55 - LOS NIÑOS EN EL ANTIGUO EGIPTO
por SUSANA
ROMERO
Existe una
extendida creencia acerca de que en las sociedades arcaicas no se preocupaban
ni daban gran importancia a los niños, por no ser estos considerados “persona”
hasta pasados algunos años. Por el contrario, basados en los testimonios llegados hasta nuestros días, pensamos que
- al menos el egipcio de los tiempos farraónicos - fue muy amante de los niños y
de las familias numerosas, amén de
tener depositadas en la niñez todas sus expectativas de superación como
sociedad.
La familia era la
célula básica de esta comunidad, de la cual sus miembros se sentían muy
orgullosos; la familia mítica de Osiris, su esposa Isis y el hijo Horus, era el
ejemplo paradigmático al que debían adecuarse todas los egipcios. Estaba
conformada por el marido y una esposa legítima, la cual era la madre de sus
herederos; los señores que tenían suficientes medios para mantenerlo podían
tener un harén, pero en general los
hombres eran monógamos, y padre, madre e hijos formaban una familia unida.
Pintores y
escultores han dejado retratos que testimonian el tipo de relaciones familiares
corrientes en esta cultura, como cuando nos muestran al padre y a la madre
tomados de la mano o de la cintura, rodeados por sus hijos. En algunas escenas de la vida cotidiana
podemos observar a un señor visitando sus feudos para controlar las labores y a
los servidores trayendo un asiento para el padre de familia, al que luego
rodearan sus niños.[1] Fuere cual fuere la tarea que éste desempeñara, pescar en el río, cazar aves o rendir
homenaje a alguna deidad, lo hacía acompañado de su familia. Se puede ver a un
pastor con su rebaño seguido por un hijo que le alcanza un jarro de agua para
saciar su sed, o a hijos de artesanos
rondando su taller, tratando de encontrar la manera de ser útiles al padre.
En el período
amarniano, se hizo habitual el demostrar públicamente los afectos
familiares, por eso de esta época
datan representaciones de la reina sentada en las rodillas del
monarca, o de ambos monarcas besando tiernamente a sus hijas, quienes a su vez
les acarician con sus manitos. Sabemos que Akhenatón y Nefertiti viajaban
siempre acompañados de ellas y cuando permanecían en palacio gozaban de su
compañía, tanto durante las ceremonias oficiales como en los momentos de
descanso y privacidad; también podemos verlas en brazos de sus padres mostrando
libremente su afecto. Este nuevo estilo naturalista no duró más allá de este
período, ya que a su fin se retomó la antigua línea de formas severas en el
arte; la ruptura con la dureza tradicional se había debido al cambio religioso,
con el que estaba estrechamente relacionada, y por lo tanto no pudo sobrevivir
a un regreso a la ortodoxia.
Ramsés II estaba
muy orgulloso de sus hijos, nada menos que
ciento sesenta. Estrabón comenta
con asombro que los egipcios aceptaban y criaban a todos los niños que les
nacieran, lo que resultaba en familias notablemente numerosas. El tener
abundante prole era importante para este pueblo debido a que su sistema social
se apoyaba en el soporte de los hijos en la vejez de los padres, y aunque todos
eran bienvenidos, se deseaba siempre tener un hijo varón, dada la importancia
del varón en las tradiciones antiguas para mantener vivo el nombre del padre,
ocuparse de su tumba y prestarle el
culto funerario necesario para la vida en el más allá.[2]
También una prole
numerosa era necesaria si querían reproducirse, ya que sólo un bajo porcentaje
de niños nacidos sobrevivía: aproximadamente un veinte por ciento en una
población que se calcula en uno a un millón y medio de habitantes durante el
Reino Antiguo.[3] Quienes no
podían tenerlos buscaban soluciones mágicas, como el hacer ofrendas votivas a
Hathor, la ayuda de los conjuros
propiciatorios, o en el peor de los casos, el divorcio o el repudio por
infertilidad de la esposa. Como se consideraba que el padre tenía una
participación más importante en la concepción que la mujer - se lo relacionaba
con la tierra - la fertilidad en sí era
una responsabilidad masculina. Hay
evidencias de que algunas parejas adoptaban niños, como leemos en un ostracón del Reino Nuevo: “En cuanto al
que no puede tener hijos, adopta a un huérfano y lo cría”.[4]
De acuerdo a la
evidencia arqueológica, pareciera que efectivamente el varón era considerado
más importante que la mujer ya que las
figurillas de barro representando un lecho y una madre con su hijo siempre nos
muestran a un niño varón. También era creencia corriente que la leche de una mujer que hubiera dado a
luz a un niño tenía una potencia especial
y esta preferencia ha hecho que en general se conozca más acerca de la
vida de los niños, dd, que de las niñas, ddt.
Embarazo y nacimiento del niño.
La mujer embarazada se protegía a sí misma y a su hijo por
medio de amuletos varios, como los llamados “marfiles mágicos”, hojas de marfil
curvadas con las que se formaba una especie de red que evitaba las probables
infecciones uterinas. Otra forma de
protección era el recitado de textos que aseguraran la vida del feto, o las
infaltables representaciones de Bes y Taweret, divinidades protectoras de
mujeres y niños. Pero para el momento del parto era necesario invocar a Khnum,
el dios alfarero y dios de los nacimientos.[5]
Se realizaban
pruebas para comprobar el embarazo y para conocer el sexo del futuro vástago;
una de ellas consistía en regar con la orina de la futura madre semillas de
cebada y de trigo: si la cebada germinaba indicaba que el hijo sería varón; si
germinaba el trigo, nacería una niña, y si no germinaba ninguno, significaba
que la mujer no estaba embarazada.[6]
Las antiguas
egipcias daban a luz de diversas formas: sentadas en un asiento adecuado,
arrodilladas, o en cuclillas sobre una estera; en el último caso lo hacían
sobre cuatro ladrillos rituales o meskhenet que simbolizaban la obra del
alfarero Khnum. Estos acompañarían al
individuo hasta la tumba, ya que serían
colocados en la cámara funeraria para seguir protegiéndolo. Algunas representaciones
muestran a mujeres arrodilladas sobre los mismos o sentadas y ayudadas por
otras, en el trance de dar a luz. Hace poco
tiempo en Abydos, se encontró una silla diseñada para facilitar los partos hecha de ladrillos con un orificio en el
medio.[7] Hallada en la que fue la casa del gobernador
y datada como proveniente de la Dinastía XII, se supone perteneció a Arnessent
- nombre que está escrito en esta pieza - esposa del gobernador de Abydos
durante el reinado de Sesostris III. El asiento se encuentra recubierto de
figuras de la diosa Hathor y de una mujer sosteniendo a su niño recién nacido.
El Papiro Médico
Leiden hace referencia a la experiencia de dar a luz y a los hechizos
necesarios para calmar los dolores de la madre, la angustia del padre y
esparcir el líquido amniótico, como también facilitar la salida de la placenta,
que se guardaba para utilizarla como cauterizante; como se consideraba que
tanto ésta como el cordón umbilical estaban cargados de todo el poder mágico de
una nueva vida, en muchos casos
se los enterraba junto a materiales utilizados durante el parto.
Aunque se carece de
datos concretos, se supone que llegado el momento del nacimiento la parturienta
se retiraba a un pabellón especial, aislado de los hombres de la casa. El parto
era un acontecimiento de gran alegría y era presenciado por numerosa
concurrencia y pensamos que dada la cantidad de personas que habitaban juntas,
tanto familiares como personal de servicio, nuestra noción de privacidad allí
no existía. Luego del mismo, la madre debía guardar catorce días de
purificaciones en un lugar recluido, y entonces ocuparse del recién nacido
dándole el pecho si le era posible. En el caso de la Gran Esposa, tanto para
dar a luz como para los ritos posteriores al alumbramiento, se retiraba al
harén en donde nacerían los hijos
reales y luego las nodrizas escogidas entre damas de la nobleza y los generales
retirados de la vida militar y devenidos en preceptores, se ocuparían de la
crianza y educación de los pequeños. [8]
La alegría del
nacimiento se veía opacada por las preocupaciones ocasionadas por el temor a
una muerte prematura, aunque había remedios y una buena recopilación de
conjuros para cualquiera de las dolencias que podían sobrevenir a la madre o al
hijo. El Papiro Ebers también nos informa sobre el significado de ciertos
síntomas, como era que si un niño emitía un sonido similar a “ni” seguramente
viviría, pero si decía “mebi” no había esperanzas. [9]
En relación al futuro de sus hijos los padres consultaban a las Hathors,
un grupo de siete divinidades que profetizaban la manera - más no la fecha - en
que moriría un recién nacido. La fecha permanecía oculta a la familia, por lo
que la vida del niño se convertiría en una sucesión de cuidados obsesivos para
evitar el mal anunciado, el que de todas maneras sería ineludible, como lo
prueba el caso de la mujer de Bata, en el Papiro Harris, quién murió de una
puñalada, tal como había sido profetizado.[10]
También existían los días buenos y los días malos, factor éste que tenía gran
influencia en la suerte del recién nacido; para conocer sobre este asunto, se
usaba una especie de manual que
contenía las predicciones para cada día del año y para cada parte del día,
llamado Calendario de El Cairo. Al respecto Herodoto comentaba: “Los egipcios,
además de otras invenciones, enseñaron varios puntos de astrología; qué mes y
qué día, por ejemplo, era apropiado a cada uno de los dioses, cuál sea el hado
de cada particular, qué conducta seguirá, qué suerte y qué fin espera al que
hubiese nacido en tal día o con tal ascendiente; doctrinas de que los poetas
griegos se han valido en sus versos.” [11]
La niñez debió ser
efectivamente una época de grandes peligros, a juzgar por la cantidad de
objetos apotropaicos, figurillas y hechizos destinados a proteger la vida del
infante. Se usaban collares, talismanes y castañuelas de marfil para este fin,
siempre portando las imágenes de Bes y Taweret como deidades protectoras y de
la diosa Hathor. Un papiro instruye sobre cómo hacer un amuleto pronunciando un
conjuro sobre cuentas de oro y granate, y a colgar del cuello de los pequeños
un sello con la imagen de un cocodrilo y una mano. [12]
También las fuerzas hostiles y los demonios eran ahuyentados con música, la que
se ejecutaba con címbalos y castañuelas y al son de la cual se bailaba. Nada
era demasiado para asegurar el bienestar de un hijo.
Sin duda que dada
la cantidad de información encontrada en templos y tumbas, y por otro lado la
carencia de documentación acerca de la vida del pueblo, bien podemos decir que
la historia egipcia se escribió desde la perspectiva de una elite, usando las
fuentes que dejaron los faraones, sus familias u oficiales. Por este motivo, es
importante tener en cuenta los trabajos comenzados en Deir el Medinah por Bernard Bruyère[13]
durante la primera mitad del siglo XX
en los restos del poblado en donde vivieron, trabajaron y murieron todas
las personas vinculadas a la construcción de las tumbas del Valle de los Reyes
a partir de la Dinastía XVIII. Este material nos permite tener una más amplia
visión acerca de la vida de aquellos que no conformaban la elite del Reino
Nuevo, y en nuestro caso particular, la de los niños.
En dicho
asentamiento y en las primeras habitaciones de las viviendas, se han encontrado
representaciones murales de mujeres amamantando a sus bebés recostadas en el
lecho o sentadas en banquitos, como también abundantes figuras relativas a la
sexualidad. Este fenómeno se ha encontrado asimismo en El Amarna, donde también
se ven numerosas representaciones de Bes y Taweret y algunos altares
domésticos. Hay numerosas figurillas de barro de lechos con una madre y un
niño, con unos exóticos peinados o pelucas que posiblemente marquen el final
del período de aislamiento de madre e hijo.[14]
Los estudios
realizados en Deir el Medinah permiten concluir que cada madre de familia daba
a luz a numerosos hijos, en muchos casos hasta diez, a los que criaban a veces
con ayuda de servicio y otras no, mientras los maridos que trabajaban en la
construcción de las tumbas permanecían ausentes durante días.
Tan pronto nacía un
heredero se elegía un nombre, ren, decisión muy importante ya que sin nombre el
individuo no existía. El nombre era parte constitutiva de la persona, como lo
era el cuerpo, y al igual que éste era susceptible de ser dañado, por lo que en
casos no se lo daba a conocer. Se formaba con las palabras que pronunciaba la
madre durante el parto y lo llamaban
“nombre de la madre”, ya que ésta había dado a luz al mismo tiempo al niño y a
su nombre. Aparte del primero podía recibir otros; en el caso de un futuro rey el niño ya había sido nombrado en el
momento de la teogamia (unión del dios y la mujer). Los apellidos no existían
en Egipto y a los padres les gustaba poner al niño bajo la protección de alguna
deidad, para lo cual incluían el nombre de la misma en la frase que elegían
para llamar a su hijo, como fueron
Ptahhotep en honor a Ptah,
Ramsés honrando a Ra, Amenhotep en honor a Amón, etc.
El siguiente paso
era registrar al recién nacido en la Casa de la Vida, lugar de estudios teológicos y científicos, donde había escribas
aptos para efectuar los trámites relacionados con los nacimientos, casamientos
y muertes. También era allí adonde se llevaba a los recién nacidos para que se
confeccionara su horóscopo, con todas las advertencias que se debían tomar para
evitarle las consabidas desgracias.
Hasta los tres años
los niños eran alimentados con la leche materna; la alimentación del niño era
motivo de gran preocupación, por lo que si la madre no tenía suficiente, se buscaba una nodriza que la
supliera. Dentro de la nobleza no
siempre los amamantaban ellas mismas sino que recurrían a tal nodriza, la que
se elegía entre personas de alto rango y
que recibía el título de “Gran
Niñera”. Hay muestras del afecto que sintieron estos niños de la realeza por
sus niñeras; Amenofis II siempre correspondió al cuidado de la suya y se dice
que siendo rey la seguía visitando y sentándose en sus rodillas como lo había
hecho en su infancia. [15]
La leche materna
era la mejor protección para la salud de los infantes dada la cantidad de
enfermedades gastrointestinales que ocurrían a causa de las deficientes
condiciones sanitarias y que eran fatales para los menores. Según lo aconseja
“La Sabiduría de Aní”[16],
la lactancia debía durar un período de tres años, edad en que podían comenzar a
comer sólidos; esta espera permitía que cuando los niños comenzaran a ingerir
otros alimentos ya estuviesen suficientemente crecidos y fortalecidos. De todas
maneras los hallazgos realizados en cementerios, nos prueban que la mayor
mortalidad se producía a la edad de cuatro años o sea cuando el niño había
abandonado la lactancia.[17]
Se han encontrado
numerosos recipientes en forma de mujer con los pechos destacados, que se
piensa servían para conservar la leche materna, ya que la capacidad de los
mismos es la misma que lo producido por una mujer. L. Meskell considera
probable que hayan servido para testimoniar la importancia de este alimento y
la utilidad de la leche humana para las recetas médico-mágicas.
Las madres del
pueblo llevaban a los bebés envueltos en una pañoleta que colgaban del cuello y
les dejaba las manos libres para sus numerosas actividades. En verano los
pequeños andaban desnudos, solo ataviados con una perla color turquesa que los
protegía contra el mal de ojo y que llevaban colgando del cuello. Sabemos que
Diodoro pensaba que no era costoso mantener muchos niños, ya que no necesitaban
ropas, apenas adornados con un collar los varones y una faja las niñas,
alimentándose de frutos y raíces crudas o cocidas.[18]
Pero a partir de la pubertad necesitaban andar vestidos, y en un día que
marcaba un hito en sus vidas, les eran entregadas las ropas, que consistían en
un vestido de lino fino blanco para las niñas y un taparrabos y cinturón para
los varones, evento éste que marcaba el comienzo de una nueva etapa. También
era el momento de la circuncisión de los varones, la que aparentemente no
estaba totalmente generalizada y se hacía por razones de higiene y no
religiosas. [19] Entre las
clases pudientes significaba el inicio de la vida escolar, mientras los hijos
de artesanos o campesinos empezaban a ayudar a los padres en sus tareas
específicas.
Amaban la
naturaleza y la vida al aire libre, por lo que las casas de los nobles estaban
siempre rodeadas de un jardín donde crecían palmeras e higueras y a menudo había un estanque en el que nadaban
peces. En este ámbito jugaban los niños a la pelota y las niñas con sus
muñecas; también lo hacían libremente con los animales domésticos: gatos,
perros, pájaros, ocas y patos. Creemos que la mayoría de los juguetes eran
objetos domésticos desechados, pero se han encontrado unos animales hechos en
madera y con ruedas, que debieron de ser juguetes, y unas pequeñas carrozas de
barro cocido del estilo de las usadas por el faraón. De la Época Baja datan
unas muñecas de madera, provistas de brazos movibles. Los niños de las clases altas o nobleza, a edad adecuada debían aprender
a nadar, la que era considerada una actividad masculina. Niños de ambos
sexos practicaban ejercicios físicos y compartían clases de acrobacia que los
preparaban para las exhibiciones rituales de los panegíricos o de los actos
funerarios. [20] También se
jugaba mucho a la pelota.
En el informe acerca de su excavación en la
tumba de Tutankhamón, Howard Carter cuenta que en la habitación anexa, entre
múltiples cosas revueltas, descubrió un baúl sólidamente construido, cuyo
contenido “nos dice bastante acerca de las ocupaciones y diversiones de los
niños en el Imperio Nuevo egipcio”[21]. Menciona varios tableros de juego hechos de
marfil, hondas para arrojar piedras, brazaletes de arquero de cuero para
proteger la muñeca al tirar el arco y “juguetes mecánicos” que no describe.
También encontró útiles de caza y pesca y un equipo para encender fuego que
según el autor, eran elementos relacionados con la virilidad y no podían faltar
en el ajuar de un varón. En cuanto a las hondas, señala Carter que en esta
época – Dinastía XVIII - ya habían evolucionado de las primitivas hechas de
cuero a unas hondas de hilo trenzado, que formaban una suerte de bolsa que
contenía la piedra. Cuenta que los tableros de juego eran varios y de tres
tamaños: pequeños, medianos y grandes; los primeros de bolsillo y los últimos
para jugar en la casa, ya que era éste un pasatiempo de la vida cotidiana y de
todas las edades. Cada tablero de divide en treinta cuadrados iguales,
dispuestos en tres filas de diez cuadros cada una en sentido longitudinal; se
jugaba con diez fichas blancas y negras. Este entretenimiento es el llamado senet, palabra que significa pasaje o tránsito, y
se jugó en Egipto desde época predinástica hasta la grecorromana por todas las
clases sociales.
La crianza y la
educación eran los medios de los que se disponía para formar al niño según las
normas del Antiguo Egipto. El objetivo era un ser social, un individuo acorde a
Maat, tal como lo enseñaba la Literatura Sapiencial; se adoctrinaba al niño
para que aceptara y adoptara los valores morales de esta sociedad y de la clase
a la que pertenecía. Se consideraba que la educación moldeaba a un individuo y
lo convertía en un hombre, en un ser sociable, en una persona que dominaba sus
instintos y era responsable de llevar una vida ordenada. [22]
Las antiguas
palabras usadas para “educación” derivaban de sb3 cuyo significado básico era
enseñar, aprender o instruir. Los
egipcios creían que la virtud podía ser enseñada, que todo se podía aprender,
desde la vocación hasta el vivir acorde
con Maat, siempre y cuando el niño supiera “escuchar” o sdm, palabra clave de la transmisión y
comunicación de todo conocimiento. Estaban convencidos de que la ignorancia era
la causa de la mayoría de los males, por lo que en ella como en ninguna otra
sociedad se tuvo en gran estima a las enseñanzas, al punto que, mientras los
artistas vivieron y murieron en el anonimato, los sabios consejeros nos son
bien conocidos. En casos se trata de padres que aconsejan a sus hijos o de
maestros que lo hacen con sus discípulos.
La escuela de éstos era algo muy diferente
de lo que nosotros entendemos como tal; carecían de maestros profesionales y la
escritura y el cálculo se aprendían en los centros de escritura, en los grandes
centros administrativos o en las Casas de la Vida de los templos.[23] Los niños más pequeños recibían las
lecciones en grupos hasta adquirir conocimientos básicos; la
remuneración de los maestros consistía en una ración diaria de tres panes y dos
jarras de cerveza, que habitualmente llevaba la madre del alumno al maestro.
Dada la necesidad
de escribas bien capacitados para llevar registro de las numerosas actividades
relacionadas con el gobierno y la administración, se establecieron escuelas
para la educación de los niños que pensaban seguir este oficio: a partir de los
cuatro años comenzaba la instrucción de aquellos que estaban destinados a ser
funcionarios, siendo el primer paso el lograr el grado de escriba o sesh, lo
cual no era muy habitual en las niñas, pero que según algunos autores también
las había. Desroches Noblecourt opina que
las hijas de los nobles podían asistir a la escuela de Palacio junto a los
niños de la casa real y nos cuenta el caso de la princesa Idut – Reino Antiguo
– representada en su capilla funeraria de Sakkara con el material de escriba.[24]
El método utilizado
para la enseñanza era copiar hasta memorizarlos,
ricos textos literarios, con los que no solamente se aprendía a leer y escribir
sino que también se obtenía la sabiduría contenida en lo que se copiaba. Esto
resultaba en la adquisición por parte del alumno de las aptitudes normativas de
la sociedad egipcia, las que hacían que un aprendiz de escriba se transformara
en un individuo educado y de rectos principios. Podemos afirmar que la
literatura poseía un valor formativo.
Como dijimos anteriormente, en Palacio
había una escuela para la educación de los niños de la realeza, pero a ella
también podían concurrir los hijos de los nobles, al menos así fue hasta el
Reino Medio. A partir de esta época, éstos comenzaron a asistir al mismo centro
educativo que los hijos de gobernantes extranjeros, quienes buscaban la alta
calidad del conocimiento egipcio en lo que atañía a conceptos morales y calidad
de vida. Esta institución se llamaba kap y se sabe de muchos nubios que
acudieron a ella en pos de la preparación y los conocimientos egipcios.[25]
La vida del
estudiante de escriba era exigida; la disciplina era estricta y se aplicaban
castigos corporales en caso de mala conducta. El aprendizaje era duro, ya que
los maestros confiaban en el dicho “el oído de un joven está en su espalda y
oye cuando se le pega” sacrificio éste que tenía la ventaja práctica de
permitir a un niño ascender de clase social.[26]
Al respecto podemos leer en la “Sátira de los Oficios”:
“He aquí que no existe ocupación
sin amo,
salvo la de escriba. Él es su
propio amo.
Por eso, si sabes escribir,
sacarás de ello más beneficio
que de todas las ocupaciones que
te he indicado antes”.[27]
Era necesario que
se iniciaran en la compleja escritura jeroglífica conociendo los signos, su
pronunciación y significado, amén de las dificultades de la gramática. Luego
aprendían a escribir en hierático, el que practicaban leyendo y copiando los
textos clásicos, los libros sapienciales, los mitos y los cuentos populares.
Cada copia llevaba la fecha en que se hacía. Una vez que los niños dominaban
las letras, que eran escribas, comenzaba el estudio de las matemáticas. Cuando
el niño ya escribía bien, se le adjudicaba un tutor, quién lo introducía poco a
poco en el ámbito profesional.
Los estudios
realizados durante el relevamiento de Deir-el-Medinah permiten suponer que los
niños que allí habitaron durante el Reino Nuevo asistían a las escuelas, aunque
probablemente lo hiciera sólo un bajo porcentaje de ellos y varones en su
mayoría. Se cree había escuelas de escriba pero no se sabe dónde, aunque se
supone funcionaron en el Ramesseum y en el Templo de Mut. Los textos literarios
del Reino Medio eran copiados por los alumnos bajo la supervisión de un tutor.
L. Meskell [28] piensa que
había distintos grados de literalidad: quienes leían pero no escribían o los que
podían dibujar ciertos signos pero no todos; es probable que las mujeres y los
artesanos se encontraran entre estos últimos.
En el sitio mencionado, solo el catorce por ciento de las cartas
encontradas fueron dirigidas a/o provenientes de mujeres.
En cuanto a las
niñas, seguramente debían familiarizarse con las nociones correspondientes al
cuidado de la casa y de los pequeños; hay evidencias de que en esta época
algunas mujeres sabían leer, pero eran las de una elite. Las niñas de clases
más bajas seguramente debían contentarse con hilar, tejer y cocinar,
actividades que contribuían al mantenimiento de un hogar. Por su parte los
niños que no pertenecían a la elite, comenzaban a trabajar desde muy corta
edad; se encontraron huellas de dedos de manos muy pequeñas en los restos de
arcilla que se empleaban en la construcción de las tumbas. La misma
investigadora antes citada opina que no existía el concepto de una niñez
despreocupada sin más obligaciones que jugar, que esto es un invento occidental
moderno; en esa sociedad y época los hijos debían seguir el ejemplo del padre
tan pronto podían hacerlo, y si éste era bien remunerado, cuanto antes mejor,
como era el caso de los escribas y artesanos especializados.[29]
Pero también lo hacían los pescadores, constructores, talladores, y los
artesanos en general.
Se tenían muy
claras las obligaciones de los padres hacia los niños: cobijo, manutención,
cuidado de la salud, educación escolar o el proveerlos de un oficio. Tenían
también que otorgarles un nombre que los identificara. Los segundos por su
parte, debían respeto y obediencia a sus progenitores y ya adultos, debían
proveer a las necesidades de éstos en la ancianidad, y a la muerte ocuparse del
mantenimiento de la tumba y de celebrar
todos los rituales funerarios que fueren necesarios. El afecto y respeto por
los padres eran muy apreciados dentro de esta sociedad. “Yo era uno amado por
su padre, elogiado por su madre…” es una de las afirmaciones que habitualmente
se encuentran en las tumbas. La Literatura Sapiencial se ha ocupado en
enfatizar la deuda de un hijo hacia la madre que lo cuidó y alimentó; al
respecto Aní predica en estos versos:
“Devuélvele a tu madre el doble
del pan que ella te dio
Y llévala como ella te llevó.
Fuiste para ella una fatigosa y
pesada carga.
Ella no se desentendió cuando
llegaste a tu fin.
Su nuca te llevó.
Sus senos estuvieron en tu boca
durante tres años.
No se disgustó de tu suciedad
Y no se desanimó diciendo: ¿Y
ahora qué hago?[30]
Los hijos
extramatrimoniales no tenían las mismas prerrogativas que los nacidos dentro
del matrimonio. En caso de hijos de concubinas, si el padre quedaba viudo de su
legítima esposa, la madre podía casarse con él y legalizar la relación de
ambos.
Dentro de la
realeza, la madre tenía un rol de gran importancia junto a su hijo ya que debía
cuidarlo y protegerlo de niño, ocuparse que recibiera la correcta educación
durante la juventud, y en caso de que el padre muriera, ésta debía encargarse
de la regencia de facto. A la vez, a su muerte, el hijo debía ocuparse de
proveerla con todos los ritos mortuorios necesarios para la eternidad y, en
general, eran inhumadas en sepulturas suntuosamente adornadas, como fue el caso
de la reina Hetepheres, esposa de Sneferu, a quien su hijo Keops proporcionó un
deslumbrante ajuar funerario.
A fines de la Dinastía III, sino antes, ya
había propiedad privada: los esposos poseían cada uno sus bienes y los hijos -
varones y mujeres por igual - heredaban a los padres. La esposa recibía una
porción mayor que la de los primeros y poseía independencia económica y
jurídica. En este período la familia se reducía a padre, madre e hijos; no hay
menciones de otros miembros. [31]Los
vástagos ya fueran varones o mujeres poseían los mismos derechos sucesorios, no
se privilegiaba al varón. En cuanto al culto funerario, a falta de un hijo
varón podían celebrarlo las hijas mujeres. Todos heredaban por partes iguales,
a menos que un testamento determinara lo contrario; se conocen casos en que se
favoreció a un hijo en particular, y a la inversa, nos ha llegado el testimonio
de una modesta madre de Deir el Medinah llamada Naunakhte, que desheredó a
cuatro de sus hijos por no haberla atendido como correspondía. [32]
Pero durante el reinado de Pepi II hubo un
gran cambio: se introdujo el derecho de primogenitura, al principio por
testamento o contrato, para luego tornarse obligatorio.
En el Reino Nuevo se retoma el sistema de
reparto equitativo, el que más tarde será reemplazado por el de mayorazgo con
la Dinastía XXIII, y volverá a caer en desuso con la revalorización del
individualismo en la Dinastía XXV.[33]
Aproximadamente al
llegar a la edad de 12 años las niñas y 16 años los varones, era usual que se
casaran; éste no era más que un contrato social para regular la propiedad, que
carecía de toda connotación religiosa. Las palabras para casamiento eran meni, “amarrar” y grg pr, “fundar una casa”.
Según dicen los textos, los novios ofrecían un obsequio a la familia de la
novia. El divorcio no era frecuente pero ocurría, y las razones para pedirlo
eran adulterio, infertilidad o
incompatibilidad. Se sabe que se establecían sanciones financieras para reparar
el dolor causado; de lo que no tenemos información es acerca del destino de los
hijos de estas parejas, aunque suponemos los más pequeños se quedarían con la
madre.[34]
Mucho se ha dicho
acerca de que en el antiguo Egipto los niños se casaban entre hermanos; esto se
debió probablemente al empleo del mismo término sn o snt para referirse tanto al hermano o
hermana, como al esposo o esposa, tan
empleados en la poesía amatoria del Reino Nuevo. Se sabe que los matrimonios
entre primos o entre tíos y sobrinos eran habituales, pero no dentro del núcleo
familiar básico: padres-hijos. Jaroslav Cerny investigó 490 matrimonios
celebrados entre el Primer Período Intermedio y la Dinastía XVIII, y encontró
solamente dos casos de casamientos entre hermanos. Sin embargo, debemos aclarar
que las cosas eran muy distintas entre la realeza, ya que siendo el faraón el
dios encarnado y teniendo que preservar la estirpe divina, debía hacerlo con
una hija real, por lo que se vieron compelidos a casarse entre ellos, siguiendo
el ejemplo mitológico de Isis y Osiris.
Así como el parto
era un momento de riesgo para la madre, también el niño pasaba en él sus horas
más arduas. Sobrevivir a la infancia era difícil, ya que la mayoría de las
muertes ocurrían en los primeros días de vida, decreciendo el peligro con los
meses y luego con el primer año de
edad; abundaban los casos de infecciones digestivas, anemia y mala
alimentación, lo que sumado a la falta de higiene, hacía dificultosa la
supervivencia de los recién nacidos. Los numerosos enterramientos infantiles
que se han encontrado parecen indicar que solo un pequeño porcentaje de ellos llegaba a la edad madura.
Las
investigaciones realizadas en Deir el
Medinah aportan abundante información
acerca del ritual que seguía al deceso de un niño y el tipo y forma de
enterramiento, además del dato de que en algunas casas de este sitio se han
encontrado enterramientos infantiles debajo de la habitación en que se reunía
la familia.[35] En la necrópolis del lugar, se ha podido
identificar una suerte de estratigrafía según las edades: en la colina en que
se encuentra el cementerio Este (el de los niños) los adolescentes están
colocados en la parte superior y los
más pequeñitos en la ladera más baja. Aquí es donde B. Bruyère[36]
encontró restos de niños, fetos y placentas envueltos en lino y colocados ya
fuere en canastos, en ánforas de cerámica, en cajas o en sarcófagos, y rodeados de platos de comida como ofrenda
funeraria. Las cajas que se utilizaban eran de uso común, que luego se
destinaban a este fin. Algunos adornos acompañaban a estos niños al más allá:
collares, pulseras de cerámica y
escarabajos; muchos de ellos fueron encontrados con la cabeza afeitada y el
tradicional rizo a un costado.
En algunos casos se
han encontrado niños enterrados en sarcófagos bastante elaborados, algunos
incluso antropoides, con el cuerpo rodeado de un ajuar funerario. A partir de
la Dinastía XIX, los pequeños y adolescentes comenzaron a ser enterrados en la
tumba familiar, por lo que participaban de los beneficios mágicos de las
pinturas y objetos depositados en ellas.
Así como a los
nacimientos múltiples se les acordaba gran importancia, el fallecimiento de
estos era algo significativo. Se han encontrado enterramientos de mellizos en
que los cuerpos fueron reemplazados por estatuas de madera envueltas en lienzos
y acompañadas por ofrendas, lo que supone una sustitución con fines mágicos.
Todo lo antedicho
parece probar que los niños egipcios eran realmente considerados “personas”,
merecedoras de los mismos cuidados, respeto y rituales que sus mayores, y que
como tales eran tratados al finalizar su pasaje por este mundo.
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[1] Montet,P: “Everyday Life in Ancient Egypt”, Cap.III.
[2] Montet,P, op. cit pag 55 y ss.
[3] Baynes,J en Meskell, L: “Private Life in New Kingdom
Egipt”, pag.12
[4] Brewer & Teeter :”Egypt and the Egyptians”,
pag.99
[5] Meskell,L: “Private Life in New Kingdom Egypt”, p.71
[6] Brewer & Teeter: “Egypt and the Egyptians”, Cap.
VII.
[7] “Independent on line”. Mayo 26, 2002.
[8]
D.Noblecourt: “La mujer en tiempos de los faraones”, Cap.III, Parte II.
[9] Montet,P: “Everyday Life in Ancient Egypt”, Cap.III
[10] ibid
[11] Herodoto:
“Los nueve libros de la Historia”, Libro II.
[12] Meskell, L, op. cit, pag.76
[13] En Bierbrier: “The Tomb-Builders of the Pharaohs”,
pag.141.
[14] Meskell,L, op. cit, pag 69 y ss.
[15] Montet, P: “Everyday Life in Egypt”, pag.60
[16] En
V.Manzanares: “La Sabiduría del Antiguo Egipto”, pag.96
[17] Brewer & Teeter: “Egypt and the Egyptians”,
Cap.VII
[18] Montet,P, op. cit. Pag.54
[19] Brewer & Teeter, op. cit. Cap.VII
[20] D. Noblecourt, op. cit, pag.203
[21] Carter,
H: “La tumba de Tutankhamón”, pag.288.
[22] Assmann, J: “The mind of Egypt”. Cap. VIII.
[23] Ibid.
[24] D. Noblecourt, op. cit, pag.207
[25] Ibid, pag.82
[26] Breasted, J.H: “A History of Egypt”, pag.99
[27] en
V.Manzares, C, op. cit pag.93
[28] Meskell,L, op. cit, Cap. III
[29] Meskell,L.op. cit, pag.84
[30] En V.
Manzanares, op. cit, pag.101
[31] Pirenne,
J:”Historia del Antiguo Egipto” , Tomo I, Cap. VII
[32]
Bierbrier,M, op. cit, pag.71
[33]
Daumas,F:”La civilización del Egipto Faraónico”, Cap.V.
[34]
Bierbrier, M, op. cit, pag.75
[35]
Bierbrier, M, op. cit pag.69
[36] en
Meskell,L, op. cit, pag 81
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