan Mari Torrealdai en la pantalla, inclinado, obligado por un torpe brazo y con la cabeza tapada, me entraron ganas de rezar, a pesar de no saber cómo se reza; pensé, y sentí, que esa imagen estaba fuera del ámbito cotidiano y que no se podía responder sólo con un grito de enfado o con un comentario político. Ecce homo: un hombre que ha trabajado toda la vida a favor de la cultura vasca, la mayoría de las veces alegre, sonriente ("¿Cómo puede ser fraile un hombre como tú?" le gritó Oteiza una vez, cuando Oteiza, en Arantzazu, estaba también loco de contento), ese hombre era conducido como un criminal. Malcom Lowry mete una frase, no aquí ni allí, sin venir a cuento, en su libro más famoso: «Y ahora me viene a la cabeza una cosa triste: Oscar Wilde esposado en la estación Victoria, esperando al tren que le condujera a la prisión de Reading, mientras la gente pasa y dice: `Mira, ese que está ahí es Oscar Wilde'».

Ha llegado el momento: nosotros ya tenemos algo parecido en la memoria.

Pero no sólo me entristecí por Joan Mari Torrealdai. Ni tampoco sólo por los compañeros que ese día también estaban en una situación igual. Sentí pena también por todos aquellos que vivimos atados a una lengua y a una tierra, porque el presente es siempre amargo. Porque cada vez estamos más cansados. Además, ¿cuántos somos? ¿Cinco, seis, siete? Fuera de este pequeño prado, ya no nos quiere casi nadie.

También vi, he visto, otras imágenes en la televisión. Lo que ha aparecido en la mayoría de los periódicos: la policía precintando las puertas; gente que protestaba y silbaba; personas que hicieron las primeras declaraciones. Y los políticos: Don Quijote, Don Volpone, Pepito Grillo. También aparecieron los hacedores de mapas, cómo no. El más torpe mezcló churras con merinas, imprudentemente, sin ningún sentido, y metió las detenciones del Egunkaria en la misma olla que las últimas detenciones que se han producido en Euskal Herria. Siento decirlo: nada nuevo. No apareció nadie diciendo: "Para quienes en el reino de España tenemos sensibilidad democrática, lo sucedido nos da que pensar. Tenemos dudas sobre si no estaremos atacando de forma totalitaria a la minoría vascohablante".

A este lado del río, tampoco ha habido cambios, porque nadie ha dicho: "De repente, nos hemos acordado de lo que le respondió Tiresias a Edipo (en la versión de Pasolini): `El precipicio que buscas está en ti'. Deberemos pensar, todos los que estamos en la cultura vasca, qué culpa tenemos en este desastre. Y la mayor reflexión deberemos hacerla en el mismo Egunkaria, y analizar si nuestra actuación política ha sido o no la correcta y qué consecuencias ha tenido. En el presente, no en el futuro". En la televisión y fuera de ella, las declaraciones sobre lo acontecido se suceden. Unos dicen, con reflejos heroicos: "No pasarán". Y otros: "Hemos perdido muchas batallas, pero todavía estamos aquí". Miren Azkarate, firme, pidió que no se mezclara la lengua vasca y el extremismo político y hay que felicitarla por sacar a la luz la situación de Pello Zubiria. También oí las palabras de Mariano Ferrer: es verdad, tal y como dijo él, que Txema Auzmendi es una persona ejemplar y que su detención resulta muy dolorosa para todos los que lo conocemos.

Pero, en ese barullo, la imagen de Joan Mari Torrealdai supera a todas. Por lo menos en mi memoria. Ese hombre con la cabeza tapada, inclinado, entre policías. Creo que tiene un significado especial. Puede que signifique el fin de un tiempo, de una época, de una era. (Traducción de M. Iturria)

Plumas y pistolas
Carlo Fabretti

El cierre de “Egunkaria” me ha traído a la memoria de forma violenta, como una bofetada (nunca mejor dicho, como se verá a continuación), una breve historieta (apenas una página) de los años setenta, con guión de mi amigo Felipe Hernández Cava (no recuerdo quién era el autor, o la autora, de los expresivos dibujos):

Un campesino vasco va por un camino con su hijo --un niño de siete u ocho años-- de la mano. Con infantil inocencia, el niño le dice algo a su padre, en euskera, justo en el momento en que se cruzan con una pareja de la Guardia Civil. Los tricorniados los paran y le dicen al padre que le dé una bofetada a su hijo. “Es sólo un niño”, implora el hombre, pero los verdes le dan a elegir entre la bofetada o llevárselos detenidos. El padre le da un tembloroso cachete al hijo. “Más fuerte”, exigen los picoletos. Por fin una sonora bofetada (cuán expresivas pueden ser las onomatopeyas gráficas del cómic) satisface a la Guardia Civil caminera, que se aleja mientras el niño, con los ojos llorosos y la cara encendida, le dice a su padre: “No me has hecho daño, aita”.

Trescientos guardias civiles, en la madrugada del 21 de febrero, echando puertas abajo y a punta de metralleta, detuvieron a diez personas relacionadas con el diario “Egunkaria” (la proporción es significativa: treinta pistolas beneméritas por cada pluma). “Egunkaria” era --es: no podrán con ellos-- el único diario en euskera, y su cierre es una nueva y brutal bofetada a la lengua, a la soberanía y a la libertad del pueblo vasco. Una bofetada que duele (claro que duele, y mucho), pero que no puede hacer daño. Tiene razón el niño de la historieta: los agresores no pueden dañar su dignidad ni su entereza: no pueden debilitar sus vínculos afectivos y culturales; por el contrario, los fortalecen. Como fortalece este nuevo golpe la cohesión y la solidaridad entre los vascos. Y no sólo entre ellos, sino entre todos los que, desde la cultura, luchamos contra la barbarie.

La indignación no es sólo vasca, y la respuesta no será sólo vasca. Ha sido una bofetada a la libertad de expresión, a la libertad a secas, y eso nos afecta a todos. Cada vez más gente se da cuenta de que la guerra, la globalización capitalista, la represión, la tortura, las mareas negras, la manipulación mediática, la prepotencia parlamentaria y la criminalización de la disidencia son ramas de un mismo tronco. Y cada vez hay más gente decidida a abatir ese árbol maldito que se riega con sangre.


Artículos extraídos de: "La Web de Javier Ortíz"

La poción mágica (*)
Fernando Savater

El País. España, febrero del 2003.

A lo largo de la historia ha habido diversos brebajes maravillosos, capaces de tonificantes milagros en quienes los consumen pero cuya composición permanece misteriosa. Robert Graves fantaseó sobre el kykeon que tomaban los iniciados en Eleusis, aunque no parece demasiado de fiar; en cuanto a la poción mágica que da vigor a Asterix y compañía, sólo el druida Panoramix sabe sus ingredientes exactos y se los calla, con buen criterio; también permanece secreta la fórmula magistral de la coca-cola y los grandes barmen suelen negarse a divulgar las recetas exactas de sus mejores cócteles. De modo que nada tiene de raro que hasta hace poco el mundo mundial haya desconocido de qué se compone el arrollador bebedizo gracias al cual los nacionalistas logran siempre ganar las elecciones en el País Vasco. Sólo últimamente se ha ido desvelando este misterio, hasta el punto de que ya podemos ofrecer al público curioso algo más que conjeturas al respecto.

Aún no podemos establecer la dosificación exacta, pero sí nombrar los dos ingredientes fundamentales de esta poción mágica: uno de ellos es la democracia y otro el terrorismo. Por separado, ninguno de ellos basta para garantizar la hegemonía permanente de los nacionalistas ni mucho menos que puedan sacar adelante en un corto plazo sus proyectos soberanistas. La sola democracia ofrece indudables posibilidades, pero también serias cortapisas constitucionales; además, pese a exilios y desestimientos, la mayoría nacionalista -cuando la hay- es precaria y siempre bajo la amenaza de que, si desaparece el miedo, cambien de voto muchos de los hoy afectos por oportunismo o resignación. El terrorismo tiene su punto y logra éxitos parciales, pero es inimaginable que consiga algún día derrotar en toda regla a las fuerzas armadas del Estado: más bien parece evidente que ya ha entrado en una irreversible cuesta abajo y que, si bien tiene aún peligro, carece de futuro. Sin embargo estos dos elementos separados e insuficientes, cuando se combinan, producen un cóctel formidable. Desde luego el terrorismo no "ayuda" a la democracia en el País Vasco, pero colabora a que los nacionalistas que se acogen a ella la consideren insuficiente y propongan como remedio a la violencia ir más allá de sus normas actuales, lo que coincide casualmente con su propio proyecto. También sirve para que puedan dar lecciones de democracia, denunciando las medidas antiterroristas como cortapisas a las libertades generales. Como ETA no coarta su libertad política, sino la de la oposición, se quejan de que se empleen medidas políticas y legales extraordinarias para acabar con un mal que a ellos no se lo parece tanto como cuentan los afectados. Por lo visto, el único modo "liberal" de combatir al terrorismo es ir haciéndoles graduales concesiones institucionales, hasta que ya no tengan que molestarse en seguir matando para conseguir el resto.

Aún mejor complicidad representa la violencia cuando se aproximan elecciones, como las municipales que tenemos en puertas. PNV, EA y IU (no olvidemos a IU) ejercitan su perfecto derecho democrático a presentar sus listas, hacer campaña electoral y recorrer el país en busca de votos. ¿Qué culpa tienen ellos de que quienes se les oponen no puedan hacer lo mismo? Si los demás no pueden completar sus listas, por que no todo el mundo está dispuesto a jugarse la vida por ser concejal, que las rellenen con gente de fuera. Ellos se limitarán simplemente a hacer constar que esos candidatos no son vascos ni han pisado nunca esta tierra: ¡que les vote quien quiera! Y si los mítines electorales de PP y PSOE resultan casi inviables, porque ETA los ha declarado explícitamente objetivos militares, a ellos que no les pidan cuentas, que bastante tienen con preparar los suyos. Y si los votantes no nacionalistas se marchan del país, hartos de un clima de coacciones y vejaciones, pues qué le vamos a hacer. Quienes les votan a ellos están en cambio muy contentos. Cuando al día siguiente de los comicios se vea que han vuelto a ganar, eso lo único que demostrará es lo acertado de su estrategia y el gran apoyo con que cuenta el plan Ibarretxe. En cambio, a los que tensionan y crispan, las urnas les habrán vuelto a pasar factura... Y la poción mágica que proporciona poder surtirá de nuevo efecto. Puestas así las cosas, resulta natural que cuando el Comité de las Regiones de la Unión Europea ha decidido convocar una audiencia extraordinaria en su pleno de abril para apoyar a los concejales vascos amenazados, los intentos de entorpecer la medida o de retrasarla por lo menos hasta junio -después de las elecciones- hayan venido de Jose María Muñoa, comisionado del lehendakari en ese organismo. No conviene que en Bruselas se enteren de que quienes más dan la lata con la Europa de las regiones rigen precisamente la región europea con menos normalidad democrática.

La reacción nacionalista ante las detenciones de los directivos de Egunkaria y el cierre cautelar del periódico son también muy significativas. Puede discreparse de la medida y deplorarla, pero resulta por lo menos sospechoso convertirla en un ataque a la cultura vasca, al euskera y a la libertad de expresión. En primer lugar, porque el juez no ha cerrado el diario por el contenido de sus artículos (al día siguiente salió otro a la calle con el mismo tipo de colaboraciones) sino por sus presuntas vinculaciones empresariales con la banda terrorista. En segundo lugar, porque -si las acusaciones resultasen probadas- los que están haciendo un flaco servicio al euskera son quienes lo ponen al servicio de ETA. La verdadera amenaza hoy para esa lengua no es que en nombre del antiterrorismo se ataque al euskera, sino que en nombre del euskera se ampare al terrorismo. Por ello sería muy oportuno que los escritores que se han movilizado en apoyo de Egunkaria mostrasen el mismo celo para denunciar que en la tradicional korrika anual a favor del vascuence sólo se vean pancartas y camisetas a favor de los presos y nunca ninguna contra ETA, pese a que varias de las víctimas -la última, sin ir más lejos- fuesen euskaldunes. ¿O acaso se respeta a una lengua matando a quienes la hablan? Tampoco falta la misma manipulación en otros actos culturales. En el último encuentro de bertsolaris, que tuvo lugar hace pocas semanas y fue televisado, pudo escucharse a Xabier Amuriza -uno de los participantes más destacados- versificar así sobre el tema de las personas que llevan escolta: "Yo te preguntaría una cosa a ti, escolta que estás ahí / ¿Ya sabeis qué somos nosotros?/ ¿Y sabrás tú también cuánto te pagan por proteger a unos criminales?". No conozco ningún comentario de los defensores de la cultura vasca sobre esta descarada apología de la barbarie.

Como ¡Basta Ya! lleva tiempo denunciando esa pócima formada por democracia y terrorismo, se ha convertido en el enemigo público número uno para los nacionalistas. Arzalluz asegura que nuestras críticas equivalen a tomar las armas y nos acusa de crear un clima propicio a la guerra sucia. De este modo, queda convalidado que la próxima vez que maten a alguno de nosotros será un ajuste de cuentas entre bandas rivales. Y el mismo dirigente peneuvista declara indignado que nuestro propósito es desplazar de las instituciones al nacionalismo. ¡Naturalmente que sí! Sería muy sana una alternancia semejante para probar que en el País Vasco también pueden gobernar quienes están amenazados directamente por el terrorismo y a pesar de ello. A lo mejor no lo hacían peor que los que ahora mandan. En la manifestación contra el cierre de Egunkaria participaron tres consejeros del Gobierno vasco, los de Educación, Cultura y Justicia. ¿Será casualidad que sean las tres cosas de las que andamos menos sobrados?

(*) Artículo aparecido el 27 de febrero en el periódico El País, de España. La redacción de esta Página recuerda a sus lectores que la publicación de los diferentes textos se hace en virtud del carácter no lucrativo de La Página Transversal, ante situaciones de evidente interés informativo o social y a condición de no provocar perjuicio alguno a la fuente de origen.


Extraído de: "La Insignia". Diario iberoamericano de información alternativa.

Página principal /  Inicio de página