Toco tu boca, con un dedo toco
el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como
si por primera vez tu boca se entre-abriera, y me basta cerrar los ojos para
deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca
que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con
soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara,
y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca
que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces juga-mos
al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se
agran-dan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes
se miran, res-pirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente,
mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes,
jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un per-fume viejo
y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente
la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la
boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura.
Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible
absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella.
Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar
contra mí como una luna en el agua.
(-8)
Rayuela. Cátedra, Madrid: 1997.