Entrevista por Osvaldo Soriano
Entrevista realizada
por Osvaldo Soriano en París en 1983.
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-En el último relato "Diario para un cuento", de
tu último libro, Deshoras, hay un conmovedor homenaje a Adolfo
Bioy Casares. ¿Cuál ha sido tu relación con él?
-Yo me había encontrado fugazmente con él en Buenos Aires,
pero en aquella época, en 1947, yo no había publicado todavía Bestiario.
Años más tarde él vino a París, y como era amigo de Aurora Bernárdez,
la llamó y le dijo que tenía ganas de vernos. En ese momento ya me
había leído, claro. Entonces vino a casa y me hizo unas fotos, porque
Bioy es muy buen fotógrafo. Después, cuando yo fui a Buenos Aires,
Marcelo Pichón Rivière, que es amigo suyo, me dijo que Bioy quería
verme. Fuimos a su casa y pasamos una hermosa noche en la que hablamos
de vampiros todo el tiempo.
-Curiosamente Bioy es un escritor del que no se habla
mucho en la Argentina.
-Sí, y eso es lo que yo admiro en él. Se ha negado a
toda promoción de tipo publicitario. Incluso cuando aquí en Francia
se elogia mucho La invención de Morel porque lo ven como una
especie de modelo de relato fantástico, sé que Bioy no se entusiasma,
no le gusta que hablen de él. Es un hombre muy secreto.
-"Diario para un cuento", es, me parece, absolutamente
autobiográfico. ¿Cuál es la parte de ficción en ese texto?
-Yo diría que lo autobiográfico se injerta en un texto
que luego es pura invención.
-Pero, ¿vos no fuiste traductor público?
-Sí, yo fui traductor público nacional y lo más interesante
del cuento es la parte autobiográfica porque tal como lo cuento en
el Diario, entre la clientela que me dejó mi socio cuando se
marchó de la oficina que teníamos en San Martín y Corrientes, me encontré
con cuatro o cinco clientas que eran prostitutas del puerto a quienes
él les traducía y escribía cartas en inglés y en francés. Entonces
yo me encontré con ese problema. Recuerdo que él les cobraba cinco
pesos, más por la forma que por el trabajo. Entonces, cuando yo heredé
eso, me pareció cruel decirles que porque yo era el nuevo traductor
no iba a hacer ese trabajo. Por otra parte era una experiencia psicológica
interesante y durante un año les traduje cartas de los marineros que
les escribían desde otros puertos. Fue entonces cuando me enteré de
un crimen. Por supuesto que no sucedió como yo lo cuento en Diario,
pero en un cambio de cartas había referencias a un veneno y a la eliminación
de una mujer que molestaba a alguien.
-Pero el cuento tardó más de treinta años en tomar cuerpo,
y eso me llama la atención, porque parece un tema cantado para vos.
¿Por qué tardaste tanto en escribirlo?
-Tal vez la explicación está en el mismo cuento. Habría
que analizarlo más profundamente, porque vos ves que mi problema ahí
es que yo no logro nunca atrapar al personaje de Anabel como hubiera
querido y a lo largo del cuento es ella la que me va atrapando a mí.
Se me ve más a mí y con una visión muy negativa... Yo pensé mucho
en aquel episodio: en esas dos noches en las que uno hace el recuento
de su vida y surge la asociación de ideas, he pensado mucho en eso;
sin embargo nunca fue una incitación a escribir un cuento. Creo que
yo estaba bloqueado desde el comienzo con ese tema.
-Es decir que cuando comenzaste a escribir no tenías
todavía el cuento armado.
-No. Allí no hay ningún montaje, la primera palabra fue
escrita antes de la última, sin ningún tipo de artificio. Reflexionando
me decía: "Me gustaría contar esto, ¿pero cómo hacerlo?" y tenía un
problema técnico de ésos que a veces se plantean y entonces, de golpe,
me dije "a lo mejor lo que conviene hacer es empezar escribiendo sobre
cómo no puedo escribir el cuento... un tipo me lleva un diario". De
allí la apelación a Bioy y todas las referencias marginales que van
saliendo. En esos días yo estaba leyendo un libro en Derrida que iluminaba
mi estado de ánimo en el momento de hablar de mi relación con Anabel.
Pero cuando llegué a la mitad del Diario más o menos, ahí me
di cuenta -y ésa es la pequeña trampa del escritor-, que ya estaba
escribiendo el cuento, que éste estaba contenido en el diario. Saltaba,
iba y venía, me salía del cuento y volvía a hablar de mí en París,
del tipo que escribe su diario, que ya está viejo. Entonces el cuento
siguió sin problemas hasta el final.
-La historia ocurre el último año de tu estadía en Buenos
Aires.
-No, un poquito antes. Esperá: yo me fui en el 51 y empecé
a trabajar desde el 48 en la oficina ésa... Sí, debe haber sucedido
en el 49 o 50 y ya pensaba en irme. Vos sabés que yo hice un primer
viaje exploratorio a Europa en el 49; me vine por tres meses como
turista: Estuve en París, en Italia y en Londres y volví a Buenos
Aires con una decisión prácticamente tomada, es decir quemar las naves,
ver si el gobierno francés me daba una beca, que en ese tiempo se
podían conseguir en la Argentina, y venirme para aquí. Gané una beca
de literatura que daba la Soborna, o el Ministerio de Educación, que
era muy pobre y no alcanzaba para vivir, pero me permitía instalarme
en la ciudad universitaria. Así estuve viviendo cinco meses en el
pabellón argentino hasta que no pude más de estar rodeado de compatriotas
que no hacía ningún esfuerzo por aprender una palabra de francés y
se pasaban el día llorando y tomando mate. Yo no sabía si me iba a
quedar del todo o no, pero decidí que esa no era una manera de vivir
en París y con la poca plata que tenía me conseguí una piecita en
la rue d´Alessia y me instalé ahí.
-Lo que me emocionó mucho en ese cuento es la visión
crítica, feroz a veces, para con el Cortázar de aquella época, incapaz
de entender lo que sucedía en la Argentina , sobre todo el fenómeno
peronista.
-Tenés mucha razón. Por eso estoy
contento de haber escrito este cuento, ya tan tarde en mi vida, porque
eso me ha dado un espacio de autocrítica con la lucidez con que creo
verme en ese cuento, digamos como me ve Anabel, y yo era incapaz de
verme en esa época, ni yo ni mi clase todo el medio que yo frecuentaba
y allí hay muchas referencias a eso. Aparece, por ejemplo, ese amigo
mío, ese abogado, el doctor Hardy, que es el mismo de "Las
puertas del cielo"; un tipo al que le gusta acercarse a los bajos
fondos, a las milongas y los bailes pero como un antropólogo, un burgués
que después vuelve a su casa a pegarse un baño y vivir su vida del
otro lado. Bueno, éramos todos un poco así, y lo éramos en el plano
político también. Es decir, mi incapacidad de captar a Anabel en ese
cuento, yo la extrapolaría ahora y te diría que era mi incapacidad
para captar el panorama político argentino. Esa es la conclusión final
que hay que sacar del cuento. Dicho esto, hay que agregar una cosa
importante: mientras yo escribía este cuento jamás se me cruzó por
la cabeza el asunto, es decir, nunca traté de simbolizar una cosa
con la otra.
-Tampoco es una reivindicación de lo que estaba pasando
en el país, del peronismo, con el que vos seguís siendo muy crítico.
-En absoluto. Además, buena parte de las críticas que
yo hacía al peronismo de ese momento las sigo haciendo hoy en 1983.
Pero en cambio hay muchas otras cosas sobre las que he cambiado de
opinión.
-Vos me dijiste una vez que ibas al Luna Park a ver boxeo
con un libro de Victor Hugo en el brazo.
-No sé si sería Víctor Hugo, porque en ese entonces Hugo
ya se me había quedado un poco atrás, pero habré estado llevando en
la mano uno de los autores que leíamos en la época, que podía ser
por ejemplo Rilke o Hölderlin, porque leíamos mucho a los poetas alemanes,
es decir, era el joven esteta y estetizante que termina de leer Rilke
y va a ver boxeo como otro espectáculo estético.
-Recuerdo que en "Casa tomada"
lo que más lamenta el personaje es que "del otro lado" se hayan quedado
sus libros franceses. Eso le importa más que los 15 mil pesos que
perdió.
-Tenés razón, son esas frases que uno escribe y son hasta
proféticas. Después, retrospectivamente te das cuenta de lo que contenían
esas frasecitas. Y es verdad; alguien me preguntó una vez cómo era
mi biblioteca de joven, la que yo dejé en Buenos Aires cuando me vine
a París. Esa biblioteca se componía, creo, de un sesenta por ciento
de literatura francesa en lengua original, un veinte o treinta por
ciento de literatura anglosajona, autores ingleses más que norteamericanos
y el resto España y Argentina, algo de Italia... pero no lo lamento:
creo que esa especie de cosmopolitismo cultural que tuve desde el
comienzo ha sido infinitamente útil. Una parte de aquel famoso diálogo
con José María Arguedas (y que no era una polémica entre él y yo ni
mucho menos) venía de eso, de que yo no podía aceptar el punto de
vista exclusivamente telúrico y localista que valía para Arguedas,
pero no para Julio Cortázar.
-Voy a hacer una digresión porque tengo ganas de saber,
si no te molesta, quién era Paco, "que gustaba de mis cuentos". A
él le dedicaste "Bestiario" y luego aparece en uno de tus relatos
posteriores.
-Está bien que me hagas esa pregunta porque puede haber
una confusión; hay dos Pacos. Uno, a quien yo le dediqué Las armas
secretas, es Paco Porrúa; el otro murió en el año 42 y fue mi
compañero de estudios. Hicimos los tres años de profesorado juntos.
Era un muchacho al que yo quise profundamente y con el que me entendía
muy bien. Formábamos un grupo de amigos muy pequeño y entre ellos
había uno que sigue siendo muy conocido en Argentina, que es Jorge
De'Urbano. Paco fue mi mejor amigo y murió de manera muy cruel, de
una enfermedad renal. Hay un cuento mío que se llama "Ahí, pero dónde,
cómo" y en él está Paco. Porque yo tengo eso, que a veces sueño con
Paco, que está en un plano dado en el que lo veo como en esa época...
Es lo que trato de decir en ese cuento, que es un balbuceo porque
eso no se puede decir con palabras. Es una experiencia demasiado vertiginosa.
-¿Qué fue de esos cuentos que le gustaban a Paco? ¿Publicaste
alguno?
-Hubo un cuento de toda la serie que sobrevivió, los
demás los destruí. Porque yo fui muy crítico en ese sentido, y me
negué a publicar hasta muy tarde. Mi primer libro sale en el año 51,
cuando me vengo a Europa y yo tenía en ese momento 36 años. Pero un
cuento quedó, que se llama "Bruja". Sobrevivió porque le había gustado
mucho a Arturo Cuadrado, que era un español exilado en la Argentina,
muy simpático, que tenía una editorial que se llamaba Nova
y dirigía la revista Cabalgata, donde yo hacía críticas de
libros. Arturo vio ese cuento y me lo pidió. Yo lo releí y pensé que
podría salvarse. Es un cuentito que está afuera de mis libros, pero
yo lo reivindico de todas esa serie que le gustaba a Paco. Y ahora
sé por qué le gustaban a Paco: tal vez fui un poco injusto en destruirlo,
aunque no hubiera podido salvarse, pero yo ya estaba en pleno terreno
fantástico y algunos -todavía me acuerdo del tema de los cuentos-
eran muy fuertes en materia fantástica y eso lo fascinaba a él.
-Tus primeros cuentos ya eran fantásticos?
-Sí, desde el comienzo. Hubo una novela, que también
destruí, y que no tenía nada de fantástica. Eran como seiscientas
páginas y la escribí para hacerme la mano. Unos años más tardes decidí
que no me gustaba y fue al fuego. Ahora me gustaría saber cómo escribía
en esa época...
-De dónde viene ese horror de "La
escuela de noche"?
-Es que, como te decía, no es solamente que la educación
fuera mala sino que también había una tentativa, sistemática o no
-al menos yo lo sentí así- de ir deformando las mentalidades de los
alumnos para encaminarlos a un terreno de conservadorismo, de nacionalismo,
de defensa de los valores patrios, en una palabra, fabricación de
pequeños fascistas, que es lo que cuenta "La escuela
de noche".
-¿Eso fue durante el gobierno de Uriburu?
-Yo estuve en la escuela entre 1.929 y 1.935, así que
estaba en primer año de magisterio cuando el golpe de Uriburu y salimos
todos a la calle a aplaudir la revolución; ¡la festejamos como la
liberación del país! Imaginate, en mi familia eran todos conservadores
y para nosotros Yrigoyen era una especie de crápula, así que Uriburu
aparecía como un libertador. Después vino el gobierno de Justo y en
la escuela normal se hacían tentativas a cargo de algunos profesores
para meternos en asociaciones y brigadas que acompañaran a Justo.
De modo que esa escuela fue para mi una tremenda estafa que me hizo
mucho daño.
-Podrías contarme algo de tus sueños, porque por lo que
sé son recurrentes y han abierto el camino a no pocos relatos. Además
tenés la suerte de poder retenerlos, atrapar las imágenes que luego
te van a servir.
-Los sueños son capitales en mi vida. Si hago la cuenta
de los que dieron origen a mis cuentos deben ser muchos. Empezando
por "Casa tomada", que fue una pesadilla
vivida y escribí el cuento la misma mañana después de haberla tenido.
Hay algunos sueños que puedo recordar nítidamente al despertar, otros
trato de atraparlos y se me van como una nube. Pero los más terribles
me marcan de tal manera que aun en este momento en que te estoy hablando
veo esa imagen que luego será Ciclón Molina en "Segundo Viaje"; estoy
viendo mi pesadilla como si hubiera estado ayer en la morgue viendo
un cadáver. También tengo sueños alegres, por supuesto, pero nunca
he escrito un cuento con ellos. O sueños anodinos o divertidos. Fijate,
yo tengo sueños en los que hago juegos de palabras, pero eso es deformación
profesional del escritor y cuando me despierto y me acuerdo del sueño
me río mucho porque descubro la clave. Algunos son muy tontos. Por
ejemplo, en una época en que yo sufría un problema afectivo, de separación,
tenía un osito de felpa que era un símbolo entre nosotros, y lo perdí;
se fue con ella, y yo me acordaba de ese juguete con cariño. Una noche
soñé con ese osito y alguien me decía que se llamaba Lemío,
nombre que jamás yo ni la mujer en cuestión, le habíamos dado. Cuando
me desperté, como ya sé analizar mis juegos de palabras, me di cuenta
de manera completamente estúpida, pues se trataba de la canción napolitana,
"O solo mio", "Oso-lemio"...
-¿La curiosidad no te llevó nunca a analizarte?
-No, nunca fui a un psicoanalista. Siempre me rehusé,
incluso en la Argentina en esa época en la que el país se dividía
-como creo que está hoy- en cincuenta por ciento de analistas y cincuenta
por cierto de analizados. No, era una especie de análisis barato que
yo hacía por mi cuenta. Además me leí todas las obras de Freud y las
técnicas que él cuenta para analizar los sueños me ayudaron a descifrar
no sólo los míos, sino también mis actos fallidos. Por ejemplo, cuando
me olvido de una palabra, o un nombre. Eso no es gratuito y es muy
interesante hacer el trabajo con uno mismo. Yo he descubierto así
cosas muy curiosas. Si la entrevista no se te hace muy larga te lo
cuento. Yo de muchacho, tenía una memoria extraordinaria, que he perdido.
Por ejemplo, cuando iba al cine, durante muchos años me acordaba de
los nombres de los actores y las actrices, pero también me acordaba
de los nombres que tenían los personajes. Entonces, cuando se me bloqueaba
un nombre, yo me daba cuenta de que ahí algo no andaba. Un día veo
una película con una actriz que tenía cierta fama en la época, que
se llamaba Wendy Barrie. Bueno, vuelvo a casa y a la noche me doy
cuenta de que no me acuerdo del nombre de la actriz. Me dormí sin
recordarlo y a la mañana siguiente empecé a buscar, a repasar el nombre
de los otros actores, me empecinaba, me dejaba llevar, hasta que al
fin salió: Wendy Barrie. Pero ésa era sólo la primera etapa. La segunda
es por qué lo olvidé. ¿Por qué? Mirá si no son sutiles los sueños:
lo olvidé porque yo me acababa de pelear con una muchacha que me había
dicho "lo que pasa es que vos no querés llegar a ser adulto, vos querés
ser Peter Pan. ¿Te acordás de Peter Pan, el niño que no quería
crecer? Ella lo usó como símbolo. Y ahí está la explicación: en la
segunda parte: en la segunda parte, Peter Pan se llama Wendy
y el autor de Peter Pan es Sir James Barrie; ya ves,
Wendy Barrie. ¡Estaba todo ahí!
-¿Qué te parece si pasamos a la política? Todos conocen
tu compromiso con las revoluciones latinoamericanas, con Cuba y especialmente
con Nicaragua. Más que un observador vos has querido ser protagonista
de esas revoluciones.
-Sí, en la medida que puedo soy un partícipe intelectual
con la única arma que tengo, que es mi capacidad de escritura, para
darle a la revolución esos elementos de información por un lado y
de comunicación hacia el exterior por el otro, que tanta falta hace
frente a las distorsiones, mentiras y calumnias. En este momento me
interesa de manera especial la revolución nicaragüense porque la cubana
ya es mayor de edad, ya es grandecita y sigue su camino, aunque en
la medida de mis posibilidades sigo colaborando. En
el caso de Nicaragua se trata de una revolución niña y que está muy
amenazada. Como sabés, mi participación es apasionada y yo te diría
incluso dramática, porque tengo plena conciencia del peligro y la
fragilidad que hay en esa tentativa tan rodeada de enemigos.
-Pero en estos años supongo que habrás sufrido quizá
algunas decepciones, que habrás mirado de manera crítica lo que pasó
en Cuba por ejemplo. ¿Creés que Nicaragua está al amparo de los errores
cubanos?
-Claro que tuve muchas decepciones. Y los errores son
tan repetibles como los aciertos en este campo, de manera que hay
que estar muy vigilante. Yo cuento con una gran experiencia en lo
que toca a la revolución cubana y eso me permite muchas veces en Nicaragua,
cuando me parece observar detalles criticables, adelantarme a señalarlos.
En eso tengo la ventaja, con respecto a Cuba, de estar muy cerca de
la mayoría de los dirigentes de Nicaragua, que me tienen confianza
y afecto porque saben que mi solidaridad es total. Una solidaridad
crítica, claro, de manera que cuando yo tengo una charla con Ernesto
Cardenal, o con Miguel De'Escoto o con Tomás Borge, o Daniel Ortega
o Sergio Ramírez, con mucha frecuencia surgen temas y cuestiones en
los que tengo que decir las cosas que no me parecen bien y a ellos
les toca escuchar o no esas palabras. Hasta ahora sé que las escuchan
porque son sensibles y se dan cuenta de que están luchando con una
enorme desventaja en muchos planos y que sólo a fuerza de intensidad
mental se va a poder salir adelante. El problema en Nicaragua es que
no hay un minuto que perder. Por ejemplo, me dio una gran alegría
leer hace pocos días que Tomás Borge, que es ministro del Interior,
reconoce que cometieron errores considerables con los indios miskitos
por no haber hecho un trabajo preparatorio de conocimiento étnico
de su mentalidad. La ingenuidad revolucionaria, que es tan frecuente
es nuestros países -y es bueno que sea así-, le da al hombre una hermosa
seguridad. Siente que tiene la verdad en la mano y la quiere comunicar.
Lo que pasa es que la comunicación no siempre es fácil cuando se hace
en contextos azarosos y difíciles. Entonces los nicaragüenses saben
ahora que fue una tontería que al otro día de la revolución se fueran
a buscar a los miskitos diciéndoles: "hermanos, ahora ustedes son
libres y esto es el sandinismo", y no intentaron previamente documentarse
sobre la mentalidad de los miskitos que les siguen llamando "españoles"
a los nicaragüenses del Pacífico. Eso yo lo observé y siempre que
pude hice las críticas, como lo he hecho en el plano de la educación
y de las artes, por ejemplo. Además, llevo adelante un combate en
Cuba y en Nicaragua contra el machismo latinoamericano que le hace
un mal tremendo a cualquier revolución en América latina . Y como
sucede en esa clase de actitudes, los machistas no se dan cuenta de
que son machistas y cuentan muchas veces con la decidida colaboración
de las mujeres. Bueno, aprovechando la infancia de la revolución nicaragüense,
y la experiencia previa de Cuba, que cometió tantos errores (aunque
ahora está trabajando en el buen sentido), a mí me parece que es mi
deber, y el de todos los que vean las cosas así, llevarlos a reflexionar
sobre el problema de ese machismo tradicional, que es conservador
y no tiene nada de revolucionario.
-En cuanto a las cuestiones de las libertades, ¿cuál
es tu opinión? Porque el problema es serio en Cuba y ahora empieza
a criticarse en Nicaragua en el sentido de que habría una restricción
de las libertades públicas.
-Doy un paso atrás y te diré que el problema viene en
este momento en Nicaragua del hecho, que a mí me conmueve, de que
el sandinismo triunfante manifestó de entrada su voluntad de mantener
un pluralismo político y una economía mixta donde la actividad privada
pudiera seguir desarrollándose, ya sea por razones de vocación, de
temperamento o de conveniencia. La gente elige una manera u otra de
participar en la economía del país. Hubiera sido fácil, cuando tomaron
el poder, eliminar para siempre la noción de pluralismo político;
sin embargo los sandinistas dijeron y siguen proclamándolo, que respetarán
la economía mixta y el pluralismo político. Aprovechando esas garantías,
una gran cantidad de gente está hoy favoreciendo la ofensiva exterior
contra la revolución. Porque no son sandinistas o porque no están
identificados con la revolución, utilizan todos los procedimientos
para ponerle trabas al proceso partiendo del principio de que, según
ellos, el sandinismo desemboca inevitablemente en el marxismo. Eso
está lejos de estar probado, pero es un campo de reflexión que ellos
defiende y automáticamente se colocan en una posición liberal que
los alía sistemáticamente con los intereses norteamericanos.
-¿Vos creés que el sandinismo es, en realidad, una revolución?
-Yo me he planteado la cuestión muchas veces en Nicaragua.
Una revolución es la situación total, dentro de la historia, del capitalismo
por el socialismo, sin grados intermedios. Lo que yo veo en el sandinismo,
en cambio, es un movimiento de liberación. El país fue liberado de
Somoza, pero de allí a pasar a la noción de revolución total hay un
paso que el sandinismo no quiso dar, y yo creo que hizo muy bien porque
si lo hubiera hecho el primer día tal vez ya no hubiera Nicaragua.
Ahora bien, la noción de revolución, no es estática ni responde a
un molde. Los procesos tienen que ser completamente distintos según
la constitución social de cada país. El proceso boliviano, por ejemplo,
no puede ser como el cubano, ni éste como el nicaragüense. Eso es
lo que la gente se obstina en no querer ver: en nuestros países no
se pueden quemar etapas, no se pueden modificar las estructuras a
fondo si las estructuras no están dadas.
-¿Tenés información sobre ayuda de la dictadura militar
argentina después de la guerra de Malvinas, a los contrarrevolucionarios
que operan desde Honduras?
-Mis fuentes son nicaragüenses. Allí se supo, antes de
la guerra de las Malvinas , que había unos cincuenta militares argentinos
adiestrando a los contrarrevolucionarios somocistas. Cuando la guerra
de las Malvinas, se dijo allí que los argentinos habían retirado a
los asesores, pero en Nicaragua se dice ahora que los asesores, si
no los mismos, quizá otros, están de vuelta. Además está el caso de
ese barco, el Río Calingasta , que ha llevado armas a Honduras pocos
meses después de la definición de Nicaragua en favor de la Argentina
por las Malvinas.
-Cuando en Deshoras te hice la observación de
que de los ocho cuentos, seis ocurren en la Argentina, uno no tiene
un lugar físico identificable y no hay ninguno que pase en Francia.
¿No te sugiere nada eso?
-No, pero ahora que me lo decís y que el libro se ha
publicado, supongo que eso responde a impulsos inconscientes muy fuertes,
porque no puede ser gratuito que yo haya escrito en estos últimos
dos años esta serie de cuentos de los cuales hay tantos que están
centrados en la Argentina. Vos sabés que a mí nadie me saca de la
Argentina: mi cuerpo se habrá ido de allá por razones equis que se
podrían discutir y analizar, pero yo no me fui nunca de la Argentina.
Ese es un detalle que a veces la gente no ve lo suficiente. Treinta
y tres años en Europa, en un país con el que estoy identificado y
en el que me siento muy bien, y sin embargo he seguido escribiendo
en español, en español latinoamericano, y en un español muy argentino
cada vez que el tema lo permite. Si eso no es una prueba de que yo
no me he ido de la Argentina, quisiera que me den una prueba mejor.
Ahora bien, yo siempre dije que soy continentalista, y me siento bien
en cualquier país latinoamericano donde me permitan estar, porque
no tengo esa noción, tan criticable, de nacionalismo, de argentinismo,
de cubanismo, o lo que sea, que a mí me parece detestable porque es
la fuente de nuestras peores desgracias, de nuestra balcanización,
de nuestra colonización económica y en gran medida cultural por los
Estados Unidos. Nos han dividido para reinar. América latina tiene
una fuerza en la que no siempre se piensa, que es la lengua común,
esa cosa maravillosa de que más de veinte países hablen el español.
-Está por aparecer en España y Francia tu último libro
escrito en colaboración con tu mujer, Carol Dunlop, poco antes de
su muerte.[1] ¿Querés hablarme de ese libro?
-Es un libro que hicimos en el curso de un viaje por
la autopista del sur, entre París y Marsella. Una loca aventura que
consistió en que Carol y yo, utilizando un camioncito que era como
una casa, hiciéramos un viaje en el que no podíamos abandonar nunca
la autopista. Establecimos una regla de juego que no nos permitía
detenernos en más de dos descansos por día. En los primeros capítulos
del libro se explica lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer
y eso lo cumplimos rigurosamente. Por ejemplo, podíamos utilizar todo
lo que nos diera la autopista: un hotel, si lo había, nos serviría
para ducharnos y dormir en una verdadera cama. Si no lo había, nos
lavábamos en la canilla o dentro de la camioneta. No podíamos avanzar
más de dos descansos por jornada, así que si en el primero no había
sombra o no nos gustaba, seguíamos al otro, pero si éste no era mejor
estábamos obligados a quedarnos allí. Nos llevamos para el viaje los
víveres, las máquinas de escribir, libros, cassettes de música, y
una radio. Era la época de la guerra de las Malvinas y en el libro
se habla mucho de eso. Pero cada uno elegía su tema, muchas veces
inspirado en lo que veíamos en la autopista. Así se fue compilando
un libro al cual se agregaron una enorme cantidad de fotos que tomó
Carol y dibujos imaginarios que luego hizo su hijo. El libro fue escrito
en francés por Carol y en español por mí y nuestro plan era traducirnos
mutuamente. Yo pude hacer la traducción de ella pero ella no pudo
hacer la mía. El viaje empezó el 23 de mayo del año pasado, hasta
julio. Luego volvimos a París y nos fuimos a Nicaragua. Allí fue cuando
Carol se enfermó.
-¿Todos los textos hacen referencia al viaje?
-No, muchos tienen que ver con nuestra relación personal,
con ese estado de enorme felicidad que tuvimos viviendo de manera
totalmente anónima durante más de un mes. Yo soy un gran lector de
libros de viajes, de Julio Verne a los exploradores polares y africanos,
y quisimos hacer un libro que fuera no una parodia pero un poco como
una imitación de esas grandes exploraciones científicas. Hasta llevamos
una brújula para orientarnos en los paradores... Es un libro de amor,
de contacto de una pareja que es feliz en esa aventura y la goza en
su plenitud.
Agradezco a la persona que me envió esta entrevista (no me acuerdo el nombre, si está por ahí que me diga).
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