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El espiritismo en la era victoriana
Conforme se aproximaba el fin del reinado de Victoria, la urgencia por comunicarse con el
más allá se volvió obsesión en las altas clases británicas. Pero fue un pretexto para escapar, así fuera a través de las ganas de creer, de una sociedad escandalosamente
opresiva
MAYO, 2006. Decenas de exploradores del Imperio Británico conquistaron territorios en África, India, la lejana China, Medio Oriente y América en lo que parecían ser misiones peligrosas, sí, pero emocionantes. En cambio, la capital, Londres, perecía de aburrimiento al promediar 1890. Por supuesto que había diversión, juegos ilegales, prostitución y todo lo que uno quisiera pero
todo a nivel subterráneo, fuera del radar victoriano.
La octogenaria soberana había pasado de una juventud lozana y pispireta a las costumbres mas recatadas tras la muerte de su consorte Alberto de Sajonia, en 1861. De hecho, la proliferación de exploradores británicos por todo el mundo tenía una explicación que se ligaba con ese reinado, esto era, el hastío respecto de una sociedad donde hasta cocinar en domingo estaba prohibido. Las apariencias estaban llegando a un punto de saturación.
Por si fuera poco, las incontables tardes lluviosas de la capital obligaban a muchos a quedarse en casa. Ese factor sirvió para que llegara, como un huracán, el espiritismo como la moda de matar el tiempo y burlar la estricta --y ya ridícula en exceso-- etiqueta victoriana.
Con frecuencia se piensa que el espiritismo es propio de las clases bajas y sin educación universitaria. Lo que sucedió en Gran Bretaña refuta este argumento: baste decir que uno de los principales promotores del espiritismo fue Sir Arthur Conan Doyle, el creador del celebérrimo Sherlock Holmes. De oficinista, claro, aburrido, Conan Doyle ideó al detective de pipa y capa que pronto le brindó una condición económica desahogada; esto le permitió una vida social donde la moda espiritista causaba furor, aunque
eso sí, nunca se dejó embaucar.
Buena parte de los aficionados al espiritismo eran familiares de gente que se había ido de exploradora y jamás de supo de ella, así como de jóvenes soldados muertos en combate y, por supuesto, de personas interesadas en saber dónde había dejado sus riquezas el tío o el abuelo acaudalado que nunca se molestó en redactar un testamento.
Inglaterra se ha distinguido por mucho tiempo en tener abudante literatura llena de fantasmas y aparecidos --todavía hoy hay quienes aseguran haber visto un espectro recorrer los pasillos de Buckingham, presuntamente el de Ana Bolena, una de las esposas que Enrique VIII mandó decapitar-- por lo que no extraña que las prácticas espiritistas se desarrollaran con fuerza incontenible a fines del siglo XIX.
Hubo dos maneras de que se popularizaron para "contactarse" con los espíritus. La primera era la ouija, término derivado de la palabra "sí" en francés y alemán. Aunque los orígenes de la
Oiuja se remontan a un momento en la Edad Media, su resurgimiento se dio desde mediados del siglo XIX, lo que desembocó en una manía en su última década. Se trataba de una tabla con el alfabeto,
números y un vidrio ampliado el cual creaba palabras impulsadas por los dedos del "contactante".
El otro método era organizado por un médium que se sentaba con los demás participantes, se apagaban las luces y todos se tomaban de las manos para concentrar energía y atraer a los espíritus. Por entonces las médiums cobraban más por sus servicios pues en apariencia eran más efectivas.
La manía espiritista pudo haber sido también una búsqueda rabiosa y desesperada de respuestas hacia aquellos progenitores que ya habían fallecido, aparentemente
impunes |
Lo que desató la fiebre espiritista en Inglaterra fue la muerte, en 1891, de Madame Blatavsky, una mujer ucraniana a quien se le atribuían poderes sobrenaturales. Y como suele ocurrir cuando una médium reconocida fallece, rápido proliferaron lo que se da en llamar "cajas", esto es, personas que aseguran mantener un contacto y, por ende, parte de esos poderes. Bien pronto a estas médiums también se les llegó a conocer como "Madames". Sin embargo y con contadísimas excepciones (1) la mayoría de los participantes en esta fiebre espiritista victoriana eran simples charlatanes. |
Entre las razones a destacar se encuentran el aburrimiento de las clases altas británicas, pero hubo otra más grave: los casi 40 años de estricta moralina habían provocado una esquizofrenia que, como el pederasta reprimido Lewis Carroll
--autor de Alicia en el País de las Maravillas, un clérigo que gustaba de tomar fotos a niñas desnudas-- canalizaron su represión a través de la búsqueda de contactos con seres del más allá, algo mucho más inofensivo que, por ejemplo, la masturbación, que en tiempos de Victoria era un pasaporte al infierno.
Una prueba importante de lo que la enorme prisión moralista en que se convirtió el Reino Unido durante aquellos años la tenemos en la escasa popularidad que el espiritismo tuvo en las colonias inglesas.
Sin embargo se trataba de una doble moral, y llena de contradicciones: uno de los más fervientes aficionados al espiritismo era Conan Doyle, creador de un personaje que aplicaba la lógica implacable para resolver casos, aunque no es de extrañar que esa misma afición le haya dado un matiz más "respetable" al espiritismo. Curiosamente, Conan Doyle
frecuentemente encubría su gusto por tales prácticas con el disfraz del analista escéptico.
Hay quienes se han aventurado a señalar que la moda espirista se dio debido a una especie de canalización para encubrir tocamientos sexuales durante la infancia entre los participantes, del mismo modo en que abundan los casos de "abducidos" por extraterrestres pero quienes, al escarbar un poco en su pasado, revelan momentos de abusos y caricias por parte de parientes, familiares o amigos de éstos.
La tesis tiene cierta sustancia: la mayoría de los aficionados al espiritismo tenían edades que oscilaban entre los 30 y los 50 años; cuando comienza la moralina victoriana a partir de 1863 eran niños o preadolescentes, aparte que el maltrato y el abuso durante esos años eran vistos como "correctivos" para los menores descarriados. En conexión con lo anterior, la manía espiritista pudo haber sido también una búsqueda rabiosa y desesperada de respuestas hacia aquellos progenitores que ya habían fallecido, aparentemente impunes, por ello la mayoría de las "solicitudes" de contacto se referían, con abrumadora preferencia, hacia los seres muertos recientemente.
Tras la muerte de Victoria, en 1901, la parafernalia moralista se fue diluyendo y con ella la moda espiritista. Sin embargo continuó por algunos años hasta que, aparentemente, los difuntos se cansaron de hacer más contactos. Pero pese a las décadas transcurridas en Gran Bretaña aún abundan los aficionados al espiritismo, aparición de fantasmas, contactos extraterrestres --¿qué mejor prueba que esas "figuras" cerca de Southampton?--, médiums y madames. Con todo, el furor espiritista de la era victoriana no ha sido siquiera igualado.
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Recuadro
La revelación espiritista de Francisco I Madero
MAYO, 2006. Durante uno de sus viajes a Europa, Francisco I Madero tuvo su primer contacto con el espiritismo, por entonces el gran furor en aquel continente. De vuelta en México desarrolló su propio método para contactarse con el "más allá" de donde, aseguró, recibió información vital que le serviría para prepararse y enfrentar al "tirano" Porfirio Díaz.
Aparentemente Madero entraba en trance y, con una pluma, tintero y una hoja de papel, escribía los mensajes que le enviaban los espíritus quienes, al igual que él, eran críticos férreos de la dictadura. "La Providencia le ha encomendado esta importante misión", rezaba uno de los escritos, "y a la cual no deberá temer pues seremos sus protectores y le ayudaremos a conseguir el objetivo trazado". Unas misivas terminaban con las signas "MH" y otros como "José", algo que los historiadores han interpretado como "Miguel Hidalgo" y "José Morelos", dos personajes a los que Madero admiraba
enormemente.
Fueron pues estos espíritus los que le "dictaron" a Madero su libro
La Sucesión Presidencial, donde realizaba un análisis bastante detallado del porfiriato y de cómo este había burlado la voluntad popular cuando Díaz simplemente delegaba sus poderes para que incondicionales suyos asumieran el poder. Una vez terminado el documento y aunque ya era mayor de edad, Madero pidió permiso a su padre para publicarlo. "Es un análisis que la verdad no creo que tú
lo hayas escrito", fue la respuesta del progenitor, "y aunque tampoco creo que vaya a cambiar las cosas, cuentas con mi consentimiento".
Increíblemente y en un país donde el analfabetismo rondaba el 55 por ciento, La Sucesión Presidencial tuvo altísimas ventas, algo que alertó a la censura porfirista la cual, por cierto, tampoco creía que Madero, miembro de una de las familias más pudientes de San Pedro, en el norteño estado de Coahuila, fuera capaz de escribir una crítica tan certera al régimen. Por tanto ordenó la requisa de los libros con lo cual
La Sucesión se hizo aún más popular.
Madero presentó su candidatura a la Presidencia en 1910, y pese a que tenía en su contra a todo el aparato gubernamental y una prensa en su mayoría servil y a sueldo del embute, el coahuilense ganó la elección. El gobierno rechazó los resultados aunque luego, y al ver que el país estaba a punto de estallar, Díaz se autoexilió en Francia para que se calmaran los ánimos. Semanas después Madero asumió la Presidencia de la República.
Algunos sicólogos sugieren que los "mensajes" de Madero eran en realidad una manera subsconsciente de proyectar un pensamiento o deseo de no ser involucrado directamente (algo así como "alguien me dijo que...") y que en el fondo tanto "Hidalgo" como "Morelos" únicamente reciclaban lo que el prócer había leído o estudiado de Rosseau, Platón, Montesquieu, Saint Simon y otros autores antimonárquicos o bien prodemocráticos.
En tal sentido los historiadores consideran además que La Sucesión Presidencial fue un agudo e inteligente análisis de la vida política de México a fines del siglo XIX visto desde la misma óptica de los pensadores europeos quienes décadas atrás
lo habían aplicado al totalitarismo monárquico de modo que muchos aspectos del porfiriato, al ser emparejados, asombraron a miles de lectores.
Sin embargo los espíritus dejaron de aconsejar al Madero presidente. Hay quienes sostienen que prescindió de ellos al sentir que pisaba sobre terreno seguro en la política, otros que sus actividades ya no le daban tiempo para tomar la pluma y recibir más mensajes y hay quienes consideran que simplemente Madero dejó de autoengañarse. Como sea, su aguda percepción del México de entonces no le permitió detectar la traición de Victoriano Huerta y a quien consideraba un leal de primera línea. En 1913 Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez fueron asesinados en Palacio Nacional tras lo cual Huerta usurpó el poder. Era el momento en el cual México, más que revolución, entraba a una guerra civil que se libraría durante los siguientes 15 años. |
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