Conferencia inédita de Alan Wats emitida por una radio libre neoyorquina.
Traducción de Roxana Kreimer.
Sabemos que de tanto en tanto entre los seres humanos aparecen personas que exudan amor tan naturalmente como el sol da calor. Las religiones tienden a cultivar ese poder, aunque lamentablemente no lo hacen como querríamos. Una de las cosas que comprobamos en relación a las personas que poseen esta sorprendente capacidad de dar amor es que en general tienen un desempeño bastante frío en lo que respecta al amor sexual. Esto obedece a que sostienen una relación erótica con todo el mundo que los circunda. Su organismo íntegro, tanto en la faz psicológica como en la fisiológica, es una zona erótica. Su flujo amoroso no está concentrado en la zona genital, como ocurre con la mayor parte de las personas, particularmente en sociedades como las nuestras, en donde por tantos siglos esa particular expresión de amor que es el amor erótico fue tan reprimitda que pareció la forma de amor más deseable de cuantas existen.
Jesús fue para mí uno de esos raros y extraordinarios individuos que tuvo un tipo particular de experiencia espiritual, expriencia que encontró difícil de expresar en términos de la teología hebrea sin blasfemar. "Yo soy el padre, yo soy Dios": no es infrecuente que un hindú pronuncie esta frase. En nuestra cultura, en cambio, decir esto es blasfemo o insamo, porque la imagen de Dios tiene muchísimo más poder que cualquier abstracción, aunque hay teólogos que dicen que no hay que pensar en un padre literalmente, sentado en un trono de oro junto a las estrellas. Ningún teólogo serio ha creído en este tipo de Dios. De todos modos, la imagen nos afecta porque la imagen del Dios del oeste es política. "El rey de los reyes", "El lord de los lores": la imagen de Dios está basada en los faraones, en los que regían a los caldeos, en los reyes de Persia. Se trata de un gobierno político del universo: preserva el orden y lo rige desde las alturas, de modo que quien dice "Soy Dios" aquí implícitamente está diciendo que sabe todo, que está a cargo de todo y que todos deben obedecerlo.
En India, si uno dice "soy Dios", le responden: "Felicitaciones, por fin te diste cuenta".
El budismo es una experiencia, no una teoría. El yoga y las variadas formas de meditación budista no nos exigen que creamos en nada. Estas disciplinas tienen preceptos, no mandamientos. Cada uno está librado a su propia responsabilidad. Son técnicas experimentales para cambiar la conciencia. Les concierne fundamentalmente ayudar a los seres humanos a rechazar la alucinación de que cada individuo es un ego encapsulado en una piel. Ustedes saben, un pequeño hombre localizado en la cabeza -detrás de los ojos y entre las orejas- con atención consciente y acciones basadas en la voluntad. Mucha gente no cree ser otra cosa que esto. Resulta en consecuencia que "tenemos" un cuerpo, otorgado por nuestros padres, de ahí la pregunta que frecuentemente formulan los niños: "¿Quién sería yo de haber tenido otro papá?". En algún momento creemos introducir desde afuera un espíritu que "anima" ese cuerpo. Decimos "me" late el corazón -es algo que "me" pasa, es decir, que recibo desde afuera-, mientras que decimos "yo hablo" o "yo camino", identificados con la acción. Cuando un hindú se ha librado de la alucinación de ser un ego encapsulado en una piel, deja de tener deseos egoístas, encuentra que el centro de sí mismo es el eterno centro del universo.
El maestro se ocupa de poner en evidencia la falta de realidad que hay en esta alucinación que supone el hecho de considerarse algo separado del resto del mundo. Parte de este descubrimiento se vincula con el hecho de que no podríamos hacer absolutamente nada si estuvieramos separados del resto del universo. Para poner en evidencia nuestra alucinación, el maestro nos hace actuar de acuerdo a los falsos supuestos de esta creencia. Quien cree que la tierra es plana, no pasará a creer que es redonda simplemente porque alguien se lo diga. El maestro le propone entonces comenzar a caminar hacia el oeste, caminar sin cesar hasta volver al punto de partida por el este, de modo que al menos se convenza mediante la experiencia de que el mundo es cilíndrico, al ver su premisa del ego encapsulado en una piel reducida al absurdo. Porque lo determinante no es lo que perciben nuestros sentidos sino la evaluación que hacemos de estas percepciones. Así es como se llega a suprimir la actitud hostil hacia el mundo: el mundo ahora soy yo.
Pensemos esto desde el punto de vista de la biología. No puedo describir un organismo viviente sin describir al mismo tiempo el comportamiento de su entorno. Ni el organismo está en pugna con el ambiente ni el ambiente está en pugna con el organismo. Ambos son aspectos del mismo proceso. Esta actitud respecto a la naturaleza no niega, como en efecto cree mucha gente, el valor de la diferencia. Podemos concebir esta relación en términos de opuestos: no es posible pensar en la operación de compra sin pensar al mismo tiempo en la operación de venta. Se trata de la mentada unión de opuestos: dos polos diferentes formando parte de una unidad. Los hindúes la llaman no-dualismo, los chinos la piensan en términos de ying y yang. En consecuencia, no es cierto que el monismo oriental, al postular que todo es Dios, destruya el amor entre los individuos en virtud de que para amar a otro hay que ser alguien diferente (de otro modo se trataría solamente de amor egoísta). Este argumento colapsa en la doctrina de la trinidad: con el mismo argumento podría decirse que las tres personas que constituyen el Dios cristiano no pueden profesarse amor. El hinduísmo extiende al resto del universo la idea de la trinidad cristiana.
¿Qué podemos decir respecto al tema del mal? Sería horrible que Dios fuera el autor del mal y nosotros sus víctimas. Si observamos el modelo del rey del universo y somos súbditos de ese rey, no podemos menos que considerar poco generoso a ese Dios. En el hinduísmo, al no ser dios una persona diferente, no hay víctimas. Dios es su propia víctima. Cada uno es responsable.
Si somos honestos con nosotros mismos, una de las preguntas más fascinantes que uno puede hacerse es "¿Quién soy yo?" ¿Qué significa decir "yo"? ¿Qué siento cuando digo yo? Acaso buena parte de la fascinación por estas preguntas corresponda a su carácter misterioso, ya que lo que uno es escapa al propio examen del mismo modo en que no se puede mirar dentro de los ojos sin usar un espejo, no es posible morder los propios dientes ni degustar la propia lengua, ni tocar la punta del dedo con la punta del dedo. Este problema me ha fascinado durante muchos años en los que me formulé infinidad de preguntas acerca del significado de la palabra yo. Quienes viven en la civilización occidental suelen coincidir en el significado que otorgan a ese concepto. Muchos de nosotros sentimos que el yo, el ego, es el centro de una serie de acciones que residen en el centro de una bolsa de piel. Tenemos así lo que he llamado la concepción de uno mismo como un ego encapsulado en una piel (skin encapsulated ego). Es curioso analizar el uso que hacemos de la palabra yo. No estamos acostumbrados a decir "yo soy un cuerpo" sino "tengo un cuerpo"; no decimos "lato mi corazón" del mismo modo que decimos "pienso", "hablo" y "camino". Pensamos que el corazón late por sí mismo y que eso no guarda mucha relación con el yo. Nuestro organismo no es idéntico al yo; valoramos el yo como algo que está situado dentro del cuerpo. Por otra parte, los occidentales suelen ubicar su ego dentro de la cabeza. Uno es alguien que está situado detrás de los ojos y entre las orejas; el resto de uno cuelga. Esto no es así en otras culturas. Cuando un chino o un japonés quieren localizar el centro de sí mismos señalan el corazón, "la mente del corazón".
Así como existen hombres que en los aeropuertos controlan la salida y la llegada de los aviones, así también forjamos la idea de nosostros mismos como la de un pequeño hombre que está dentro de la cabeza y que recibe mensajes de los ojos, de los oídos y de toda suerte de electrodos instalados en la superficie del cuerpo, mediante un panel con botones. El yo controla el cuerpo pero no se identifica con él. El yo está a cargo de las actitudes voluntarias; el resto de las cosas "me pasan", "soy empujado" por ellas. Esta es la clásica concepción occidental del yo. "Mamá, ¿quién hubiera sido si papá hubiese sido otra persona?". El niño aprende que la madre y el padre le dieron un cuerpo dentro del cual en algún momento apareció su yo. Pensamos y nos expresamos como si fueramos un alma, una esencia espiritual de alguna clase encerrada en un cuerpo que observa al mundo como algo extraño. En palabras del poeta Housemann: "I, a stranger and afraid, in a world I never made" ("Yo, extraño y temeroso, en un mundo que nunca hice".) Decimos entonces "afrontar la realidad", "confrontar los hechos", "cuando vine a este mundo": son las múltiples formas de dar a entender que soy una isla de conciencia que enfrenta un mundo extraño y externo a mí, un mundo del que no formo parte. Hay aquí una profunda sensación de extrañamiento y hostilidad entre nosotros mismos y el así llamado mundo exterior. Así seguimos hablando de "la conquista de la naturaleza", de "la conquista del espacio"; nos vemos a nosotros mismos participando en una suerte de batalla con "el mundo exterior".
En esta charla quiero hablar de ese extraño sentimiento que supone ser un ego aislado y encapsulado en una bolsa de piel. Es absolutamente absurdo decir que "vinimos a este mundo"; provenimos de él. Suponiendo que el mundo fuera un árbol, ¿qué seríamos nosotros? ¿Hojas en sus ramas o pájaros en un árbol muerto en algún otro lugar? La ciencia no hace otra cosa que informarnos que venimos de este mundo, que crecemos en él, que cada uno de nosotros es un síntoma del estado del universo en su conjunto. Pero esta idea que proviene de la ciencia no forma parte de nuestro sentido común.
El mito es una gran idea mediante la cual el ser humano procura darle significado al mundo. El occidental ha estado a lo largo de los siglos influenciado por dos grandes mitos: el primero concibe al mundo como un gran artefacto, como una mesa creada por un carpintero. En el libro del génesis el hombre aparece como una figura originaria hecha de tierra, dentro de la cual dios sopoló e insufló vida. Esta sería una idea muy extraña para un chino, porque un chino no concibe al mundo como algo "hecho" sino como algo que "crece", y se trata por cierto de dos procesos bastante diferentes. Cuando se crea se unen partes separadas, o se saca una imagen de la madera o de la piedra; se trabaja desde el afuera hacia el adentro. En el crecimiento no se trata de partes puestas en conjunción sino de algo que se expande desde adentro como una cosa que gradualmente se complica a sí misma.
Occidente concibió al mundo como un artefacto creado por un arquitecto celestial, un artista, un carpintero que conoce cabalmente su creación. Cuando yo era niño y respondía preguntas que mi madre no podía responder, ella resolvía su desesperación diciendo: "Dear, hay cosas que no estamos hechos para saber". "¿Pero alguna vez nos enteraremos?", insistía yo. "Sí –respondía ella-; cuando vayamos al cielo todo quedará aclarado". Así es como me imaginaba que alguna vez me sentaría alrededor del lord Dios en el cielo y le preguntaría "¿Cómo hicieste eso?, ¿cómo hiciste lo otro?". Todas las preguntas serían respondidas. Así entendió a Dios la mitología popular: Dios es el jefe, el que sabe todo. Si se le pregunta cuán alta es tal montaña, él sabrá con exactitud. Podrá responder a cualquier pregunta en su carácter de Enciclopedia Británica Cósmica. Desafortunadamente este mito conformó demasiado al occidental, porque es opresivo saber que uno es observado permanentemente por un juez infinitamente justo.
De niño conocí a una mujer que tenía sobre el espejo del baño la imagen de un ojo con una inscripción que decía "Dios te está observando". Este ojo omnipresente observa y juzga de modo que uno difícilmente pueda sentir que existe por sí mismo. El hombre de barba blanca mira y anota sus observaciones en un libro negro. Esta imagen devino muy opresiva en el mundo occidental. Era necesario deshacerse de ella. A cambio recibimos otro mito: el del universo puramente mecánico, que hoy forma parte de nuestro sentido común. Poca gente cree ya en Dios a la vieja usanza; acaso tengan fe, esperanza, pero ya no juzgan verosímil que el universo esté gobernado por ese admirable hombre mayor. Aquella imagen ya no resulta plausible.
La primera concepción afirma la creencia de que el universo ha sido "hecho", que solamente dentro de la bolsa de la epidermis humana residen la inteligencia, los valores, el amor y los buenos sentimientos, y que afuera existe solo una caótica y estúpida interacción de fuerzas ciegas. Cortesía del Dr. Freud, por ejemplo, es la de que la vida biológica está basada en algo llamado libido, palabra sin duda cargada de significado en que en la raíz del ser hay una energía ciega y estúpida de la que nuestra inteligencia sería solo un accidente desafortundado; por alguna razón extraña de la evolución llegamos a constituirnos en seres racionales (o más o menos racionales). Esta concepción es errónea: supone un universo que no tiene nada en común con nosotros, que no comparte nuestros sentimientos ni nuestros intereses, un universo irracional que debemos conquistar y someter. Todo esto es perfectamente idiota.
Primero se creyó que el mundo era la creación de un anciano benevolente (aunque no sea tan benevolente y diga "Esto me hiere a mí más que a vos"). Esta concepción se volvió poco confortable y se la trocó por la contraria, es decir, la idea de que fuera del ser humano no hay inteligencia en el universo, postulando el absurdo de que algo inteligente proviene de algo que no lo es . No es posible concebir la existencia de un organismo inteligente en un ámbito que no lo es. Crecemos en este mundo exactamente del mismo modo que la manzana crece en el árbol. No es otro el significado de la evolución. Pero distinto es decir que en el comienzo "no había nada más que" gases y rocas, hasta que la inteligencia se ubicó en la cima. Nuestro modo de pensar desconecta la inteligencia de las rocas. Pero donde hay rocas, ¡cuidado! Las rocas pueden producir personas. Es solo cuestión de tiempo. Como el mar, las rocas no están muertas. Pero si uno quiere tirar el mundo abajo, se puede decir bueno...finalmente solo es un poco de geología. Sin embargo, también se puede decir que las rocas tienen una primitiva forma de conciencia. Cuando golpeo el cristal del vaso y hace ruido, esa resonancia es una forma primitiva de conciencia, menos asentada que la nuestra. La concepción acerca de los distintos grados de conciencia difiere de las dos concepciones a las que se hizo referencia anteriormente. Nosotros decimos que los minerales son una forma rudimentaria de conciencia; la concepción anterior dice que la conciencia es una forma complicada de los minerales. Ellos pretenden demostrar que, salvo el ser humano, todo es horrible. Lo que estoy diciendo ahora es ¡oia, la vida es un buen espectáculo y cada uno de nosotros es algo que el universo entero está haciendo! Así, cuando el mar tiene olas, todo el océano está "oleando", cada uno de nosotros es una ola del cosmos: en cada ser humano el cosmos dice ¡hola, aquí estoy yo!, solo que lo hace diferente cada vez, porque la variedad es la especie de la vida.