Entre diciembre y
enero se debatió en Pulso sobre cómo deberían
ser representados los indígenas en el Estado boliviano. Xavier Albó,
especialista en el tema, siguió lo escrito y nos entrega ahora su opinión. Una versión
previa y más amplia de este texto apareció en “Temas en
Identidad y acceso indígena al poder
Cuoteo étnico:¿sí o no?
Xavier Albó
En
el censo 2001, el 62% de los bolivianos mayores de 15 años declaró “pertenecer”
a alguno de los 33 pueblos indígenas ahí especificados. Un sector importante de
ellos ya vive en las ciudades. En
Estos
datos subyacen al debate sobre cómo lo indígena debiera tener una nueva
presencia en el futuro Estado boliviano. La discusión podría sintetizarse en la
pregunta: cuoteo étnico, ¿sí o no? La corriente inclinada por el “sí” arguye
que los indígenas deberían tener por ley cuotas fijas u otros mecanismos
correspondientes a su peso demográfico en la estructuración de las
jurisdicciones y su sistema de gobierno. De no ser así, acabaríamos cayendo en
las exclusiones de siempre. A ella pertenecen Álvaro García Linera, Javier
Medina y Hugo Fernández. La otra corriente piensa que a este nivel sólo sigue
siendo viable la fórmula de la democracia occidental de “un ciudadano - un
voto”, sin cuoteos ni etiquetas étnicas, que les huelen a viejas experiencias
nazis. Añaden que por el camino hasta ahora adoptado, los indígenas ya están
logrando una mayor participación. Están en esta línea Jorge Lazarte, Rafael
Archondo y Roberto Laserna. En ambas corrientes hay suposiciones de filosofía
política, que en el primer caso subrayan más la diversidad pasada y futura; y,
en el segundo, el racionalismo modernista que tiende a uniformizar. El debate
ha refinando y acercado algo las propuestas, que no entraré a discutir aquí,
pues me limitaré a analizar algunas premisas.
La
primera es sobre la validez y alcance de los censos. Varios autores han
cuestionado estos datos y su metodología. En inicio fueron Lavaud y Lestage en T’inkazos (nº 13, 2002). Concluían que
“categorías como etnia y cultura se han transformado en una trampa que
introduce clasificaciones abusivas, da continuidad a los prejuicios y provoca
enfrentamientos”. Laserna volvió a la carga en Pulso (9-I-04) cuestionando la
pregunta del censo que buscaría saber “con qué grupo originario se identificaba
el entrevistado”, lo que supondría “un criterio de exclusión” (al no incluir
mestizos ni extranjeros) y otro “de simpatía”, cual si se tratara de expresar
“apoyo” a tal o cual grupo. Él cita además una encuesta del PNUD, en la que el
65% se declaró mestizo, muy por encima de otras opciones (blancos o indígenas).
Concluye de ahí: “cuán efímera puede ser la identidad étnica a la que apela el
movimiento indígena”.
¿Qué
decir ante ello? Medir identidades es ciertamente más complejo que preguntar el
sexo o la edad, pero sería peor omitir preguntas relevantes sólo por ser más
difíciles de formular. De hecho, el tema ha motivado ya dos reuniones
latinoamericanas para pulir las formas de medición. En la de 2002, se llegó a conclusiones
útiles para este debate. Allí se coincidió en que las lenguas no bastan para
definir la identidad étnica. Menos aún la indumentaria, lugar de residencia o
rituales. Por eso se recurre a lo que se llama la “autoasignación” de la propia
población censada. El asunto es entonces cómo refinar las preguntas para que
reflejen lo que se pretende medir. De
particular interés, para responderle a Laserna, fue que en vez emplear
categorías genéricas como “blanco” o “indígena”, se recomendó usar las específicas:
“aymara”, “guaraní”, etc. La razón es simple. Las primeras fueron puestas por
los grupos dominantes y siguen cargadas de connotaciones despectivas; por lo
cual llevan a refugiarse en una identidad como “mestizo”, menos comprometedora.
El caso más ilustrativo fue el del censo del Ecuador en 2001 que, por usar
dichas categorías genéricas, registraba un 77% de mestizos y menos de un 7% de
indígenas. Lo sorprendente es que esto ocurrió cuando todos hablaban de
“levantamientos indígenas” y cuando éstos llegaban al poder. Este “refugio” o
mecanismo de defensa ya no funciona tanto si se pregunta por el nombre
específico de cada pueblo. Por cierto, Laserna está mal informado cuando
insinúa que el censo en Bolivia preguntaba si el entrevistado se identificaba con
algún grupo. La pregunta 45 decía: “¿Se considera perteneciente a alguno de los
siguientes pueblos originarios o indígenas?”.
Añadiré
que en nuestro contexto neocolonial, “mestizo” implica una doble negación. Se
suele llamar así a quien ya no quiere ser “indio” y aspira a ser: “blanco”; dos
opciones con cargas afectivas repelentes o atrayentes. Por lo mismo, “mestizo”
es una categoría ambigua, pues intenta construir una identidad a partir de
negar identidades positivas.
Lo
que reconoce este énfasis en la autoasignación es que las identidades étnicas
tienen siempre un componente subjetivo. Así, indicadores presuntamente
objetivos como la lengua o la indumentaria, no lo son tanto. Ni siquiera el
lugar de residencia garantiza hoy el resultado uniforme de una “identidad”, que
en el fondo debe ser asumida por quien afirma tenerla. Usando términos útiles
para analizar la conciencia de clase, podríamos decir que esos indicios pueden
señalar que alguien es “indígena en sí”. Sin embargo ser indígena para sí ya pasa
por la propia conciencia. Por ello, la autoasignación subjetiva es, paradójicamente,
una de las aproximaciones más objetivas a la identidad.
Por
lo dicho, poseer o no una identidad determinada no es algo exclusivo ni
dicotómico. Caben gradaciones. En mi libro ¿Quiénes son indígenas en los gobiernos municipales? (2004) combino lengua, lugar de origen y autopertenencia y salen 5
valores como los “discursivos” (dicen que son, por ejemplo, aymaras, pero no lo
parecen por su lengua y/u origen) y los “velados” (lo parecen, pero lo niegan).
Ahora analizamos los datos censales para crear la llamada “condición étnico
lingüística”, pero entrar en ello exigiría otro artículo.
Al
ver combinadas cifras censales basadas en autoasignaciones subjetivas, me
surgen dudas sobre las dos corrientes en debate: la que propone cuoteos y la
que piensa que todo está bien con el sistema vigente. Cada una debe revisar su
postura aceptando algo de la otra o cada cual tiene una parte de verdad, pero
yerra si la absolutiza.
Los
primeros ignoran que el elemento subjetivo ya mencionado hace difícil
implementar cuoteos, y peor aún definir el carácter indígena o no de cada
candidato. ¡Hasta Banzer se presentaba como un humilde “chiquitano” cuando le
convenía! Pero los segundos olvidan que el sistema vigente ha mostrado poca
sensibilidad para acoplarse a cada situación local. ¿Por qué un pequeño
municipio rural debe regirse por los mismos mecanismos de los grandes
municipios urbanos? Una pista para llegar a una síntesis es distinguir entre
las posibilidades en el sector rural y el urbano. En el primero persisten
estructuras que llamamos “originarias”, pese a las constantes adaptaciones que
han tenido y seguirán teniendo. Es urgente que nuestra estructura política
acepte mecanismos hasta hoy proscritos allí donde sigue habiendo altos
porcentajes de uno u otro pueblo indígena. Esta flexibilidad, reconocida en la
actual Constitución, debe empezar por admitir márgenes de autonomía en el
ejercicio del gobierno comunal e intercomunal, por ejemplo, en el nombramiento
de autoridades, el manejo de la justicia, la distribución y control de tierras
y otros recursos o el desarrollo del currículo escolar, ámbitos en los que cada
pueblo puede tener usos y costumbres distintos.
En las
grandes ciudades, la situación es más compleja, porque se entrevera gente de
muchos orígenes. Por ejemplo, en las culturas originarias prevalece la
democracia directa entre gente que se trata cara a cara, día a día, por lo que
se puede lograr consensos en asambleas. A niveles superiores, ello ya no es
posible y hay que desarrollar mecanismos representativos. Más aún, la doble
lógica suele estar en pugna dentro de una misma persona, que actúa de una u
otra forma según el contexto. Es difícil por ello pensar en un sistema único,
que cubra todas las situaciones. Pero también es difícil imaginar dos (o más)
sistemas que se complementen y apliquen, uno u otro, a determinados ciudadanos
o en ciertas situaciones. Sin embargo hay que reconocer que también ahí funcionan
varias lógicas y que éstas pueden crear nuevos y cambiantes sincretismos
político-culturales. Lo que no parece posible ni deseable es que tengan que
funcionar con una sola de esas lógicas.
Esto señala otra pista: es preferible ir avanzando de abajo hacia arriba
que imponer los cambios desde los niveles superiores. Empezando por lo micro se
gana en experiencia para seguir avanzando, mientras en la dirección opuesta,
seguiremos imponiendo fórmulas poco probadas, a tientas, sin saber qué, por
qué, ni cómo.