Surenas y la caballería parta (s. I a.C.)
Heliodoro, Las Etiópicas (c. 250)
Los reyes persas en la "Historia del Mundo" de Tha’Alibi (c. 1020)
El mundo persa sassánida del s. III según Firdusi
Los hunos según Ammiano Marcelino
Atila y los hunos según Jordanes
Bizantinos en tierras de Atila (c. 450)
Fragmentos acerca de la nocion de Imperio entre los turcos del Asia Central
Descripción de un jinete turco
SURENAS Y LA CABALLERÍA PARTA(s. I a.C.)
(XVIII) ...De las ciudades de Mesopotamia que guarnecían los romanos pudieron escapar algunos, contra toda esperanza, y trajeron nuevas propias para inspirar cuidado, habiendo sido testigos oculares del gran número de los enemigos y de los combates que habían sostenido en las ciudades; y, como suele suceder, todo lo pintaban del modo más terrible: que eran hombres de quienes, si perseguían, no había como librarse, y si huían, no había como alcanzarlos; que sus saetas eran voladoras y más prontas que la vista, y que el que las lanzaba, antes de ser observado, había penetrado por doquiera; y, finalmente, que de las armas de los coraceros, las ofensivas estaban fabricadas de manera que todo lo pasaban, y las defensivas, a todo resistían sin abollarse.
(XXI) ...tampoco Surenas era un hombre plebeyo, sino en riqueza, en linaje y en opinión el segundo después del rey; en valor y en pericia el primero entre los partos de su edad; y, además, en la talla y belleza del cuerpo no había nadie que le igualara. Marchaba siempre solo, llevando su equipaje en mil camellos, y en doscientos carros conducía sus concubinas, acompañándole mil soldados de a caballo armados, y de los no armados mucho mayor número, como que entre dependientes y esclavos suyos podía reunir hasta unos diez mil. Tocábale por derecho de familia ser quien pusiese la diadema al que era nombrado rey de los partos; y él mismo había vuelto a colocar en el trono a Hirodes, arrojado de él, y le había reconquistado a Seleucia, siendo el primero que escaló el muro y quien rechazó con su propia mano a los que se le opusieron. No tenía entonces todavía treinta años, y con todo, gozaba de una grande opinión de juicio y de prudencia, dotes que no fueron las que contribuyeron menos a la ruina de Craso, más expuesto a engaños que otro alguno; primero, por su confianza y orgullo, y después, por el terror y por los mismos infortunios que sobre él cargaron.
(XXIII) Los más de los jefes (del ejército romano) eran de opinión que debían hacer allí un alto y pasar la noche... mas Craso, envalentonado con que su hijo y los de caballería que tenía cerca de sí le inclinaban a seguir adelante y trabar combate, dio orden de que los que quisiesen comieran y bebieran, manteniéndose en formación. Y aun antes de que esto pudiera tener cumplidamente efecto, volvió a ponerse en marcha, no poco a poco ni con la pausa que conviene cuando se va a dar batalla, sino con un paso seguido y acelerado, hasta que impensadamente se descubrieron los enemigos a la vista, no en gran número ni en disposición de inspirar terror; y es que Surenas había cubierto la muchedumbre de ellos con la vanguardia y había ocultado el resplandor de las armas, haciendo que los soldados se pusieran sobrerropas y zamarras; mas luego que estuvieron cerca y el general dio la señal, al punto se llenó aquel vasto campo de un gran ruido y de una espantosa vocería. Porque los partos no se incitan a la guerra con trompas o clarines, sino que sobre unos bastones huecos de pieles ponen piezas sonoras de bronce con las que mueven ruido, y el que causan tiene no sé qué de ronco y terrible, como si fuera una mezcla del rugido de las fieras y del estampido del trueno, sabiendo bien que de todos los sentidos el oído es el que influye más en el terror del ánimo y que sus sensaciones son las que más pronto conmueven y perturban la razón.
(XXIV) Cuando los romanos estaban aterrados con aquella algazara, quitando repentinamente las sobrerropas que cubrían las armas, aparecieron brillantes los enemigos con yelmos y corazas de hierro margiano, de un extraordinario resplandor y guarnecidos los caballos armados con jaeces de bronce y de acero. Apareció asimismo Surenas, alto y hermoso sobre todos, aunque no correspondía lo femenil de su belleza a la opinión que tenía de valor, por usar, a estilo de los medos, de afeites para el rostro y llevar arreglado el cabello, mientras que los demás partos, para hacerse más terribles, dejan que este crezca a lo escita, desordenadamente. Su primera intención era acometer con las lanzas y poner en desorden las primeras filas; pero cuando vieron el fondo de la formación y la firmeza e inmovilidad de los soldados romanos retrocedieron; y pareciendo que aquello era desbandarse y perder el orden, no se echó de ver que lo que trataban era de envolver el cuadro. Así, Craso mandó a las tropas ligeras que corriesen en pos de ellos; pero éstas no fue mucho lo que se retiraron, sino que, acosadas y molestadas por las saetas, volvieron a ponerse bajo la protección de la infantería de línea, siendo las primeras que causaron alguna conmoción y miedo en los que ya habían visto el temple y fuerza de unas saetas que destrozaban las armas y que pasaban todas las defensas por más resistencia que tuviesen. Los partos, separándose algún tanto, empezaron a tirarles por todas partes sin cuidadosa puntería, porque la unión y apiñamiento de los romanos no les dejaban errar, aun cuando quisiesen, causando heridas graves y profundas, como que aquellos tiros partían de arcos grandes y fuertes, que por lo vuelto de su curvatura despedían la saeta con terrible fuerza. Era, por tanto, pésima la suerte de los romanos, pues si permanecían en aquella formación, recibían crueles heridas, y si intentaban moverse unidos, perdían el poder hacer lo que hacían en su defensa y padecían lo mismo, por cuanto los partos se retiraban delante de ellos, tirando siempre, lo que después de los escitas ejecutan con suma destreza.
(XXV) ...Entonces, dirigiéndose a los de caballería, acometió con vigor y trabó pelea con los enemigos; mas ésta era desigual en el herir y el protegerse, hiriendo con azconas cortas y débiles en corazas de piel y de hierro y siendo heridas con lanzas robustas los cuerpos ligeros y desnudos de los galos. Porque en éstos confiaba principalmente y con ellos obró maravillas, pues agarraban con las manos los astiles de las lanzas, y trabando de los jinetes, los arrojaban de los caballos, dejándolos, por lo pesado de la armadura, sin poder moverse. Muchos, saltando de sus caballos, se metían debajo de los caballos enemigos y los atravesaban por los ijares; tiraban éstos botes en fuerza del dolor, y pisoteando a un tiempo a los jinetes y a sus contrarios, unos y otros morían juntos, cubiertos de tierra y de basura...
(XXVII) ...Venidos a la contienda, la caballería de éstos (los partos), haciendo un movimiento oblicuo, comenzó a lanzar saetas; y los coraceros, usando de las lanzas, redujeron a los romanos en un recinto estrecho, a excepción de aquellos que, por huir de la muerte que los tiros causaban, prefirieron arrojarse desesperadamente sobre éstos, haciendo, a la verdad, poco daño, pero encontrando una muerte pronta por heridas grandes y profundas, dadas por hombres que por el empuje de sus robustos astiles pasaban por el hierro a los que se ponían por delante, y aun muchas veces atravesaban a dos de un golpe.
Plutarco, Vida de Craso, en: Plutarco, Vidas Paralelas, Trad. de R. Romanillos, EDAF, 1970, Madrid, pp. 916, 918-919, 920-921, 923 y 925.
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HELIODORO, LAS ETIÓPICAS (c. 250)
IX,4. Se vio, pues, al ejército enemigo, ordenado para la batalla, con todo el esplendor persa que fascinaba las miradas, ya que el oro y la plata de las armas hacían brillar toda la llanura. Efectivamente, el sol apenas se había levantado y sus rayos golpeaban de frente a los persas, cuando un resplandor increíble se extendió a lo lejos como si las armas proyectasen su propia luz. El ala derecha estaba formada por soldados originarios de Persia y Nubia; los hoplitas abrían la marcha y todos los arqueros venían detrás, al abrigo de los hoplitas, donde se encontraban seguros para lanzar sus proyectiles, ya que no iban armados. Los destacamentos de egipcios y libios, así como todos los auxiliares extranjeros, formaban el ala izquierda, acompañados de lanceros y honderos encargados de ejecutar las cargas y atacar al enemigo hostigándolo por los costados con sus proyectiles. El sátrapa se encontraba en el centro, subido en magnífico carro, armado de haces, flanqueado de una falange que le servía de escolta y defendido en la delantera sólo por una tropa de caballería acorazada, en la que depositaba la mayor confianza en el momento del combate. Esta tropa es siempre, entre los persas, la más valiente y lista frente a la batalla.
IX,15. Su armadura está hecha de la siguiente manera: se escoge un hombre de vigor excepcional y se cubre su cabeza con un casco de una sola pieza, perfectamente ajustado y que reproduce la imagen exacta de una cara, al modo de una máscara; encierra enteramente la cabeza desde la coronilla hasta el cuello, salvo los ojos, para permitir ver; la mano derecha está armada de un venablo más largo que una lanza, la mano izquierda queda libre para tener las riendas; un sable se cuelga a su costado; está recubierto de una coraza no solamente en el pecho sino en todo el resto del cuerpo. En cuanto al modo como se fabrica la coraza, es el siguiente: se hacen placas de bronce y de hierro, rectangulares y de un palmo más o menos en uno y otro sentido; después se les une unas a otras por el borde de manera que la de abajo sea en parte recubierta por la de arriba, y, de la misma manera, aseguran la articulación en los pliegues, consiguiéndose algo así como una túnica de escamas que se adapta al cuerpo sin molestarlo y envolviéndolo enteramente, rodeando cada pierna por separado, y extendiéndose sin dificultar los movimientos. Esta coraza está provista de mangas y desciende desde el cuello hasta las rodillas y no está abierta más que a la altura de las caderas, lo que es necesario para permitir al caballero montar a caballo: tal es la coraza, que devuelve los dardos y es verdaderamente invulnerable. La polaina se extiende desde la punta del pie hasta la rodilla y está atada a la coraza. Se provee también al caballo con armadura semejante; se rodea las patas con canilleras; se guarnece enteramente su cabeza con placas protectoras y se le suspende en lo largo del lomo, hasta el vientre, por ambos costados, una especie de manta tejida de fierro para proteger al animal y no molestar el vientre, lo que le impediría correr. El caballo así enjaezado, o, mejor dicho, revestido, es montado; pero el caballero no puede subirse solo a la silla, es preciso que otros le ayuden a causa de su peso. Llegado el momento del combate, suelta las riendas de su caballo, pica las espuelas y se precipita con todo ímpetu contra su adversario, semejante a un hombre de fierro o una estatua de metal macizo que se pusiera en movimiento. El venablo adelantado apunta su fierro; está unido al cuello (del caballo) por un lazo, y la empuñadura atada a la grupa por una cuerda, de manera que no ceda al choque sino que acompañe la mano del caballero que se limita a dirigir el golpe y se mantiene tieso para provocar una herida más profunda; en su ímpetu, el venablo traspasa todo lo que encuentra y, de un solo golpe, a menudo, levanta dos hombres a la vez.
En: Grimal, P., Romans Grecs et Latins, La Pléiade, 1958, Paris, pp. 743 y s. Trad. del francés por Héctor Herrera C.
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LOS REYES PERSAS EN LA "HISTORIA DEL MUNDO" DE THA’ALIBI (c. 1020)
Reinado de Artaban, hijo de Vahram, hijo de Balasch, último rey de los Achkanianos.
Los árabes llaman a este rey Artaban el Joven, porque, en ciertos relatos, hay otro Artaban. Los persas lo llaman Artaban el Grande, porque, aun viniendo después de otro, lo sobrepasó por la extensión de sus estados y por la duración de su vida. Fue, en efecto, el más grande de los Achkanianos por su poder, el más poderoso, el más renombrado y aquel que puso bajo su dominación el mayor número de reyes regionales. Reinó como señor absoluto en Irak, el Fars y el Djebal hasta Raï.
Artaban tenía por costumbre decir: "Aquel que hace el bien encuentra ayuda; aquel que hace el mal es abandonado".
Historia de Babek, de Sasan y de Ardachir
Babak, según los persas, era marzeban (1) de Artaban y gobernaba la provincia de Fars, y Sasan, descendiente de Sasan, hijo de Bahman, hijo de Isfendiyadh, era uno de los oficiales de Babak y formaba parte de su séquito. Babak, habiendo visto en sueños que el sol y la luna se elevaban de la frente de Sasan, hizo llamar a aquel y le contó el sueño que había tenido. Sasan le dijo: "Yo también, soñé que rayos de luz salían de mí e iluminaban todas las regiones de la tierra". Babak lo interrogó sobre su familia, y Sasan, que siempre había ocultado su origen, se la hizo conocer. Babak, deseoso de aliarse con él por lazos de parentesco, le dio en matrimonio su hija, lo elevó a un más alto rango y lo asoció a su gobierno. Sasan tuvo de la familia de Babak un hijo, Ardachir, sobre quien brillaba el reflejo de la majestad. Habiendo muerto Sasan poco tiempo después, se tenía a Ardachir por hijo de Babak. El niño crecía como crece un príncipe de la familia reinante. Babak, que lo amaba tiernamente, lo rodeaba de cuidados, se consagraba completamente a él y se ocupaba también de su educación e instrucción. Ardachir se convirtió así en un joven sin igual por sus cualidades y perfección; atraía y retenía todas las miradas y todos los corazones le pertenecían. Artaban, habiendo oído hablar de él, escribió a Babak, solicitándole que lo enviara a su corte, para que fuese el compañero de sus hijos. Babak acató su orden y envió con Ardachir numerosos regalos.
Cuando Ardachir se presentó ante Artaban, éste le concedió su favor, proveyó con largueza para su manutención y lo trató con bondad. Pero bien pronto le tomó aversión, ya que, a pesar de su juventud e inmadurez, aspiraba al rango de los grandes príncipes al que no se llega sino por el mérito adquirido y la edad. Viéndolo un día de cacería sobrepasar a sus hijos en los ejercicios del perfecto caballero y en las hazañas de la caza de antílopes y asnos salvajes, le dijo: "Hijo de Babak, ¿es asunto tuyo la cacería y los ejercicios de los príncipes? Te doy el cargo de caballerizo mayor; ocúpate pues de la caballeriza, revisa los caballos y vigila a los palafreneros!". (...) Ardachir, lleno de disgusto, informó de estos hechos a Babak, que le respondió aconsejándole someterse y obedecer, de cumplir exactamente con el servicio que se le había encargado, ejecutar la orden recibida y esperar el fin de sus penurias en un feliz desenlace. Y le envió dinero para sus gastos. Ardachir permaneció pues en su posición y desempeñó su cargo, siempre sintiéndose por encima de esa situación como que la Fortuna le prometía lo que pronto le habría de dar.
Un día, estando Ardachir sentado sobre un puesto en la caballeriza de Artaban, he aquí que una esclava de aquel, su intendenta, y de todas las esclavas que gozaban de su más grande favor, vio a Ardachir de lo alto de la terraza. Prendada de él le hizo llegar un mensaje para pedirle una entrevista. Ardachir aceptó con la intención de conocer a través de ella los secretos de Artaban. Después la mujer encontró un medio para reunirse y se encontraba con él de vez en cuando y, con el tiempo, lo amaba cada vez más. Llegó entonces la noticia de que Babak había muerto y que sus riquezas y tesoros quedaban para Ardachir. Este cumplió con los ritos del duelo y se puso a la espera de que Artaban le diese el cargo de Babak. Pero Artaban no hizo nada; invistió a su hijo primogénito con el gobierno de las provincias de Fars antes gobernadas por Babak y lo envió para allá. En ese tiempo, mientras Ardachir meditaba el proyecto de emprender la huida, hacer acto de pretendiente y tomarse el poder, advirtió que los astrólogos de Artaban, que se habían reunido por orden suya en el departamento de la intendenta para observar las estrellas y buscar conocer el futuro, le hicieron la siguiente declaración: "Si uno de tu corte huye esta semana, él será señor de Iranschar".
Habiendo la intendenta llevado las palabras de los astrólogos a Ardachir, estuvo más resuelto aun de llevar a cabo sus proyectos. Dijo a la mujer: "Emprenderé la huida y me iré a mi tierra, ¿quieres acompañarme?". Ella respondió: "¡Por cierto, no me separaré jamás de ti y no quiero vivir sino contigo!". Se pusieron pues de acuerdo para partir y la intendenta regresó a sus asuntos; ella regresó enseguida a la hora fijada, premunida de una cierta suma de piezas de oro y algunas joyas. Ardachir montó un caballo de Artaban, un corcel sin rival, y dio una montura parecida a la joven esclava. Viajando durante la noche, protegidos por la oscuridad, habían ya recorrido una distancia de veinte parasangas (2) cuando el sol se levantó sobre el horizonte. Artaban, que no supo de los acontecimientos sino hasta el día siguiente, envió un destacamento de caballeros para perseguirlos y detenerlos. Pero aquellos no pudieron alcanzarlos, y Artaban se comía las uñas de despecho y cólera.
Ardachir llega a Fars y se hace señor de Istakr.
Habiendo entrado Ardachir secretamente en la ciudad de Istakr, los oficiales de Babak se reunieron delante de él, lo vieron tomar posesión de sus bienes, le rindieron homenaje de fidelidad y se colocaron a sus órdenes. Sus partidarios, habiendo acudido según su rango, marcharon todos juntos con él contra el hijo de Artaban que, expulsado por ellos de Istakr, fue a reunirse con su padre. Ardachir se hizo señor de la ciudad. Se le llevaron grandes cantidades de dinero de otros cantones de Fars, los grandes de la provincia comparecieron delante suyo haciendo causa común con él, y los principales personajes de Iranschahr, llegando de todas partes, abrazaron su partido y le rindieron homenaje. El envió cartas a los reyes de las diferentes regiones, anunciándoles que había devuelto la realeza a su familia los invitó a reconocer su autoridad y a seguir su estandarte poniéndolos en guardia contra cualquier intento de resistencia. Un cierto número de ellos se sometió sin reservas; otros le proveyeron recursos en plata y en hombres; otros, deseando esperar el desenlace de su aventura, guardaron la neutralidad.
Ardachir asedia a Artaban y lo mata.
Habiendo enviado Ardachir la misma conminación a Artaban que a los otros reyes, Artaban le respondió en términos violentos, considerándolo por otra parte como un adversario sin importancia. Ardachir marchó contra él con sus tropas, apoderándose de una ciudad tras otra, y sometiendo las poblaciones, hasta llegar a las puertas de la ciudad de Dodjail, donde Artaban se había encerrado. El la sitió, la bloqueó y la redujo a la desesperación impidiéndole el aprovisionamiento de víveres, de tal suerte que lo forzó a salir de la fortaleza y enfrentar la batalla. Artaban se presentó con la desventaja de una situación desventajosa, un poder que se acababa y un reino que terminaba. Ardachir, que combatía con una fortuna cercana y plena alegría, triunfó sobre él, derrotó su ejército y lo mató. Artaban, para entonces, había reinado cincuenta y cinco años.
Reinado de Ardachir.
Ardachir, después de haber vencido a Artaban, se sentó sobre el trono de oro, se ciñó la corona y dio audiencia a los grandes y al pueblo, que lo saludaron con el título de Shainschah, lo aclamaron con sus votos y lo felicitaron. Ardachir les dijo: "Dios ha hecho descender su gracia, ha establecido la unión y ha manifestado su favor delegándome el poder sobre sus servidores y sobre sus comarcas, para restaurar la religión y la realeza, que son dos hermanas gemelas, para que reinen la justicia y la bondad". Después ordenó sus asuntos, hizo reformas en la administración y envió tropas a las provincias, tanto del centro como de las fronteras. Envió cartas a los reyes expresándoles su autoridad, y todos se sometieron y le obedecieron. Fue señor absoluto de Iranschahr; recibió en abundancia los productos de los reinos y los cargamentos de plata provenientes de las contribuciones y de los tributos llegaron a su residencia. Era recto y justo, bondadoso con sus súbditos, implacable para con los opresores; se ocupó con ardor en hacer de su tierra un país próspero. Estaba lleno de sabiduría y se empeñaba en el engrandecimiento del Imperio que había fundado, en su consolidación y estabilidad. Era cuidadoso en sus discursos y cartas, pues tenía el don de la palabra y era muy diserto; no obstante, su elocuencia no estaba desprovista de consejos provechosos.
Algunas palabras notables de Ardachir.
No hay soberano sin soldados; no hay soldados sin dinero; no hay dinero sin prosperidad, y no hay prosperidad sin justicia y sin buena administración.
No alimentéis odio para no ser sorprendido por vuestro enemigo. No os dejéis llevar a acaparar los víveres, para no ser invadidos por la escasez. Sed hospitalarios con los viajeros, y seréis recibidos en la morada futura. No os atéis a este mundo, que no pertenece a nadie; no lo abandonéis sin embargo, pues solamente por el uno obtendréis el otro.
No hay prosperidad para los grandes, cuando el pueblo se entrega al desorden; la población se encuentra en malas condiciones cuando el populacho turbulento es señor, y es mejor para los súbditos temer al soberano que ser temidos por él.
No es posible encontrar un estado próspero allí donde se ejerce un poder tiránico. Un soberano justo vale más que un aguacero bienhechor; un león feroz es preferible a un soberano opresor y un soberano injusto es preferible a la guerra civil permanente.
Todos los hombres están prontos a ser generosos; los menos excusables de ser negligentes en el ejercicio de esta virtud, son los príncipes, porque tienen los medios para practicarla.
Lo más penoso para un príncipe es que la cabeza se transforme en la cola o que la cola se transforme en la cabeza.
La justicia del soberano es más provechosa que la abundancia de bienes de la Fortuna.
El más malo de los soberanos es aquel que es temido por el hombre inocente.
El poder real se sostiene por la religión; la acción de la religión se acreciente por el apoyo del poder real.
Los reyes corrigen por la desgracia; no castigan por la supresión del salario.
Yo y vosotros, formamos como un solo cuerpo. Todo lo que viene, placer o pesar, a uno de sus miembros tiene su efecto sobre los otros y los alcanza a todos. Algunos de entre vosotros tienen el lugar de la cabeza que sostiene el conjunto de los miembros; otros, el lugar de las manos que apartan aquello que es nocivo y cogen lo que es provechoso; otros, el lugar del corazón que piensa y reflexiona; otros el lugar de los órganos inferiores que sirven para que el cuerpo para captar lo que le es útil. Asimismo, es preciso que os asistáis los unos a los otros, que cada uno ayude a su prójimo con sus buenos consejos y que las enemistades y los rencores desaparezcan.
El impuesto es el soporte del estado; nada aumenta su rendimiento como la justicia, nada lo disminuye como la opresión.
Se presentó a Ardachir un reporte informando que los habitantes de Istakr se quejaban de la falta de lluvias y de las penosas consecuencias de la sequía. El escribió esta decisión: "Si el cielo rehusa llover, es nuestra liberalidad la que verterá sus lluvias bienhechoras. Nosotros damos órdenes para que vosotros seáis indemnizados de vuestras pérdidas y puestos al abrigo de las necesidades".
Cómo Ardachir arregló sus otros asuntos durante el resto de su vida.
Ardachir hizo recopilar los libros religiosos y las obras de medicina y de astronomía de los cuales Alejandro había quemado una parte y de los cuales había hecho llevar la mayor parte a los países de Rum. Los hizo transcribir de nuevo y para fijar la enseñanza no escatimó ningún esfuerzo dispensando gran cantidad de dinero. Estableció el orden de los mobedhs y de los herbedhs, encargados de administrar la justicia y de decidir lo que la ley permite o lo que ella defiende. Dirigió a los reyes y a los jefes sus instrucciones respecto de la religión, ordenándoles practicarla y observarla fielmente en sus dogmas y preceptos y advirtiéndoles de guardarse de su cólera si no practicaban las obras obligatorias que prescribe. Fundó las ciudades de Ardachir-Khorra y de Djur en Fars; Badgis en el Khorassan; Bahman-Ardachir y Ram-Ardachir, en el territorio de Basra; Astarabadh o Karakh-Maisan en Kour Didjla. Ibn Khordadhbeh señala que fundó también la ciudad de Khwarizm. Dividió el Khorassan en cuatro departamentos y dio el gobierno de uno al marzeban de los dos Marw, de Taleqan y de Djuzdan; el del segundo al marzeban de Hérat, de Buchandj, de Bost y de Sedjestan; el del tercero al marzeban de Balkh y del Tokharistan; el del cuarto al marzeban de Transoxiana.
Reconociendo Ardachir la perfecta aptitud de su hijo Sapor, lo designó como heredero del trono y como su sucesor; le hizo conocer sus últimas voluntades y no dejó de prodigar sus mejores consejos. Una vez que su gobierno estuvo sólidamente establecido, cuando los felices efectos de su justicia y de su alta virtud se extendían por doquier, lejos y cerca, catorce años después del día en que fue saludado con el título de Shahinschah, respondió al llamado de Dios y dejó el reino a su hijo.
Reinado de Sapor, hijo de Ardachir
Sapor recordaba a su padre por la belleza, la sabiduría y la prudencia, por la dulzura unida a la habilidad en la administración del estado y por su gran celo por el bien general; pero lo sobrepasaba incluso en generosidad y elocuencia. Cuando hubo tomado el poder en lugar de Ardachir los hombres lo aclamaron con sus votos y lo felicitaron. El les respondió con buenas palabras y bellas promesas que fortalecieron sus esperanzas; se empeñó en marchar sobre las huellas de su padre y hacer revivir sus nobles acciones y sus gloriosas hazañas. Dirigió cartas a los reyes y a los marzebanes, los confirmó en sus gobiernos y los invitó a ser fieles y devotos auxiliares y permanecer ligados al más santo de los deberes, el de la absoluta obediencia. Todos se declararon sus sumisos servidores y se pusieron a sus órdenes. Enseguida Sapor se aplicó a conducir y a ejecutar, a fortificar las fronteras, a dirigir el pueblo, a hacer al país próspero y a combatir a los enemigos. Los beneficios de la justicia y del buen gobierno de que gozaron sus súbditos implantaron en sus corazones el afecto por su persona y se impusieron la obediencia y la fidelidad hacia él. Los árabes lo llamaban Sapor de los ejércitos a causa de sus numerosas tropas y de su poderío bélico.
Otros hechos notables del reinado de Sapor, hijo de Ardachir.
Después de haber vencido sobre Daizan y haber asegurado la defensa del lado de la gente de Rum, Sapor se puso a fundar ciudades y se empeñó en esta tarea con el más grande ardor. Fundó, en el Ahwaz, Djondai-Sapor, la que pobló con prisioneros de Rum; en Maisan, Schadh- Sapor y, en el Fars, la ciudad de Sapor. Invistió a su hijo Hormizdas el valiente con el gobierno de Khorassan y lo envió allí, poniendo bajo sus órdenes a los marzebanes de la provincia. Hormizdas ejerció allí el gobierno con plena independencia, ocupándose con todo el cuidado necesario de la administración., dominó a los enemigos y protegió a los súbditos, de tal suerte que estaban felices con él y su nombre se extendió muy lejos. Enseguida Sapor lo llamó y, cuando se presentó delante de él, le dijo: "Hijo mío, ahora, vengo de unir al halcón su ala". El autor de la presente obra dice: "Ibn al Mu’tazz, teniendo en cuenta esta expresión, habló así a Mu’tadid, que había llamado a su hijo Muftaki de Rai: "Le ha devuelto a él Ali, como el halcón devuelve su ala".
Una vez que Hormizdas hubo regresado a la corte de Sapor, este le proporcionó amplia instrucción, de la cual las sentencias siguientes me han parecido las más bellas: "
Cuando Sapor había reinado treinta y un años, recibió la visita de la muerte que lo arrancó de su trono, y Hormizdas heredó su gran Imperio.
(1) Gobernante provincial, de carácter más bien militar, y que dependía directamente del soberano. v. Kaplan, M., Martin, B., Ducellier, A., El Cercano Oriente Medieval, Trad. de E. Bajo, Akal, 1988 (Paris, 1978), Madrid, p. 42. (volver al texto)
(2) Del persa farsang, unidad de medida equivalente a 5.250 mts. (volver al texto)
Gagé, J., La Montée des Sassanides, col. Le Mémorial des Siècles, Albin Michel, 1964, Paris, pp. 198 y ss. Trad. del francés por José Marín R.
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EL MUNDO PERSA SASSÁNIDA DEL s. III SEGÚN FIRDUSI
Ardachir asciende al trono.
En Bagdad, Ardachir se sentó en el trono de marfil y sobre su cabeza se puso la muy preciada corona y, una vez en la mano el cetro real, iluminó el lugar en donde iba a gobernar. Luego fue llamado Rey de Reyes (shahansha) y nada podía distinguirlo de Goshtasp. Cuando le fue colocada la corona de grandeza sobre su cabeza, entonces se dirigió a la multitud desde su trono con triunfo y alegría:
"En este mundo mi tesoro es la justicia y todo el Universo ha revivido gracias a mis esfuerzos. Nada puede despojarme de este tesoro; el mal llega a todo hombre que hace el mal. De un extremo al otro, el mundo está bajo mi protección y mi costumbre es la justicia que todos los hombres aprueban. No habrá hombre que sufra hambre a causa de mis colaboradores, mis capitanes o mis caballeros, ya sea un malhechor o un hombre lleno de virtudes. Esta audiencia de la corte está abierta cualquier persona, tanto el que desea mi bien, como el que me desea mal".
A todas las regiones él mandó tropas, y si el gobernante dio pruebas de ser hostil, ellas llevaron su cabeza al nivel del camino por haber elegido la vía de la espada y la batalla a campo abierto.
Sapor juega a la pelota y es reconocido por Ardachir.
Al alba del día el Destour del rey llevó a los niños a la plaza del castillo, todos iguales en vestido y de talla, de suerte que no se podía distinguir a uno de otro. Se hubiera dicho que había una fiesta en la plaza, y en medio de esta muchedumbre estaba el príncipe Sapor. Los niños empezaron a tirar la pelota, y cada uno quiso distinguirse por sus golpes. El rey llegó a la plaza acompañado de algunos íntimos que no lo abandonaban nunca; miró, suspiró viendo a sus niños y los señaló a su ministro con el dedo diciendo: "Espero que haya entre ellos un hijo de Ardachir". Su consejero respondió: "¡Oh, rey! Tu corazón atestigua la existencia de tu hijo". El rey dijo a un servidor: !Oh, hombre ingenioso y observador. Ve sonriendo hacia los niños y lanza con una raqueta su pelota (la de ellos) hacia mí, y aquel de entre ellos que venga valientemente como un león en medio de sus caballeros y quite la pelota frente a mis ojos sin respeto por nadie de este cortejo, ese es, sin duda, mi hijo querido; el que proviene de mi raza, de mi cuerpo y de mi familia". El servidor del rey parte y, como le ha sido ordenado, golpea la pelota y la envía frente a los caballeros, los niños la siguen rápidamente, como flechas, llegados cerca de ella y frente al rey dudan y se detienen atemorizados; pero Sapor se precipitó hacia adelante, alcanza la pelota, la toma, y, a alguna distancia, la lanza a los niños.
El rey sintió alegría de corazón como un viejo que se siente rejuvenecido; los caballeros alzan al niño y se lo pasan de mano en mano; el rey de reyes lo toma sobre su corazón y rinde agradecimiento al distribuidor de la justicia. Besa al niño en la cabeza; la cara y la mejilla y dice: "No hay que ocultar al mundo semejante maravilla. Jamás habría osado esperar esto en mi alma pues creía que lo habían asesinado. Dios hizo prosperar un Imperio y quiso darme un sucesor en el gobierno del mundo; no podemos sustraernos a sus órdenes, desde ahora llevaremos la cabeza más alta que el Sol".
Eligió de su tesoro oro y joyas, eligió muchos granates magníficos, y la Corte volcó sobre el niño oro y piedras y volcó sobre él almizcle y ámbar hasta que su cabeza desapareció bajo las piezas de oro y su rostro quedó invisible bajo las piedras finas. Enseguida el rey esparció piedras sobre el amizcle y ámbar, y lo hizo sentar sobre un árbol incrustado de figuras de oro y le dio tantas riquezas como su palacio y su sala de audiencias contuviesen. Ordenó que la hija de Artaban fuera traída nuevamente al palacio, feliz y serena le perdonó sus faltas pasadas y borró de su alma toda traza de herrumbre. Hizo venir de la ciudad maestros, todos los hombres que conocieran una ciencia y la enseñaran al niño, la escritura pehlevie, una actitud fiera y real, el arte de manejar las riendas en el combate y de presentar a caballo la punta de la lanza al enemigo. Se le enseñó a beber vino, a hacer favores y a observar las costumbres de los burgueses, a mandar un ejército y todo lo que concierne a la lucha y los combates.
Enseguida el rey hizo cambiar los diseños de las monedas de oro y plata, grandes y pequeñas, y les hizo estampar de un costado el nombre del rey Ardachir, y del otro con el nombre de su afortunado vizir; y el nombre del Destour del rey, del hombre lleno de experiencia, de fiel consejo, se transformó en ilustre y fue ubicado sobre todas las cartas pues el rey le confió su sello y su anillo. El rey distribuyó todo su tesoro a los pobres que no vivían más que del trabajo de sus manos. Vivió en un lugar que no era más que un zarzal y construyó una bella ciudad que se llama DjundiSapor; tú no puedes conocerla bajo ningún otro nombre.
Ardachir organiza la administración de su imperio.
Escucha ahora lo que tengo que decirte de la justicia y de la inteligencia de Ardachir, de las reglas que dictó haciendo el bien a todos, de su grandeza y habilidad, y acuérdate de todo. El se dio muchos trabajos y estableció buenos reglamentos y se repartió sobre todos afecto y su justicia. Cuando deseaba aumentar los ejércitos del trono del Imperio, enviaba a todos lados mensajeros haciendo proclamar: "A quien tenga un hijo, que no le permita crecer sin haber aprendido esto: que le enseñe a andar a caballo, la manera de batirse con la maza, el arco y las flechas de madera de álamo". Cuando un joven había adquirido fuerza por los ejercicios, cuando habíase convertido en irreprochable en cada parte, venía de la provincia a la corte del rey y se ponía al servicio del ilustre trono del Imperio. Cuando una guerra estallaba los jóvenes de la corte con Pehlevan, un noble Mobedh experimentado y ansioso (ambicioso) de distinguirse. Con cada millar de estas jóvenes gentes partía un vigilante que los observaba y si alguno se había conducido flojamente en el combate, el vigilante hacía un informe al rey, tanto de los hombres sin valor como de aquellos que se habían conducido con bravura. Cuando el maestro del mundo había leído el informe hacía sentar delante de sí al mensajero, preparaba presentes para aquellos que habían hecho bien y elegía para ellos lo que había de más precioso en el tesoro, después tomaba nota de aquellos que se habían conducido mal para que no aparecieran más en los combates. Continuó así hasta que su ejército fue tal que los astros no habían visto uno más grande. Si había un hombre de buen consejo, el rey y los heraldos daban la vuelta al campamento y proclamaban: "Oh, hombres ilustres y guerreros del rey, quienquiera que se haya tomado digno favor del rey y haya inundado la tierra con la sangre de bravos, recibirá de mí un vestido de honor real y su nombre quedará en la memoria de los hombres". Es así que mantuvo el orden en el mundo entero por medio de sus ejércitos, fue pastor y los hombres belicosos fueron su rebaño.
Ahora atiende a los arreglos de Ardachir y cómo organizó el trabajo de los escritores en su despacho. Tomaba hombres entendidos y no confiaba sus asuntos a los ignorantes. El estilo y las escrituras a hombres que eran maestros en este punto, cuando un jefe se distinguía, el rey de reyes aumentaba su salario; pero a quienquiera que fuese inferior en escritura o en sutilezas no entraba al despacho de Ardachir; se lo empleaba en los gobiernos de provincias, y los buenos escribas quedaban junto a Ardachir. Cuando veía en la corte a un buen escritor lo alababa diciendo: "Un contador que hace entrar dinero en el tesoro, luego lo reparte con inteligencia y dándose trabajo, hace prosperar al país y al ejército, y alivia los vasallos que le piden socorro. Los escribas son como los tendones de mi alma, ellos son, sin saberlo yo, los amos del Imperio". Cuando un gobernador partía para una provincia, el rey le decía: "Desprecia el dinero, no vendas los hombres para adquirir tesoros, pues esta morada pasajera no es perpetua para ninguno. Busca la rectitud y la sabiduría (el buen sentido), y que la acidez y la locura queden lejos de ti; no lleves a ninguno de tus aliados ni parientes, la escolta que te doy es un apoyo suficiente. Da cada mes dinero a los pobres, y no les des nada a los malos. Si transformas en próspero al país por justicia, serás próspero tú mismo, y feliz por tu justicia; pero, si el sueño de un solo pobre es turbado por el miedo, es que has vendido tu alma por el oro y la plata.
Cuando un hombre venía a la corte del rey por un asunto importante o para pedir justicia, los confidentes del rey iban a verlo y le preguntaban sobre los gobernadores, si administraban justicia y si se libraban a sus pasiones o si alguno se acostaba con aflicción por su injusticia. Se interesaban por los hombres sabios del país, así como de aquellos que por pobreza quedaban en la oscuridad; preguntaban quién era digno de los favores del rey, así tanto uno que era anciano de gran familia, como un hombre probo, pues el rey decía: "Nadie debe gozar de mis trabajos ni de mis tesoros si no es un hombre tanto como los hombres sabios y que saben observar; pues, ¿qué hay de mejor que un anciano sabio? Busco hombres que tienen experiencia y los jóvenes de élite y trabajadores y encuentro bueno dar a la juventud, que tiene buen sentido y está ávida de aprender el lugar que se asigna a los ancianos".
Cuando sus ejércitos iban a combatir a algún lado, decidía con prudencia y sin precipitación. Tomaba por enviado a un escritor inteligente, sabio y buen observador y le entregaba un mensaje cortés y según las reglas, para que no hubiese guerra injusta. El mensajero se trasladaba junto al enemigo para conocer sus pensamientos secretos. Escuchaba sus palabras, si tenía sentido y consideraba una desgracia los asuntos, las fatigas y las calamidades de la guerra, recibían vestidos de honor real, un tratado, cartas credenciales y presentes. Pero si sus cabezas estaban inflamadas de cólera, sus almas llenas de rencor, sus corazones bullentes de sangre, el rey pagaba el sueldo de todo el ejército para que no hubiera descontento, elegía un Pehlevan deseoso de gloria, prudente, atento y calmo y a un empleado civil, que supiera las reglas y hábil, que debía vigilar las injusticias que cometiera el ejército, luego hacía montar en un elefante de modo que se oyera su voz a dos millas, y que gritaba: "¡Oh, guerreros ilustres, vosotros que tenéis coraje, renombre y honor! Es necesario que ningún hombre, sea pobre, sea ilustre y rico, tenga queja alguna de vosotros. En cada parada comeréis pagando y respetando al pueblo y cada quien que adore a Dios se abstendrá de tomar lo que pertenece a otro. Cada quien que mostrare su espalda al enemigo tendrá una suerte desgraciada; cavará su tumba con sus propias manos, o las cadenas ulcerarán su pecho y sus miembros, y su nombre será tachado de las listas, su comida será la basura, su cama será la tierra sombría".
El rey decía al jefe del ejército: "No seas blando, pero guárdate de la cólera y de la precipitación. Ubica a los elefantes delante del ejército, envía exploradores a cuatro millas de distancia; llegado el día de la lucha y de la gloria, recorre tu ejército, haz subir a tus tropas su dignidad, explícales el deber que deben cumplir en el campo de batalla, promete en mi nombre vestidos de honor para todos, viejos y jóvenes. Envía primero cien caballos para provocar al enemigo, y otros cien a poca distancia delante del ejército; pero, cuando se comience a combatir de los dos lados, ¡no dejes, aunque tu ejército sea numeroso, a los héroes ávidos de combate lanzarse y desguarecer tu centro! Haz que tu ala izquierda combata en masa cerrada al ala derecha del enemigo, del mismo modo, tu ala derecha su ala izquierda, y que todos luchen con el corazón latiendo al unísono. El centro del ejército permanecerá inmóvil, ningún hombre lo abandonará, no será sino cuando el centro del enemigo se debilite que harás avanzar el tuyo. Cuando estés victorioso no derrames más sangre de nadie, puesto que tus enemigos se dan a la fuga; si uno de ellos pide perdón, acuérdaselo y renuncia a la venganza. Cuando veas la espalda del enemigo, no te apresures y no abandones tu posición, pues debes sospechar de una emboscada y el campo de batalla debe quedar ocupado por el ejército; pero, si te has asegurado contra una emboscada del enemigo, entonces actúa sin escuchar el aviso sea de quien sea. Distribuye el botín entre aquellos que se hayan batido y que bravamente hayan puesto en peligro su dulce vida. A todos los prisioneros que cayeran en tus manos tráelos sin falta a mi corte; haré construir para ello una gran ciudad en el lugar que era un zarzal. No te desvíes de ninguna manera de estos consejos si quieres apartarte de la pena y la desgracia, y a la hora de la victoria, vuélvete hacia Dios, pues, no lo dudes, es él quien es tu guía".
Cuando un embajador llegaba de cualquier parte que fuese, sea de los turcos o de Roma, o de un país persa, el guardián de las fronteras recibía las novedades y no era negligente en tamaños asuntos. El enviado encontraba en todos lados de su ruta alojamiento preparado, era un asunto del cual estaban encargados los gobernadores; no les faltaba ni los vestidos, ni la comida ni el tapiz. Cuando el administrador de la provincia se había enterado por qué se dirigía al rey, hacía partir para la corte de Ardachir un empleado sobre un dromedario que llevaba alta la cabeza, para que se mandase un cortejo ante el extranjero. El rey hacía entonces preparar su trono de turquesas, ubicado sobre dos filas de servidores cubiertos de vestidos bordados de oro, y llamaba ante sí al enviado, lo hacía sentar sobre un trono de oro y le dirigía preguntas sobre todos sus secretos, sobre la felicidad o la desgracia que había experimentado, sobre su nombre y su renombre, sobre lo que hacía de justo o de injusto en su país, sobre las costumbres, el rey y su ejército. Lo hacía conducir a un palacio con la pompa que era debida a un embajador y lo proveía de todo lo que le hacía falta. Enseguida lo invitaba a su mesa y a beber con él, y le hacía sentar en su trono de oro y lo llevaba con él a grandes cacerías, para las cuales reunía una escolta innumerable, y lo despedía como exigía su rango de embajador, dándole un vestido de honor real.
Enviaba a todas partes Mobedhs benevolentes, el corazón despierto y llenos de inteligencia y gastaba grandes tesoros para hacerles fundar en todos lados ciudades, a fin de poder dar alimentos y residencia a quienquiera que estuviese sin techo y sin recursos, y a quien la fortuna era contraria para que el número de estos vasallos fuera aumentando. Su nombre sería bendecido en el mundo, en público y en secreto. No hay sobre la tierra más que un sólo rey que se le parezca y que recuerde a los hombres su memoria. Busco sinceramente hacer que viva su nombre, ¡pueda ser él feliz hasta el final!
Mira las maravillas que Ardachir ha producido por su justicia, que ha tornado a la tierra floreciente. Hablaba en secreto a mucha gente, tenía por todos lados agentes que le hacían informes, y cuando un hombre rico perdía su fortuna, el rey, tan pronto como tenía conocimiento de ello, rehacía sus asuntos y no lo dejaba en triste estado; le daba tierras fértiles, una residencia, servidores y subordinados y arreglaba todo como era debido, sin que la ciudad se enterara del secreto; en fin, ponía a sus hijos en manos de maestros si tenían inteligencia. Establecía una escuela y un lugar para el culto del fuego en cada calle. No dejaba a nadie en la necesidad a menos que ella misma ocultara su miseria. Administraba la justicia sin acepción de personas, así fuera un pobre o el hijo de un amigo; el mundo se tornó próspero por su justicia y el corazón de sus vasallos se regocijó. Cuando el amo del mundo es el compañero de la justicia, el tiempo no puede borrar su huella.
¡Reflexiona sobre las normas seguidas por este noble hombre y qué sólidos fundamentos de gloria estableció! Había en el mundo entero emisarios inteligentes, que tenían los ojos abiertos y observaban todo; cuando le hacían conocer un paraje arruinado o donde al río faltaba agua, acordaba una remesa de impuestos y no descansaba hasta abastecer las tierras que fueran. Cuando un propietario se había empobrecido y su subsistencia había desaparecido, le daba de sus tesoros instrumentos y capital y no permitía que su huella desapareciera del país.
Escucha, ¡oh, rey!, las palabras de un príncipe sabio y vuelve próspero al mundo de la misma manera. Si quieres ser libre de dificultades y de toda vejación, y llenar tu tesoro sin causar pena a los hombres, guárdate de oprimir a tus vasallos, y cada uno bendecirá tu justicia.
Ardachir indica sus últimas voluntades a los grandes del Irán.
El mundo, desde Roma a la China, del país de los turcos hasta la India, bajo la mano de Ardachir, habíase tornado brillante como el saleh romano. De todas las fronteras afluían los tributos y las rentas, nadie resistía al señor del mundo. Hizo llamar a todos los grandes del Irán, los hizo sentar según convenía a su rango en tronos de oro, y luego el amo del mundo se levantó y pronunció buenas y verdaderas palabras.
Prestad oídos todos, viejos y jóvenes, a las palabras de Ardachir, el rey ilustre. "Cualquiera sabe que el distribuidor de la justicia que existe no debe adorar más que a Dios, el santo. Por lo tanto, no despreciéis el buen sentido (la sabiduría), que estáis sujetos al rey. Sabed que jamás palabra alguna escapa de la memoria del sabio. Tened en cuenta que el miedo del pecado es más eficaz que las cadenas y la prisión del rey. En fin, la palabra del malintencionado no es honrada cerca de los grandes".
"Voy a deciros todavía que bien valdrá que vean vuestros ojos y vuestro espíritu. Honor a aquel que vuelva próspero el mundo y que en público y en secreto hace lo mismo; así también aquel que posee una voz dulce, inteligencia, modestia y una palabra cálida. Controla tus gastos, que aquel que derrocha por vanidad y tontamente su dinero en locuras no obtiene ningún provecho, nadie se lo agradece, y los hombres piadosos lo desaprueban. Si buscas la vida moderada, te sostendrás y los hombres de buen sentido te llamarán sabio. Para pasar en paz por este mundo, tienes delante de ti cinco caminos por los cuales tu fe y tu piedad florecerán, tu salud y tu alegría se acrecentarán y donde la miel de tu vida no estará acompañada de veneno. Primero, no busques por avidez y ambición sobrepasar lo que Dios te acuerde. Rico es el que está satisfecho, y el rosal de la primavera trae para él flores numerosas. Luego, resiste la chismorrería, y no digas tu secreto frente a las mujeres. En tercer lugar, no te complazcas en la gloria y los combates, pues que la gloria y los combates traen pesar y preocupación. Además, descarta de tu corazón la preocupación y no te aflijas por los males futuros. Y en quinto lugar, no te mezcles en los asuntos ajenos, no te interesan".
"Prestad todos oído a mis consejos y a mis aprovechables palabras. No ceses jamás de aprender, si quieres esclarecer tu espíritu; si tienes un hijo, líbralo al estudio y acorta el tiempo de los juegos. Prestad todos atención a mis palabras y a las penas que me doy por vosotros. Vosotros todos que sois justos y serenos de espíritu, no abandonéis jamás la amistad que existe entre vosotros. Dad a vuestro corazón tranquilidad para cuatro cosas de las cuales viene todo lo que es bueno y útil. Primero, temed, venerad y respetad a Dios para que os dirija y os guíe; enseguida, no abuséis de vuestro cuerpo y preservad la seguridad del pan, del vestido de vuestra fe; regulad vuestro corazón según las órdenes de Dios. Amadme como vos os amáis a vosotros mismos. En tercer lugar, para que aparezca la rectitud, alejad todo fraude. En fin, no desviéis vuestro corazón de las voluntades del rey del mundo, ni en público ni en secreto, quedadle atados como a vuestra propia vida y la obediencia a sus órdenes os alegrará".
"Tomad a pecho lo que él ordene y no dejéis desviar a vuestro espíritu lejos de él. Lo amaréis como a la vida misma cuando veáis que vela por vosotros con su justicia. El rey toma sobre sí todos los dolores (las molestias) de la realeza y no se inquieta por la pena (la desgracia) que puede ocurrirle. Si sabe que sus gobernadores y su ejército oprimen el país y no intervienen según la justicia exige, no es digno de ser el amo del mundo y la corona de los reyes no le sienta; ennegerece su título real y la majestad soberana lo abandona. Debe saber que un rey injusto es un león feroz sobre una pradera, y que un súbdito que no se conforme con todo su celo y todo su corazón a las órdenes del rey, vivirá en la pena y la desgracia y no llegará a la vejez en esta morada pasajera. Si sientes necesidad de dicha y poder, ten por seguro que no los obtendrás por la avidez y la altivez. ¡Pueda el corazón de mis súbditos ser feliz, pueda el mundo ser próspero por mi justicia!"
Kharrad pronuncia alabanzas a Ardachir.
Una vez que el rey hubo vuelto a tomar asiento, un hombre viejo avanzó hacia el trono; el nombre del anciano era Kharrad, su espíritu y su lengua estaban llenos de rectitud. Y respondió: "Oh, rey, puedas tú vivir tanto como dure el tiempo, puedas tú vivir feliz y bajo la estrella de la victoria. El país, el trono y la corona se sienten jubilosos de tu reino, y tú eres tan bondadoso y tan poderoso que los pájaros y las bestias feroces se recuestan en bandadas frente a tu trono. Tú eres el amo del mundo, de un límite al otro elevas tu cabeza por encima de los grandes que portan corona. ¿Quién sabría describir tu justicia? Puesto que la justicia y el poder son las bases de tu trono".
"Redoblemos todos nuestras adoraciones, bendigamos todos al maestro del mundo, que desde que vivimos en el mismo tiempo que tú, desde entonces deseamos la felicidad en todas las cosas, desde entonces estamos ávidos de ver tu rostro, desde entonces las buenas palabras y la ternura nos llenan de júbilo. ¡puedas tú vivir en seguridad, pues nos das seguridad, y a dios no plazca que faltemos a nuestra lealtad hacia ti! Has cerrado el camino a nuestros enemigos, a los hombres de la india y de la china, que no son nuestros iguales; las devastaciones, los combates y las agitaciones han cesado y nadie oye el ruido de los timbales del enemigo. ¡pueda tu espíritu permanecer eternamente sereno y el peso de los asuntos llevado por los mobedhs!
"Ningún rey te iguala en tu prudencia y en pensamiento no puede sobrepasar tu sabiduría. Por ti la justicia ha puesto en el Irán fundamentos tales que nuestros hijos tendrán todavía tiempo de ser felices; tu palabra ha adquirido una influencia tal que los ancianos se rejuvenecen escuchando escuchando tu sabiduría. Todos los que en esta asamblea son de nacimiento ilustre son felices por ti, por tu justicia; las inteligencias se han desarrollado por el efecto de tus palabras, gracias a tu presencia el mundo se ha tornado brillante. Eres el vestido de honor con el cual dios ha revestido la fortuna; la diadema, las armas y el trono permanecen así llenos de felicidad, bondad y justicia y los hombres te recordarán a ti como jamás se ha recordado a rey alguno. El mundo está seguro por el efecto de tu grandeza y de tu majestad. ¡Feliz el que se abriga bajo la sombra de tus alas! ¡Pueda el trono ser siempre tu sitial y la tierra quedar sumisa a tus órdenes y a tus voluntades!"
"¡Ay!, tú que buscas el fondo de las cosas, arranca tu corazón de esta vieja morada, pues ella ha visto muchos hombres como tú y como yo y no permanece para nadie; ya seas rey o servidor, tú pasarás y ella durará, que seas hombre de trabajo o que seas amo de la corona y del trono, debes partir cuando ella lo ordene; si eras de hierro la bóveda del cielo usarás; y cuando seas viejo le ahorrará sufrimiento. Cuando el ciprés que ha alegrado los corazones se curve; cuando los ojos negros se pongan a llorar, cuando el rosado rostro se vuelva color de azafrán, cuando la cabeza del hombre feliz se entorpezca, cuando el espíritu se duerma y todo lo que estaba en pie se acueste, entonces no te quedes, tú solo, puesto que tus compañeros de ruta habrán partido. Que seas rey o que seas vasallo, no tendrá otra morada que la tierra sombría. ¿Dónde están los poderosos amos de la corona y el trono, dónde los jefes inteligentes, dónde están los valientes héroes que llevaban alta la cabeza? Todos tienen por techo la basura y la arcilla; ¡feliz aquel que deja aunque mas no sea un nombre honorable!"
El rey Ardachir es un gran ejemplo, y cuando oigas mi relato, reténlo en la memoria.
Guerra de Sapor contra los romanos.
Mientras tanto, la novedad de que el trono del rey de reyes estaba vacante, se expandió; que Ardachir, el rey sabio había muerto y había dejado a Sapor el trono y la corona. En todas las fronteras se levantó un gran tumulto y todo el país de Keidafeh hasta Rumania se amotinó. Sapor tuvo noticias; hizo preparar los timbales y las banderas, reunió su ejército y lanzó hasta las puertas de Balnineh tropas ligeras, sin camellos cargados y sin equipajes. Un ejército avanzó desde Keidafeh, oscureciendo el sol por el polvo que levantaba y otro salió de Balvineh, bajo el mando de un jefe importante. Ese guardián se llamaba Baramush (Valeriano), era un caballero fiero, de espíritu brillante, honrado por los emperadores, que sabía tirar el lazo (para cazar), ilustre y poderoso.
Desde el momento en que se oyó elevarse de los dos lados el ruido de los timbales, este héroe ávido de gloria se adelantó del centro de su ejército y, del lado de los persas se adelantó un ilustre guerrero, Guershasp, el león. El sonido de los timbales y los gritos de los hombres retumbaban de los dos lados, y el valiente Sapor estremecióse en el centro del ejército, el ruido de los clarines y las campanillas indias era tal que la esfera de la luna se estremeció. Se ataron los timbales sobre las espaldas de los elefantes, se oía el ruido de los caballos sobre una superficie de dos millas, la tierra temblaba, las nubes de polvo se formaban, las lanzas del combate resplandecían como fuego, y todo hombre que había guardado su sentido decía que las nubes volcaban una nube de estrellas. El valiente Baranush fue tomado del centro de su ejército, el corazón henchido de sangre; tres mil romanos fueron matados en Balvineh, dentro de su línea de batalla, mil seiscientos fueron hechos prisioneros, y el corazón de los romanos tornóse pleno de tristeza. El César envió a Sapor, hijo de Ardachir, a un hombre inteligente, encargado de decirle: "¿Cómo puedes, tú, en el rostro del Supremo Juez, nuestro guía, derramar tanta sangre por este oro? ¿Qué dirás cuando te tome cuenta en el día del Juicio? ¿Qué excusa darás frente al padre que alimenta toda criatura? Enviaré el tributo tal como era antes, y no hay que aumentar aún la desventura de los hombres. Sometiéndome y pagando mi tributo, te liberaré de numerosos rehenes tomados en mi familia; pero es justo que abandones Balvineh, y te enviaré entonces, junto con el tributo, todo lo que puedas desear".
Sapor permaneció hasta que el César hubo enviado su tributo y sus rentas en diez sacos de piel de buey, mil esclavos romanos y brocados sinnúmero; moró siete días en Balvineh; luego abandonó el territorio romano y volvió a Ahwaz. Elevó una gran ciudad, a la cual dio con justicia el nombre de Sapor guird; y trabajó durante un año empleando muchas penas y tesoros. En el Farsistán construyó una ciudad fuerte, bella y rica, que forma la puerta de Kusiban, por la cual todo el mundo pasa. Elevó también el Kohendiz (castillo) de Nisapor, y lo terminó el día veinticinco del mes. Llevó consigo por todos lados a Baranush y prestó a sus palabras un oído atento. Ahora bien, había en Shusther un gran río que ningún pez podía atravesar. Dijo entonces a Baranush: "Si eres geómetra, construirás en este lugar un puente, que parezca una cuerda, porque daremos la vuelta a la tierra pero el puente permanecerá por efecto de la ciencia dada por dios nuestro guía; cuando hagas este puente, largo en mil codos, pedirás de mi tesoro todo lo necesario para ésto. Ejecuta en este país, por la ciencia de los sabios rumanos, grandes obras, y cuando el puente abra un pasaje hacia mi palacio, pásalo, y sé mi huésped tanto como vivas, en alegría y en seguridad y lejos del mal y del poder de Ahrimán". El valiente Baramush puso manos a la obra y terminó entres años ese puente. Cuando el puente estuvo acabado, el rey salió de Shusther y pasó a su palacio a toda prisa.
Firdusi, Sha-Nama, Libro de los Reyes, en: Gagé, J., La Montée des Sassanides, col. Le Mémorial des Siècles, Albin Michel, 1964, Paris; Levy, Reuben, The Epic of the Kings, The University of Chicago Press, 1967. Trad. del francés por Clara Falcionelli.
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LOS HUNOS SEGÚN AMMIANO MARCELINO
Su ferocidad va más allá de todo lo imaginable; con la ayuda del hierro trazan profundas cicatrices en las mejillas de los recién nacidos, a fin de destruir todo germen de bozo; de esta manera envejecen imberbes y sin gracia, semejantes a eunucos. Tienen el cuerpo rechoncho, los miembros robustos, la nuca grosera. Su anchura de espaldas los convierte en terroríficos. Se diría que son animales bípedos o esas figuras mal talladas, en forma de troncos, que guarnecen los parapetos de los puentes... Los hunos no cuecen ni sazonan sus alimentos. Se nutren únicamente de raíces salvajes o de carne cruda del primer animal que encuentran a mano, recalentándose tan sólo durante cierto tiempo en la grupa de su caballo, sosteniéndola entre sus piernas. No tienen lugar en que abrigarse... Las casas no son empleadas entre ellos, como tampoco las tumbas... Se cubren de lienzo o de pieles de rata de los bosques, cosidas conjuntamente. No cuentan con un traje para el interior y otro para salir. Una vez que se han endosado su túnica de un color desvaído, no se la quitan hasta que se cae de vieja... Podría creérselos clavados sobre sus caballos... no echan pie a tierra ni para comer ni para beber. Duermen inclinados sobre el magro cuello de su montura, donde reposan a su gusto.
Ammiano Marcelino, en: Le Goff, J., La Civilización del Occidente Medieval, Trad. de J. de C. Serra, Ed. Juventud, 1969 (Paris, 1965), Barcelona, p. 36.
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ATILA Y LOS HUNOS SEGÚN JORDANES
(XXIV) Poco tiempo después, según refiere Orosio, los hunnos, la más feroz de las naciones bárbaras, se levantaron contra los godos. Consultando la antigüedad, se descubre lo siguiente acerca de su origen: Filimer, hijo de Gandarico el Grande, y rey de los godos, el quinto de los que les gobernaron desde su salida de la isla Scanzia, habiendo entrado por tierras de la Scitia al frente de su nación, como ya hemos dicho, encontró entre sus pueblos a ciertas hechiceras que en el lenguaje de sus padres llamó aliorumnas. La desconfianza que le inspiraban hizo que las arrojase de entre los suyos; y habiéndolas perseguido lejos de su ejército, las rechazó a un terreno solitario. Habiéndolas visto los espíritus inmundos que vagaban por el desierto, se unieron con ellas, mezclándose en sus caricias, y dieron origen a esta raza, la más agreste de todas. Permaneció al principio entre los pantanos, encogida, negra, enfermiza, perteneciendo apenas a la especie humana, y pareciéndose muy poco su lenguaje al de los hombres... Así, pues, aquellos mismos que hubiesen podido resistir a sus armas, no podían resistir la vista de sus espantosos rostros y huían a su presencia, dominados por mortal espanto. En efecto; su tez tiene horrible negrura; su rostro es más bien, si se puede hablar así, masa informe de carne que faz, y sus ojos parecen agujeros. Su firmeza y valor se revelan en su terrible mirada. Ejercen la crueldad hasta con sus hijos desde el día en que nacen, porque empleando el hierro, surcan la mejilla a los varones para que antes de mamar la leche se acostumbren a soportar las heridas. Por esta razón envejecen sin barba después de una adolescencia sin belleza, porque las cicatrices que deja el hierro en sus rostros extinguen el pelo en la edad en que tan bien sienta. Son pequeños, pero esbeltos; ágiles en sus movimientos y muy diestros para montar a caballo; anchos de hombros; armados siempre con el arco y prontos para lanzar la flecha; firme la apostura y la cabeza alta, siempre con orgullo; bajo la figura del hombre viven con la crueldad de las fieras (1).
(XXXIV) ...Atila, jefe supremo de todos los hunnos y el primero, desde que existe el mundo, cuya dominación haya abarcado casi toda la Scitia. Por esta razón su resplandeciente gloria asombraba a todos los pueblos. He aquí, entre otras cosas que le conciernen, lo que refiere Prisco, enviado en legación cerca de él por Teodosio el Joven. Después de cruzar grandes ríos, el Tisias y el Drica, llegamos al paraje donde en otro tiempo, Vidicula, el más grande de los godos, pereció por las emboscadas de los sármatas; y cerca de allí encontramos una aldea donde residía el rey Atila. Digo una aldea, pero semejante a una ciudad muy grande. Vimos allí un palacio de madera inmenso, construido con tablas pulidas y brillantes, cuyas uniones estaban tan bien disimuladas, que apenas podían descubrirse con mucha atención. Existían allí espaciosas salas para festines, pórticos de elegante arquitectura; y el patio del palacio, rodeado de alta empalizada, era tan grande, que su extensión sola bastaba para dar a conocer una mansión regia. Tal era el palacio de aquel Atila que mantenía bajo su dominación toda la barbarie, siendo dicha morada la que prefería a las ciudades conquistadas (2).
(XXXV) El padre de Atila fue Mundzuco, y se cree que los hermanos de éste, Octar y Roas, reinaron antes sobre los hunnos, pero no sobre toda la nación. A su muerte compartió Atila el trono con su hermano Bleta, y para procurarse fuerzas que pudiesen secundar sus proyectos, fue fratricida y comenzó con la muerte de los suyos su lucha con el mundo entero. Crecieron sus culpables recursos a despecho de la justicia, y su barbarie consiguió un éxito que causa horror. Después de hacer perecer a su hermano Bleta, que reinaba sobre gran parte de los hunnos, redujo este pueblo entero a su poder; y habiendo recorrido gran número de otras naciones que le obedecían, aspiraba a la conquista de los dos primeros pueblos del universo, el romano y el visigodo. Dicen que su ejército se elevaba a quinientos mil hombres. Aquel hombre había venido al mundo para conmover a su nación y hacer temblar la tierra. Por no sé qué fatalidad, formidables ruidos le precedían, sembrando por todas partes el espanto. Era soberbio en su marcha, paseando las miradas en derredor y revelando el orgullo de su poder hasta en los movimientos del cuerpo. Gustábanle de las batallas, pero reprimíase en la acción; era excelente en el consejo (consilio), dejándose conmover por las súplicas y siendo bueno cuando una vez había concedido su protección (in fide susceptis). Bajo de estatura, tenía ancho el pecho y gruesa la cabeza, sus ojos minúsculos, escasa la barba, su cabellera erizada, su nariz muy corta, la tez oscura revelando el signo de sus orígenes. Aunque naturalmente era muy grande su confianza propia, aumentó con el descubrimiento de la espada de Marte, aquella espada que habían venerado siempre los reyes de los scitas. He aquí, según refiere Prisco, cómo se hizo el descubrimiento: "Un pastor, viendo cojear una becerra de su rebaño, y no pudiendo imaginar quién la había herido, siguió atentamente el rastro de sangre, llegando a la espada sobre la que había puesto el casco la becerra sin verla al pastar, y sacándola de la tierra la llevó a Atila. Orgulloso éste con el regalo, pensó en su magnanimidad que estaba llamado a ser el rey del mundo, y que la espada de Marte le daba la victoria en las guerras" (3).
(1) Jordanes, Historia de los Godos, en: Ammiano Marcelino, Historia del Imperio Romano, Trad. de N. Castilla, Librería de la Viuda de Hernando y Cía, 1896, Madrid, vol. 2, pp. 342-344. (volver al texto)
(2) Jordanes, Historia de los Godos, en: Ammiano Marcelino, Historia del Imperio Romano, Trad. de N. Castilla, Librería de la Viuda de Hernando y Cía, 1896, Madrid, vol. 2, pp. 362 y s. (volver al texto)
(3) Jordanes, Historia de los Godos, en: Ammiano Marcelino, Historia del Imperio Romano, Trad. de N. Castilla, Librería de la Viuda de Hernando y Cía, 1896, Madrid, vol. 2, pp. 363 y s. Texto latino en: Calmette, J., Textes et Documents d'Histoire, II, Moyen Age, P.U.F., 1953, Paris, p. 22 y s. Trad. del francés por José Marín R. (volver al texto)
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Atila, según refiere el historiador Prisco, casó al tiempo de morir con una joven muy hermosa, llamada Idlica, después de haber tenido considerable número de mujeres, según costumbre de su país. El día de las bodas se entregó a profunda alegría; y después, como abrumado por el vino y por el sueño, se acostó sobre la espalda; su sangre, demasiado abundante, no pudo salir por la nariz, como de ordinario, y tomando dirección funesta, cayó sobre el pecho y le ahogó. De esta manera, aquel rey que se había distinguido en tantas guerras, encontró vergonzosa muerte en medio de la embriaguez. Al día siguiente, cuando tocaba ya a su fin, los servidores del rey, cediendo a grandes zozobras, rompieron las puertas, después de llamarle a grandes gritos, encontráronle ahogado por la sangre, sin heridas, y a la joven cabizbaja, llorando bajo su velo. Entonces, según costumbre de la nación, cortáronle parte de la cabellera y le hicieron en el rostro profundas incisiones que aumentaron su fealdad. Querían llorar a aquel gran guerrero, no como mujeres, con gemidos y lágrimas, sino con sangre, como hombres que eran. He aquí un prodigio que ocurrió en aquella ocasión. Marciano, emperador de Oriente, en medio de las inquietudes que le ocasionaba enemigo tan terrible, vio aquella noche en sueños aparecérsele la divinidad mostrándole roto el arco de Atila, aquel arco en que fundaba todas sus esperanzas la nación de los hunos. El historiador Prisco pretende poseer testimonios irrecusables en apoyo de este hecho. Verdad es que Atila se había hecho tan temible a los grandes imperios, que el cielo parecía conceder una gracia a los reyes quitándole la vida. No debemos prescindir de referir, aunque brevemente, de qué manera celebró su nación los funerales. Expusieron solemnemente su cuerpo en medio de los campos, en una tienda de seda, con objeto de que pudiesen contemplarlo. Los jinetes más distinguidos entre los hunos corrían, como se hace en los juegos del circo, alrededor del paraje donde estaba colocado, y referían sus hazañas en el siguiente cántico fúnebre: "El más grande entre los reyes de los hunos es Atila, hijo de Mondzuco. Ha sido dueño de las naciones más valientes; él solo ha poseído la Scitia y la Germania, reuniendo sobre su cabeza un poder hasta entonces inaudito. El también llevó el terror a los dos imperios romanos; él, quien, después de haberse apoderado de las ciudades, salvó del pillaje el resto, dejándose conmover por las súplicas y contentándose con un tributo anual. Y después de haber realizado estas cosas, en medio de su felicidad, ha muerto, no por mano de enemigo, no por traición de los suyos, sino sin dolor, en medio del regocijo, en el seno de su nación floreciente. ¿Puede decirse que ha muerto aquel a quien nadie cree deber vengar?". Después de expresar su desolación de esta manera, celebraron sobre su tumba un gran festín, una strava, según lo llaman; y, entregándose sucesivamente a los sentimientos más opuestos, mezclaban la alegría con el duelo de los funerales. Encerraron el cuerpo de Atila en tres féretros, el primeros de oro, el segundo de plata y el tercero de hierro, dando a entender con esto que el rey lo había poseído todo; el hierro para domeñar las naciones; el oro y la plata en señal de los honores con que había revestido los dos imperios. A estos emblemas añadieron los trofeos de las armas tomadas al enemigo, collares enriquecidos con diferentes piedras preciosas, y en fin, los diversos ornamentos con que se adorna los palacios de los reyes. Y con objeto de preservar tales riquezas de la codicia de los hombres, mataron a los obreros empleados en los funerales, dándoles tan horrible salario; de manera que en el mismo momento la muerte se cernió sobre el cadáver sepultado y sobre los que acababan de sepultarlo.
Jordanes, Historia de los Godos, XLIX, en: Ammiano Marcelino, Historia del Imperio Romano, Trad. de N. Castilla, Librería de la Viuda de Hernando y Cía, 1896, Madrid, vol. 2, pp. 390 y s.
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FRAGMENTOS ACERCA DE LA NOCION DE IMPERIO
ENTRE LOS TURCOS DEL ASIA CENTRALEpitafio de Tonyukuk (1):
Yo, el Sabio Tonyukuk, nací bajo la dominación china. El pueblo turco obedecía a los chinos.
Inscripciones del Orkhon I, Epitafio de Köl-Tegin (2):
Cuando, en lo alto, el Cielo azul, y, abajo, la Tierra oscura se formaron, entre los dos nacieron los Hombres. Sobre los Hombres reinaron mis antepasados Boumyn-Kagan e Istemi-Kagan. Reinando, ellos tuvieron en sus manos y modelaron el Imperio y la Ley del Pueblo Turco...
Cuando mi padre el Kagan (emperador, Gran Khan) murió, mi hermano menor Köl-Tegin quedó huérfano en su séptimo año... En su decimosexto año he aquí los éxitos que obtuvo para el Imperio y los Estados de mi tío el Kagan:... En su vigésimo primer año nos batimos contra el Sengün (General) Tchatcha... etc...
El pueblo de los Nuevos Oghuz era mi propio pueblo. Porque el Cielo y la Tierra estaban en desacuerdo, él se convirtió en enemigo (3).
Mi hermano menor Köl-Tegin encontró la Fatalidad. Yo pensé. Mis ojos que veían se quedaron sin vista, mi sabiduría que sabía se quedó como sin saber. Yo pensé: "El Dios Tiempo ordena. Todos los hombres nacieron para morir". Así pensé yo. "Si a los ojos vienen las lágrimas, si al alma y al corazón vienen los sollozos", así pensé por otra parte, he pensado intensamente, "entonces, los dos Chad (Virrey), y también mis hermanos menores, mis hijos, mis Beyes, mi pueblo tendrán los ojos y las pestañas sumergidas", así pensé yo (4).
El Wang-Tutuk chino vino con un ejército de cincuenta mil hombres. Nos batimos. Köl-Tegin, a pie, se lanzó al asalto. Tomó con su mano, todo ataviado, al joven cuñado de Wang-Tutuk, y, todo ataviado, lo ofrendó al Kagan. El ejército, entonces, lo redujimos a la nada.
Inscripciones del Orkhon II, Epitafio de Bilgä-Kagan (5):
En mi décimo séptimo año -es Bilgä-Kagan el que habla- hice una expedición contra los Tangut... En mi décimo octavo año, una expedición contra los Sogdianos... En mi vigésimo segundo año, hice una expedición contra los chinos... En mi vigésimo sexto año, el pueblo Chik, unido a los kirguises, se convirtieron en enemigos...
Habiendo trabajado tanto, mi padre el Kagan murió, el Año del Perro, la décima luna, el veintiséis. Yo hice hacer los funerales, el Año del Cerdo, quinta luna, el veintisiete (6).
Adelante (al este), yo hice la campaña hasta la llanura del Shang-Tung; por poco no llegué al Océano. A la derecha (al sur), yo hice la campaña hasta los Nueve Ersin; por poco no llegué al Tíbet.
¡Yo formé los pueblos de los cuatro rincones del mundo, yo hice prosternarse a los que tenían una cabeza, arrodillarse a los que tenían rodillas! ¡Por decreto del Cielo en lo alto y de la Tierra abajo, con mi pueblo obtuve éxitos tales que el ojo jamás vio, tales que el oído jamás escuchó!
¡Medita! ¡Contra tu Kagan que te guió gracias a tu obediencia, contra tu buen Imperio que se independizó, eres tú mismo el que cometiste errores; eres tú el que introdujiste el mal! ¿Vinieron hombres armados de algún lugar para dispersarte y echarte? ¿Vinieron lanceros de algún lugar para deportarte y perseguirte? ¡Pueblo de la selva sagrada de Otüken, eres tú el que partiste! ¡Partiste tan lejos como se puede partir! En las tierras de donde tú partiste -bien hecho para ti-, tu sangre corrió como las aguas, tus huesos cubrieron el suelo como montañas. Tus hijos de raza de señores se convirtieron en esclavos; tus nobles hijas, en siervas. Porque tú no sabías, porque tú eras malo, mi tío el Kagan voló y partió.
Jamás hubo nada superior a la selva de Otüken. La tierra que tuvo el Imperio fue (siempre) la selva de Otüken. Habitando este territorio, yo me puse de acuerdo con el pueblo chino: porque éste da sin restricciones oro, plata, brocados, terciopelos.
¡Vosotros, los Beyes y el pueblo turco, escuchad! ¡Pueblo turco! Cómo, obedeciendo, conservas el Imperio, yo lo grabé aquí. Y cómo, extraviándote, pereces, yo lo grabé aquí. Todo lo que tenía que decir con palabras, yo lo grabé en la piedra eterna: ¡Sabed obedecer! ¿Entonces, pueblo y Beyes turcos, vosotros, Beyes, que en este momento obedecéis, iréis vosotros, por casualidad a extraviaros?
¡Pero el Cielo de los Turcos, en lo alto, y la Tierra y el Agua Sagradas de los Turcos dijeron así: "¡Que el pueblo turco no vaya a la nada! ¡Que vuelva a ser un pueblo!" Y por ello, a mi padre el Kagan El-Terish y a mi madre la Khatun El-Bilgä, el Cielo los tomó por la punta de la cabeza y los elevó a las alturas.
El oro amarillo, la plata blanca, el terciopelo grabado, el brocado granulado, los caballos de silla, los patrones, las cibellinas negras, las ardillas azules, yo los gané, yo los aseguré para mis turcos, para mi pueblo: yo hice a mi pueblo sin inquietud.
Inscripciones del Orkhon I y II (7):
A menos que en lo alto el Cielo se desplomase, que abajo la Tierra se hundiese, pueblo turco, ¿quién hubiera podido destruir tu Imperio y tus Estados?
El pueblo chino tenía palabras dulces como la leche y suaves sedas. Seduciéndolos con sus dulces palabras, con sus suaves sedas, acercaba a sí a los pueblos lejanos. Después de establecerse cerca de él, entonces ellos pensaban según doctrinas perjudiciales... (8)
Pueblo turco, he aquí tu muerte: si tú dices "Establezcámonos a la derecha (al sur), no en la selva de Choghay, pero sí en la llanura", pueblo turco, ¡he ahí tu muerte!... Pero si, habitando la tierra de Otüken, envías caravanas y convoyes, no sufrirás la menor penuria. Si habitas la selva de Otüken, serás poseedor de un Imperio eterno.
(1) Epitafio del gran jefe guerrero y estadista Tonyukuk, inscrito sobre estelas erigidas hacia el año 725 cerca del río Tola, no lejos de Ulan-Bator. v. Diógenes, XLII, 1963, p. 73. (volver al texto)
(2) Se conocen como Inscripciones del Orkhon I y II los epitafios o Bengü Tash (nombre de la estela funeraria en turco antiguo) del príncipe Köl-Tegin, muerto en el año 731, y el de su hermano mayor el emperador Bilgä-Kagan, yerno de Tonyukuk, muerto en 735; tales inscripciones están ubicadas en las inmediaciones del curso superior del río Orkhon. v. Diógenes, XLII, 1963, p. 74, 75, 79, 80, 82. (volver al texto)
(3) El Cielo turco, Türk Tengri, inspira y sostiene al Kagan turco (soberano absoluto designado por el Cielo), asegura la victoria de las armas turcas, la eternidad del pueblo turco y su hegemonía sobre todos sus vecinos. (volver al texto)
(4) Palabras de Bilgä-Kagan. (volver al texto)
(5) v. Diógenes, XLII, 1963, pp. 75, 76, 77, 78, 81, 82. (volver al texto)
(6) Quien toma la palabra es el hijo de Bilgä-Kagan, nuevo Kagan reinante. Las dos fechas corresponden, respectivamente, al 25 de Noviembre del año 734 y al 22 de Junio del año 735 de la Era Cristiana. (volver al texto)
(7) v. Diógenes, XLII, 1963, p. 79 y s. (volver al texto)
(8) Palabras de Bilgä-Kagan. (volver al texto)
En: "El hombre y la noción de Historia en el Asia Central Turca del siglo VIII" (Selección y presentación de los textos a cargo de L. Bazin. Trad. del francés por M. E. S. de Hermitte), en: Diógenes, XLII, Junio de 1963, Buenos Aires, pp. 71-83.
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DESCRIPCIÓN DE UN JINETE TURCO
...El Turco desde la silla del caballo, alcanza (con sus flechas) a un animal, un pájaro, un blanco, un hombre, un animal tumbado, un mojón, un ave rapaz que se precipita sobre su presa. Reventará su montura a fuerza de avanzar y de retroceder, de girar hacia la derecha y hacia la izquierda, de subir y de bajar, lanzando diez flechas antes que el Jaridjita haya tenido tiempo de preparar un solo disparo... El Turco tiene dos pares de ojos: uno delante y otro detrás de la cabeza... El Turco cuando vuelve riendas es un veneno mortal, la muerte de su adversario está asegurada porque dispara su flecha hacia atrás con tanta puntería como hacia adelante... El caballo del Jaridjita no tiene la resistencia de la jaca del Turco;: además, el Jaridjita sólo sabe cuidar a su caballo como jinete... Mientras que el Turco tiene más experiencia que un herrador veterinario, más habilidad que un domador en conseguir lo que quiere de su caballo. Porque ha presenciado su parto, porque le ha amaestrado cuando no era más que un potro.. El caballo acude a su llamada, corre detrás de é1 cuando galopa... Si llevaras la cuenta de la vida de un Turco, si la detallaras día por día, constatarías que pasa sobre su cabalgadura más tiempo que en el suelo...
Descnpción de un Jinete Turco por Yahiz, "prosista" del siglo IX, muerto en 869, a la edad de noventa y seis años. Nacido en Basora, vivió mucho tiempo en Bagdad. (La traducción al francés es de J. Sauvaget. Historiens Arabes, 1946, págs. 7-10. También ha sido recogido este texto en la recopilación de G. Wiet, págs. 102 y ss.), en: Braudel, F., Las Civilizaciones Actuales. Estudio de Historia Económica y Social. Trad. J. Gómez Mendoza y Gonzalo Anes, Edit. Tecnos, 1969, Madrid. p.106. Colaboración de Diego Melo C.
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(Las matanzas que siguieron a la "destrucción" de la ciudad fueron tales) que de la sangre de las víctimas manó un río tan grande como el Nilo y tan rojo como el brasil. Bagdad fue destruido y los diferentes países del universo se enriquecieron con sus tesoros y sus objetos de arte. Los Mongoles vendieron a precio de cobre y de plomo los utensilios y los recipientes que habían encontrado en las cocinas y en las bodegas del Califa; muchos de estos objetos llegaron por casualidad a Chiras, de manera que algunas personas que estaban en el colmo de la indigencia y de la miseria lograron gracias a ellos la opulencia y el bienestar. En especies, en cupones variados de seda, raso negro, telas estampadas y brocados importados de Bizancio, de Egipto y de China, caballos de Arabia, mulas de Siria, jóvenes originarios de Grecia, de los países de los Alanos y del Kíptchak, muchachas turcas, chinas y beréberes, los Mongoles consiguieron un botín tan enorme que su total no podía caber en los cómputos del espíritu.
El texto es del historiador cronista Vassaf, que describió los acontecimientos ocurridos entre 1254 y 1328. Está recogido por Henri Massé en A nthologie Persane, Payot. 1950. págs. 240-241, en: Braudel, F., Las Civilizaciones Actuales. Estudio de Historia Económica y Social. Trad. J. Gómez Mendoza y Gonzalo Anes, Edit. Tecnos, 1969, Madrid. p.106. Colaboración de Diego Melo C.
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