En el
transcurso de nuestra vida
atravesamos
por momentos muy
duros,
situaciones
desagradables y
dolorosas.
Comprendemos
que el negarse a
ellas
sería
renunciar a una parte de
la
existencia.
Nos
esforzamos en
nuestras
oraciones
pidiendo
paciencia,
pero no
queremos afrontar malas
experiencias
que bien pueden
llamarse
pruebas.
Anhelamos
madurar, pero no
soportamos
cometer errores
y nos
catigamos cruelmente al no
aceptarlos.
En la etapa
más crítica, cuando
creemos no
resistir;
o considerando
no
merecerlo,
pensamos:
Señor,¿por qué?
pues no le
encontramos la razón ni
conocemos lo
que se oculta detrás
de ellas.
Con el tiempo,
vemos que todo
obra
para nuestro bien.
Aprendemos
que los
sinsabores son
los que nos
hacen crecer,
visualizar la
vida de otra manera
y las caídas
nos enseñan a
caminar
correctamente.
Entendemos que cada
herida en nuestro
corazón,
una vez
cicatrizada,
nos hace
fuertes y capaces de
enfrentar algo
más grave.
Cada
experiencia es una
lección
que podemos
compartir para
ayudar a otros.
Pruebas...
todos las tenemos cada
día,
unas más
livianas que otras,
pero ahí
están,
tocando a la
puerta.
La clave radica
en aceptarlas
con la fe
de que no estaremos solos
y vivir.
Veremos cómo
diremos: "Gracias
Señor, por la
bendición detrás de
la pruebas".
~Le
doy gracias a Dios cada día por
lo que he vivido y le pido perdón por
las veces que me he quejado. Le
he pedido valor para enfrentar los
retos, fuerza
para lidiar con los comentarios, actitudes
y miradas hostiles. Le
he permitido que me lleve
por el
camino que tenga que cruzar aunque
mi ser sea lastimado. Cada
vez que subo un escalón
en la
escalera de la vida, me
doy cuenta de que las pruebas fortalecen
la fe, nos
hacen mejores seres humanos y
nos ayudan a adquirir el carácter
que refleja a Cristo en el corazón.
~Gracias,
mi Dios,
por el cuidado que
tienes de mí
y por la forma en
que has trabajado en mi vida.~ Lydia
E. Martínez Santiago (eve) 29
de julio de 2001 editado
el 27 de mayo de 2003 |