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31 - Crítica de Libros
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"EL HOMBRE Y LA RELIGIÓN",
Juan José Castillos, Montevideo, 1996
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por ROBERTO BULA PÍRIZ
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El libro sobre "El Hombre y la Religión" de Juan José Castillos, es un libro difícil. La religión es causa de grandes conflictos entre los seres humanos, a veces consigo mismos, y puede provocar momentos de lucha de intereses y hasta atropellos.
El estudio, como el autor lo hace, sobre diferentes posiciones intelectuales, es un esfuerzo de reconstrucción sobre asuntos de singular importancia. Analiza hechos y opiniones acerca de la naturaleza del universo y sobre las religiones que han existido y las que existen.
En este momento traumático para el ser humano, este libro incita a pensar, incita a discutir con uno mismo, sobre el gran problema de la sustancia, única y plural, que se representó cuatrocientos años antes de Jesús, con Empédocles, y que sigue siendo actual.
El objeto de toda actividad es el hombre, que puede comunicarse con sus semejantes mediante la expresión de su pensamiento, válida siempre para comprenderse, para aclarar posiciones o armonizar discrepancias. Este es el fin fundamental del hombre, que es uno y único.
El espacio contiene el Todo: antes se llamaba infinito, pero ahora se concibe como una suma de infinitos. Observamos el movimiento de la Tierra sobre su eje y recorriendo su órbita en tiempos rigurosamente iguales; las estaciones, las mareas, el influjo de la Luna. Esto lleva a creer en una inteligencia superior: se la llama Dios. Aquí comienzan los problemas del ateismo, del materialismo, de la existencia o no de poderes sobrenaturales. Se apoya en "el poder ejercido por la religión y sus dogmas sobre la mentalidad de centenares de millones de personas" (p. 21).
Para Castillos, esto "sólo establece que hay un orden en el universo, lo cual es cierto, pero no tiene validez la postulación de un Ordenador" (p. 27). El problema se discute en el capítulo sobre Materialismo y Religión (p. 31 y ss.).
Carlos Marx sustituyó a Dios por la Naturaleza. Castillos es radical en su posición: "creo más racional aceptar serenamente el lugar que nos corresponde en vez de perder el tiempo forjando quimeras" (p. 47).
En el capítulo Reflexiones presenta una correcta posición moral: el ser humano "responde solamente de sus actos ante sí mismo y ante la sociedad y sabe que las reglas de conducta a las que se ciñe no son el don de ningún Dios sino que son el fruto de una visión racional y realista del universo" (p. 53).
Estas reflexiones conforman la idea de que la Biblia es un prodigioso libro de Historia y de Poesía. "Dios no pasa de ser una invención útil en el pasado" (p. 55). "Si el Dios de turno era injusto y caprichoso (reflejo a menudo de una naturaleza hostil), al hombre le quedaba al menos el consuelo de una vida post mortem eterna y generalmente feliz" (p.59). Es muy importante la personalidad de Amenofis IV, rey de la XVIII Dinastía egipcia (1.370-1.352 a. C.) que con su reforma religiosa hizo del sol el único dios para todos, "un símbolo universal de algo reverenciado en mayor o menor grado por todas las religiones de la época" (p. 71). La religión atónica es quizás el primer movimiento monoteista conocido. Ocurrió casi mil cuatrocientos años antes de Jesús.
El Himno al Sol de Amenofis IV se cuenta entre los más hermosos poemas de cualquier pueblo y de cualquier tiempo:
Desde que fundaste la Tierra has educado a todos
para tu hijo, salido de tu fuego,
y para su real esposa bienamada.
¡Alumbra para siempre, oh, Atón!
Sin embargo, la religión monoteista no tuvo éxito. A Amenofis IV le sucedió Tutankhamón y todo retornó al primer estado. Atón (el sol) no necesitaba de templos ni de sacerdotes: esto perjudicaba a una cantidad de poderosos intereses materiales.
La reforma influyó en el arte, que adquirió "una vitalidad y un realismo sorprendentes" (p. 77).
En otros pueblos del Cercano Oriente, como Sumeria, Babilonia y Canaán, la religión tuvo sus mitos, algunos de los cuales se hallan en la Biblia (creación del hombre, orden de la Creación, diluvio, etc.). La estancia de los hijos de Israel en Egipto, nos dice la Biblia, fue de cuatrocientos años (Éxodo, 12:40). Su salida ocurrió posiblemente durante el reinado de Ramsés II (1.298-1.332 a. C.).
Posiblemente Moisés nació a principios del siglo XIII a. C. Recibió una educación de príncipe, "puesto que al parecer fue adoptado por la hija del Faraón" (p. 85). Las páginas 83 a 99 están dedicadas a Moisés y al estudio del aporte del antiguo Egipto a Occidente.
La última parte del libro trata de la evolución de la religión hebrea entre los hebreos de Canaán y los de Egipto. Concluida su misión, Moisés hace sitio a Josué, que conquistará la Tierra Prometida. Alfredo de Vigny lo canta magníficamente en su poema:
Pronto, la cima del monte reapareció sin Moisés.
Fue llorado. Dirigiéndose hacia la tierra prometida
marchaba Josué, pensativo y palideciendo,
pues ya era el elegido del Todopoderoso.
En la parte final se estudia la influencia hebrea, egipcia y asiática en los cuatro evangelios canónicos. Y se cierra con unas consideraciones acerca de Jesús, Jesús Hombre y Jesús Dios. En la cruz clamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?" (Mateo 27:46).
El Hombre y la Religión es un libro difícil. Amemos al libro difícil.
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