15 - ESTUDIO SOBRE LA DINASTÍA XXII<

 

por  ROBERTO GONZÁLEZ

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

 

El presente estudio, tiene por objetivo tratar uno de los períodos mas difíciles en la historia de Egipto como lo es el Tercer Período Intermedio. Abarcando desde los orígenes de la Dinastía ascendiente en Egipto, citando a sus monarcas, la política exterior empleada por los reyes de la misma, la difícil precisión de los sucesores al trono, los mercados exteriores del mundo de medio oriente, el comienzo de la crisis de la monarquía, pasando por el desmembramiento de la misma, el problema del feudalismo. Sus monumentos reales, sus necrópolis y la literatura representada en "Los cuentos de caballería".  

 

 

LOS ORÍGENES DE LA DINASTÍA Y REINADO DE SHESHONQ I

 

Origen de la nueva dinastía - El nuevo rey era un jefe Libio que había pedido autorización al rey Psusennes II para establecer en Abidos un culto funerario a su padre; Nemrod, y que obtuvo del soberano grandes favores para él mismo. En tal época esa familia Libia se hallaba instalada en Egipto desde hacía seis generaciones y descendía de un jefe Mashauash, Buyuwawa, que había vivido en uno de los oasis del desierto líbico aproximadamente al final de la época Ramésida.

No se tiene ninguna noticia segura a cerca del origen de los Mashauash. En ocasiones han sido asociados a esos " Pueblos del Mar" cuyas sucesivas invasiones habían puesto en peligro a Egipto en innumerables oportunidades dos o tres siglos antes (desde el 1227 al 1198), pero, si bien en ciertas ocasiones sus ataques coincidieron con los de los "Pueblos del Mar", parece que no debe atribuirse a los dos grupos invasores un origen común. Resulta mas verosímil suponer que los Mashauash eran Berbéberes que, luego de haberse instalado en  Libia, se impusieron rápidamente a los Libios indígenas. Ya se ha visto que habían organizado la invasión del Delta en tiempos de Ramsés III.

Rechazados dos veces por el faraón, los Libios renunciaron a imponerse por la fuerza, pero consiguieron introducirse pacíficamente. Esencialmente guerreros, se habían ofrecido a los reyes egipcios como mercenarios, y sus servicios fueron tan apreciados que casi puede afirmarse que a partir del final de la Dinastía XX con excepción de algunos nubios el ejército egipcio se componía mayoritariamente de libios. A decir verdad, casi no tuvieron ocasión de demostrar su valor, ya que en esa época no fue turbada la paz. En un principio, pues, fueron repartidos en un cierto número de guarniciones. Los reyes de Egipto les habían hecho donaciones de terrenos a manera de soldada, y así pudieron crear en el país colonias militares, cuya importancia creció rápidamente. Cada colonia tenia a su frente a un jefe Libio, que ostentaba un título de " Gran Jefe de los Má", abreviatura de " Gran Jefe de los Mashauash". Si bien continuaron viviendo en colonias, los Libios instalados en Egipto se aclimataron rápidamente y adoptaron la religión y las costumbres egipcias. Ya se ha dicho que Sheshonq, Príncipe de Heracleópolis, había hecho enterrar a su padre en el santuario de Abidos y que se sometió a la decisión del oráculo, exactamente como lo hubiera hecho un egipcio. No obstante, conservaron sus nombre libios y también la costumbre de fijar una doble pluma en sus cabellos, por ello se los designaba frecuentemente con el nombre de "gente que lleva la doble pluma".

La familia del rey Sheshonq tuvo un destino un poco diferente. Musen, hijo de Buyuaawa, cumplió su carrera en el clero de Harsafes, en Heracleópolis, donde ejercía la función de "Padre Divino”. Si bien sus sucesores directos llevaron el mismo título, al parecer adquirieron rápidamente en el nomo, e incluso en el Egipto medio, una influencia que sobrepasaba notablemente a la que pudieron ejercer los sacerdotes de Harsafes. De todos modos, el Nemrod que hemos citado en varias oportunidades consiguió imponerse como Jefe de la colonia militar libia que existía en Heracleópolis: en efecto, al lado de su título hereditario llevaba el de "Gran Jefe de los Ma ", título que su hijo Sheshonq conservó y usó hasta su advenimiento. Por desgracia, del advenimiento mismo no se sabe absolutamente nada. Según Manetón, la nueva Dinastía era de origen Bubastita  y no Heracleopolitano. Quizá en época del último rey Tanita, el hijo de Nemrod hubiera conseguido extender su autoridad hasta Bubastis, ya que en el curso de excavaciones practicadas en ese lugar se halló la base de una estatua marcada con el nombre del "Gran Jefe de los Ma, Sheshonq", estatua que es pues, anterior al advenimiento de la Dinastía. De todos modos, parece  ser que el nuevo rey llegó al trono sólo después de la muerte de Psusennes II. Efectivamente poseemos pruebas de que honró la memoria de su predecesor y se sabe también que en el deseo de legitimar su advenimiento, hizo casar a su hijo, el futuro rey Osorkon I, con Makare, hija de Psusennes II.

Al parecer, en Tebas no fue tan bien recibido; el clero de Amón no pudo desconocer un acontecimiento tan preciso como la ascensión al poder de Sheshonq, pero no le reconoció inmediatamente dignidad real, como lo prueba un  fragmento encontrado en Karnak  datado en el año II del gran Jefe de los Ma, Sheshonq. En el mismo bloque figura además otra inscripción fechada en el año XII del Rey Shesonq Miamón.

Frecuentemente se ha supuesto que, cuando Sheshonq subió al trono, una parte del clero de Amón abandonó Tebas y se refugió en la Alta Nubia, en la región de Napata. Tuvieron influencia sobre los reyes sudaneses (llamados "Etíopes"), fieles adoradores de Amón, que dos siglos mas tarde reaparecerían en Egipto. Como se verá mas adelante, la hipótesis no es unánimemente aceptada.

 

 

 

POLÍTICA EXTERIOR DE SESHONQ I

 

Casi no existió política exterior en época de los reyes de la Dinastía XXI. Era la época en que Palestina, gracias a la energía del rey David, se había convertido en un poderoso Estado. Las únicas informaciones que poseemos sobre las relaciones entre Egipto y el nuevo reino israelita provienen de la Biblia. De este modo sabemos que, durante el reinado de David, un príncipe edomita Hadad, huyó a la corte de Egipto con algunos de sus servidores, para escapar de la matanza que el general judío Joab realizaba entonces en el país de Edón.El príncipe fue muy bien recibido por el faraón (probablemente era Siamón), e incluso se casó con Takhpenes,  hermana de la reina de Egipto. Poco tiempo después, en circunstancias que no han sido determinadas, el rey de Egipto, probablemente el mismo Siamón, llego hasta Canaán, tomó la ciudad de Gézer y la incendio. Luego agrega el texto bíblico: "le dio en dote a su hija, mujer de Salomón". Si el matrimonio de Salomón con la princesa egipcia se celebró inmediatamente después de la toma de Gézer, puede suponerse que la ciudad no fue totalmente incendiada; por lo contrario, si Gézer fue realmente destruida, debe admitirse que entre los dos acontecimientos relatados por la Biblia ha de haber transcurrido suficiente tiempo como para hacer posible la reconstrucción de la ciudad.  La primera hipótesis, confirmada por los datos arqueológicos parece más verosímil. Sea como fuere, el relato Bíblico por lo menos aporta la prueba de que Siamón había intentado un acercamiento con su vecino de Palestina.

Al final del reinado de Salomón, cuando Sheshonq I reinaba en Egipto, el efrateo Jeroboam, a quien Dios había prometido por boca del profeta Ajiyyá el reino de Israel, huyó a la corte de Egipto para evitar la muerte con que Salomón lo había amenazado. La política egipcia es fácilmente comprensible. Los faraones fingían mantener las más cordiales relaciones con los poderosos reyes de Israel, pero no desperdiciaban ninguna ocasión  para debilitarlos, favoreciendo todas las tentativas de escisión. De este modo, esperaban poder intervenir un día en los asuntos internos de Palestina y reconquistar sin mucho esfuerzo la influencia que sus predecesores habían adquirido antiguamente como resultados de largas guerras.

No tardó en presentarse la ocasión. Luego de muerte de Salomón se produjo la escisión que el profeta Ajiyyá había predicho. Jeroboan que había vuelto al Asia fundó el reino de Israel, que agrupaba diez de las doce tribus israelitas, mientras que Roboam,  hijo de Salomón formó el pequeño reino de Judá con las dos tribus restantes (Judá y Benjamín). Esto ocurrió hacia 935. Cinco años mas tarde el rey egipcio intentó realizar una expedición a Palestina. "En el quinto año del reinado de Roboam, Shishak, rey de Egipto, salió contra Jerusalén. Se apoderó del tesoro de la casa del eterno y de los tesoros del rey, todo lo  tomó. Tomó todos los escudos de oro que Salomón había fabricado". Como se ve, Sheshonq había logrado una gran victoria. Lamentablemente las fuentes egipcias no son tan precisas. Las únicas alusiones que han quedado acerca de la campaña de Sheshonq I en Palestina se encuentran en la pared exterior del muro meridional  del gran templo de Karnak. Allí el rey hizo grabar una larga lista (en la actualidad incompleta) de las ciudades que había tomado en Asia. De los 150 nombres que, como mínimo componían la lista, apenas queda aproximadamente la mitad. Todas las ciudades mencionadas tienen nombres Cananeos y estaban situadas ya en el reino de Judá, ya en el de Israel, el faraón  apenas debió pasar el límite septentrional de Galilea (Bethanat). No aparece el nombre de Jerusalén. Probablemente se encontraba en las partes de la lista que se han perdido. Se ha podido identificar el campo o lugar denominado "Campo de Abrahan ", donde aparece por primera vez en un documento histórico el nombre del antepasado de los hebreos.

La expedición de Sheshonq I tuvo felices consecuencias para el prestigio de Egipto y del mismo modo, para el tesoro del estado. David y especialmente Salomón habían acumulado en su país incalculables tesoros, y Jerusalén en particular debía de ser una de las ciudades mas ricas de la época. Ahora bien; según la Biblia, Sheshonq tomó todo lo que podía ser de algún valor. Este relato es seguramente exacto ya que durante mucho tiempo Egipto disfrutó del botín traído de Palestina por Sheshonq I. Merced a esas nuevas riquezas, los reyes de la Dinastía XXII pudieron reiniciar la obra arquitectónica de sus predecesores y, con sus liberalidades, permitieron a los templos volver en parte a su antigua prosperidad.

En el exterior, Egipto hacía el papel de un gran país. Los pequeños príncipes asiáticos respetaban  nuevamente a sus antiguos señores feudales, y la historia de Unamón, escarnecido por el rey de Biblos al final de la Dinastía XX, no hubiera podido repetirse nunca después de la campaña de Sheshonq. Existían las relaciones mas cordiales entre Egipto y la antigua ciudad fenicia: Zirbarbaal, contemporáneo de Sheshonq I, dedicó a Balaat, la diosa de Biblos, una estatua del rey de Egipto y Eribaal, sucesor de Zirbarball, honró de la misma manera a su contemporáneo Osorkon I.

En la lucha que los reyezuelos asiáticos sostendrían dos siglos mas tarde contra los asirios depositaron toda su confianza en el rey de Egipto. El prestigio de Egipto en Asia había sobrevivido pues a todas las pruebas por las que había pasado el país de los faraones. Sin duda alguna  dicho respeto fue demasiado para el Egipto de la baja época y su endeble ejército que no podría resistir mas adelante seriamente a sus pares asirios.

 

 

SUCESORES DE SHESHONQ I

 

La organización del país en la época de los reyes de la Dinastía XXII - La historia de los reyes de la Dinastía XXII es extremadamente complicada. Los motivos de esta confusión son múltiples. El mas importante es seguramente la ausencia casi total de inscripciones reales históricas. La historia de esa época solo puede escribirse pues fundándose exclusivamente en los monumentos de Karnak que no se refirieron directamente a los mismos reyes sino a los grandes sacerdotes.

 

 

 

ASIA OCCIDENTAL Y EL COMERCIO INTERNACIONAL DURANTE LA ÉPOCA DE SHESHONQ I

 

La característica esencial del Asia Anterior en el siglo X a. C. es la ausencia de cualquier gran potencia política. El reino hitita, destruido por los invasores de los "pueblos del mar", sobrevive en el nombre de hititas que ostentan ahora los príncipes de Karkhemish y de Aleco. Babilonia, después del esfuerzo realizado por Nabucodonosor I (1146-1123) para dominar la ruta de Éufrates mediante la conquista de Amurru, ha sido obligada a abandonar sus posiciones mas avanzadas y se defiende con dificultad contra los constantes ataques nómadas, mientras en su interior las crisis se suceden sin interrupción. Sumer, cubierto de arena e invadido por seminómadas, y cuyas ciudades marítimas no son ya mas que ciudades sacerdotales en decadencia, es una amenaza constante para el valle del Éufrates. Un simple príncipe llegado de dicha región se impone a Babilonia y funda en ella la V Dinastía (1038-1022), muy pronto derrocada por los conflictos de la guerra civil, las incursiones extranjeras y el hambre. En el 996 el trono es ocupado por un elamita, y durante el siglo siguiente las incursiones de los arameos acaban con la seguridad en el valle del Éufrates.

Asiria, aprovechando los acontecimientos que paralizaron  a Babilonia después del reinado de Nabucodonosor I, había intentado afianzarse nuevamente en las costas del Mediterráneo. Teglatfalasar I (1116-1090) había llegado hasta Arvad, pero no se había atrevido a atacar ni los poderosos puertos fenicios ni los reinos arameos creados sobre las ruinas de los imperios hitita y egipcio, en Damasco, Tsoba, Beth-Rehob. A causa de las incursiones de los nómadas que infestaban Mesopotamia, los reyes asirios no habían podido sostenerse en el norte de Siria. Hasta el reinado de Adadnirari (911-891), su política consistió en defenderse de sus vecinos y luchar contra Babilonia, país con el que debían concluir un tratado de paz alrededor del año 900, refrendado por un doble matrimonio político.

A mediado del siglo X, Babilonia y Asiria sufren, pues, un eclipse total, y su influencia desaparece en Siria y Fenicia. Esta profunda decadencia de las dos potencias mesopotámicas, debida en gran parte a las persistentes incursiones de los arameos procedentes del oeste, de los elamitas que descendían de las mesetas orientales y de los seminómadas instalados en el delta de los dos ríos, va acompañada necesariamente, en lo que a Babilonia se refiere, de una crisis económica extremadamente grave.

Saqueados por los nómadas, los valles del Éufrates y el Tigris no ofrecen ya ninguna seguridad para el comercio. Los desiertos del país de Sumer obstaculizan, por otra parte las relaciones marítimas directas entre Babilonia y la India, y, además, la ruta caravanera del Elam está cortada por los movimientos de pueblos que agitan dicho país.

Las colonias de mercaderes instaladas desde hace siglos en Assur y en Susa, han desaparecido o carecen ya de importancia económica. La gran ruta del tráfico de la India a la región mediterránea, que pasaba desde hacía mas de veinte siglos por Mesopotamia, había debido desplazarse, y, en consecuencia, el Mar Rojo había adquirido creciente importancia.

Por lo tanto, la crisis que hizo estragos en Mesopotamia durante el siglo X no tuvo repercusiones enojosas en la actividad de los puertos fenicios, que hallaron a través del Mar Rojo el acceso directo hacia Arabia y la India. Todas las circunstancias se mostraban, además, muy favorables a la expansión de los fenicios. La gran emigración "de los pueblos del mar" había asestado un duro golpe a las ciudades fenicias; Ugarit no se levantaría ya de sus ruinas, Pero Biblos, Arvad y Tiro se habían recuperado rápidamente. La destrucción de la talasocracia creto-micénica abría las puertas del mar a los marineros fenicios, y la ausencia de toda intervención política egipcia, hitita o mesopotámica, al devolverles su plena independencia, ofrecía vastas posibilidades a los puertos mediterráneos. En cuanto al Mar Egeo, no cabe duda de que después de las invasiones había quedado casi cerrado para ellos, a causa de los piratas carios y cilicios que amenazaban la navegación.

Sin embargo, se abrían ante ellos amplias compensaciones. La inmigración de los etruscos y de los sículos hacia Italia establecía relaciones entre aquellos lejanos países y Siria. La supremacía indiscutible de la flota de Tiro y Sidón les aseguraba la hegemonía en Cilicia y en las islas; y Chipre, Malta y Sicilia se convertían en importantes centros comerciales para los fenicios,  quienes instalaban en ellos sus factorías. Navegando cada vez mas lejos a lo largo de las costas, los navíos fenicios habían alcanzado y cruzado el estrecho de Gibraltar antes del año 1000. España quedaba abierta a su tráfico. La factoría que montaron en Gades (Cádiz) les puso en contacto con el reino de Tartesos, cuyos pacíficos pobladores exploraban minas de plata, de cobre y de plomo, y mantenía asimismo constante relación con las islas británicas, que aprovisionaban de estaño, llegando hasta las regiones nórdicas en busca de ámbar.

En la costa marroquí, Lixos permitiría a los mercaderes fenicios relacionarse con las caravanas provenientes de África.

En menos de un siglo, los marinos de Tiro y Sidón habían descubierto en Occidente un nuevo mundo que les ofrecía ilimitadas posibilidades.

Comerciantes, aventureros y a veces piratas, los fenicios se convirtieron en los traficantes de la plata, el cobre y el estaño en todo el Mediterráneo; vendían también esclavos, principalmente mujeres y niños, de los que se apoderaban a lo largo de las costas y en los nuevos países donde adquirían los metales e importaban los productos manufacturados que compraban en Egipto y las especias procedentes de Punt.

La abundancia de la plata existente en Egipto bajo la Dinastía XXI, atestiguada por los magníficos sarcófagos de plata de sus últimos reyes, es una prueba de los intercambios efectuados por mediación de los armadores fenicios entre el mundo antiguo y el nuevo.

La prosperidad fenicia exigía la libertad de las relaciones económicas con Egipto y los países situados mas allá del Mar Rojo. La decadencia egipcia y la desaparición de la marina micénica, para la que había sido construido en Egipto el puerto de Faros, les dejaban el campo libre. En Menfis, a partir del siglo XII, el empuje del comercio fenicio no había cesado de aumentar; en la ciudad había un barrio reservado a los tirios. En Tanis se habían instalado los armadores fenicios que mantenían un vivo comercio marítimo con Tiro, Biblos y, sobre todo con Sidón.

Este inmenso desarrollo, convertía a los fenicios en los grandes agentes del comercio internacional, no dejaba de influir en sus instituciones. Como siempre, la atracción del mar y del comercio transformaba  a la sociedad en un sentido democrático. En las ciudades fenicias, el tráfico comercial era obra, a la vez, de los particulares y del monarca. El rey de Biblos, Tchekerbaal, era un hombre de negocios al mismo tiempo que un soberano; sus libros de operaciones comerciales eran llevados al día, y la venta de los árboles de sus dominios obligaba a una contabilidad mercantil. No se trataba, en realidad, de un verdadero soberano, sino mas bien de una especie de dux como los que Venecia conoció en sus tiempos de esplendor. Las ciudades fenicias "donde los mercaderes son mas ricos que los príncipes", como llegará a decir Ezequiel, era gobernadas por consejos de hombres de negocios entre los que se elegía al rey. Eran oligarquías plutocráticas minadas por movimientos sociales que en ciertas ciudades sustituyeron al rey por magistrados anuales, los sufetas.

Estas ciudades, que formaban ciudades independientes, iban convirtiéndose en verdaderos imperios marítimos. Sus factorías y sus colonias se agrupaban alrededor de la metrópoli, a la que pagaban un diezmo sobre las transacciones comerciales. De este modo, las metrópolis se transformaban en centros de negocios y finanzas. Al estar toda su prosperidad basada en los  intercambios, se hallaban orientadas hacia las relaciones internacionales. Los extranjeros que acudían a comerciar a sus puertos eran la condición fundamental de su prosperidad, por eso el derecho internacional tuvo un notable desarrollo. El relato de Unamón, que visitó antes del 1050 los puertos de Dora, Tiro y Biblos, es muy revelador en ese aspecto.

En los países de la costa oriental del Mediterráneo, especialmente en las ciudades fenicias y Egipto, es seguro que durante el siglo X las consideraciones económicas dejaban muy atrás a las políticas.

Por lo tanto, después que la inseguridad hubo reducido considerablemente el papel de Mesopotamia como ruta principal de tránsito, el Mar Rojo adquirió un valor esencial y las ciudades del Delta tuvieron un interés directo en la conservación de su dominio.

Jerusalén, convertida en la capital de David y más tarde en la de Salomón (973-936), iba a verse obligada repentinamente a desempeñar un papel de primer plano a causa de su posición geográfica. La política de los reyes de Palestina se había afirmado inmediatamente como netamente económica. Al aliarse con el rey Hiram de Tiro y apoderarse de pequeñas ciudades edomitas en el litoral del Mar Rojo, David se había asegurado el dominio de la vía comercial que por Jerusalén, Edom y el Mar Rojo enlazaba directamente Arabia, y a través de ella la India, con Tiro y el Mediterráneo.

Durante el reinado de Salomón la monarquía se organiza, Palestina se convierte en una potencia. Jerusalén, transformada durante veinte años en una inmensa cantera, adquiere el aspecto  de una capital. En virtud del tratado concertado por David con el rey Hiram, Tiro suministra la madera de cedro y ciprés que Jerusalén paga con aceite y maíz. Los carpinteros y albañiles sirios erigen el templo que se levanta al lado del palacio real y el harén.

En torno al monarca va organizándose el gobierno. El sacerdocio, estrechamente sometido a su obediencia, "no se apartó de las prescripciones del rey cualquiera que fuese el objeto de éstas". La administración se halla bajo la autoridad de un primer ministro asistido por dos cancilleres; los departamentos encargado de la hacienda y de las finanzas están atendidos por funcionarios cuya retribución consiste, como en Egipto, en el usufructo de las tierras reales. La hacienda, dirigida por doce intendentes suministra los recursos necesarios para los gastos del rey y la casa de éste.

El impuesto que durante el reinado de David era exigido todavía a la asambleas de las tribus, es recaudado a partir de entonces por las autoridad real, el servicio de trabajos públicos adquiere un vigoroso empuje, y los cananeos, a quienes los hebreos han impuesto su autoridad, se ven sometidos a trabajos forzados por orden del rey, en condiciones mas duras que las soportadas por los hebreos antaño, cuando habían sido obligados a trabajar en Egipto para el faraón. Decenas de miles de ellos son enviados a Líbano para talar árboles y extraer piedras, o son dedicados al acarreo bajo la vigilancia de intendentes israelitas. En Jerusalén se ha organizado la policía de la ciudad, y la guardia cuida de la seguridad de las calles durante la noche.

Se ha creado un ejército permanente dotado de 1.400 carros de combate y 12.000 jinetes, lo que representa una verdadera potencia. Se erigen varias fortalezas en Meggido cuya conquista por los faraones de antaño recordaban triunfalmente los muros de los templos de Karnak, y en Tamar de Judá. Desde Meggido, Salomón domina la ruta que, procedente de Egipto y pasando por Damasco, llega al Éufrates. Desde Tamar se asegura el dominio de la ruta de Tiro al Mar Rojo.

Asiongaber, en el golfo elamita, se convierte en el puerto principal del Mar Rojo.

Allí tiene lugar la botadura de una flota israelita, construida y equipada por Tirios, que asegurará a Salomón el dominio absoluto del tráfico con Arabia.

Gracias a su poderío militar, Salomón, tiene a su merced las grandes vías de tráfico que desembocan en Tiro. A la gran metrópoli no le queda pues, mas remedio que ponerse de acuerdo con él. Por otra parte, Tiro persigue, gracias a su alianza con Jerusalén, ventajas muy apreciables. A partir de entonces, la seguridad de las rutas de Mesopotamia por Damasco y las del Mar Rojo por Jerusalén, quedan protegidas por las ciudades israelitas, les ofrece toda garantí. El dominio que ejerce Salomón sobre ellas asegura a Tiro, su aliada, un verdadero monopolio en todo el tráfico de Palestina. 

En el plazo de veinte años Salomón  convierte a Jerusalén en un importante centro del comercio internacional. Extranjeros procedentes de todas partes afluyen a ella, y los artesanos cananeos -carpinteros, forjadores y orfebres- se instalan allí en gran número. Sin embargo, los hebreos siguen siendo agricultores, y son casi siempre los vencidos canoneos quienes proporcionan a Salomón la población comercial que tanto precisa su nueva capital.

Bajo el régimen de Salomón, Jerusalén conoce una prosperidad extraordinaria. El oro se acumula en ella. Llega de Arabia, de donde cada tres años las flotas israelitas regresan cargadas de especias, marfil, oro, monos y pavos reales de los países de Punt "con la reina de Saba", con las caravanas de mercaderes que cruzan el país, dirigiéndose a Tiro o Damasco, y que pagan remunerativos derechos de aduana; y por último, a través del extenso comercio de caballos cilicios que Salomón emprende con Egipto. Será tal vez necesario admitir, como indica la Biblia, que los ingresos de Salomón ascendían a 66 talentos de oro anuales. En todo caso, pudo construir considerables reversas de oro, con las que hizo fundir los centenares de escudos que adornan los muros de su "palacio del Líbano".

El poder de Salomón parece desmesurado si se le compara con el de su pueblo.

Monarca absoluto, se impone, por su fuerza militar y su riqueza, como un soberano totalmente absorto en los intereses económicos y sin tener en cuenta que su pueblo es esencialmente agrícola.

En realidad, la situación internacional de la que Israel disfruta en ese momento no procede de la importancia adquirida por la nación, sino que reside exclusivamente en la política real. En medio de la decadencia general de las potencias militares, Salomón, gracias a las fuerzas armadas que ha sabido organizar, se ha apoderado de la llave de las dos grandes vías económicas de las que depende simultáneamente Tiro y Egipto. Por lo tanto, toda la política interior de Salomón va dirigida solo a la constitución de un ejército que pueda asegurarle el dominio de la ruta del Mar Rojo y, en consecuencia, el dominio de gran parte del tráfico internacional. Siguiendo las costumbres diplomáticas de la época, las relaciones que inicia con sus vasallos y aliados se traducen en un matrimonio político; de este modo, la polvareda de ciudades y tribus que aglomera bajo su hegemonía llega a reunir en su harén 700 esposas y 300 concubinas moabitas, amonitas, hedomitas, sidonias e hititas, todas las cuales llevan consigo sus cultos nacionales.

Tanto es así que, al mismo tiempo que el oro, penetran en Jerusalén los cultos extranjeros y las ideas morales, políticas y jurídicas de los países vecinos. La administración se organiza siguiendo el modelo egipcio; los escribas hebreos introducen en Palestina las nociones del derecho público faraónico, y la cultura hebraica se forma en la escuela de las letras egipcias. Cualquiera que sea la fecha en la que fueron escritos los Proverbios de Salomón tal como han llegado hasta nosotros, no parece posible negar que a partir del siglo X los escribas hebreos, tomando como modelo la sabiduría egipcia, empezaron a escribir manuales morales y administrativos que introdujeron en el país una concepción totalmente nueva de la vida, en la que la política, la ciudad y el comercio ocupan un lugar importante. Como reacción sin duda contra una excesiva influencia Egipcia hubiese representado un grave peligro de absorción para su pueblo, Salomón trató de suscitar la aparición de una literatura nacional mediante una recopilación de canciones y crónicas reales.

La extraordinaria prosperidad de Jerusalén es el mas vivo testimonio que poseemos sobre el destacado lugar que el comercio ocupa en la vida internacional del siglo X.

La riqueza de Salomón se debe, en efecto, a un comercio que ya existía anteriormente, pero que él logró desviar en gran parte hacia Jerusalén. Y este comercio- Jerusalén sigue atestiguándolo- trae consigo no solamente la riqueza sino también la cultura. Por lo tanto, si durante el siglo XV la cultura introducida en Siria por el tráfico fue sobre todo babilónica, en el siglo X el comercio hizo penetrar en Palestina la influencia del arte y el pensamiento egipcio.

Hay que reconocer en ello la prueba del importantisimo lugar que ocuparon en aquel momento las ciudades del Delta en la vida económica.

Cualquiera que fuese la importancia de Jerusalén durante el reinado de Salomón, ésta no pudo cobrar realidad mas que en función de las relaciones comerciales que Tiro y Sidón mantenían entonces, a través de Damasco, con el Alto Éufrates, y, sobre todo, a través del Mar Rojo, con Arabia y tal vez la India. Por consiguiente, el oro reunido por Salomón debía ser poca cosa en comparación con las inmensas riquezas que se acumulaban en los puertos fenicios y en las grandes ciudades egipcias; pues no se debe olvidar que si, gracias a Salomón, el tráfico del Mar Rojo se canalizó hacia Jerusalén, antes se dirigía hacia el Nilo. Al lado de Tiro y de Sidón, o de Tanis, Sais, Mendes, Bubastis, Atribis y Menfis, Jerusalén, a pesar de todo, no era mas que una pequeña ciudad.

Su fortuna se confunde, además, con la de su rey, cosa que no ocurre en las ciudades fenicias o egipcias. El comercio de Jerusalén es, principalmente, el resultado de las expediciones marítimas enviadas por Salomón hacia Arabia, como hicieron antes los faraones hacia los países de Punt. Salomón no reunió mas riquezas en Asiongaber que las obtenidas por las flotas egipcias de Punt  en el transcurso de los siglos anteriores.

El principal comerciante de Jerusalén es, pues, su rey: el se convierte en el gran suministrador de caballos a Egipto. Ha imitado a los reyes fenicios transformándose en un rey mercader. Pero en Jerusalén no existe un comercio particular notable al lado del comercio emprendido por el propio monarca, al revés de los que ocurre en Egipto y en Fenicia. Ello es lo que puede inducir a engaño acerca de la fortuna acumulada en Jerusalén y hacer creer que la pequeña capital israelita representaba en aquel momento una riqueza mayor que la de Egipto.

A pesar de su momentánea riqueza, Jerusalén no es mas que una ciudad provinciana, y Salomón, pese al oro que lo rodea y al poderío- muy real- que haya podido crear, no es sino un rey local que únicamente debe su gloria y su fortuna a la alianza con Tiro.

Y esta alianza constituye una verdadera amenaza para Egipto. Al pasar por Jerusalén, el comercio del Mar Rojo se desvía de la ruta de Egipto, y los productos de Arabia se vierten sobre Tiro. Por si fuera poco, la ruta terrestre que desde Tanis, enlaza con los puertos filisteos y Egipcios se halla controlada por las ciudades de Salomón. El problema del dominio del tráfico del Mar Rojo y el de la libertad de tráfico en las rutas de Palestina se plantean a Egipto en el momento en que Sheshonq I sube al trono, y constituiría la preocupación esencial de su política.

 

 

REYES Y GRANDES SACERDOTES HASTA SHESHONQ III

 

El cambio de dinastía no había modificado sensiblemente la situación privilegiada de Tebas. Sheshonq I nombró como gran sacerdote a su hijo Iuput. Igual que sus predecesores de época tanita, éste llevaba el título de "gran jefe de las tropas" y de "príncipe" (hauti). No tuvo por sucesor a su propio hijo, sino a su primo hermano Sheshonq, hijo del monarca reinante Osorkon I, quien, de este modo creyó evitar el peligro que podía crear en Tebas la formación de una dinastía de pontífices paralela a la dinastía real él tal peligro no se pudo evitar por largo tiempo el nuevo pontífice se titulaba "señor del sur y del norte" y "gran jefe de las tropas de todo Egipto", fue bastante poderoso como para obtener de su padre autorización para inscribir su nombre en una cartela. Meyer destacó con justicia que no se trataba seguramente de una usurpación ni tampoco de una sublevación, sino de un simple arreglo entre el rey y el pontífice, arreglo que deja vislumbrar la real debilidad de los reyes bubastitas.

La muerte de Sheshonq aporta una nueva prueba de esta debilidad. En efecto, no le sucedió un hijo del rey sino su propio hijo Harsiese I. Igual que su padre usurpó la titulatura real. Vivió en los últimos años de Osorkon I y del reinado de Takelot I. A la muerte de éste se produjo una reacción: el nuevo soberano Osorkon II puso al frente del clero de Amón a su propio hijo, Nemrod. Cuando éste fue entronizado, era gran sacerdote de Harsafes y Heracleópolis. Se recordara que esta ciudad era el lugar de origen de la familia reinante y es posible que siempre se diese en dote a un príncipe real. De este modo, Nemrod fue dueño de todo el Alto Egipto. Su hija Karomama contrajo enlace con el rey Takelot II, su tío de esta unión nació un hijo Osorkon que fue instalado como gran sacerdote en Tebas, en el año XI de Takelot II. No se sabe si en esa época Nemrod había muerto ya. De todos modos, si se le quitó la Tebaida a su familia, le quedo la región  de Heracleópolis, ya que todos sus descendientes llevan el título de gran sacerdote de Harsafes.   

 

 

 

COMIENZO DE LA CRISIS

 

Osorkon debía de ser muy joven aún en el momento de su entronización. En Karnak ha dejado, en forma de anales, una larga inscripción que aporta algunas informaciones sobre la oscura historia de la Dinastía. Relata muy brevemente los acontecimientos dejando a un lado todos los detalles que no le eran favorables. Alude a una guerra civil que estalló en el año XV de Takelot II y que se extendió rápidamente a todo Egipto. La gravedad de las circunstancias lo obligó a abandonar su residencia y a refugiarse en el sur. Volvió a Tebas solo cuando se hubo calmado la sublevación. La población lo recibió con entusiasmo y él, para sellar la reconciliación, obtuvo un permiso de Amón para proclamar una amnistía general. En realidad, los hechos sucedieron en forma poco diferente. Una revuelta, posiblemente dirigida, al menos en Tebas, contra Osorkon lo obligó a huir en el año XV de Takelot II. Por una inscripción de Karnak, sabemos que pudo volver a Tebas diez años mas tarde, en el XXV de Takelot II. Es posible que en ese momento fuera proclamada la amnistía mencionada anteriormente. La calma duró muy poco, ya que algunos años mas tarde, en el año VI de Sheshonq III, el trono pontificio estaba ocupado por Harsies II. No conocemos el origen del nuevo pontífice, pero casi seguro es que las circunstancias que lo habrían llevado al pontificado máximo no eran extrañas a las revueltas que acabamos de mencionar. El exilio de Osorkon se prolongó probablemente hasta el año XXVI de Sheshonq III. Al parecer no debe de haberse alejado por tercera vez, pero no por eso se habían aquietado los ánimos. En efecto una inscripción fechada en el año XXXIX de Sheshonq III informa que Osorkon, el gran sacerdote de Amón, celebraba la fiesta de Amón en compañía de su hermano Bakenptah, el gran sacerdote de Harsafes en Heracleópolis y que juntos aniquilaron a todos aquellos contra los cuales combatieron.

Ya se ha dicho que el pontificado máximo de Heracleópolis fue entregado a la descendencia de Nemrod, abuelo materno de Osorkon. Conocemos el árbol genealógico  de esta familia gracias a la estela votiva que uno de sus miembros Harpesón erigió en el Serapeum en el año XXXVII del rey Sheshonq IV. Ahora bien; el nombre de Bakenptah no figura en esta estela. Debe de suponerse pues que el descendiente de Nemrod, que en esa época era gran sacerdote fue destituido y reemplazado durante algún tiempo por alguno de sus primos, Bakenptah. Podría atribuirse ese cambio momentáneo a la crisis que había generado a la Tebaida y que según el mismo Osorkon se había extendido a todo Egipto.

Osorkon murió poco tiempo después de la represión que acabamos de mencionar (año XXXIX de Sheshonq III). Fue reemplazado por Harsiese II, el mismo que ya había ocupado ese lugar  durante el  exilio de Osorkon.

 

 

DESMEMBRAMIENTO DE LA AUTORIDAD

 

La Dinastía XXII recorrió las etapas de una evolución que conocemos en forma precisa el punto de partida y el final. Únicamente la revolución de que fue víctima en dos oportunidades el gran sacerdote Osorkon aporta algunas informaciones que ayudan a reconstruir el conjunto.

La autoridad ejercida por Sheshonq I luego de su advenimiento sobrepasaría apenas la de un jefe elegido  por sus pares. En efecto, si bien no se sabe cómo llego a la realeza, puede suponerse que le había sido  del todo inútil el apoyo de sus antiguos colegas, los jefes de las otras colonias militares libias.

Tales servicios se pagan, y los jefes libios guardaban cierta independencia respecto a la corona. Por otra parte, gracias a la estela de Piankhi se sabe que en el curso de lo dos siglos que siguieron al advenimiento de la Dinastía XXII, el poder de los señores feudales  había crecido en forma peligrosa y terminó por crear una anarquía a la que Piankhi creyó deber poner fin. Los acontecimientos ocurridos durante el pontificado de Osorkon pueden ser considerados como los primeros de esta crisis de la autoridad. Pero antes de exponer el desenlace, será conveniente repasar lo que pudo averiguarse acerca de la organización social de Egipto en esa época. Sobre este punto nos han informado los autores griegos. Sus relatos deben ser utilizados con prudencia, pero, contienen una parte de realidad.

Al parecer, lo que mas les sorprendió en Egipto fue la división de la población en clases. Todos concuerdan en hablar de las clases profesionales de los egipcios, pero no hay unanimidad en lo que respecta al número de ellas ni a la profesión de quienes las componían. En general, mencionan aquellas clases con las que debieron tener relaciones, y nunca intentaron hacer una exposición objetiva. Herodoto cita las clases de los sacerdotes, los guerreros, los boyeros, los porqueros, los comerciantes, los intérpretes y los pilotos. En el Timeo, Platón de quien no se sabe si viajó o no a Egipto, presenta una lista menos fantástica: menciona a sacerdotes, artesanos, pastores, monteros, labradores y guerreros.

Diodoro, quien extrajo sus informaciones de Hecateo de Abdera, habla solo de los monteros, de los labradores y de los artesanos. Agrega que era imposible pasar de una clase a otra. Los errores de detalle son poco importantes. Lo que debe destacarse es el hecho mismo de la división en clases, que lógicamente lleva implícita la herencia de las funciones y la existencia de una clase militar a la cual estaba prohibido ejercer cualquier oficio.

Los guerreros estaban divididos en dos grupos, los calasirios y los hermotibios, que llegaban a 250.000 y 160.000 hombres respectivamente.

Unos y otros servían en la infantería. Se habían dividido los nomos del Delta y permanecían los hermotibios especialmente en el oeste y los calasirios en el centro y el este. En el Alto Egipto, sólo Tebas poseía una guarnición en tiempos de Herodoto, pero probablemente no la tenía aún en la época  que estamos tratando. Menfis, Letópolis, y Heliópolis, que no figuran en la lista de Herodoto, eran veneradas y sin duda gobernadas, como Tebas y Heracleópolis, por un gran sacerdote elegido en la familia real.

Cada guerrero recibía doce aruras de tierra, libres de impuestos (aproximadamente un poco mas de un cuarto de hectárea). Anualmente un millar de calasirios y uno de hermotibios eran destacados de sus guarniciones para formar  la guardia del rey.

En resumen, las grandes ciudades de Egipto estaban bajo el mando ya de jefes descendientes de los "grandes jefes ma", ya de los grandes sacerdotes. Tal debía ser ya la situación cuando se produjo el advenimiento de Sheshonq III. Puede adivinarse cuán poca autoridad quedaba al soberano. En el curso del largo reinado de Sheshonq III se produjo la primera escisión grave.

Se ha dicho que Harsiese II, luego de la muerte de Osorkon (poco después del año XXXIX de Sheshonq III ), se convirtió por segunda vez, en gran sacerdote de Amón en Karnak. Ahora bien; los acontecimientos de su pontificado no están ya relacionados con los del reinado de Sheshonq III, y de sus sucesores, con el del rey Pedubast, que, según Manetón, es el fundador de la Dinastía XXIII. Pues bien; desde esa época se comprueba la existencia de dos Dinastías paralelas. Según Manetón, los reyes de la Dinastía XXIII eran de origen  tanita, pero debe haberse equivocado. A juzgar  por sus nombres (Pedubast, Osorkon, Takelot), pertenecen verosímilmente a la familia de los soberanos legítimos de Bubastis. Posiblemente se habían establecido en Tanis, que fue, casi seguramente,  la residencia real de la Dinastía XXII. Pero en el momento de la expedición de Piankhi  el representante de la Dinastía, un Osorkon  (uno de los sucesores de Osorkon III), no residía en Tanis, sino precisamente en Bubastis. No se sabe en qué condiciones Pedubast  se proclamó rey. Probablemente se hizo reconocer en el Delta después de la muerte del sacerdote Osorkon, en Tebas.

En Menfis, los sacerdotes habían permanecido fieles a la Dinastía XXII, como lo prueban las estelas de los Apis.

Las dos ramas rivales no tardaron en reconciliarse, ya que, durante el reinado de Pedubast, el gran comandante de las tropas de Tebas era un hijo del rey Sheshonq III. Desde el momento que se admitió la división de la autoridad, se hizo difícil detener a Egipto de la pendiente en la que se había colocado. Al lado de las dos Dinastías principales, apareció muy pronto una serie cada vez mas numerosa de dinastías que reinarían sobre territorios de extensión como la de un nomo, y las cuales se conoce apenas el nombre. La división se acentuó desde el reinado de Pedubast: en efecto, el año XVI de ese rey corresponde al año II de un rey Iuput, posiblemente antepasado del rey Iuput que reinaba en Trentremon en tiempos de la expedición de Piankhi. Podría citarse todavía a Sheribtaui, Pedubast, Pefnefdubast, Thotemhat, Nemrod, Peduamti y muchos otros. En el estado actual de nuestros conocimientos no sería posible intentar siquiera una historia aun superficial de esos linajes reales, cuyo papel, al parecer, se redujo a aumentar la confusión que en esa época afligía a Egipto. Bastará con decir algunas palabras acerca de los últimos reyes de las Dinastías XXII y XXIII y de los grandes sacerdotes de Amón en Tebas.

El gran sacerdote Harsiese II obtuvo autorización para inscribir su nombre en una cartela, posiblemente como recompensa por los servicios que habría prestado a la causa de Pedubast. Antes de finalizar el reinado de Pedubast, murió(?) Harsiese y fue reemplazado en el trono del pontificio por Takelot, quien probablemente pertenecía a la familia real. Durante su pontificado se sitúa el sexto año de un rey Sheshonq IV quien fue al parecer, el sucesor de Pedubast. No se sabe nada acerca de él. Luego viene Osorkon III, en cuyo reinado se sucedieron dos grandes sacerdotes, Iuwlot, que era hijo del rey y Smendes. En una estatua encontrada en el escondite de Karnak  aparecieron los nombres de un rey  Osorkon y de un rey Takelot, dispuestos en forma extremadamente curiosa: el rey del Alto y del Bajo Egipto, Miamón Siese Takelot señor del Doble País; el hijo de Re', Miamón Siese Osorkon señor de las diademas. No podría imaginarse unión mas perfecta: el nombre de nesut – biti  esta atribuido a un rey y el de sa-Re'  a otro. Esta extraña titulatura se aplica con certeza a Osorkon III (ya que el propietario de la estatua era un nieto del rey, el pontífice  Harsiese II que vivió en época de Sheshonq III y de Pedubast) y en consecuencia a Takelot III  que fue gran sacerdote antes de estar asociado al trono y sobre el cual no poseemos ningún dato. El sucesor de Takelot III fue Amonrud, otro hijo de Osorkon III. Luego viene, sin duda el rey Osorkon IV quien reinaba en Bubastis, quien reinaba en el momento de la expedición de Piankhi al Delta.

Los reyes de la dinastía XXIII han dejado huella en el Alto Egipto, especialmente en Karnak, Luxor y Medinet Habu. Durante el reinado de Osorkon III se produjo una crecida de inaudita violencia que  luego de romper los muelles, invadió el templo de Luxor  y causó graves daños. El rey se preocupó en repararlos y conmemoró en una inscripción su piadosa obra. Al parecer, la región de Tebas no sufrió las consecuencias de la inestabilidad del Delta, su situación aparece como totalmente semejante a la que pudo comprobarse en época de la Dinastía XXII.

No obstante debe señalarse la importancia que el rey atribuía a las riquezas aún grandes de Amón.

Para que los bienes del dios no salieran de la familia real, no sólo continúo el rey con la costumbre de sus predecesores, nombrando a uno de sus hijos como máximo pontífice, sino que acostumbró a dar al dios una de sus hijas como esposa. Shapenupet I, hija de Osorkon III, inicia la listas de esas "esposas divinas" de Amón cuya importancia crecerá rápidamente a expensas de la gran sacerdote, y que serían las dueñas durante dos siglos de toda Tebas.

En Bubastis, la Dinastía XXII se prolongó mas de medio siglo después de la usurpación de Pedubast. De los reyes que sucedieron a Sheshonq III apenas se conoce el nombre de Pami  y Askheperre' Setpenre Sheshonq V. El último representante legítimo debe haber sido destronado poco antes del 730 por el príncipe de Sais, Tefnakht.

Éste, ante las rivalidades de sus débiles colegas, resolvió reedificar para su provecho la unidad de Egipto. Aproximadamente en la misma  época, el rey de Nubia Piankhi, tuvo el mismo deseo y eso hizo inevitable una lucha entre los dos príncipes.                           

 

 

EL PROBLEMA DEL FEUDALISMO

 

La dinastía XXII marca el desarrollo mas completo del feudalismo.

La monarquía no desaparece. Teóricamente no llega a experimentar modificación alguna. El rey sigue pretendiendo haber sido "creado a partir del huevo" ser la emanación divina y la imagen del dios. Su función es hereditaria. Su padre y su madre sabían, que en el momento de su concepción, que estaría destinado a reinar; es de esencia divina, y que es el ka del dios que se expresa a través de su voluntad; es el dios "bueno", el "amado de los dioses". Al hablarle, sus súbditos se dirigen a él llamándole Horus, o "Sol de Ra". Y como insignia de su poder divino lleva siempre el úreo.

Pero todo esto no son más que títulos carentes de sentido, puesto que el rey no solo no es ya un dios viviente, sino que ni siquiera es el único representante de la voluntad del dios.

La teoría monárquica subsiste, pero la monarquía se ha fraccionado entre una serie de príncipes, varios de los cuales ostentan los títulos reales y se adornan con el úreo. Junto al rey de Tanis, que acaba de hacerse atribuir el poder de soberano por el gran sacerdote de Amón, Harsiese, el rey de Bubastis permanece en su trono, aunque con un poder muy menguado; otros monarcas reinan en Hermopólis y Afroditópolis, en el Medio Egipto, y en Trentemon y en Sais, en el Delta.

En Heliópolis, el gran sacerdote de Ra se ha arrogado el título real, como el sumo sacerdote de Amón en Tebas, mientras en el Sudán, en el diminuto Estado teocrático fundado por seguidores de Amón, el gran sacerdote se constituye en rey del Alto y del Bajo Egipto.

Cada uno de estos reyes aspira teóricamente a la soberanía sobre todo Egipto; sin embargo, el rey de Tanis disfruta de una situación superior a la de todos los demás, que no son más en realidad que los príncipes feudales más poderosos reconocidos como señores feudales reconocidos como señores por una serie de vasallos.

En las ciudades más importantes del Delta y del Medio Egipto, así como en Elefantina, donde el jefe mercenario que defendía la frontera sur se había convertido en un reyezuelo cuyo poder se extiende a parte de Nubia, varios príncipes llamados hatia reinaban en sus principados. Busidis, Mendes, Per-Djehuti y Letópolis se habían convertido en las sedes de pequeñas cortes feudales que gravitaban alrededor de Tanis, Bubastis, Sais, Heliopolis y Hermopolis. Algunas ciudades importantes, como Heracleópolis y la antigua capital de Menfis, no eran estados autonómos, sino que se hallaban englobadas en el pequeño reino de Sais. Unos regentes, los haqa, las poseían en feudo por cuenta de su príncipe.

Varios de estos príncipes eran egipcios o egipcianizados. Otros, extranjeros, "incircuncisos y devoradores de pescado", a los que sus iguales, por dicha razón, no consideraban como "puros", aunque a pesar de ello, poseyeran igualmente los poderes principescos.

En cada principado, tanto si se halla bajo la autoridad del rey como bajo la de un príncipe, el poder reviste las mismas características: es de origen divino, y el príncipe es el "hijo" del dios local.

Ello se debe a que, siguiendo un proceso absolutamente análogo al que hemos anotado para la constitución del primer feudalismo egipcio, la fragmentación política ha sido acompañada  -aunque en menor escala- de la fragmentación religiosa. Los dioses han regresado a sus nomos y han vuelto a adoptar en ellos el título de "señores" de sus ciudades.

Cada nomo y cada ciudad tiene su dios, que ostenta allí la dignidad de gran divinidad, y es su dueño en ellos. El propio Amón-Ra, aunque sigue siendo el dios real gracias a su calidad de "rey de los dioses", no desdeña convertirse en dios local y señor de Sebennytos, Ra es el dios de Tanis y el señor de Behdet, Khnum ha vuelto a adoptar sus funciones de gran dios de Elefantina, Sopdu, dios arcaico que el feudalismo ha vuelto a resucitar, es el gran dios del este del Delta, y reina en Per-Seped; en Mendes, el nombre del dios local Khnum se confunde con el de la ciudad; Atum es el "dueño de Heliopólis", donde Ra y los dioses de la Enéada siguen siendo el centro de la cosmogonía solar; Thot, junto con los ocho dioses de su cosmogonía, ha vuelto a ocupar su puesto de señor de Hermópolis (Per- Djehuti); en Per- Atum, Sokar es el dios de la ciudad; Neith reina en Sais, mientras en Atribis, junto a Horus-Khentikheti, ha reaparecido la diosa Khuit, de la que, en tiempos remotos, había sido probablemente el paredro; finalmente; Menfis es la capital del gran dios Ptah, que reside en ella con todos los dioses de su séquito, o sea con las divinidades de la cosmogonía menfita.

El derecho de reinar sobre la ciudad pertenece al dios. El príncipe no es mas que su representante, su "hijo". Smendes, "gran jefe de los ma" de Mendes, declara al carnero:" Yo soy tu servidor... hijo de tus servidores". En Mendes, "el gran jefe de los ma" y sumo sacerdote de Ptah preside el entierro de los Apis. La antigua teoría feudal que pretende que la autoridad del señor sobre sus vasallos se traduce en el aspecto religioso, considerando al señor como hijo del dios de la ciudad de sus vasallos -teoría que los reyes de la XVIII Dinastía habían aplicado todavía para asegurar su autoridad en sus provincias asiáticas - , ha reaparecido en todo Egipto. Cuando Piankhi, el rey de Sudán, conquiste el Egipto feudal, a medida que vaya apoderándose de ciudades y nomos, afirmará su soberanía entrando cada vez en el templo del dios local para hacerse reconocer como hijo suyo; sus victorias se verán confirmadas por los títulos a que adoptará sucesivamente de hijo de Thot en Hermópolis, hijo de Ptah en Menfis, hijo de Ra y de Atum en Heliópolis, e hijo de Horus en Atribis.

Al mismo tiempo que el culto, se ha fragmentado también la administración. Pero así como, desde el punto de vista teológico, el culto sigue centralizado alrededor de la preeminencia de Amón, la administración, en cambio, ha desaparecido por completo.

La verdadera célula política, y en consecuencia administrativa, es la ciudad, con el territorio del que es metrópoli.

Los estados feudales, que bajo la égida de un rey o de un gran príncipe comprenden varios principados, no son estados propiamente dichos sino pequeñas federaciones de ellos. Cada príncipe gobierna libremente su territorio. La autoridad del señor se manifiesta por un vínculo de subordinación personal que liga a sus vasallos, y no por una intervención directa en el gobierno de sus principados. Si el faraón tiene junto a él un gobierno, no es ya por ser rey sino por ser príncipe de Tanis.

En el Delta, el príncipe reside en la metrópoli de su nomo. Cuenta en ella con su palacio, su tesoro, sus almacenes y sus establos, y dispone también de su harén, donde vive la reina, generalmente "esposa e hija real", sus esposas de segundo rango, sus concubinas, sus hermanas y sus hijas. Gobierna con un visir y algunos consejeros, que presiden, bajo su autoridad, los servicios de hacienda, puesta bajo las órdenes de un intendente de los rebaños, del tesoro, de la cancillería y de las milicias. El principado comprende jurídicamente varias clases de población: la gente del campo, campesinos libres o habitantes de los dominios; los habitantes de las ciudades, que han vuelto a asumir, como en la época del primer feudalismo, el nombre de "pequeños" (nedjes), los militares y los sacerdotes, que forman la clase noble.

Las ciudades están habitadas por hombres libres, comerciantes, hombres de negocios, artesanos y marinos; es posible que los artesanos se hallan agrupados en corporaciones. Formaban una comunidad de cuya vida política estamos mucho menos documentados que en lo que se refiere a las ciudades de la primera época feudal.

Nada sabemos acerca de la administración interior de las ciudades ni acerca del grado de autonomía  local del que podían disfrutar con respecto a su príncipe. Lo que sí sabemos es que, durante este segundo feudalismo, ni una sola ciudad gozó de la independencia que habían conocido los principados  urbanos del Delta bajo la IX y X Dinastías. Debemos representarnos el régimen urbano de la época que nos ocupa como muy parecido al de las ciudades del Medio Egipto durante la época heracleopolitana. Como entonces, el príncipe es el jefe de la milicia de su metrópoli, esta milicia está formada por artesanos, albañiles y marineros de la ciudad. Algunas veces, el príncipe concede a su hijo el título de "jefe de la milicia". El príncipe mantiene comunicación con la población urbana por medio de un "escriba de barrios de la ciudad y de los asuntos de la gente que en ellos habita".

No parece que los habitantes de las ciudades pagaran impuestos al príncipe. Pero sabemos, en cambio, que la ciudad paga, como entidad, un impuesto a su soberano. También esto se asemeja al régimen que existió en el Medio Egipto durante los reinados feudales de las IX y X Dinastías. Parece, pues, que las ciudades no son administradas por su príncipe como lo eran antes por el rey, sino que constituyen una célula política que disfruta de cierta autonomía y proporciona al príncipe una imposición global y una milicia de cuyos servicios puede disponer para otros motivos distintos a la defensa inmediata de la ciudad.

 Como se recordará, entre las ciudades del Delta las había que eran grandes centros comerciales, como Menfis, Tanis, Bubastis, Sais y otras. En Menfis, un barrio entero estaba habitado por fenicios, quienes se encuentran allí por razones comerciales, y Tanis es un gran puerto marítimo. Los puertos de las principales ciudades las relacionan directamente con el extranjero. También las transacciones comerciales, frecuentes entre los hombres de negocios, mantienen vigente en la ciudad el derecho contractual escrito tal como se practicaba durante la brillante época monárquica, mientras en el campo el derecho escrito desaparece para ser sustituido por un sistema de convenciones verbales sancionadas por un juramento.

Las ciudades y sus arrabales adquieren, por lo tanto, aspecto de islas jurídicas. En el interior subsiste la pequeña propiedad en el Delta y en Egipto Medio hasta Siut, pero la influencia patrimonial se deja sentir cada vez con mas fuerza. Aunque la actividad de las ciudades no ha sido paralizada durante el período feudal, se ha visto restringida y no poco obstaculizada por la inseguridad reinante y por la guerras entre príncipes. También la vida de los agricultores libres se hace cada vez más difícil. Cuando no pueden pagar el impuesto al príncipe o el tributo al señor, al templo o al caballero, no tienen mas remedio que solicitar un préstamo a los grandes santuarios que rebosan de riquezas. Pero los préstamos son otorgados por los templos en base a unas condiciones sumamente onerosas; el interés llega a 120 % anual, y si el deudor no liquida en la fecha convenida, los intereses se acumulan y la deuda acaba aplastándolo; si el embargo de sus bienes no basta para cubrir su deuda, el acreedor se apodera de su persona, y esta entrega personal le convierte en siervo. De este modo,  la libertad va extinguiéndose progresivamente, y el sistema patrimonial se extiende cada vez mas en el campo, en beneficio de los templos. Las ciudades, encerradas en el estrecho margen de un régimen que constituye un serio impedimento para su actividad económica, achacan la culpa a los templos, y entre la población urbana y la clase sacerdotal aparece una afinidad que se manifestará claramente desde fines del siglo VIII.

En la ciudad, el templo ocupa una situación jurídica autónoma. Dispone de su tesoro, como la ciudad y su príncipe dispone del suyo respectivo. Son tres fuerzas sociales distintas, cada una de las cuales cuenta con amplios recursos. En el Delta, los valores nobiliarios son considerables. Pero si los príncipes poseen grandes cantidades de oro, plata o piedras preciosas, ello se debe a que el comercio no cesa de hacerlos circular en las ciudades, y a que estas les pagan los impuestos no en productos naturales, sino en metales preciosos. Resulta curioso comprobar que los tributos pagados por los príncipes vasallos a sus señores están constituidos esencialmente por metales preciosos, que sirven entonces normalmente de medios de pago.

Las ciudades forman la parte productiva y activa del país. Son centros de libertades y riquezas, y, por consiguiente, de arte.

La arquitectura y la cultura siguen produciendo monumentos importantes en las grandes ciudades como Bubastis y Tanis, que son las que han dado a las XXII y XXIII Dinastías el poderío que aún les queda. Aunque en todas partes la vida se repliega en si misma y se extingue, en las ciudades conserva un dinamismo que logra que Egipto, a pesar de su decadencia política, siga siendo durante todo el período feudal un centro de irradiación cultural y económica. Las ciudades son el punto de contacto entre los marinos fenicios y jónicos después, y la religión, el pensamiento y el arte egipcios. Los focos vivos de la civilización no son ya, ni el Asia ni Egipto, las monarquías,  sino las ciudades, las fenicias en el Asia, y las del Delta en Egipto. Su actividad es la que prepara el mundo nuevo que se está formando en las costas del Mediterráneo oriental.

Al lado de los campesinos del interior y de la población urbana, la nobleza del Delta está integrada en parte por los sacerdotes, pero también por la clase militar, desconocida en el Alto Egipto, excepto en los alrededores de Elefantina. Esta clase se halla rigurosamente jerarquizada. 

Según los cuentos de caballería que han llegado hasta nosotros –y que datan de las postrimerías de la XXII Dinastía, en príncipe de Heliópolis cuenta con siete vasallos y cierto número de caballeros que disponen de varios centenares de hombres de armas. El príncipe de Mendes es el señor de cincuenta y siete caballeros. El príncipe de Sais dispone de ocho mil guerreros. El príncipe de Per-Seped, "gran príncipe del Este", es acompañado, cada vez que inicia una campaña, por siete vasallos.

Si el Alto Egipto no ha conocido el feudalismo militar, los jefes libios instalados junto a la frontera Nubia se han convertido, en cambio, en feudales, y uno de ellos, el príncipe de Elefantina, se rebela como uno de los más poderosos de todo Egipto con sus seis vasallos, sus treinta y cuatro caballeros y sus nueve mil hombres de armas, a los que hay que añadir los mercenarios etíopes.

Son estos hombres de armas, instalados en sus pequeños feudos de 12 aruras (unas 3,5 hectáreas), los que Heróto evalúa en 160.000 en el centro y el este, y en 250.000 en el oeste del Delta. Constituyen el peldaño mas bajo de la nobleza. Los caballeros y los subvasallos de los príncipes, todos los cuales les deben el servicio militar, ocupan una situación mas elevada en la jerarquía feudal.

Los propios príncipes, que son los verdaderos soberanos de sus nomos, se hallan agrupados bajo el mando de los grandes príncipes, vasallos directos del rey.

De este modo, el Egipto feudal aparece bajo la forma de una doble jerarquía cuyo único jefe es el rey. En el Alto Egipto, él vinculo feudal une con el rey al gran sacerdote de Amón, que a su vez es señor de los templos en cuyos territorios los sacerdotes poseen sus feudos hereditarios. Se trata de un feudalismo completamente sacerdotal.

En el Delta, en el Medio Egipto y en la región de Elefantina, el rey es el jefe de un feudalismo militar que desciende progresivamente desde el monarca hasta los grandes príncipes, señores de príncipes, quienes, a su vez, disponen de subvasallos, de caballeros y militares enfeudados.

Por consiguiente, la unidad política descansa enteramente sobre el vínculo feudal que une a los vasallos con sus señores y a estos con el rey. El vasallo debe a su señor el servicio militar junto con sus subvasallos y con las milicias de sus ciudades. Cuando el gran príncipe necesita sus servicios, le convoca y le da a conocer los motivos de la guerra que va a emprender. El vasallo da, además, unos subsidios pagaderos en oro, plata, lapislázuli, malaquita, bronce, piedras preciosas y también caballos.

Debe ayudar a su señor participando en su consejo y acompañándole cuando se ve envuelto en un proceso, y, finalmente, tiene la obligación de asistir a su entierro, con su sacerdote ritual y otros sacerdotes funerarios, para rendirle los últimos honores durante su inhumación, en el templo de su ciudad.

El vasallo está ligado a su señor por un juramento prestado en el templo en presencia de otros vasallos, sus iguales, y ante los dioses. En virtud de este juramento, el vasallo se obliga a poner sus posesiones y bienes a disposición de su señor y a pagarle los subsidios que este reclame. Le debe obediencia y se compromete a no emprender acción alguna contra sus restantes vasallos sin consentimiento y a someterse a su jurisdicción en caso de litigio contra uno de sus iguales.

En compensación, el señor debe justicia a sus vasallos, y, en caso de conflicto, ayuda militar.

Los grandes príncipes dependen también del rey, como sus vasallos dependen de ellos. He aquí el juramento prestado al rey Piankhi por Tefnakht, gran príncipe de Sais  que ostenta también el título de rey, en presencia de dos delegados del rey, un sacerdote y un jefe militar: "No quebrantaré jamás las órdenes del rey y no iré mas lejos de lo que el rey diga. No emprenderé ninguna acción hostil contra un príncipe sin tu autorización; obraré conforme a lo que tú digas, y no desobedeceré lo que tú hallas ordenado".

La calidad de vasallo se obtiene mediante la investidura otorgada por el monarca o por el gran príncipe.

La misión esencial del rey, como señor de los grandes príncipes, consiste en mantener la paz en el país y administrar la justicia. En virtud del principio feudal, la jurisdicción del monarca se extiende a sus vasallos directos, los grandes príncipes, pero no directamente a los vasallos de éstos. Por lo tanto, si se produce un litigio entre los vasallos de dos grandes príncipes, el rey no puede intervenir, salvo si lo solicita uno de los grandes príncipes en virtud de ser su vasallo.

Si en lugar de apelar a la justicia real los grandes príncipes deciden solucionar el litigio que divide a sus vasallos mediante una guerra particular, no pueden emprenderla sin haber avisado previamente al rey. Pero éste, en calidad de señor de vasallos, puede interponerse y ofrecer su arbitraje. En tal caso, el derecho de guerra queda momentáneamente suspendido. El rey convoca al gran príncipe cuyo vasallo pretende haber sido ofendido y trata de suavizar la cuestión. Si no lo logra, convoca a su presencia al señor del vasallo inculpado. Las dos partes comparecen en la sala de audiencia del rey, y cada gran príncipe es acompañado por cierto número de vasallos, que le escoltan.

Después de haber hecho exponer la cuestión a ambas partes, el rey propone una solución pacífica. Si ninguna solución es aceptada por las partes litigantes, no queda otro recurso que la guerra privada. En tal caso, el señor debe de aportar a su vasallo el apoyo militar de todas sus fuerzas, lo que equivale a decir que en cada bando deben de participar todos los vasallos.

No obstante, es posible decir ante el tribunal feudal del rey que la guerra privada se limite a dos vasallos litigantes, sin que pueda provocar la intervención de sus señores.

Una vez agotadas todas las tentativas de conciliación o de limitación de la guerra, el conflicto se iniciará siguiendo unas reglas muy estrictas. Teniendo como intermediario al propio rey, cada señor hará convocar a sus vasallos; éstos recibirán un escrito, redactado por un escriba real, en el que se les dé a conocer  la convocatoria de su señor, las tropas y su milicia cuyo apoyo se recaba y una exposición de los motivos de la guerra que va a iniciarse. Si eso es necesario, el señor debe ayudar a equiparse a los vasallos convocados: " El que carezca de armas y de equipo, las recibirá del tesoro de su señor".

Los dos ejércitos son convocados en el mismo lugar, y en él se reúnen en presencia del rey y de los señores feudales; cada príncipe se coloca en el lugar que el rey le designe. El combate no puede empezar hasta que todos los vasallos convocados se hayan reunido.

La guerra no tiene como objetivo la destrucción del adversario, sino su derrota. Por eso está prohibido dar muerte a los combatientes que se dan a la fuga, y el espíritu caballeresco exige que se conceda gracia al enemigo derribado que sé por vencido. El rey pronuncia la sentencia, e inmediatamente después de haber proclamado la victoria de uno de los dos bandos, el combate debe detenerse.

El rey es árbitro de los grandes príncipes sólo en cuanto señor feudal suyo. En calidad de tal, le deben obediencia en el cuadro de normas del derecho feudal, se hallan al servicio de ayuda y consejo, y le pagan tributo.

Los infieles al rey son considerados como rebeldes al gran dios, y merecen la muerte. Sin embargo, el derecho feudal no es inexorable, y si se someten el rey otorga su perdón.

La obligación de fidelidad del vasallo con respecto a su señor cesa si éste se rebela contra el rey. En tal caso el vasallo, debe negarse a combatir contra el monarca. La ciudad que ofrece resistencia al rey es tomada por asalto, y su población puede ser exterminada o esclavizada. Su tesoro es confiscado por el rey no para sí sino en provecho de Amón o del dios de la ciudad. Si, después de haber ofrecido resistencia, la ciudad rebelde se rinde, se respeta la vida a la población, pero su tesoro es confiscado de todos modos. Sólo la ciudad que, desentendiéndose de su señor feudal, hace acto de acatamiento al rey, evita toda sanción.

La característica de la sociedad feudal, al contrario de la que se había formado bajo la monarquía, es su división  en clases sociales hereditarias, cada una de las cuales tiene su propio estatuto jurídico. La nobleza se halla formada por el sacerdocio y por la milicia; el estado llano está integrado por los campesinos, la mayoría de los cuales se hallan vinculados a la tierra y no pueden sustraerse  a dicha condición. En el Norte subsiste la pequeña propiedad libre, pero la evolución impulsa a estos campesinos libres a absorberse cada vez mas en la clase servil o semiservil; y en las ciudades, por último, persiste el antiguo derecho individualista. Todos los ciudadanos son libres y poseen el mismo estatuto jurídico, y lo único que los distingue es la riqueza, distinción social pero no jurídica; los artesanos parecen hallarse agrupados en corporaciones, pero de ésto no se está muy seguro; el comercio sigue siendo, por lo tanto individual. La esclavitud parece haber desaparecido en los grandes dominios, los antiguos cautivos, asentados allí por el estado, se han confundido con los agricultores serviles; en las ciudades, los esclavos no suministran mano de obra jamás, y ésta sigue formada por obreros libres, ciudadanos que constituyen el grueso de las milicias urbanas.

En este mundo feudal, donde no existe ninguna fuerza auténtica , aparte de los informes personales sancionados por la voluntad de los dioses, la inseguridad es total. Únicamente la autoridad de los dioses, representados por los sumos sacerdotes, es unánimemente respetada, se concibe, por lo tanto, que la conquista de los altos cargos sacerdotales sea objeto de luchas incesantes. El sumo sacerdocio de Amón, convertido en hereditario, no se ve menos disputado por los reyes de Tanis y por las familias feudales de la época. Por otra parte, el propio sacerdote de Amón, aparte de su carácter sagrado, se halla revestido de derechos temporales, y de este modo encaja en el cuadro general del feudalismo. Como sumo sacerdote es el intérprete de los oráculos de Amón, y gracias a ello domina la política del rey y de los príncipes; pero como soberano de Tebas no es sino un vasallo del rey. Como jefe del culto pretende ejercer una autoridad directa sobre el sacerdocio del país. Interviene en los grandes templos del Medio y Bajo Egipto, llega a transformar en un patrimonio de su familia el sumo sacerdocio de Horus, en el venerable santuario de Buto, y pretende imponer su soberanía feudal al rey-sacerdote de Heliópolis.

Por otra parte, la autoridad religiosa de que dispone permite al gran sacerdote de Amón, Harsiese al que la insurrección del pueblo de Tebas había sentado en el trono pontificio y conferido la investidura real. Desde entonces se ha formado una alianza entre él "Grande de Amón" y el príncipe de Tanis, quien a su rango de príncipe añade su rango de rey. Y al poco tiempo, un poderoso grupo feudal formado por los cuatro nomos "más influyentes" de Delta – Tanis, Mendes,  Sebennytos y Tahait (¿Atribis?) –acepta la soberanía feudal del "grande de Amón", al que vemos disponer directamente de una fortaleza situada en el nomo mendesiano a favor de un vasallo elegido por él.

A partir de entonces, se inicia una lucha de influencias por la supremacía en el Bajo y Medio Egipto entre el grande de Amón y el rey-sacerdote de Heliópolis. El antiguo prestigio de Ra se alza contra la supremacía Amonita. Es un hecho cierto que las fuerzas religiosas dominan desde muy arriba la autoridad de los príncipes temporales, y por ello el rey-sacerdote de Heliópolis aparece como el príncipe mas poderoso del Norte. Príncipes de su linaje reinan en Busiris y Sais. Otros se han instalado en Elefantina e incluso en Siria.

En realidad, si el rey es jefe feudal, son los príncipes de Tebas y Heliópolis quienes, a causa del prestigio que les confiere su sacerdocio, agrupan a su alrededor a todos los príncipes del Delta. La familia real de Tanis se apoya en Amón, mientras los antiguos reyes de Bubastis-Heracleópòlis buscan la protección de Ra y son apoyados por los sacerdotes de Heliópolis.

Se comprende, por lo tanto, que la verdadera fuente de poder sean las disposiciones de los sumos sacerdotes, y en muy especial, las del de Amón en Tebas. El cuento feudal “El dominio del trono” narra el conflicto que estalla, con motivo de la sucesión del sumo sacerdote de Amón, entre el rey de Tanis, que le ha atribuido por decreto a uno de sus hijos, con el apoyo del clero de Tebas, y el hijo del gran sacerdote fallecido, que ya era sacerdote de Horus en Buto. De todos modos, la lucha, en la que participan todos los príncipes del Bajo Egipto, se limita a unos cuantos combates singulares, puesto que Amón se opone por medio de sus oráculos al desencadenamiento de la guerra.

Estos cuentos de caballería que han llegado a nosotros gracias a copias más modernas, son la viva evocación de la vida feudal en la XXIII Dinastía, tan lejana del sistema monárquico que Egipto conocía solo doscientos cincuenta años antes.

 

 

MONUMENTOS REALES

 

Los reyes de esta Dinastía vivieron especialmente en el Delta lo que explica la pobreza  de nuestra documentación. Los vestigios de sus actividades arquitectónicas se encuentran en diferentes lugares del Bajo Egipto, especialmente en Bubastis según el historiador Manetón la ciudad de donde eran originarios y en Tanis sin duda su principal residencia, ya que fue el lugar de su último reposo. No obstante debe agregarse que no descuidaron al resto del país. Sheshonq I hizo construir en el-Hibah en Egipto Medio un templo que fue terminado por su hijo Osorkon I  y cuyas ruinas han sido halladas. Por último, en Tebas el nombre de los reyes Libios figura en varios documentos: ya se ha visto que Sheshonq I había hecho elevar en Karnak un pórtico monumental que decoró a su vuelta de Palestina, con una escena de guerra y con una larga lista geográfica. La decoración del pórtico fue construida por sus sucesores, los reyes Osorkon I, Takelot II y Sheshonq III. Osorkon II hizo construir una capilla, actualmente en ruinas. Takelot mandó restaurar un santuario de Thutmosis III y su nombre figura en un bloque hallado en el templo de Khonsu. A partir del reinado de Sheshonq II, los restos de los reyes libios se vuelven paulatinamente mas escasos y terminan por desaparecer.

 

 

 

LA NECRÓPOLIS REAL DE TANIS

 

El siguiente capítulo hará hincapié en los descubrimientos magníficos hechos en Tanis en 1939 por P. Montet, importantes en el plano arqueológico y también en el  histórico; ya utilizados, y aquí se agruparán los principales resultados obtenidos por P. Montet quién descubrió una parte de la necrópolis real de las Dinastías XXI y XXII. La primera tumba en la que penetró estaba limitada por las dos caras del ángulo sudoeste del primer pilón, por la muralla de Psusennes y por la parte meridional del lado oeste del muro de circunvalación. Esta tumba y las que fueron despejadas mas tarde habían escapado a la atención de los excavadores que se sucedieron en Tanis porque se encontraban ocultas por construcciones de ladrillos realizadas en la baja época, en el lugar de los edificios que primitivamente deben de haber servido de capillas funerarias a los reyes difuntos. Efectivamente, es extraño que hasta el presente no se haya encontrado en Tanis cerca de las tumbas reales, ningún lugar oculto. Puede suponerse, pues, que esas capillas funerarias se construyeron sobre las tumbas mismas.

La primera tumba descubierta pertenece al rey Osorkón II (870-847) que reposaba al fondo de una cámara de granito, en un sarcófago tallado en un bloque de granito también. Las otras piezas del departamento funerario eran de caliza y sus paredes estaban decoradas con escenas extraídas del repertorio de las tumbas reales del Imperio Nuevo.

En esas piezas fueron enterrados otros personajes pertenecientes a la familia  reinante: el príncipe Hornekht, hijo de Osorkon II y gran sacerdote de Amón; el rey Hedjekheperre' Takelot II (847-823), hijo y segundo sucesor (?) de Osorkon II, y un personaje anónimo que posiblemente sea el rey Usirmare' Sheshonq III. Es curioso que esos reyes o esos príncipes, no hayan tenido cada uno de ellos una tumba individual. A decir verdad, se poseen pruebas de que, en ciertos casos, por lo menos cuando se trata de reyes, esta cohabitación se debió a arreglos posteriores. Sheshonq III si es el anónimo de la tumba de Osorkon II y Amenemope, tenían cada uno su tumba antes de reposar en la bóveda donde los encontró P. Montet. Pero sin lugar a dudas esas tumbas fueron saqueadas y se hizo necesario encontrar otra morada para sus ocupantes. Entonces por razones de seguridad y de economía, se volvieron a abrir las tumbas más grandes y mejor preservadas, para recibir nuevos huéspedes. Debe agregarse que los reyes tanitas y libios no titubearon nunca en usurpar un sarcófago: el sarcófago de Takelot II no le pertenecía y el del príncipe Hornekht tenía la parte inferior de granito y la tapa de asperón. Veremos casos de usurpación, que constituyen evidentes signos de pobreza. No obstante, los reyes enterrados en Tanis habían conservado en cierta medida el gusto por el lujo, y el moblaje funerario que hicieron encerrar en sus tumbas es de gran riqueza. Cierto es que también ésta era, en parte usurpada.

La tumba nº 3 se componía de un corredor, una antecámara y tres salas. Había servido como última morada a siete personajes de esa época, muchos de ellos de origen real:

1º Psusennes (1054- 1000), el primer propietario cuya momia se encontraba protegida por tres sarcófagos, el primero de plata, el segundo de granito negro y el tercero, que encerraba los otros dos, de granito rosado. Este último había pertenecido al rey Merneptah (Dinastía XIX).

  Amenemope (el Amenoftis de Manetón), uno de los primeros sucesores de Psusennes, quien reinó aproximadamente entre 1006-1000. Primitivamente ese rey había sido enterrado en la tumba nº 4 y, como consecuencia de la violación de su bóveda se lo llevó a una de las cámaras de los aposentos funerarios de su predecesor. Reposaba en un ataúd de madera encerrado en un sarcófago de piedra que antiguamente había guardado la momia de Mutnedjem, segunda mujer de Smendes y madre de Psusennes. Sin duda, este último habrá querido que su madre fuera enterrada en la misma tumba que él pero no se sabe qué sucedió con la momia de la reina luego del traspaso de Amenemope.

3º Ankhefenmut, cuarto hijo del gran sacerdote Piankhi; su cuerpo reposaba en un sarcófago de granito rosado.

4º El rey Hekakheperre' Sheshonq, que ocupaba la antecámara de Psusennes. El cuerpo estaba encerrado en un sarcófago de plata con cabeza de halcón. Este rey, desconocido hasta el presente había reinado muy poco tiempo. No se sabe si ese nuevo Sheshonq fue llevado a la tumba de Psusennes o si él mismo se hizo arreglar la antecámara de su lejano predecesor.

5º Una concubina de Psusennes.

6º Un alto funcionario del mismo reinado. Estos dos últimos personajes reposaban igualmente en la ante cámara, uno a cada lado de Sheshonq. No queda nada de los sarcófagos, probablemente de madera, que ocuparon primitivamente.

7º Unudjebauendjedet, jefe de los arqueros de Psusennes. Ese alto personaje reposaba en una bóveda completamente amurallada situada al oeste de la de Ankhefenmut. Las paredes estaban decoradas con escenas funerarias. Primitivamente el sarcófago de granito había pertenecido a Amenhotep, profeta de Amón, gran vidente de Re', en Tebas. Recubierto por una capa de mástique, en la que habían grabado nuevas inscripciones, y enchapado con una fina lámina de oro, ese sarcófago encerraba un ataúd de madera dorada y éste un sarcófago antropoide de plata. La momia estaba ricamente adornada y el moblaje funerario se componía de objetos finos, muchos de los cuales provenían de los antepasados del difunto. De todo ello puede deducirse que Unudjebauendjedet pertenecía a una vieja familia y que había desempeñado una función importante en la corte de Psusennes.

La tumba nº 4 era la primera tumba de Amenemope.

Después del traspaso del rey, parece que fue ocupada por un personaje desconocido, y luego nuevamente violada y saqueada. Los excavadores apenas encontraron la tapa de un sarcófago, que databa del Imperio Antiguo.

La tumba nº 5 había pertenecido al rey Usirmare' Sheshonq III (823-772), el constructor de la monumental puerta que se levanta a unos metros de la tumba. Se ha visto que probablemente ese rey fue traspasado a la tumba de Psusennes, luego de la violación de su bóveda.

El nombre de Horus del rey, Nesutire', que no era conocido pertenece desde entonces a la historia.

Si bien faltan tumbas aún no se ha perdido la esperanza de hallarlas. De todos modos, se puede felicitar a P. Montet por la rica cosecha extraída: sarcófagos, canopes, vajilla, amuletos, escarabajos, ollas y muchos objetos, a menudo de excelente calidad, éstos permiten estudiar el arte de la época. No debe olvidarse tampoco la decoración de las cámaras funerarias, de considerables importancia, ya que informan a la vez sobre el arte gráfico y usos funerarios de dos Dinastías que hasta hace poco casi nada se conocía.

 

 

LOS “CUENTOS DE CABALLERÍA”

 

 Desde el punto de vista histórico, los cuentos de caballería presentan un gran interés. Los hechos que nos relatan se hallan suficientemente confirmados en su conjunto por documentos para que se pueda ver en ellos una relación contemporánea de los sucesos tratados en un género épico y con un verdadero valor literario. El número de fragmentos hallados, recopilados hasta el siglo II d. C., demuestra que en el período feudal de los siglos IX y VIII a. C. hubo una actividad literaria muy interesante, capaz de hacer brotar un género nuevo formado por "ciclos" agrupados en torno al "grande Amón", al rey de Tanis y al rey-sacerdote de Heliópolis. Dicha literatura celebra las hazañas de los nobles, las gestas caballerescas y el valor; es la expresión de la civilización tal como la concibe la nobleza feudal; es un género literario de categoría, que demuestra que no toda la cultura había desaparecido en aquel Egipto donde la clase dominante estaba constituida entonces por príncipes libios o de origen libio, y probablemente también Egeo, tanto como por los egipcios de antiguo abolengo. No ha desaparecido todo el sentimiento nacional, pero se nota que ha llegado del exterior un vigoroso soplo y que éste ha introducido en la civilización tradicional del valle del Nilo unos elementos nuevos que hallan su expresión en aquella literatura donde la descripción y lo pintoresco asume una importancia hasta entonces desconocida en las plumas de los escribas egipcios.

Ciertos fragmentos a los que Maspero ha dado los nombre de “La influencia de la coraza” y “El dominio del trono”, recuerdan la Ilíada. La influencia del feudalismo que había florecido en el mundo Egeo en la época micénica no es ajena a ello.

Estos cuentos son los primeros testimonios de la interpenetración que se está gestando entre las civilizaciones egipcia y egea, y bajo este aspecto, presentan un valor excepcional.

Como en la Ilíada, el placer del combate singular y del valor individual ocupa en ellos un primer lugar. Pemu,  el joven príncipe de Heliópolis, ha sido provocado al combate contra un enemigo muy superior en número, y se dispone a luchar. Su fiel escudero Zinufi le ruega que espere la llegada de sus hermanos y de las tropas que estos mandan; pero un caballero no esquiva el combate.

"Hermano Zinufi", dice, "yo he pensado todas las palabras que tú has dicho. Pero ya que las circunstancias son tales que resulta imposible evitar la batalla hasta que mis hermanos se hayan reunido conmigo, venceré a los hombre de Mendes y humillaré a Tanis, Tahait y Sebennytos, o que no me cuentan ya entre los valientes. Por lo tanto, Zinufi, hermano mío, revístete de valor y haz que me traigan la armadura de caballero". Se la traen en seguida, y después extienden ante él una capa de cañas acabadas de cortar, Luego, el texto, mutilado, describe al joven caballero poniéndose su camisa de byssus de la ciudad de Panamhu recamada de oro, y después una cota tejida, de tres codos y medio de longitud, tejida con lana fina reforzada con byssus de Zalchel; sobre ella se pone un corselete de cobre adornado con espigas de oro y cuatro figuras masculinas y otras cuatro femeninas que representan a los dioses del combate; se coloca sus polainas de oro macizo, se cubre la cabeza con el casco, y se dirige al campo de batalla.

El combate se inicia, y Pemu retrocede, y Zinufi corre hacia el puerto vecino para ver si llega la flota de sus hermanos. "Finalmente, levantó su rostro y divisó un navío pintado de negro con la borda de blanco, atestado de gavieros y remeros y cargado de soldados, y observó que tenía escudos de oro en las bordas, y un alto espolón dorado en la proa, así como una imagen de oro en la popa, y numerosos marineros maniobraban en los aparejos; detrás seguían dos galeras, quinientas urcas, cuarenta baris y sesenta barquichuelos con sus remeros, de modo que el río resultaba estrecho para tantas embarcaciones, y el ribazo demasiado estrecho para la caballería, y los carros de combate, las máquinas guerreras y los infantes".

Los príncipes llegan de todas partes y cada uno combate siguiendo la modalidad de su país. La influencia siria ha penetrado en Egipto por el este. He aquí al príncipe de Per-Seped, "revestido de una cota de malla de buen hierro y bronce fundido, ciñendo una espada de combate de buen hierro fundido y un puñal, al estilo de las gentes de Este, fundido de una sola pieza desde su empuñadura hasta su afilada punta; tomó la lanza cuya tercera parte era de madera de Arabia, otra tercera parte de oro y la última de hierro, y tomó en su mano un escudo de oro".

A partir de aquel momento, la batalla recrudece, y suceden mil peripecias. Pemu ha conseguido ventaja y tiene a su adversario a su merced: "Pemu había derribado casi a su adversario bajo su escudo de juncos trenzados; asestó una patada, hizo caer el escudo al suelo y levantó su mano con la espada para matarle. Montubeaal [ su hermano que interviene] dijo: "No, Pemu, hermano mío, no lleves tu brazo hasta el extremo de vengarte de estas gentes, pues el hombre no es como una caña, que, al ser cortada, vuelve a crecer".

Este sentimiento caballeresco que anima a los combatientes, y la humanidad, tan egipcia, de que dan pruebas se alían a sus virtudes guerreras. Otro príncipe iba a dar muerte al hijo del faraón, pero el "gran jefe del Este", que combate contra el bando del rey, le detiene: "Aparta tu brazo Ankhoru", le dice, "por el faraón, su padre, pues es su vida".

También la sicología de los personajes es puesta al descubierto continuamente.

Algunos son brutales y traducen su exaltación mediante injurias: "Vengo a buscarte, negro, nubio  masca-goma, hombre de Elefantina", grita uno de los combatientes al abalanzarse contra su adversario. Otros son pacíficos y dulces; así, el prudente rey Pedubast, quién – como Néstor en la Ilíada – trata de preservar la paz: "Pemu, hijo mío", le dice cuando el joven príncipe acude a su tribunal para prevenirlo acerca de la guerra que piensa emprender, "no te desvíes de los caminos de la sabiduría para que no caigan desastres sobre el Egipto de mis días".

Resulta imposible para el estudioso no sentirse impresionado ante el nuevo acento que acerca el Egipto del Tercer Período Intermedio a la Grecia homérica. Un nuevo mundo se está formando alrededor del Mediterráneo oriental, las razas y las ideas se mezclan íntimamente, y, sobre la tierra egipcia, tanto la nobleza feudal como la clase comerciante de las ciudades experimentan la profunda influencia que, a través del mar, llegan desde los mundos del Este y del Norte.

 

 

 

DINASTÍA XXII

 

Las presentes cronologías que presentaremos son a criterio del autor las mas exactas, teniendo en cuenta que nunca podemos hablar de tablas cronológicas con fecha absolutamente precisas debido al complicado período que se está intentando analizar. No descarto absolutamente cualquier otra  cronología que el lector acepte sabiendo que la diferencia, probablemente en años, siempre sea corta con relación a las presentadas.

 

 

SHESHONQ I (950-929)

OSORKON   I (929-893)

TAKELOT    I (893-870)

OSORKON   II (870-847)

SHESHONQ II (847)

TAKELOT    II (847-843)

PAMI  (772-763)

SHESHONQ V (767-730)

 

 

DINASTÍA XXIII 

 

La presente tabla cronológica se cita debido a la causa que la Dinastía XXIII,  reina en un momento de forma paralela, a la Dinastía XXII (objetivo de este estudio), la cual enfocamos desde el punto de vista de la Dinastía XXII. Por lo tanto el autor considera importante que mediante las dos cronologías se observe el momento de la fragmentación de la monarquía.

 

 

PEDUBAST (817  (?)  763)

SHESHONQ IV (763-757)

OSORKON  III (757-748)

TAKELOT  III (748-730)

AMONRUD (748-730)

OSORKON  IV (748-730)

           

 

Debemos tener en cuenta que la presente cronología es mas inexacta que la de la Dinastía anterior.

 

 

CONCLUSIÓN DEL AUTOR

 

El Tercer Período Intermedio  aparece como uno de los momentos históricos más complicados para analizar con profundidad. Dichas causas pueden dejarse ver en la confusión reinante que se hace presente ya sea por Dinastías que reinan en paralelo (no tomando los reyezuelos que se levantan en cada nomo como independientes aspirando a la realeza), de las cuales existe muy poca información, como de la sucesión al trono que hubo en cada una de ellas y teniendo en cuenta que muchas veces los pontificados supremos llevan los mismos nombres que los reyes gobernantes.

 

Tomamos una idea muy precisa de esta decadencia diciendo que Egipto entra en una decadencia progresiva desde fines del  Imperio Nuevo(1080). En lo que se refiere a la política exterior, Egipto pierde todas sus posesiones en Siria y Palestina y con ello el país pierde una fuente muy importante de ingresos que llegaban a éste en forma de tributo.

No olvidando tampoco que en lo interior desde la muerte de Ramsés XI, el  país se hallaba políticamente fragmentado en el Bajo Egipto con su capital en Tanis y el Alto Egipto con su capital en Tebas ciudad de Amón-Re'.

 

Lo cierto que el cambio de Dinastía de la XXI a la XXII no se produjo de forma violenta, en su origen se presentaba  una pequeña contradicción entre lo citado por el sacerdote Manetón y los arqueólogos modernos, lo cierto es que el historiador de la antigüedad en una época muy tardía recopila la historia total de Egipto, de otros anales quizá ya equivocados o tal vez en el momento en que se traduce la historia de dicho historiador en el camino a nosotros. Lo cierto es que no altera de manera alguna los posteriores acontecimientos que sufrió la Dinastía XXII.

Concretamente se debe tener en cuenta los procesos, causas y efectos del por qué los libios llegan al poder, la manera en la cual en un trecho de dos siglos esta gente va inmigrando en el Delta de forma pacífica, estableciéndose en algunas zonas y fundando colonias libias militares debido a que su profesión  es esencialmente guerrera, en una zona donde Egipto precisaba un ejército efectivo y numeroso a causa de que tenemos en el Delta un punto débil del país, que está constantemente amenazado por los movimientos que puedan venir directamente de Asia. Además, tenemos un ejército egipcio compuesto en forma creciente por mercenarios desde el 1200 aproximadamente, del cual ya tenemos noticias. Los libios ascienden de forma rápida a los primeros lugares en el ejército, situación que deja ver la influencia que fueron adquiriendo en la Dinastía XXI, donde conocemos las extensiones de tierra que los monarcas de esta Dinastía cedieron ante su peso en el Delta.

Tendremos en cuenta por cierto la egipcianización, en la cual adoptan la religión y las costumbres egipcias. El futuro faraón Sheshonq I lo deja ver cuando se somete a la decisión del oráculo tras darle sepultura a su padre.

Dicha ascensión trae como resultado un no-reconocimiento inmediato del clero de Amón, el que sí lo reconoce pero de forma posterior al ascenso de este monarca.

Con Sheshonq I parece en cierto momento tener solucionado el tema de las posibles Dinastías paralelas, mediante su política exterior asegura en parte la estabilidad de un Egipto cada vez más pobre.

Su logro fue recuperar la influencia perdida por el país destruyendo las ciudades en un 90% israelitas que alejaban el comercio con Fenicia y los productos de Arabia. Esta labor no pudo llevarse acabo  hasta la división del Estado de Israel en dos partes (Judá e Israel) lo que debilitó su pasajera situación de estabilidad.

 A criterio personal hago hincapié en la astucia que tuvieron los débiles faraones de este período fingiendo mantener relaciones diplomáticas excelentes con sus vecinos de Palestina pero aprovechando cualquier oportunidad para debilitar a sus vecinos, ésto lo podemos ver cuando Sheshonq I recibe a Jeroboam en su corte alentando un posible  peligro a concretarse, que a la muerte de Salomón tomaría forma.

En lo que refiere a la política interna de la Dinastía, consiste en colocarse en puestos claves como fueron el pontificado de Amón, el de Heliópolis y la gobernación de la ciudad de Heracleópolis. Esto soluciona de forma muy transitoria  las tentativas de reinados paralelos.

Aquí también encontramos una forma de administración distinta a la del Imperio Nuevo la que consistía en colocar a funcionarios no pertenecientes a la familia real, (cargos por supuesto no hereditarios) en lugares claves y centros políticos importantes intentando así quitar poder político a la familia del rey, ésto no quita por ejemplo que pudieran participar del ejército.

Como dije esta solución no fue efectiva durante toda la Dinastía.

Se conoce una inscripción en la cual un rey pide a Amón por sus hijos y los celos existentes entre ellos. Claramente deja entrever  el problema del monarca por saciar las ambiciones cada vez mas desmesuradas de la familia real.

En lo referido a la historia política se llega al reinado de Sheshonq III. Al parecer este monarca no tenía derecho legítimo al trono pero apoyándose en los jefes libios pares suyos logra obtener la realeza lo que al parecer debilitó la monarquía a causa de la autonomía que estos jefes obtienen con respecto al monarca, reduciendo considerablemente el área de influencia del rey.

Y aquí nos encontramos en forma definitiva con una Dinastía en forma paralela, la Dinastía XXIII hacia el 730 a. C.

La creciente presión de la nobleza provincial provocó como respuesta una partición  formal de la monarquía formándose de esta manera como ya mencioné, la codinastía XXIII (establecida en Lentópolis) que se encargaría de mantener el control en el  sur y medio Egipto en tanto la Dinastía XXII intentará mantener el dominio del Delta.

Lo importante de este suceso es que el resultado fue totalmente negativo debido que en lo exterior no pudieron ambas Dinastías frenar la tentación de expansionismo de Asiria; en lo interior otros parientes de la familia real adquirieron una notable importancia rivalizando con ambas Dinastías, estos fueron los gobernantes de Hermópolis y Heracleópolis  que se arrogaron el título de rey como también sucede con los importantes pontificados de Heliópolis y Tebas donde ambos sumos sacerdotes de la misma manera que los anteriores se titularon reyes, así lo hace el pequeño estado teocrático de Amón en Sudán donde el sumo sacerdote dice ser señor del Alto y el Bajo Egipto.

En Sais aparece otra amenaza para estos reyes. Uno de los "principados  Ma" adquiere considerable importancia, Tefnakht (Dinastía XXIV) consigue controlar el Delta occidental abarcando desde Menfis hasta el mar.

Durante todo este período se toma en cuenta el incremento de las tensiones sobre el grado independencia o autonomía regional. Conocemos a su vez que muchos de estos "nuevos reyes" tenían un dominio que no iba mas allá de su feudo o de su región.

 

En lo que se refiere al modelo literario se tomó fundamentalmente el modelo del Nuevo Imperio (época de Amenofis III) para celebrar sus victorias, es claro que la finalidad concreta es religiosa y propagandística.

Curiosamente vemos un capítulo nuevo en la literatura egipcia como lo son "los cuentos de caballería"  hechos que se hallan suficientemente documentados. En ellos hay una relación contemporánea de sucesos en el género épico. Están datados hasta el siglo II d. C., demostrando en los siglos IX y VIII actividad literaria de características interesantes agrupados en torno a los sumos pontificados de Tebas, de Heliópolis y al rey de Tanis. Celebran hazañas caballerescas y nobles demostrando que no toda la cultura en ese Egipto ha desaparecido como tampoco el sentimiento nacional.

Demuestran que existió en este país una influencia extranjera hallándose en aquella  literatura donde lo pintoresco y la descripción asumen una importancia hasta entonces desconocida por los egipcios pero a su vez  resaltan una humanidad tan egipcia como otros valores ya existentes en esa civilización.

Los cuentos a los que el egiptólogo Maspero da nombres como: “La influencia de la coraza” y “El dominio del trono” recuerdan a la literatura de la Grecia homérica.

 

En lo religioso encontramos semejanzas con períodos feudales anteriores.

Desde el punto de vista religioso la monarquía permanece igual, el monarca mantiene la idea de ser creado a partir del huevo siendo así la emanación divina y la imagen del dios. La función del rey es hereditaria, su esencia es divina por ello el ka del dios se ve manifestado en su voluntad.

Sus súbditos se manifiestan a él llamándolo Horus o "Sol de Ra" y por supuesto lleva el úreo.

Pero a su vez nos topamos ante un contraste, esta época de feudalismo creciente, dominada regionalmente por príncipes o por señores feudales los cuales también se invisten del origen divino y cada príncipe o señor feudal es "hijo" del dios local. Notamos aquí también que la partición no fue sólo de la monarquía, la religión de manera parecida se halla dividida. Esto indica que las divinidades regresan a los nomos y son "señores" de esos sitios nuevamente.

Pero a su vez nuevas divinidades reaparecen dado el caso de la diosa Khuit que al lado del dios Horus-Khentikheti son señores de la ciudad de Atribis.

Cuando el rey sudanés Piankhi invade el Egipto feudal en el transcurso de sus campañas debe entrar a los santuarios locales para hacerse reconocer como hijo de la divinidad local, lo que afirmará su soberanía adquiriendo títulos como hijo de Thot en Hermópolis, hijo de Ptah en Menfis, hijo de Atum y Ra en Heliópolis y también hijo de Horus en Atribis.

No queriendo caer en detalles banales, creo que estas son las principales características de la religión a criterio de quien escribe.

De esta manera atravesando por la historia política, intentando comprender  el por qué de cada  acontecimiento y no remitiéndonos a los nombres (cosa que sería muy difícil) para dar un enfoque histórico comprensible. En lo que abarca a la cultura tratamos de hablar en este criterio de aquellos elementos más importantes en este estudio de la Dinastía XXII, intentando esquematizar extrayendo los aspectos mas importantes de dicha Dinastía.

 

 

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