Admirada,
luchadora mujer
renunciaste
a tu derecho
de
encontrar un buen amor
para
ser madre y criar
en
una segunda ocasión.
Madrugadora
incansable,
cuántos
desvelos,
innumerables
sacrificios;
vastos
años de lucha
para levantar
a
tus hijos
y
moldearlos en seres de
provecho
Dotada
con grandes talentos,
preciosas
manos
que
tantas veces
vistieron
mi cuerpo de niña,
voz
melodiosa
que
acompañaba con
cánticos
cada tarea.
Fuente
de sabios consejos,
presta
a escuchar
en
todo tiempo.
Cuánta
alegría para brindar;
apesar
de que tu corazón
fue
quebrantado.
Honesta,
transparente,
de
tan limpio corazón
al
mostrarte amable,
aún con
quienes
te
pagaron con maldad.
Sensible
pues
tus lágrimas
emergen
sin que
puedas
notarlo, ni contenerlas;
siendo
tu forma de agradecer
cada
gesto o detalle
que
te conmueve.
Dadivosa,
corazón
rebosante de bondad
que
ni el más pequeño ser
creado
es
olvidado por tí,
prestando
tu ayuda
sin
esperar recompensas.
Cuán
tierna en tus cuidados,
porque
el amor que
transmites
hacia
la vida,
en
todas sus expresiones,
es
admirable.
Porque conoces el significado
de
ser mujer
y
eres un gran ejemplo digno
de
imitar.
~A
mi abuela
Mi
compañera de cama
cuando
los miedos me
invadían
y
el cielo entonaba
su
melodía
alumbrando
en la oscuridad
de
la noche.
Por
aceptar con valentía
la
encomienda de ser
madre
y padre a la vez.
Por
ser una luchadora
incansable
en
la batalla de la vida.
Por
la ternura que me inspira
mientras
duerme en el sofá.
Por
los valores que me inculcó
y
ocuparse de llevarme
a
los pies de Jesús~.
Lydia
E. Martínez Santiago (eve)
26
de agosto de 2001
Editado
el
18
de octubre de 2001
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