30 - EL SUICIDIO

 

por  MARCELO DE LEÓN

 

 

Muchas religiones han considerado la autoeliminación como falta de extrema gravedad, ya que la divinidad daría la vida y sólo ella podría quitarla. Ésta es en general la posición hoy día, pero en épocas antiguas, sin embargo, hubo pueblos que la admitieron y algunos aun la instaron.

           

Para los vikingos, pueblo fiero por naturaleza, el Más Allá dichoso pertenecía a los que habían sufrido muerte violenta y ello incluía a guerreros y suicidas.  Entre los druidas gálicos, el suicidio era bien visto cuando se hacía para acompañar a difuntos a quienes se había estimado en vida.

           

En Grecia, el suicidio podía ser justificado bajo motivos altruistas, loables, de honor, también por vejez o enfermedad o, en general, por una existencia desdichada (Estil­pón, Metro­cles, Sócrates, Yocasta, etc.).  En Roma, por lo menos en los ámbitos más cultos, la autoeliminación fue comprendida, autorizada (e, inclusive, recomendada a veces) cuando el hombre se hallaba sufriendo física o moralmente (enfermedad, deshonra, etc).  Es más: en aquellos tiempos de censura pública muy fuerte el suicidio se condenaba si era por motivos nimios (amor, cobardía) mas no por razones como las expuestas antes.[1] En estos casos, era propio del hom­bre de bien explicar las causas que lo habían llevado a su determinación de suicidarse, para librarse de un mal juicio entre sus pares.

           

En la India, la religión de los brahmanes prescribía el suicidio de la viuda en la pira funeraria del esposo (también podía ser enterrada viva); es decir, la auto­punición era la vía para mantener el vínculo marital más allá de la muerte y acompañar al difunto en el otro mundo. La secta de los samaneos, también entre los hindúes, admitía el suicidio pero era norma advertir de la decisión al resto de la comunidad (Porfi­rio: "Y no hay ninguno que se lo impida; al contrario, todos los felicitan y les hacen algunos encargos para sus parientes muertos (...); y, una vez que han recibido los encargos que les han hecho, entregan su cuerpo al fuego, para separar el alma de aquél en un estado purísimo, y morir recibiendo alabanzas")[2].

 

Pero, ¿qué sucedió en el Valle del Nilo? Como no hay textos decididamente claros sobre la postura de aceptación o rechazo al suicidio, ni constan pronunciamientos de la religión al respecto, sólo podemos plantear los hechos y conjeturas que de algún modo viertan luz sobre el asunto.

 

Hasta ahora se ha visto el dedo de la divinidad indicando el comienzo y el fin de cada ser humano. A primera vista, también podríamos hablar de la autoeliminación como alteración de los destinos individuales. Mas, para los egipcios, ¿lo sería realmen­te? ¿No podría ser el suicidio un hecho marcado por el dios para poner fin a la existencia de ese ser?

           

Una inscripción funeraria del período de los Ptolomeos y con probable validez para aquel entonces, da lugar a varias reflexiones. En ella, refiriéndose a la muerte, decía la difunta: "Todos temiendo le imploran; pero ella no vuelve su cara a ellos.  Ella no viene con aquél que corre a su encuen­tro. Ella no escucha a quien la alaba."[3]  Es decir que a más de una personificación atribuía a la Muerte una autodeterminación embebida de egoísmo. Luego, "aquel que corre a su encuentro" podía ser tanto el intrépido como el suicida pero sus intereses no importaban a esa Parca que se movía sólo por sus propios designios.

           

En este contexto, si el hilo vital no se interrumpía por no coincidir con el deseo de la Muerte, esta discordancia de anhelos podía dar lugar, en todo caso, a conatos suicidas. La autoeliminación sólo podría producirse por una concordancia de intereses, conexión totalmente ajena a invocaciones, alabanzas y demás.  Por tanto, cabe concluir que la muerte por autoeliminación no lo era más que en apariencia y sí como consecuencia de la decisión de la propia Muerte, que cortaba el aliento de vida en el preciso momento en que el individuo creía estar haciéndolo por sí, sin saber que sólo era brazo ejecutor de un ente que lo superaba.

 

El "Diálogo del desesperado" es una dramática narración conocida también como "El suicida", "La lucha del cansado de la vida con su alma", "Diálogo entre un hombre cansado de la vida y su alma", etc..  Se conserva en una copia de la Dinas­tía XII (Imperio Medio) pero su composición dataría de los últimos tiempos del Imperio Antiguo o del Primer Período Intermedio. Denota un extremado pesimismo y desesperanza.  Trata del diálo­go entre un hombre decidido a morir y su alma, que intenta convencerlo de alejar de sí la mención de la muerte y, por el contrario, disfrutar de la vida.  En el relato, el hombre tomó una determinación. "Mi alma se indigna contra mí porque no la he escuchado y porque me arrastro hacia la muerte antes de llegar el tiempo y me arrojo al fuego."[4] Para él, la muerte por mano propia era su lógica salida al agobio interior. "Alma mía, es insensato querer contener al que está triste por la vida".[5]

           

Era la visión de un egipcio trastornado por el sufrimiento y, frente a él, su alma desempeñaba el rol de la razón y trataba de disuadirlo. Ahora bien: el desdichado aludía a irse "antes de llegar el tiempo" pero parece más bien haberse referido a las causas por las cuales normalmente mueren los hombres y no al tiempo de vida decretado por los dioses (en "La aventura de Satni-Kamuas con las momias", la familia de Nane­fer-ka-ptah murió, sin desearlo, antes de llegar "el tiempo que nosotros teníamos para permanecer sobre la tierra"; hubiera sido un tiempo corriente pero entre los males causa­dos por un libro mágico estuvo el aceleramiento del fin).[6]

           

Por eso el alma del desesperado al argumentar no se remitió a un destino, a una contravención a los planes divinos, sino a que la muerte era un viaje sin retorno, el fin sin remedio, etc., y tampoco mencionó un castigo por  parte de los dioses al hombre que se mataba.

 

La lista de pecados de la "confesión nega­ti­va" de "El Libro de los Muer­tos" no condenó en momento alguno el suici­dio.

 

Manetón, sacerdote egipcio autor de una historia de su país, transmitió la anécdota de aquel sabio y adivino, tocayo del faraón Amenofis III, que supo de malos tiempos por venir a Egipto y "no se atrevió a comunicarlo al rey; lo consignó todo por escrito y se suicidó."[7]  El re­la­to de Manetón involucraba a un individuo que, por su profesión, continuamente se conectaba con el mundo sobrenatural y las vibraciones de las divinidades: si el suicidio hubiese estado condenado por éstas, ¿se hubiese quitado la vida, prevaleciendo en él el temor al rey por encima del temor a los dioses?

 

Se sabe que en el Imperio Nuevo los altos funcionarios acusados de crímenes cuya pena fuera la ejecución podían acceder a la autopunición quitándose la vida, como alternativa decorosa ante la perspectiva de morir a manos de un verdugo, como los reos comunes.

 

Cuando la conspiración de harén contra Ramsés III (donde el asesi­na­to parece haberse consumado), de los sospechosos halla­dos culpa­bles de los mayores crímenes unos "salieron de sí por su propia mano en el Lugar del Jui­cio; tomaron sus propias vidas, no habiéndoseles hecho ningún daño" y otros "se abando­naron a ellos mismos donde estaban; tomaron sus propias vi­das" (dos formas de redacción para expresar la misma idea).[8]

 

La misma opción hizo siglos antes Nito­cris, la reina que cerró el período del Imperio Antiguo con su propia muerte.  Cuando Heródoto visitó Egipto los sacerdotes le contaron que la soberana vengó la muerte de su hermano y "a este mismo acto añadían el de haberse precipi­tado enseguida por sí misma dentro de una estancia llena de ceniza, a fin de no ser casti­gada por los egipcios."[9]

 

Otro tanto correspondió a Psamméti­co, el rey destronado por los invaso­res per­sas, cuando la primera dominación de Egipto a manos de esta nación.  En ese entonces Cambises respetó la vida de Psamméti­co.  Éste intentó organizar la resistencia egipcia y las noti­cias de conspira­ción llegaron a Cambises.  Para evitar el castigo del monarca extranjero, Psamméti­co "se dio a sí mismo una muerte repenti­na bebiendo la sangre de un toro; tal fue el fin de este rey."[10]

 

A más de estas muertes producto de la aguda depresión, de motivos políticos, de cuestiones de honor y temor, no faltó el móvil amoroso.  "Si me separan de ti, no comeré ni beberé más y me moriré al instante", anunció una joven cuyo elegi­do del corazón no era del gusto de su padre en "El prínci­pe pre­des­ti­nado", cuento perte­neciente a la época de las Dinastías XIX o XX).[11]

 

Aunque el panorama no sea absolutamente nítido es necesa­rio orien­tarse en una posición respecto al tema de la muerte provo­ca­da por el hombre a sí mismo.  Esta posición es la de que la reli­gión egipcia no condenó la autoeliminación y tal vez incluso la comprendió.  Empero, al no ser un pueblo que amase la muerte más que la vida sino todo lo contrario, esta tole­rancia al suicidio y los suicidios no ha de haber sido proble­mática: en pueblos de espíritu más melancólico y pesimista, una opi­nión así podría conducir a suicidios en masa o, cuando menos, a una alta tasa de muertes por autoeliminación.  Pero decididamente los egipcios amaban la vi­da...[12]

 

                                                                             

 

 

                                                                                BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

 

Bibliografía:

- ARIES, Philippe - DUBY, Georges (Directores), "His­toria de la vida privada". T. 1: "Imperio romano y anti­güedad tar­día". Madrid, Taurus, 1992.

- DE JONGHE, Raymonde. "Los suicidios". Basilea, F. Hoffmann-La Roche & Cía., 1982.

- DRIOTON, Étienne - VANDIER, Jacques. "Historia de Egipto". Buenos Aires, EUDEBA, 1968, 2ª ed.

- GRIMBERG, Carl. "Historia Universal". Chile, Daimon-Sociedad Comercial y Editorial Santiago, [1987].

- MAETERLINCK, Mauricio. "La Muerte". Montevideo, Claudio García Ed., 1917.

- MONTET, Pierre. "La vida cotidiana en el Antiguo Egipto". Barcelona, MATEU, 1961.

- MORET, A. "Le Nil et la civilisation égyptienne". París, La Renaissance du Livre, 1926.

- ONCKEN, Guillermo - MEYER, Eduar­do. "Historia del Antiguo Egipto". Buenos Aires, Impulso, 1943.

- PIRENNE, Jacques. "Historia del Antiguo Egipto". Barcelona, Océano-Éxito, 1984.

- SAINTE-FARE GARNOT, Jean. "La vida religiosa en el antiguo Egipto". Buenos Aires, EUDEBA, 1964.

- UNIVERSIDAD DE OXFORD (S.R.K. Glanville, Director). "El legado de Egipto". Madrid, Pegaso. 1944.

- VIDAL MANZANARES, César. "Diccionario histórico del Antiguo Egipto". Madrid, Alianza, [1993].

 

Fuentes:

-"CANTOS Y CUENTOS DEL ANTIGUO EGIPTO- Con unas notas sobre el alma egipcia por José Ortega y Gasset". Madrid, Revista de Occidente, 1925.

-"CUENTOS, MITOS Y EPOPEYAS -  Selección de obras mesopotámi­cas y egipcias". Selección de Estela Dos Santos. Buenos Aires, Centro Editor de

  América Latina, 1970.

- DONADONI, Sergio. "Storia della letteratura egiziana anti­ca". Milano, Nuova Accademia Editrice, 1959, 2ª ed.

- "EL LIBRO DE LOS MUERTOS". Traducción y prólogo de Juan A. G. Larraya. Barcelona, José Janés Editor, 1953.

- FLAVIO JOSEFO. "Autobiografía - Sobre la antigüedad de los judíos (Contra Apión)". Madrid, Alianza, [1987].

- HERODOTO. "Los nueve libros de la Historia". Buenos Aires, El Ateneo, 1968, 2ª ed.

- HOEFFER. "Bibliothèque Historique de Diodore de Sicile". París, Librai­rie Hachette et Cie., 1912, 3ª ed..

- MANETON. "Historia de Egipto". Traducción, introducción y notas de César Vidal Manzanares. Madrid, Alianza, 1993.

- MASPERO, G. "Les contes populaires de l'Égypte ancienne". París, Guil­moto Éditeur, s.d., 4ª ed.

- PORFIRIO. "Sobre la abstinencia". Madrid, Gredos, 1984.

                                                                                                       

 

 

 



[1]. Cfr. ARIES, Philippe - DUBY, Georges (Directores), "His­toria de la vida privada", t. 1: "Imperio romano y anti­güedad tar­día".

[2]. "Sobre la abstinencia", L. IV; p. 217).  Porfirio, filóso­fo neoplató­nico, nació en Tiro (Feni­cia) en el 234 a.C.  Fue alumno del gramático Apolonio, del matemático Demetrio, de Orígenes y de Plotino, de quien comen­tó las obras.  Falleció en Roma hacia el 304.

[3]. Inscripción del Año XVI de Cleopatra V. En: DONADONI, S., "Storia della letteratura egiziana anti­ca", p. 305.

[4]. En: "Cantos y cuentos del antiguo Egipto...", p. 83 ("La lucha del cansado de la vida con su alma").

[5]. Id.

[6]. "El ciclo de Satni-Kamuas", I.  En: MASPERO, G., "Les contes populaires de l'Égypte ancienne", p. 128.  Las andanzas de Satni están escritas en varios papiros de tiempos de los Ptolomeos (el citado ahora) y el período roma­no, hacia los años 46-47 d.C.  El personaje central es supues­tamente un príncipe, hijo de Ramsés II.  En sus historias hay crímenes, pasiones, moralejas, miste­rios sobrenaturales y todo lo que podría atrapar la atención de cualquier lector.  En "La aventu­ra de Satni-Kamuas con las mo­mias" se relata la pesqui­sa que éste hizo en medio de sepulcros para hallar un libro secreto y mágico.

[7]. Cit. por FLAVIO JOSEFO, "Sobre la antigüedad de los judíos (Contra Apión)", L. I, XXVI; p. 154.  Es muy poco lo que se sabe de Manetón, de quien ni siquiera la obra original se conservó y sólo han podido ser reunidos fragme­ntos trans­crip­tos por diferen­tes autores.  Nació proba­blemente en Sebennito, ocupó un cargo sacerdotal en Heliópo­lis y habría formado parte de una comi­sión de teólogos desig­nada por Ptolo­meo V (205-181 a.C.).  Se le atribuyó la autoría de numerosas obras pero posiblemente la "Historia de Egipto" sea la que mejor lo identifica.  En ella transmitió una lista de dinastías que, por respeto histó­rico, continúa mane­jándose hoy.

[8]. Papiro Jurídico de Turín. Dinastía XX. En: SERRANO DELGADO, J.M., "Textos para la historia antigua de Egipto", p. 183.

[9]. HERODOTO, "Los Nueve Libros de la Historia", II, C; p.150.  Heródoto, llamado "padre de la Historia", nació en Hali­carnaso hacia el año 484 a.C. Investi­gador nato, recorrió gran parte del mundo conocido en su tiempo (Mesopotamia, Fenicia, Egipto, Libia, entre otras).  Visitó Egipto alrededor del año 450 a.C., intere­sándose por la historia, las costum­bres, la religión y la geogra­fía del país.  No fue el primer griego que llegó a la región del Nilo pero sí del cual se conserva una descrip­ción circunstan­ciada del país.  Se descono­ce la fecha de su muerte mas debió producir­se hacia el año 406 a.C.

[10]. HERODOTO, III, XV; p. 205.

[11]. "El príncipe predestinado". Narra los empeños del padre para proteger a su hijo de los riesgos anunciados, el deseo de éste de salir al exterior y sus andan­zas, pero el final no se conserva.  El pasaje transcripto corresponde a un episodio en el cual el protagonista había oculta­do su sangre azul y se hacía pasar por hijo de un oficial.  Por ello, el príncipe de Naharina (Mitan­ni) se opuso al matrimonio de su hija con aquél, hasta que la amenaza lo convenció y aceptó al mozo como yerno.  En: "Cantos y cuen­tos del antiguo Egipto...", op. cit., p. 141.

[12]. Tal vez ni aún en los casos de naciones desinteresa­das por la vida, la aceptación de la autoe­liminación atentaría necesa­ria e irremediablemente contra la supervivencia de la comuni­dad, ante el peligro de la masificación de la práctica.  Porfi­rio contó que los sama­neos tomaban la vida como una carga, se alegraban por los que partían y lamen­taban permane­cer aún vivos.  Explicaba también la aceptación del suicidio en forma muy natural, para agregar luego: "Y no se presenta entre éstos (...) un sofista, cual los mortales que se dan ahora entre los griegos, que parezca vacilar, cuando diga: 'Si todos os imita­mos, ¿qué será de noso­tros?' Mas tampoco se han con­fundido los hechos de los humanos por su causa." ("Sobre la abstinencia", L. IV; p. 217).

 

 

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