En cada amanecer, los seres humanos
abrimos los ojos para enfrentarnos
a otro día más.
La mañana se va llenando de
un
tacadeo que marca la carrera
veloz de gente que marcha hacia sus
tareas diarias.
Las calles se llenan de estudiantes,
trabajadores y gente desempleada
que se afana por llegar al lugar
esperado.
Tanta es la prisa que el tiempo
no es suficiente para detenernos
a
mirar el interior del ser humano
que nos rodea. Nuestros ojos se
conforman con fijarse en el exterior
solamente.
Recordamos el largo de una falda,
la marca del pantalón, el color de
la piel...
Comentamos el gesto huraño de
algún compañero
sin buscar la causa que lo provocó.
Transcurre el día y no hemos mirado
el interior del amigo que nos
acompaña
diariamente. Deberíamos jugar
a descubrir lo hermoso de la gente.
Cada ser humano tiene un pedazo de
Dios dentro.
¡Eso es lo que debería llamar
nuestra atención
diaria. En lugar de ver el gesto
agrio de alguien,
entendamos que el valor que tiene
para resistir las tensiones
provocadas
por situaciones que no conocemos.
Antes de burlarnos del que no
aprende
con la rapidez de los demás,
demos un aplauso a su magia para ser
bueno
con sus semejantes.
Todos los días son buenos para
comenzar
a descubrir sonrisas hermosas, manos
hábiles,
actos valiosos, espíritus valientes,
luchadores incansables...
Cada ser humano tiene un valor
especial,
un don divino que recibe al nacer
y que si se descubre, puede
utilizarlo
para su beneficio y para el de los
que los rodean.
Hagamos un alto en nuestra prisa
diaria,
miremos el interior de nuestros
hermanos
y aprendamos a valorarlos por lo que
son
y no por lo que nosotros deseamos
que sean.
(Autor desconocido por mí)
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