Triste
niña, solitaria,
abandonada
tras un adiós
que
su corazón
quebró.
Robando
lo más sutil de
su ser,
arrebatando
la alegría a
manos llenas;
provocando
lágrimas en sus
ojos
que
jamás
conocieron el
llanto,
y
hoy no saben
distinguir
cuán
amargo resulta.
Ilusiones
quebradas, que
se forjaron
durante
años,
se
acariciaron y
elevaron al
firmamento.
Adentróse
en una fantasía,
ya
no llora... sólo
ríe,
perdida
en su mundo de
irreales ideas
que
sólo ella
parece
comprender.
Acompañándose
de su fiel
compañero,
el
marco de cristal,
que
refleja su
hermosura
y
el dolor que una
vez vivió.
Contempla
la perfección
de lo que no
existe
y
sólo vive en
sus sueños.
Rostros
maravillosos
encontrándose
con otros
y
fundiéndose en
un sin igual
resplandor.
Todo
es bello, limpio, como una vez imaginó.
El
paisaje no puede
compararse
con
lo antes visto;
el
tiempo reina por
su ausencia.
Sumergida
en lo profundo
de su
pensamiento,
en
la pureza que
inspiró su
amor perdido,
cepilla
sus cabellos
brillantes y
suaves,
sopla
besos al viento,
mantiene
su sonrisa
perfecta,
para
saludar a
quienes se
detienen
a
admirarla.
Sonríe...
sin saber por
qué lo hace.
De los demás se
olvidó
son
sólo ella, sus
recuerdos
y
su valeroso
cristal,
tan
transparente
como su mirada
que
se pierde al
ocultarse el sol.
Lydia
E. Martínez
Santiago (eve)
15
de enero de 2002
editado 17 de enero de 2002
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