La justicia plural como freno a las prerrogativas de los talentosos
El
norteamericano Michael Walzer es el último teórico que ha formulado in extenso una defensa del sistema
meritocrático. Al igual que el resto de los autores comunitaristas, Walzer se
distancia del Iluminismo y del contractualismo de Rawls resaltando la
inexistencia de leyes universales de justicia y la imposibilidad de definir lo
justo como algo ´anterior´ a una concepción definida de bien. El comunitarismo
afirma un sujeto que solo resulta comprensible en el marco de una eticidad
determinada, enraizado en una historia, en un mundo de valores y en una
narración en la que encuentra sentido. De este modo niega la neutralidad
postulada por el contractualismo clásico; el principio procedimental no será
eficaz si no está mediado por identidades históricas concretas. Aunque la
polémica sobre este tópico es conocida como la polémica entre liberales y
comunitaristas –y a Walzer se lo incluye entre estos últimos-, Walzer avala la
lógica competitiva que ha signado al liberalismo canónico del laissez faire y es en ese contexto que
defiende el principio de igualdad de oportunidades, sin distanciarse del
liberalismo que declara criticar.
Mediante su formulación del concepto de igualdad compleja Walzer reivindica en Las esferas de la justicia la aspiración iluminista del imperio del
mérito. Allí identifica a la meritocracia con la “justa distribución de puestos
de trabajo”, ya que a su entender este ideal conlleva la carrera abierta a los
talentos propugnada por el lema revolucionario francés.[1]
Walzer avala el gobierno del mérito con la idea de que los cargos deben
ser ocupados por los individuos mejor calificados. Distingue así el concepto de
merecimiento, en el que los títulos y
los certificados de estudio son determinantes, del de calificación, un concepto mucho más amplio que además de comprobar
la capacitación toma en cuenta el rendimiento.[2]
Cuando numerosos candidatos pueden realizar un trabajo con idéntica eficacia,
el criterio de selección es el de favorecer a los candidatos por orden de
llegada.
Walzer postula su tesis de la pluralidad de la justicia contra las
desigualdades de diverso género suscitadas por el liberalismo canónico del laissez
faire. Su idea de justicia plural apunta a la creación de un criterio
particular de justicia para las esferas correspondientes a los diversos bienes
valorados por la sociedad. Esta política distributiva se tornaría necesaria en
virtud de que con ciertos cargos lo que se distribuye sobrepasa en mucho el
desempeño de una tarea específica: determinados trabajos conllevan, además,
“honor y status, poder y prerrogativas, riqueza material y comodidades”.[3]
Como el profesionalismo también implica el establecimiento de relaciones de
poder, cuantos más secretos posean los profesionales, menos hipotéticos serán
sus imperativos. La inflación de conocimiento especializado es una razón para
fijar límites al status y, en
general, a los privilegios que emanan del cargo y de la profesión. “Queremos
personal calificado –escribe- pero no aspiramos a que esa gente nos domine”.
Walzer juzga necesario contrapesar políticamente el poder profesional trazando
límites a las “prerrogativas de los talentosos”.[4] Nadie, por tanto, debería obtener ventajas
por encima de los demás en una esfera de trabajo que no fuera la propia. Avalar
el talento pero restringir el poder monopolizador de los talentosos constituye
para Walzer el propósito del principio de diferencia de John Rawls, según el
cual las desigualdades se justificarían solo si tendieran a generar el mayor
beneficio posible a la clase social menos aventajada.[5]
Walzer define al cargo como
cualquier posición hacia la cual la comunidad política, considerada como un
todo, manifiesta interés y escoge a la persona que lo ocupa.[6]
Todo empleo para el que un certificado académico sea necesario es una clase de
cargo. “No todos los puestos tienen por qué ser convertidos en cargos –admite-;
por ejemplo, “los puestos representativos no son distribuidos por razones
meritocráticas, o al menos no podrían ser evaluados mediante un sistema de
exámenes”. El mecanismo de selección del examen, implementado en el marco de
una “justa igualdad de oportunidades”, constituye el parámetro para la
distribución de algunas plazas de trabajo, pero no de todas.[7]
Mientras en las sociedades que Weber llamó patrimoniales no era necesario
nombramiento alguno, ya que los puestos de la burocracia estatal eran heredados
por los hijos del aristócrata como si formaran parte de su propiedad, en la
modernidad el mercado es el principal regulador del sistema de cargos. En
principio, observa Walzer, los certificados de capacitación no están a la
venta, aunque “tal vez sea la presión del mercado la que obligue a las
instituciones que ofrecen empleos a exigir certificados de niveles cada vez más
avanzados”.[8] El proceso
de selección académica, la capacitación y el examen no son simplemente normas
de mercado –escribe-, y aunque hayan comenzado por implementarse en el ámbito
profesional, recientemente se han extendido a otras esferas del mundo del
trabajo. Tanto la filosofía como la práctica política tenderían, para bien de
la justicia, hacia la reconceptualización de cada plaza de trabajo como un
cargo.
Walzer advierte que la idea de cargo se desarrolló en el marco de la
larga lucha librada por la iglesia católica para desvincularse del mundo
privatizado del feudalismo: “Los líderes de la iglesia manejaban dos
argumentos, que los cargos eclesiásticos no podían ser ocupados por dignatarios
o por patrones feudales ni ser obsequiados a amigos o parientes, y que no
podían ser intercambiados ni vendidos”.[9]
El nepotismo, concepto que luego fue identificado con la desmedida preferencia
por ubicar a parientes en concesiones o empleos públicos, y la simonía, la
compra o venta deliberada de bienes espirituales, eran pecados pasibles de ser
cometidos mientras los particulares vigilaran la distribución de los cargos
religiosos. Eran las autoridades constituidas de la iglesia, actuando en nombre
de dios y por el bien de su servicio, quienes estaban facultadas para
distribuir los cargos. “Dios –afirma Walzer- tal vez haya sido el primer
meritócrata”.[10] Así como
para la ocupación de un cargo en la sociedad moderna se demanda laboriosidad,
esfuerzo y eficacia, dios requería la calificación de la piedad, el
conocimiento divino y “también, sin duda, capacidad directiva, habilidad en el
manejo del dinero y savoir faire
político”.
La
función del cargo, desarrollada dentro de la iglesia católica, fue heredada por
el estado en la vigilancia de los procedimientos de licenciatura y de las
normas básicas para la práctica profesional. En el pasaje de la meritocracia
administrada por Dios a la meritocracia administrada por el Estado se
implementó la práctica del mecanismo distributivo central del examen, que opera
en el mundo moderno como condición de posibilidad del acceso a un cargo.[11]
Walzer juzga necesario que el estado se convierta en “administrador de
exámenes” en las funciones de capacitación, certificación y selección: solo el
estado podría contrarrestar el privilegio corporativo y el poder del mercado, y
garantizar a cada ciudadano oportunidades iguales que puedan ser medidas con
parámetros universales.[12]
Las
ideas de mérito y de talento históricamente han remitido a diversas
concepciones del ideal de igualdad. ¿Es innato el talento? ¿Nacemos todos
provistos de él en la misma proporción? ¿El talento es causa o consecuencia de
la división social del trabajo? En Pluralismo,
justicia e igualdad, Arenson valoriza el intento de Walzer por reavivar el
debate alrededor del ideal de igualdad en tiempos en que la teoría política
parecía haberlo archivado por completo.[13]
Walzer distingue básicamente dos tipos de igualdad. En primer lugar,
define a la igualdad simple como un
sistema en el que todos los ciudadanos poseen idéntica riqueza económica. La
compraventa y la acumulación se han eliminado y reina la uniformidad en el
marco de niveles de vida básicos.[14]
Un régimen semejante conduciría para Walzer a la tiranía estatal, ya que el
poder mismo del estado se convertiría en el objeto central de la pugna
competitiva para redistribuir los recursos disponibles, “destruir o restringir
todo incipiente monopolio o reprimir nuevas formas de predominio”.[15]
De lo que se trata, a su entender, no es de destruir el monopolio sino de
restringir su predominio, sin interpretar literalmente el ideal igualitario.
Un
segundo tipo de igualdad, la igualdad
compleja, tendería a que el predominio sobre los bienes no se tradujera en
el predominio sobre las personas. Cada bien social gozaría de un criterio
distributivo autónomo, de modo que la jerarquía alcanzada en una esfera de la
sociedad (por ejemplo, la obtenida por un médico en el área de salud) no podría
traducirse en ventajas relativas a otra (por ejemplo, poder o riquezas). La
igualdad compleja “establece un conjunto de relaciones tal que la dominación
resulta imposible”, afirma Walzer. Un ciudadano podría ser escogido por encima
de otro en la esfera de la política, pero no tendría ventajas sobre él en
ningún otro dominio: no gozaría de un cuidado médico superior, sus hijos no
accederían a mejores escuelas y no disfrutaría de mejores oportunidades
empresariales que los demás.
El
mérito constituye el principio distributivo central de la igualdad compleja; no
obstante, “si bien los cargos exigen la carrera abierta al talento, se fijarían
límites a las prerrogativas de los talentosos”, cultivando un “sentido más
realista” del mérito.[16]
La atención médica no dependería del poder adquisitivo del enfermo sino de su
necesidad de atención. El estado debería intervenir en la economía de mercado
con el fin de recaudar fondos para financiar el sistema de bienestar social.
“En Walzer –escribe David Miller- las desigualdades separadas se anulan o
compensan con otras de modo que ninguna puede otorgar un triunfo general sobre
las demás”.[17] Los
ciudadanos podrían mandar en una esfera y obedecer en otra.
Mediante su ideal de igualdad
compleja Walzer pretende distanciarse del modelo de sociedad meritocrática
denunciado por Michael Young en El
triunfo de la meritocracia, donde el principio de igualdad de oportunidades
se traduce en el empobrecimiento de los sectores más desfavorecidos de la
sociedad y el dominio de una élite
gobernante y tecnocrática. Rawls también advierte que a su entender el modo en
que Teoría de la justicia plantea el
principio de igualdad de oportunidades no conduce a la sociedad meritocrática
denunciada por Young, ya que como las desigualdades inmerecidas requieren una
compensación –y las desigualdades de nacimiento y las dotes naturales son
inmerecidas-, la sociedad deberá brindar mayor cuidado a quienes hayan sido
menos favorecidos por la naturaleza.[18]
Se nivelarían las ventajas “como si se esperara que todos fueran a competir
sobre una base equitativa en la misma carrera”. Rawls agrega que “las razones
para exigir puestos abiertos no son solo, ni siquiera primordialmente, razones
de eficiencia. Si algunas plazas no se abrieran sobre una base justa para
todos, los que fueran excluidos tendrían derecho a sentirse tratados
injustamente, aunque se beneficiasen de los esfuerzos mayores de aquellos a los
que se permitiera ocuparlas. Podrían quejarse justificadamente no solo porque
estarían excluidos de ciertas recompensas externas de los cargos, como riquezas
y privilegios, sino también porque se verían privados de experimentar la
autorealización proveniente del ejercicio adecuado de los deberes sociales. Se
verían, pues, privados de una de las principales formas del bien humano”.[19]
El
concepto de igualdad compleja
descripto en Las esferas de la justicia
presenta unos cuantos problemas a la luz de los desarrollos postulados por
Walzer:
- Al mantener el principio de igualdad de
oportunidades, peligra su propósito de justicia plural, ya que sus efectos no
difieren sustancialmente de los principios liberales que afirma criticar.
- La independencia de las esferas
distributivas no va más allá de la mera declaración de propósitos. Walzer no
especifica cuales serían los mecanismos concretos de demarcación.
- La igualdad compleja se resigna a la
exclusión de quienes no fueron favorecidos por la “carrera abierta a los
talentos”.
- Las expresiones que Walzer identifica con
la igualdad simple no propugnan un modelo antagónico de la subjetividad.
- La efectividad de la mayoría de los
trabajos socialmente necesarios suele ser menos resultado de aquello que
habitualmente entendemos como mérito que del liso y llano complimiento de un
servicio que prescinde casi por completo de la subjetividad.
- La ocupación de un cargo a menudo suele
depender menos de la presencia de un mérito que de la capacidad de maniobra y
gestión en el marco de las instituciones racionalizadas.
- El ideal de mérito presupone al sujeto
liberal clásico, escindido de sus lazos de interlocución.
Walzer hace suyo el principio liberal de igualdad de oportunidades,
aunque admite que no todas las plazas de trabajo deben ser distribuidas de
acuerdo a ese criterio. “Si bien en la lucha por el reconocimiento no puede
haber igualdad de resultados, puede haber en cambio igualdad de oportunidades”,
declara.[20] La igualdad compleja implicaría a su
entender “la ampliación de la parte final y menos controvertida del segundo
principio de justicia de Rawls. Las
desigualdades sociales y económicas han de ser corregidas de manera que sean
vinculadas a cargos y puestos abiertos bajo condiciones de justa igualdad de
oportunidades”.[21]
La
crítica al principio de igualdad de oportunidades ha sido desarrollada
extensamente en otro capítulo de este libro.[22]
Resumo no obstante algunos de los argumentos allí vertidos. El principio de
igualdad de oportunidades excluye de plano toda posibilidad de igualdad
sustantiva, dado que presupone la existencia de personas que compiten para la
consecución de un objetivo único, esencialmente excluyente en virtud de que no
puede ser alcanzado por todos. Walzer habla de “competencia honesta”[23],
de “carrera abierta al talento”[24],
de “ganar un puesto”[25],
e incluso se vale de la metáfora de la guerra: “Una campaña para la justa
igualdad de oportunidades –interroga-, ¿no sería una guerra justa?[26]
No es de extrañar que la retórica del principio de igualdad de oportunidades
evoque al hobbesiano estado de naturaleza de la guerra de todos contra todos.
Hasta la escuela es descripta por Walzer como un “mundo competitivo” en el que
el talento opera como principio de selección.[27]
La
caracterización del principio de igualdad de oportunidades en términos de
competencia remite a una de las primeras descripciones de la sociedad civil:
aunque no de manera excluyente, por cuanto la sociedad civil también es un
ámbito de mediación con la eticidad estatal, en Hegel la sociedad civil aparece
como el lugar del enfrentamiento de las individualidades mediante el lucro, el
lugar de la instrumentalidad, en el que cada ciudadano se convierte en medio
para los fines de otro ciudadano, el ámbito en el que la idea clásica de bien
común ha sido definitivamente sustituida por la de interés individual.
Walzer afirma ambiguamente que si bien “la competencia por algún cargo
específico es un hecho que ninguna persona en especial merece”, “cualquiera que
sea la calificación de un individuo, ninguna injusticia se le hace si no
resulta elegido (...): no escogerlo no es en sí mismo algo injusto. Sería
injusto si no fuera elegido mediante su calificación sino merced a su sangre
aristocrática o por haber sobornado a los miembros del comité de búsqueda”.[28]
Walzer pretende diferenciarse del formalismo y abordar los problemas
sustantivos de justicia; sin embargo, al seguir propugnando una sociedad que
emula el hobbesiano estado de naturaleza, al concebir su política distributiva
en el marco de certámenes que necesariamente generarán exclusión, su igualdad compleja sigue obrando de
manera puramente formal, sin distanciarse de los rasgos del liberalismo que
pretende criticar.
El
principio de justicia plural se muestra inconsistente más allá de la mera
declaración de propósitos. Walzer no explica cómo impediría al “talentoso”
obtener prerrogativas en una esfera que no fuera la propia. Al admitir la
iniciativa privada, ¿cómo hará para impedir que un médico gane más que un
minero? ¿Cómo impedirá que el médico acumule más poder? ¿Admitiría un tope de
salarios? ¿Cómo haría en ese caso para que el principio de igualdad no
colisionara con el principio liberal de libertad? “Ni el dinero que el comerciante
gana ni la acumulación de bienes de este o aquel consumidor representan
inconveniente alguno para la igualdad compleja –escribe- si la esfera del
dinero y de la mercancía ha sido adecuadamente demarcada”.[29]
Walzer no explica cómo haría para establecer semejante demarcación. ¿De qué
modo el dinero dejará de primar en la mayoría de los dominios distributivos?
¿Qué esfera le correspondería al empresario? ¿Se le impondría un límite a su
capacidad de acumulación?
La igualdad compleja tampoco explica cuál
será el destino de quienes no hayan salido victoriosos en la competencia
entablada en aras de la “justa igualdad de oportunidades”. Antes bien, Walzer
se inclina a admitir el precio de la exclusión: “Existen demasiados individuos
interesados y capaces”, escribe.[30]
“De ahí la necesidad de un proceso de selección destinado a localizar dentro
del conjunto de ciudadanos un subconjunto de expertos futuros”. Este proceso,
admite, “solo multiplicará el número de candidatos definitivamente frustrados”
en virtud del número limitado de plazas. “No es posible evitarlo –se resigna-,
pero esto es moralmente desastroso solo si la competencia no refiere a las
plazas escolares y a las oportunidades educativas sino al status, al poder y a la riqueza material comunmente vinculados con
el nivel profesional”.[31]
Por
su definición de igualdad compleja
sabemos que quienes hayan sido favorecidos por los concursos no se ubicarán por
encima de sus conciudadanos en virtud de sus riquezas ni de su poder. Cabría
preguntarse, no obstante, si la justicia plural es viable en una sociedad que
se resigna a una función continuada de certámenes cuya condición de posibilidad
es una exclusión de la que Walzer no se hace cargo, dado que aparentemente
todos habrían tenido oportunidad de acceder a la plataforma de lanzamiento de
la igualdad de oportunidades.
La
crítica de Walzer a la igualdad simple
se inscribe en el marco de los conocidos reparos que presenta el liberalismo
ante la posibilidad de sacrificar una libertad que se nutriría de una variedad
de aptitudes y talentos individuales. Walzer afirma que en la modernidad un
populismo radical, “anticlerical, antiprofesional y antintelectual” habría
surgido del “resentimiento” que profesan las clases populares hacia quienes
ocupan cargos con poder.[32]
El igualitarismo sería nivelador en tanto impondría la necesidad de que los
individuos fueran lo más semejantes posibles entre sí, aplastando sus
aspiraciones en la igualación “improductiva” de las fuerzas motrices de la
sociedad. Este populismo tendría puntos de contacto con la concepción griega de
servicio civil, para la cual importaba menos que una plaza de trabajo fuera
convertida en un cargo – y por cargo Walzer entiende el puesto al que se accede
necesariamente mediante el mecanismo de selección del examen o del concurso-
que la ocupación misma del cargo por parte del ciudadano. En esos casos, para
Walzer importaría menos “democratizar” la selección que hacer aleatoria la
distribución mediante sorteos o mediante una rotación. Walzer identifica aquí erróneamente
a la democracia griega con la democracia moderna representativa, indisociable
del concepto de igualdad formal, jurídica, y por tanto del concepto de igualdad
de oportunidades, es decir, de la libre carrera
para el desarrollo individual. El concepto griego de democracia en modo alguno
antagonizaba con las prácticas de sorteo o rotación. Por el contrario, estos
mecanismos confirmaban la democracia: todo aquel que fuera considerado
ciudadano tendría asegurada de este modo su participación en la vida política
de la ciudad.
Walzer identifica a Rousseau con
un populismo “más intelectual” por su alegato a favor de un sistema de escuelas
públicas en las que los ciudadanos comunes se turnarían como maestros. Lenin,
agrega, con su aspiración a que “toda persona letrada” también sea burócrata,
rechaza asimismo el monopolio del cargo. Dicho en otros términos –por cierto no
utilizados por Walzer-, Rousseau y Lenin centrarían su crítica en la propia
estructura de la división social del trabajo.
“El
populismo intelectual –escribe Walzer- considera que la igualdad social debe
expresar exactamente la igualdad natural”. Sin embargo, contrariamente a lo
afirmado por Walzer, para Rousseau la efectivización del ideal de igualdad no
supone uniformidad, es decir, no supone que los seres humanos deban ser iguales
en todo. En el Contrato social
Rousseau diferencia las desigualdades naturales de las sociales, las producidas
por la naturaleza de las producidas por el conjunto de relaciones de dominio
económico, espiritual y político.[33]
Otro
de los problemas que presenta la meritocracia proclamada por Walzer es su
rotunda afirmación de que la mayoría de los trabajos socialmente necesarios son
eficaces como resultado del talento o del mérito con que se los ha llevado a
cabo. Para evitar la funcionalidad social de las implicaciones conspicuamente
individualistas que conlleva el concepto de mérito –aunque sin renunciar a la
valoración de los caracteres subjetivos- Rousseau opta por el principio
distributivo de la necesidad y de los “servicios reales”, de las contribuciones
individuales al bienestar común y no por el del “mérito personal”: “El
prestigio de los ciudadanos –escribe- no debe estar regulado por su mérito
personal (...) sino por los servicios reales que de ellos recibe el Estado, y
que son suceptibles de una estimación más exacta”.[34]
El
desarrollo de los talentos forma parte del proceso de construcción del yo, de
una elección existencial que suele identificarse con la articulación de la
subjetividad. No obstante, aunque hay una constricción social para que se
desarrollen destrezas a fin de sobrevivir, aunque, como afirma Heller, “puedo
hacerme escritor, no soy escritor en el mismo sentido en que soy una buena
persona. Un escritor puede decir, ´mírame como persona´, y eso tiene perfecto
sentido”.[35] En
implícita referencia a Rousseau, que antepuso los valores morales a los del
mérito profesional [36],
Heller afirma que en la Ilustración “hubo gran consciencia del hecho de que la
homogeneización del yo mediante la absorción completa de una objetivación o una
actividad no solo difiere de la elección del propio yo (la elección existencial
de la honradez), sino que también puede discordar con ésta (en otras palabras,
ser inmorales o cabalmente diabólicos)”.
El
deslizamiento del concepto de mérito de la esfera de la moral al ámbito del
trabajo se produjo en momentos en que se consolidaba el concepto moderno de
individuo, es decir, el de un sujeto
desvinculado de sus lazos de interlocución. Los conceptos de mérito y talento
resultan consecuencia directa de este sujeto desvinculado. Concebido en
términos de propiedad privada, el talento parece inherente a quien presume
haberse construido enteramente a sí mismo, escindido de sus lazos comunitarios.
Por ello, si bien el comunitarismo subraya el marco de la eticidad, de una
comunidad con contenidos sustantivos concretos, el concepto de mérito exaltado
por Walzer postula un yo liberal canónico, desvinculado de marcos
intersubjetivos. Curiosamente es Rawls quien advierte que el mérito o el
talento nos pertenecen solo en parte: “El principio de diferencia –escribe-
representa el acuerdo de considerar la distribución de talentos naturales, en
ciertos aspectos, como un acervo común, y de participar en los beneficios de
esta distribución, cualesquiera que sean”.[37]
En
su reivindicación del mérito como principal criterio distributivo, Walzer
demuestra que no se ha distanciado del liberalismo que declara criticar. Su
modelo de igualdad compleja no logra eludir las imposiciones del mercado y por
tanto evidencia el mero formalismo que supone la puesta entre paréntesis de las
condiciones reales de existencia (igualdad sustancial).
Al
mantener el principio de igualdad de oportunidades, que implica la presencia de
personas que compiten en la consecución de un objetivo único, esencialmente
excluyente en virtud de que no puede ser alcanzado por todos, Walzer avala la
lógica competitiva que ha signado al liberalismo canónico del laissez faire: su justicia plural no
logra independizar cada esfera de bienes de modo que nadie obtenga ventajas por
encima de los demás en un dominio que no sea el propio. La exclusión, como se
señaló, no es recusable para Walzer si no está basada en el status, en el poder o en la riqueza
material. La exclusión basada en el criterio distributivo del mérito le resulta
perfectamente admisible. De este modo Walzer legitima que los privilegios
señoriales de los terratenientes se hayan convertido en otras tantas
prerrogativas de los talentosos.
Por
otra parte, la metafísica del mérito está basada en una confianza desmedida en
la educación; omite toda referencia a las desigualdades de clase, fundamenta
mediante supuestas desigualdades de talento la división social del trabajo, e
ignora que aquello que la mayor parte de las veces pasa por constituir una
diferencia de “mérito” en realidad es producto de puntuales desigualdades
sociales y económicas.
La
desmitificación del mérito lleva a replantear buena parte de los criterios
declarados de selección. Ya Mandeville, en el siglo XVIII, cuando la “nobleza
de mérito” surgió con el propósito de desplazar a la “nobleza de cuna”,
advirtió con ironía que aunque se postulara el ideal de que cada individuo
ocupe en la jerarquía social el lugar que su talento determine, buena parte de
los trabajos necesarios para la supervivencia de una sociedad “requerirían, no
obstante, de alguien que trabaje”.[38]
[1] Michael Walzer. Las esferas de la justicia. Fondo de Cultura Económica. México. 1993 p.146
[2] Ibid p.147
[3] Ibid p.165
[4] Ibid p.167
[5] Ibid p.28
[6] Ibid p.140
[7] Ibid p.170
[8] Ibid p.141
[9] Ibid p.140
[10] Ibid
[11] Ibid p.141
[12] Ibid p.143
[13] David Miller y Michael Walzer (compliladores). Pluralismo, justicia e igualdad. Fondo de Cultura Economica. Buenos Aires. 1996 p.293
[14] Las esferas de la justicia p.122
[15] Ibid p.28 y ss.
[16] Ibid p.174
[17] Pluralismo, justicia e igualdad p.22
[18] John Rawls. Teoría de la justicia. Fondo de Cultura Económica. México. 1997 p.103
[19] Ibis p.89
[20] Las esferas de la justicia p.267
[21] Ibid p.83
[22] Ver el capítulo sobre el concepto de mérito en Marx y en Rousseau.
[23] Las esferas de la justicia p.142
[24] Ibid p.174
[25] Ibid p.83
[26] Ibid p.174
[27] Ibid p.27
[28] Ibid p.147
[29] Ibid p.121
[30] Ibid p.220
[31] Ibid p.221
[32] Ibid 143-144
[33] Jean- Jacques Rousseau. Du contrat social. Oeuvres. Gallimard. París. 1984 I,9
[34] Rousseau. Discours sur lórigine et les fondements de l´inégalité. Oeuvres p.214
[35] Ibid p.386
[36] Contrat social. I, 9
[37] Teoría de la justicia p.104
[38] Mandeville. La favola delle api. Turín. 1961 p.117