Entrevista por
Elena Poniatowska
La vuelta a Julio Cortázar en (cerca de) 80 preguntas
Publicada en Revista
Plural, nº 44, mayo de 1975, México
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¿Qué noticias me da de Luis Sandrini?
La pregunta surge en un corredor del Hotel del Prado. Julio Cortázar
se inclina (siempre se inclina) sobre su interlocutor, un señor calvo.
- No sé nada de él... Es un cómico que murió hace tiempo, ¿no?
En la Editorial Siglo XXI tras de las puertas vidriadas, otro calvito
de anteojos con una pila de libros bajo el brazo aguarda un autógrafo.
Cuando Julio se dispone a firmar, el calvo murmura algo acerca de
Luis Sandrini.
Sale del cubículo y le pregunto a Julio:
-¿Qué tienes tú que ver con Luis Sandrini?
- Nada.
- ¿Entonces?
- (Ríe) Por lo visto, México está lleno de cronopios.
- O de piantados... ¿No te parece extraño?
- Siempre me suceden cosas extrañas. Recuerdo a una señora que me
persiguió para felicitarme, sudorosa y efusiva: "¡Me encantan sus
cuentos, me fascinan y a mi hijo también! ¿No quiere escribir un cuento
en el que el personaje principal se llame Harry el Aceitoso?".
- ¿Y por qué Harry el Aceitoso, Julio?
- No lo sé, supongo que por complacer a su hijo. Y te voy a confesar
una cosa. Elena, estuve tentado a escribir un cuento con Harry el
Aceitoso...
- Y, ¿en que otras tentaciones caes?
- En muchas.
(Ríe y sus dientes son de niño. Si no estuvieran manchados por el
cigarro, yo diría que son de leche como lo son los de Diego Rivera.)
- ¿En qué tentaciones caíste de niño? ¡Esas me interesan muchísimo!
- Los recuerdos de la infancia y de la adolescencia son engañosos.
Me sentí mal de niño.
- ¿Por que?
- Fui enfermizo y tímido con una vocación para lo mágico y lo excepcional
que me convertían en la víctima natural de mis compañeros de escuela
más realistas que yo. Pasé mi infancia en una bruma de duendes, de
elfos, con un sentido del espacio y del tiempo distinto al de los
demás.
Lo cuento en La vuelta al día en ochenta mundos. Julio Verne
habló del hombre invisible antes que Wells; y a mí me fascinó esa
posibilidad, leí El secreto de Wilhelm Storitz y entusiasmado
se lo presté a mi mejor amigo y me lo tiró a la cara. "No, esto es
demasiado fantástico".
- ¿Y, tú nunca tuviste deseos de ser científico, descubrir el por
qué de las cosas?
- No: Tuve deseos de ser marino. Leí a Verne como loco y lo que quería
era repetir las aventuras de sus personajes, embarcarme, llegar al
polo, chocar contra los glaciares... Pero ya ves, (deja caer las manos)
no fui marino, fui maestro.
- Entonces, ¿tu infancia fue cruel?
- No, cruel no... Fui un niño muy querido e incluso esos mismos compañeros
que no aceptaban mi visión del mundo sentían admiración ante alguien
que podía leer libros que a ellos se les caían de las manos. Lo que
pasa es que yo estaba desollado, no me sentía cómodo dentro de mi
piel. Antes de los doce años vino la pubertad y empecé a crecer mucho.
- ¿No te dio seguridad ser alto?
- No, porque se burlan de los altos.
- Yo creía que ser alto da mucha seguridad...
- (Sonríe) Pues estás equivocada. (Se anima) Hay un cuento que me
proyecta mucho: "Los venenos". Yo tuve unos
amores infantiles terribles, muy apasionados, llenos de llantos y
deseos de morir; tuve el sentido de la muerte muy, muy temprano cuando
se murió mi gato preferido; este cuento "Los venenos" cuenta de la
niña del jardín de al lado, la niña de quién me enamoré y de una máquina
para matar hormigas que teníamos cuando era niño... Asimismo es la
historia de una traición, porque una de mis primeras angustias fue
el descubrimiento de la traición. Yo tenía fe en los que me rodeaban
y por eso, el descubrimiento de los aspectos negativos de la vida
fue terrible. Esto me sucedió a los nueve años.
- Julio, tú siempre describes niños entrañables, adolescentes entrañables
y sobre todo, sufrientes...
- Tuve una infancia en la que no fui feliz y esto me marcó muchísimo.
De ahí mi interés en los niños, en el mundo de los niños. Es una fijación.
Soy un hombre que amo mucho a los niños. No he tenido hijos, pero
los amo profundamente. Creo que soy muy infantil en el sentido en
que no acepto la realidad. A los niños les cuento cosas fantásticas
e inmediatamente establezco una buena relación con ellos, muy buena.
Lo que sí no me gustan nada son los bebés, no me acerco a ellos hasta
que no se vuelven seres humanos...
- Creo que los niños de tus cuentos conmueven, Julio, porque son auténticos.
- Sí, porque hay niños muy artificiales en la literatura. Un cuento
que yo quiero mucho es el de "La
Señorita Cora", la situación de ese adolescente enfermo yo la
viví. Como te lo dije, tuve una gran experiencia en amores sin esperanza
a los dieciséis años, cuando consideraba que unas niñas de dieciocho,
veinte años ¡¡eran mujeres muy adultas!! Entonces me parecían un ideal
inaccesible y por eso se creaba una situación de realización imposible.
"La Señorita Cora" es un cuento en el que sufrí mucho. Tú sabes que
uno de los fantaseos de los niños es imaginarse a punto de morir.
Entonces el ser amado aparece arrepentido, abraza y ama, llora su
culpabilidad, jura hasta la eternidad, en fin, una situación arquetípica.
- ¿No crees que en todo esto hay mucha autocompasión?
- Creo más bien que hay una aptitud definitiva para regresar a la
visión del mundo de un niño; yo siento un gran placer en escribir
ese retorno: me siento bien cuando regreso a la infancia.
- De esa fijación tuya en la infancia ¿han surgido los libros-objeto,
los collages, los recortes, etcétera?
- Sí, me gustan mucho los juguetes pero los juguetes ingeniosos, los
que se mueven y actúan así como me fascinaron las papelerías, los
cuadernos, la punta de los lápices, las gomas de migajón, la tinta
china. Al Larousse Ilustrado lo olía, tenía un olor perfumado que
todavía me llega. Tengo, Elena, un amor infinito por los diccionarios.
Pasé largas convalecencias con un diccionario sobre las rodillas buscando
la definición de la goleta, del porrón, del tifus. Mi madre se asomaba
a la recámara a preguntarme: "-Qué le encuentras a un diccionario?"
"-Todo".
- Tu madre, Julio, ¿no tenía tu imaginación?
- Mi madre fue muy imaginativa y con una cierta visión del mundo.
No era una gente culta pero era incurablemente romántica y me inició
en las novelas de viajes. Con ella leí a Julio Verne. Es extraño porque
las mujeres no leen a Julio Verne. Mi madre leía mala literatura,
no era culta pero su imaginación me abría otras puertas. Teníamos
un juego: "Mirar el cielo y buscar la forma de las nubes e inventar
grandes historias." Esto sucedía en Bánfield. Mis amigos no tenían
esa suerte. No tenían madres que mirasen las nubes. En mi casa había
una biblioteca y una cultura.
- ¿Medianita?
- Si tú quieres, mediana. Mis amigos eran hijos de obreros, gente
muy pobre.
- ¿Tú crees que el hecho de haber vivido entre hijos de obreros y
pobres influyó en que ahora te preocupes por los problemas de miseria
e injusticia en América latina y formes parte del Tribunal que juzga
los Crímenes de Guerra de la Junta militar en Chile, por ejemplo?
- No creo que haya influido de manera directa pero sí creo que fue
una fortuna subliminal vivir una infancia pobre con niños pobres,
porque después entré a una clase pequeñoburguesa muy definida...
- ¿Por qué dices que fue una fortuna subliminal el vivir entre pobres?
- Porque esto me marcó definitivamente y para bien.
- ¿Como escritor?
- Como escritor también, porque ¿cuál es el problema que se refleja
en muchos escritores latinoamericanos? No me gusta citar nombres y
no lo acostumbro, pero Eduardo Mallea, por ejemplo, no tuvo contacto
directo con su propio pueblo y cuando hace hablar a sus personajes
populares su visión es artificial y demuestra que ignora totalmente
la manera de vivir de esa gente. Es un ejemplo parcial, pero así como
Mallea hay muchos escritores latinoamericanos cuya primera educación
no les ayudó a entender mejor las cosas que más tarde se les escapan
definitivamente.
- ¿La realidad de su país?
- Sí. Creo que mucho de mi conocimiento de la realidad de América
latina, su rebelión y su desamparo se la debo a mis amigos, hijos
de obreros.
- Julio, y tu afán por Europa, ¿cuándo se manifestó? ¿Cuándo decidiste
instalarte en Francia? ¿Eras europeizante como todos los argentinos?
Europeizante, trilingüe, snob y cultísimo como suelen serlo los intelectuales?
- Creo que fui un esteta.
- ¿Eres?
- Soy... Me encerré durante años a leer, no hablaba con nadie, durante
mi juventud fui un misántropo, me metí en el mundo de la cultura y
de la estética y eso duró muchos, muchos años. Leía, sólo leía. Y
escribía, sin publicar, por orgullo, porque sabía que lo mío era bueno.
- ¿Tan bueno como lo de Borges?
- Distinto. Borges es admirable.
- ¿Hiciste cuentos por seguir a Borges? ¿Gracias a su influencia?
- Más bien los escribí por Poe.
- ¿Por eso tradujiste a Poe?
- Eso fue casi una fatalidad porque de niño desperté a la literatura
moderna cuando leí los cuentos de Poe que me hicieron mucho bien y
mucho mal al mismo tiempo. Los leí a los nueve años y, por Poe, viví
en el espanto, sujeto a terrores nocturnos hasta muy tarde en la adolescencia.
Pero Poe me enseñó lo que es una gran literatura y lo que es el cuento.
Ya adulto me preocupé por completar mis lecturas de Poe, es decir,
leer los ensayos que son poco leídos en general, salvo los dos o tres
famosos -el de la filosofía de la composición- y Francisco Ayala,
en la Universidad de Puerto Rico, muy amigo mío en Argentina, se acordó
de nuestras conversaciones y me escribió preguntándome si yo quería
hacer la traducción... Yo hice la primera traducción total de la obra
de Poe, cuentos y ensayos- que tampoco estaban traducidos. Fue un
trabajo enorme, duró mucho tiempo, pero fue un trabajo magnífico porque
¡hay que ver todo lo que yo aprendí de inglés traduciendo a Poe!
- ¿Esto lo hiciste en Argentina?
- No, ya en París. Dejé la Argentina en 1951 y me instalé definitivamente
en París. Tenía 37 años; gran parte de mi vida había transcurrido
en Argentina y me llevé mi casa a cuestas. Justamente en el año en
que me fui de la Argentina hice la traducción de Marguerite Yourcenar
que tanto te interesa, Elena. Yo me iba a Europa a la aventura, sin
dinero y naturalmente, necesitaba conseguir todos los recursos posibles.
Tenía bastante experiencia como traductor; hice buenas cosas, muy
buenas. Traduje a Chesterton, a André Gide, las cartas de Keats, en
fin, tenía un buen background como traductor. Siempre me gustó
traducir. Por eso busqué traducciones para hacer en Europa y mandar
a Buenos Aires. Como la Editorial Sudamericana ya había publicado
mi librito Bestiario, justamente en el momento en que me fui
de Argentina, me dieron a elegir entre unos cuantos libros. Vi Las
memorias de Adriano que había leído en francés y me había fascinado
y se los pedí y exigí además un plazo largo para hacerlo porque sabía
que ese libro había que hacerlo bien... Incluso empecé a trabajarlo
en el barco que me llevó de Buenos Aires a Marsella, releí el libro,
intenté distintos enfoques de la traducción, la fui trabajando, la
hice en París, se publicó y la crítica siempre ha dicho que se trata
de una buena traducción. A Marguerite Yourcenar nunca la he visto
salvo en una pantalla de televisión.
- ¡A mí me parece extraordinaria! Me llama más la atención, mucho
más que Simone de Beauvoir. Posee un mundo propio; es más creadora...
- ¡Son dos mundos distintos! El de Simone de Beauvoir es el mundo
problemático contemporáneo y el de Marguerite Yourcenar es una reflexión
sobre la humanidad en su conjunto, a través de figuras como Adriano
o el personaje principal de la Obra en Negro (L 'Oeuvre au Noir).
-Y cuando traducías, Julio, ¿no tuviste la sensación de estarle quitando
tiempo a tu obra personal? ¿Ahora traduces?
- No, nunca tuve esa sensación, porque en esa época yo tenía mucho
tiempo y siempre he tenido una gran capacidad de trabajo cuando tengo
ganas de hacer algo. En esa época yo tenia mucho tiempo, era absolutamente
desconocido, de manera que tú ni nadie venía a entrevistarme, a tomarme
fotos, a pedirme autógrafos y no tenía un correo de un metro cúbico
semanal. Es decir, que yo era verdaderamente una persona que vivía
la vida que siempre me gustó vivir, la vida de un solitario, es decir,
que dedicaba medio día a ganarme la vida traduciendo para la Unesco
y me sobraba el resto del día para leer y escribir...
- Un poeta mexicano, Alejandro Aura, escribió en contra de los solitarios:
"La soledad de los solitarios/ es una porquería..." Y también dijo:
"De pronto sonríen/ sin motivo aparente/ y su mirada de borrego/ suena
como una campana de leproso/ que aleja a los demás."
- Pues a pesar de tu amigo, yo seguiré siendo solitario...
- Si te dejan...
- Si me dejan... Ahora me resulta difícil. Cuando quiero aislarme,
tomo un tren a Londres y allá vivo completamente solo -allá no me
conocen- durante el tiempo que lo necesito. A mí me gusta hablar con
la gente, Elena, y descubrí ese placer muy tarde. Pasé cinco años
como profesor de secundaria en un pueblo en el campo, luego me fui
a Mendoza, a la Universidad de Cuyo, a impartir cátedras a nivel universitario.
- Pero, ¿qué estudiaste?
- Te lo dije, soy maestro, me recibí en la Escuela Normal Mariano
Acosta, de Buenos Aires, estudié el profesorado en letras, ingresé
en la Facultad de Filosofía y Letras y, al año, lo dejé para irme
al pueblo de provincia del que te hablé.
Fueron mis años de mayor soledad. Fui un erudito, toda mi información
libresca es de esos años, mis experiencias fueron siempre literarias...
Vivía lo que leía, no viví la vida. Leí millares de libros encerrado
en la pensión; estudié, traduje... Descubrí a los demás sólo muy tarde.
- Y ahora ¿ por qué le dedicas tanto tiempo a la gente?
- Porque no puedo evitarlo. Yo no sé hasta qué punto uno se conoce
a sí mismo; muy poco, probablemente. Pero si de algo estoy convencido
es que si me hubiera quedado en Argentina y hubiera hecho una carrera
equivalente a la que hice en Europa, después hubiera sido lo mismo.
Desde niño, he tenido un sentimiento muy profundo de mi prójimo como
persona. Lo que no tenía era el sentimiento de mi prójimo como colectividad,
como historia; eso lo aprendí con los cubanos. Pero en el plan individual,
la tristeza de alguien que está cerca de mí es como la tristeza de
un animal; hago cualquier cosa por aliviar la pena del animal. No
puedo ver sufrir a un gato, a un perro, no lo acepto. Por lo tanto,
un hombre, una mujer...
- Y ¿no tienes la sensación de pérdida de tiempo? Perdona que insista
en el tiempo, pero últimamente me obsesiona especialmente.
- Mira, yo he perdido tanto tiempo en mi vida que sería una hipocresía
considerar que una acción en el sentido de aliviar una situación de
pena o de enfermedad, puedo considerarla una pérdida de tiempo. De
ninguna manera, no, no, no. Yo sé que hay cosas que me hacen perder
el tiempo. Por ejemplo, este momento en París, los problemas cotidianos
de los chilenos, los argentinos, los uruguayos, que llegan expulsados,
sin dinero, desconcertados, muchas veces sin conocer el idioma en
una ciudad que les parece hostil porque todavía no tienen los contactos
necesarios. Yo hago lo imposible por darles amigos, aclarar su situación,
acompañarlos. Para mí no es una pérdida de tiempo. Es igual que si
estuviera escribiendo un libro.
- ¿Sí?
- ¡Claro! Es un libro que no se publicará pero no tiene ninguna importancia.
- ¡Ya estarás, Arturo de Córdova!
- ¿Qué es eso?
- Es un actor yucateco muy cursi que sentenció con solemnidad a lo
largo de 28.970 películas: "No tiene la menor importancia..."
- Mira, Elena, yo no tengo el reflejo del escritor profesional que
en general es egoísta, aunque reconozco que hay que serlo en algunos
casos. Cuando estoy trabajando en un cuento y estoy posesionado por
la historia y por la forma en que la estoy resolviendo, en ese momento
cierro con doble llave mi puerta y no atiendo a nadie. No contesto
el teléfono. Pero antes y después estoy lo más abierto posible.
- El lema de Guillermo es "Perezcan los débiles y los fracasados y
ayudémosles a desaparecer y que éste sea nuestro primer principio
de amor al prójimo".
- Oye, yo ya estoy lo bastante viejo para saber al cabo de diez minutos
de conversación con una persona si es un fracasado, un parásito o
un profesional de la ayuda ajena, y a estas especies las detecto rápidamente,
desde la niña a quién le gustaría acostarse con el escritor famoso
simplemente porque cree que esto la va ayudar o porque le gusta.
Tengo suficientes antenas para comprenderlo y con gente así no pierdo
el tiempo aunque soy lo bastante cortés como para despedirlos por
medio de una charla de cinco minutos y no volver a verlos. En cuanto
a los débiles, no puedo responderte lo mismo porque el débil no tiene
la culpa de serlo. Se puede ser débil por muchos motivos. Imagínate
que un chileno mecánico en Chile ha salido de su país, ha llegado
a París; ese hombre con respecto a la sociedad francesa a la que entra
es débil, aunque esté lleno de fuerza. Es débil porque se encuentra
completamente desarmado. No conoce el francés, nadie le va a dar trabajo,
va a tener problemas con los sindicatos. A ese débil, yo lo ayudo
porque no es un verdadero débil. Si tú le das una oportunidad, le
conectas con un garaje, si entra de mecánico y empieza a demostrar
que el trabajo sabe hacerlo, en quince días ese señor dejará de ser
débil; es un hombre con sueldo, habitación y que empieza a vivir.
¿Cómo no hacer algo por él?
- Julio, ¿tu capacidad de trabajo sigue siendo tan grande? ¿Trabajas
durante muchas horas?
- No, y a medida que va pasando el tiempo cada vez menos. Cuando empiezo
un libro -hablemos de una novela que es un trabajo más continuado-
y tengo una necesidad imperiosa de escribir ese libro, tardo muchísimo
en decidirme a empezarlo, doy vueltas como un perro alrededor de un
tronco de árbol a a veces semanas y meses, hasta que finalmente la
cosa empieza, es evidente, lo sé por experiencia porque siempre me
sucede lo mismo. El primer tercio del libro avanza a empujones, entro
a una etapa de trabajo continuo y finalmente me olvido de comer y
de dormir. Me acuerdo muy bien cuando escribí Rayuela; mi mujer
venía a tocarme en el hombro para llevarme a comer un poco de sopa.
Todo el final de Rayuela fue escrito en un estado tal de posesión
que no lograba alejarme de la mesa de trabajo.
- Y ¿conservas esa misma capacidad de enloquecimiento?
- Sí, sí, fijate que de El libro de Manuel escribí las últimas
cincuenta o sesenta páginas de un tirón hasta el final, así, las escribí
tomando mucho alcohol, completamente solo... De una sentada...
- ¿Y para ti, tomar mucho alcohol significa tomar una botella de whisky
diaria?
- No, de ninguna manera, significa tomar -bueno, si quieres una precisión-
seis whiskys, pero en mí no es una costumbre sistemática ni mucho
menos.
- Según lo declaraste en alguna ocasión Los Premios empezó
siendo un cuento. ¿Hiciste la novela a partir del cuento? ¿Te ha pasado
lo mismo con alguna otra obra; construirla de una manera azarosa?
- ¡Jamás he hecho esa declaración! ¡Es absolutamente falsa! Si hay
un libro que empezó como una novela es Los Premios. Ahora si
quieres te cuento la anécdota de cómo nació Los premios, aunque
de alguna manera está dicho en una pequeña nota que hay al principio
o al final del libro. Hacía yo un viaje en barco desde Marsella hasta
Buenos Aires; veintiún días en tercera clase, lo cual no era muy cómodo;
de todas maneras mi mujer y yo teníamos una pequeña cabina y la gente
que viajaba no era nada simpática, tú sabes, es una cuestión de azar;
en algunos viajes uno es feliz porque encuentra cuatro o cinco personas
con las que se entiende, pero ahí no había realmente nadie. Entonces
mi mujer se dedicaba a leer y a tomar sol en el puente y yo tuve ganas
de escribir esa novela que me venía rondando y el momento era perfecto
porque conseguí una cabina solitaria, tenía una máquina de escribir
portátil y empecé, y creo que al llegar a Buenos Aires había escrito
algo así como cien páginas.
- Tu idea de la Revolución es singular porque siempre te has manifestado
por una revolución individual, la revolución que empieza por uno mismo,
desde dentro, lo cual resulta inaceptable para los P.C. tradicionales...
Has declarado en varias ocasiones que el hombre debe nacer nuevamente
y que la Revolución debe dar a luz a un nuevo hombre, ¿o no?
- ¡Claro! Lo que yo creo y busqué decir en El Libro de Manuel
es que mi sentimiento de una revolución socialista, como la entiendo
para América Latina, comporta un doble proceso no consecutivo sino
simultáneo. Hay quienes piensan que, por lo pronto, hay que hacer
la revolución -es decir acabar con el imperialismo yanqui, los gorilas,
los militares; tomar el poder e implantar el socialismo en el país-,
y ya "después" habrá tiempo para iniciar los planes de cultura, el
perfeccionamiento humano. Desconfío. Creo que si en el ánimo de esos
revolucionarios no existe el deseo de que simultáneamente, se le pida
a cada individuo que dé lo mejor de sí mismo, que se busque a sí mismo,
se explore, haga su autocrítica, que no vaya a la revolución lleno
de prejuicios sino que ésta sea una manera de despojarse de sus ropas
viejas, esta revolución ¡fracasará!.. En el fondo, esta visión del
hombre nuevo era una idea del Che. No es una idea abstracta o teórica
para un futuro lejano sino que tiene que darse simultáneamente. Para
decirlo con una imagen, siempre he sostenido que hay que hacer la
revolución de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera ¡en todos
los planos! (Cuando a Cortázar le interesa subrayar algo levanta la
voz y separa cada una de las sílabas, recordando sin duda sus tiempos
de maestro.) Hay que acabar con nuestros enemigos, pero hay que acabar
también con los enemigos internos que cada uno lleva. Fíjate lo que
sucede con una revolución socialista. Después de una tarea infinita,
del sufrimiento monstruoso de gente heroica que se ha hecho matar,
se llega al poder y simplemente porque cuatro o cinco o seis dirigentes
no han hecho su autocrítica, se instala en el poder, por ejemplo,
un puritanismo de las costumbres, digamos desde el punto de vista
sexual, casi victoriano. Eso no lo acepto porque me parece una revolución
fracasada. El hombre va a seguir siendo prisionero de sus tabúes,
sus inhibiciones, sus imposibilidades. ¿Para qué diablos le sirve
el socialismo? Para nada.
- Pero, Julio ¿acaso en Rusia no hay puritanismo?
- Rusia no, Unión Soviética...
- No sé por qué he seguido diciendo Rusia y San Petersburgo...
- Claro que hay puritanismo, por eso estoy lleno de críticas con respecto
a la situación actual de la Unión Soviética. Estoy muy lejos de aprobarla
en su conjunto. Si esta pregunta me la hubieras hecho en 1930 -cosa
históricamente imposible- te hubiera respondido: "Rusia, ahora...sí,
Rusia sale de las tinieblas medievales, de ese zarismo donde el mujik
era una especie de animal mandado a latigazos, un analfabeta total
con todos los prejuicios concebibles. En diez años no se pueden pedir
milagros". De la misma manera tampoco a los cubanos se les podía pedir
que a los tres años o a los cinco o a los siete de Revolución, Cuba
fuese ¡el paraíso! No lo es y ellos son los primeros en saberlo y
saben que hay mucho que combatir. Pienso que el trabajo del intelectual
es estar en primera fila en ese combate, es decir, no dejar que se
duerma esa especie de sentimiento de que todos los días hay que dar
batalla, que todos los días al levantarse un individuo que se cree
revolucionario debe preguntarse: "Bueno (para citarte un ejemplo),
pero ¿es que yo tengo derecho a proceder así con mi mujer? ¿Tengo
derecho a hacer esta discriminación? ¿Tengo derecho a aplicar estas
ideas que ya están muertas, contra las cuales he luchado, por las
cuales he sufrido?". ¿Para qué sirve el triunfo de la Revolución?
¡No sirve, Elena, no sé si me explico!
- ¡La Revolución Mexicana nada hizo por las mujeres salvo preñarlas
como escopetas de retrocarga, lo cual en cierta forma ayudó, ya que
había que reponer un millón de mexicanos..! Pero nada cambió. Incluso
ahora. He asistido a algunas reuniones de socialistas en las que participan
hombres y mujeres y a la hora de la verdad, los líderes piden: "Compañeras,
háganse un cafecito... Compañeras, agénciense unas tortas" o sea que
devuelven a la mujer a su papel inicial. En Cuba, por una película:
Lucía, posrevolucionaria, vi que también es la mujer la que
le sirve la cena al marido.
- Lo sé y el primero en darse cuenta ha sido el propio Fidel Castro.
Él y todos sus compañeros de insurgencia vieron que la mujer que había
luchado heroicamente en la Sierra Maestra -y Fidel conoce bien sus
nombres-, en el momento de ocupar los puestos importantes y dirigir
al país, quedaron marginadas y en el plano privado, en cada casa volvieron
a la cocina. Este es un problema de educación y creo que Cuba está
luchando en ese sentido y en pocos años el problema quedará liquidado,
porque tú sabes bien cómo son inteligentes los cubanos y cómo están
politizados. En la actualidad, la mujer cubana es perfectamente capaz
de discutir mano a mano con cualquier hombre. Si tú viste, Lucía,
la película destinada a los guajiros y que se exhibió en los pueblecitos
y en los campamentos donde la gente ha sido alfabetizada hace muy
pocos años y el grado de maduración es lento, pudiste darte cuenta
que la película lucha contra el machismo que es una de las plagas
de América Latina. Aquí en México, en Cuba, en Argentina, en Perú,
en todos lados somos los grandes machos, y las mujeres están cosificadas
implícita o explícitamente: cosificadas y dejadas a un lado en el
sentido que tú lo señalabas, Elena: "Haz un café." La mujer hace el
café, prepara los frijoles mientras el señor fuma su tabaco y platica
de política con sus amigos. Bueno, pues esto no puede ser. Está bien
que las mujeres hagan los frijoles, porque ustedes los hacen mejor
que nosotros, pero eso no impide que los hombres los hagan también
y laven después los platos en que los han comido.
No solo pueden sino que deben. En una sociedad socialista, hombre
y mujer tienen que ser realmente la pareja, no la despareja.
Lucía provocó en Cuba -lo supe por amigos cubanos- reacciones
muy curiosas porque este episodio del marido celoso que encierra a
su mujer y no la deja hacer nada, fue bien comprendido en la ciudad
y todo el mundo tomó partido por la chica, pero sé que en algunas
regiones en el campo, el público tomaba partido por el marido e incluso
las mujeres alegaron: "Sí, sí, tiene razón, la mujer tiene que quedarse
en casa. ¿Para qué va a aprender a escribir?" ¡Así es que fíjate el
trabajo que queda por delante!...
- En alguna ocasión escuché a una mujer indignada: "Antes, cuando
un hombre tenía una amante le regalaba joyas. Ahora, le busca empleo
en alguna oficina burocrática!..." Julio, para cerrar el capítulo
de Cuba, quisiera que tú mismo nos dijeras por qué firmaste con una
serie de intelectuales una protesta en el caso del poeta Heberto Padilla,
para escribir después una carta de amor en la que llamas a Cuba "lagartijita"
y le rascas la nuca...
- Caimancito, no lagartijita... En dos palabras, es una historia muy
vieja que ya no tiene ningún interés porque se solucionó perfectamente,
a pesar de la opinión de los reaccionarios que se imaginaban que a
Padilla lo iban a fusilar de un día para otro. Padilla está viviendo
como uno de nosotros; pero lo que no hay que olvidar es que hubo dos
episodios vinculados con Padilla. ¡Dos! Antes del definitivo, un problema
con la publicación de un libro de Padilla suscitó nuestras críticas
y a mí me tocó decirles a mis compañeros cubanos lo que pensaba: el
derecho del artista a decir su palabra dentro del contexto de la Revolución
Cubana.
Cuando se produjo el episodio definitivo -me interesa aclararlo-,
lo que yo firmé fue una carta muy breve, en la que le pedíamos al
Comandante Fidel Castro que tuviera la gentileza de darnos información
acerca de lo que estaba sucediendo con Padilla en Cuba, porque en
Europa sólo sabíamos que Padilla estaba preso y eso nos inquietaba
y nos parecía excesivo, ante un problema que no pasaba de ser un problema
intelectual. Esta fue nuestra primera carta. La segunda carta ¡que
yo no firmé! -y esto, Elena, me interesa que lo subrayes- se llamó
Carta de los Sesenta y uno y ésa era una carta insolente, malévola
y paternal, en la que los europeos y muchos latinoamericanos pretendían
darle lecciones a Fidel Castro, decirle: "Usted tiene que hacer esto
y no tiene que hacer lo otro", como si fuera un niño. Esta carta explicó
muy bien la reacción muy violenta del gobierno cubano y aquel famoso
discurso de Fidel en que hubo una ruptura con los intelectuales europeos
y latinoamericanos que habían estado viajando constantemente a Cuba.
En lo personal, sigo defendiendo de la A a la Z la posición que tuve
en ese momento. Sé que esta declaración no agradará a muchos compañeros
cubanos que preferirían una mayor flexibilidad, pero sigo creyendo
que la única manera de ayudar a Cuba es haciéndolo críticamente, fraternalmente,
pero sin caer en maniqueísmos o en posiciones extremas. Yo no lamento
lo que sucedió, me creó problemas sentimentales, vi alejarse a muchos
amigos cubanos y no cubanos, asistí a una oleada de pequeñas venganzas
de resentidos que aprovecharon la oportunidad para declarar su fidelidad
incondicional al régimen cubano, como si mis amigos y yo al tener
una actitud crítica fuésemos traidores, y finalmente, me consta que
los dirigentes cubanos terminaron por ver la situación con mucha claridad.
La mejor prueba de ello es ese texto al que tú aludes, que es un poema,
escrito en un ataque de desesperación y de amor a Cuba que se llama:
Policrítica a la hora de
los chacales y que se publicó en la revista de la Casa de
las Américas, en la misma Cuba. Además, no hay que personalizar, no
se trata de mí sino de mi actitud intelectual que apoya a Cuba, pero
no incondicionalmente, porque ¡no es posible apoyar nada incondicionalmente..!
Las revoluciones están hechas por hombres y sujetas a críticas, equivocaciones,
titubeos. Yo no soy nadie para dar soluciones y nunca las he dado,
pero sí puedo señalar disconformismos y oposiciones... Oye, me haces
hablar demasiado...
Julio Cortázar se estira. Habla con las manos. Quemado por el sol,
barbón, ¿será la influencia cubana?, los ojos azules boludos muy separados,
guapo -mide dos metros-, habla más de política que de literatura:
- No, no, de eso no hablemos... Me interesan los autores no las literaturas.
No tengo nada que decirte de la literatura inglesa o la francesa,
ni siquiera de la latinoamericana. Eso pregúntaselo a Ángel Rama o
a Emir Rodríguez Monegal, ellos pueden contestarte muy bien e inmediatamente,
porque su síntesis está hecha. Yo veo libros, no literatura...
Mientras conversamos en la calle Amsterdam, en el departamento de
su amigo David Waskmann Chaca, de "El Día", Julio bebe ron con agua
en un vaso de Carretones. Acaba de regresar de Yucatán, pero nada
dice sobre su viaje. Lo dice su camisa clara de mangas cortas y su
cuello quemado... Le pregunto entonces:
- Julio, alguna vez declaró André Malraux que todo pesimista activo
es un fascista...
- ¿Lo dijo Malraux?
- Sí...
- (Abre mucho los ojos) Oye, mira, me complace mucho que digas eso.
Me emociona porque cuando estuve en Caracas hace dos o tres meses
hablando con los estudiantes de la Universidad Central, llegué a decir
en un momento de discusión que la diferencia capital, ¿eh?, entre
el ideal socialista y el ideal fascista, es que no se puede ser socialista
si no se es ¡optimista! en el plano histórico. A lo mejor yo eso lo
leí en Malraux pero lo había olvidado. En cambio, el fascismo, por
definición es profundamente pesimista porque se basa en una noción
de desprecio al hombre. El hombre está sometido a jerarquías. Hay
los superhombres -acuérdate de Hitler y las razas superiores, los
arios puros y el antisemitismo, los racismos en general- y la masa
inferior. El fascismo es pesimista y por eso no tiene ningún amor
por el hombre, ningún respeto. El socialismo -tal y como yo lo veo-
está basado en el amor.
- ¿Y el amor es optimista?
- ¡Claro! Tiene que ser optimista. ¿Cómo te enamoras tú si no eres
optimista? Tú no te puedes enamorar de modo pesimista, Elena, hay
una contradicción en las cosas, yo no me puedo enamorar de una mujer
en un plano pesimista...
- Pienso en Pavese. Se la vivió enamorándose en forma pesimista. Su
amor era pesimista.
- Pero así le iba, ¿no?
- ¿Y Kafka?
- Creo que Kafka tiene una visión profundamente pesimista del mundo,
pero eso no permite decir que sea una visión fascista.
- Entonces te estás contradiciendo porque se puede ser pesimista sin
ser fascista...
- Lo que yo sostengo es que los fascistas son pesimistas. Pero no
quiero decir que todos los pesimistas son fascistas. No me entiendas
mal.
- Bueno, es que, mira, yo había apuntado aquí en mi libreta que toda
literatura pesimista es reaccionaria, ¿no? O que toda literatura que
no diga que la vida es perfectible, toda literatura en la que hay
falta de esperanza, spleen, hastío, es reaccionaria... Todo esto,
claro, lo anoté en forma de pregunta...
- Mira, yo creo que en términos muy generales se puede contestar afirmativamente,
porque una literatura o un punto de vista histórico basado en el pesimismo,
falla porque le falta esa dinámica que lleva a una lucha en pro del
mejoramiento del hombre. Los fascistas hablan mucho de "mejorar la
sociedad", pero lo único que les interesa es mejorar la situación
de sus élites dirigentes. En cuanto a los dominados, en cuanto a los
esclavos, hablando ideológicamente, su mejoramiento los tiene completamente
sin cuidado. Al contrario, cuanto más aplastados estén, mejor obedecerán
las órdenes. Entonces, en principio, sí, pienso que una actitud pesimista
puede llevar casi siempre a actitudes reaccionarias... Yo no soy un
pesimista, Elena, ignoro por completo cuál es el mecanismo mental
y el mecanismo moral de un pesimista.
- Julio, tu literatura no va con el realismo socialista ni con el
socialista. Es metafísica, es individualista, es elitista, es poética.
Seguramente los reaccionarios debieron considerarte uno de ellos.
- Uno de ellos, ¿en qué sentido?
- En el sentido de que tú no podías meterte a una lucha social.
- ¡Ah, no! Eso es verdad. Y tenían razón...
- Yo no puedo pensar que tu literatura sea aceptada tal cual es en
la Unión Soviética.
- Sí, desde luego, yo no conozco la Unión Soviética. Ahora empiezan
a traducirme. Sale una antología de cuentos, pero desde luego, esos
cuentos serán seleccionados, filtrados, es decir, que los rusos han
de buscar aquellos que en su opinión deben ser más útiles para la
causa -digamos cultural- del pueblo de la Unión Soviética. Esto es
evidente. Pero, sin embargo, lo que acabas de decir es importante
porque todos creían que yo estaba con ellos en una línea de literatura
pura y se quedaron muy sorprendidos por este vuelco; no se habían
equivocado hasta ese momento porque yo era totalmente indiferente
a la historia y a la política como se lo decía a Margarita y a ti
el otro día.
- Sí, nos hablaste de Cuba, que fue definitiva en tu nacimiento al
socialismo, en tu conversión, podría decirse...
- Así fue. Bueno, permíteme la imagen: "mi camino a Damasco", ¿no?
Me caí del caballo como Saulo, no sé si me convertí en Pablo por eso,
pero me siento muy vanidoso al decir una cosa así. Cuba fue para mí
una experiencia catártica. Desde entonces, hace nueve años, estoy
dedicado a actividades ideológico-políticas. Después de un libro como
Rayuela, que es un libro individualista, de investigación de
conducta, de motivaciones humanas y de finalidad subjetiva, nadie
podía imaginarse que yo seguiría un camino distinto y de ahí las protestas,
el escándalo y el libro siguiente: El libro de Manuel.
-Bueno, Julio, es que en el fondo tú eras un esteta, un solitario;
un hombre con una formación libresca poco común, en fin, en cierta
forma seguías el camino de Borges, ¿o no?
- Absolutamente, absolutamente. A tal punto lo era y lo sigo siendo
que uno de los motivos de algunas polémicas y diferencias de opinión
con mis compañeros de América latina es el hecho de que me encuentran
todavía demasiado individualista, esteta, replegado en la quinta-esencia.
Personalmente sostengo que ninguna revolución vale la pena que se
sacrifiquen ciertos valores y, si los sacrifica, yo no quiero esta
revolución. Al contrario, yo estoy dispuesto a conservar todo lo que
conquisté culturalmente y darle un nuevo sentido si puedo, aplicarlo
a otras finalidades, moverlo dentro de otros conceptos. Si tú has
leído El Libro de Manuel te acordarás que el dilema de Andrés
-quien me refleja mucho- es el de un hombre que al final toma un compromiso,
entra en un camino, pero en última instancia no está dispuesto a renunciar
a cierto tipo de actividades estéticas como puede serlo la pintura
cinética. Se las lleva consigo a su nuevo campo de vida. Y eso creo
que soy yo. Para mí, los cronopios (personajes de mi propia obra)
son tan revolucionarios como la descripción de una zafra.
- Pienso, Julio -sé que es una idea sentimental- que la ternura que
hay en tus cuentos, en cierta forma, te ha inclinado mucho hacia una
actitud social. ¿O ni siquiera es científico decirlo?
- No, no, es más que científico, es profundamente humano. La ciencia,
tal y como yo la entiendo tiene que se humana, si no se convierte
en la bomba atómica y deja de ser ciencia para mí: es una máquina
diabólica y nada más. Tú me consideras tierno, Elena, yo sé que lo
soy, creo que tengo una gran capacidad de ternura, la pido y la doy
en grandes cantidades. Entonces es lógico que en mi planteamiento
ideológico y político, la presencia de la miseria y el dolor humanos
sean fundamentales... No sé si en La vuelta al día o en Último
round, hay un texto sobre lo que sucede en la plaza de la estación
de Calcuta. Es un texto largo: "Turismo aconsejable" y es la visión
de un hombre -soy yo, estoy hablando en primera persona- frente al
espanto del hambre, de la miseria, de la alienación, del subdesarrollo
total, de la lucha por un pedacito ya no de choza, sino de suelo en
donde dormir en una plaza en la cual pasan los tranvías cortándole
a veces la mano a un niño que la ha tendido -dormido- en el momento
en que pasa el tranvía.
- ¿A ese grado están apeñuscados miles y miles de indios?
- A ese grado... De ahí mi militancia política en el Tribunal de Helsinski,
en Bruselas, en el de México que juzga los crímenes cometidos por
la Junta Militar chilena...
- Sin embargo, tu literatura sigue siendo metafísica, incluso en El
Libro de Manuel, que gira en torno de temas que te inquietan,
elementos mágicos, fuera de lo común. ¿Acaso Rayuela no es
una novela construida en torno a preocupaciones de tipo metafísico?
- Sí, yo creo que fui un animalito metafísico desde los seis o siete
años. Recuerdo muy bien que mi madre y mis tías (mi padre nos dejó
muy pequeños a mi hermana y a mí), en fin, la gente que me veía crecer
se inquietaba por mi distracción o ensoñación. Yo estaba perpetuamente
en las nubes. La realidad que me rodeaba no tenía mucho interés para
mí. Yo veía los huecos, digamos, el espacio que hay entre dos sillas
y no las dos sillas, si puedo usar esa imagen. Y por eso, desde muy
niño me atrajo la literatura fantástica. En un capítulo que se llama
"El sentimiento de lo fantástico", conté que uno de mis dolores más
grandes fue darle a un amigo mío la historia de El hombre invisible
que Wells tomó de Jules Verne y que éste me lo aventara, rechazando
lo fantástico.
- Julio, ésta es la última pregunta: ¿tú no has resuelto la miseria
humana con tus libros, ¿verdad?.
- No, pero sí puedo, en cambio, -y así me ha sucedido- ver la sonrisa
de un niño brotar ante mi actitud humana. Y esto es lo que quiero
conservar a toda costa.
Crespo, Antonio (compilador); Confieso que he vivido y otras entrevistas, Buenos Aires, LC Editor, 1995
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