Considerado como introductor del trotskismo en la argentina hace cuarenta años que reniega de el. Sin embargo, suele elogiar a las juventudes del mas y del PO –los dos partidos trotskystas del país- e insiste en asimilar a los montoneros a los comandos nazis. Su discurso vacila entre el de un revolucionario y el de un travieso que tomó la revolución como una alegre aventura para perturbar a un padre poderoso y oligárquico. Tengo un nieto yanqui, dos nietos ingleses y tres franceses. De manera que ya con ellos puedo fundar la Quinta Internacional”. Con solemne ironía Liborio Justo anuncia su proyecto trascendental, aquel a1 que dedicó su vida y que piensa delegar a generaciones futuras, como base del organismo propulsor de una simétrica consigna: “ni stalinistas ni trotskystas; marxistas-leninistas". A los 84 años, con una salud apenas ensombrecida por una disimulada sordera, con el rostro extrañablemente parecido al del cineasta John Houston, el pelo abundante y blanco y la ropa impecablemente combinada, el hijo mayor del general Agustín P. Justo dispara, salteando el paso del tiempo, una idea tras otra. Pero si se lo escucha bien, se detecta una única y puntual obsesión: la de convertirse en el constructor del pensamiento que posibilite a América Latina realizar la revolución socialista. Heredero a disgusto de una estirpe patética y oligárquica, ya desde muy joven se convirtió en el eslabón revulsivo de una cadena familiar para la que alguien como él, un revolucionario confeso, “padre” del trotskysmo en la Argentina, no era más que un aventurero hereje y subversivo. En efecto, su bisabuelo paterno, el gibraltarino Agustín P. Justo, fue uno de los hacendados que en 1866 fundó la Sociedad Rural Argentina. Su abuelo materno, Liborio Bernal, actuó en La Rioja contra las montoneras del “Chacho” Peñaloza, sofocó, siendo interventor federal de la provincia de Santa Fe, la revolución radical encabezada por Leandro N. Alem y fue Gran Maestro de la Gran Logia de la Argentina, sucediendo en este particular y privilegiado lugar a Rudecindo Roca. Su padre, el general Agustín P. Justo, fue director del Colegio Militar y Ministro de Guerra del presidente Marcelo T. de Alvear y encabezó, junto al general José E. Félix Uriburu, el golpe que en setiembre de 1930 derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen Llegó a la presidencia de la República -mediante elecciones probadamente fraudulentas- en 1932 y se mantuvo en ella durante seis años, afianzando la dependencia del país con la corona británica.
El trazo de un pensamiento empobrecido y determinista habría imaginado para Liborio Justo un destino acorde a parientes de tan claras evidencias, pero una realidad menos fatídica se hizo cargo de su vida y la echó a otras suertes. “Cuando llegué al marxismo-leninismo ya no era muchacho. Tenía entre 29 y 30 años. Toda mi vida me incliné al socialismo pero en el año '26 hice mi primer viaje a los Estados Unidos, que vivía una época de plena prosperidad. Aquello me deslumbró de forma tal que en un principio pensé que no había que luchar por el socialismo sino por eso. Me había entusiasmado con la democracia norteamericana. “En este punto se podrían empezar a delinear las constantes paradojas del pensamiento de Justo y acotar que se le empañó el socialismo ante el raro estupor provocado en él por la democracia burguesa. Justo lo reconoce y se defiende: “Para mí no era burguesa porque todos eran iguales. Allí cualquiera podía ser millonario. Creí tanto en esto que me puse a estudiar el proceso norteamericano y a raíz de este estudio en el que analicé ideas e instituciones norteamericanas, conseguí una beca y en el año '30 me fui por segunda vez allá. En ese preciso momento me di cuenta de que no me interesaban los Estados Unidos sino la Unión Soviética. Este interés lo tuve siempre pero el viaje a Estados Unidos me hizo retroceder en mis puntos de vista. A pesar de que supe que en ese país no estaba mi ideal, mantuve algunas ilusiones sobre aspectos de la democracia norteamericana. Por eso volví en el '34, en plena crisis. Todos los economistas anunciaban que se iba a arreglar al día siguiente y ninguno acertaba. En ese preciso momento me dije: 'Esto no va' y empecé a estudiar seriamente qué era el socialismo”. Sin embargo, su llegada al socialismo no se da por la vivencia sufriente de una sociedad injusta, tiene orígenes declaradamente librescos: “Mi viaje a Estados Unidos contribuyó bastante a que me afianzara en el socialismo, pero en realidad yo llegué a él no por ímpetu sentimental, ni por los pobres o ricos, sino por haber encontrado la única salida para la humanidad. La lectura de Democracia burguesa y democracia proletaria del austriaco Adler me decidió totalmente. El estudio me llevó al socialismo”. De todos modos, si bien la actividad reflexiva es el eje de su acción, sus comienzos en la militancia reconocen orígenes de una participación contundente.
“En el año' 19 participé como estudiante de Medicina, carrera que no terminé, de la Reforma Universitaria, un movimiento que considero de importancia fundamental para todo el continente. Sin embargo, yo pude superar las posiciones reformistas, y llegué al marxismo, cosa que no hizo ninguno de los que participaron en ese movimiento. Yo solo fui más allá de los cauces pequeño burgueses por los que buscaban realizarse los fines de la Reforma, los que al mantenerse en sus principales dirigentes los han llevado a un proceso regresivo que significó la negación de sus primitivos ideales”. Aunque no todo es tan “puro”, Justo, a pesar de renegar desde siempre del stalinismo, coqueteó con el Partido Comunista Argentino. “Me acerqué al PC buscando la forma de llegar a la masa que aún seguía, sugestionada por el prestigio de la Revolución de Octubre que aquél aparecía usufructuando. Pero ahí no había salida. Es un partido genuflexo ante la burocracia termidoriana de Moscú, antinacional y contrarrevolucionario. Fue la época en la que se declaró la revolución española. Me dije que no podía seguir con gente que estaba destruyendo la revolución, que asesinó a todos los trotskystas. El primero de ellos fue Victorio Codovilla que después vino acá. Era un agente del GPU, la policía secreta soviética. En ese momento publiqué una carta abierta a los compañeros comunistas en la que me declaraba trotskysta.” Este texto fue publicado en noviembre del '36 en la revista Claridad y entre otros conceptos dice: “Statin y sus epígonos han momificado el pensamiento de Lenin lo mismo que su cadáver, no consideran que hoy sólo el proletariado puede hacer la revolución democrático-burguesa, transformándola luego en socialista. Suponer que la burguesía pueda hoy hacer alguna revolución cuando está en pleno periodo reaccionario y decadente, es ridículo. Hay sólo una clase revolucionaria: el proletariado”. Así se jacta hoy de aquella ruptura: “Con esa carta hice un ruido bárbaro. Éramos nada más que siete u ocho trotkystas. El principal era Antonio Gallo. También estaban Pedro Milesi y Héctor Raurich, que era el ideólogo. Me incorporé a ese grupo reducido que trataba de mantener vivos los principios del marxismo-leninismo, prostituidos y traicionados por la camarilla de Stalin y defendidos por León Trotsky, el fundador de la Cuarta Internacional. En realidad, yo no estaba íntegramente de acuerdo con Trotsky, por su actitud en México, pero consideraba que en ese momento plantear mi punto de vista era demasiado prematuro.
Extrañamente, los puntos de vista de Liborio Justo sobre el fundador de la Cuarta Internacional coinciden con los de sectores también denostados por él, los stalinistas. Pero esto no le preocupa: “¡Qué importancia tiene la coincidencia si es la la verdad! Cuando Trotsky se separó de Europa no luchó contra el capitalismo sino contra Stalin y se puso al servicio de Estados Unidos. La causa de la quiebra y degeneración del trotskysmo no debe buscarse, como podría parecer, en la inconducta de los trotskystas, sino en el mismo Trotsky. En México, por ejemplo, había un partido trotskysta más o menos importante del que expulsaron a un montón de gente a instancias de Trotsky por mantener puntos de vista que él había sostenido hacia poco. Como yo mantenía posiciones nacionales los de la Cuarta Internacional mandaron liquidarme”. Ante tan comprometida declaración Justo se niega a dar detalles y sólo aclara que fue en 1940. En 1959 publica Trotsky y Wall Street donde analiza la trayectoria del líder desde la revolución rusa a México, intenta probar sus vinculaciones con Wall Street y su participación como agente del capitalismo, pero sobre todo traza un retrato en el que marca un contrapunto con Lenin, el único personaje al que Justo parece respetar incondicionalmente: “Ante él me saco el sombrero veinte veces”. En este perfil, Justo enuncia que “Trotsky buscó ser grande con lo cual demostró su limitación y nunca pasó de ser un segundo violín”. Quizá la inocencia le haga escribir que “Lenín prefería hacer la revolución a escribir sobre ella y Trotsky escribir sobre la revolución a hacerla”. El tono implacable para analizar la trayectoria de Trotsky se convierte en compasión cuando le toca hablar del general Justo, su padre: “Mi padre tenia un gran respeto por mis pensamientos y mi posición. Jamás me objetó nada. Por supuesto que le molestaba que yo fuera marxistaleninista; sobre todo esto molestaba a los amigos de mi padre que querían meterme en un manicomio. Realmente era una situación muy desagradable. Mi padre era muy liberal. Era culto y también inteligente. Como militar sobresalía entre todos los de su época pero a él lo pervirtieron. Fue al gobierno para ser utilizado. El hubiera preferido no meterse en esto. Lo pusieron... lo llevaron contra su voluntad. El se daba cuenta de que no tenía suficientes conocimientos para actuar en ese puesto, con base firme, pero igual le sacaron todo el provecho que pudieron. No sabía lo que hacía”. Cualquier interlocutor tiene la obligación de recordarle a Justo que su padre no era un hombre ingenuo y sólo así él parece poder confirmarlo: “No era un ingenuo pero lo pusieron totalmente al servicio de de la oligarquía. Antes él no estaba en eso. Era socio del Círculo de Armas pero nunca iba, le bastaba tener el prestigio que significaba ser miembro de él. Mantenía una independencia de criterio que demostró como director del Colegio Militar, como ministro de Guerra y que perdió totalmente como presidente”. El parentesco inexistente con el general Uriburu, al que conoció, le permite decir que “era un Pinochet. Un tipo autoritario, sin lecturas y que andaba por Florida detrás de las chicas. Una vez, en Estados Unidos, fui al Tabarís y había un gran escándalo porque allí estaba el general Uriburu haciendo de las suyas. En un libro yo digo que 'estaba decidido a joder con mujerzuelas'. Ese era todo su bagaje intelectual como presidente”. Que su padre fuera presidente, defensor de los intereses de la oligarquía, fue algo que siempre lo avergonzó, “Yo no quería saber nada con eso. Cuando me enteré que mi padre iba a ser presidente fue como si me tiraran una catedral por la cabeza. Durante todo ese tiempo no tuve trato con él. No quería involucrarme. Vivía con mi compañera en una pensión de 25 de Mayo y Cangallo y sólo veía a mi padre de lejos, cuando pasaba con su comitiva. Pero no estábamos enojados, cuando terminó su presidencia lo veía frecuentemente”. Durante esos años se dedicó a viajar por América Latina. En Chile hizo “declaraciones escandalosas” y a Brasil entró clandestinamente porque el gobierno de Getulio Vargas lo consideraba persona no grata. En Buenos Aires en 1936 en la Conferencia Latinoamericana hostigó a viva voz la presencia de Roosevelt ante un selecto auditorio oligárquico.
Pronunciar “Juan Domingo Perón” es una clave mágica que altera e irrita a Liborio Justo: “Perón utilizó los métodos del fascismo e ideológicamente estaba vinculado a él. Sólo aspiraba a impedir la revolución proletaria. De su discurso en la Cámara de Comercio parte toda la base de su pensamiento. Allí Perón dijo: 'Señores capitalistas, no se asusten de mi obrerismo, tengo estancias y operarios, la clase obrera es de una idiosincrasia tal que, dejándoles mejoras, es fácilmente manejable. Nunca el capitalismo va a estar más seguro'. Como estaba en contra el imperialismo de Estados Unidos y el imperialismo británico estaba en decadencia pudo hacer algunas cosas muy importantes y en esas cosas yo lo apoyaba. De todos modos los años de Perón no eran tiempos para andarse mostrando. Por eso yo me fui a vivir a las islas de Ibicuy donde me olvidé de todo, tanto que a la vuelta tuve que recordar quién era Trotsky”. La exageración parece ser, a veces, la pauta para ciertos análisis políticos, aunque quizás cabría detectar una provocativa falta de seriedad. Tal es su enfoque sobre el fenómeno Montoneros: “Eran fascistas. Es lo mismo que pasó en Europa con los cuerpos revolucionarios del nazismo. Lo importante es saber qué querían. ¿Se proponían hacer la revolución proletaria? No. Lo único que querían era mantenerlo a Cámpora o algo por el estilo. Eso no es revolución. Si el pueblo era peronista respondía a un engaño. Mussolini subió al poder llevado por las masas engañadas: ¿Acaso eso debía avalarse porque lo determinaba el pueblo? No. Lo mismo pasó acá con el peronismo y los montoneros. La revolución se hace de otra manera”. Cuando se le pregunta de qué manera, él responde “Considero que la guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética es inevitable. No porque la URSS lo quiera, sino porque EEUU no tiene otra salida. Esa guerra va a funcionar del mismo modo que la Segunda Guerra actuó para Inglaterra, o sea, va a disminuir su capacidad de someter a los países. Actualmente no existe otra posibilidad para que disminuya el poder de los EEUU”. Si se le recuerda que estamos en una era nuclear donde la llamada “guerra de las galaxias” es una amenaza irreversible para toda la humanidad, sugiere sin ironía: “Puede ser que esa guerra no sea nuclear, pero sí es nuclear se destruyen unos a otros, entonces quedaremos nosotros y será más fácil hacer la revolución. Eso permitirá que aquí levantemos cabeza. Hay que tener presente una pregunta muy interesante que se hacia Alberdi: ¿Será Buenos Aires teatro de una revolución más importante que la de Mayo? Liborio Justo, precisamente, se formula esta pregunta porque considera que nuestro país es líder en la revolución proletaria. Un concepto realmente sorprendente; “Argentina es el único país de América Latina que tiene dos partidos trotskystas fuertes, el Movimiento al Socialismo y el Partido Obrero. En este momento están equivocados en aliarse con el Partido Comunista, evidentemente un cadáver, pero tienen una juventud extraordinaria, magnifica. Yo voy a plantear bases que ellos van a poder utilizar para emprender este camino. Pero fundamentalmente nuestro país está a la vanguardia porque es el único lugar donde se ha planteado la necesidad de crear la Quinta Internacional. No importa que el único que lo plantee sea yo. ¿Acaso Marx no estaba solo cuando hablaba de la Primera Internacional?”
La mayor preocupación que hoy agita a Liborio Justo es vivir lo suficiente como para terminar de escribir su obra, de redondear su pensamiento. “No quiero que nadie me moleste. No recibo visitas. Con ustedes hice una excepción. Poca gente viene a mi casa. Por otra parte, nadie tiene mi teléfono ni mi dirección. No estoy en la guía. Quiero usar todo mi tiempo para terminar mi obra. ¿Quién me garantiza que el día de mañana no me viene un derrame cerebral y se acaba todo? ¿Emularé a la Moreau de Justo?” Su obra inconclusa -que firma bajo el seudónimo de Quebracho “porque es un nombre bien criollo”- comprende los dos últimos tomos, de un conjunto de cinco de su historia argentina, Nuestra patria vasalla, una serie de volúmenes en los que analiza la historia del país desde la colonia hasta la última dictadura militar. Tan importante como esto es para él escribir un libro sobre Bolívar: “Marx despreciaba a los latinoamericanos y escribió barbaridades sobre Bolívar. Lo trata como a un imperialista. Eso es una vergüenza que un marxista tiene que rebatir y yo lo vaya hacer. Eso es lo que me mantiene vivo”. Duerme seis horas por día, suele desayunar a las 4 de la mañana y salir a caminar todos los días por los bosques de Palermo o por el Jardín Botánico. “De ese modo me mantengo en condiciones.” Lo asertivo de su discurso sorprende tanto como su narcisismo ante el que no se inmuta: “Mire compañera, yo me siento como un agente mesiánico, como un Mesías de la revolución en América Latina. Estoy seguro de que mis puntos de vista son los que van a triunfar, aun después de que yo desaparezca. Ahora estoy en la penumbra, pero esto no va a ser siempre así”. Es que Liborio Justo confía sagradamente en los insustituibles aportes de su pensamiento, forjado por la síntesis del de aquellos a quienes homenajea con los retratos que penden de su cama: Moreno, Bolívar, Marx y Lenin, a los que probablemente mire cada mañana renovando un pacto secreto y enorgullecedor: ¿Acaso no promete fundar la Quinta Internacional, postulándose como mesías de la revolución en América Latina? Cristina Civale
Andesia No hay otra salida para la República Argentina que el socialismo. Ello supone, no la moratoria de la deuda externa, sino su desconocimiento. También supone que el país debe abandonar su individualidad política e integrase en una nueva entidad que englobe a la totalidad de las repúblicas del continente sudamericano, para la que he propuesto el nombre de Andesia. Tal integración no tiene nada que ver con la que hoy se propicia, que favorece únicamente a las multinacionales que se han establecido en el Brasil, sino una integración socialista que, confisque éstas en interés de nuestras sociedades. Supone, asimismo, la formación de un nuevo partido mundial, pues los anteriores han muerto o han fracasado, como la Cuarta Internacional fundada hace cincuenta años por León Trotsky. Al sostener la necesidad de ese nuevo partido, que sería la Quinta Internacional, la Argentina se colocaría a la vanguardia, liderando al Tercer Mundo hacia la revolución socialista. Esto, que puede parecer jactancioso, es el resultado de la situación de los países imperialistas que pueden sobornar a su proletariado, manteniéndolo alejado de su rol histórico, lo que no ocurre con los países dependientes, entre los que nos contamos. Tal es el nuevo ideal que surge para las actuales generaciones argentinas, a las que se les dice que vivimos en “un país arruinado económicamente, empobrecido intelectualmente y sin ningún peso en el concierto internacional”, las cuales ya con la Revolución de Mayo, la joven generación de 1838 y la reforma universitaria de 1918, estuvieron al frente del pensamiento político continental, y lo estaría ahora del mundial Liborio Justo
Publicado en El periodista de Buenos Aires, Año 3, N° 108, 3 al 9 de octubre de 1986, pag 19-21
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