Representatividad étnica
ROBERTO LASERNA
Entre las ideas propuestas
para mejorar la representatividad política se plantea incorporar a los
movimientos sociales en la formación de los poderes públicos. El remedio,
sin embargo, puede resultar peor que la enfermedad.
Los movimientos sociales
son claves en la vida social y política. Ellos destacan problemas
específicos, afirman la relevancia de grupos sociales, renuevan
relaciones sociales y plantean desafíos que estimulan y promueven el
cambio social. Pero tienden a ser unidimensionales en su orientación y,
salvo en momentos de crisis o de movilización, suelen ser minoritarios.
El núcleo de un
movimiento social es casi siempre reducido pero como es activo irradia su
influencia y, en determinados momentos, interpela y moviliza con su discurso,
sus promesas o sus propuestas a una parte mayor de la población. De los
muchos aspectos que hacen parte de la condición humana, los movimientos
sociales destacan y enfatizan algún aspecto en especial, pero solo
alguno. Y por muy importante que sea ese aspecto, nunca alcanza a cubrir toda
la riqueza y la complejidad que hay en la experiencia humana.
No todos los movimientos
sociales son de iguales características. Algunos son más
efímeros que otros, unos puede fortalecer la participación
democrática y otros debilitarla, y hay los que amplían opciones
como también los que las cierran o reducen.
Es necesario tomar en
cuenta estos aspectos, sobre todo cuando el debate se realiza al calor de
conflictos y en un momento de crisis como el que vive el país. Un
sistema institucional de larga duración no puede producirse en base a
tensiones que, de perpetuarse, causarían nuevos
conflictos o nuevas injusticias.
Tomemos como ejemplo el
tema más debatido, el del movimiento indígena. Es indudable que
se trata de un movimiento vigoroso, que se ha expresado de muchas maneras y ha
puesto en evidencia la lentitud con que hemos enfrentado los problemas del
colonialismo y la discriminación. Pero es también evidente que el
movimiento se fortaleció, ganó espacios, afirmó
identidades y movilizó conciencias, a medida que los problemas que le
dieron origen empezaron a superarse. Pero este dato se ignora y a partir de la
demanda del movimiento indígena se han empezado a plantear soluciones
aparentemente simples pero potencialmente peligrosas, como la de incorporar la
dimensión étnica en la conformación del Congreso
(constituyente o no).
Es simple sólo en
apariencia.
Con respaldo en los datos
del Censo del 2001 se afirma que el 62% de la población de Bolivia es
indígena, por lo que le correspondería similar proporción
en el Congreso. Pero es sabido que por la forma de plantear la pregunta, el
mencionado dato no es confiable. Si se recuerda, la pregunta buscaba establecer
con qué grupo originario se identificaba el entrevistado, lo cual
suponía un criterio de exclusión (solamente originarios, sin
mestizos ni "extranjeros") y uno de simpatía: muchos lo
entendieron así y en su respuesta expresaron una suerte de apoyo a un
lenguaje o a un grupo.
Apenas un par de
años antes del Censo, una encuesta del PNUD encontró que
más del 65% de la población boliviana se siente mestiza, y que
los que se definían como blancos o indígenas eran en realidad dos
minorías.
Si ambos datos son
estadísticamente válidos, tenemos ya una prueba de cuán
efímera puede ser la identidad étnica a la que apela el
movimiento indígena.
La Encuesta de Hogares,
más o menos correspondiente a la misma época, hizo preguntas un
poco más precisas. Mantuvo el criterio de exclusión (no
admitiendo una identidad mestiza o blanca), pero pidió a los
entrevistados que expliciten a qué grupo étnico consideran
pertenecer. Menos del 48% mencionó un grupo indígena originario
(quechua, aymara, guaraní, mojeño,
chiquitano), en tanto que la mayoría dijo no
pertenecer a ninguno de ellos.
Antes de que se
introdujeran estas preguntas en el sistema de censos y encuestas, se utilizaba
la referencia linguística como un indicador de
pertenencia cultural, con el argumento de que el primer lenguaje hablado daba
una clara idea del contexto cultural del que provenía la persona
entrevistada. Si se utilizara ese criterio, en el año 2000 la
población indígena sería solamente el 30%. ¿Cuál
de los datos utilizar como referencia para el diseño institucional? Es
claro que todos son discutibles e imprecisos y el usar porcentajes con
más o menos decimales no le da más seriedad o exactitud al dato.
Porque además hay
que considerar cómo, según las mismas fuentes, las proporciones
de autoidentificación o pertenencia
indígena varían cuando se observan las respuestas según la
edad: la proporción de indígenas disminuye cuando se pasa de los
mayores a los jóvenes. Por ejemplo, quienes se definen como aymaras bajan del 25 al 13% cuando se compara los grupos de
edad en torno a los 65 y a los 17 años.
Estos cambios con la edad
indican claramente que la identificación étnica tiende a
disolverse, lo que no niega que se exprese, justamente por eso, de una forma
cada vez más radical e intolerante. No olvidemos que la violencia suele
ser el recurso de la minoría y por eso no es extraño que el mayor
radicalismo indígena se encuentre entre jóvenes urbanos.
En una propuesta de
organización étnica del congreso habría que diferenciar lo
indígena en todo el mosaico de quechuas, aymaras,
guaraníes, chiriguanos, chiquitanos,
mojeños y ese largo etcétera que han
clasificado los antropólogos. Y si es así, no debería
excluirse la posibilidad de que los que figuran "sin identidad
étnica" en las encuestas puedan elegir sus representantes
según se consideren de origen árabe, judío, castellano,
vasco, catalán o croata, con otro largo y legítimo
etcétera.
Como se ve, la
cuestión no es tan simple como un tanto por ciento. Pero se pone
peligrosa cuando uno piensa en que, para que el sistema funcione, la
autenticidad de los candidatos tendría que ser calificada. No vaya a ser
que pasen gato por liebre, o vasco por aymara o que,
como ya ocurrió en Potosí, se elija como dama a quien no lo era
(o no lo parecía). ¿Habrá una Sala Etnica
en la Corte Electoral que defina y aplique los criterios de
clasificación? De ahí no quedará más que un paso
para crear una Oficina Nacional de Nacionalidades que clasifique también
a los votantes y Adolfo Hitler bailará de
felicidad en su tumba cuando los bolivianos empecemos a caminar con carnets, marcas o sellos de pertenencia étnica.
La etnicidad tiene un lugar en la sociedad, pero puede
destruirla si se convierte en el fundamento de su organización
política. Para progresar es importante la identidad, saber de
dónde venimos, pero es más importante aún saber a
dónde queremos ir.
Publicado
en Los Tiempos, Domingo 4 de Enero de 2004