La
Serenísima
...es imposible no sentir cierta fascinación cuando contemplamos aquellos
edificios blancos y el hormigueo de gente que los pueblan, ver sus estructuras
a la distancia refuerza esa fascinación; pero aún más fascinante es
observarla exactamente desde la esquina de Hipólito Yrigoyen y San Martín.
Para
los ojos que no vieron aquel General Rodríguez de entonces que resurje
fantasmal en aquellos que recorrieron sus calles años atrás, no resultaría
difícil imaginar una casa antigua como tantas otras si nos ubicásemos
en esa esquina, donde hoy existe el corralón de materiales de Ubellart,
la casa ha desaparecido; pero la imaginación nos ayuda a reconstruir
los momentos en que los pequeños hijos de la familia cruzaban el lote
de la casa vecina para ir a la vieja "fábrica", la modesta vivienda
de la calle Yrigoyen a apenas unos metros de su hogar.
Fue
en esa esquina donde nació "Chocho" o Pascual y donde esperaba
a su padre, Antonino, que ya de tarde y de a pie, volvía con su enorme
canasta. Y es esta la fascinación que más nos deja absortos, contemplar
ese enorme monstruo desde sus humildes, domésticos comienzos, asomarse
arrogante por sobre los techos de la calle Yrigoyen. Pocas, muy pocas
empresas argentinas de la magnitud de La Serenísima han crecido
por méritos propios, las más, han aprovechado en mayor o menor medida
la frecuentemente descarada complicidad de un Estado en detrimento de
la sociedad.
La
historia abunda en licitaciones, contrataciones o concesiones en mayor
o menor medida "irregulares". Y es fascinante, insistimos, rememorar
los comienzos de esta empresa: el trabajo desde la nada, la visión de
su fundador, su fe en su producto y hasta la "suerte" tan estimada
por su actual presidente si recordamos que ellos coincidieron en el
mercado en el momento justo.
Todo
ello de a poco, con infinita paciencia y sacrificio, y cuando hablamos
de "sacrificio" no nos referimos simplemente a una palabra, sólo
basta ubicarse en tiempo y lugar: un tiempo muy difícil, de privaciones
constantes, donde todo requería el doble, triple de tiempo que nos lleva
actualmente efectuar la misma tarea, el frío de las madrugadas en la
estación con los pesados paquetes o el calor sofocante de un largo viaje,
las recorridas de a pie por las calles y por los barrios de Buenos Aires;
los días con apenas unas horas de sueño; las responsabilidades tempranas
de los hijos, una típica familia italiana de principios de siglo...
Una
vida sin comodidades ni derroches, sin caprichos ni gustos cumplidos;
un trabajo del que ni siquiera se disfrutaban sus beneficios, constante,
extenuante, sin fin. Y sin embargo no exento de satisfacciones, el primer
vehículo, las ventas crecientes, el éxito, el crecimiento pausado pero
firme, nos hablan de una Argentina en la que el esfuerzo personal y
los sueños tenían la virtud de ser posibles y es este ejemplo, y acaso
la añoranza de esa Argentina diluida en el tiempo que mantiene en nuestros
espíritus las esperanzas de recobrarla. Esta es la historia de una familia. |