Personajes de la vida real

 

 

 

Las calles de mi ciudad

adornadas con bellos colores, brillantes y fugaces

que sólo reflejan un espejismo de lo que 

puede ser mágico.

 Presumen que poseen la perfección

al contar con  majestuosos edificios

que quizá el día de mañana, no esten en el mismo lugar.

Y pretenden ocultar el lado triste, ese que todos

buscan disfrazar, o simplemente,

tornar sus ojos en blanco

y parecer sordos ante un dolor

que hasta aquel que jamás ha experimentado el agrado

de un sonido melodioso,

podría reconocer.

 

 

En estas mismas calles reside el que gime,

paseándose entre la gente

buscando hambriento una muestra de compasión,

un gesto de bondad.

Mientras los otros, esos que piensan que todo lo tienen,

que todo lo merecen,

voltean la vista y el hombro

para que su presencia no se encuentre

con la de aquél que más de una vez

han observado con apatía.

¿Habrá perdido su empleo?

¿Le negarán sus derechos por ser diferente?

¿Diferente en qué sentido?

No lo sé, ni veo razón aparente.

 

 

Pero sigo caminando y me encuentro con el que duerme

en las esquinas, en el suelo tan frío en las noches

y los días de lluvia,

que algunos muchachos frecuentan para festejar

la gracia del día.

Me sorprende que nadie se detenga

si quiera a preguntar si se encuentra bien,

si su corazón continúa con vida

y si  al menos, migajas de pan acarician  su estómago.

 

 

Al final de la calle escucho el grito de aquél

que ha recibido un golpe fatal

que resultó al elegir un estilo de vida incomprendido.

¿Sería que nunca pensó que sólo una vez bastaba

para enrredarse la vida entera?

¿Para jugarse la vida, la única que tenía, de esa manera? 

Sin embargo, nadie se ocupó de socorrerle,

de brindarle la esperanza de una vida mejor.

 

 

Un poco más allá  se mantiene erguida

la que entre críticas y penurias,

abusos y necesidad,

trae el dinero para alimentar sus pequeños.

¿Y quienes somos para juzgarla?

 

 

En la esquina veo al niño hambriento,

quizá tiene más hambre de afecto y atenciones

que nigún medio económico pudiese compensar.

¿Cuándo sería la última vez que recibió un abrazo?

Me estremezco al descubrir que me mira

con ojos tan asustados y la sonrisa ausente

de un rostro angelical, carente de la lozanía

de otros niños de su misma edad.

Y me digo: ¡Ay, mi niño!, ¿Qué será de tí mañana?

 

 

A su lado aparece un anciano, que pareció arrancar

la lágrima que asomaba en los ojos del niño,

recordando, tal vez , su propia soledad y tristeza.

¿Qué será de aquellos que con sacrificio

y arduo trabajo ayudó a crecer ?

 

 

 

 Sigo sin entender, ¿por qué nos cruzamos de brazos

cuando hay tanto que podemos hacer?

Bastaría con quitarnos la venda de los ojos del alma

para ver la necesidad donde habita,

más allá de flamantes cuadros e historias inventadas...

ahí en las calles de la ciudad.

 

 

~ A todos los que sufren y lloran las consecuencias del hambre,

abandono, soledad, violencia, maltrato y adicción

que están presentes en cada rincón del planeta. 

A los niños del mundo entero....ojalá podamos ayudarlos

a seguir creciendo con amor.

A  todos nosotros, porque el sentido de humanidad

se albergue en cada corazón.~

 

 

©Lydia E. Martínez Santiago (eve)

12 de julio de 2002 

 







 

 

 

 

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