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ENTREVISTA A CLEOPATRA
por JORGE ROQUETA
Finalmente cumplí mis 50 años; luego de casi 35 años de actividad como
periodista cultural, ha llegado el momento de disfrutar de lo que considero mi
merecido retiro, y de esa forma, sin perder mas tiempo, concretar mi tan
anhelado sueño, viajar a Egipto.
Y aquí estoy, tratando de que el día tuviese mas de
24 horas para que en lo que casi es un ritmo infatigable y frenético, me está
llevando a descubrir el contacto y las sensaciones de lo que defino como un
mundo mágico, lleno de misticismo y enigmas. Estoy cansado, muy cansado de
caminar, y desde este alto en el camino, he encontrado la fresca sombra de una
palmera en la ribera de este fantástico Nilo, que me acoge, yo diría que casi me
arrulla y mece como a un niño.
Aquí, sentado, trato de ordenar mis pensamientos y de
hallar las respuestas a tantas interrogantes que a lo largo de la historia han
quitado el sueño de los eruditos. La construcción de las monumentales pirámides,
los conocimientos asombrosos de la medicina, la matemática, la astronomía y los
submundos considerados por los antiguos egipcios, siguen siendo el gran enigma
del hombre.
La suave brisa me transporta a un verdadero paraíso
de éxtasis, no podría pedir más nada, todo es casi perfecto, el sueño me invita
a dejarme llevar por ese limbo al cual el reflejo del sol en las calmadas aguas
favorece, y pienso y sueño despierto en lo que es el único trabajo profesional
que la vida no me dio oportunidad de concretar, un reportaje a aquella mujer que
tantas horas ocupó en mi pensamiento un lugar que por momentos dudé de catalogar
como admiración o un casi amor platónico de la cuarta dimensión, la Reina
CLEOPATRA.
Y así, el pensamiento me lleva, me transporta, me
adormece...
* * * * * * * * *
Mi plácido sueño, se ve interrumpido por un rumor
extraño que proviene de las aguas; susurros, conversaciones, risas, y la
atmósfera, trae a mi olfato un tenue pero definido aroma a aceite, mirra e
incienso. Parpadeo y la imagen que se presenta a mis ojos, es evidentemente del
mundo de lo onírico, del ensueño.
Y allí está, una magnífica barca característica del
período faraónico, que lentamente avanza con el movimiento de sus remos hacia un
muelle de madera que está justo frente a mí. No es una barca cualquiera, sus
característicos oropeles, colorido y fastuosidad, no hacen mas que estar acordes
a una mujer que se incorpora sobre cubierta aprestándose a desembarcar; y ha
caminado hacia mí, y se ha detenido mirándome fijamente a los
ojos.
Quisiera incorporarme de inmediato pero mi cuerpo no
responde a mi voluntad.
Al observar aquel rostro delicado, bello, de mirada
penetrante, una mezcla indescriptible de emociones encontradas, dejan absorto y
extasiado a mi ser, que inconscientemente no se anima a identificar a quien
realmente está ahí, casi palpable ante mis ojos.
Con voz calma, serena y a la vez dulce, me
dijo:
“Heme aquí, yo soy aquella que reinó en este Imperio
cuyas tierras y arenas fueron iluminadas en prosperidad y vida por el propio
Ra.
Nací en el 69 antes de vuestra era, en la bella
Alejandría, en tiempos de los Lágidas, aquellos que descendían de Ptolomeo
Lagos, gran General de Alejandro. Fui así Reina, la última de los
Ptolomeos.
Mantuve
mi cetro durante 20 años en los cuales supe del poder y el goce de la vida, con
constantes pasiones amorosas que hoy reconozco me llevaron hasta la propia
muerte.
En el 48, osé enfrentar a mi propio hermano, y debí
huir a las tierras Sirias; allí, formé un ejército con la ayuda del César
romano, con quien me uní en cuerpo, alma y poder.
Fue él mismo quien destronó a mi hermano, Ptolomeo
XII, y me coronó nueva reina. De
ese amor, nació Cesarión, quien pensé y deseé, fuera la continuidad del gran
Emperador. Fui con él en osado viaje hasta el corazón de la misma Roma eterna,
donde debí sortear el desprecio de aquel pueblo que nunca me aceptó, hasta que
el César ,murió por la conspiración de su corte en el
44.
¡Qué dolor el de mi alma, al recordar a mi pequeño
hijo!, aquel, para quien creí ver el firmamento de este Egipto cubriendo su
trono, cayó en manos del despótico Octavio en el año de mi muerte, quien a su
vez olvidó que mataba al hijo de quien lo había adoptado como suyo en
Roma.
Una vez de regreso a mi reino, abrí nuevamente mi
corazón al esbelto Marco Antonio, con quien la diosa Hathor, me permitió mi mas
profundo período de amor.
Esa pasión, cegó nuestros ojos cuando el poder de
Octavio, conjurado para destruirnos con el apoyo del Senado Romano nos
venció en la Batalla de Actium, y
así, sin laureles ni cetros, regresamos con Marco Antonio a refugiarnos en
Alejandría, donde comprendí que ya mi vida no tenía rumbo, sino la determinación
de presentarme ante Osiris para que su tribunal juzgara mis actos terrenales,
con la esperanza de poder viajar en una barca solar por el mundo subterráneo.
Por ello, en mi determinación, recurrí a la ponzoña de un áspid, para que a su
vez Antonio, probara el frío acero de su propia
espada.
Y desde entonces, navego constantemente sin rumbo por
esta agua, viendo el devenir de los tiempos que tanto supieron de gloria para mi
amada tierra, como de vilipendios y olvidos”.
Dichas estas palabras, en verdad sonaron a un triste
lamento, por lo que hube de preguntar a Cleopatra, cuál era el motivo de sus
tristes calificativos hacia la historia del noble Egipto y
contestó.
“El albor de mi tierra vio la luz 3200 años antes de
esta era; el primer Faraón Menes, inició su primera dinastía bajo el tótem de
Horus, logrando la unificación del Alto y el Bajo Egipto, hasta que una caótica
revolución en el 2200, culminó su reinado.
Fue en el 2000 que la XI Dinastía, restauró el orden
y la autoridad. En aquellos inicios, el poder y la ostentación divina de Kheops,
Khefrén y Micerino, se vieron plasmados en las ciclópeas pirámides que
pretendieron demostrar la magnificencia de quienes en ella, habrían de vivir
para la posteridad, como así también, los secretos que a sus tumbas llevaron los
constructores, los que bajo la égida del gran arquitecto Hemiunu, sobrino del
mismísimo Kheops, calcularon y erigieron los fieles e imperecederos testigos de
los tiempos.
Esas construcciones, maravillaron junto a Luxor,
Heliópolis y Karnak, a todo el mundo conocido.
A lo largo de los tiempos, nuestra floreciente
civilización, causó la envidia de tantos, que al ver nuestro desarrollo, sumado
a la permanente ambición de poder y riquezas, no hicieron mas que traer
destrucción a nuestro pueblo, y así, sucesivamente, fuimos invadidos por
Asirios, Persas, Alejandro Magno, los Nubios, Griegos y también
Romanos.
Nunca comprendimos por qué, el esplendor y progreso
de una pujante civilización, deben a juicio de los hombres, pagar tributos tan
altos para sobrevivir.
Cuando en el 1361, llegó al trono Tutankhamón, hijo
de la hermosa Nefertiti y Amenofis IV, las intrigas de los sacerdotes de Amón,
culminaron con su corta vida y reinado, quedando bajo las arenas del desierto,
las enormes riquezas que no supieron del sagrado respeto, al no poder sobrevivir
al frenético afán de la codicia, de aquellos que en el siglo XX, provenientes de
otros lejanos imperios, profanaron su tumba y su
cuerpo.
El faraón niño, no supo de descanso, ni en la vida
terrena, ni en la ulterior, ya que cuando fue forzado a emerger del mundo de los
muertos, vio mutilado su cuerpo al igual que una bestia, llorando lágrimas que
llegaron al Nilo junto a las de Isis, hija del gran Ramsés II, quien tampoco
pudo escapar a la saña de los mortales que osaron interrumpir su descanso, para
luego abandonarla y ultrajarla en las tierras de Iberia sobre el
1884.
De la misma forma que tantos poderosos reyes
sucumbieron ante el embate codicioso del hombre moderno, tampoco pudo huir de
tan nefasto destino, aquella , madre de Isis que fue digna esposa de Ramsés y
bella representante de nuestra raza, la reina
Nefertari.
Su tumba fue la mas suntuosa y bellamente decorada en
todo el Valle de las Reinas.
Fue construida en la orilla occidental del Nilo, en
Biban el-Harim, al pie de los acantilados del valle y frente a Tebas, capital
del poderoso imperio.
No quisiera recordar lo que hicieron con su cuerpo,
aquel hermoso cuerpo que en vida, jugó un papel tan importante tanto en la corte
imperial como en el propio corazón del faraón.
En realidad, todo el poderío del gran Ramsés, sus
obras y su real divinidad, ya
que fue el mas célebre de los faraones, artífice de los templos de Tebas, Luxor
Karnak y Menfis, mecenas de escritores y de artistas, vencedor de Nubios,
Libaneses y Sirios, cayeron junto a su familia, en la desgracia de aquellos a
quienes no se les permite el inobjetable Derecho al descanso eterno, al no
respeto de la sagrada invocación del Libro de los Muertos, “Mi cuerpo es
permanente, no perecerá ni será destruido nunca en esta tierra”.
Pero al hablarte de mi eterno dolor de egipcia, he de
decirte que no olvides cuando antes, en 1798, el Gran Emperador Francés, dirigió otra
afanosa expedición a mi tierra, desde donde arrancó de sus entrañas, muchas
joyas de nuestra civilización, y las sagradas muestras del culto a nuestros
dioses, para que hoy, sean expuestos en tantos lugares del mundo que nada tienen
que ver con el valle de este río, de donde nunca debieron apartarse, y a donde
nunca dejaron de pertenecer.
Una de las claves halladas por los expedicionarios,
la cual llamaron Piedra de Rosetta,
brindó una limitada alegría a los invasores quienes creyeron encontrar la
llave al conocimiento de nuestros secretos y sabiduría, pero hasta el presente,
no reconocen que apenas constituye un código de entendimiento e interpretación
del saber común de nuestros jeroglíficos.
En realidad, a través de los siglos, han seguido
guardado en manos de los dioses, los verdaderos conocimientos de mis
antecesores, ya que te recuerdo que el rey Surid, quien gobernó antes del
diluvio, ordenó a sus sacerdotes depositar en un resguardado lugar de la
Pirámide del Sol, la suma de los conocimientos aritméticos y astronómicos, en lo
que conocimos como el “saber secreto”, de la misma forma que lo menciona la
inscripción del Obelisco de Hatshepshut, en el Templo de Amón en
Karnak.
No me abandona el dolor, al ver que tantos aún no han
comprendido la filosofía y grandeza de mi pueblo, testimonios plasmados como la
sabiduría del Ministro Ptahotep de la V dinastía quien recomendaba: ”Si llegas a
ser rico y poderoso, después de haber sido pobre e insignificante, ¡no olvides
el pasado!. No fíes en tus tesoros, que son un don del cielo. Puede sucederte lo
mismo que a otros, que de ricos se volvieron pobres; tú no eres de mejor
material que ellos.”
Del mismo modo, en el Libro Sapiencial del Escriba
Real Amenemope, leímos con atención, respeto y admiración, los cánones de
comportamiento que él supo aconsejar a su hijo, pero que representa toda una
doctrina del pueblo Egipcio para la posteridad de sus hijos. “Observa modestia y
delicadeza; tiende la mano al hombre que te pida, no te vengues del que te odia,
no codicies los bienes ajenos, pórtate bien cuando cobres los impuestos y no
emplees medidas falsas al pesar el trigo; así podrás dormir en paz y sentirte
feliz al día siguiente, no toques el linde de un campo que pertenezca a una
viuda.
Un celemín de grano que el Dios te dé, vale mas que
5000 celemines arrancados por la violencia, ese trigo se pudre en el granero y
no sacia jamás.
¡No corras pues, tras la fortuna, ni te quejes de la
pobreza! El navío del hombre ávido e insatisfecho es tragado por la tempestad,
pero la barquichuela del hombre feliz, goza de vientos
favorables.
No te ensalces delante de otro hombre; Dios odia al
hipócrita; nada le desagrada tanto como el hombre de dos
caras”.
¿Puedes entonces tú, mortal que has llegado hasta
aquí, invocando mi presencia, tener una explicación válida para el ostracismo
que invadió mi nación?
¿Acaso no entienden que nuestro estilo de vida y
conducta, era impartida y asimilada desde la misma personificación de los Dioses
en el Faraón?
Te recuerdo también, para ello, las recomendaciones
del Faraón Tutmosis II a su ministro Rekhmara en el momento de darle posesión de
su cargo. “El visir, no debe dejarse influir por los demás funcionarios ni
tratar a los súbditos como esclavos.
Al que viene a encontrarle para someterle algún
asunto, debe tratarle según la Ley y conforme al buen orden. El visir no
olvidará jamás, que es el punto de mira de la opinión del
pueblo.
El visir tiene el deber de proporcionar él mismo
solución a quien le presenta una demanda, si tiene que enviarlo a otra
autoridad, debe hacerlo mediante un juicio.
El visir debe tratar a quienes conoce como si fueran
desconocidos; al elevado personaje como al pobre diablo. Entonces conservará su
cargo.”
He de decirte también, que llevo en mis espaldas, la
responsabilidad y el dolor de saber, que el destino determinó para mí, que mi
muerte marcara el fin de la libertad de mi reino.
Tras ese hecho, el avasallante e incontenible avance
de las legiones romanas del conquistador, llegaron hasta las puertas de la gran
Alejandría, la cual sitiaron, saquearon e incendiaron ferozmente, sembrando la destrucción de
aquella metrópoli que supo ser habitada en sus momentos de esplendor por medio
millón de almas, las que sucumbieron esclavizadas o presa de las llamas aquella biblioteca que fue orgullo del
tiempo antiguo.
Por todo lo que te he contado, entonces, sigo en mi afán eterno de reivindicar la grandeza de una civilización, cuyo espíritu de progreso fue truncado por mortales de otros horizontes, y por ello, sólo he de esperar que en el momento que todos se presenten ante el Gran Osiris, y en su juicio, Anubis tome sus corazones para colocarlos en la balanza, la equidad de la pluma, sentencien la justa verdad de las acciones......”.
* * * * * * * * *
Casi sin darme cuenta, un difuso manto de niebla, fue
cubriendo lentamente la figura de Cleopatra hasta su total
desaparición.
Una brisa más fresca, y el rumor del movimiento de
las hojas de la palmera, me trajeron a la realidad y me incorporé de un
sobresalto.
¿Fue un sueño o una realidad paranormal? Creo
firmemente que en los años que me resten de vida, jamás lo sabré; lo que sí
estoy seguro, es que a partir de hoy, mi vida ya no sería la misma, requeriría
de efectuar una profunda revisión de mi visión acerca de esta civilización, y
tal vez convertirme en portador de un estandarte de reivindicación para lo que
ya no dudaría en calificar como el gran pueblo de la antigüedad, la gran nación
egipcia...
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