ENSAYOS DE EGIPTOLOGÍA 48

 

 

 

48 - TUTANKHAMÓN,

EL MISTERIO NO DESVELADO

 

por   JORGE ROQUETA

 

 

 

 

 

Es la mañana del 26 de noviembre de 1922.

El sol abrasador, comienza a calentar la atmósfera sobre el desierto egipcio.

Un hombre, combinando sentimientos de ansiedad, emoción y tal vez algo de miedo, ha practicado un orificio en una puerta, dentro de lo que parece ser una tumba real subterránea.

Encendió una vela, y con su mano temblorosa, la acercó al orificio a efectos de verificar la existencia de gases nocivos. Ensanchó la apertura y trató de alumbrar el interior de la cámara. La descripción de lo que vio, ha quedado consignada como uno de los pasajes más dramáticos de la literatura arqueológica:

"Inserté la vela y escudriñé adentro; al principio no pude ver nada, pues el aire cálido que escapaba de la cámara hizo vacilar la llama. Pero enseguida, al acostumbrar la vista a la penumbra, comenzaron poco a poco a surgir de la bruma los detalles del aposento: animales extraños, estatuas y oro.... por todas partes el resplandor del oro. Por un momento, que debió parecer una eternidad a los compañeros que me esperaban, me quedé mudo del asombro, y cuando sin poder resistir mas la duda, me preguntaron ansiosos: "¿Alcanza a ver alguna cosa?", Todo lo que pude responder fue: "Sí.... objetos maravillosos".

De esta forma, quedaba plasmado para la posteridad, el hallazgo arqueológico tal vez mas importante que registra la Historia Universal hasta nuestros días, un joven egiptólogo inglés llamado Howard Carter, descubría la tumba de TUTANKHAMÓN.

El escenario del hecho, es imponente, se trata del Valle de los Reyes. El solo nombre, evoca misterio y aventura, pero difícilmente puede imaginarse un lugar mas remoto, inhóspito, caluroso y solitario. En la antigüedad, como en nuestros días, se llegaba al Valle desde Tebas, hoy, la ciudad de Luxor, situada a orillas del Nilo, 700 kilómetros al sur del Cairo.

Al otro lado del río, en una extensión de 5 o más kilómetros, había una llanura hecha fértil por las inundaciones periódicas.

El punto donde el terreno cultivable se convierte en desierto no ha variado más que unos pocos metros durante miles de años.

Desde ese lugar, el terreno yermo se alza, gradualmente en un principio, y después con un crescendo dinámico hasta rematar en un gran peñón conocido como Deir-el-Bahari. En la base está el Valle de los Reyes.

Para los antiguos egipcios, era esencial que sus cuerpos fueran provistos de todo lo necesario para la otra vida, y que pudieran descansar sin ser molestados en el lugar construido para ello. Los primeros reyes quisieron asegurar esto, edificando sobre sus restos mortales las grandes pirámides, verdaderas montañas de piedra. Intentaban todo cuanto el ingenio pudiese concebir o las riquezas materiales comprar.

Tapaban la entrada con monolitos de granito que pesaban varias toneladas; construían pasajes falsos, inventaban puertas secretas. Mas todo fue en vano, porque en la lucha milenaria entre quienes buscaban ocultar sus tesoros por toda la eternidad y quienes los querían para sí mismos, los primeros, inevitablemente, resultaban vencidos.

Apartándose drásticamente de la tradición, el rey Tutmosis I, uno de los soberanos mas grandes de Egipto, decidió construir una cámara subterránea, totalmente oculta.

Eligió un valle al pie de la gran mole que se levantaba al otro lado del Nilo, frente a Tebas, la ciudad capital.

La versión común del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, sostiene que Carter dio con ella por casualidad. Sucedió exactamente lo contrario. El arqueólogo, preciso y calculador, llevaba ya muchos años pensando casi exclusivamente en él, hasta que finalmente ese pensamiento dio sus frutos.

La Antecámara no era grande; medía unos 3,70 metros por 8, con un techo a unos 2,5 metros de altura. Contra la pared, había apilados muchos objetos valiosos. Todo parecía increíblemente fresco: una escudilla de mortero usado para la argamasa de la puerta, una lámpara que parecía recién extinguida, una huella digital aún visible sobre la superficie pintada, flores extraordinariamente conservadas en el umbral. La intimidad de todo ello, la penetrante sensación de vida que aún persistía en el antiguo aposento, hizo a Carter y sus acompañantes sentirse como intrusos.... y en realidad lo eran.

Resaltados por los rayos de luz de las linternas, algunos objetos infundían cierto y extraño temor a los exploradores. A lo largo del muro occidental, se destacaban tres fantasmagóricos camastros dorados, en cuyos lados había monstruosos animales tallados que proyectaban sombras grotescas. Directamente a la derecha de la entrada se hallaban dos esculturas negras del Monarca, de tamaño natural, una frente a la otra, como centinelas, vestidas con faldillas de oro y empuñando báculos y mazas del mismo metal.

En otro recinto y tras una puerta de ébano, se revelaba un cortinaje de lino, de gasa sutilísima, tan diáfana que parecía formada del propio aire.

Había docenas de rosetas de oro suspendidas de la cortina, cada una del tamaño de una moneda. Carter tocó una de ellas y le cayó en la mano, como si hubiese estado esperando 3200 años para ser arrancada. Apartaron el lino cuidadosamente para revelar las puertas de otro recinto, espléndidamente dorado y cubierto de jeroglíficos, y allí, en el centro, encima de dos grandes argollas de bronce, estaba una soga bien trenzada y enrollada, con un sello de la necrópolis real absolutamente intacto. Apenas traspasada la entrada, casi cerrándola, estaba una escultura de madera negra del dios canino Anubis, tendido sobre un pedestal elevado. Era casi aterrador por su majestuosa belleza, tenía la cabeza erguida, vigilante, y las orejas paradas en actitud de escuchar.

Cuando finalmente se llegó a la Cámara Real, y luego de varias maniobras se abocaron a la tarea de levantar la tapa del ataúd dorado que se había descubierto. Adentro, se encontró un segundo ataúd, cubierto de fino cortinaje de lino y engalanado con flores. La tapa del segundo, al igual que el primero, reproducía al joven faraón en la personificación del dios Osiris. Al levantar la segunda tapa, se presentó una figura humana más, y una vez apartada la tela y el collar de cuentas y flores, apareció a la vista un espectáculo asombroso; la tercer caja, de más de 1,80 metros de longitud, estaba trabajada en oro macizo, de un grosor de 15 milímetros en algunas partes. Así, tras abrir la tapa de este tercer ataúd, se halló la momia del rey, ceñida por un corselete de oro con incrustaciones. Contra el fondo sobrio de los linos, se destacaba resplandeciente, una máscara de oro del faraón, de tamaño natural, que es ciertamente uno de los más hermosos retratos hechos en la Historia de la Humanidad.

Pero en realidad, independiente de la información emanada, descifrada o deducida en base al estudio de los diversos elementos hallados en la tumba, ¿cuánto sabemos de este fascinante Faraón?, hasta hoy, hay una serie de aspectos de su fugaz pero intenso reinado que permanecen en el mas profundo misterio; su llegada al trono, su prematura muerte, los fabulosos oropeles que acompañaban su momia, no son mas que algunas de la interrogantes no descifradas hasta el presente, que han convertido a este Rey, en un hito del estudio de la Egiptología.

Inocentes de la tragedia que les tocó vivir, el faraón Tutankhamón y su esposa Anjesenamón, no fueron mas que dos títeres en manos del poder oculto del clero de Amón; dos marionetas a las que les cortaron los hilos una vez que hubieron cumplido con su misión.

La presencia de Tutankhamón entre el 1361 y 1352 A.C. en la Historia de Egipto, fue tan fugaz como lo puede ser el paso de cualquier cometa visto desde la Tierra.

Acorde con la brevedad de su vida, la importancia real de este monarca, fue también muy exigua, haciendo buenas las palabras de Carter, quien afirmaba que si de un rey niño tan modesto, se encontró una tumba de tal calibre, ¿qué tesoros debían de contener las tumbas de los grandes faraones de Egipto como Tutmosis III, Amenofis III, Seti I, o Ramsés II?

Sin embargo, por la belleza de sus tesoros, hoy vemos a Tutankhamón como uno de los exóticos emblemas de la civilización más enigmática que ha dado el hombre.

Por esas curiosidades de la Historia, de Tutankhamón conservamos prácticamente completo su mobiliario, sus ropas, incluso las más íntimas, sus joyas, sus juegos etc., casi nada es lo que podemos decir del misterioso origen de este faraón, solamente sabemos que nació, murió y fue enterrado.

La aparición de Tutankhamón en la escena de la historia de Egipto, es tan enigmática como otros misterios de esa civilización. De su verdadera procedencia no sabemos absolutamente nada. Como caído del cielo, en un momento dado, empiezan a aparecer menciones a un pequeño príncipe que con el paso del tiempo llega a ser faraón de Egipto. Muy probablemente nació en Tebas, donde debió de ser educado con toda la exquisitez que requiere la corte egipcia. De allí, seguramente fue trasladado a Tell El Amarna, en concreto al palacio septentrional de la bella Nefertiti, esposa de Amenofis IV, Akhenatón, en donde su nombre aparece mencionado con frecuencia en diferentes inscripciones.

Y poco más es lo que sabemos del origen de este príncipe, de quien seguimos ignorando el nombre de sus padres. Las múltiples teorías que se han presentado en este sentido, no dejan de ser meras especulaciones. Y es que las hipótesis de trabajo de los investigadores han ido encaminadas, en la mayoría de los casos, a explicar la sucesión de Akhenatón, más que a intentar buscar una respuesta al intrigante origen de la familia de Tutankhamón.

En este sentido, se ha especulado con la posibilidad de que Tutankhamón, fuera el fruto de la relación entre Akhenatón y una tal Kiya, esposa secundaria de este faraón.

Al haberse casado Tutankhamón con Anjesenamón, serían pues hermanastros, ya que ésta, era la tercer hija de Nefertiti y Akhenatón.

Por el contrario, otra suposición, baraja la posibilidad de que Tutankhamón, fuera realmente hermanastro del propio Akhenatón, al ser el último hijo de Amenofis II y de su esposa Teye. Pero solamente podemos especular teorías indemostrables, ya que no sabemos a ciencia cierta cómo llegó hasta allí el pequeño príncipe.

Lo cierto, es que llegado el año 1361 A.C. Tutankhamón accede al trono, y se convierte con todos los derechos en el nuevo señor de las Dos Tierras, cuando tan solo contaba con 9 años de edad.

No parece caber duda de que su acceso al trono se debió al matrimonio de este faraón con la tercer hija de Nefertiti y Akhenatón, cuyo nombre fue Anjesenamón. Las escenas de este matrimonio, conservadas en la decoración de diferentes muebles descubiertos en la tumba del Faraón Niño, muestran la vida cotidiana de la joven pareja, manteniendo el exquisito estilo de la época de Amarna en el que estos temas adquirieron una relevancia inusitada hasta entonces.

La princesa Anjesenamón, probablemente mucho mas joven que su infante marido, no tuvo tiempo de proporcionar la descendencia necesaria para conservar la doble corona de Egipto. En la llamada Cámara del Tesoro de la tumba de Tutankhamón, el equipo de Howard Carter descubrió, en dos minúsculos sarcófagos de madera, sendas momias de dos fetos femeninos.

Las hipótesis que han intentado explicar tan singular y curioso descubrimiento sin antecedentes en la historia de Egipto, han sido varias, de las cuales se rescata la más creíble o probable.

Al respecto, y por otra parte, seguramente la más lógica, es que estos misteriosos fetos podrían ser dos hijas del púber matrimonio nacidas prematuramente debido a la joven edad de la madre, Anjesenamón.

Fuera como fuese, las razones de eliminar o apartar a tan joven e inexperto matrimonio, se debieron a la necesidad de un viraje político-religioso en la vida egipcia.

El faraón Akhenatón, llamado "El Hereje", y olvidado para siempre en los anales y listas reales de los propios egipcios, propició el desarrollo de una nueva religión, el atonismo, en donde el disco solar, Atón, pasaba a protagonizar absolutamente toda la relevancia de la vida política egipcia en detrimento del dios de Tebas, Amón. El poderoso clero de esta divinidad, molesto por la persecución a la que se veían sometidos sus templos y en especial sus intereses económicos, no tardó en reaccionar, y muy probablemente organizó un pequeño complot para destronar a Akhenatón o, al menos, manipular la sucesión al trono para que en ausencia de un nuevo faraón fuerte, tal el caso de Tutankhamón, recobrar el antiguo poder, ahora perdido.

La presencia de Ay junto a Tutankhamón, el miembro mas destacado del clero de Amón, parece indicar que, quizás contraviniendo los deseos del joven faraón, por entonces llamado Tutankhatón, manipuló cuanto quiso el destino del país volviendo a trasladar la capital a la milenaria Tebas.

El cambio de nombre de Tutankhatón a Tutankhamón, también parece un hecho significativo de la brusca inversión dada en la vida religiosa de la época.

A la muerte de Tutankhamón, cuando tan solo contaba con 18 años, su joven esposa Anjesenamón, debió de darse cuenta, quizás por primera vez, de la manipulación a la que habían sido sometidos ella y su esposo por el clero de Amón.

Así, en un último intento de conservar la doble corona de Egipto y que ésa no pasara a las ensangrentadas manos de Ay, quien más que probablemente tuvo gran responsabilidad en la muerte del joven faraón, la reina Anjesenamón, viendo que no tenía descendencia a la que legar el trono de Egipto, desesperada, escribió una dramática carta al rey de los Hititas pidiéndole un hijo para desposarle y convertirle así en faraón de Egipto: "Mi marido acaba de morir y no tengo hijos: Me dicen que tenéis varios hijos adultos. ¡Enviadme uno: haré de él mi esposo y el rey de Egipto!", decía Anjesenamón en un tono trágico.

El rey hitita, desconfiado y sospechando que realmente se trataba de una trampa contra su reino, prefirió enviar un mensajero que confirmara este relato, mensajero que para la desesperación de la reina, llegó al cabo de un mes. Una vez el rey hitita se convenció de la buena fe de Anjesenamón, envió a uno de sus hijos.

Pero alguien desde Egipto, enterado de las intenciones de la reina, mandó asaltar la caravana que escoltaba al príncipe hitita y asesinar a éste.

En este apartado, la carta menciona que este hecho, supuso el comienzo de una guerra entre Egipto y el país de Hatti, guerra de la que sin embargo, no se tiene constancia histórica.

Al fin y al cabo, fueron los setenta días más largos de la vida de Anjesenamón, el tiempo que duraba la momificación de su esposo, durante el cual podía conservar la doble corona de Egipto. Esta carta de la que se conserva una copia descubierta en el archivo de Bogazköy, fue escrita en letra cuneiforme, la escritura utilizada por la diplomacia de la época.

Sin embargo, de nada valió el último esfuerzo de Anjesenamón. Los setenta días pasaron rápidamente y el nuevo faraón fue el sacerdote Ay. Curiosamente de la joven reina no se volvió a saber nada.

El 11 de noviembre de 1923, unos días después de celebrar el primer aniversario del descubrimiento de la tumba, se procedió a la apertura del último sarcófago, el que contenía la momia, en el laboratorio instalado en la tumba de Seti I. A las diez menos cuarto de la mañana, allí estaban, junto a Carter y otros miembros del equipo, el doctor Douglas Derry, profesor de Anatomía de la Universidad del Cairo, y el doctor Saleh Bey Hamdi de Alejandría. A medida que fueron retirándose las amarillentas vendas de lino de la momia, aparecieron mas de 140 objetos de oro: amuletos, pectorales, diademas, joyas de todo tipo, y un curioso puñal de hierro de procedencia hitita, el primer ejemplo conocido de ese metal en Egipto. El informe del doctor británico Douglas Derry, llamaba la atención sobre el carbonizado estado de la momia que, según él, era debido a lo precipitado de la momificación y a un abuso desmedido de los ungüentos dedicados a tal fin, que acabaron quemando la piel del faraón. Todas y cada una de las partes de la momia, se fotografiaron por separado y una vez finalizado su estudio, el cadáver fue devuelto a su sarcófago original, una pieza espléndida de oro macizo que se conserva en la actualidad en la propia tumba en el Valle de los Reyes.

Hasta 1968 no se volvió a realizar otro estudio sobre la momia de Tutankhamón. En esta ocasión, el doctor Harrison, de la Universidad de Liverpool, fue el promotor de un estudio realizado destinado a esclarecer las posibles causas de la muerte del Faraón Niño.

Fue entonces cuando se conoció el mal estado de la momia y sobre todo, el pésimo trato recibido por parte del equipo de Carter en 1923. El cuerpo de Tutankhamón, apareció totalmente desmembrado, faltándole trozos de piel en la cabeza y en el tórax.

Al día de hoy, la momia de Tutankhamón es una auténtica piltrafa humana, pero lo más llamativo de todo, es la desaparición de varias parte del cuerpo como la oreja izquierda y el pene.

A sabiendas de que éstos existían cuando Carter realizó las fotografías de la momia hace tantos años, no hay explicación al respecto.

Jamás se descubrieron papiros o documentos que explicaran el misterio de la muerte a tan temprana edad. Tal vez, en algún lugar inesperado, escondido en el Valle de los Reyes, es posible que surjan nuevas revelaciones; hasta entonces, siempre habrá dudas e interrogantes. Velado en el silencio, rodeado de misterio profundo, Tutankhamón, ha asegurado para sí, una fascinación más firme que la mayoría de los soberanos de la antigüedad. Y ha conseguido una victoria final: una vida en el más allá prolongada y segura.

Sus confiadas palabras, grabadas sobre el último santuario que rodeaba su gran sarcófago, resuenan con la verdad : "He visto el ayer: conozco el mañana".

 

 

 

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