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- ESTUDIO SOBRE LA DINASTÍA XXII<
por ROBERTO
GONZÁLEZ
PRÓLOGO
El
presente estudio, tiene por objetivo tratar uno de los períodos mas difíciles en
la historia de Egipto como lo es el Tercer Período Intermedio. Abarcando desde
los orígenes de la Dinastía ascendiente en Egipto, citando a sus monarcas, la
política exterior empleada por los reyes de la misma, la difícil precisión de
los sucesores al trono, los mercados exteriores del mundo de medio oriente, el
comienzo de la crisis de la monarquía, pasando por el desmembramiento de la
misma, el problema del feudalismo. Sus monumentos reales, sus necrópolis y la
literatura representada en "Los cuentos de caballería".
LOS
ORÍGENES DE LA DINASTÍA Y REINADO DE SHESHONQ I
Origen
de la nueva dinastía - El nuevo rey era un jefe Libio que había pedido
autorización al rey Psusennes II para establecer en Abidos un culto funerario a
su padre; Nemrod, y que obtuvo del soberano grandes favores para él mismo. En
tal época esa familia Libia se hallaba instalada en Egipto desde hacía seis
generaciones y descendía de un jefe Mashauash, Buyuwawa, que había vivido en uno
de los oasis del desierto líbico aproximadamente al final de la época
Ramésida.
No
se tiene ninguna noticia segura a cerca del origen de los Mashauash. En
ocasiones han sido asociados a esos " Pueblos del Mar" cuyas sucesivas
invasiones habían puesto en peligro a Egipto en innumerables oportunidades dos o
tres siglos antes (desde el 1227 al 1198), pero, si bien en ciertas ocasiones
sus ataques coincidieron con los de los "Pueblos del Mar", parece que no debe
atribuirse a los dos grupos invasores un origen común. Resulta mas verosímil
suponer que los Mashauash eran Berbéberes que, luego de haberse instalado
en Libia, se impusieron rápidamente
a los Libios indígenas. Ya se ha visto que habían organizado la invasión del
Delta en tiempos de Ramsés III.
Rechazados
dos veces por el faraón, los Libios renunciaron a imponerse por la fuerza, pero
consiguieron introducirse pacíficamente. Esencialmente guerreros, se habían
ofrecido a los reyes egipcios como mercenarios, y sus servicios fueron tan
apreciados que casi puede afirmarse que a partir del final de la Dinastía XX con
excepción de algunos nubios el ejército egipcio se componía mayoritariamente de
libios. A decir verdad, casi no tuvieron ocasión de demostrar su valor, ya que
en esa época no fue turbada la paz. En un principio, pues, fueron repartidos en
un cierto número de guarniciones. Los reyes de Egipto les habían hecho
donaciones de terrenos a manera de soldada, y así pudieron crear en el país
colonias militares, cuya importancia creció rápidamente. Cada colonia tenia a su
frente a un jefe Libio, que ostentaba un título de " Gran Jefe de los Má",
abreviatura de " Gran Jefe de los Mashauash". Si bien continuaron viviendo en
colonias, los Libios instalados en Egipto se aclimataron rápidamente y adoptaron
la religión y las costumbres egipcias. Ya se ha dicho que Sheshonq, Príncipe de
Heracleópolis, había hecho enterrar a su padre en el santuario de Abidos y que
se sometió a la decisión del oráculo, exactamente como lo hubiera hecho un
egipcio. No obstante, conservaron sus nombre libios y también la costumbre de
fijar una doble pluma en sus cabellos, por ello se los designaba frecuentemente
con el nombre de "gente que lleva la doble pluma".
La
familia del rey Sheshonq tuvo un destino un poco diferente. Musen, hijo de
Buyuaawa, cumplió su carrera en el clero de Harsafes, en Heracleópolis, donde
ejercía la función de "Padre Divino”. Si bien sus sucesores directos llevaron el
mismo título, al parecer adquirieron rápidamente en el nomo, e incluso en el
Egipto medio, una influencia que sobrepasaba notablemente a la que pudieron
ejercer los sacerdotes de Harsafes. De todos modos, el Nemrod que hemos citado
en varias oportunidades consiguió imponerse como Jefe de la colonia militar
libia que existía en Heracleópolis: en efecto, al lado de su título hereditario
llevaba el de "Gran Jefe de los Ma ", título que su hijo Sheshonq conservó y usó
hasta su advenimiento. Por desgracia, del advenimiento mismo no se sabe
absolutamente nada. Según Manetón, la nueva Dinastía era de origen
Bubastita y no Heracleopolitano.
Quizá en época del último rey Tanita, el hijo de Nemrod hubiera conseguido
extender su autoridad hasta Bubastis, ya que en el curso de excavaciones
practicadas en ese lugar se halló la base de una estatua marcada con el nombre
del "Gran Jefe de los Ma, Sheshonq", estatua que es pues, anterior al
advenimiento de la Dinastía. De todos modos, parece ser que el nuevo rey llegó al trono sólo
después de la muerte de Psusennes II. Efectivamente poseemos pruebas de que
honró la memoria de su predecesor y se sabe también que en el deseo de legitimar
su advenimiento, hizo casar a su hijo, el futuro rey Osorkon I, con Makare, hija
de Psusennes II.
Al
parecer, en Tebas no fue tan bien recibido; el clero de Amón no pudo desconocer
un acontecimiento tan preciso como la ascensión al poder de Sheshonq, pero no le
reconoció inmediatamente dignidad real, como lo prueba un fragmento encontrado en Karnak datado en el año II del gran Jefe de los
Ma, Sheshonq. En el mismo bloque figura además otra inscripción fechada en el
año XII del Rey Shesonq Miamón.
Frecuentemente
se ha supuesto que, cuando Sheshonq subió al trono, una parte del clero de Amón
abandonó Tebas y se refugió en la Alta Nubia, en la región de Napata. Tuvieron
influencia sobre los reyes sudaneses (llamados "Etíopes"), fieles adoradores de
Amón, que dos siglos mas tarde reaparecerían en Egipto. Como se verá mas
adelante, la hipótesis no es unánimemente aceptada.
POLÍTICA
EXTERIOR DE SESHONQ I
Casi
no existió política exterior en época de los reyes de la Dinastía XXI. Era la
época en que Palestina, gracias a la energía del rey David, se había convertido
en un poderoso Estado. Las únicas informaciones que poseemos sobre las
relaciones entre Egipto y el nuevo reino israelita provienen de la Biblia. De
este modo sabemos que, durante el reinado de David, un príncipe edomita Hadad,
huyó a la corte de Egipto con algunos de sus servidores, para escapar de la
matanza que el general judío Joab realizaba entonces en el país de Edón.El
príncipe fue muy bien recibido por el faraón (probablemente era Siamón), e
incluso se casó con Takhpenes,
hermana de la reina de Egipto. Poco tiempo después, en circunstancias que
no han sido determinadas, el rey de Egipto, probablemente el mismo Siamón, llego
hasta Canaán, tomó la ciudad de Gézer y la incendio. Luego agrega el texto
bíblico: "le dio en dote a su hija, mujer de Salomón". Si el matrimonio de
Salomón con la princesa egipcia se celebró inmediatamente después de la toma de
Gézer, puede suponerse que la ciudad no fue totalmente incendiada; por lo
contrario, si Gézer fue realmente destruida, debe admitirse que entre los dos
acontecimientos relatados por la Biblia ha de haber transcurrido suficiente
tiempo como para hacer posible la reconstrucción de la ciudad. La primera hipótesis, confirmada por los
datos arqueológicos parece más verosímil. Sea como fuere, el relato Bíblico por
lo menos aporta la prueba de que Siamón había intentado un acercamiento con su
vecino de Palestina.
Al
final del reinado de Salomón, cuando Sheshonq I reinaba en Egipto, el efrateo
Jeroboam, a quien Dios había prometido por boca del profeta Ajiyyá el reino de
Israel, huyó a la corte de Egipto para evitar la muerte con que Salomón lo había
amenazado. La política egipcia es fácilmente comprensible. Los faraones fingían
mantener las más cordiales relaciones con los poderosos reyes de Israel, pero no
desperdiciaban ninguna ocasión para
debilitarlos, favoreciendo todas las tentativas de escisión. De este modo,
esperaban poder intervenir un día en los asuntos internos de Palestina y
reconquistar sin mucho esfuerzo la influencia que sus predecesores habían
adquirido antiguamente como resultados de largas
guerras.
No
tardó en presentarse la ocasión. Luego de muerte de Salomón se produjo la
escisión que el profeta Ajiyyá había predicho. Jeroboan que había vuelto al Asia
fundó el reino de Israel, que agrupaba diez de las doce tribus israelitas,
mientras que Roboam, hijo de
Salomón formó el pequeño reino de Judá con las dos tribus restantes (Judá y
Benjamín). Esto ocurrió hacia 935. Cinco años mas tarde el rey egipcio intentó
realizar una expedición a Palestina. "En el quinto año del reinado de Roboam,
Shishak, rey de Egipto, salió contra Jerusalén. Se apoderó del tesoro de la casa
del eterno y de los tesoros del rey, todo lo tomó. Tomó todos los escudos de oro que
Salomón había fabricado". Como se ve, Sheshonq había logrado una gran victoria.
Lamentablemente las fuentes egipcias no son tan precisas. Las únicas alusiones
que han quedado acerca de la campaña de Sheshonq I en Palestina se encuentran en
la pared exterior del muro meridional
del gran templo de Karnak. Allí el rey hizo grabar una larga lista (en la
actualidad incompleta) de las ciudades que había tomado en Asia. De los 150
nombres que, como mínimo componían la lista, apenas queda aproximadamente la
mitad. Todas las ciudades mencionadas tienen nombres Cananeos y estaban situadas
ya en el reino de Judá, ya en el de Israel, el faraón apenas debió pasar el límite
septentrional de Galilea (Bethanat). No aparece el nombre de Jerusalén.
Probablemente se encontraba en las partes de la lista que se han perdido. Se ha
podido identificar el campo o lugar denominado "Campo de Abrahan ", donde
aparece por primera vez en un documento histórico el nombre del antepasado de
los hebreos.
La
expedición de Sheshonq I tuvo felices consecuencias para el prestigio de Egipto
y del mismo modo, para el tesoro del estado. David y especialmente Salomón
habían acumulado en su país incalculables tesoros, y Jerusalén en particular
debía de ser una de las ciudades mas ricas de la época. Ahora bien; según la
Biblia, Sheshonq tomó todo lo que podía ser de algún valor. Este relato es
seguramente exacto ya que durante mucho tiempo Egipto disfrutó del botín traído
de Palestina por Sheshonq I. Merced a esas nuevas riquezas, los reyes de la
Dinastía XXII pudieron reiniciar la obra arquitectónica de sus predecesores y,
con sus liberalidades, permitieron a los templos volver en parte a su antigua
prosperidad.
En
el exterior, Egipto hacía el papel de un gran país. Los pequeños príncipes
asiáticos respetaban nuevamente a
sus antiguos señores feudales, y la historia de Unamón, escarnecido por el rey
de Biblos al final de la Dinastía XX, no hubiera podido repetirse nunca después
de la campaña de Sheshonq. Existían las relaciones mas cordiales entre Egipto y
la antigua ciudad fenicia: Zirbarbaal, contemporáneo de Sheshonq I, dedicó a
Balaat, la diosa de Biblos, una estatua del rey de Egipto y Eribaal, sucesor de
Zirbarball, honró de la misma manera a su contemporáneo Osorkon
I.
En
la lucha que los reyezuelos asiáticos sostendrían dos siglos mas tarde contra
los asirios depositaron toda su confianza en el rey de Egipto. El prestigio de
Egipto en Asia había sobrevivido pues a todas las pruebas por las que había
pasado el país de los faraones. Sin duda alguna dicho respeto fue demasiado para el
Egipto de la baja época y su endeble ejército que no podría resistir mas
adelante seriamente a sus pares asirios.
SUCESORES
DE SHESHONQ I
La
organización del país en la época de los reyes de la Dinastía XXII - La historia
de los reyes de la Dinastía XXII es extremadamente complicada. Los motivos de
esta confusión son múltiples. El mas importante es seguramente la ausencia casi
total de inscripciones reales históricas. La historia de esa época solo puede
escribirse pues fundándose exclusivamente en los monumentos de Karnak que no se
refirieron directamente a los mismos reyes sino a los grandes
sacerdotes.
ASIA
OCCIDENTAL Y EL COMERCIO INTERNACIONAL DURANTE LA ÉPOCA DE SHESHONQ
I
La
característica esencial del Asia Anterior en el siglo X a. C. es la ausencia de
cualquier gran potencia política. El reino hitita, destruido por los invasores
de los "pueblos del mar", sobrevive en el nombre de hititas que ostentan ahora
los príncipes de Karkhemish y de Aleco. Babilonia, después del esfuerzo
realizado por Nabucodonosor I (1146-1123) para dominar la ruta de Éufrates
mediante la conquista de Amurru, ha sido obligada a abandonar sus posiciones mas
avanzadas y se defiende con dificultad contra los constantes ataques nómadas,
mientras en su interior las crisis se suceden sin interrupción. Sumer, cubierto
de arena e invadido por seminómadas, y cuyas ciudades marítimas no son ya mas
que ciudades sacerdotales en decadencia, es una amenaza constante para el valle
del Éufrates. Un simple príncipe llegado de dicha región se impone a Babilonia y
funda en ella la V Dinastía (1038-1022), muy pronto derrocada por los conflictos
de la guerra civil, las incursiones extranjeras y el hambre. En el 996 el trono
es ocupado por un elamita, y durante el siglo siguiente las incursiones de los
arameos acaban con la seguridad en el valle del
Éufrates.
Asiria,
aprovechando los acontecimientos que paralizaron a Babilonia después del reinado de
Nabucodonosor I, había intentado afianzarse nuevamente en las costas del
Mediterráneo. Teglatfalasar I (1116-1090) había llegado hasta Arvad, pero no se
había atrevido a atacar ni los poderosos puertos fenicios ni los reinos arameos
creados sobre las ruinas de los imperios hitita y egipcio, en Damasco, Tsoba,
Beth-Rehob. A causa de las incursiones de los nómadas que infestaban
Mesopotamia, los reyes asirios no habían podido sostenerse en el norte de Siria.
Hasta el reinado de Adadnirari (911-891), su política consistió en defenderse de
sus vecinos y luchar contra Babilonia, país con el que debían concluir un
tratado de paz alrededor del año 900, refrendado por un doble matrimonio
político.
A
mediado del siglo X, Babilonia y Asiria sufren, pues, un eclipse total, y su
influencia desaparece en Siria y Fenicia. Esta profunda decadencia de las dos
potencias mesopotámicas, debida en gran parte a las persistentes incursiones de
los arameos procedentes del oeste, de los elamitas que descendían de las mesetas
orientales y de los seminómadas instalados en el delta de los dos ríos, va
acompañada necesariamente, en lo que a Babilonia se refiere, de una crisis
económica extremadamente grave.
Saqueados
por los nómadas, los valles del Éufrates y el Tigris no ofrecen ya ninguna
seguridad para el comercio. Los desiertos del país de Sumer obstaculizan, por
otra parte las relaciones marítimas directas entre Babilonia y la India, y,
además, la ruta caravanera del Elam está cortada por los movimientos de pueblos
que agitan dicho país.
Las
colonias de mercaderes instaladas desde hace siglos en Assur y en Susa, han
desaparecido o carecen ya de importancia económica. La gran ruta del tráfico de
la India a la región mediterránea, que pasaba desde hacía mas de veinte siglos
por Mesopotamia, había debido desplazarse, y, en consecuencia, el Mar Rojo había
adquirido creciente importancia.
Por
lo tanto, la crisis que hizo estragos en Mesopotamia durante el siglo X no tuvo
repercusiones enojosas en la actividad de los puertos fenicios, que hallaron a
través del Mar Rojo el acceso directo hacia Arabia y la India. Todas las
circunstancias se mostraban, además, muy favorables a la expansión de los
fenicios. La gran emigración "de los pueblos del mar" había asestado un duro
golpe a las ciudades fenicias; Ugarit no se levantaría ya de sus ruinas, Pero
Biblos, Arvad y Tiro se habían recuperado rápidamente. La destrucción de la
talasocracia creto-micénica abría las puertas del mar a los marineros fenicios,
y la ausencia de toda intervención política egipcia, hitita o mesopotámica, al
devolverles su plena independencia, ofrecía vastas posibilidades a los puertos
mediterráneos. En cuanto al Mar Egeo, no cabe duda de que después de las
invasiones había quedado casi cerrado para ellos, a causa de los piratas carios
y cilicios que amenazaban la navegación.
Sin
embargo, se abrían ante ellos amplias compensaciones. La inmigración de los
etruscos y de los sículos hacia Italia establecía relaciones entre aquellos
lejanos países y Siria. La supremacía indiscutible de la flota de Tiro y Sidón
les aseguraba la hegemonía en Cilicia y en las islas; y Chipre, Malta y Sicilia
se convertían en importantes centros comerciales para los fenicios, quienes instalaban en ellos sus
factorías. Navegando cada vez mas lejos a lo largo de las costas, los navíos
fenicios habían alcanzado y cruzado el estrecho de Gibraltar antes del año 1000.
España quedaba abierta a su tráfico. La factoría que montaron en Gades (Cádiz)
les puso en contacto con el reino de Tartesos, cuyos pacíficos pobladores
exploraban minas de plata, de cobre y de plomo, y mantenía asimismo constante
relación con las islas británicas, que aprovisionaban de estaño, llegando hasta
las regiones nórdicas en busca de ámbar.
En
la costa marroquí, Lixos permitiría a los mercaderes fenicios relacionarse con
las caravanas provenientes de África.
En
menos de un siglo, los marinos de Tiro y Sidón habían descubierto en Occidente
un nuevo mundo que les ofrecía ilimitadas
posibilidades.
Comerciantes,
aventureros y a veces piratas, los fenicios se convirtieron en los traficantes
de la plata, el cobre y el estaño en todo el Mediterráneo; vendían también
esclavos, principalmente mujeres y niños, de los que se apoderaban a lo largo de
las costas y en los nuevos países donde adquirían los metales e importaban los
productos manufacturados que compraban en Egipto y las especias procedentes de
Punt.
La
abundancia de la plata existente en Egipto bajo la Dinastía XXI, atestiguada por
los magníficos sarcófagos de plata de sus últimos reyes, es una prueba de los
intercambios efectuados por mediación de los armadores fenicios entre el mundo
antiguo y el nuevo.
La
prosperidad fenicia exigía la libertad de las relaciones económicas con Egipto y
los países situados mas allá del Mar Rojo. La decadencia egipcia y la
desaparición de la marina micénica, para la que había sido construido en Egipto
el puerto de Faros, les dejaban el campo libre. En Menfis, a partir del siglo
XII, el empuje del comercio fenicio no había cesado de aumentar; en la ciudad
había un barrio reservado a los tirios. En Tanis se habían instalado los
armadores fenicios que mantenían un vivo comercio marítimo con Tiro, Biblos y,
sobre todo con Sidón.
Este
inmenso desarrollo, convertía a los fenicios en los grandes agentes del comercio
internacional, no dejaba de influir en sus instituciones. Como siempre, la
atracción del mar y del comercio transformaba a la sociedad en un sentido democrático.
En las ciudades fenicias, el tráfico comercial era obra, a la vez, de los
particulares y del monarca. El rey de Biblos, Tchekerbaal, era un hombre de
negocios al mismo tiempo que un soberano; sus libros de operaciones comerciales
eran llevados al día, y la venta de los árboles de sus dominios obligaba a una
contabilidad mercantil. No se trataba, en realidad, de un verdadero soberano,
sino mas bien de una especie de dux como los que Venecia conoció en sus tiempos
de esplendor. Las ciudades fenicias "donde los mercaderes son mas ricos que los
príncipes", como llegará a decir Ezequiel, era gobernadas por consejos de
hombres de negocios entre los que se elegía al rey. Eran oligarquías
plutocráticas minadas por movimientos sociales que en ciertas ciudades
sustituyeron al rey por magistrados anuales, los
sufetas.
Estas
ciudades, que formaban ciudades independientes, iban convirtiéndose en
verdaderos imperios marítimos. Sus factorías y sus colonias se agrupaban
alrededor de la metrópoli, a la que pagaban un diezmo sobre las transacciones
comerciales. De este modo, las metrópolis se transformaban en centros de
negocios y finanzas. Al estar toda su prosperidad basada en los intercambios, se hallaban orientadas
hacia las relaciones internacionales. Los extranjeros que acudían a comerciar a
sus puertos eran la condición fundamental de su prosperidad, por eso el derecho
internacional tuvo un notable desarrollo. El relato de Unamón, que visitó antes
del 1050 los puertos de Dora, Tiro y Biblos, es muy revelador en ese
aspecto.
En
los países de la costa oriental del Mediterráneo, especialmente en las ciudades
fenicias y Egipto, es seguro que durante el siglo X las consideraciones
económicas dejaban muy atrás a las políticas.
Por
lo tanto, después que la inseguridad hubo reducido considerablemente el papel de
Mesopotamia como ruta principal de tránsito, el Mar Rojo adquirió un valor
esencial y las ciudades del Delta tuvieron un interés directo en la conservación
de su dominio.
Jerusalén,
convertida en la capital de David y más tarde en la de Salomón (973-936), iba a
verse obligada repentinamente a desempeñar un papel de primer plano a causa de
su posición geográfica. La política de los reyes de Palestina se había afirmado
inmediatamente como netamente económica. Al aliarse con el rey Hiram de Tiro y
apoderarse de pequeñas ciudades edomitas en el litoral del Mar Rojo, David se
había asegurado el dominio de la vía comercial que por Jerusalén, Edom y el Mar
Rojo enlazaba directamente Arabia, y a través de ella la India, con Tiro y el
Mediterráneo.
Durante
el reinado de Salomón la monarquía se organiza, Palestina se convierte en una
potencia. Jerusalén, transformada durante veinte años en una inmensa cantera,
adquiere el aspecto de una capital.
En virtud del tratado concertado por David con el rey Hiram, Tiro suministra la
madera de cedro y ciprés que Jerusalén paga con aceite y maíz. Los carpinteros y
albañiles sirios erigen el templo que se levanta al lado del palacio real y el
harén.
En
torno al monarca va organizándose el gobierno. El sacerdocio, estrechamente
sometido a su obediencia, "no se apartó de las prescripciones del rey cualquiera
que fuese el objeto de éstas". La administración se halla bajo la autoridad de
un primer ministro asistido por dos cancilleres; los departamentos encargado de
la hacienda y de las finanzas están atendidos por funcionarios cuya retribución
consiste, como en Egipto, en el usufructo de las tierras reales. La hacienda,
dirigida por doce intendentes suministra los recursos necesarios para los gastos
del rey y la casa de éste.
El
impuesto que durante el reinado de David era exigido todavía a la asambleas de
las tribus, es recaudado a partir de entonces por las autoridad real, el
servicio de trabajos públicos adquiere un vigoroso empuje, y los cananeos, a
quienes los hebreos han impuesto su autoridad, se ven sometidos a trabajos
forzados por orden del rey, en condiciones mas duras que las soportadas por los
hebreos antaño, cuando habían sido obligados a trabajar en Egipto para el
faraón. Decenas de miles de ellos son enviados a Líbano para talar árboles y
extraer piedras, o son dedicados al acarreo bajo la vigilancia de intendentes
israelitas. En Jerusalén se ha organizado la policía de la ciudad, y la guardia
cuida de la seguridad de las calles durante la noche.
Se
ha creado un ejército permanente dotado de 1.400 carros de combate y 12.000
jinetes, lo que representa una verdadera potencia. Se erigen varias fortalezas
en Meggido cuya conquista por los faraones de antaño recordaban triunfalmente
los muros de los templos de Karnak, y en Tamar de Judá. Desde Meggido, Salomón
domina la ruta que, procedente de Egipto y pasando por Damasco, llega al
Éufrates. Desde Tamar se asegura el dominio de la ruta de Tiro al Mar
Rojo.
Asiongaber,
en el golfo elamita, se convierte en el puerto principal del Mar
Rojo.
Allí
tiene lugar la botadura de una flota israelita, construida y equipada por
Tirios, que asegurará a Salomón el dominio absoluto del tráfico con
Arabia.
Gracias
a su poderío militar, Salomón, tiene a su merced las grandes vías de tráfico que
desembocan en Tiro. A la gran metrópoli no le queda pues, mas remedio que
ponerse de acuerdo con él. Por otra parte, Tiro persigue, gracias a su alianza
con Jerusalén, ventajas muy apreciables. A partir de entonces, la seguridad de
las rutas de Mesopotamia por Damasco y las del Mar Rojo por Jerusalén, quedan
protegidas por las ciudades israelitas, les ofrece toda garantí. El dominio que
ejerce Salomón sobre ellas asegura a Tiro, su aliada, un verdadero monopolio en
todo el tráfico de Palestina.
En
el plazo de veinte años Salomón
convierte a Jerusalén en un importante centro del comercio internacional.
Extranjeros procedentes de todas partes afluyen a ella, y los artesanos cananeos
-carpinteros, forjadores y orfebres- se instalan allí en gran número. Sin
embargo, los hebreos siguen siendo agricultores, y son casi siempre los vencidos
canoneos quienes proporcionan a Salomón la población comercial que tanto precisa
su nueva capital.
Bajo
el régimen de Salomón, Jerusalén conoce una prosperidad extraordinaria. El oro
se acumula en ella. Llega de Arabia, de donde cada tres años las flotas
israelitas regresan cargadas de especias, marfil, oro, monos y pavos reales de
los países de Punt "con la reina de Saba", con las caravanas de mercaderes que
cruzan el país, dirigiéndose a Tiro o Damasco, y que pagan remunerativos
derechos de aduana; y por último, a través del extenso comercio de caballos
cilicios que Salomón emprende con Egipto. Será tal vez necesario admitir, como
indica la Biblia, que los ingresos de Salomón ascendían a 66 talentos de oro
anuales. En todo caso, pudo construir considerables reversas de oro, con las que
hizo fundir los centenares de escudos que adornan los muros de su "palacio del
Líbano".
El
poder de Salomón parece desmesurado si se le compara con el de su pueblo.
Monarca
absoluto, se impone, por su fuerza militar y su riqueza, como un soberano
totalmente absorto en los intereses económicos y sin tener en cuenta que su
pueblo es esencialmente agrícola.
En
realidad, la situación internacional de la que Israel disfruta en ese momento no
procede de la importancia adquirida por la nación, sino que reside
exclusivamente en la política real. En
medio de la decadencia general de las potencias militares, Salomón, gracias a
las fuerzas armadas que ha sabido organizar, se ha apoderado de la llave de las
dos grandes vías económicas de las que depende simultáneamente Tiro y Egipto.
Por lo tanto, toda la política interior de Salomón va dirigida solo a la
constitución de un ejército que pueda asegurarle el dominio de la ruta del Mar
Rojo y, en consecuencia, el dominio de gran parte del tráfico internacional.
Siguiendo las costumbres diplomáticas de la época, las relaciones que inicia con
sus vasallos y aliados se traducen en un matrimonio político; de este modo, la
polvareda de ciudades y tribus que aglomera bajo su hegemonía llega a reunir en
su harén 700 esposas y 300 concubinas moabitas, amonitas, hedomitas, sidonias e
hititas, todas las cuales llevan consigo sus cultos
nacionales.
Tanto
es así que, al mismo tiempo que el oro, penetran en Jerusalén los cultos
extranjeros y las ideas morales, políticas y jurídicas de los países vecinos. La
administración se organiza siguiendo el modelo egipcio; los escribas hebreos
introducen en Palestina las nociones del derecho público faraónico, y la cultura
hebraica se forma en la escuela de las letras egipcias. Cualquiera que sea la
fecha en la que fueron escritos los Proverbios de Salomón tal como han llegado
hasta nosotros, no parece posible negar que a partir del siglo X los escribas
hebreos, tomando como modelo la sabiduría egipcia, empezaron a escribir manuales
morales y administrativos que introdujeron en el país una concepción totalmente
nueva de la vida, en la que la política, la ciudad y el comercio ocupan un lugar
importante. Como reacción sin duda contra una excesiva influencia Egipcia
hubiese representado un grave peligro de absorción para su pueblo, Salomón trató
de suscitar la aparición de una literatura nacional mediante una recopilación de
canciones y crónicas reales.
La
extraordinaria prosperidad de Jerusalén es el mas vivo testimonio que poseemos
sobre el destacado lugar que el comercio ocupa en la vida internacional del
siglo X.
La
riqueza de Salomón se debe, en efecto, a un comercio que ya existía
anteriormente, pero que él logró desviar en gran parte hacia Jerusalén. Y este
comercio- Jerusalén sigue atestiguándolo- trae consigo no solamente la riqueza
sino también la cultura. Por lo tanto, si durante el siglo XV la cultura
introducida en Siria por el tráfico fue sobre todo babilónica, en el siglo X el
comercio hizo penetrar en Palestina la influencia del arte y el pensamiento
egipcio.
Hay
que reconocer en ello la prueba del importantisimo lugar que ocuparon en aquel
momento las ciudades del Delta en la vida económica.
Cualquiera
que fuese la importancia de Jerusalén durante el reinado de Salomón, ésta no
pudo cobrar realidad mas que en función de las relaciones comerciales que Tiro y
Sidón mantenían entonces, a través de Damasco, con el Alto Éufrates, y, sobre
todo, a través del Mar Rojo, con Arabia y tal vez la India. Por consiguiente, el
oro reunido por Salomón debía ser poca cosa en comparación con las inmensas
riquezas que se acumulaban en los puertos fenicios y en las grandes ciudades
egipcias; pues no se debe olvidar que si, gracias a Salomón, el tráfico del Mar
Rojo se canalizó hacia Jerusalén, antes se dirigía hacia el Nilo. Al lado de
Tiro y de Sidón, o de Tanis, Sais, Mendes, Bubastis, Atribis y Menfis,
Jerusalén, a pesar de todo, no era mas que una pequeña
ciudad.
Su
fortuna se confunde, además, con la de su rey, cosa que no ocurre en las
ciudades fenicias o egipcias. El comercio de Jerusalén es, principalmente, el
resultado de las expediciones marítimas enviadas por Salomón hacia Arabia, como
hicieron antes los faraones hacia los países de Punt. Salomón no reunió mas
riquezas en Asiongaber que las obtenidas por las flotas egipcias de Punt en el transcurso de los siglos
anteriores.
El
principal comerciante de Jerusalén es, pues, su rey: el se convierte en el gran
suministrador de caballos a Egipto. Ha imitado a los reyes fenicios
transformándose en un rey mercader. Pero en Jerusalén no existe un comercio
particular notable al lado del comercio emprendido por el propio monarca, al
revés de los que ocurre en Egipto y en Fenicia. Ello es lo que puede inducir a
engaño acerca de la fortuna acumulada en Jerusalén y hacer creer que la pequeña
capital israelita representaba en aquel momento una riqueza mayor que la de
Egipto.
A
pesar de su momentánea riqueza, Jerusalén no es mas que una ciudad provinciana,
y Salomón, pese al oro que lo rodea y al poderío- muy real- que haya podido
crear, no es sino un rey local que únicamente debe su gloria y su fortuna a la
alianza con Tiro.
Y
esta alianza constituye una verdadera amenaza para Egipto. Al pasar por
Jerusalén, el comercio del Mar Rojo se desvía de la ruta de Egipto, y los
productos de Arabia se vierten sobre Tiro. Por si fuera poco, la ruta terrestre
que desde Tanis, enlaza con los puertos filisteos y Egipcios se halla controlada
por las ciudades de Salomón. El problema del dominio del tráfico del Mar Rojo y
el de la libertad de tráfico en las rutas de Palestina se plantean a Egipto en
el momento en que Sheshonq I sube al trono, y constituiría la preocupación
esencial de su política.
REYES
Y GRANDES SACERDOTES HASTA SHESHONQ III
El
cambio de dinastía no había modificado sensiblemente la situación privilegiada
de Tebas. Sheshonq I nombró como gran sacerdote a su hijo Iuput. Igual que sus
predecesores de época tanita, éste llevaba el título de "gran jefe de las
tropas" y de "príncipe" (hauti). No tuvo por sucesor a su propio hijo, sino a su
primo hermano Sheshonq, hijo del monarca reinante Osorkon I, quien, de este modo
creyó evitar el peligro que podía crear en Tebas la formación de una dinastía de
pontífices paralela a la dinastía real él tal peligro no se pudo evitar por
largo tiempo el nuevo pontífice se titulaba "señor del sur y del norte" y "gran
jefe de las tropas de todo Egipto", fue bastante poderoso como para obtener de
su padre autorización para inscribir su nombre en una cartela. Meyer destacó con
justicia que no se trataba seguramente de una usurpación ni tampoco de una
sublevación, sino de un simple arreglo entre el rey y el pontífice, arreglo que
deja vislumbrar la real debilidad de los reyes
bubastitas.
La
muerte de Sheshonq aporta una nueva prueba de esta debilidad. En efecto, no le
sucedió un hijo del rey sino su propio hijo Harsiese I. Igual que su padre
usurpó la titulatura real. Vivió en los últimos años de Osorkon I y del reinado
de Takelot I. A la muerte de éste se produjo una reacción: el nuevo soberano
Osorkon II puso al frente del clero de Amón a su propio hijo, Nemrod. Cuando
éste fue entronizado, era gran sacerdote de Harsafes y Heracleópolis. Se
recordara que esta ciudad era el lugar de origen de la familia reinante y es
posible que siempre se diese en dote a un príncipe real. De este modo, Nemrod
fue dueño de todo el Alto Egipto. Su hija Karomama contrajo enlace con el rey
Takelot II, su tío de esta unión nació un hijo Osorkon que fue instalado como
gran sacerdote en Tebas, en el año XI de Takelot II. No se sabe si en esa época
Nemrod había muerto ya. De todos modos, si se le quitó la Tebaida a su familia,
le quedo la región de
Heracleópolis, ya que todos sus descendientes llevan el título de gran sacerdote
de Harsafes.
COMIENZO
DE LA CRISIS
Osorkon
debía de ser muy joven aún en el momento de su entronización. En Karnak ha
dejado, en forma de anales, una larga inscripción que aporta algunas
informaciones sobre la oscura historia de la Dinastía. Relata muy brevemente los
acontecimientos dejando a un lado todos los detalles que no le eran favorables.
Alude a una guerra civil que estalló en el año XV de Takelot II y que se
extendió rápidamente a todo Egipto. La gravedad de las circunstancias lo obligó
a abandonar su residencia y a refugiarse en el sur. Volvió a Tebas solo cuando
se hubo calmado la sublevación. La población lo recibió con entusiasmo y él,
para sellar la reconciliación, obtuvo un permiso de Amón para proclamar una
amnistía general. En realidad, los hechos sucedieron en forma poco diferente.
Una revuelta, posiblemente dirigida, al menos en Tebas, contra Osorkon lo obligó
a huir en el año XV de Takelot II. Por una inscripción de Karnak, sabemos que
pudo volver a Tebas diez años mas tarde, en el XXV de Takelot II. Es posible que
en ese momento fuera proclamada la amnistía mencionada anteriormente. La calma
duró muy poco, ya que algunos años mas tarde, en el año VI de Sheshonq III, el
trono pontificio estaba ocupado por Harsies II. No conocemos el origen del nuevo
pontífice, pero casi seguro es que las circunstancias que lo habrían llevado al
pontificado máximo no eran extrañas a las revueltas que acabamos de mencionar.
El exilio de Osorkon se prolongó probablemente hasta el año XXVI de Sheshonq
III. Al parecer no debe de haberse alejado por tercera vez, pero no por eso se
habían aquietado los ánimos. En efecto una inscripción fechada en el año XXXIX
de Sheshonq III informa que Osorkon, el gran sacerdote de Amón, celebraba la
fiesta de Amón en compañía de su hermano Bakenptah, el gran sacerdote de
Harsafes en Heracleópolis y que juntos aniquilaron a todos aquellos contra los
cuales combatieron.
Ya
se ha dicho que el pontificado máximo de Heracleópolis fue entregado a la
descendencia de Nemrod, abuelo materno de Osorkon. Conocemos el árbol
genealógico de esta familia gracias
a la estela votiva que uno de sus miembros Harpesón erigió en el Serapeum en el
año XXXVII del rey Sheshonq IV. Ahora bien; el nombre de Bakenptah no figura en
esta estela. Debe de suponerse pues que el descendiente de Nemrod, que en esa
época era gran sacerdote fue destituido y reemplazado durante algún tiempo por
alguno de sus primos, Bakenptah. Podría atribuirse ese cambio momentáneo a la
crisis que había generado a la Tebaida y que según el mismo Osorkon se había
extendido a todo Egipto.
Osorkon
murió poco tiempo después de la represión que acabamos de mencionar (año XXXIX
de Sheshonq III). Fue reemplazado por Harsiese II, el mismo que ya había ocupado
ese lugar durante el exilio de Osorkon.
DESMEMBRAMIENTO
DE LA AUTORIDAD
La
Dinastía XXII recorrió las etapas de una evolución que conocemos en forma
precisa el punto de partida y el final. Únicamente la revolución de que fue
víctima en dos oportunidades el gran sacerdote Osorkon aporta algunas
informaciones que ayudan a reconstruir el conjunto.
La
autoridad ejercida por Sheshonq I luego de su advenimiento sobrepasaría apenas
la de un jefe elegido por sus
pares. En efecto, si bien no se sabe cómo llego a la realeza, puede suponerse
que le había sido del todo inútil
el apoyo de sus antiguos colegas, los jefes de las otras colonias militares
libias.
Tales
servicios se pagan, y los jefes libios guardaban cierta independencia respecto a
la corona. Por otra parte, gracias a la estela de Piankhi se sabe que en el
curso de lo dos siglos que siguieron al advenimiento de la Dinastía XXII, el
poder de los señores feudales había
crecido en forma peligrosa y terminó por crear una anarquía a la que Piankhi
creyó deber poner fin. Los acontecimientos ocurridos durante el pontificado de
Osorkon pueden ser considerados como los primeros de esta crisis de la
autoridad. Pero antes de exponer el desenlace, será conveniente repasar lo que
pudo averiguarse acerca de la organización social de Egipto en esa época. Sobre
este punto nos han informado los autores griegos. Sus relatos deben ser
utilizados con prudencia, pero, contienen una parte de
realidad.
Al
parecer, lo que mas les sorprendió en Egipto fue la división de la población en
clases. Todos concuerdan en hablar de las clases profesionales de los egipcios,
pero no hay unanimidad en lo que respecta al número de ellas ni a la profesión
de quienes las componían. En general, mencionan aquellas clases con las que
debieron tener relaciones, y nunca intentaron hacer una exposición objetiva.
Herodoto cita las clases de los sacerdotes, los guerreros, los boyeros, los
porqueros, los comerciantes, los intérpretes y los pilotos. En el Timeo, Platón
de quien no se sabe si viajó o no a Egipto, presenta una lista menos fantástica:
menciona a sacerdotes, artesanos, pastores, monteros, labradores y
guerreros.
Diodoro,
quien extrajo sus informaciones de Hecateo de Abdera, habla solo de los
monteros, de los labradores y de los artesanos. Agrega que era imposible pasar
de una clase a otra. Los errores de detalle son poco importantes. Lo que debe
destacarse es el hecho mismo de la división en clases, que lógicamente lleva
implícita la herencia de las funciones y la existencia de una clase militar a la
cual estaba prohibido ejercer cualquier oficio.
Los
guerreros estaban divididos en dos grupos, los calasirios y los hermotibios, que
llegaban a 250.000 y 160.000 hombres respectivamente.
Unos
y otros servían en la infantería. Se habían dividido los nomos del Delta y
permanecían los hermotibios especialmente en el oeste y los calasirios en el
centro y el este. En el Alto Egipto, sólo Tebas poseía una guarnición en tiempos
de Herodoto, pero probablemente no la tenía aún en la época que estamos tratando. Menfis, Letópolis,
y Heliópolis, que no figuran en la lista de Herodoto, eran veneradas y sin duda
gobernadas, como Tebas y Heracleópolis, por un gran sacerdote elegido en la
familia real.
Cada
guerrero recibía doce aruras de tierra, libres de impuestos (aproximadamente un
poco mas de un cuarto de hectárea). Anualmente un millar de calasirios y uno de
hermotibios eran destacados de sus guarniciones para formar la guardia del
rey.
En
resumen, las grandes ciudades de Egipto estaban bajo el mando ya de jefes
descendientes de los "grandes jefes ma", ya de los grandes sacerdotes. Tal debía
ser ya la situación cuando se produjo el advenimiento de Sheshonq III. Puede
adivinarse cuán poca autoridad quedaba al soberano. En el curso del largo
reinado de Sheshonq III se produjo la primera escisión
grave.
Se
ha dicho que Harsiese II, luego de la muerte de Osorkon (poco después del año
XXXIX de Sheshonq III ), se convirtió por segunda vez, en gran sacerdote de Amón
en Karnak. Ahora bien; los acontecimientos de su pontificado no están ya
relacionados con los del reinado de Sheshonq III, y de sus sucesores, con el del
rey Pedubast, que, según Manetón, es el fundador de la Dinastía XXIII. Pues
bien; desde esa época se comprueba la existencia de dos Dinastías paralelas.
Según Manetón, los reyes de la Dinastía XXIII eran de origen tanita, pero debe haberse equivocado. A
juzgar por sus nombres (Pedubast,
Osorkon, Takelot), pertenecen verosímilmente a la familia de los soberanos
legítimos de Bubastis. Posiblemente se habían establecido en Tanis, que fue,
casi seguramente, la residencia
real de la Dinastía XXII. Pero en el momento de la expedición de Piankhi el representante de la Dinastía, un
Osorkon (uno de los sucesores de
Osorkon III), no residía en Tanis, sino precisamente en Bubastis. No se sabe en
qué condiciones Pedubast se
proclamó rey. Probablemente se hizo reconocer en el Delta después de la muerte
del sacerdote Osorkon, en Tebas.
En
Menfis, los sacerdotes habían permanecido fieles a la Dinastía XXII, como lo
prueban las estelas de los Apis.
Las
dos ramas rivales no tardaron en reconciliarse, ya que, durante el reinado de
Pedubast, el gran comandante de las tropas de Tebas era un hijo del rey Sheshonq
III. Desde el momento que se admitió la división de la autoridad, se hizo
difícil detener a Egipto de la pendiente en la que se había colocado. Al lado de
las dos Dinastías principales, apareció muy pronto una serie cada vez mas
numerosa de dinastías que reinarían sobre territorios de extensión como la de un
nomo, y las cuales se conoce apenas el nombre. La división se acentuó desde el
reinado de Pedubast: en efecto, el año XVI de ese rey corresponde al año II de
un rey Iuput, posiblemente antepasado del rey Iuput que reinaba en Trentremon en
tiempos de la expedición de Piankhi. Podría citarse todavía a Sheribtaui,
Pedubast, Pefnefdubast, Thotemhat, Nemrod, Peduamti y muchos otros. En el estado
actual de nuestros conocimientos no sería posible intentar siquiera una historia
aun superficial de esos linajes reales, cuyo papel, al parecer, se redujo a
aumentar la confusión que en esa época afligía a Egipto. Bastará con decir
algunas palabras acerca de los últimos reyes de las Dinastías XXII y XXIII y de
los grandes sacerdotes de Amón en Tebas.
El
gran sacerdote Harsiese II obtuvo autorización para inscribir su nombre en una
cartela, posiblemente como recompensa por los servicios que habría prestado a la
causa de Pedubast. Antes de finalizar el reinado de Pedubast, murió(?) Harsiese
y fue reemplazado en el trono del pontificio por Takelot, quien probablemente
pertenecía a la familia real. Durante su pontificado se sitúa el sexto año de un
rey Sheshonq IV quien fue al parecer, el sucesor de Pedubast. No se sabe nada
acerca de él. Luego viene Osorkon III, en cuyo reinado se sucedieron dos grandes
sacerdotes, Iuwlot, que era hijo del rey y Smendes. En una estatua encontrada en
el escondite de Karnak aparecieron
los nombres de un rey Osorkon y de
un rey Takelot, dispuestos en forma extremadamente curiosa: el rey del Alto y
del Bajo Egipto, Miamón Siese Takelot señor del Doble País; el hijo de Re',
Miamón Siese Osorkon señor de las diademas. No podría imaginarse unión mas
perfecta: el nombre de nesut – biti
esta atribuido a un rey y el de sa-Re' a otro. Esta extraña titulatura se
aplica con certeza a Osorkon III (ya que el propietario de la estatua era un
nieto del rey, el pontífice
Harsiese II que vivió en época de Sheshonq III y de Pedubast) y en
consecuencia a Takelot III que fue
gran sacerdote antes de estar asociado al trono y sobre el cual no poseemos
ningún dato. El sucesor de Takelot III fue Amonrud, otro hijo de Osorkon III.
Luego viene, sin duda el rey Osorkon IV quien reinaba en Bubastis, quien reinaba
en el momento de la expedición de Piankhi al Delta.
Los
reyes de la dinastía XXIII han dejado huella en el Alto Egipto, especialmente en
Karnak, Luxor y Medinet Habu. Durante el reinado de Osorkon III se produjo una
crecida de inaudita violencia que
luego de romper los muelles, invadió el templo de Luxor y causó graves daños. El rey se preocupó
en repararlos y conmemoró en una inscripción su piadosa obra. Al parecer, la
región de Tebas no sufrió las consecuencias de la inestabilidad del Delta, su
situación aparece como totalmente semejante a la que pudo comprobarse en época
de la Dinastía XXII.
No
obstante debe señalarse la importancia que el rey atribuía a las riquezas aún
grandes de Amón.
Para
que los bienes del dios no salieran de la familia real, no sólo continúo el rey
con la costumbre de sus predecesores, nombrando a uno de sus hijos como máximo
pontífice, sino que acostumbró a dar al dios una de sus hijas como esposa.
Shapenupet I, hija de Osorkon III, inicia la listas de esas "esposas divinas" de
Amón cuya importancia crecerá rápidamente a expensas de la gran sacerdote, y que
serían las dueñas durante dos siglos de toda Tebas.
En
Bubastis, la Dinastía XXII se prolongó mas de medio siglo después de la
usurpación de Pedubast. De los reyes que sucedieron a Sheshonq III apenas se
conoce el nombre de Pami y
Askheperre' Setpenre Sheshonq V. El último representante legítimo debe haber
sido destronado poco antes del 730 por el príncipe de Sais,
Tefnakht.
Éste,
ante las rivalidades de sus débiles colegas, resolvió reedificar para su
provecho la unidad de Egipto. Aproximadamente en la misma época, el rey de Nubia Piankhi, tuvo el
mismo deseo y eso hizo inevitable una lucha entre los dos príncipes.
EL
PROBLEMA DEL FEUDALISMO
La
dinastía XXII marca el desarrollo mas completo del
feudalismo.
La
monarquía no desaparece. Teóricamente no llega a experimentar modificación
alguna. El rey sigue pretendiendo haber sido "creado a partir del huevo" ser la
emanación divina y la imagen del dios. Su función es hereditaria. Su padre y su
madre sabían, que en el momento de su concepción, que estaría destinado a
reinar; es de esencia divina, y que es el ka del dios que se expresa a través de
su voluntad; es el dios "bueno", el "amado de los dioses". Al hablarle, sus
súbditos se dirigen a él llamándole Horus, o "Sol de Ra". Y como insignia de su
poder divino lleva siempre el úreo.
Pero
todo esto no son más que títulos carentes de sentido, puesto que el rey no solo
no es ya un dios viviente, sino que ni siquiera es el único representante de la
voluntad del dios.
La
teoría monárquica subsiste, pero la monarquía se ha fraccionado entre una serie
de príncipes, varios de los cuales ostentan los títulos reales y se adornan con
el úreo. Junto al rey de Tanis, que acaba de hacerse atribuir el poder de
soberano por el gran sacerdote de Amón, Harsiese, el rey de Bubastis permanece
en su trono, aunque con un poder muy menguado; otros monarcas reinan en
Hermopólis y Afroditópolis, en el Medio Egipto, y en Trentemon y en Sais, en el
Delta.
En
Heliópolis, el gran sacerdote de Ra se ha arrogado el título real, como el sumo
sacerdote de Amón en Tebas, mientras en el Sudán, en el diminuto Estado
teocrático fundado por seguidores de Amón, el gran sacerdote se constituye en
rey del Alto y del Bajo Egipto.
Cada
uno de estos reyes aspira teóricamente a la soberanía sobre todo Egipto; sin
embargo, el rey de Tanis disfruta de una situación superior a la de todos los
demás, que no son más en realidad que los príncipes feudales más poderosos
reconocidos como señores feudales reconocidos como señores por una serie de
vasallos.
En
las ciudades más importantes del Delta y del Medio Egipto, así como en
Elefantina, donde el jefe mercenario que defendía la frontera sur se había
convertido en un reyezuelo cuyo poder se extiende a parte de Nubia, varios
príncipes llamados hatia reinaban en sus principados. Busidis, Mendes,
Per-Djehuti y Letópolis se habían convertido en las sedes de pequeñas cortes
feudales que gravitaban alrededor de Tanis, Bubastis, Sais, Heliopolis y
Hermopolis. Algunas ciudades importantes, como Heracleópolis y la antigua
capital de Menfis, no eran estados autonómos, sino que se hallaban englobadas en
el pequeño reino de Sais. Unos regentes, los haqa, las poseían en feudo por
cuenta de su príncipe.
Varios
de estos príncipes eran egipcios o egipcianizados. Otros, extranjeros,
"incircuncisos y devoradores de pescado", a los que sus iguales, por dicha
razón, no consideraban como "puros", aunque a pesar de ello, poseyeran
igualmente los poderes principescos.
En
cada principado, tanto si se halla bajo la autoridad del rey como bajo la de un
príncipe, el poder reviste las mismas características: es de origen divino, y el
príncipe es el "hijo" del dios local.
Ello
se debe a que, siguiendo un proceso absolutamente análogo al que hemos anotado
para la constitución del primer feudalismo egipcio, la fragmentación política ha
sido acompañada -aunque en menor
escala- de la fragmentación religiosa. Los dioses han regresado a sus nomos y
han vuelto a adoptar en ellos el título de "señores" de sus
ciudades.
Cada
nomo y cada ciudad tiene su dios, que ostenta allí la dignidad de gran
divinidad, y es su dueño en ellos. El propio Amón-Ra, aunque sigue siendo el
dios real gracias a su calidad de "rey de los dioses", no desdeña convertirse en
dios local y señor de Sebennytos, Ra es el dios de Tanis y el señor de Behdet,
Khnum ha vuelto a adoptar sus funciones de gran dios de Elefantina, Sopdu, dios
arcaico que el feudalismo ha vuelto a resucitar, es el gran dios del este del
Delta, y reina en Per-Seped; en Mendes, el nombre del dios local Khnum se
confunde con el de la ciudad; Atum es el "dueño de Heliopólis", donde Ra y los
dioses de la Enéada siguen siendo el centro de la cosmogonía solar; Thot, junto
con los ocho dioses de su cosmogonía, ha vuelto a ocupar su puesto de señor de
Hermópolis (Per- Djehuti); en Per- Atum, Sokar es el dios de la ciudad; Neith
reina en Sais, mientras en Atribis, junto a Horus-Khentikheti, ha reaparecido la
diosa Khuit, de la que, en tiempos remotos, había sido probablemente el paredro;
finalmente; Menfis es la capital del gran dios Ptah, que reside en ella con
todos los dioses de su séquito, o sea con las divinidades de la cosmogonía
menfita.
El
derecho de reinar sobre la ciudad pertenece al dios. El príncipe no es mas que
su representante, su "hijo". Smendes, "gran jefe de los ma" de Mendes, declara
al carnero:" Yo soy tu servidor... hijo de tus servidores". En Mendes, "el gran
jefe de los ma" y sumo sacerdote de Ptah preside el entierro de los Apis. La
antigua teoría feudal que pretende que la autoridad del señor sobre sus vasallos
se traduce en el aspecto religioso, considerando al señor como hijo del dios de
la ciudad de sus vasallos -teoría que los reyes de la XVIII Dinastía habían
aplicado todavía para asegurar su autoridad en sus provincias asiáticas - , ha
reaparecido en todo Egipto. Cuando Piankhi, el rey de Sudán, conquiste el Egipto
feudal, a medida que vaya apoderándose de ciudades y nomos, afirmará su
soberanía entrando cada vez en el templo del dios local para hacerse reconocer
como hijo suyo; sus victorias se verán confirmadas por los títulos a que
adoptará sucesivamente de hijo de Thot en Hermópolis, hijo de Ptah en Menfis,
hijo de Ra y de Atum en Heliópolis, e hijo de Horus en Atribis.
Al
mismo tiempo que el culto, se ha fragmentado también la administración. Pero así
como, desde el punto de vista teológico, el culto sigue centralizado alrededor
de la preeminencia de Amón, la administración, en cambio, ha desaparecido por
completo.
La
verdadera célula política, y en consecuencia administrativa, es la ciudad, con
el territorio del que es metrópoli.
Los
estados feudales, que bajo la égida de un rey o de un gran príncipe comprenden
varios principados, no son estados propiamente dichos sino pequeñas federaciones
de ellos. Cada príncipe gobierna libremente su territorio. La autoridad del
señor se manifiesta por un vínculo de subordinación personal que liga a sus
vasallos, y no por una intervención directa en el gobierno de sus principados.
Si el faraón tiene junto a él un gobierno, no es ya por ser rey sino por ser
príncipe de Tanis.
En
el Delta, el príncipe reside en la metrópoli de su nomo. Cuenta en ella con su
palacio, su tesoro, sus almacenes y sus establos, y dispone también de su harén,
donde vive la reina, generalmente "esposa e hija real", sus esposas de segundo
rango, sus concubinas, sus hermanas y sus hijas. Gobierna con un visir y algunos
consejeros, que presiden, bajo su autoridad, los servicios de hacienda, puesta
bajo las órdenes de un intendente de los rebaños, del tesoro, de la cancillería
y de las milicias. El principado comprende jurídicamente varias clases de
población: la gente del campo, campesinos libres o habitantes de los dominios;
los habitantes de las ciudades, que han vuelto a asumir, como en la época del
primer feudalismo, el nombre de "pequeños" (nedjes), los militares y los
sacerdotes, que forman la clase noble.
Las
ciudades están habitadas por hombres libres, comerciantes, hombres de negocios,
artesanos y marinos; es posible que los artesanos se hallan agrupados en
corporaciones. Formaban una comunidad de cuya vida política estamos mucho menos
documentados que en lo que se refiere a las ciudades de la primera época
feudal.
Nada
sabemos acerca de la administración interior de las ciudades ni acerca del grado
de autonomía local del que podían
disfrutar con respecto a su príncipe. Lo que sí sabemos es que, durante este
segundo feudalismo, ni una sola ciudad gozó de la independencia que habían
conocido los principados urbanos
del Delta bajo la IX y X Dinastías. Debemos representarnos el régimen urbano de
la época que nos ocupa como muy parecido al de las ciudades del Medio Egipto
durante la época heracleopolitana. Como entonces, el príncipe es el jefe de la
milicia de su metrópoli, esta milicia está formada por artesanos, albañiles y
marineros de la ciudad. Algunas veces, el príncipe concede a su hijo el título
de "jefe de la milicia". El príncipe mantiene comunicación con la población
urbana por medio de un "escriba de barrios de la ciudad y de los asuntos de la
gente que en ellos habita".
No
parece que los habitantes de las ciudades pagaran impuestos al príncipe. Pero
sabemos, en cambio, que la ciudad paga, como entidad, un impuesto a su soberano.
También esto se asemeja al régimen que existió en el Medio Egipto durante los
reinados feudales de las IX y X Dinastías. Parece, pues, que las ciudades no son
administradas por su príncipe como lo eran antes por el rey, sino que
constituyen una célula política que disfruta de cierta autonomía y proporciona
al príncipe una imposición global y una milicia de cuyos servicios puede
disponer para otros motivos distintos a la defensa inmediata de la
ciudad.
Como se recordará, entre las ciudades del
Delta las había que eran grandes centros comerciales, como Menfis, Tanis,
Bubastis, Sais y otras. En Menfis, un barrio entero estaba habitado por
fenicios, quienes se encuentran allí por razones comerciales, y Tanis es un gran
puerto marítimo. Los puertos de las principales ciudades las relacionan
directamente con el extranjero. También las transacciones comerciales,
frecuentes entre los hombres de negocios, mantienen vigente en la ciudad el
derecho contractual escrito tal como se practicaba durante la brillante época
monárquica, mientras en el campo el derecho escrito desaparece para ser
sustituido por un sistema de convenciones verbales sancionadas por un
juramento.
Las
ciudades y sus arrabales adquieren, por lo tanto, aspecto de islas jurídicas. En
el interior subsiste la pequeña propiedad en el Delta y en Egipto Medio hasta
Siut, pero la influencia patrimonial se deja sentir cada vez con mas fuerza.
Aunque la actividad de las ciudades no ha sido paralizada durante el período
feudal, se ha visto restringida y no poco obstaculizada por la inseguridad
reinante y por la guerras entre príncipes. También la vida de los agricultores
libres se hace cada vez más difícil. Cuando no pueden pagar el impuesto al
príncipe o el tributo al señor, al templo o al caballero, no tienen mas remedio
que solicitar un préstamo a los grandes santuarios que rebosan de riquezas. Pero
los préstamos son otorgados por los templos en base a unas condiciones sumamente
onerosas; el interés llega a 120 % anual, y si el deudor no liquida en la fecha
convenida, los intereses se acumulan y la deuda acaba aplastándolo; si el
embargo de sus bienes no basta para cubrir su deuda, el acreedor se apodera de
su persona, y esta entrega personal le convierte en siervo. De este modo, la libertad va extinguiéndose
progresivamente, y el sistema patrimonial se extiende cada vez mas en el campo,
en beneficio de los templos. Las ciudades, encerradas en el estrecho margen de
un régimen que constituye un serio impedimento para su actividad económica,
achacan la culpa a los templos, y entre la población urbana y la clase
sacerdotal aparece una afinidad que se manifestará claramente desde fines del
siglo VIII.
En
la ciudad, el templo ocupa una situación jurídica autónoma. Dispone de su
tesoro, como la ciudad y su príncipe dispone del suyo respectivo. Son tres
fuerzas sociales distintas, cada una de las cuales cuenta con amplios recursos.
En el Delta, los valores nobiliarios son considerables. Pero si los príncipes
poseen grandes cantidades de oro, plata o piedras preciosas, ello se debe a que
el comercio no cesa de hacerlos circular en las ciudades, y a que estas les
pagan los impuestos no en productos naturales, sino en metales preciosos.
Resulta curioso comprobar que los tributos pagados por los príncipes vasallos a
sus señores están constituidos esencialmente por metales preciosos, que sirven
entonces normalmente de medios de pago.
Las
ciudades forman la parte productiva y activa del país. Son centros de libertades
y riquezas, y, por consiguiente, de arte.
La
arquitectura y la cultura siguen produciendo monumentos importantes en las
grandes ciudades como Bubastis y Tanis, que son las que han dado a las XXII y
XXIII Dinastías el poderío que aún les queda. Aunque en todas partes la vida se
repliega en si misma y se extingue, en las ciudades conserva un dinamismo que
logra que Egipto, a pesar de su decadencia política, siga siendo durante todo el
período feudal un centro de irradiación cultural y económica. Las ciudades son
el punto de contacto entre los marinos fenicios y jónicos después, y la
religión, el pensamiento y el arte egipcios. Los focos vivos de la civilización
no son ya, ni el Asia ni Egipto, las monarquías, sino las ciudades, las fenicias en el
Asia, y las del Delta en Egipto. Su actividad es la que prepara el mundo nuevo
que se está formando en las costas del Mediterráneo
oriental.
Al
lado de los campesinos del interior y de la población urbana, la nobleza del
Delta está integrada en parte por los sacerdotes, pero también por la clase
militar, desconocida en el Alto Egipto, excepto en los alrededores de
Elefantina. Esta clase se halla rigurosamente jerarquizada.
Según
los cuentos de caballería que han llegado hasta nosotros –y que datan de las
postrimerías de la XXII Dinastía, en príncipe de Heliópolis cuenta con siete
vasallos y cierto número de caballeros que disponen de varios centenares de
hombres de armas. El príncipe de Mendes es el señor de cincuenta y siete
caballeros. El príncipe de Sais dispone de ocho mil guerreros. El príncipe de
Per-Seped, "gran príncipe del Este", es acompañado, cada vez que inicia una
campaña, por siete vasallos.
Si
el Alto Egipto no ha conocido el feudalismo militar, los jefes libios instalados
junto a la frontera Nubia se han convertido, en cambio, en feudales, y uno de
ellos, el príncipe de Elefantina, se rebela como uno de los más poderosos de
todo Egipto con sus seis vasallos, sus treinta y cuatro caballeros y sus nueve
mil hombres de armas, a los que hay que añadir los mercenarios
etíopes.
Son
estos hombres de armas, instalados en sus pequeños feudos de 12 aruras (unas 3,5
hectáreas), los que Heróto evalúa en 160.000 en el centro y el este, y en
250.000 en el oeste del Delta. Constituyen el peldaño mas bajo de la nobleza.
Los caballeros y los subvasallos de los príncipes, todos los cuales les deben el
servicio militar, ocupan una situación mas elevada en la jerarquía
feudal.
Los
propios príncipes, que son los verdaderos soberanos de sus nomos, se hallan
agrupados bajo el mando de los grandes príncipes, vasallos directos del
rey.
De
este modo, el Egipto feudal aparece bajo la forma de una doble jerarquía cuyo
único jefe es el rey. En el Alto Egipto, él vinculo feudal une con el rey al
gran sacerdote de Amón, que a su vez es señor de los templos en cuyos
territorios los sacerdotes poseen sus feudos hereditarios. Se trata de un
feudalismo completamente sacerdotal.
En
el Delta, en el Medio Egipto y en la región de Elefantina, el rey es el jefe de
un feudalismo militar que desciende progresivamente desde el monarca hasta los
grandes príncipes, señores de príncipes, quienes, a su vez, disponen de
subvasallos, de caballeros y militares enfeudados.
Por
consiguiente, la unidad política descansa enteramente sobre el vínculo feudal
que une a los vasallos con sus señores y a estos con el rey. El vasallo debe a
su señor el servicio militar junto con sus subvasallos y con las milicias de sus
ciudades. Cuando el gran príncipe necesita sus servicios, le convoca y le da a
conocer los motivos de la guerra que va a emprender. El vasallo da, además, unos
subsidios pagaderos en oro, plata, lapislázuli, malaquita, bronce, piedras
preciosas y también caballos.
Debe
ayudar a su señor participando en su consejo y acompañándole cuando se ve
envuelto en un proceso, y, finalmente, tiene la obligación de asistir a su
entierro, con su sacerdote ritual y otros sacerdotes funerarios, para rendirle
los últimos honores durante su inhumación, en el templo de su
ciudad.
El
vasallo está ligado a su señor por un juramento prestado en el templo en
presencia de otros vasallos, sus iguales, y ante los dioses. En virtud de este
juramento, el vasallo se obliga a poner sus posesiones y bienes a disposición de
su señor y a pagarle los subsidios que este reclame. Le debe obediencia y se
compromete a no emprender acción alguna contra sus restantes vasallos sin
consentimiento y a someterse a su jurisdicción en caso de litigio contra uno de
sus iguales.
En
compensación, el señor debe justicia a sus vasallos, y, en caso de conflicto,
ayuda militar.
Los
grandes príncipes dependen también del rey, como sus vasallos dependen de ellos.
He aquí el juramento prestado al rey Piankhi por Tefnakht, gran príncipe de
Sais que ostenta también el título
de rey, en presencia de dos delegados del rey, un sacerdote y un jefe militar:
"No quebrantaré jamás las órdenes del rey y no iré mas lejos de lo que el rey
diga. No emprenderé ninguna acción hostil contra un príncipe sin tu
autorización; obraré conforme a lo que tú digas, y no desobedeceré lo que tú
hallas ordenado".
La
calidad de vasallo se obtiene mediante la investidura otorgada por el monarca o
por el gran príncipe.
La
misión esencial del rey, como señor de los grandes príncipes, consiste en
mantener la paz en el país y administrar la justicia. En virtud del principio
feudal, la jurisdicción del monarca se extiende a sus vasallos directos, los
grandes príncipes, pero no directamente a los vasallos de éstos. Por lo tanto,
si se produce un litigio entre los vasallos de dos grandes príncipes, el rey no
puede intervenir, salvo si lo solicita uno de los grandes príncipes en virtud de
ser su vasallo.
Si
en lugar de apelar a la justicia real los grandes príncipes deciden solucionar
el litigio que divide a sus vasallos mediante una guerra particular, no pueden
emprenderla sin haber avisado previamente al rey. Pero éste, en calidad de señor
de vasallos, puede interponerse y ofrecer su arbitraje. En tal caso, el derecho
de guerra queda momentáneamente suspendido. El rey convoca al gran príncipe cuyo
vasallo pretende haber sido ofendido y trata de suavizar la cuestión. Si no lo
logra, convoca a su presencia al señor del vasallo inculpado. Las dos partes
comparecen en la sala de audiencia del rey, y cada gran príncipe es acompañado
por cierto número de vasallos, que le escoltan.
Después
de haber hecho exponer la cuestión a ambas partes, el rey propone una solución
pacífica. Si ninguna solución es aceptada por las partes litigantes, no queda
otro recurso que la guerra privada. En tal caso, el señor debe de aportar a su
vasallo el apoyo militar de todas sus fuerzas, lo que equivale a decir que en
cada bando deben de participar todos los vasallos.
No
obstante, es posible decir ante el tribunal feudal del rey que la guerra privada
se limite a dos vasallos litigantes, sin que pueda provocar la intervención de
sus señores.
Una
vez agotadas todas las tentativas de conciliación o de limitación de la guerra,
el conflicto se iniciará siguiendo unas reglas muy estrictas. Teniendo como
intermediario al propio rey, cada señor hará convocar a sus vasallos; éstos
recibirán un escrito, redactado por un escriba real, en el que se les dé a
conocer la convocatoria de su
señor, las tropas y su milicia cuyo apoyo se recaba y una exposición de los
motivos de la guerra que va a iniciarse. Si eso es necesario, el señor debe
ayudar a equiparse a los vasallos convocados: " El que carezca de armas y de
equipo, las recibirá del tesoro de su señor".
Los
dos ejércitos son convocados en el mismo lugar, y en él se reúnen en presencia
del rey y de los señores feudales; cada príncipe se coloca en el lugar que el
rey le designe. El combate no puede empezar hasta que todos los vasallos
convocados se hayan reunido.
La
guerra no tiene como objetivo la destrucción del adversario, sino su derrota.
Por eso está prohibido dar muerte a los combatientes que se dan a la fuga, y el
espíritu caballeresco exige que se conceda gracia al enemigo derribado que sé
por vencido. El rey pronuncia la sentencia, e inmediatamente después de haber
proclamado la victoria de uno de los dos bandos, el combate debe
detenerse.
El
rey es árbitro de los grandes príncipes sólo en cuanto señor feudal suyo. En
calidad de tal, le deben obediencia en el cuadro de normas del derecho feudal,
se hallan al servicio de ayuda y consejo, y le pagan
tributo.
Los
infieles al rey son considerados como rebeldes al gran dios, y merecen la
muerte. Sin embargo, el derecho feudal no es inexorable, y si se someten el rey
otorga su perdón.
La
obligación de fidelidad del vasallo con respecto a su señor cesa si éste se
rebela contra el rey. En tal caso el vasallo, debe negarse a combatir contra el
monarca. La ciudad que ofrece resistencia al rey es tomada por asalto, y su
población puede ser exterminada o esclavizada. Su tesoro es confiscado por el
rey no para sí sino en provecho de Amón o del dios de la ciudad. Si, después de
haber ofrecido resistencia, la ciudad rebelde se rinde, se respeta la vida a la
población, pero su tesoro es confiscado de todos modos. Sólo la ciudad que,
desentendiéndose de su señor feudal, hace acto de acatamiento al rey, evita toda
sanción.
La
característica de la sociedad feudal, al contrario de la que se había formado
bajo la monarquía, es su división
en clases sociales hereditarias, cada una de las cuales tiene su propio
estatuto jurídico. La nobleza se halla formada por el sacerdocio y por la
milicia; el estado llano está integrado por los campesinos, la mayoría de los
cuales se hallan vinculados a la tierra y no pueden sustraerse a dicha condición. En el Norte subsiste
la pequeña propiedad libre, pero la evolución impulsa a estos campesinos libres
a absorberse cada vez mas en la clase servil o semiservil; y en las ciudades,
por último, persiste el antiguo derecho individualista. Todos los ciudadanos son
libres y poseen el mismo estatuto jurídico, y lo único que los distingue es la
riqueza, distinción social pero no jurídica; los artesanos parecen hallarse
agrupados en corporaciones, pero de ésto no se está muy seguro; el comercio
sigue siendo, por lo tanto individual. La esclavitud parece haber desaparecido
en los grandes dominios, los antiguos cautivos, asentados allí por el estado, se
han confundido con los agricultores serviles; en las ciudades, los esclavos no
suministran mano de obra jamás, y ésta sigue formada por obreros libres,
ciudadanos que constituyen el grueso de las milicias
urbanas.
En
este mundo feudal, donde no existe ninguna fuerza auténtica , aparte de los
informes personales sancionados por la voluntad de los dioses, la inseguridad es
total. Únicamente la autoridad de los dioses, representados por los sumos
sacerdotes, es unánimemente respetada, se concibe, por lo tanto, que la
conquista de los altos cargos sacerdotales sea objeto de luchas incesantes. El
sumo sacerdocio de Amón, convertido en hereditario, no se ve menos disputado por
los reyes de Tanis y por las familias feudales de la época. Por otra parte, el
propio sacerdote de Amón, aparte de su carácter sagrado, se halla revestido de
derechos temporales, y de este modo encaja en el cuadro general del feudalismo.
Como sumo sacerdote es el intérprete de los oráculos de Amón, y gracias a ello
domina la política del rey y de los príncipes; pero como soberano de Tebas no es
sino un vasallo del rey. Como jefe del culto pretende ejercer una autoridad
directa sobre el sacerdocio del país. Interviene en los grandes templos del
Medio y Bajo Egipto, llega a transformar en un patrimonio de su familia el sumo
sacerdocio de Horus, en el venerable santuario de Buto, y pretende imponer su
soberanía feudal al rey-sacerdote de Heliópolis.
Por
otra parte, la autoridad religiosa de que dispone permite al gran sacerdote de
Amón, Harsiese al que la insurrección del pueblo de Tebas había sentado en el
trono pontificio y conferido la investidura real. Desde entonces se ha formado
una alianza entre él "Grande de Amón" y el príncipe de Tanis, quien a su rango
de príncipe añade su rango de rey. Y al poco tiempo, un poderoso grupo feudal
formado por los cuatro nomos "más influyentes" de Delta – Tanis, Mendes, Sebennytos y Tahait (¿Atribis?) –acepta
la soberanía feudal del "grande de Amón", al que vemos disponer directamente de
una fortaleza situada en el nomo mendesiano a favor de un vasallo elegido por
él.
A
partir de entonces, se inicia una lucha de influencias por la supremacía en el
Bajo y Medio Egipto entre el grande de Amón y el rey-sacerdote de Heliópolis. El
antiguo prestigio de Ra se alza contra la supremacía Amonita. Es un hecho cierto
que las fuerzas religiosas dominan desde muy arriba la autoridad de los
príncipes temporales, y por ello el rey-sacerdote de Heliópolis aparece como el
príncipe mas poderoso del Norte. Príncipes de su linaje reinan en Busiris y
Sais. Otros se han instalado en Elefantina e incluso en
Siria.
En
realidad, si el rey es jefe feudal, son los príncipes de Tebas y Heliópolis
quienes, a causa del prestigio que les confiere su sacerdocio, agrupan a su
alrededor a todos los príncipes del Delta. La familia real de Tanis se apoya en
Amón, mientras los antiguos reyes de Bubastis-Heracleópòlis buscan la protección
de Ra y son apoyados por los sacerdotes de Heliópolis.
Se
comprende, por lo tanto, que la verdadera fuente de poder sean las disposiciones
de los sumos sacerdotes, y en muy especial, las del de Amón en Tebas. El cuento
feudal “El dominio del trono” narra el conflicto que estalla, con motivo de la
sucesión del sumo sacerdote de Amón, entre el rey de Tanis, que le ha atribuido
por decreto a uno de sus hijos, con el apoyo del clero de Tebas, y el hijo del
gran sacerdote fallecido, que ya era sacerdote de Horus en Buto. De todos modos,
la lucha, en la que participan todos los príncipes del Bajo Egipto, se limita a
unos cuantos combates singulares, puesto que Amón se opone por medio de sus
oráculos al desencadenamiento de la guerra.
Estos
cuentos de caballería que han llegado a nosotros gracias a copias más modernas,
son la viva evocación de la vida feudal en la XXIII Dinastía, tan lejana del
sistema monárquico que Egipto conocía solo doscientos cincuenta años
antes.
MONUMENTOS
REALES
Los
reyes de esta Dinastía vivieron especialmente en el Delta lo que explica la
pobreza de nuestra documentación.
Los vestigios de sus actividades arquitectónicas se encuentran en diferentes
lugares del Bajo Egipto, especialmente en Bubastis según el historiador Manetón
la ciudad de donde eran originarios y en Tanis sin duda su principal residencia,
ya que fue el lugar de su último reposo. No obstante debe agregarse que no
descuidaron al resto del país. Sheshonq I hizo construir en el-Hibah en Egipto
Medio un templo que fue terminado por su hijo Osorkon I y cuyas ruinas han sido halladas. Por
último, en Tebas el nombre de los reyes Libios figura en varios documentos: ya
se ha visto que Sheshonq I había hecho elevar en Karnak un pórtico monumental
que decoró a su vuelta de Palestina, con una escena de guerra y con una larga
lista geográfica. La decoración del pórtico fue construida por sus sucesores,
los reyes Osorkon I, Takelot II y Sheshonq III. Osorkon II hizo construir una
capilla, actualmente en ruinas. Takelot mandó restaurar un santuario de
Thutmosis III y su nombre figura en un bloque hallado en el templo de Khonsu. A
partir del reinado de Sheshonq II, los restos de los reyes libios se vuelven
paulatinamente mas escasos y terminan por desaparecer.
LA
NECRÓPOLIS REAL DE TANIS
El
siguiente capítulo hará hincapié en los descubrimientos magníficos hechos en
Tanis en 1939 por P. Montet, importantes en el plano arqueológico y también en
el histórico; ya utilizados, y aquí
se agruparán los principales resultados obtenidos por P. Montet quién descubrió
una parte de la necrópolis real de las Dinastías XXI y XXII. La primera tumba en
la que penetró estaba limitada por las dos caras del ángulo sudoeste del primer
pilón, por la muralla de Psusennes y por la parte meridional del lado oeste del
muro de circunvalación. Esta tumba y las que fueron despejadas mas tarde habían
escapado a la atención de los excavadores que se sucedieron en Tanis porque se
encontraban ocultas por construcciones de ladrillos realizadas en la baja época,
en el lugar de los edificios que primitivamente deben de haber servido de
capillas funerarias a los reyes difuntos. Efectivamente, es extraño que hasta el
presente no se haya encontrado en Tanis cerca de las tumbas reales, ningún lugar
oculto. Puede suponerse, pues, que esas capillas funerarias se construyeron
sobre las tumbas mismas.
La
primera tumba descubierta pertenece al rey Osorkón II (870-847) que reposaba al
fondo de una cámara de granito, en un sarcófago tallado en un bloque de granito
también. Las otras piezas del departamento funerario eran de caliza y sus
paredes estaban decoradas con escenas extraídas del repertorio de las tumbas
reales del Imperio Nuevo.
En
esas piezas fueron enterrados otros personajes pertenecientes a la familia reinante: el príncipe Hornekht, hijo de
Osorkon II y gran sacerdote de Amón; el rey Hedjekheperre' Takelot II (847-823),
hijo y segundo sucesor (?) de Osorkon II, y un personaje anónimo que
posiblemente sea el rey Usirmare' Sheshonq III. Es curioso que esos reyes o esos
príncipes, no hayan tenido cada uno de ellos una tumba individual. A decir
verdad, se poseen pruebas de que, en ciertos casos, por lo menos cuando se trata
de reyes, esta cohabitación se debió a arreglos posteriores. Sheshonq III si es
el anónimo de la tumba de Osorkon II y Amenemope, tenían cada uno su tumba antes
de reposar en la bóveda donde los encontró P. Montet. Pero sin lugar a dudas
esas tumbas fueron saqueadas y se hizo necesario encontrar otra morada para sus
ocupantes. Entonces por razones de seguridad y de economía, se volvieron a abrir
las tumbas más grandes y mejor preservadas, para recibir nuevos huéspedes. Debe
agregarse que los reyes tanitas y libios no titubearon nunca en usurpar un
sarcófago: el sarcófago de Takelot II no le pertenecía y el del príncipe
Hornekht tenía la parte inferior de granito y la tapa de asperón. Veremos casos
de usurpación, que constituyen evidentes signos de pobreza. No obstante, los
reyes enterrados en Tanis habían conservado en cierta medida el gusto por el
lujo, y el moblaje funerario que hicieron encerrar en sus tumbas es de gran
riqueza. Cierto es que también ésta era, en parte
usurpada.
La
tumba nº 3 se componía de un corredor, una antecámara y tres salas. Había
servido como última morada a siete personajes de esa época, muchos de ellos de
origen real:
1º
Psusennes (1054- 1000), el primer propietario cuya momia se encontraba protegida
por tres sarcófagos, el primero de plata, el segundo de granito negro y el
tercero, que encerraba los otros dos, de granito rosado. Este último había
pertenecido al rey Merneptah (Dinastía XIX).
2º Amenemope (el Amenoftis de Manetón), uno
de los primeros sucesores de Psusennes, quien reinó aproximadamente entre
1006-1000. Primitivamente ese rey había sido enterrado en la tumba nº 4 y, como
consecuencia de la violación de su bóveda se lo llevó a una de las cámaras de
los aposentos funerarios de su predecesor. Reposaba en un ataúd de madera
encerrado en un sarcófago de piedra que antiguamente había guardado la momia de
Mutnedjem, segunda mujer de Smendes y madre de Psusennes. Sin duda, este último
habrá querido que su madre fuera enterrada en la misma tumba que él pero no se
sabe qué sucedió con la momia de la reina luego del traspaso de
Amenemope.
3º
Ankhefenmut, cuarto hijo del gran sacerdote Piankhi; su cuerpo reposaba en un
sarcófago de granito rosado.
4º
El rey Hekakheperre' Sheshonq, que ocupaba la antecámara de Psusennes. El cuerpo
estaba encerrado en un sarcófago de plata con cabeza de halcón. Este rey,
desconocido hasta el presente había reinado muy poco tiempo. No se sabe si ese
nuevo Sheshonq fue llevado a la tumba de Psusennes o si él mismo se hizo
arreglar la antecámara de su lejano predecesor.
5º
Una concubina de Psusennes.
6º
Un alto funcionario del mismo reinado. Estos dos últimos personajes reposaban
igualmente en la ante cámara, uno a cada lado de Sheshonq. No queda nada de los
sarcófagos, probablemente de madera, que ocuparon
primitivamente.
7º
Unudjebauendjedet, jefe de los arqueros de Psusennes. Ese alto personaje
reposaba en una bóveda completamente amurallada situada al oeste de la de
Ankhefenmut. Las paredes estaban decoradas con escenas funerarias.
Primitivamente el sarcófago de granito había pertenecido a Amenhotep, profeta de
Amón, gran vidente de Re', en Tebas. Recubierto por una capa de mástique, en la
que habían grabado nuevas inscripciones, y enchapado con una fina lámina de oro,
ese sarcófago encerraba un ataúd de madera dorada y éste un sarcófago antropoide
de plata. La momia estaba ricamente adornada y el moblaje funerario se componía
de objetos finos, muchos de los cuales provenían de los antepasados del difunto.
De todo ello puede deducirse que Unudjebauendjedet pertenecía a una vieja
familia y que había desempeñado una función importante en la corte de
Psusennes.
La
tumba nº 4 era la primera tumba de Amenemope.
Después
del traspaso del rey, parece que fue ocupada por un personaje desconocido, y
luego nuevamente violada y saqueada. Los excavadores apenas encontraron la tapa
de un sarcófago, que databa del Imperio Antiguo.
La
tumba nº 5 había pertenecido al rey Usirmare' Sheshonq III (823-772), el
constructor de la monumental puerta que se levanta a unos metros de la tumba. Se
ha visto que probablemente ese rey fue traspasado a la tumba de Psusennes, luego
de la violación de su bóveda.
El
nombre de Horus del rey, Nesutire', que no era conocido pertenece desde entonces
a la historia.
Si
bien faltan tumbas aún no se ha perdido la esperanza de hallarlas. De todos
modos, se puede felicitar a P. Montet por la rica cosecha extraída: sarcófagos,
canopes, vajilla, amuletos, escarabajos, ollas y muchos objetos, a menudo de
excelente calidad, éstos permiten estudiar el arte de la época. No debe
olvidarse tampoco la decoración de las cámaras funerarias, de considerables
importancia, ya que informan a la vez sobre el arte gráfico y usos funerarios de
dos Dinastías que hasta hace poco casi nada se
conocía.
LOS
“CUENTOS DE CABALLERÍA”
Desde el punto de vista histórico, los
cuentos de caballería presentan un gran interés. Los hechos que nos relatan se
hallan suficientemente confirmados en su conjunto por documentos para que se
pueda ver en ellos una relación contemporánea de los sucesos tratados en un
género épico y con un verdadero valor literario. El número de fragmentos
hallados, recopilados hasta el siglo II d. C., demuestra que en el período
feudal de los siglos IX y VIII a. C. hubo una actividad literaria muy
interesante, capaz de hacer brotar un género nuevo formado por "ciclos"
agrupados en torno al "grande Amón", al rey de Tanis y al rey-sacerdote de
Heliópolis. Dicha literatura celebra las hazañas de los nobles, las gestas
caballerescas y el valor; es la expresión de la civilización tal como la concibe
la nobleza feudal; es un género literario de categoría, que demuestra que no
toda la cultura había desaparecido en aquel Egipto donde la clase dominante
estaba constituida entonces por príncipes libios o de origen libio, y
probablemente también Egeo, tanto como por los egipcios de antiguo abolengo. No
ha desaparecido todo el sentimiento nacional, pero se nota que ha llegado del
exterior un vigoroso soplo y que éste ha introducido en la civilización
tradicional del valle del Nilo unos elementos nuevos que hallan su expresión en
aquella literatura donde la descripción y lo pintoresco asume una importancia
hasta entonces desconocida en las plumas de los escribas
egipcios.
Ciertos
fragmentos a los que Maspero ha dado los nombre de “La influencia de la coraza”
y “El dominio del trono”, recuerdan la Ilíada. La influencia del feudalismo que
había florecido en el mundo Egeo en la época micénica no es ajena a
ello.
Estos
cuentos son los primeros testimonios de la interpenetración que se está gestando
entre las civilizaciones egipcia y egea, y bajo este aspecto, presentan un valor
excepcional.
Como
en la Ilíada, el placer del combate singular y del valor individual ocupa en
ellos un primer lugar. Pemu, el
joven príncipe de Heliópolis, ha sido provocado al combate contra un enemigo muy
superior en número, y se dispone a luchar. Su fiel escudero Zinufi le ruega que
espere la llegada de sus hermanos y de las tropas que estos mandan; pero un
caballero no esquiva el combate.
"Hermano
Zinufi", dice, "yo he pensado todas las palabras que tú has dicho. Pero ya que
las circunstancias son tales que resulta imposible evitar la batalla hasta que
mis hermanos se hayan reunido conmigo, venceré a los hombre de Mendes y
humillaré a Tanis, Tahait y Sebennytos, o que no me cuentan ya entre los
valientes. Por lo tanto, Zinufi, hermano mío, revístete de valor y haz que me
traigan la armadura de caballero". Se la traen en seguida, y después extienden
ante él una capa de cañas acabadas de cortar, Luego, el texto, mutilado,
describe al joven caballero poniéndose su camisa de byssus de la ciudad de
Panamhu recamada de oro, y después una cota tejida, de tres codos y medio de
longitud, tejida con lana fina reforzada con byssus de Zalchel; sobre ella se
pone un corselete de cobre adornado con espigas de oro y cuatro figuras
masculinas y otras cuatro femeninas que representan a los dioses del combate; se
coloca sus polainas de oro macizo, se cubre la cabeza con el casco, y se dirige
al campo de batalla.
El
combate se inicia, y Pemu retrocede, y Zinufi corre hacia el puerto vecino para
ver si llega la flota de sus hermanos. "Finalmente, levantó su rostro y divisó
un navío pintado de negro con la borda de blanco, atestado de gavieros y remeros
y cargado de soldados, y observó que tenía escudos de oro en las bordas, y un
alto espolón dorado en la proa, así como una imagen de oro en la popa, y
numerosos marineros maniobraban en los aparejos; detrás seguían dos galeras,
quinientas urcas, cuarenta baris y sesenta barquichuelos con sus remeros, de
modo que el río resultaba estrecho para tantas embarcaciones, y el ribazo
demasiado estrecho para la caballería, y los carros de combate, las máquinas
guerreras y los infantes".
Los
príncipes llegan de todas partes y cada uno combate siguiendo la modalidad de su
país. La influencia siria ha penetrado en Egipto por el este. He aquí al
príncipe de Per-Seped, "revestido de una cota de malla de buen hierro y bronce
fundido, ciñendo una espada de combate de buen hierro fundido y un puñal, al
estilo de las gentes de Este, fundido de una sola pieza desde su empuñadura
hasta su afilada punta; tomó la lanza cuya tercera parte era de madera de
Arabia, otra tercera parte de oro y la última de hierro, y tomó en su mano un
escudo de oro".
A
partir de aquel momento, la batalla recrudece, y suceden mil peripecias. Pemu ha
conseguido ventaja y tiene a su adversario a su merced: "Pemu había derribado
casi a su adversario bajo su escudo de juncos trenzados; asestó una patada, hizo
caer el escudo al suelo y levantó su mano con la espada para matarle. Montubeaal
[ su hermano que interviene] dijo: "No, Pemu, hermano mío, no lleves tu brazo
hasta el extremo de vengarte de estas gentes, pues el hombre no es como una
caña, que, al ser cortada, vuelve a crecer".
Este
sentimiento caballeresco que anima a los combatientes, y la humanidad, tan
egipcia, de que dan pruebas se alían a sus virtudes guerreras. Otro príncipe iba
a dar muerte al hijo del faraón, pero el "gran jefe del Este", que combate
contra el bando del rey, le detiene: "Aparta tu brazo Ankhoru", le dice, "por el
faraón, su padre, pues es su vida".
También
la sicología de los personajes es puesta al descubierto
continuamente.
Algunos
son brutales y traducen su exaltación mediante injurias: "Vengo a buscarte,
negro, nubio masca-goma, hombre de
Elefantina", grita uno de los combatientes al abalanzarse contra su adversario.
Otros son pacíficos y dulces; así, el prudente rey Pedubast, quién – como Néstor
en la Ilíada – trata de preservar la paz: "Pemu, hijo mío", le dice cuando el
joven príncipe acude a su tribunal para prevenirlo acerca de la guerra que
piensa emprender, "no te desvíes de los caminos de la sabiduría para que no
caigan desastres sobre el Egipto de mis días".
Resulta
imposible para el estudioso no sentirse impresionado ante el nuevo acento que
acerca el Egipto del Tercer Período Intermedio a la Grecia homérica. Un nuevo
mundo se está formando alrededor del Mediterráneo oriental, las razas y las
ideas se mezclan íntimamente, y, sobre la tierra egipcia, tanto la nobleza
feudal como la clase comerciante de las ciudades experimentan la profunda
influencia que, a través del mar, llegan desde los mundos del Este y del
Norte.
DINASTÍA
XXII
Las
presentes cronologías que presentaremos son a criterio del autor las mas
exactas, teniendo en cuenta que nunca podemos hablar de tablas cronológicas con
fecha absolutamente precisas debido al complicado período que se está intentando
analizar. No descarto absolutamente cualquier otra cronología que el lector acepte sabiendo
que la diferencia, probablemente en años, siempre sea corta con relación a las
presentadas.
SHESHONQ
I (950-929)
OSORKON I
(929-893)
TAKELOT I
(893-870)
OSORKON II
(870-847)
SHESHONQ
II (847)
TAKELOT II
(847-843)
PAMI (772-763)
SHESHONQ
V (767-730)
DINASTÍA
XXIII
La
presente tabla cronológica se cita debido a la causa que la Dinastía XXIII, reina en un momento de forma paralela, a
la Dinastía XXII (objetivo de este estudio), la cual enfocamos desde el punto de
vista de la Dinastía XXII. Por lo tanto el autor considera importante que
mediante las dos cronologías se observe el momento de la fragmentación de la
monarquía.
PEDUBAST
(817 (?) 763)
SHESHONQ
IV (763-757)
OSORKON III (757-748)
TAKELOT III (748-730)
AMONRUD
(748-730)
OSORKON IV (748-730)
Debemos
tener en cuenta que la presente cronología es mas inexacta que la de la Dinastía
anterior.
CONCLUSIÓN
DEL AUTOR
El
Tercer Período Intermedio aparece
como uno de los momentos históricos más complicados para analizar con
profundidad. Dichas causas pueden dejarse ver en la confusión reinante que se
hace presente ya sea por Dinastías que reinan en paralelo (no tomando los
reyezuelos que se levantan en cada nomo como independientes aspirando a la
realeza), de las cuales existe muy poca información, como de la sucesión al
trono que hubo en cada una de ellas y teniendo en cuenta que muchas veces los
pontificados supremos llevan los mismos nombres que los reyes
gobernantes.
Tomamos
una idea muy precisa de esta decadencia diciendo que Egipto entra en una
decadencia progresiva desde fines del
Imperio Nuevo(1080). En lo que se refiere a la política exterior, Egipto
pierde todas sus posesiones en Siria y Palestina y con ello el país pierde una
fuente muy importante de ingresos que llegaban a éste en forma de
tributo.
No
olvidando tampoco que en lo interior desde la muerte de Ramsés XI, el país se hallaba políticamente
fragmentado en el Bajo Egipto con su capital en Tanis y el Alto Egipto con su
capital en Tebas ciudad de Amón-Re'.
Lo
cierto que el cambio de Dinastía de la XXI a la XXII no se produjo de forma
violenta, en su origen se presentaba
una pequeña contradicción entre lo citado por el sacerdote Manetón y los
arqueólogos modernos, lo cierto es que el historiador de la antigüedad en una
época muy tardía recopila la historia total de Egipto, de otros anales quizá ya
equivocados o tal vez en el momento en que se traduce la historia de dicho
historiador en el camino a nosotros. Lo cierto es que no altera de manera alguna
los posteriores acontecimientos que sufrió la Dinastía
XXII.
Concretamente
se debe tener en cuenta los procesos, causas y efectos del por qué los libios
llegan al poder, la manera en la cual en un trecho de dos siglos esta gente va
inmigrando en el Delta de forma pacífica, estableciéndose en algunas zonas y
fundando colonias libias militares debido a que su profesión es esencialmente guerrera, en una zona
donde Egipto precisaba un ejército efectivo y numeroso a causa de que tenemos en
el Delta un punto débil del país, que está constantemente amenazado por los
movimientos que puedan venir directamente de Asia. Además, tenemos un ejército
egipcio compuesto en forma creciente por mercenarios desde el 1200
aproximadamente, del cual ya tenemos noticias. Los libios ascienden de forma
rápida a los primeros lugares en el ejército, situación que deja ver la
influencia que fueron adquiriendo en la Dinastía XXI, donde conocemos las
extensiones de tierra que los monarcas de esta Dinastía cedieron ante su peso en
el Delta.
Tendremos
en cuenta por cierto la egipcianización, en la cual adoptan la religión y las
costumbres egipcias. El futuro faraón Sheshonq I lo deja ver cuando se somete a
la decisión del oráculo tras darle sepultura a su
padre.
Dicha
ascensión trae como resultado un no-reconocimiento inmediato del clero de Amón,
el que sí lo reconoce pero de forma posterior al ascenso de este
monarca.
Con
Sheshonq I parece en cierto momento tener solucionado el tema de las posibles
Dinastías paralelas, mediante su política exterior asegura en parte la
estabilidad de un Egipto cada vez más pobre.
Su
logro fue recuperar la influencia perdida por el país destruyendo las ciudades
en un 90% israelitas que alejaban el comercio con Fenicia y los productos de
Arabia. Esta labor no pudo llevarse acabo
hasta la división del Estado de Israel en dos partes (Judá e Israel) lo
que debilitó su pasajera situación de estabilidad.
A criterio personal hago hincapié en la
astucia que tuvieron los débiles faraones de este período fingiendo mantener
relaciones diplomáticas excelentes con sus vecinos de Palestina pero
aprovechando cualquier oportunidad para debilitar a sus vecinos, ésto lo podemos
ver cuando Sheshonq I recibe a Jeroboam en su corte alentando un posible peligro a concretarse, que a la muerte
de Salomón tomaría forma.
En
lo que refiere a la política interna de la Dinastía, consiste en colocarse en
puestos claves como fueron el pontificado de Amón, el de Heliópolis y la
gobernación de la ciudad de Heracleópolis. Esto soluciona de forma muy
transitoria las tentativas de
reinados paralelos.
Aquí
también encontramos una forma de administración distinta a la del Imperio Nuevo
la que consistía en colocar a funcionarios no pertenecientes a la familia real,
(cargos por supuesto no hereditarios) en lugares claves y centros políticos
importantes intentando así quitar poder político a la familia del rey, ésto no
quita por ejemplo que pudieran participar del
ejército.
Como
dije esta solución no fue efectiva durante toda la Dinastía.
Se
conoce una inscripción en la cual un rey pide a Amón por sus hijos y los celos
existentes entre ellos. Claramente deja entrever el problema del monarca por saciar las
ambiciones cada vez mas desmesuradas de la familia
real.
En
lo referido a la historia política se llega al reinado de Sheshonq III. Al
parecer este monarca no tenía derecho legítimo al trono pero apoyándose en los
jefes libios pares suyos logra obtener la realeza lo que al parecer debilitó la
monarquía a causa de la autonomía que estos jefes obtienen con respecto al
monarca, reduciendo considerablemente el área de influencia del
rey.
Y
aquí nos encontramos en forma definitiva con una Dinastía en forma paralela, la
Dinastía XXIII hacia el 730 a. C.
La
creciente presión de la nobleza provincial provocó como respuesta una
partición formal de la monarquía
formándose de esta manera como ya mencioné, la codinastía XXIII (establecida en
Lentópolis) que se encargaría de mantener el control en el sur y medio Egipto en tanto la Dinastía
XXII intentará mantener el dominio del Delta.
Lo
importante de este suceso es que el resultado fue totalmente negativo debido que
en lo exterior no pudieron ambas Dinastías frenar la tentación de expansionismo
de Asiria; en lo interior otros parientes de la familia real adquirieron una
notable importancia rivalizando con ambas Dinastías, estos fueron los
gobernantes de Hermópolis y Heracleópolis que se arrogaron el título de rey como
también sucede con los importantes pontificados de Heliópolis y Tebas donde
ambos sumos sacerdotes de la misma manera que los anteriores se titularon reyes,
así lo hace el pequeño estado teocrático de Amón en Sudán donde el sumo
sacerdote dice ser señor del Alto y el Bajo Egipto.
En
Sais aparece otra amenaza para estos reyes. Uno de los "principados Ma" adquiere considerable importancia,
Tefnakht (Dinastía XXIV) consigue controlar el Delta occidental abarcando desde
Menfis hasta el mar.
Durante
todo este período se toma en cuenta el incremento de las tensiones sobre el
grado independencia o autonomía regional. Conocemos a su vez que muchos de estos
"nuevos reyes" tenían un dominio que no iba mas allá de su feudo o de su
región.
En
lo que se refiere al modelo literario se tomó fundamentalmente el modelo del
Nuevo Imperio (época de Amenofis III) para celebrar sus victorias, es claro que
la finalidad concreta es religiosa y propagandística.
Curiosamente
vemos un capítulo nuevo en la literatura egipcia como lo son "los cuentos de
caballería" hechos que se hallan
suficientemente documentados. En ellos hay una relación contemporánea de sucesos
en el género épico. Están datados hasta el siglo II d. C., demostrando en los
siglos IX y VIII actividad literaria de características interesantes agrupados
en torno a los sumos pontificados de Tebas, de Heliópolis y al rey de Tanis.
Celebran hazañas caballerescas y nobles demostrando que no toda la cultura en
ese Egipto ha desaparecido como tampoco el sentimiento
nacional.
Demuestran
que existió en este país una influencia extranjera hallándose en aquella literatura donde lo pintoresco y la
descripción asumen una importancia hasta entonces desconocida por los egipcios
pero a su vez resaltan una
humanidad tan egipcia como otros valores ya existentes en esa
civilización.
Los
cuentos a los que el egiptólogo Maspero da nombres como: “La influencia de la
coraza” y “El dominio del trono” recuerdan a la literatura de la Grecia
homérica.
En
lo religioso encontramos semejanzas con períodos feudales
anteriores.
Desde
el punto de vista religioso la monarquía permanece igual, el monarca mantiene la
idea de ser creado a partir del huevo siendo así la emanación divina y la imagen
del dios. La función del rey es hereditaria, su esencia es divina por ello el ka
del dios se ve manifestado en su voluntad.
Sus
súbditos se manifiestan a él llamándolo Horus o "Sol de Ra" y por supuesto lleva
el úreo.
Pero
a su vez nos topamos ante un contraste, esta época de feudalismo creciente,
dominada regionalmente por príncipes o por señores feudales los cuales también
se invisten del origen divino y cada príncipe o señor feudal es "hijo" del dios
local. Notamos aquí también que la partición no fue sólo de la monarquía, la
religión de manera parecida se halla dividida. Esto indica que las divinidades
regresan a los nomos y son "señores" de esos sitios nuevamente.
Pero
a su vez nuevas divinidades reaparecen dado el caso de la diosa Khuit que al
lado del dios Horus-Khentikheti son señores de la ciudad de
Atribis.
Cuando
el rey sudanés Piankhi invade el Egipto feudal en el transcurso de sus campañas
debe entrar a los santuarios locales para hacerse reconocer como hijo de la
divinidad local, lo que afirmará su soberanía adquiriendo títulos como hijo de
Thot en Hermópolis, hijo de Ptah en Menfis, hijo de Atum y Ra en Heliópolis y
también hijo de Horus en Atribis.
No
queriendo caer en detalles banales, creo que estas son las principales
características de la religión a criterio de quien
escribe.
De
esta manera atravesando por la historia política, intentando comprender el por qué de cada acontecimiento y no remitiéndonos a los
nombres (cosa que sería muy difícil) para dar un enfoque histórico comprensible.
En lo que abarca a la cultura tratamos de hablar en este criterio de aquellos
elementos más importantes en este estudio de la Dinastía XXII, intentando
esquematizar extrayendo los aspectos mas importantes de dicha
Dinastía.
BIBLIOGRAFÍA
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Egipto".
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