No sólo hoy

 

Sé mi Dios que por un instante

dejé de mirarte.

Cesé de cultivar nuestra amistad

sin la cual nada soy,

porque contigo todo somos;

en Tí está la vida.

Esa que nos obsequiaste al morir

esa que con tanto amor

y sin escatimar sacrificio alguno,

 diste por completo.

 

¿Quién era yo, Señor,

para que dejaras tu trono de luz?

¿Para que miraras mi iniquidad?

¿Para que padecieras por mí

los más terribles pesares?

No lo entiendo aún mi Dios.

Pero llegaste y no supimos

reconocerte, valorarte.

Sólo te causamos dolor,

inmerecido dolor.

Pobres hombres,

ignorantes y crueles,

que marchitaron tu perfecto cuerpo,

carente de manchas

y faltas tan evidentes en nuestra vida.

Ignorantes, porque no midieron

las consecuencias de sus actos

o se tornaron demasiado ciegos

para entenderlas.

 

Miserables, por nosotros,

que día a día te lastimamos

y me pregunto,

¿ Por qué lo hacemos?

¿Por qué no podemos  amarte

en la misma medida

en que Tú lo has hecho con nosotros?

Padre, ¡qué finitos somos!,

cuán humanos, pues se necesita

de un Amor más allá del humano

para tener tanta piedad,

para mostrar una misericordia sin igual.

Para concebir Tu Grandeza.

 

Mi Dios no sólo hoy,

sino cada uno de mis días,

ayúdame a  serte fiel,

pemite que mis ojos

contemplen los tuyos sin cesar

y mi voz te alabe a cada momento

por tu sacrificio,

porque venciste y hoy eres

 Rey de reyes.

Quiero servirte,

honrarte y amarte

no solamente hoy...

 

 

Lydia E. Martínez Santiago (eve)

27 de marzo de 2002


 

 

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