Arte de Marear Fray Antonio de Guevara Síguese una carta del autor, enviada al ilustre señor don Francisco de los Cobos

Entre los filósofos Mimo, Polístoro, Azuarcho y Pericles hubo muy varios paresceres sobre averiguar qué estado o condición de gente era en la cual la fortuna se mostraba más sospechosa y era menos creída. El filósofo Polístoro dijo que en ninguna cosa era la fortuna más incierta y en que menos guardase su palabra que era en hecho de casamientos, porque no había casamiento en que no se hallase en algo dél alguno engañado, es a saber: que la mujer le salió loca, o absoluta, o mañera, o los parientes pesados, o la dote incierta, o los enojos muchos. El filósofo Azuarcho dijo que en ninguna cosa era la fortuna más incierta y sospechosa que en hecho de armas y guerra, afirmando que en manos de los hombres era el dar las batallas, y en las de la fortuna dar las victorias. El filósofo Pericles dijo que en ninguna cosa era la fortuna más inconstante y menos segura que era con los privados de los grandes príncipes, a los cuales tardaba muchos años en sublimarlos, y después en un soplo derrocarlos. El filósofo Mimo dijo que en ninguna cosa la fortuna hacía más lo que quería y menos lo que prometía que era en las condiciones de la mar, y en las navegaciones de los mareantes, porque allí ni aprovecha hacienda ni abasta cordura, ni se tiene respeto a persona, sino que si se le antoja a fortuna llevará por alta mar a una barqueta, y anegará en el puerto a una carraca. Aplicando lo dicho a lo que quiero decir, paresceme, ilustre señor, que destas cuatro maneras de fortuna, las dos dellas están llamando a vuestras puertas, es a saber: la grande privanza que con nuestro César tenéis, y las muchas veces que por la mar navegáis. Que cuelgue de voluntad ajena la honra, y que se confíe de la mar muchas veces la vida, cosa es la una peligrosa y la otra temeraria. No haréis poco, señor, en hacer rostro a los vaivenes que suele dar a los muy encumbrados fortuna, sin que tantas veces os arrojéis a las ondas de la mar brava. Publiano el filósofo decía: Improbe Neptunum accusat qui iterum naufragium facit. Como si dijese: «Injustamente de la mar se queja el que dos veces osa pasarla». Pues no tiene licencia de quejarse de la mar quien solas dos veces la pasa, ¿cómo se quejará della si algo le aconteciese en ella a vuestra señoría, habiéndola atravesado no dos veces, sino más de seis? No os fiéis, señor, en que siempre lleváis buena galera, elegís buen capitán, tomáis buen piloto, proveeisos de buen servicio y guardáis a buen tiempo, las cuales cosas todas os han de hacer para tornar a la mar más sospechoso y menos seguro, porque la halagüeña fortuna nunca hace sus crueles tiros sino en los que tiene ya de largos años muy asegurados. Lucio Séneca escribiendo a su madre decía: «Oh madre mía Albina, sabe, si no lo sabes, que yo nunca creí a cosa que me dijese fortuna, aunque algunas veces había tregua entre mí y ella. Todo lo que a mi casa enviaba decía ella que me lo daba dado, mas yo nunca creí della sino que me lo daba prestado. Y así es que cuando me lo tornaba a pedir, sin ninguna alteración mía se lo dejaba llevar, por manera que si lo sacaba de las arcas, a lo menos no me lo arrancaba de las entrañas». Quien dijo estas tan altas palabras era natural de Córdoba, que no es lejos de vuestra ciudad de Úbeda, y aún más y allende desto fue tan privado en Roma, como lo es vuestra señoría agora en Hespaña; y después de cuarenta y dos años que gobernó la república romana le armó una zancadilla la fortuna, que en un día perdió la hacienda y en el mismo le quitaron la vida. Creedme, señor, y no dudéis, que en esta vida no hay cosa más cierta que ser en ella todas las cosas inciertas. Comiendo un día en gran regocijo el emperador Titho, dio de súbito en la mesa una palmada con la mano, y un sospiro muy doloroso, y como fuese preguntado por qué tan de corazón sospiraba, dijo: «No me harto de sospirar ni puedo dejar de llorar todas las veces que me acuerdo en cómo al querer y parescer de la fortuna tengo confiada mi honra, secrestada mi hacienda y depositada mi vida». ¡Oh altas y muy altas palabras, dignas de ser en los corazones de los grandes señores escritas! Las grandes riquezas, los poderosos estados y las supremas privanzas, si osase, osaría yo decir que es más honroso y aun seguro menospreciarlas que no tenerlas, porque el alcanzarlas es fortuna, mas el menospreciarlas es grandeza. Aconsejaros yo, señor, que no sigáis a César sería gran desacato. Persuadiros que no tornéis más a Italia sería atrevimiento. Lo que yo osaré deciros es que os preciéis tanto de cristiano como de privado, y que cumpláis antes con la razón que no con la opinión. No inconsideradamente dije esta palabra y me atreví a le dar tal consejo, porque todo el daño que en las cortes de los príncipes hay es que se va nación tras nación, gente tras gente, opinión tras opinión, y nunca se va razón tras razón. Y porque a los príncipes hemos de dar las palabras por peso, y a los privados por medida, concluyo mi carta con deciros, señor, que os fiéis de la galera pocas veces, y de la fortuna nunca, porque son dos cosas muy mejores para mirarlas de lejos que para conversarlas de cerca. Yo, señor, os compuse un libro llamado Aviso de privados para cuando estuviésedes en tierra. Agora he compuesto ese otro tratado de la vida de galera para cuando anduviéredes por la mar. Mi intención ha sido que el uno sea para pasatiempo, y el otro para aprovechar el tiempo. Si por ser yo poco, valer poco, poder poco y tener poco tuviéredes mis vigilias en poco, tened, señor, mi intención en mucho, pues ninguno os desea tanto que privéis como yo deseo que os salvéis. No más, sino que Nuestro Señor su ilustre señoría guarde, etc. De Valladolid a veinte y cinco de junio, MDXXXIX.

Posui finem curis;

Spes et fortuna valete.

 

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