CUENTOS CHINOS

La sospecha

 

Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino. Espió la manera de caminar del muchacho, exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven, como la de un ladrón. Tuvo en cuenta su forma de hablar, igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.

Pero más tarde, encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho parecían muy diferentes de los de un ladrón. (Lie Dsi)

Rumores acerca de Dseng Shen

 

Una vez, cuando Dseng Shen fue al distrito de Fei, un hombre de su mismo nombre cometió un asesinato, y alguien fue a decirle a la madre de Dseng Shen:

-Dseng Shen ha asesinado a un hombre.

-Imposible –contestó-. Mi hijo jamás haría tal cosa.

Y tranquilamente siguió tejiendo.

Poco después, alguien más vino a comentar:

-Dseng Shen mató a un hombre.

La anciana continuó tejiendo.

Entonces llegó un tercer hombre e insistió:

-Dseng Shen ha matado a un hombre.

Esta vez la madre se asustó. Arrojó la lanzadera y escapó, saltando la tapia.

A pesar de que Dseng Shen era un buen hombre y su madre confiaba en él, cuando tres hombres lo acusaron de asesinato, aún queriéndolo tanto, la madre no pudo evitar dudar de él. (Anécdotas de los Reinos Combatientes)

Dos pares de ojos

Había una vez dos hombres que discutían a propósito del rostro del rey.

-¡Qué bello es!- decía uno.

-¡Qué feo es!- decía el otro.

Después de una larga y vana discusión, se dijeron el uno al otro:

-¡Pidámosle la opinión a un tercero y usted verá que yo tengo razón!

La fisonomía del rey era como era y nada podía cambiarla; sin embargo, uno veía a su soberano bajo un aspecto ventajoso y el otro, todo lo contrario. No era por el placer de contradecirse que sostenían opiniones diferentes, sino porque cada cual veía al rey de manera distinta. (Wan Chin Lun, siglo II)

Mientras viváis en este mundo del Samsara,

No tendréis dicha duradera.

La ejecución de asuntos mundanales

No tiene fin

En la carne y en la sangre

No hay permanencia.

Mara, Señor de la muerte,

Nunca está ausente

El hombre más rico parte solo.

Estamos obligados a perder

A aquellos que amamos

Dondequiera que mireis

Nada substancial hay allí

¿Me comprendeis?

(Texto tibetano. La ley del Buda entre las aves, guirnalda preciosa)

Un insensato oyó que el Buda predicaba que debemos devolver bien por mal y fue y lo insultó. El Buda guardó silencio. Cuando el otro acabó de insultarlo, le preguntó: "Hijo mío, si un hombre rechazara un regalo, ¿de quién sería el regalo?". El otro respondió. "De quien quiso ofrecerlo". "Hijo mío", replicó el Buda, "me has insultado, pero yo rechazo tu insulto y éste queda contigo. ¿No será acaso un manantial de desventura para ti?". El insensato se alejó avergonzado, pero volvió para refugiarse en el Buda.