Y mientras estaba escribiendo esta reseña, descubrí que, si quería
dedicarme a la crítica de libros, tendría que librar una batalla con
cierto fantasma. Y ese fantasma era una mujer, y, cuando conocí mejor
a esta mujer, le di el nombre de la protagonista de una famosa poesía. "El
Angel de la Casa". Ella era quien solía obstaculizar mi trabajo,metiéndose entre el papel y yo, cuando escribía reseñas de libros. Ella
era quien me estorbaba, quien me hacía perder el tiempo, quien de tal
manera me atormentaba que al fin la maté.......La describiré con la
mayor brevedad posible. Era intensamente comprensiva. Era intensamente
encantadora. Carecía totalmente de egoísmo. Destacada en las difíciles
artes de la vida familiar. Se sacrificaba a diario. Si había pollo para
comer, se quedaba con el muslo; si había una corriente de aire, se
sentaba en medio de ella; en resumen, estaba constituida de tal manera
que jamás tenía una opinión o un deseo propio, sino que prefería siempre
adherirse a la opinión y al deseo de los demás. Huelga decir que sobre
todo era pura. Se estimaba que su belleza constituía su principal
belleza. Su mayor gracia eran sus rubores. En aquellos tiempos, los
últimos de la reina Victoria, cada casa tenía su Angel. Y, cuando
comencé a escribir, me tropecé con él, ya en las primeras palabras.
Proyectó sobre la página la sombra de sus alas, oí el susurro de sus
faldas en el cuarto. Es decir, en el mismo instante en que tomé la pluma
en la mano para reseñar la novela escrita por un hombre famoso, el Angel
se deslizó situándose a mi espalda, y murmuró: "Querida, eres una
muchacha, escribes acerca de un libro escrito por un hombre. Sé
comprensiva, sé tierna, halaga, engaña, emplea todas las artes y
astucias de nuestro sexo. Jamás permitas que alguien sospeche que tienes
ideas propias. Y, sobre todo, sé pura". Y el Angel intentó guiar mi
pluma."
"Me volví hacia el Angel y le eché las manos al cuello. Hice cuanto pude para
matarlo. Mi excusa, en el caso de que me llevaran ante los tribunales de
justicia, sería la legitima defensa. Si no lo hubiera matado, él me hubiera
matado a mí. Hubiera arrancado el corazón de mis escritos. Sí, por cuanto, en el
mismo momento en que puse la pluma sobre el papel, descubrí que ni siquiera la
crítica de una novela se puede hacer, si tener opiniones propias, sin expresar
lo que se cree de verdad, acerca de las relaciones humanas, de la moral y del
sexo. Y, según el Angel de la Casa, las mujeres no pueden tratar libre y
abiertamente esas cuestiones. Deben servirse del encanto, de la conciliación,
deben, dicho sea lisa y llanamente, decir mentiras si quieren tener éxito. En
consecuencia, siempre que me daba cuenta de la sobra de sus alas o de la luz de
su aureola sobre el papel, cogía el tintero y lo arrojaba contra el Angel de la
Casa. Tardó en morir. Su naturaleza ficticia lo ayudó en gran manera. Es mucho
más difícil matar a un fantasma que matar una realidad. Siempre regresaba
furtivamente, cuando yo imaginaba que ya lo había liquidado. Pese a que me
envanezco de que por fin lo maté, debo decir que la lucha fue ardua, duró mucho
tiempo, tiempo que yo hubiera podido dedicar a aprender gramática griega, o a
vagar por el mundo en busca de aventuras. Pero fue una verdadera experiencia,
una experiencia que tuvieron que vivir todas las escritoras de aquellos tiempos.
Entonces, dar muerte al Angel de la Casa formaba parte del trabajo de las
escritoras.