Roxana Kreimer
No es el
todo improbable que el cuento de Borges Funes
el memorioso se haya gestado al amparo de la siguiente analogía postulada
por Nietzsche en De la utilidad y de los
inconvenientes de los estudios históricos para la vida[1]:
(Imaginemos) “a un hombre que estuviera absolutamente desprovisto de la
facultad de olvidar y que estuviera condenado a ver en todas las cosas el
devenir”.[2]
Tras caer de un caballo, en lugar de perder la memoria Funes ha perdido la
capacidad de olvidar. Dotado con la visión profética de “un Zaratustra cimarrón
y vernáculo”, lo pensado una vez ya no podía borrársele.[3]
Conocía,
por ejemplo, las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de
abril de mil ochocientos ochenta y dos. Le costaba dar fe al símbolo genérico perro, ya que abarcaba a demasiados
individuos dispares de diversos tamaños y formas; Funes juzga a que el perro de
las tres y catorce (visto de perfil) no podía tener el mismo nombre que el
perro de las tres y cuarto (visto de frente). Incapaz de olvidar diferencias,
de generalizar y abstraer, Funes “no
era muy capaz de pensar. (...) En su abarrotado mundo no había sino detalles
inmediatos”.[4]
Imagina Nietzsche
que un hombre incapaz de olvidar “no creería ni siquiera en su propio ser”.[5]
Cada vez que se mira al espejo, Funes se sorprende al encontrar novedosa su
propia cara.[6] Tal hombre,
continúa Nietzsche, “acabaría por no atreverse a mover un dedo”.[7]
Exánime, paralizado por la abrumadora catarata de su memoria, Funes “no se
movía del catre”. Pasaba las horas mirando “la higuera del fondo o una
telaraña”.[8]
“Un hombre
que pretendiera sentir de una manera puramente histórica –escribe Nietzsche- se
parecería a alguien a quien se obligase a no dormir”.[9]
A Funes le era muy difícil dormir porque el recuerdo le impedía distraerse del
mundo. “De espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada
moldura de las casas precisas que lo rodeaban”.[10]
Aunque Nietzsche reconoce que los estudios
históricos son imprescindibles por cuanto han contribuido enormemente a la
comprensión del mundo[11],
advierte asimismo que su excesivo predominio por sobre otras formas de
conocimiento o de experiencia “perjudica al ser vivo y termina por anonadarlo,
se trate de un hombre, de un pueblo o de una civilización”.[12]
Así como la memoria prodigiosa convierte a Funes prácticamente en un muerto en
vida, Nietzsche señala que los estudios históricos que quedan reducidos a meros
fenómenos de conocimiento están muertos para quien los estudia.[13]
En De la utilidad y de los inconvenientes de
los estudios históricos para la vida Nietzsche traza un cuadro de la
modernidad en analogía con el abatimiento que padece un individuo incapaz de
pensar; Funes “el memorioso” es quien encarna esta parábola sobre los saberes
residuales de la modernidad, sobre el conocimiento que se ha desvinculado por
completo de la experiencia directa de la vida.[14]
Funes es “el solitario y lúcido espectador de ese mundo multiforme, instantáneo
y casi intolerablemente preciso”.[15]
El anonadamiento que Nietzsche refiere a la memoria de Occidente en su
conjunto, Borges lo circunscribe, tal como sugiere la misma analogía de
Nietzsche, al anonadamiento de un individuo sofocado por la vana memoria de los
detalles baladíes.
Al igual
que la modernidad en su conjunto, “Funes tiene más recuerdos que los que
tuvieron todos los hombres desde que el mundo es mundo"; “nadie había
percibido el calor y la presión de la realidad tan infatigable como la que día
y noche convergía sobre él”.[16]
Sin embargo, su abrumadora percepción no solo lo priva de la posibilidad de
pensar sino también de la de sentir. Funes no se asombra por nada, enumera con
voz monótona aquello que sus sentidos están en condiciones de percibir pero no
de sentir; su anestesia y su inmovilidad son las que aquejan al sujeto moderno
ante el continuo desfile de iniquidades del pasado y del presente. “Tanto las
grandes dichas como las pequeñas –señala Nietzsche- son siempre creadas por una
cosa: el poder de olvidar o, para expresarme en el lenguaje de los sabios, la
facultad de sentir”.[17]
Olvidar no
significa aquí, vale la pena reiterarlo, que Nietzsche niegue el beneficio de
la memoria histórica. Si bien “toda acción exige el olvido, del mismo modo que
todo organismo tiene necesidad, no solo de luz, sino también de oscuridad”[18],
el olvido debe dar paso a la memoria, escribe Nietzsche, por ejemplo para poner
en evidencia “la injusticia de un privilegio”.[19]
Si Funes
encarna la memoria superflua, sofocante, otro escrito de Borges, El hacedor, pone en evidencia otra
variedad de memoria, la memoria imprescindible del bardo “hacedor” –en la
figura de Homero o en la de las múltiples personas que congregamos en su
nombre- que labra los cimientos de una cultura.[20]
Al poeta que representa el “hacedor” la ceguera le depara el tesoro de la
prehistoria oral. La memoria necesaria configura una identidad, la memoria
superflua la quita. Otro cuento de Borges, La
memoria de Shakespeare, refiere a la riesgosa mutación de Herman Soergel,
quien habiendo aceptado sumar la memoria de Shakespeare a la suya, comprueba
que la operación amenaza y casi anega su “modesto caudal”. “Ya que la identidad
personal se basa en la memoria, temí por mi razón”, recuerda Soergel.[21]
II
La
profusión moderna de estudios históricos a menudo lleva a olvidar que, como
señala Benjamin en su quinta Tesis sobre
la filosofía de la historia, al pasado solo se lo puede retener como una “imagen
que relampaguea para nunca más ser vista”.[22]
“Cuánta individualidad tuvo que ser deformada y violentamente generalizada
–subraya Nietzsche- para dar forma al conocimiento histórico”.[23]
En
consonancia con esta línea de análisis, en El
diferendo Lyotard asocia el conocimiento del pasado con el sentimiento de
lo sublime, que es el sentimiento que surge frente a aquello que supera nuestra
sensibilidad y nuestra capacidad de representación porque aparece de un modo
amenazante y desmesurado. Lyotard se vale del sentimiento de lo sublime para
indicar que si bien no se debe cejar en el afán de testimoniar lo
irrepresentable, el silencio de las víctimas de Auschwitz establece límites
inexorables a nuestra capacidad de representación: se trata de poner en evidencia
que algo puede ser concebido pero no visto ni hacerse visible, de traslucir la
tensión de aquello que se deja sentir pero no representar ni expresar.[24]
Ambos cometidos parecen opuestos tanto a la esfera perceptual de Funes como a
la de la modernidad en su conjunto. El sentimiento de lo sublime ocupa los
intersticios vacíos de percepciones, aparece allí donde la razón se consterna
frente a una valla infranqueable. Abrumado por la catarata de su memoria, Funes
es incapaz de sentir lo irrepresentable: su memoria-vaciadero-de-basuras lo ha
condenado al letargo y a la analgesia.
III
Nietzsche
postula en este escrito tres formas de estudiar la historia que deberían
guardar cierto equilibrio entre sí. Como el ser humano sufre y tiene necesidad
de consuelo, la historia monumental
suministra ejemplos, recuerda que lo que ha sido sublime en el pasado podrá
volver a serlo en el futuro, hace presente las desgracias de otros tiempos y,
si bien sirve para soportar con firmeza las veleidades de la fortuna, también
obra a favor del cambio como remedio contra la resignación.[25]
El exceso
de “ejemplarismo” de la historia
monumental, no obstante, propaga “la creencia, siempre nociva, de que todos
somos retardados, epígonos”, advierte Nietzsche.[26]
Con apenas diecinueve años, el prodigioso y “ejemplar” Funes, a quien Borges
justamente describe poco menos que como un retardado, es “monumental como el
bronce, más antiguo que Egipto” y “anterior a las profecías y a las pirámides”.[27]
La historia anticuario conserva y venera,
hace posible que la historia de una ciudad se convierta en la propia historia y
permite “sentir y presentir a través de las cosas”.[28]
Mientras la utilidad de la historia
anticuario es la de conservar testimonios de la vida del pasado, la de la historia monumental encuentra en la
ejemplaridad un impulso para el cambio. El exceso de historia anticuario, no obstante, supone el conformismo de quien
venera mediante la “bagatela bibliográfica” y la curiosidad vana.[29]
Análogamente, el fasto de Funes se revela en sus cartas floridas y
ceremoniosas, en su curiosidad vana, en su emumeración de casos de memoria
prodigiosa, en la forma diferenciada en que percibe cada racimo de uva y en su
devoción por la taxonomía, que lo lleva a lamentarse de que no le alcance la vida
entera para clasificar los recuerdos de la niñez.[30]
El exceso
de historia anticuario se vincula
también con la crítica al academicismo, un tópico recurrente tanto en Nietzsche
como en Borges, que escribe en La memoria
de Shakespeare: “Comprobé, no sé si con alivio o con inquietud, que sus
opiniones eran tan académicas y tan convencionales como las mías (...) soy el
profesor emérito Hermann Soergel; manejo un fichero y redacto trivialidades
eruditas”.[31]
En De la utilidad y de los inconvenientes de
los estudios históricos para la vida Nietzsche cifra en la edición de
libros cada vez más voluminosos, rebosantes de “sabiduría podrida”, un síntoma
de la excesiva profusión de estudios históricos.[32]
Con una idea análoga la voz narrativa del relator presenta la historia de
Funes: “Mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no
será menos imparcial que el volumen que editarán ustedes”.[33]
En tercer
lugar Nietzsche postula la necesidad de una historia
crítica, la historia de quien, angustiado por el presente, “quiere
desembarazarse de la carga” y por consiguiente “juzga y condena”.[34]
La
duodécima Tesis de filosofía de la
historia de Benjamin incluye el siguiente epígrafe, extraído del desarrollo
que hace Nietzsche en torno a la historia
monumental: “Necesitamos de la historia, pero la necesitamos de otra manera
que como la necesita el holgazán mimado en los jardines del saber”.[35]
Resulta significativo que Benjamin no extraiga la cita del desarrollo de la historia anticuario, cuyo fin es
exclusivamente el de la conservación de un patrimonio cultural. La historia monumental, aquella que se
nutre de la fuerza para el cambio en el ejemplo a imitar, en “la posibilidad de
que lo que alguna vez fue sublime vuelva a serlo"” para Benjamin
representa la transformación que suscita una lucha de clases que debe abrevar
en el recuerdo y en el dolor por los antepasados esclavizados y no en la imagen
menos vigorosa de los descendientes liberados. Benjamin invierte la flecha
progresista disparada al futuro por la socialdemocracia alemana, que en su
opinión ha desarticulado las fuerza de la clase obrera sepultando las
injusticias pasadas en nombre de un futuro incierto. El Angelus Novus vuelve su rostro hacia el pasado; querría despertar a
los muertos y recomponer la ruina de catástrofes que se amontonan a sus pies.
Justamente la historia monumental
tipificada por Nietzsche y en la que se inspira Benjamin es la historia que
hace presente las desgracias de otros tiempos al hombre que sufre y tiene
necesidad de consuelo[36]:
no es ésta una historia de doblegamiento e conformismo, no se trata de la
conservación ni de la veneración de la historia
anticuario sino de la combinación de lo que Nietzsche denomina historia crítica, una historia que juzga
y condena las iniquidades del pasado, con una historia monumental que obra a favor del cambio como remedio contra
la resignación.[37]
Es en este
contexto, y en el del exceso de ejemplarismo de la historia monumental, en el que el epígrafe de Nietzsche incluido
por Benjamin evoca al holgazán (Funes en el catre) mimado en los jardines del
saber (la vana sabiduría del memorioso) que concibe a la historia como mera
paráfrasis de lo existente, una historia que inmoviliza (Funes permanece
estático e inconmovible) y que se resiste al cambio en la promesa de un
incierto futuro.
IV
Anegado de
pasado y de presente, el hombre desprovisto de la facultad de olvidar con que
Nietzsche ejemplifica el exceso moderno de estudios históricos, también “está
condenado a ver en todas las cosas el devenir”.[38]
No casualmente Borges ubica a Funes el
registro profético del Zaratustra. La excesiva profusión de saberes
exánimes referidos al pasado aparece de este modo desbordando la compuerta que
lleva injustificadamente a prejuzgar el porvenir mediante el artículo de fe del
progreso.
Así como
los economistas irlandeses manifestaron su fe en el progreso vinculándolo al
modo de subsistencia; así como el Iluminismo vinculó el progreso a la autonomía
de la razón, Compte lo relacionó con la ciencia, Spencer con la libertad y
numerosos filósofos del siglo XIX con el poder del Estado Nacional, en este
escrito Nietzsche descree de todo parámetro que revele la confianza en el
advenimiento de una felicidad inexorable, implícita en el ideal iluminista de
progreso. El hombre histórico “llega a creer que la felicidad se esconde detrás
de la montaña hacia la que camina”.[39]
La confianza en que el género humano progresa hacia lo mejor da al historiador
la ilusión de ser más justo que los sujetos cuyas acciones estudia; sin
embargo, advierte Nietzsche, en rigor su única “virtud” es la de haber nacido
más tarde.[40] Ni la
historia está de modo inmanente preñada de promesas para el porvenir, ni las
promesas son fiables cuando la historia es desvinculada de la praxis y reducida a mero fenómeno de
conocimiento.[41]
Continuador
de las críticas que Nietzsche formulara al progreso (por ello son
significativos los cruces de estos dos textos que refieren al tema), Benjamin
–que en este punto se separa de Nietzsche- asigna al continuo de la historia a
las clases dominantes y las discontinuidades a las clases oprimidas. Porque en
aras del progreso industrial se sacrificó el progreso social, señala Benjamin,
en la revolución de julio se disparaba simbólicamente a los relojes para
detener la marcha del tiempo homogéneo de la opresión y de la acumulación.[42]
La memoria del “cronométrico” Funes expresa la inexorable marcha del tiempo
lineal en encarnaciones de la técnica que se manifiestan por doquier: como una
radio, como los letreros que recomiendan la hora desde la pantalla del
televisor, como el cuarzo en la muñeca de cada ciudadano, como el teléfono y la
computadora, como el neón de la publicidad callejera, Funes “sabía siempre la
hora, como un reloj”.[43]
La crítica
al tiempo lineal es un tópico recurrente en Borges, quien previno que las
fechas esenciales pueden ser, durante largo tiempo, secretas, y elogió a los
hindúes por ignorar su propia edad, carecer de sentido histórico y preferir el
examen de la ideas al de los hombres y las fechas de los fiósofos.[44]
“No diré el lugar ni la fecha; sé harto bien que tales precisiones son, en
realidad, vaguedades”, declara el hombre que acepta la memoria de Shakespeare.[45]
En su afán por negar la implacable sucesión temporal, Borges –al igual que
Nietzsche- no cejó en una “fatigada esperanza” de eternidad que se sabe reñida
con el carácter sucesivo del lenguaje[46]:
“Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son
desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia
del infierno de Swedemborg y del infierno de la mitología tibetana) no es
espantoso por irreal, es espantoso porque es irreversible y de hierro”.[47]
La parábola
de Funes es en cierto modo la del Bouvard y Pécouchet de Flaubert: ambas
ironizan sobre el saber residual de la modernidad, sobre los despojos en los
que el mismo Funes se reconoce cuando confiesa sin pesar que su memoria ha
devenido un vaciadero de basuras. Alienado del conocimiento y de la acción,
Funes encarna el hastío de Bouvard y Pécouchet recorriendo esa pluralidad de
saberes modernos que, como apunta Nietzsche, no emparentan al sabio con “una
naturaleza armoniosa” sino con una “gallina agotada”, “saberes podridos” de
quienes, hastiados de galopar sobre las ruinas de la historia, ya no se
asombran por nada ni por nadie.[48]
El hombre moderno “arrastra consigo una enorme masa de guijarros de indigesto
saber que en ocasiones hacen en sus tripas un ruido sordo”.[49]
Nietzsche juzga residual al conocimiento que ya no obra como motivo
transformador y permanece en “una suerte de interior” que con particular
fiereza remite a lo que el moderno califica como “la intimidad que le es
particular”.[50] Es
inevitable la resonancia de la undécima tesis marxiana sobre Feuerbach: “Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos al mundo, de lo
que se trata ahora es de transformarlo”.[51]
El moderno –escribe Nietzsche, en sintonía con Marx- se atiborra hasta la
indigestión de épocas ajenas y consigue ser una enciclopedia ambulante de saberes muertos que lo “elevan” a esferas
por completo desvinculadas de la experiencia directa de la vida.[52]
Expresión
individual de Occidente la memoriosa,
Funes encarna no solo la fragmentación del conocimiento (y su imposibilidad de
ser abarcado en forma reflexiva por un solo individuo) sino la figura del
sujeto moderno como espectador, como público
bombardeado sin prisa ni pausa no solo por una plétora de estudios históricos
sino también por un torrente informático que a menudo obstaculiza toda posibilidad
de pensamiento reflexivo. El espectador moderno es el holgazán mimado en los
jardines del saber del que habla Benjamin valiéndose de la cita de Nietzsche, y
también es Funes, que contempla el fluir de una memoria que en su abrumadora
perfección lo condena a la anestesia y a la ignorancia.
Nietzsche
clama por que “el hombre aprenda, ante todo, a vivir”, y por que “no utilice la
historia más que para ponerla al servicio de la vida”[53],
una vida que no aparece como fenómeno dado sino como un aprendizaje del que los
estudios históricos son condición necesaria pero no suficiente: es preciso
volver a educar en el arte tal como lo hicieron los antiguos, señala Nietzsche,
ya que el arte excede el estímulo racional y se nutre de ejemplos extraídos de
la esfera de la experiencia.[54]
En consonancia con las Cartas sobre la
educación estética del hombre de Schiller, Nietzsche no desestima ni la
historia ni la política, que compiten con la ciencia por la hegemonía de
intereses, sino la pretensión de que sean erigidas en destino único y
excluyente de la humanidad.
Inconmovible y mudo espectador del desplazamiento de la voluntad de
transformación al torbellino del universo informático, Funes es afectado
exclusivamente por el torrente perceptual de lo efímero y vacuo. Privado de
olvido, juego, sueño y distracción, su sopor personifica una contradicción
primordial del individuo moderno, que es quien se cree en mejores condiciones
para conocer el pasado –“Funes tiene más recuerdos que los que tuvieron todos
los hombres desde que el mundo es mundo”[55]-
pero que al mismo tiempo es quien más lejos se encuentra de la posibilidad de
modificar las condiciones de su entorno efectivo. Si el pasmado Angelus Novus con el que Benjamin
cepillaba la historia a contrapelo volvía su rostro hacia una historia esquiva
que amontonaba incansablemente ruina sobre ruina, Funes y el “holgazán” no
lamentan una parsimonia análoga a la del ingenuo que, sentado junto al
incesante fluir del río, aguardaba pacientemente que dejara de correr. La inmovilidad
y la anestesia son el precio que deben pagar por una memoria que se arroga
“infalible”.
BIBLIOGRAFIA
Benjamin, Walter. Discursos interrumpidos. Taurus. Madrid. 1990
Borges. Obras
completas. Emecé 1994
Lyotard, Jean-Francois. El diferendo. Gedisa. Barcelona 1988
Nietzsche. Consideraciones
intempestivas. “De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios
históricos para la vida” Aguilar. Madrid. 1967
Quesada. Un pensamiento intempestivo. Ontología
estética y política en F. Nietzsche. Anthropos. Barcelona. 1988
Vermal. La
crítica de la metafísica en Nietzsche. Barcelona 1987
[1] El hecho de que la evidente relación entre ambos textos aún no haya sido señalada quizá obedezca a la circunstancia de que este trabajo de Nietzsche prácticamente no ha circulado en la Argentina. Borges, en cambio, lo había leído: entre sus libros de filosofía se encontró este ensayo subrayado y anotado en los márgenes con su puño y letra.
[2] F. Nietzsche. Consideraciones intempestivas. De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos para la vida. Traducción de Eduardo Ovejero y Maury. Aguilar. Madrid. 1967 p.69
[3] J. L. Borges. Ficciones. “Funes el memorioso”. Alianza. Madrid. 1978 p.122
[4] Ibid p.130-131
[5] Nietzsche. Op. Cit p.90
[6] Borges. Op. Cit p.130
[7] Nietzsche. Op. Cit p.91
[8] Borges Op. Cit p.124
[9] Nietzsche Op. Cit p.91
[10] Borges Op. Cit p.131
[11] Nietzsche Op. Cit p.98
[12] Ibid p.91
[13] Nietzsche Op. Cit p.97
[14] Ibid p.98
[15] Borges Op. Cit p.131
[16] Ibid p.128
[17] Nietzsche Op. Cit p.90
[18] Ibid p.91
[19] Ibid p.109
[20] Borges. La cifra. Emecé. Buenos Aires. 1981 p.49
[21] Borges. Obras completas. Emecé. Buenos Aires. 1994. Tomo III. La memoria de Shakespeare p.398
[22] Walter Benjamin. Discursos interrumpidos, I. Tesis sobre la filosofía de la historia. Taurus. Madrid. 1990. Tesis 5 p.180
[23] Nietzsche. Op.cit. p.101
[24] Jean-Francois Lyotrard. El diferendo. Gedisa. Barcelona. 1988 p.74-76
[25] Nietzsche Op.cit p.98-99
[26] Ibid p.118
[27] Borges. Funes el memorioso p.132
[28] Nietzsche Op.cit p.105
[29] Ibid p.107
[30] Borges Op.cit p.124-130
[31] Borges. Obras completas. Tomo 3 p.395 y p.399
[32] Nietzsche. Po.cit p.138-139
[33] Borges. Funes el memorioso p.122
[34] Nietzsche Op.cit p.104
[35] En rigor, la frase de Nietzsche que incluye Benjamin en el epígrafe que encabeza la duodécima tesis (Benjamin Op.cit. p.186) no dice exactamente “Necesitamos de la historia, pero la necesitamos de otra manera que como la necesita el holgazán mimado en los jardines del saber” sino “La vida tiene necesidad de los servicios de la historia (...). El que ha aprendido a interpretar así el sentido de la historia debe entristecerse de ver (...) al desocupado ávido de distracciones o de sensaciones (que) se pasea por allí como entre los tesoros de una pinacoteca”. (Nietzsche. Op.cit. p.98) Es plausible que Benjamin, que redactó muchos de sus escritos lejos de su biblioteca, haya citado de memoria y reformulado una metáfora que expresa la misma idea desarrollada por Nietzsche.
[36] Nietzsche Op.cit p.98 y 110
[37] Ibid p.99
[38] Ibid p.90-91
[39] Nietzsche Op.cit p.95
[40] Ibid p.118
[41] Ibid p.97 y 100
[42] Benjamin Op.cit p.189
[43] Borges Op.cit p.123
[44] Borges. Otras inquisiciones. “El tiempo y J.W. Dunne”. Alianza. Madrid 1979 p.27
[45] Borges. La memoria de Shakespeare. Op. Cit p.393
[46] Borges. Obras completas. Historia de la eternidad p.353
[47] Borges. Obras completas p.764
[48] Nietzsche. Op.cit p.137 y 139
[49] Ibid p.111
[50] Ibid.
[51] Marx. Tesis sobre Feuerbach. Pueblo y educación. La Habana. 1982 p.37
[52] Nietzsche Op. Cit p.98
[53] Ibid p.161
[54] Ibid p.134
[55] Borges. Funes el memorioso p.128