Historia de las vacaciones

Roxana Kreimer

Aunque el turismo moderno es un subproducto del ferrocarril, sus antecedentes se remontan a los orígenes mismos de la historia de la cultura. Con anterioridad al siglo XVIII, las vacaciones solo estaban al alcance de reducidísimas minorías. No obstante, si por vacaciones se entiende también la posibilidad de esparcimiento y cultivo del cuerpo en el ámbito de la ciudad en la que se habita, habría que incluir un par de honrosas excepciones: los baños públicos de la antigua Atenas, donde ciudadanos varones de todas las extracciones sociales encontraban un ámbito propicio tanto para la higiene personal como para la vida social, y las termas romanas, también frecuentadas por los más humildes.

Si, en cambio, se considera que las vacaciones en sentido estricto presuponen un viaje, solo cuando las condiciones de seguridad de los caminos fueron propicias se articuló este género del ocio para las clases acomodadas. La red de carreteras construida por el emperador Adriano (siglo II de nuestra era) permitieron que los viejos patricios y los nuevos funcionarios abandonaran Roma durante el verano para refugiarse en las villas de la Galia, de España o de los países del Danubio. Familias enteras se desplazaban en carruajes de cuatro ruedas –los pilentum y los carpentum- tirados por varios caballos.

La caída del Imperio Romano implicó el abandono de aquella gigantezca infraestructura de comunicación. Aunque en la Edad Media aparecieron la pechera y el eje delantero libre, que permitieron aprovechar al máximo la fuerza motriz de los caballos, los caminos resultaron lugares poco seguros para la circulación de los viajeros. Siervos expulsados de los feudos y villanos pobres asaltaban frecuentemente a los carros que atravesaban los caminos, convirtiendo a los viajes en empresas altamente riesgosas. Por aquella época, además de importar los tallarines, Marco Polo trajo a Occidente desde los dominios del Gran Kan el sistema de postas, que permitiría la consolidación de las comunicaciones europeas hasta la aparición del ferrocarril.

Hipólito Taine describe en su libro Orígenes de la Francia Contemporánea cómo se impuso la costumbre de veranear entre los aristócratas franceses del siglo XVIII: con la llegada del verano, escribe Taine, los nobles se dedicaban a comer, bailar, cazar y "desempeñar la comedia de la aristocracia, cuyo primer deber era la hospitalidad". Los nobles residentes en Versalles y en París viajaban a la Champagne, donde la riqueza era ostentada en interminables caravanas de coches y caballos, una mesa bien servida y el alojamiento dispuesto para el primer hidalgo andariego que golpeara a la puerta del castillo. Medio siglo más tarde, la descomunal infraestructura turística de la nobleza dejaba su impronta en viajes como el que lord Byron emprendió junto a una caravana en la que viajaban su médico personal, sus sirvientes, sus animales domésticos, algunos amigos y su compañera, la condesa Giuccioli.

En los mismos años en que Byron recorría Italia, las vagonetas arrastradas por caballos sobre rieles, utilizadas en las minas de carbón inglesas, marcarían un hito que tiempo después daría lugar a la creación del ferrocarril, un medio de transporte que a mediados del siglo XIX permitió que la próspera clase media sentara las bases del turismo moderno. Ya en 1836 se publicaron en Alemania las primeras guías del viajero, que multiplicarían sus ediciones durante al siglo XX. Por aquella época empezaron a construirse los hoteles turísticos y a venderse tours que abarcaban excursiones, estadías en los nuevos balnearios y viajes en ferrocarril.

Las vacaciones modernas. La publicidad y, en general, el despliegue de los medios de difusión, tuvieron un papel importante en la generalización del ideal de las vacaciones. A partir del período de entreguerras, cuando la exhibición del cuerpo desnudo dejó de ser considerada indecente, la radio y los medios gráficos comenzaron a divulgar la idea de que la verdadera vida ya no residía en el trabajo, en los negocios, en la política ni en la religión sino en las vacaciones. Unos pocos días al año propiciarían la "verdadera vida", en la que se auguraba la liberación de un cuerpo que empezaba a ser comprendido como el ámbito por excelencia de la identidad personal.

La paradoja planteada en este punto fue que, mientras las vacaciones aparecían para la clase media como el ámbito en el que era posible consagrarse a la "verdadera vida", la estructura del veraneo se revelaba sorprendentemente parecida a la de los días laborables. Excursiones programadas, compra de indumentaria adecuada para la ocasión, alquiler de casas y compra de pasajes, regalos para los que no viajaron: un sinnúmero de actividades llevaron a sospechar que no resultaba sencillo sustraerse del todo a la lógica propia del mundo del trabajo.

Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la clase obrera comenzó a acceder a las vacaciones pagas, el turismo social irrumpió en varios países europeos y en los Estados Unidos, donde buena parte de los trabajadores de la por entonces nueva potencia mundial comenzaron a veranear. En la Argentina fue el gobierno de Juan Domingo Perón el que incluyó en su política social los planes de turismo para los sectores de menores recursos económicos. El balneario de Mar del Plata, fundado por Patricio Peralta Ramos en 1874, dejó de ser el centro de reunión de las llamadas "familias copetudas" y empezó a recibir contingentes de trabajadores de todo el país.

Mientras con la caída en descrédito del Estado de bienestar el turismo social aparece hoy día como un emprendimiento propio del pasado, para los sectores medios de la población las vacaciones no se presentan como un momento ni como un lugar, sino como un estado del espíritu en el que la alegría y la distención aspiran a convertirse en norma. De este modo, como señala Edgar Morín, recordar el aspecto "serio" de la vida social a menudo parecerá propio de "aguafiestas": "el valor de las grandes vacaciones será, por suerte o por desgracia, la vacación de los grandes valores".