40 - RAMSÉS:  La agonía y el
éxtasis del Imperio Nuevo

 


por   MARÍA LUISA CÁNEPA

 

 

 

 

Egipto conoció un último período de brillante esplendor bajo las dinastías XIX y XX, entre los años 1321 y 1085 a.C.

El momento culminante del período estuvo protagonizado por Ramsés II, que mantuvo el prestigio militar, territorial, diplomático y comercial del país, logró una prolongada paz y llenó su geografía de fastuosos monumentos.

 

 

 


RAMSÉS:  La agonía y el

éxtasis del Imperio Nuevo

Los ramésidas

 


La historia del antiguo Egipto fue estructurada en dinastías, que fueron sistematizadas a mitad del tercer siglo a.C. por Manetón de Sebennitos, un sacerdote egipcio que tuvo acceso a los archivos antiguos, singularmente al atesorado en Heliópolis. Tales dinastías han servido de hilo conductor a los egiptólogos de todos los tiempos para poder secuenciar y recoger los principales hechos históricos que, transmitidos por una más que abundante documentación, han posibilitado conocer muchos de los avatares políticos, tradiciones religiosas y costumbres egipcias.

Sin lugar a dudas, tres de aquellas dinastías-las XVIII, XIX y XX-constituyen la gran almendra de la historia del país del Nilo, por cuanto fueron las que lo llevaron al cenit de su fama y las que también , motivaron su inexorable decadencia. Las tres dinastías conforman lo que ha dado en llamarse, aunque impropiamente, Imperio Nuevo egipcio, que se desarrolló entre los años 1552 y 1080 a.C. Fueron casi cuatrocientos años de esplendor interno y de poderío exterior mantenidos gracias al férreo control de 32 faraones que, cada uno con su específica personalidad, siempre tuvieron presente la máxima de superar cuanto había hecho su inmediato predecesor.

Con Ramsés I comenzaba la nueva dinastía, la XIX, con la que Egipto alcanzaría su apogeo. Su sucesor fue Sethi I  ( 1303-1289 a.C. )  que triunfó en Fenicia y Palestina, manteniendo el control comercial de ambas áreas geográficas. Sethi I, que contribuyó a engrandecer el gran templo de Karnak y se hizo construir una de las tumbas más impresionantes del Valle de los Reyes, todo ello en el Alto Egipto, hizo, sin embargo, bascular su poder hacia el Bajo Egipto, fundando una nueva ciudad en el Delta, Pi-Ramsés, más próxima a las zonas neurálgicas de su poder económico y de su política exterior: Palestina, Fenicia y Siria.

 


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Días de gloria: Ramsés II

 


Sería sin embargo, el hijo de Sethi I, Ramsés II  ( 1289-1224 a.C. ), quien llevaría a Egipto hasta cotas jamás igualadas hasta entonces, convirtiéndose por ello en uno de los faraones más gloriosos de la historia. Supo enfrentarse a una gran coalición de pequeños Estados sirio-palestinos que amenazaban con independizarse de Egipto y que se hallaban dirigidos por el gran país de Hatti. En audaz choque contra el rey hitita Muwattalis, pudo detenerlos en Qadesh, pequeña ciudad siria a orillas del Orontes, sobre quien vertebraba el país de Amurru.

Aunque la batalla finalizó sin vencedores ni vencidos, el faraón se atribuyó la victoria, cuyos pormenores ordenó narrar en el texto que conocemos como Poema de Pentaur y que se grabó en distintos monumentos para su mayor fama: “ ... los hice caer al agua como caen los cocodrilos cuando se precipitan al agua uno sobre otro. Hice estragos en ellos a placer. Ninguno miraba atrás ni se daba la vuelta . El que caía ya no se levantaba... Hice que conocieran el sabor de mi mano. Los destrocé matándoles donde estaban ... Los acuchillé sin reposo...”.

Ramsés II, aunque intentó hacer valer su prestigio por todo Canaán, Fenicia y Siria, comprendió que era imposible obtener una victoria absoluta, por lo cual negoció la paz con los hititas, entonces gobernados por Khattusilis III. Tras ese acuerdo, Egipto pudo vivir años de calma, prosperidad económica y florecimiento cultural, testimonio éste en la restauración y construcción de numerosos y bellísimos templos, que pudo edificar gracias, en buena parte, al oro nubio.

Los últimos años de su larguísimo reinado -más de sesenta- estuvieron empañados por problemas sucesorios y por la lucha contra una serie de hordas invasoras (los Pueblos del Mar) que estaban trastocando el desarrollo histórico del Asia Menor.

Los problemas que había dejado Ramsés II sin resolver fueron heredados por Merenptah  (1224-1204 a.C.), quien ya contaba con unos sesenta años de edad y era el decimotercero de sus hijos. Si hasta entonces Egipto había marchado contra Asia, ahora sería al revés. Y todo ello facilitado por la progresiva debilidad de los cinco últimos faraones de la dinastía XIX.

Merenptah pudo haber sido el faraón del Éxodo hebreo, si bien no hay fuentes que corroboren esa suposición.

Tras Merenptah, reinaron otros tres faraones en unas circunstancias verdaderamente calamitosas  ( Amenmesses, Sethi II y Siptah ) que no pudieron detener la decadencia por la que se deslizaba Egipto. Es más, el final de la dinastía conoció el intento usurpador de Bay, un aventurero de origen sirio, que intentó erigirse en faraón, aprovechando la desorganización política.

Tras un período de confusión, Setnakht  ( 1186-1184 a.C. ), tal vez descendiente de algún miembro de  la familia de Ramsés II, se alzó con el poder. Su reinado fue breve, pero pudo asociar al trono a su hijo, Ramsés III  ( 1184-1153 a.C. ).  Ramsés III fue el último gran faraón de Egipto.

Sus treinta y dos años de reinado significaron el restablecimiento de la paz tanto en el exterior como en el interior. Pudo emprender reformas sociales, motivar nuevamente el culto a los dioses, enviar expediciones a las minas y restaurar el comercio, aparte de embellecer Tebas y otros lugares. Puso término definitivo a las invasiones de los Pueblos de Mar, al derrotarlos en los años 5, 8 y 11 de su reinado, según testimonian los bajorrelieves y textos de Medinet Habu, su gran templo y maravilloso palacio, rodeados de poderosas murallas.

Sin embargo, aquellas campañas no pueden ocultar el estado real del país, que si bien vivía en la abundancia no era menos cierto que lo era a costa de entregar al estamento sacerdotal prácticamente el control de un tercio de las tierras. Así, el Gran Papiro Harris documenta las enormes donaciones de Ramsé III al templo de Karnak, haciendo de su titular, el Gran Profeta de Amón, un personaje de rango similar al del propio monarca.

Sus últimos años de reinado fueron alterados por dos intentos para acabar con su vida.

En realidad, se sabe muy poco de los hechos históricos protagonizados por los ocho últimos ramésidas, verdaderos parásitos reales, cuyos reinados agudizaron todavía más la evidente decadencia en la que se había sumido Egipto.

De Ramsés IV  ( 1153-1146 a.C. ) se conocen diferentes expediciones en búsqueda de piedra , tanto de construcción como preciosas. Dichas expediciones exigieron la confección de mapas geológicos y geográficos. Ordenó componer el Papiro Harris y se hizo construir una grandiosa tumba.

Su sucesor, Ramsés V  ( 1146-1142 a.C. ), gobernó rodeado de funcionarios y sacerdotes venales. Sus últimos días se agravaron con el conato de una guerra civil. Al no haber dejado descendencia, el trono pasó a su hermano Ramsés VI.

Ramsés VI  ( 1142-1135 a.C. )  fue testigo de una virulenta crisis, agudizada por la actividad de bandas de saqueadores. Igualmente, fue capaz de enviar expediciones al Sinaí, pero nunca más Egipto volvería a estar presente en aquella zona.

Su hijo Ramsés VII  ( 1135-1129 a.C. ),  nada pudo hacer frente a la gran inflación económica en que vivía el país, agravada por la carestía de alimentos y las revueltas sociales. Al morir sin descendencia, el poder pasó a un tal Sethherkhepeshef, hijo probablemente de Ramsés III, que tomó el nombre de Ramsés VIII y es considerado por algunos egiptólogos como un usurpador. Apenas reinó durante un año, acerca del que nada interesante ha llagado hasta el día de hoy.

En 1127 a.C., tomó el poder Ramsés IX, miembro quizá de la familia de Ramsés III. De su reinado han llegado noticias de los robos y saqueos efectuados en las tumbas reales y nobiliarias, que causaron verdadero escándalo, así como de procesos judiciales que no condujeron a ninguna parte. A ello se sumó la concesión de extraordinarios privilegios al clero de Amón.

Ramsés X  ( 1109-1099 a.C. ), hijo del anterior o quizá de Ramsés VI, tuvo un reinado marcado por una grave carestía, que volvió a activar el saqueo de tumbas y la decadencia moral.

Su hijo, Ramsés XI  ( 1099-1069 a.C. ), hubo de enfrentarse ya desde sus comienzos con Amenhotep, Sumo sacerdote de Amón, a quien depuso de su cargo para evitar un golpe de Estado. Las revueltas, se sucedieron tanto en el Egipto Medio como en la zona tebana y hubieron de ser sofocadas violentamente por el Virrey de Nubia, Panehesy, llamado para tal menester. La carestía de alimentos fue tal que uno de los años fue denominado como Año de las hienas.

El poder del Faraón comenzó a atomozarse. En el Delta, el Visir del Bajo Egipto, Smendes, gobernaba de modo autónomo; otro tanto ocurrió en Tebas, en donde un profesional de la milicia, Herihor, supo hacerse además con el control religioso y erigirse en Primer profeta de Amón; este personaje inició una nueva Era para fechar documentos y que hizo arrancar del año 19 de Ramsés XI  ( Era del Renacimiento ) y terminó por asumir prerrogativas y titulaturas reales. Se ignoran cuáles serían los últimos momentos del faraón, quien se había visto obligado a abandonar Pi-Ramsés y a establecerse en Tanis. Ramsés XI murió en el más oscuro anonimato, en medio de revueltas religiosas, saqueos y violaciones de tumbas y una verdadera anarquía política. A su muerte, el mencionado Smendes se convertiría en el primer faraón de la dinastía XXI.

La era de los Ramésidas había pasado a la historia. Egipto estaba abocado a su total decadencia.

 


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Arte y literatura ramésida


Los parámetros artísticos del período ramésida siguieron siendo los tradicionales que Egipto había ido conociendo a través de su historia. De hecho, lo que le faltó en calidad quedó compensado por la cantidad, que fue mucha tanto en arquitectura como en plástica y pintura.

Respecto a la arquitectura, hay que señalar la gran actividad desplegada por Sethi I, quien concentró sus esfuerzos en Pi-Ramsés y sobre todo en Abidós, lugar del enterramiento de Osiris según la tradición, sin olvidar en absoluto a Karnak. A ello debe sumarse su extraordinaria tumba, con magnífica decoración mural. El largo reinado de Ramsés II le permitió dejar sembrado todo el país de monumentos – efecto aumentado por su afición depredadora, pues ordenó sustituir numerosos cartuchos de faraones anteriores por los suyos. Modificó el templo de Luxor, edificó el Rameseum, su templo funerario, ordenó excavar la tumba de Nefertari, su esposa preferida, y sobre todo dejó en Abu-Simbel dos de las joyas del arte egipcio consistente en dos templos excavados en la roca (hoy, felizmente salvados de las aguas), que constituyen un ejemplo de monumentalidad y escenografía religioso-política.

Ramsés III emprendió, también, importantes proyectos arquitectónicos. Insertó construcciones en Karnak y eligió Medinet Habu, no lejos del Ramesseum, para edificar su templo funerario y su palacio, a los que dotó de otras construcciones, murallas y torreones defensivos (el célebre migdol).

En cuanto a la plástica, puede indicarse puede indicarse que durante el reinado de Ramsés II se asistió a una producción cuantitativa excepcional, labrándose estatuas colosales del monarca, tanto exentas (coloso de Menfis) como adosada (caso de la fachada del gran templo de Abu-Simbel). La estatua sedente del museo egipcio de Turín (1.94 m de altura), labrada en granito negro, y en la que están presente en menor tamaño su esposa Nefertari y uno de sus hijos, es de fina sensibilidad, acrecentada por su regia corona militar y por la firmeza de su mano diestra sosteniendo el cetro “heka”. Pocas veces antes, poder e ideología real habían sido tan elocuentemente expresados.

Con Ramsés III, el arte escultórico y el relieve egipcios siguen perdiendo finura; los fragmentos conservados de sus colosos muestran una indudable tosquedad; mejor es su representación osirizada en la tapa de su sarcófago, hoy conservado en el Fitzwilliam Museum de Cambridge.

Puesto que los ramésidas se supieron identificar a la perfección con las divinidades, no faltan estatuas en las que reyes y dioses recibieran idéntico tratamiento plástico e incluso el mismo culto. Así aparecen Ramsés II y Ptah, Ramsés II y Sekhmet, etcétera. En otros casos el monarca se halla junto a dos, tres e incluso cuatro divinidades. Poder y religión eran una misma cosa.

La estatuaria de particulares ha deparado hermosos ejemplares, caso de la del Visir Paser o la estatua-cubo de Bakenkhonsu, por citar un par de ejemplos. Las estatuas a base de grupos de parejas conocieron en este período una notable perfección técnica, siendo el ejemplo más elocuente el famoso Grupo de luni y su esposa (75 cm de altura), labrado en caliza, y hoy en el  Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

La pintura y el relieve difieren por su calidad dentro del propio período. El templo de Abidós, la sala hipóstila de Karnak y la tumba de Sethi I son de altísimo interés en tales aspectos y lo mismo cabe decir de los ejemplares del tiempo de Ramsés II, cuyos relieves en Abidós y en Karnak son de gran finura. Las tumbas también sobresalen por su rica decoración, prácticamente todas con idéntico programa iconográfico y temático, repitiéndose una y otra vez diversos pasajes del Libro de los Muertos, de las Letanías de Ra y de otros textos de carácter funerario.

Las tumbas privadas, en especial las de Saqqara, Tebas y Deir el-Medina, presentan por su parte una gran diversidad de estilos e incluso de técnicas.

En suma, el arte ramésida, supo continuar con calidad decreciente el grandioso arte del Imperio faraónico, pero al final del período, acosados sus faraones por graves problemas internos y externos, llegó una evidente degradación.

Aunque la lengua egipcia fue muy pobre en vocabulario filosófico, sí fue extraordinariamente rica en evidenciar las imágenes de la vida, gracias a la riqueza gráfica de sus jeroglíficos. Con ellos se elaboró una interesante literatura  que tuvo también su cultivo, aunque no su Edad de Oro, en la época ramésida.

Dejando a un lado las inscripciones históricas (Literatura epigráfica) y determinados textos funerarios (Libros religiosos y del Más Allá), en tal época se redactaron diferentes himnos que conocieron un gran éxito (Himno a Hapy, Amón y Neith, entre otros).

Ahora se conocería el género de la letanía, consistente en el recitado de los nombres, incluso los de carácter secreto, de las divinidades (Letanía de Ra).

De más empaque literario fueron las leyendas que tenían por finalidad averiguar el nombre de los dioses (Leyenda de Ra y de Isis), planteaban problemas de tipo moralista (Leyenda de la Vaca del cielo y el nuevo universo) o bien servir de entretenimiento (Leyenda de la destrucción de la humanidad).

Por encima de tales textos, los egipcios supieron continuar en la época ramésida con la elaboración de cuentos, de alta calidad literaria, que bajo un argumento sencillo encerraban significados profundos. Podemos recordar El Príncipe predestinado, de ribetes maravillosos; La Verdad y la Mentira, de claro simbolismo moralizante en torno a dos hermanos, y, sobre todo, el magnífico cuento mítico de Los dos hermanos, que narraba las aventuras de Anup y Bata.

También la época ramésida supo elaborar poemas, fundamentalmente de carácter amoroso, en los que primaban sobre todo las imágenes literarias, el lirismo y una refinada sensualidad.

Tales poemas nos han llegado en papiros o sobre óstraca y según algunos egiptólogos, estaban destinados a ser recitados con acompañamiento musical de flautas y arpas. También se ha señalado que algunos de ellos influyeron en el Cantar de los Cantares de Salomón.

 

 

 

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Estructura social

 


La estructura social de este período estaba compuesta por una mayoría de egipcios que integraban el pueblo con estatutos variados. En lo más bajo de la escala social, se encontraban los hombres dedicados a los grandes trabajos masivos, característicos de la organización estatal egipcia de todos los tiempos.

Se trataba de la población sobre la que recaía la obligación de prestar sus servicios forzosos para las construcciones públicas. Por duras que fuesen sus condiciones de vidas, no se puede hablar de esclavos en la acepción del mundo clásico grecorromano. Estas personas podían poseer bienes, ejercer derechos y contraer obligaciones, lo que indica que estaban dotados de una cierta capacidad jurídica en su estatuto personal.

También formaban parte de estas bajas capas sociales los agricultores vinculados a los dominios de los templos o de la Casa Real, los pequeños propietarios, agricultores independientes, los que ejercían oficios humildes y los soldados rasos que integraban las tropas del Faraón.

Existía, luego, una jerarquía media lo bastante extensa como para dar una fuerte estructura al país. La integraban, en suma, aquellos que pudieron dejar sus nombres en monumentos y objetos de toda índole. Esta localización social venía determinada porque estas personas poseían competencias específicas que les otorgaban un estatuto social superior, a partir de su conocimiento de la escritura. Ésta era la frontera social por excelencia. El Egipto ramésida conservó la preeminencia  que se concedía al hombre letrado por encima del resto de la población iletrada. Integraban este colectivo artesanos altamente especializados, como los obreros de la Tumba Real de Deir el-Medina, los oficiales que gestionaban la intendencia real o de los templos, los miembros de las capas bajas y medias de los cleros y, sobre todo, un auténtico ejército de escribas y burócratas, encargados de sustentar la organización administrativa real y de los templos.

La jerarquía social superior estaba compuesta por altos funcionarios militares, tales como el Gobernador de los Países Extranjeros del Norte, que controlaba los territorios de la zona sirio-palestina de influencia egipcia; otro alto funcionario de rango era el Hijo Real de Kush, que actuaba con un poder absoluto y enormes medios a su disposición  en una región totalmente bajo control egipcio y con una gran producción de oro. Dentro de esta elite, también se encontraban los componentes del alto clero y principalmente los sumos sacerdotes de los tres templos principales de Egipto, es decir, el del dios Ra de Heliópolis, el de Ptah de Menfis y el de Amón-Ra de Tebas, cuyos dominio e ingresos formaban una importante parte de la riqueza de Egipto.

Cercanos al mismo Faraón y netamente destacados de la mera organización social egipcia, estaban los altos dignatarios de palacio. Tales eran el Gran Intendente, responsable de los dominios pertenecientes a la corona; el Director de lo que está sellado, responsable de los productos preciosos y los jefes de la administración de la casa del Rey como el Director de la Sala (del trono) o el Director del interior (del palacio).

 

 

 

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Los constructores de tumbas


Las tumbas de época ramésida son las más grandiosas del Imperio Nuevo. Fueron excavadas en el Valle de los Reyes, a veces con una longitud de cien metros y ganando profundidad con un ángulo pronunciado. Los arquitectos trataron de que en ellas el Rey difunto dispusiera de espacio para seguir rodeado de sus objetos familiares: muebles , objetos de uso personal, alimentos y las vísceras extraídas de su momia-contenidas en los vasos canopes-que se almacenaban más o menos ordenadamente en las diversas habitaciones.

Pero el difunto precisaba, también de la compañía de sus familiares y criados, de la visión de sus posesiones y de aquellas aficiones que había amado, como la caza o la pesca. Los artistas se encargaban de representarlas o de describirlas en los corredores del sepulcro. También en esas paredes se pintaban o esculpían en bajo relieve los muchos méritos que el difunto quería presentar a la hora del juicio ante Osiris y toda una serie de textos y oraciones-extraídos en esa época del Libro de las puertas, del Ritual de la apertura de la boca, del Libro de la vaca celeste, o de la Letanías del sol-que guiaban el alma hacia el más allá.

Los constructores procuraban que las tumbas escapasen de la violación  y el saqueo, para lo que se las hacía con la mayor discreción, ocultaban su existencia y las dotaban de puertas de seguridad y puertas falsas para impedir el paso y para despistar a los saqueadores; así como de trampas para ladrones. Con todo, muy pocas se salvaron del expolio.

 

 

 

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Fiestas Tebanas

La fiesta del Opet

La celebración de la fiesta del Opet tenía como escenario la ciudad de Tebas  y se desarrollaba por entero en la orilla oriental del Nilo. Atestiguada por primera vez en el reinado de Hatshepsut, se celebraba el segundo mes de la estación de ajet (o de la inundación) y su duración era de once días al principio del Imperio Nuevo, pero fueron alargándose las celebraciones, de manera que en la dinastía XX llegó a alcanzar veintisiete días.

La fiesta del Opet era el gran acontecimiento tebano. Durante estas fiestas, la alegría se desbordaba en Uaset. En este largo período de fiestas, el pueblo llenaba las calles con música y bailes, al tiempo que practicaba antiguos cultos para propiciar la fertilidad.

El acto más llamativo era la procesión que llevaba  al dios Amón-Ra desde su templo en Ipet-Sut (Karnak) hasta el templo de Ipet-Reshyt (Luxor), llamado el Harén Meridional de Amón. Se realizaba por vía terrestre a la ida y por vía fluvial a la vuelta, desde la época de Hatshepsut hasta la de Amen-Hotep III, a partir de cuyo reinado el desplazamiento del dios pasó a realizarse enteramente por vía fluvial. La Gran Barca Userhat de Amón-Ra, era un navío espléndido construido para transportar en su interior la barca procesional de Amón-Ra, una pequeña barca portátil denominada Soporte de Esplendor, con un camarín donde se alojaba la estatua del dios.

Sin embargo los actos más trascendentales se llevaban  a cabo en el interior del templo de Ipet-Reshyt, porque era allí, y durante la celebración de estas ceremonias, que se confirmaba anualmente uno de los dogmas de la realeza divina egipcia: el Faraón era hijo carnal del dios Amón.

 

 La Bella Fiesta del Valle

          En la Bella Fiesta del Valle, los egipcios honraban anualmente a sus difuntos. También en esta ocasión, la Gran Barca Userhat hacía su aparición en público. La celebración de esta fiesta se remonta al reinado de Montu-Hotep II, en el Imperio Medio. De esta época toma su nombre, puesto que la fiesta hace alusión al valle donde aquél faraón construyó su templo funerario: el Valle de Neb-Hotep-Ra. La celebración se hacía coincidir con la primera luna nueva del segundo mes de la estación de shemu (estación de la sequía).

Era una gran fiesta religiosa en la que Amón-Ra salía dea su templo en Ipet-Sut y navegaba desde oriente a occidente hasta alcanzar la orilla oeste del Nilo. La salida del dios era muy semejante a la de la Fiesta de Opet. El rey realizaba los rituales del despertar del dios en Ipet-Sut y se organizaba la comitiva hasta el embarcadero donde esperaba la Gran Barca Userhat. Formado el cortejo, se iniciaba la procesión de La Bella Fiesta del Valle, con la navegación por las aguas del Nilo desde oriente a occidente. Una vez terminadas las ceremonias de la Bella Fiesta del Valle, la Gran Barca Userhat de Amón-Ra regresaba a la orilla oriental y la estatua del rey de los dioses era alojada de nuevo en su templo de Ipet-Sut.

          Las fiestas religiosas tebanas ligadas a la navegación siguieron durante centenares de años después de su institucionalización. Extinguida la antigua civilización faraónica, el cristianismo sustituyó a los antiguos dioses y, más tarde, el Islam se impuso al cristianismo. Sin embargo, una de las fiestas más importantes de Luxor, la que se celebra en honor del santón musulmán Abu el-Haggah, tiene como manifestación más ostensible una jubilosa procesión de barcas que une en alborozada alegría los lugares que ocuparon los templos de Ipet-Sut y los de Ipet-Reshyt.

 

 

 

 

 

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