EL
HISTORIADOR
En sus memorias,
Churchill ha afirmado repetidamente que fueron pocos los días de su
vida en los que estuvo inactivo o aburrido. Su naturaleza exuberante
y vital, en efecto, no sólo lo llevaba a dedicarse con toda
intensidad a cualquier cargo político o militar que se le confiara,
sino que también le permitía llenar con plena satisfacción los
ocios voluntarios que le imponían las vicisitudes de la vida política.
Pero sería inútil detenerse en los hobbies de Churchill,
sobre los cuales han circulado tantos relatos de los periodistas que
se ocuparon de él, porque la equitación, la albañilería, la caza
y la jardinería, son más ingredientes de su fama de hombre público
que componentes importantes de su personalidad. Tampoco la pintura,
que comenzó a practicar a edad bastante avanzada -después de los
cuarenta años, cuando el fracaso de los Dardanelos provocó su
alejamiento del Almirantazgo-, agrega mucho al retrato vivido del
hombre político. Es difícil decir en qué medida esa imitación de
los impresionistas, llena de fuertes motivos luminosos, que persiguió
constantemente, fue la elección consciente de un estilo o el
resultado, más que de un gusto personal, de frecuentar los países
mediterráneos o exóticos que elegía para pasar sus vacaciones.
En cambio, no puede
decirse lo mismo de su actividad de historiador. Puede afirmarse que
Churchill tendió incesantemente a esta actividad, en todos los
momentos que le dejaba libre su intensa participación en la vida
política. En 1908 publicó una biografía apologética de su padre,
Randolph Churchill; en la década de 1920, una gran obra en cuatro
volúmenes sobre la primera guerra mundial La crisis mundial;
en la década de 1930, una imponente biografía, siempre en cuatro
volúmenes, de su gran antepasado John Churchill (Marlborough. Su vida
y su época). La segunda guerra mundial fue el tema de su
obra más vasta y también más famosa, mientras que en la posguerra
terminó la historia de los pueblos de lengua inglesa, que ya había
comenzado antes de iniciarse el segundo conflicto mundial. Pero es
necesario aclarar la importancia y el interés que presentan estas
obras de Churchill. Sería profundamente erróneo conferirles un carácter
científico que el autor nunca pensó en atribuirles.
"En esta obra
he tratado de seguir el método utilizado por De Foe en sus Memorias
de un caballero, donde la exposición de los hechos y las
discusiones sobre los grandes sucesos militares y políticos se confían
a la experiencia personal de un individual", escribió en el
prefacio de su obra sobre la segunda guerra mundial. Y casi como
para reiterar la esencia de este método, más allá de las obras
impregnadas del recuerdo de su participación directa en los sucesos
narrados, Churchill definió también, su historia de los pueblos de
habla inglesa como una "interpretación personal del proceso
histórico", ofrecida por "quien no carece de
cierta experiencia de los hechos históricos borrascosos de nuestra
época". Por ello, para Chuchill, la narración histórica se
basa sobre todo, en la experiencia de las cosas vividas; es
la historiografía de un político que se expresa integralmente
también a propósito de los sucesos del pasado, no sólo para
buscar una guía o una aclaración sobre la forma de orientarse en
el presente, sino también para expresar sus pasiones y pensamientos
sobre los hombres y cosas de la historia. En otras palabras, en el
Churchill historiador es necesario buscar siempre, a veces con
signos explícitos, a veces al trasluz, al Churchill político, a lo
que fue y a lo que quiso ser, o más bien, a lo que habría querido
ser. Nos limitaremos a dos únicos ejemplos resumidos. En la biografía
del duque de Marlborough, escrita entre el advenimiento de Hitler al
poder y la manifestación -sin hallar resistencias- de sus primeros
actos agresivos, Churchill esbozó los lineamientos de la política
británica de equilibrio, perfilando en cierta medida, en el
protagonista, su propio destino de los años futuros, y en el
"Rey Sol" en busca de la hegemonía europea, al Hitler que
iba a combatir con tanta decisión. En la historia de los pueblos de
habla inglesa, concebida en gran parte en los años de la
"guerra fría", delineó las premisas históricas de un
ordenamiento político internacional que debía dar a Inglaterra y a
Estados Unidos la conducción del mundo surgido de la segunda guerra
mundial.
Político del siglo
XX que ha escrito a menudo sobre historia del 1900, Churchill es,
sin embargo, un historiador no asimilable a ninguna orientación
historiográfica de nuestro tiempo. Un historiador de la sociedad
inglesa como G. M. Trevelyan, considerado hoy arcaizante y
"literario", de cualquier modo es, por sus intereses económicos
y sociales, mucho más "moderno" que Churchill. También
es totalmente extraña a sus tendencias aquella historiografía tory
que en los últimos decenios, renovó notablemente el conocimiento
de la historia constitucional y parlamentaria inglesa. Un
historiador de la estatura de L. B. Namier hubiera podido retomar, a
propósito de la historia contemporánea y de los orígenes de la
segunda guerra mundial, tesis que fueron sostenidas vigorosamente
por la política militante de Churchill. Sin embargo, la
desmitificación, perseguida por este gran historiador conservador,
de los mitos y leyendas whigs sobre la historia inglesa
destruyó demasiados lugares comunes de la historia tradicional -y
hasta diríamos que, en ciertos aspectos, fue demasiado influida,
aunque indirectamente, por el marxismo, para hallar oídos y
resonancia en las obras históricas de Churchill.
Los maestros y los
antecedentes de Churchill como historiador deben buscarse bastante más
lejos en el tiempo. Deben rastrearse en Gibbon, por ese deleite por
las consideraciones de gran aliento sobre la suerte de los pueblos,
los estados y los imperios, sobre la moralidad y las eventualidades
que rigen sus destinos; en Macaulay, aunque Churchill haya sostenido
una vigorosa polémica con el historiador liberal inglés del
ochocientos a propósito del juicio sobre el duque de Marlborough,
por la propensión al fresco histórico colorido y de tintes
vivaces; en Ranke, por el sentido del retrato histórico de fondo,
casi separado del contexto de los acontecimientos históricos
generales; e incluso más allá, por el conocimiento directo o
indirecto, de los historiadores políticos del Renacimiento
Italiano en esa trama de "virtud" y "fortuna"
que señala los puntos más altos -dedicados a las grandes
conmociones- de su narración histórica.
Churchill siempre
proclamó que no quería competir con los historiadores
profesionales, aunque se haya hecho ayudar, como es costumbre entre
los políticos, por algunos de ellos, como el profesor Deakin, en la
compilación de sus obras históricas, para la reunión y el primer
ordenamiento de los documentos. No busquemos pues, en sus libros, la
narración compacta, basada en la crítica sistemática de las
fuentes. En cambio, frecuentemente encontraremos fragmentos
grandiosos, sentencias apodícticas, razonamientos moralizantes,
retratos de efecto intercalados con extensas citas de textos. En
este sentido, la biografía del duque de Marlborough y las dos obras
sobre historia de las dos guerras mundiales tienen algo análogo, ya
que la apología del propio antepasado no es menos explícita que la
defensa de su propia labor como Lord del Almirantazgo o primer
ministro. Una técnica algo diferente tiene su última obra, aquella
sobre la historia de los pueblos de lengua inglesa, pero aquí también,
la idea conductora de la afirmación de una constitución basada en
los valores liberales constituye una trama de sólido relato no
menos importante que el esbozo biográfico. Por lo demás, el
esquema de las obras históricas de Churchill es igual en todas: se
apoya en la convicción de que las fronteras, las razas, el
patriotismo y las guerras constituyen las verdades últimas y
fundamentales de la historia del género humano, frente a las cuales
hallan su ubicación y su medida los individuos y las sociedades,
los estados y los gobiernos. No deben engañar las frecuentes
referencias a los criterios del "buen gobierno". Estos,
en, el fondo, siempre permanecen subordinados a los resultados
obtenidos en el plano del poder. Por eso, Churchill no es un
historiador de "sociedades", ni siquiera de
"culturas". La misma constitución inglesa es importante
para él sobre todo porque aseguró el fundamento y la vida de un
gran imperio. Lo demuestran, entre otras cosas, los rápidos esbozos
de historia de las sociedades y de las culturas que aparecen de
tanto en tanto en sus obras. En ellos, lo decisivo en el fondo es el
criterio de la fuerza, el parangón y el contraste con sociedades y
culturas diferentes y opuestas.
Churchill es básicamente
un historiador de la actividad política, un historiador de Estado
como expresión de fuerza, de potencia. La ley por la cual se miden
los Estados es la de su capacidad para alcanzar su objetivo y, por
ende, y en primer lugar, para tomar conciencia de su función. Y de
esta función de los Estados son expresión y medio las grandes
personalidades, las individualidades fuertes concebidas como
protagonistas de la historia. Cuando Churchill esboza el retrato de
estos personajes, sus historias alcanzan mayor dramaticidad. Al
describir el perfil, Churchill se sumerge en una confrontación
directa que a menudo acaba por trascender sus mismas convicciones
políticas, para convertirse en un elemento autónomo de valoración
y de interpretación. De ahí que pueda resultar un retrato limitado
de Cromwell o una revaloración parcial de Jacobo I; pero también
pueda surgir un perfil de Lenin que, como el Mefistófeles de
Goethe, es der Geist der stets verneint (el espíritu
que siempre niega), y constituye probaba el retrato más dramático
que haya hecho un político conservador del protagonista de la
Revolución de Octubre: "Lenin era con respecto a Carlos Marx
lo que Omar era con respecto a Mahoma. Traducía las teorías en
actos; estudiaba los métodos prácticos para aplicar a su época
las teorías marxistas. Él elaboró el plan comunista de campaña;
emitió las órdenes, estableció los lemas, dio la señal y dirigió
el ataque....
Lenin era también
la Venganza... su mente era un instrumento formidable; cuando comenzó
a actuar, le reveló todo el mundo, con su historia, sus. dolores,
mezquindades, simulaciones y, sobre todo, sus injusticias. Iluminó
todos los hechos desde su punto de vista, el más desagradable y el
más excitante. Su inteligencia era notable y en algunos momentos
magnífica: capaz de una comprensión universal, hasta un punto
raramente alcanzado por los hombres. La ejecución de un hermano
mayor hizo desviar esta gran luz blanca a través de un prisma: y el
prisma fue rojo.
"Pero una
fuerza de voluntad no menos excepcional utilizaba y guiaba la mente
de Lenin. Su cuerpo, tosco, cuadrado y vigoroso, no obstante las
enfermedades, era apto para albergar hasta la edad madura esas
fuerzas actuantes e incandescentes.
Antes de que estas
se consumiesen, alcanzó su objetivo, y un millar de años no bastarán
para que se lo olvide. Lenin fue el Gran Renegado: renegaba de todo,
negaba de Dios, del rey, de la patria, la moral, los tratados, las
deudas, las rentas, los intereses, las leyes y las costumbres
seculares, de todo contrato escrito o implícito, de toda la
estructura actual de la sociedad humana. Al final, renegó de sí
mismo; renunció al sistema comunista; confesó su fracaso en
una esfera importantísima. Proclamó la nueva política económica
y reconoció el comercio privado; renegó justamente de aquello por
lo cual había matado a tanta gente, que no le había creído. Y de
aquí, una vez más, a la insurrección de la humanidad. Quizá, en
esta ocasión, se alcance mejor el objetivo, y se pueda hacer morir
a los que está equivocados, no a los que tienen razón."
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