Julio
Cortázar habla de Rayuela
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"A mí se me ocurrió -y sé muy bien que era una cosa difícil, realmente
muy muy difícil-, intentar escribir un libro en donde el lector, en
vez de leer la novela así, consecutivamente, tuviera en primer lugar
diferentes opciones. Lo cual lo situaba ya casi en un pie de igualdad
con el autor, porque el autor también había tomado diferentes opciones
al escribir el libro.
Este libro es una tentativa para ir hasta el fondo de
un largo camino de negación de la realidad cotidiana y de admisión
de otras posibles realidades, de otras posibles aperturas.
Bueno, y para mi gran sorpresa, y mi gran maravilla,
yo pensé, cuando terminé Rayuela, que había escrito un libro
de un hombre de mi edad para lectores de mi edad. La gran maravilla
fue que ese libro cuando se publicó en la Argentina y se conoció en
toda América Latina, encontró sus lectores en los jóvenes, en quienes
yo no había pensado directamente jamás al escribir ese libro.
Entonces, la gran maravilla para un escritor es haber
escrito un libro pensando que hacía una cosa que correspondía a su
edad, a su tiempo, a su clima, y de golpe descubrir que en realidad
planteó problemas que son los problemas de la generación siguiente.
Me parece una recompensa maravillosa y sigue siendo para mí la justificación
del libro..."
Escuchar este fragmento
De la película Cortázar de Tristán Bauer |
"...Sigo creyendo
que hay ahí un hecho trascendental, incluso para un país donde las
cosas van tan mal como en el mío. Cuando yo tenía 20 años, un escritor
argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso
tomo de cuentos. Hoy cualquier buen novelista o cuentista rioplatense
tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo
y juzgarlo. Es decir que los signos de madurez (dentro de los errores,
los retrocesos, las torpezas horribles de nuestras políticas sudamericanas
y nuestras economías semi-coloniales) se manifiestan de alguna manera,
y en este caso de una manera particularmente importante, a través
de la gran literatura. Por eso no es tan raro que ya haya llegado
la hora de escribir así, Roberto, y ya verás que junto con mi libro
o después de él van a aparecer muchos que te llenarán de alegría.
Mi libro ha tenido una gran repercusión, sobre todo entre los jóvenes,
porque se han dado cuenta de que en él se los invita a acabar con
las tradiciones literarias sudamericanas que, incluso en sus formas
más vanguardistas, han respondido siempre a nuestros complejos de
inferioridad, a eso de "ser nosotros tan pobres", como dices a propósito
del elogio de Rubén a Martí. Ingenuamente, un periodista mexicano
escribió que Rayuela era la declaración de independencia de
la novela latinoamericana. La frase es tonta pero encierra una clara
alusión a esa inferioridad que hemos tolerado estúpidamente tanto
tiempo, y de la que saldremos como salen todos los pueblos cuando
les llega su hora. No me creas demasiado optimista; conozco a mi país,
y a muchos otros que lo rodean. Pero hay signos, hay signos. . . Estoy
contento de haber empezado a hacer lo que a mí me tocaba, y que un
hombre como tú lo haya sentido y me lo haya dicho..."
De carta a R. Fernández
Retamar. París, 17 de agosto de 1964; del libro Fervor de la Argentina
de Roberto Fernández Retamar |
"...«El
perseguidor» es la pequeña Rayuela. En principio están
ya contenidos allí los problemas de Rayuela. El problema de
un hombre que descubre de golpe, Johnny en un caso y Oliveira en el
otro, que una fatalidad biológica lo ha hecho nacer y lo ha metido
en un mundo que él no acepta, Johnny por sus motivos y Oliveira por
motivos más intelectuales, más elaborados, más metafísicos. Pero se
parecen mucho en esencia. Johnny y Oliveira son dos individuos que
cuestionan, que ponen en crisis, que niegan lo que la gran mayoría
acepta por una especie de fatalidad histórica y social. Entran en
el juego, viven su vida, nacen, viven y mueren. Ellos dos no están
de acuerdo y los dos tienen un destino trágico porque están en contra.
Se oponen por motivos diferentes.
Entonces, en Rayuela sobre todo, hay ese sentimiento
continuo de estar en un mundo que no es lo que debería ser porque
-y aquí hago un paréntesis que me parece importante-, ha habido críticos
que han pensado que Rayuela era un libro profundamente pesimista
en el sentido de que no se hace en él más que lamentar el estado de
cosas. Yo creo que es un libro profundamente optimista porque Oliveira,
a pesar de su carácter broncos, como decimos los argentinos, sus cóleras,
su mediocridad mental, su incapacidad de ir más allá de ciertos límites,
es un hombre que se golpea contra la pared, la pared del amor, la
pared de la vida cotidiana, la pared de los sistemas filosóficos,
la pared de la política. Se golpea la cabeza contra todo eso porque
es un optimista en el fondo, porque él cree que un día, ya no para
él pero para otros, algún día esa pared va a caer y del otro lado
está el «kibutz del deseo», está el reino milenario, está el hombre
verdadero, ese proyecto humano que él imagina y que no se ha realizado
hasta este momento. (...)
Entonces la idea general de Rayuela es la comprobación
de un fracaso y la esperanza de un triunfo. El libro no propone ninguna
solución; se limita simplemente a mostrar los posibles caminos para
echar abajo la pared y ver lo que hay del otro lado.
(...) Cuando el libro se publicó en Buenos Aires y empezó
a ser leído en América Latina, mi gran sorpresa fue que empecé a recibir
cartas, centenares de cartas, y si tomas cien cartas, noventa y ocho
eran de jóvenes, de gente muy joven, incluso adolescente en algunos
casos, que no entendían todo el libro. De todas maneras habían reaccionado
frente al libro de una manera que yo no podía sospechar en el momento
en que lo escribí. La gran sorpresa para mí fue que la gente de mi
edad, de mi generación, no entendió nada. Las primeras críticas de
Rayuela fueron indignadas.
(...) Rayuela no es mi placer; era una especie
de compromiso metafísico, era una especie de tentativa para mí mismo
además. Y entonces descubrí, en efecto, que Rayuela estaba
destinado a los jóvenes y no a los hombres de mi edad. Nunca lo hubiese
imaginado cuando lo escribí. Ahora, ¿por qué? ¿Por qué fueron los
jóvenes los que encontraban algo que los impresionó, que los impactó,
como dicen ahora en la Argentina? Yo creo que es porque en Rayuela
no hay ninguna lección. A los jóvenes no les gusta que les den lecciones.
(...) Los jóvenes encontraban allí sus propias preguntas, sus angustias
de todos los días, de adolescentes y de la primera juventud, el hecho
de que no se sienten cómodos en el mundo en que están viviendo, el
mundo de los padres.( ...) Rayuela lo único que tenía era un
repertorio de preguntas, de cuestiones, de angustias, que los jóvenes
sentían de una manera informe porque no estaban intelectualmente equipados
para escribirlas o para pensarlas y se encontraban con un libro que
las contenía. Tenía todo ese mundo de insatisfacción, de búsqueda
del «kibutz del deseo», para usar la metáfora de Oliveira. Eso explica
que el libro resultó un libro importante para los jóvenes y no para
los viejos
(...) hay críticos que han dicho al hacer el resumen
del libro y «finalmente termina con el suicidio del protagonista».
Oliveira no se suicida. (...)
Él acaba de descubrir hasta qué punto Traveler y Talita
lo aman. No se puede matar él después de eso. (...)
La idea es que allí; tú o cualquier otro lector es quien
decide. Entonces tú, por ejemplo, decides, igual que yo, que Oliveira
no se mata. Ahora, hay lectores que deciden que sí. Bueno, lástima
por ellos. El lector es el cómplice, él tiene que decidir. Claro que
es optimista, es un libro muy optimista. Sí, sí.
(...) Lo primero que yo escribí de Rayuela fue
el capítulo del tablón
sin tener la menor idea de todo lo que iba a escribir, antes y después
de esa parte. Para mí empezar un libro es muy difícil. (...)En cambio
los finales no solamente no son difíciles sino que se escriben ellos
solos. Allí hay una especie de marcha. El final de Rayuela
yo lo escribí todo en el manicomio, en cuarenta y ocho horas, realmente
en un estado -allí yo lo puedo decir- casi de alucinación.
(...) Yo hacía fichas cada vez que encontraba algo que
me interesaba, las tenía allí conmigo y luego eran los «capítulos
prescindibles», por fin.
(...) Si me preguntaran cuál es el libro que tiene más
peso para usted en todo lo que usted ha escrito, yo diría Rayuela.
Pero el mundo está en una aceleración vertiginosa y me gustaría saber
dentro de veinte años si todavía se escribe literatura en el planeta
o si no ha sido sustituida por algún sistema audiovisual, no sé, me
gustaría saber dentro de veinte años cuál es la perspectiva, porque
yo que he leído bastante literatura comparada años atrás, he visto
hasta qué punto los críticos se equivocaban en la estimación de los
libros de un determinado autor. Es decir, que a los cinco o diez años
de publicados los libros, les parecía que la obra maestra era el libro
H y que todo el resto era inferior. Pero veinticinco años después
el libro H se hunde y hay otro libro de ese mismo autor que parecía
menos importante, que de golpe toma toda su fuerza, todo su sentido.
De manera que hay un relativismo y una perspectiva muy cambiante.
Pero ahora, a diez años sí, yo creo que Rayuela. Si yo tuviera
que llevar uno de mis libros a la isla desierta, yo me llevo Rayuela.
(...) Rayuela ha modificado profundamente una
buena parte de la literatura de ficción latinoamericana en estos últimos
diez años. El impacto de Rayuela en los jóvenes que en ese
momento empezaban a escribir ha sido enorme. Ahora ha sido doble,
bueno y malo. La repercusión negativa es como en el caso de los imitadores
de Borges. Se han publicado muchísimas «rayuelitas» por todos lados,
consciente o inconscientemente, utilizado los procedimientos de intercalación
de citas, de obra abierta dentro de la línea de Rayuela, personajes
rayuelescos y todo eso es bastante mediocre, en general. Pero en cambio
dio otro tipo de influencia, una especie de liberación de prejuicios,
de tabúes, ya en el plano del lenguaje. Adán Buenosayres de
Marechal había sido ya un gran liberador en el plano de nuestro lenguaje
argentino. Yo creo que Rayuela ha contribuido mucho también.
Hacer que la gente se quite la corbata para escribir."
De Cortázar por Cortázar, entrevista realizada por Evelyn Picon
Garfield |
JC:...cuando me puse a escribir Rayuela había acumulado varios
años de Oliveira, de las meditaciones de Oliveira, de haber enfocado la
realidad como Oliveira la enfoca. Eso se va explicitando después a lo
largo del libro, pero ya estaba en mí cuando empecé a escribirlo. Vos
sabés que las intuiciones de Oliveira -para decirlo de una manera sintética
y pobre- son que estamos metidos en un camino que nos lleva derechito
a la bomba atómica, a la liquidación final. Y eso, sencillamente, porque
en algún momento de la evolución histórica hubo una bifurcación mal hecha,
algo que salió mal, y que nos estamos yendo al diablo por ese camino en
vez de haber seguido el bueno.
Oliveira no sabe, no tiene la menor idea de cuál es el bueno,
él no tiene ninguna idea positiva acerca de nada, para él todo es negativo,
es un mediocre, no tiene ningún talento especial. Y entonces él vuelca
todo su odio en esa evolución de lo que se llama la civilización judeocristiana.
Él intuye que al principio hubo otras posibilidades y que el hombre eligió
esa, la posibilidad judeocristiana, y que le falló. Él al menos siente
que le ha fallado.
(...) Entonces, en la medida en que él puede hacerlo (y sabe
que es muy poco) Oliveira quisiera luchar contra eso. No es Oliveira sino
yo quien, al escribir el libro, estoy tratando de dar algunas nuevas posibilidades
para por lo menos hacer una revisión a fondo del pasado y arrancar tal
vez en otra dirección, con otros criterios. Pero ahí es donde a Oliveira
se le plantean desde el comienzo problemas de lenguaje.
Y tiene razón, es una cosa obvia: ¿cómo vas a hablar en contra
de la civilización judeocristiana utilizando todos los moldes semánticos
que ella te regala, utilizando toda la tradición mental que ella te regala?
Hay que empezar un poco por destruir eso que a su manera buscaron los
surrealistas. Hay que empezar por destruir los moldes, los lugares comunes,
los prejuicios mentales. Hay que acabar con todo eso y tal vez así, desde
cero, se pueda atisbar lo que él llama "el Kibbutz del Deseo", ¿no?
La unidad, el encuentro en algo, todo eso es muy humoso,
es muy vago, porque Oliveira no es filósofo (porque yo no soy un filósofo).
Entonces, su metafísica es una metafísica muy simple, pero tiene una simplicidad
peligrosa, una simplicidad que ha hecho que Rayuela -como libro-
le haya movido el piso a dos generaciones de jóvenes. Porque no da nunca
respuestas pero en cambio tiene un gran repertorio de preguntas. Esas
preguntas tendientes a que uno diga: ¿pero cómo es que podemos aceptar
esto?, ¿cómo es que yo sigo aceptando esto que me imponen desde atrás,
desde el pasado? En el fondo, esa es la actitud de Rayuela.
(...) En realidad, Rayuela es un libro cuya escritura
no respondió a ningún plan. Es un libro que ha sido decorticado por los
críticos -la primera parte, la segunda parte, la tercera parte, los capítulos
prescindibles- y analizado con extremo cuidado, pero todo eso con estructuras
finales. Sólo cuando tuve todos los papeles de Rayuela encima de
una mesa, toda esa enorme cantidad de capítulos y fragmentos, sentí la
necesidad de ponerle un orden relativo. Pero ese orden no estuvo nunca
en mí antes y durante la ejecución de Rayuela.
(...) Lo que a mí me sigue interesando -porque me estoy olvidando
un poco de cómo era yo en el momento en que escribí el libro- es tratar
de situar, de fijar los núcleos, los elementos, los impulsos que determinaron
que eso se pusiera en marcha. Rayuela no es de ninguna manera el
libro de un escritor que planea una novela (aunque sea vagamente), se
sienta ante su máquina y empieza a escribirla. No, no es eso. Rayuela
es una especie de punto central sobre el cual se fueron adhiriendo, sumando,
pegando, acumulando, contornos de cosas heterogéneas que respondían a
mi experiencia en esa época en París, cuando empecé a ocuparme ya a fondo
del libro.
Yo mismo no tenía, ni tuve nunca, una idea muy precisa de
cuál era el nivel, la importancia, de esos elementos que se iban agregando.
Escribía largos pasajes de Rayuela sin tener la menor idea de dónde
se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo. Fue una especie de inventar
en el mismo momento de escribir, sin adelantarme nunca a lo que yo podía
ver en ese momento.
(...) no hubo nunca un plan, ningún plan establecido. Y entonces,
el hecho de que no hubiera ningún plan produjo cosas verdaderamente aberrantes
pero que para mí, en el fondo, fueron maravillosas, porque fueron un poco
mi recuerdo de un mundo surrealista en el que hay azares diferentes de
las leyes habituales y donde el poeta y el escritor aceptan principios
que no son las principios cotidianos.(...)
... un día de verano, de un calor espantoso (creo que era
en Buenos Aires) vi unos personajes que estaban entregados a una serie
de acciones a cual más absurda. Estaban en dos ventanas, separadas por
muy poco espacio pero con cuatro pisos abajo y trataban de pasarse un
paquete de yerba y unos clavos. Yo empecé a escribir muy en detalle todas
las ideas que se les ocurrían para tender un tablón y pasar por él de
una ventana a la otra y de esa manera alcanzarse la yerba y los clavos.
Los personajes estaban curiosamente muy definidos y el personaje principal
de eso que yo pensé que iba a desembocar en un cuento, se llamaba sin
ninguna vacilación Horacio Oliveira y era alguien de quien yo tenía la
impresión de conocer desde muy adentro. Los otros dos personajes, Talita
y Traveler, también me resultaban dos personajes porteños sumamente conocidos
imaginariamente, porque estaban totalmente inventados.
Escribí ese capítulo, que llegó a su final (tiene como cuarenta
páginas) y me di cuenta de que eso no era un cuento. Pero, ¿qué era entonces?
Era un poco el pedazo, digamos una especie de cucharada de miel a la cual
iban a venir a pegarse moscas y abejas después. Porque apenas escribí
ese capítulo, agregué un segundo que continuaba un poco la acción y que
era un capítulo muy erótico. Y cuando escribí ese segundo capítulo me
detuve y ahí sí, con toda claridad, vi que yo estaba haciendo suceder
una acción en Buenos Aires pero que el personaje que estaba viviendo esos
episodios era un tipo que tenía un pasado en París. Y comprendí que no
podía seguir escribiendo el libro así. Que a esos dos capítulos tenía
que dejarlos de lado y volverme hacia atrás, ir a buscar a Oliveira, ir
a buscarlo a París.
(...) otros elementos se fueron agregando, se fueron pegoteando
a esa parte inicial. Porque yo tenía en los cajones, encima de las mesas
y demás, en París, montones de papelitos y libretitas donde, sobre todo
en los cafés, había ido anotando cosas, impresiones. En la mayoría de
los casos son los capítulos cortos que inician el libro, el capítulo sobre
la rue de la Huchette, esa serie de capítulos que son como acuarelas de
París.
Ya Oliveira se mueve, hay un hilo conductor, hay un personaje
que se mueve, que anda buscando. Entonces aparece el personaje de La Maga
y se crea una acción de tipo dramático que hace que toda esa descripción
de París se ponga un poco al servicio de una acción novelesca. En París
avancé, juntando todos esos papelitos y movido por lo que había en esos
papeles que jamás habían sido escritos con intención de ser una novela.
Te repito que los escribí en cafés diferentes, en épocas diferentes. Entre
un papelito y otro podía haber cinco o seis años, los primeros empecé
a escribirlos en 1951, cuando llegué a París.
Así, sumando todo eso y empezando a inventar, empezando a
ver a los personajes que se van aglutinando, que van tomando una fisonomía
precisa -La Maga, Oliveira, los miembros del Club de la Serpiente- ya
entré en un camino que de golpe, para mí, fue novela. Me acuerdo siempre
-de eso sí me acuerdo muy bien- de la sensación de alegría que me dio,
porque hasta ese momento yo había estado chapoteando en el vacío.
Había esos dos capítulos, totalmente inconexos, escritos
en Buenos Aires, que correspondían al futuro de lo que yo no había hecho
todavía. O sea que había comenzado en el futuro, me había vuelto al pasado
y ahora, de golpe, me sentía en el presente. Porque asimilé todo lo que
tenía en esos años previos y cuando empecé a escribir lo que yo sentía
-que era una novela- estaba ya instalado en el presente. Y moviéndome
en ese presente llegué de vuelta, después de muchísimos capítulos el personaje
volvió a Buenos Aires y enlazó con toda naturalidad con el capítulo
del tablón.
Fue en ese momento (...) que suprimí el segundo capítulo
que había escrito al comienzo. Lo suprimí porque me di cuenta de que duplicaba
otro capítulo del libro y entonces no tenía sentido poner los dos. Es
muy curioso, hay una especie de primera etapa, uno de cuyos elementos,
cuando la pirámide está más o menos avanzada -o el arco gótico- yo lo
retiro. Y sin embargo había sido un poco el basamento, el comienzo de
la cosa. Bueno, eso es, muy groseramente dicho, el mecanismo formal de
Rayuela
(...) cuando terminé el libro y tuve aquella idea que al
principio me pareció absurda y después de golpe me pareció no absurda
sino absolutamente necesaria -la de proponer una doble lectura- eso, responde
un poco (después de lo que te acabo de decir) y yo diría responde un mucho,
a la forma desordenada, ucrónica o fuera del tiempo normal con que yo
escribí el libro. Ese salir del futuro para regresar al pasado y aproximarme
al presente, todo eso le daba al libro una plasticidad que a mí me pareció
que no era lógico hacerla desaparecer, aplastar el libro y ponerlo como
en cualquier novela habitual en un desarrollo lineal.
Empezar por un momento y terminar por el otro extremo. No.
Me pareció que esa podía ser una opción y es la primera manera de lectura.
Pero también me pareció que había una segunda opción en la cual el lector
podía saltar de capítulos que estaban muy adelantados a capítulos que
estaban muy atrasados.
(...) en el libro visto como objeto, se simbolizan las nociones
de tiempo, porque los capítulos que están más delante evocan inevitablemente
el futuro en relación con los capítulos que están más atrás. No es exactamente
eso, es una cosa simbólica, pero hace que el lector se encuentre con un
libro que se le mueve un poco en la mano. Es un libro que continuamente
lo está incitando en el sentido de quebrar las nociones habituales de
tiempo y de espacio.
(...) el balance que yo hago después de veinte años de haber
escrito el libro y veinte años de leer críticas y recibir correspondencia
de lectores y charlas con lectores, es que la morfología que le di finalmente
a Rayuela fue aceptada sin ningún inconveniente. Es decir, por
un lado la doble posibilidad de lectura y en segundo lugar la evidente
recomendación que yo le hago al lector de que lo lea de la segunda manera,
porque ahí es donde lo va a leer entero. Si lo lee de la primera, pierde
mucho. Todo eso que al principio escandalizó y que se tradujo en unas
críticas altamente estúpidas en ese plano -porque todo eso parecía hecho
para épater- fue simplemente aceptado por los lectores, que son
siempre los mejores jueces. Y se llegó a la locura surrealista, de la
que estoy bien orgulloso (por ahí tengo cartas) de gente que me ha dicho
que se había equivocado al saltar los capítulos y que entonces leyeron
Rayuela de una tercera manera.
Otros me dijeron que no habían querido seguir ni la primera
ni la segunda, y con procedimientos a veces un poco mágicos -tirando dados,
por ejemplo, o sacando números de un sombrero- habían leído el libro en
un orden totalmente distinto. Y a todos ellos el libro les había llegado
de alguna manera.
(...) Yo creo que la adhesión apasionada que tuvo el libro,
sobre todo entre los lectores jóvenes, y que sigue teniendo ahora, después
de tantas ediciones y de tantas traducciones, no se debe solamente a lo
formal. Cada vez que voy a España, por ejemplo, los lectores jóvenes que
me rodean, que me encuentran, me hablan mucho de mis diversos libros,
de sus preferencias. Pero Rayuela es finalmente el centro, toda
conversación termina finalmente en Rayuela. Porque todavía siguen
sintiendo algunos misterios que quisieran aclarar, que yo les expliqué.
Ese tipo de cosas.
(...) hay una serie de factores que determinaron que Rayuela
fuera vista no como una novela, sino como una especie de laboratorio mental,
en donde el lector joven se iba encontrando poco a poco con distintos
problemas que, bruscamente, él se daba cuenta de que eran los suyos, pero
que él no los había formulado nunca. Entonces, donde yo me hubiera equivocado
es tratando de dar soluciones. Yo mismo era incapaz de dar soluciones.
(...) Rayuela es un libro cuyo personaje es un hombre
que no es ninguna luminaria mental, ni mucho menos, y que busca desesperadamente
cosas, sin saber cuáles son verdaderamente. Él las va designando con nombres
como el "kibbutz del deseo", o el "Centro" -ese Centro que vuelve- y busca
sobre todo los parámetros de la sociedad judeocristiana. Es el antiaristotélico
por excelencia. Y eso, naturalmente, también tocó mucho a los jóvenes.
Porque los jóvenes terminan siendo aristotélicos porque la sociedad los
mete en esa línea. (La sociedad no tiene otro remedio que hacerlo, por
lo demás.) Pero instintivamente, el lector joven es un hombre muy poroso
que trata naturalmente de evadir y de negar todas las certidumbres que
le quieren imponer por tradición, por costumbre, por religión, por filosofía,
por lo que sea.
(...) la crítica más lúcida acerca de Rayuela, (...)
ha hecho hincapié en que un libro que no dice una sola palabra de política,
que no se ocupa para nada de la geopolítica, contiene al mismo tiempo
una serie de elementos explosivos que hay que considerar como revolucionarios.
Yo tengo que decir que no tuve la menor idea de todo eso
mientras escribía el libro. Para mí ese libro no era revolucionario ni
no revolucionario, porque las revoluciones me eran totalmente ajenas en
ese momento.
(...) además de lo que ya hemos dicho -todas las novedades,
la diferente manera de presentar una cierta realidad a los lectores- Rayuela
muestra algunas obsesiones del personaje Oliveira que se van reflejando
en las conversaciones, en las meditaciones, incluso en los sucesos. Una
de las cosas que creo que también interesó mucho a los lectores es el
hecho de que Rayuela es un libro que se presenta un poco como contranovela,
aunque la expresión no la inventé yo. Que se presenta como una tentativa
para empezar desde cero en materia de idioma. Sí, claro, yo me serví del
idioma como cualquier escritor, pero hay una búsqueda desesperada para
eliminar los tópicos, todo lo que nos quedaba todavía de mala herencia
finisecular, hay una serie de continuas referencias a la podredumbre de
los adjetivos. Es una especie de tentativa de limpieza general del idioma
antes de poder volver a utilizarlo. Y claro, eso viene también del punto
de vista metafísico de Oliveira, que sostiene que si de lo que se trata
es de echar abajo una civilización que nos está llevando como único camino
posible a la bomba atómica (en ese momento se usaba ese lenguaje, era
el momento de la sicosis de la guerra nuclear), si la civilización judeocristiana
se llevó a cabo para hacernos terminar en la bomba atómica, no sirve,
hay que crear otra cosa. Hay que tratar de buscar en qué momento el camino
del hombre bifurcó por la senda equivocada, cuando en realidad había opciones
mejores. Porque el libro es optimista como yo. Yo creo en el hombre, el
hombre va a sobrevivir a todos los avatares.
Pero entonces Oliveira agrega, y ahí creo que tiene razón
(Morelli también lo dice muchas veces), que es absurdo pretender cambiar
cualquier forma de la realidad si seguimos utilizando las herramientas
podridas y gastadas y mentirosas de un idioma que viene cargado de toda
la negatividad del pasado. El idioma está ahí, pero hay que limpiarlo,
hay que revisarlo, sobre todo hay que tenerle-mucha desconfianza. Y Rayuela
fue escrito así. La verdad es que es muy posible que si nos pusiéramos
a buscar vos y yo, encontraríamos con frecuencia lugares comunes, pleonasmos,
repeticiones inútiles; pero no creo que haya tantas, porque si en alguna
cosa me encarnicé (porque ahí yo era Oliveira) fue en cambiar el medio
verbal que pretendía abrirse paso en cosas nuevas.
(...) yo no fui el primero en darme cuenta de que el tema
del doble circulaba mucho en mis cuentos y después aparecía en Rayuela.
Y ha seguido apareciendo. Incluso en Deshoras hay un cuento con
el tema del doble. Es muy misterioso para mí porque yo escribí todos esos
cuentos y Rayuela sin jamás plantearme racionalmente la cuestión
del doble. En Rayuela lo descubrí al final. Porque al comienzo,
cuando escribí esos primeros capítulos donde están Talita y Traveler y
Oliveira (La Maga no está, ella ya se ha ido), concretamente el capítulo
del tablón, yo lo veía muy diferente. Talita y Traveler eran amigos de
Oliveira. De ninguna manera había una relación de doble entre Traveler
y Oliveira. Pero cuando escribí toda la primera parte y volví a Buenos
Aires y empalmé con el capítulo del tablón y entré en la última etapa
de Oliveira -que lo lleva al manicomio- ahí surgió, muy claramente, la
noción del doble. La noche del descenso a la morgue, en que Oliveira le
llama Maga a Talita. Y luego el hecho de que usa la palabra doppelgänger
para dirigirse a Traveler.
A mí, la inteligencia no me sirve para nada para comprender
por qué el doble es un elemento frecuente y recurrente en mis cosas.
(...) De lo que no estoy seguro es de que Buenos Aires tenga
un valor especial en la búsqueda de Oliveira, porque como vos decís, a
él lo expulsan, él tiene que llegar ahí porque no tiene otro lado adonde
ir. Si hubiera desembarcado en Australia hubiera seguido buscando, en
cualquier lugar donde hubiera estado. Él está condenado a eso, a una búsqueda
sin encuentro prometido ni definido, ni definitivo: En el fondo eso también
es un aspecto que toca muy de cerca a los lectores, como me tocó a mí
al escribirlo. Que quizá Oliveira resume un poco el devenir de la raza
humana, porque es evidente que a lo largo de la historia uno siente que
el hombre es un animal que está buscando un camino; lo encuentra, no lo
encuentra, lo pierde o lo confunde, pero desde luego no se queda en el
mismo sitio. De una generación a otra -aunque no cambie de lugar- cambia
de clima mental, de clima moral, de clima intelectual. Está siempre buscando
algo, un algo que cuando se trata de definirlo se escurre en términos
abstractos. Hay quien dice que lo que el hombre busca es la felicidad.
Pero la felicidad es un término al que no se llega cuando uno trata de
definirlo en ese plano. Otro te dirá que busca la justicia y otro te dirá
que la tranquilidad. La búsqueda existe, pero no está definida. En el
caso de Oliveira está relativamente definida con la noción de Centro,
porque lo que él llama Centro sería ese momento en que el ser humano,
individual o colectivo, puede encontrarse en una situación en la que está
en condiciones de reinventar la realidad.
Porque la realidad, para Oliveira, no es sólo la Divina;
la divinidad no existe para Oliveira. La realidad es una invención humana.
Entonces, ¿qué es ese Centro, ese refugio? El Centro es el resultado de
la eliminación de todo lo que se va rechazando. Y en realidad Rayuela
es una acumulación de rechazos. Oliveira va destrozando todo a su paso.
Tira todo: mujeres, cosas, tiempo, ciudades. Porque después de haber liquidado
todo lo que él quería liquidar, hay la esperanza de volver a inventar
la realidad.
OP: Hay un capítulo terrible en Rayuela, ese capítulo
en que asistimos a la ruptura entre Oliveira y La Maga, en el que se dan
todos esos elementos que acabás de mencionar. Pero donde todo está dicho
con la deliberada intención de no utilizar el lenguaje corriente con el
que en una novela clásica se habría narrado esa ruptura. Allí Oliveira
y La Maga hablan de todo menos de separación. Y sin embargo, la inevitabilidad
de la separación se impone al lector menos avisado.
JC: Absolutamente. Incluso se toman el pelo, alguno de ellos
dice "hablamos como águilas". Pero en ese diálogo hay también -aunque
por supuesto mucho más en el episodio de la pianista- ese otro Centro
que busca Oliveira, y que sería el Centro donde todas las emociones, donde
la piedad, el cariño, donde el ser acogido por otra persona, con un sentido
muy amplio, son nostalgias que él tiene y que no se le dan nunca. Y eso
creo yo que completa un poco más al personaje y hace que sea tan entrañable
para los lectores. Ese no querer quedarse en un aprendizaje de filósofo.
Porque Oliveira no es más que un aprendiz de filósofo.
OP: Hay otro capítulo en el que manifiesta también ese pudor
enfermizo que tenemos los rioplatenses (y que en el fondo está muy bien
expresado en ciertos tangos), ese no querer mostrar las cartas de los
sentimientos: es el capítulo de la muerte de Bebé Rocamadour.
JC: Ah, sí. Ese es un capítulo particularmente cruel y que
me fue muy difícil, muy penoso. Hay algunos textos de los que me acuerdo,
me veo a mí mismo escribiéndolos, y son siempre textos en los que yo he
sufrido al escribirlos. Como ese, varios pasajes de "El perseguidor" y
ese cuento que se llama "La señorita Cora".
De "Rayuela: la invención desaforada",
entrevista realizada por Omar Prego Gadea; La fascinación de las palabras,
Buenos Aires, Alfaguara, 1997
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