LA HISTORIA DEL REY WAMBA, DE JULIÁN DE TOLEDO
EN EL NOMBRE DEL SEÑOR COMIENZA EL LIBRO DE LA HISTORIA DE LA GALIA, EN EL TIEMPO DEL PRÍNCIPE WAMBA
DE DIVINA MEMORIA, PUBLICADA POR EL SEÑOR JULIÁN, OBISPO DE LA SEDE DE TOLEDO.EN EL NOMBRE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD COMIENZA LA HISTORIA DEL EXCELENTÍSIMO WAMBA, REY DE LA EXPEDICIÓN Y DE LA VICTORIA, CON LA QUE CÉLEBREMENTE SOMETIÓ A LA PROVINCIA DE LA GALIA QUE SE REBELABA CONTRA ÉL.
1. Suele la narración de los triunfos venir en ayuda de la virtud, pues todo lo que de gloria del pasado sea dicho, lleva a los espíritus de los jóvenes hacia el signo de la virtud. En efecto, la aplicación misma de la costumbre humana tiene al perezoso, cualquiera que sea, debilitado de valor interior, y es por esto por lo que no tan pronto a las virtudes como a los vicios se lo halla inclinado. Ésta, con la constante apelación dotada de ejemplos provechosos persistirá; si no, fría permanece y se entumece. Así, introducimos el signo de nuestros tiempos, por el cual hacia la virtud incitamos a los siglos siguientes, para que la narración del hecho pasado pueda sanar a los espíritus delicados.
2. Vivió en efecto en nuestros días, el ilustrísimo príncipe Wamba, quien dignamente quiso el Señor que reinara, a quien la unción sacerdotal consagró, a quien la comunidad de todo el pueblo y de la patria eligió, a quien el favor de la muchedumbre solicitó, y de quien, antes del declive del reino, se predice, en gran número de ocasiones, que reinará ilustremente. Mientras éste famosísimo hombre tributa las exequias fúnebres y se lamenta por la muerte del desaparecido rey Recesvinto, repentinamente todos unánimemente y en concordia, estimulados por igual, tanto por una disposición anímica como por la disposición externa, claman que a él gustosamente tendrán por rey; uniendo sus voces declaran
que él y no otro de entre los godos debe reinar y, en cuadrillas, para que no rechazara a los que se lo pedían, <se postraban> de rodillas ante él. Evitándolos por todas partes, rodeado de lágrimas y sollozos, no es ablandado por ningún ruego ni es doblegado por ninguna promesa de la muchedumbre, unas veces grita que él no será suficiente para las inminentes calamidades, otras veces anunciando que él ha sucumbido a la vejez. A éste que se resistía ásperamente, uno en su cargo de jefe, como el que va a actuar en nombre de todos, audazmente a la vista de todos y con rostro amenazante, conminándolo <le> dijo: 'A no ser que pronto nos prometas que tú consentirás, debes saber que pronto por la autoridad de la espada habrás de morir. Y de aquí no saldremos hasta que, o te reciba como rey nuestra embajada, o la muerte engulla aquí al que se oponga'3. Vencido no tanto por los ruegos de éstos como por sus amenazas, finalmente cedió, y aceptando el reino, recibió a todos en paz, y finalmente fue diferido el momento de la unción hasta el decimonoveno día, para que no fuera consagrado como rey lejos del lugar de la antigua sede. Sucedían en efecto estas cosas en la villa, a la que la antigüedad dio el nombre de Gérticos, la que distante casi ciento veinte millas desde la ciudad real, está situada en territorio Salmaticense. Entonces, en efecto, en uno y mismo día, a saber, en las mismas Kalendas de Septiembre, acaeció el fin de la vida del rey anterior, así como aquella preelección que siguió
del ya mencionado hombre, llevándose a cabo por la aclamación del pueblo. Pues a ese mismo hombre, aunque <era> el sucesor por voluntad divina, tanto por las agitadas promesas del pueblo como por la obediencia a la costumbre real de ellos, ya había sido revestido en grandes cargos, sin embargo antes no toleró ser ungido por las manos del sacerdote, para dirigirse a la sede de la ciudad real y pedir el trono de la antigüedad patria, en la cual sería para sí oportuno aceptar tanto los estandartes de la sagrada unción como mantener muy pacientemente el consenso de las posiciones a causa de su preelección, a saber, para que no se pensase que, estimulados por la ambición, hubiese pretendido contra derecho o se hubiese apropiado indebidamente del poder, <sino> más bien que recibió del Señor el estandarte de tan grande gloria. Sin embargo, retardando esto con hábil firmeza, en el decimonoveno día después de que había recibido el poder, entró a la ciudad de Toledo.4. Cuando llegó para recibir el emblema de la santa unción, a saber, en la iglesia pretoriense, la de los santos Pedro y Pablo, distinguido por el ornato real, detenido ante el altar divino, dio su palabra a los pueblos según la costumbre. Luego, dobladas las rodillas, por las manos del sagrado sacerdote Quirico, el óleo de la bendición se
derrama sobre su cabeza y se manifiesta el poder de la bendición, ya que al instante se hace visible esta señal de salud moral: desde su misma cabeza, donde el óleo había sido derramado, se elevó en forma de columna una cierta evaporación parecida al humo, y desde ese mismo lugar de la cabeza se vio salir una abeja, la que siempre ha sido un signo de felicidad venidera. No será ocioso que yo anuncie estas cosas, puesto que ello no era una casualidad indiferente, de manera que los <hombres> venideros conozcan cuán enérgicamente gobernó el reino, quien no sólo no deseándolo sino que recorriendo en orden de tan grandes disposiciones, incluso forzado por el estímulo de todo el pueblo, mereció llegar a la cima del reino.5. En los tiempos gloriosos de este príncipe, la tierra de las Galias, madre de la perfidia, siempre atormentada por una incomprensible fiebre de infidelidad nacida de sí misma, es señalada por un infame veredicto, por causa del cual, devoraba a los miembros de los traidores. En efecto ¿qué no <había> de cruel o falaz allí, donde <estaba> el lugar de reunión de los conjurados, la marca de la traición, la deshonestidad en los hechos, el engaño en el trato, la mutable opinión y, lo que es peor que todas estas cosas, teniéndosela por prostíbulo de judíos blasfemos contra nuestro mismo salvador y Señor? En efecto, esta tierra, por así decirlo, desde el origen de su traición, preparó para sí la ruina y desde la venenosa generación de su propio vientre nutrió la trampa de su propia ruina. Por durante ya mucho tiempo, fue zarandeada por las diversas fiebres cuando de súbito se levantó un torbellino de infidelidad por error de una sola nefanda cabeza, y la conspiración de la traición pasó de uno en uno.
6. En efecto, por la fama de su crimen, el origen de esta tiranía lleva a Ilderico, quien tomando el cuidado de la ciudad Neumasiense bajo protección condal, se asoció no sólo al nombre, sino al título y a la obra de la traición a sus compañeros de error, a saber, el detestable obispo Gumildo de la sede Magalonense y el abad Ranimiro. Por lo tanto este organizador, mientras encendía en los diversos hombres el fuego de su traición, intentaba atraer hacia la infamia de la traición, al obispo de la ciudad Neumasiense, Aregio, de feliz memoria. Viendo a éste de honrada boca, de corazón inmutable y reacio a sus planes, lo privó de la dignidad de su cargo y posición. Cargado por el peso de las cadenas, engañado <lo> entregó en manos de los Francos, en la
frontera de Francia. Luego, en lugar del depuesto obispo, incitó al abad Ranimiro como compañero de su traición, en cuya elección no se siguió ningún orden, ni se esperó ninguna resolución del obispo o metropolitano; sino que, alentado por una mente orgullosa, se hizo la ordenación contra las posibilidades de los mayores, por sólo dos obispos de un pueblo extranjero. Alcanzado el éxito de tan gran temeridad, las ponzoñosas semillas de la perfidia, a saber, Ilderico, Gumildo y Ranimiro, establecen los límites de su conjuración y desde Mons Cameli, donde es llevada la palabra, hasta la tierra Neumasiense de la Galia, dividen y agregan a su conjuración, con lo que generalmente se segrega la infidelidad desde la fidelidad. Entonces, roban a los ciudadanos apretando la mano, agotan los sufrimientos y toda la provincia de la Galia es saqueada.7. Esta noticia llegó al príncipe y, enseguida se destina a la autoridad del duque Paulo la extinción de las sediciones. Éste avanza en tibia carrera con el ejército y en medio de las interrupciones y de las tardanzas lo alienta. Él mismo durante la guerra se mantuvo aparte, y no dirigió los primeros ataques contra el enemigo, y con ese afán, alejó a los espíritus de los jóvenes de ese furor en que ardían por luchar. Paulo, convertido en el espíritu de Saulo, no sólo no quiso avanzar fielmente, sino que además se opuso a la fe. Atraído por la ambición del reino, se despojó repentinamente de la fe. Manchó la prometida caridad del príncipe religioso olvidándose de la garantía y, como alguno afirma: oye en secreto cómo crece rápidamente la tiranía y se arma públicamente. Para que la simulada dignidad de la monarquía pueda ser vista antes que sabida, trata estas cosas en cierto consejo secreto con los aliados elegidos para su perfidia, el duque Ranosindo de la provincia Tarraconense e Hildigisio, quien aún se mantiene bajo servicio de gardingato. Tendiendo rápidamente a efectuar la promesa del deseo perverso, anuncia fingidamente a los habitantes de todas partes que peleará contra las sediciones. El día establece, el lugar propone, en el que avanzarán a luchar contra los galos. Argebado, obispo de Narbona, hombre de vida venerable y apropiado para salvar al pueblo de la inquietud, al informarse con el sutilísimo relato de algunos, se empeñó en cerrar el acceso de la ciudad a aquel tirano. Pero este pensamiento no fue ocultado a Paulo. Por lo cual, antes de que aquel obispo hubiese realizado sus acciones pensadas, Paulo, en apresurada carrera con el ejército, repentinamente penetró a la ciudad de Narbona, anticipando que las puertas de la ciudad fuesen cerradas bajo la protección de gentes armadas, frustrando así prematuramente las acechanzas en su contra. Mientras se reúne la multitud del ejército en torno al río, el mismo Paulo, la cabeza viperina de la perfidia, asiste en el medio con algunos aliados suyos, reprochando al primer obispo que se haya empeñado en cerrar la entrada de la ciudad.
8. Después, proclamará al consejo de su despotismo, con argumentos variables y falsos, y con el fin de infligir daños contra el destino del príncipe Wamba, desconociendo
la fe <jurada> por los habitantes, enciende las almas de cada uno, jurando, el mismo Paulo, el primero de todos, que aquél no puede ser tenido por rey ni < se puede> persistir en su servidumbre. Y aún más, dice: 'Desde vosotros mismos elegid la cabeza del gobierno que en nosotros domina visiblemente, donde toda la muchedumbre ceda sus asambleas.' Ranosindo, uno de los conjurados, aliado del mismo concilio malvado, designa a Paulo como su mismo rey, eligiendo para sí a Paulo, y no a otro como futuro rey del pueblo. Pero al observar Paulo la prisa de su consejo, reúne a todos a jurar allí y se adhiere al consenso por voluntad propia. Entonces usurpó el reinado y atrajo hacia sí con criminal irreflexión a la muchedumbre de los conjurados, a la que no capturó con la ayuda de las armas, <sino> con la obra de la perfidia. Pues a Ilderico, Gumildo o bien a Ranimiro, no <se los> asoció con la difícil obra de su perfidia. ¿Qué más? Toda la tierra de las Galias repentinamente conjura, o <toma> las armas de la sedición, y no sólo de la Galia, sino también en alguna parte de la provincia de Tarracona, asedia la gula de la rebelión. Sin embargo, repentinamente es hecha en toda la Galia una pequeña reunión de pérfidos, asamblea de los desesperados, guarida de la perfidia. Allí es donde Paulo, con promesas y ofrecimientos de cargos, quería más aliados de su perfidia. Reúne a multitudes de Francos y Vascos para que vayan a combatir en auxilio suyo, y persiste dentro de las Galias con gran número de extranjeros, encubriendo el desenlace del tiempo más grato, en el que podría ir a luchar contra las Hispanias y pretender <para sí> la dignidad del reinado.9. En aquel tiempo, mientras sucedía esto en las Galias, el religioso príncipe Wamba, quien vencerá al atacar a los feroces linajes de los vascos, fue detenido en las partes de la Cantabria. Allí, cuando llegó a oídos del príncipe la noticia de lo que pasaba en las Galias, se dio pronto la actividad de planear con los primados de palacio, si podrían acercarse después a luchar contra las Galias o si regresarían a sus propios lugares; con hombres recogidos de todas partes y con un variado ejército recogerían el aprovisionamiento de tan largo viaje. En este consejo de dos cabezas, el mismo príncipe observando a muchos vacilantes, los exhorta con esta advertencia general: 'Jóvenes', dice, 'he aquí que oísteis un mal comienzo y supisteis dónde el instigador de la sedición armó su defensa. Por ello, es necesario adelantarse, para que se escape de la guerra antes de que crezca en su incendio. Sería una vergüenza para nosotros no ir al encuentro, o bien luchando contra tales, regresar a nuestras casas antes de que perezcan. Debe parecernos ignominioso que quien no ha podido hacer caer con sus armas a los rebeldes, ose rechazar tan grande gloria viril, y quien con la piel indigna no haya tenido el valor de vencer por la tranquilidad de la patria, ose mostrarnos ante el propio linaje como enemigo, juzgándonos como afeminados y delicados por todas partes a quienes tenemos el valor de resistir sin armas, fuerzas y consejos a su tiranía. ¿Si los Francos deciden combatir con nosotros, cuál es pues la virtud para que aquel que ha de morir pelee? La lucha de ellos hacia nosotros es muy notoria y no incierta. Así pues, es vergonzoso para vosotros que la formación de guerra de ellos, los cuales ya sabéis que siempre son más débiles en su virtud, haga huir de miedo nuestras tropas. Si en cambio, con la conjuración de los Galos se pretende vindicar la tiranía, esto ha de ser juzgado vil, para que ceda el linaje que está más apartado en el exterior, y <para que> en estos lugares, donde se extiende el dilatado reino, sean perturbados por los movimientos de ellos, los cuales siempre defienden a modo de protección. Son en efecto, los Galos o los Francos, la causa de tan grande conjuración, si place que así lo diga, hay que reclamar que juzguen su delito; nosotros sin embargo, debemos reivindicar el nombre de nuestra gloria con las armas vengadoras. Y en efecto, no hay que combatir con mujeres, sino con nuestros hombres, aunque lo más célebre no sea que alguna vez puedan los francos resistir a los godos, ni que sin nosotros los Galos lleven a término algo de gran virtud. Porque si colocáis delante la necesidad de los alimentos o de los carros, será más glorioso para nosotros, haber conquistado el triunfo a pesar de todas las necesidades pospuestas, que haber llevado a cabo una excelente guerra en la abundancia. Pues siempre <es> más noble, quien divulga más fuerzas de tolerancia que suficiencia de cosas. ¡Surgid ya al signo de la victoria, arruinad completamente el nombre de los pérfidos! Mientras exista calor de ánimo, ninguna debe ser la demora en apresurarse. Mientras la ira empuja a los espíritus al enemigo, ningún retardo debe obstaculizarnos: aun más, si es posible realizar sin interrupción el viaje emprendido de ataque, con mucha más facilidad se podrán conquistar los campamentos de nuestros enemigos. Pues como dice un cierto sabio: la ira presente es fuerte, la emplazada enflaquece. No es necesario pues, que el soldado se vuelva hacia atrás, a quien la infatigable entrada, hace vencedor en la guerra. Por lo tanto, no es necesario que perdamos el tiempo con un viaje directo. De ahí que nos acerquemos a los vascos para conducirlos a la derrota y después nos apresuremos sin dilación, a extinguir el nombre de los sediciosos'.
10. Ante lo dicho, se encienden los ánimos de todos deseando hacer lo que se les ordena. Luego, entra con todo el ejército en las provincias de la Vasconia, llevándose a cabo enérgicamente, por siete días y por todos lados, el pillaje y la hostilidad de los campamentos y el incendio de las casas a través de los campos descubiertos; <tanto así> que los vascos mismos, depuesta la ferocidad de sus espíritus y entregados los rehenes, pedían no tanto con súplicas sino más bien con favores, que se les dejara vivir y se les concediera la paz. Desde ahí, aceptadas las garantías, pagados
los tributos y la paz bien dispuesta, emprende un viaje directo a las Galias, pasando por las ciudades de Calaguerra y Osca. A partir de aquí, divide al ejército con los duques elegidos, en tres escuadrones de caballería, para que una parte se dirija a la ciudadela de Libia, que es la cabeza de Cirritania, la segunda para que llegue por la ciudad Ausoniense, que está en medio del Pirineo, y la tercera, para que avance por la vía pública a través de la costa marítima. El mismo príncipe religioso, seguiría a los precedentes con una numerosa tropa de guerreros. Habiendo acciones atrevidas de parte de algunos, que no sólo codiciaban botín, sino que llegaron a incendiar casas cometiendo crimen de adulterio, el mencionado príncipe, castigaba el crimen de los ejecutores con tanta fuerza de orden, que juzgarán que los más graves suplicios hacía caer sobre ellos, como si hubieran actuado con hostilidad contra él. Atestiguan esto, los prepucios cortados de algunos adúlteros, a quienes por su fornicación, infligía esta pena como castigo. En efecto: '¡He aquí! ¿Acaso estando ya próximo el juicio de la guerra, el alma se place en fornicar? Creo que os acercáis a la prueba de la lucha; ved, para que no perezcáis en vuestras asquerocidades. Pues si no castigo esto, ya atado a los pecados, de aquí marcho. Pues a eso iré, a recoger el justo juicio de Dios, si viendo la injusticia del pueblo, yo mismo no lo castigo. Eli, aquel conocido sacerdote de las Sagradas Escrituras, oyó que sus hijos, a los que no se quiso castigar por la inhumanidad de los crímenes, habían muerto en la guerra y, él mismo también siguiendo a sus hijos, expiró con el cuello fracturado. Pues esto es lo que hay que temer, y por ello, si permanecemos limpios del crimen, no habrá duda que obtendremos el triunfo sobre el enemigo'. Bajo esta doctrina, como se ha declarado de antemano, el mencionado príncipe conducía orgullosamente al ejército y mantenía bajo las reglas divinas, las costumbres de cada uno. Al avanzar los días, veía que la disposición a la guerra y la victoria en la lucha, le eran favorables.11. Primero de entre todas las ciudades en rebelión, es sometida al poder del príncipe religioso la ciudad de Barcelona, cayendo luego Gerona. El mismo funesto Paulo, al conocer esto, se apiadó del venerable hombre, obispo de esta famosa ciudad, Amator, <como se lee> en esta carta: Yo oí, que el rey Wamba se dispone llegar a nosotros con un ejército, pero que no se altere tu corazón por esto, pues no creo que se lleve a cabo. Sin embargo, el primero de nosotros dos que vea acercándose a tu santidad con el ejército, y a ese mismo crea que tiene por dueño, debe persistir en su caridad. Esto escribió el mismo desdichado, sin saber que el justo había proferido su juicio contra él. Resumiendo de ahí las palabras de estos escritos, se cuenta que el príncipe religioso dijo: '¿Acaso Paulo ha hablado de sí mismo en estos escritos? Aunque sin saberlo, creo que aquí él ha profetizado'. Después de haber salido de esto, tras marchar el príncipe con las incursiones guerreras, llega a las cimas del monte Pirineo, donde descansó el ejército dos días, y por tres, como se ha dicho, organizó las divisiones del ejército en las espaldas del monte Pirineo y capturó y sometió con el triunfo admirable de la victoria, los campamentos pirenaicos, los que son llamados Caucoliber, Vulteraria y Castrum Libiae, hallando mucho oro y plata en estos campamentos, lo que cedió a modo de botín a sus copiosos ejércitos. Enviados los ejércitos delante de él, se realizó la irrupción en la ciudadela llamada Clausuras. Allí Ranosindo, y también Hilidigisio, con el resto de los pérfidos que habían confluido a la defensa del mismo castillo, son tomados y atadas las manos tras las espaldas, y así son presentados ante el príncipe. Sin embargo Witimiro, uno de los conjurados que se había encerrado estableciéndose en Sordonia, al presentir que nuestras tropas habían irrumpido, huyó inmediatamente y, mensajero de tan gran desastre para Paulo, se dirigió a Narbona para ocultarse. Este hecho provoca
gran temor en el tirano. Sin embargo el príncipe piadoso, tras someter los ejércitos de los campamentos antes mencionados, desciende en el llano tras el paso del monte Pirineo, para solamente en dos días congregar al ejército en uno.12. Pero allí, donde se extendió por todas partes la multitud reunida en un solo ejército, no hubo ninguna demora que los hiciese detenerse; sino que por medio de cuatro jefes, envió inmediatamente delante de sí, a un número elegido de guerreros a la conquista de Narbona, y destinó a otro ejército, para que avanzara atacando en una batalla naval. Habían pasado ya muy pocos días desde que el rebelde Paulo servilmente fue descubierto huyendo desde Narbona, por lo cual, con tan dichoso resultado, la parte del príncipe religioso <se> apresuraba. El mismo Paulo, reclamando que esa ciudad era de su potestad en justicia, la cercó con la numerosa ayuda de los pérfidos, y comisionó la jefatura de la batalla al duque Wittimiro. Cuando nuestro ejército lo invitó con suavidad a que devolviera la ciudad sin derramamiento de sangre, lo rechazó rígidamente y con las puertas cerradas de la misma ciudad, apartó del muro al ejército del príncipe religioso. También redobla con injurias al mismo príncipe e intenta confundir con amenazas al ejército. La muchedumbre de nuestra parte, no aceptó esto y se encendió en una súbita aprobación de los corazones pidiendo a voces el lanzamiento de las pérfidas lanzas. ¿Qué más? La lucha se trenza inhumana entre ambos, y a su vez, ambas partes resisten la alternancia de las flechas. Pero al perderse la esperanza de nuestra parte, no sólo clavan con flechas a los combatientes sediciosos, sino que golpean con tal lluvias de piedras al interior de la ciudad, que se estimaba que la ciudad misma se estaba sumergiendo con el clamor de las voces y el estrépito de las piedras. Así,
se luchó con violencia de unos y otros, desde casi la hora quinta del día hasta la hora octava del día. Pero cuando se encendieron nuestros ánimos, no pudieron aplazar la victoria, sino que salieron a luchar más cerca, hasta las puertas. Entonces, gracias a Dios, por una misma victoria incendian las puertas, saltan sobre los muros, los vencedores entran a la ciudad, haciendo caer a los sediciosos. Allí, donde todavía Witimiro atacaba con mano armada a la Iglesia, turbado por la llegada de nuestros soldados, el miserable atestiguaba tras el altar de la dichosa Virgen María, que no defendería las reverencias del lugar, sino que amenazaría de muerte uno a uno con su criminal espada. Para contener pues la pasión de su locura, enseguida uno de los nuestros, que había arrojado las armas, cogió una tabla con la mano y con un ferocísimo golpe la dirigió hacia él. Cuando la tabla cayó golpeándolo en su tremendo lanzamiento, cayó inmediatamente tendido tembloroso en la tierra y, siendo cogido rápidamente, se le quitó la espada de su mano. Luego es arrastrado vilmente, atado con nudos y castigado con azotes junto a sus aliados, con quienes se empeñaba en castigar a la ciudad.13. Tras ser sometida y subyugada la ciudad de Narbona, se discute la ruta para seguir a Paulo, quien se había reunido en Neumaso para vengarse. Enseguida son subyugadas las ciudades de Beterris y Agate. Por otra parte, en la ciudad de Maguelonne, Gumildo, el jefe del lugar, al ver que el ejército lo rodeaba para asediarlo y al ver que la ciudad misma era rodeada, no tanto por los que avanzaban a atacarlos por tierra, sino que por los que habían venido por mar a hacer una batalla naval, aterrorizado por la calamidad de este hecho, cogió con prisa la vía más corta y se reunió como aliado con Paulo en Neumaso. Cuando el ejército de Hispania se percató de que Gumildo había escapado, capturó pronto la ciudad de Maguelonne con igual victoria. Cuando por medio de cuatro duques, nuestros compatriotas se lanzaron a combatir en fila recta a la ciudad de Neumaso, se destinó para una primera línea de lucha, una selecta tropa de guerreros, una juventud de treinta buenos soldados para que antecediera al príncipe. Con estos, en el célebre avance hacia Neumaso, donde Paulo se había reunido con el ejército de las Galias o con la asamblea de los Francos,
previniendo las asechanzas de los sediciosos y habiendo realizado durante toda la noche la carrera de un rápido viaje, repentinamente, avanzando la declinante luz del día, aparecieron nuestras filas dispuestas con igual proporción de almas y espíritus. Al percatarse de esto desde la ciudad, y viendo que combatirían con pocos, deciden capturarlos por las armas en los campos abiertos. Pero, sospechando de los engaños de las insidias, eligen llevar a cabo la guerra al interior de la ciudad, desde los muros de fuera de la ciudad, soportando los imprevistos del peligro patente y también cubriendo la llegada de gente aliada en su auxilio. Pero cuando el sol resplandeció en las tierras, la gente se trenzó contra nosotros. La primera fila de la lucha, con los resonantes sonidos de las trompetas, se llevó a cabo bajo una lluvia de piedras. Así, pronto resonaron las trompetas, y confluyendo por todos lados los nuestros con el estruendo de las voces a los muros de la ciudad atacan con golpes de piedras, expulsan con esos proyectiles, dardos y flechas, a los que se habían establecido en el muro; sin embargo, también aquellos contra nosotros lanzaban dardos de muchos tipos para resistir. ¿Pero, qué diré? La lucha es ardiente entre unos y otros. Se lucha con igual balanza por ambos lados, combatiéndose también con igual empeño. Ninguno de los nuestros, ni ninguno de aquellos, cede al combate concertado. Por consiguiente, en todo aquel día se hubo de luchar bajo la espada que encabeza la victoria.14. Uno de los instigadores de las sediciones, observando que la lucha persistía violentamente y saltando sobre los nuestros desde el muro, reflexiona con estas palabras: '¿Qué pasa aquí?', dice, '¿acaso van a morir los que luchan vehementemente contra los que se resisten? ¿Por qué no regresáis a los propios lares? ¿O acaso por ventura, queréis tomar la muerte antes que el ocaso de vuestra vida? Es mejor que busquéis montañas de piedras, donde vosotros os ocultéis hasta que la tropa de nuestro auxilio venga. Creedme que me conduelo de vosotros, sabiendo de la llegada de ayuda que vendrá y tendrá lugar. Pues a mí me es conocidísimo el hecho de que llegan para nosotros numerosos auxilios de lucha. En efecto, es el tercer día, por lo cual desde ese momento vengo dándome prisa. Sabiendo que esto es así, espero afligido el ocaso de vuestra miserable pompa. Aquel príncipe vuestro, a favor del cual vinisteis a pelear, os lo mostraré atado, con las injurias lo entregaré y con el insulto lo deshonraré. En consecuencia, éste no os pide que luchéis tan inhumanamente a favor de él, consta que tal vez morirá ahora por los ataques de los nuestros. Y lo que es más grave, mientras nuestra victoria será evidente, no habrá para vosotros ninguna disculpa en lo que resta'. Al decir esto, el ánimo de los nuestros no sólo no se aterrorizó, sino que se encendió más violentamente el ardor por la lucha. Se acercan al muro, se mantienen más violentamente que como habían comenzado en la pelea, y renuevan violentamente la batalla trenzada.
15. Realizadas estas cosas por espacio de todo el día, la noche entrega por fin el término del combate. Con el mismo ardor del primer día, ya que los nuestros habían persistido hasta ahora con su infatigable virtud para combatir, comunican al príncipe el asunto y le piden que se les haga llegar los socorros, preocupados no con previsión mediocre de la propia salud, es decir, para que prevenidos del engaño de la gente extranjera o de esos con los que luchaban, no sucumbieran los que iban a morir por sus fuerzas desgastadas. Y el asunto resultó bien, pues cuando el príncipe reconoció que Paulo, el príncipe de la tiranía, luchaba con los nuestros, no hubo ninguna demora en lo sucesivo. Pues ordenó con admirable rapidez, por medio del duque Wandemiro, destinando <para tal efecto> diez mil hombres selectos, el auxilio de los combatientes, quienes toda la noche sin dormir planearon un viaje apresurado a su llegada, no tanto para doblegar al enemigo como para aliviar rápidamente el ánimo de los nuestros. Ya cuando las vigilias fatigadas de los gendarmes se desesperaban de mantener por más tiempo al enemigo encerrado de algún modo, ven de súbito que les son enviados auxilios; allí mismo el sueño huyó de los ojos y con los ánimos agradecidos y recuperadas las fuerzas se define el curso de la lucha.
16. La Aurora ya iluminaba el lecho del suelo y, observando en estos rodeos por el muro a la multitud enemiga, ve a través de las serenas filas de luces
, como el día anterior, que se extendían múltiples filas de combatientes. Entonces, el mismo Paulo, la cabeza de la tiranía, ante la vista de tan gran acontecimiento, se presentó subiendo a una prominente atalaya. Pronto vio las filas dispuestas de los nuestros y, allí mismo, según se cuenta, se decidió en su ánimo a hablar con estas palabras: 'Reconozco', dijo, 'que toda esta disposición de lucha proviene de mi adversario; creo que es el mismo y no otro, lo reconozco en sus disposiciones'. Diciendo estas cosas y otras semejantes, anima a los suyos a pelear, cambiando su espíritu hacia la valentía. 'No queráis', dijo, 'ser turbados por el pavor. Pues esta es la tan famosa virtud de los Godos, que se jacta de venir a superarnos con su famosa temeridad. Creed que aquí el príncipe está ahora presente con todo su ejército: nada hay que temer en adelante. Si en verdad fue famosa la virtud de ellos, ya sea en defensa de los suyos, ya para terror de otros pueblos; ahora, sin embargo, todo el vigor de luchar se marchitó en ellos, toda su ciencia de la guerra desapareció. Ninguna costumbre de luchar, ninguna experiencia, subsiste en ellos. Ya sin una sola batalla se trenzan compactas, allí mismo escapan a sus determinados escondites, porque sus decadentes espíritus no son capaces de soportar el peso de la lucha. Y aún más que lo que digo, cuando comencéis a luchar, vosotros mismos lo corroboraréis con mis palabras. Pues nada hay mayor que debáis temer cuando veáis aquí presente al rey y al mismo ejército'. A esto agregaban la mayor parte de los suyos, que un rey sin señales no podía presentarse. Frente a esto, él replicaba que aquél se había acercado con las señales de los estandartes escondidos, para hacer creer a sus enemigos que aún había otro ejército además de aquél con el que él mismo aún estaba, para así poder avanzar después con una tropa más numerosa que la que había venido antes'. Pero al decir esto, produce una ilusión, figura un engaño, para humillar hasta el pavor con el dolo del consejo a aquellos que con la fuerza no es capaz de vencer.17. No había completado aún sus palabras, cuando ¡he aquí!, de improviso, suenan las trompetas de batalla de los nuestros emprendiendo la guerra, renovando la formación guerrera del día anterior. Pero aquellos, dispuestos dentro de la ciudad y confiando en vencer más por los muros que por sus fuerzas, lanzan dardos a través del muro y renuevan otra vez los combates contra los nuestros. Hirvió por todos lados el ardor de la guerra, pero se manifestó más violentamente la fuerza de los nuestros en el combate. Como luchaban con todas sus fuerzas y desgastaban al enemigo dentro de la ciudad con diversos tipos de armas, heridos la mayor parte de los hombres del pueblo extranjero, igualmente admirando <ellos> la valentía y constancia de los nuestros, encararon a Paulo: 'No vemos la pereza de combatir que decías <había> en los Godos; pues vemos en ellos una gran audacia y perseverancia en la victoria. Estas heridas que recibimos nos indican esto entre las demás; lanzan tan fuertes azotes contra el enemigo que el mismo fragor se detiene ante <ellos> aterrorizado, así como el golpe extingue a la vida'. Paulo, aterrorizado por sus palabras, se doblega a cada momento por el dardo múltiple de la desesperación.
18. Mientras, lamentándose de aplazar su victoria, los nuestros combatían con mayor constancia, se levantaban con más ardiente animosidad, juzgándose vencidos del todo si no vencían rápidamente. Movidas de ahí, por el mayor ardor que fueran capaces, destrozan el muro de la ciudad con continuos golpes de combate hasta casi la hora quinta del día, dispersan con inmenso fragor las lluvias de piedras, incendian las puertas poniendo fuego bajo ellas, e irrumpen por las diminutas entradas de los muros. Luego, entrando gloriosamente a la ciudad, se abren camino con la espada. Pero dentro de las arenas, donde <ellos> no pueden hacer frente a los feroces espíritus de los nuestros, se encierran protegiéndose como por antiguas edificaciones que estaban rodeadas por un fuerte muro. Cuando se dan cuenta que algunos de los nuestros seguían a los que se habían devuelto por un botín, antes de que se retirasen de aquel castillo de arenas, allí mismo, al ser encontrados, fueron degollados. Sin embargo, la mayoría, tanto de los nuestros como del pueblo que se había mostrado deseoso de un botín, son muertos por prevención de la espada, no para que esto se realizara con manifiesta virtud entre la mayoría, sino para destruirlos más fácilmente, según la costumbre de los bandidos, los cuales habían visto acercarse a los claustros de las arenas por un botín, para destruir más fácilmente a los que se habían encontrado por igual no de dos en uno.
19. Surge también una nueva sedición entre los mismos sediciosos y, mientras los mismos ciudadanos o campesinos hacen caer las mismas sospechas sobre alguno de los suyos, matan con el castigo de la espada a aquellos sobre los que caía la sospecha, el punto que el mismo Paulo, viendo cómo uno propio de los suyos era degollado delante de él por las manos de los suyos, con lastimosa voz clamaba que era su propio esclavo y no ayudaba en algo al que moriría. Sin embargo ya él mismo exangüe y vuelto tembloroso, es despreciado por los suyos, para que se estime cómo aquél mismo suplica más que impera sobre los demás. Pues ya los campesinos y también los restantes que con aquél habían transitado desde Hispania, le tenían por sospechoso de que planeara una traición contra ellos liberándose a sí mismo, para que los Hispanos no atravesaran con la muerte, pedida por los campesinos, al príncipe. ¿Qué más? Dentro de la ciudad ocurre un miserable espectáculo de lucha. Por ambas partes cae la caterva de los pestilentes, por ambas partes se abaten, por ambas partes se degüellan, cuando los mismos que huían de las espadas de los nuestros, perecían por las espadas de los suyos. Pues la ciudad se repleta, del entierro mezclado de los muertos, de los cadáveres humanos. Por todos lados sale corriendo la visión de los ojos, eran patentes ya los estragos humanos, ya los rebaños abatidos de los animales. Las esquinas de las calles estaban llenas de cadáveres y el resto de la tierra, densa de sangre. Un miserable funeral se manifestaba en las casas, y si recorrieses los escondrijos de las mismas, encontrarías muertos a la vista. Por las calles de la ciudad también distinguirías que yacen cadáveres con cierto rostro amenazador y cierta ferocidad inhumana, como si aún estuvieran dispuestos en las filas de los combates; el aspecto era deforme, la piel amarillenta, el horror inhumano, el hedor intolerable. Incluso algunos de los mismos muertos recostados, que habían recibido heridas mortales, semejaban el rostro de la muerte para evadir la <misma> causa de la muerte, cuando sin embargo, atacados por el hueco de la herida y la necesidad del hambre, ni ellos mismos escaparían a la muerte, a excepción de uno solo que está probado que semeja la muerte y adquiere la vida.
20. Pero ya depuesta la inhumanidad de la tiranía, Paulo, con gran suspiro del corazón, deploraba que estas cosas y otras similares sucedieran, cuando no pudo enfrentar al enemigo ni ayudar a los suyos en modo alguno. Llegó sin embargo a él, un cierto varón proveniente de su familia para insultarlo: '¿Por qué', dijo, 'permanecerás aquí? ¿Dónde están tus consejeros que te condujeron a esta burla de la desgracia? ¿Qué te llevó a levantarte contra los tuyos, cuando ni a ti ni a los tuyos eres capaz ahora de ayudar en tan gran desastre de muerte?'. Diciendo esto, a aquél insultaba, no tanto con el fin de convencerlo sino más bien con el afán de provocarle tristeza. Pero como fuera exhortado por aquél con suaves discursos, él mismo también vino para insultarlo con estas palabras y, apoyándose por los peldaños del mármol, descendió rápidamente y así, ante los ojos del propio Paulo, fue rodeado y cayó degollado por los suyos. A los que Paulo dijo: '¿Qué buscáis en éste?', decía, 'Que no perezca, es mío'. Y rogaba con una constante lamentación de voces para que se salvara; pero ya habituado al desprecio, como él mismo también pronto moriría, no podía ser oído. Entonces, conmovido por una total desesperación, depuso los vestidos reales que había recibido más por ambición que por una orden dictada y, actuando el admirable y oculto juicio de Dios en esto, el mismo día en que el tirano deponía el reinado recibido, el príncipe religioso recibía el cetro del reino de Dios. Era pues, aquel día de las Kalendas de Septiembre, donde constaba que nuestro príncipe había asumido hace tiempo la dignidad real. Pues era este el día en que volviendo la órbita de la revolución anual, se manifestó la invasión de la ciudad. En esta montaña el vestido real es depuesto por el tirano, y en esta sanguinaria <montaña> se lleva a cabo la venganza contra los enemigos.
21. Tras estas cosas, ya había llegado el tercer día, cuando el mismo Paulo, después de profundos suspiros en la noche, aguarda su último cortejo fúnebre. Así pues, al llegar la mañana, comienza a tener una conversación con aquellos que había tenido como acólitos de su perdición, para que o, le dieran el último adiós, o bien, si podían, velaran aún en algo por su salud. Entonces Argebado, el obispo de la iglesia de Narbona, es enviado al príncipe por el consejo general con el fin de suplicar el perdón de la ofensa. Pues habiendo ya ofrendado las víctimas a Dios en sus propios vestidos, algunos servidores habían recibido la gracia de la santa comunión del cuerpo y de la sangre, no tanto para que fueran exceptuados del daño de la muerte, como para procurar que fueran cubiertos los insepultos, puesto que a éstos se les negaba la sepultura merecida, al exceptuarse del degollamiento por sus actos. El obispo Argebado, ya habiendo rogado por la indulgencia, había escapado de éstos. Y ¡he aquí!, al ver la apresurada marcha del príncipe con una inestimable tropa de combatientes a casi un cuarto de milla de la ciudad, salió al paso del mismo príncipe, saltó del caballo y se prosternó en el suelo rogando indulgencia. El príncipe, ante la presencia de éste, retuvo un poco a su caballo, y como había misericordia fluyendo en sus entrañas, llorando también él mismo, ordenó que el obispo fuera levantado de la tierra. Este hombre, nuevamente de pie, entrecortado por los sollozos de lágrimas, decía con voz lamentable: '¡Hoy! Hemos pecado contra el cielo y ante ti, venerabilísimo príncipe. No somos dignos de que recaiga en nosotros el efecto de tu piedad, de que nos toque la indulgencia concedida, nosotros que a ti mancillamos la fidelidad prometida y que nos hemos precipitado en tan gran crimen de ruina. Que tu piedad, te lo ruego, se prodigue pronto, para que la espada vengadora no extinga a los restantes moribundos de entre los nuestros, ni ataque las almas con la espada más de lo que ya comenzó <a hacerlo>. Ordeno que ya el ejército se aparte de la sangre, que los ciudadanos respeten a los ciudadanos. Por cierto que poquísimos evadimos la espada, pero que por estos pocos sea concedida la indulgencia. Preserva pues a los nuestros que quedan, para que como ya se ha extendido el castigo de la muerte
a los restantes, sobrevivan aquellos de los que tengas misericordia. Pues si no quieres impedir enseguida el asesinato, ni los campesinos mismos sobrevivirán para la protección de la ciudad'.22. Conmovido con estas palabras hasta las lágrimas, el príncipe religioso no fue implacable, puesto que sabía que, en un profundo arcano de su corazón, él mismo perdería íntegramente todo lo que le había sido dado si no otorgaba el perdón al suplicante. El príncipe responde con estas palabras al suplicante: 'Ten por cierto', dice, 'lo que voy a decir. Vencido por tus ruegos, te otorgo las almas que pediste. No las destruiré con la espada vengadora; hoy no derramaré la sangre de nadie y no extinguiré su vida en ningún momento, aunque no deje impune las ofensas de tales'. El venerable hombre a éste insistía por largo tiempo que la vida de ellos a él otorgara, que no cometiera ningún acto de venganza contra éstos. Pero el príncipe pronto, volviéndose más inclemente por el agitado furor: 'Ya', dijo, 'no me impongáis más y más condiciones, cuando es suficiente haber otorgado la vida a vosotros. Basta que a ti solo haya perdonado del todo, pero nada te prometo por los restantes de ellos'. Indignándose a partir de esto, en un incendio de ánimo se inflamó y con agitado avance se apresuró a adueñarse del triunfo de la victoria, destinando expediciones de delegaciones delante de sí para que los nuestros se abstuvieran de la guerra, mientras que toda la fortaleza del ejército con el príncipe se acercaran a capturar los interiores de la ciudad.
23. Hecho finalmente el viaje rápido de avance, llegó el príncipe a la ciudad con la admiración de los ejércitos y de su terrible pompa. En efecto, eran aterrorizadoras allí las señales de las guerras. Y cuando el sol brillaba en los escudos, la tierra misma resplandecía con redoblada luz; las mismas armas radiantes aumentaban también más de lo acostumbrado el fulgor del sol. ¿Pero que diré?, ¿quién podría explicar allí, cuál fue la pompa de los ejércitos, cuál la belleza de las armas, cuál la apariencia de los jóvenes, cuál la concordia de los espíritus? Allí se mostró la divina protección con la manifestación de una señal evidente. En efecto, según se cuenta, fue visto por un hombre de raza extranjera, que el ejército del príncipe estaba protegido por guardias de ángeles y que los mismos ángeles en su vuelo presagiaban las señales de su protección sobre los campamentos del mismo ejército. Pero dejando estas y semejantes cosas en silencio por poco tiempo, sigamos el orden de la obra emprendida.
24. Así pues, cuando el príncipe percibió que el ejército ya se había congregado en uno, dispuesto a casi un estadio de distancia de la ciudad, agitado por un increíble ardor de su espíritu, dispone a los duques, reúne a los plebeyos, divide a las tropas para que según su medida lleven a cabo la lucha; sin embargo, como antes lo había sido, ordenaba que primero fuera dispuesta una tropa de hombres valientes a través de las cimas de los montes y en la orilla marítima, las que son unidas por las provincias de Francia, de modo que la mano libre y desocupada de los combatientes, cumpla los preceptos de una guerra segura, pues no percibía nada adverso de los pueblos extranjeros. Entonces, envía a cada uno de los elegidos de entre los jefes, sobresalientes tanto en fuerzas como en ánimos, para que extrajeran a Paulo, y a los restantes instigadores suyos de las sediciones, desde las cavernas de arenas. Sin demora, satisfaciendo con hechos lo ordenado, es extraído el mismo Paulo con los suyos desde los escondites de arena, y así, vilmente dispuesto, se hurta a través del muro. Luego, toda aquella multitud de Galos y de Francos, que desde lugares diversos había confluido para luchar contra nosotros, es capturada y detenida con inmensos tesoros. Y cuando aquella pérfida caterva se reunió con su rey, con el ejército presente de derecha a izquierda, dos de nuestros duques que montan a caballo, puesto Paulo con las manos extendidas en medio de ellos, sosteniéndole las manos enredadas con sus cabellos, lo arrastran en su marcha a pie para presentárselo al príncipe.
25. Al ver esto, el príncipe con lágrimas extiende sus manos al cielo y dice: 'A ti te alabo Dios, rey de todos los reyes, que humillaste al soberbio como a un herido y con la fuerza de tu brazo trituraste a mis adversarios'. El príncipe decía estas cosas y otras semejantes, obstruido por los sollozos. Pero pronto el mismo tirano, al levantar los ojos, vio el rostro del príncipe e inmediatamente, ya ciertamente exánime y agitado por gran pavor, se prosternó en la tierra y se soltó el cíngulo (cinturón) sin alcanzar a entender lo que le sucedía. Era algo digno de ser visto, cómo tan sublimemente pudo llegar desde la cima del orden arrebatado a esta súbita humillación y completa afrenta. Era algo grandioso de distinguir cuán fácil había sido la mutación misma: tan pronto veías arrojado en el suelo al que poco antes oías lleno de gloria y, al que el día pasado aún era tenido como rey, caía en la ruina con tan precipitado tropiezo. En este caso, se ha cumplido bastante plenamente aquella sentencia profética: Por sobre los cedros del Líbano, vi al impío exaltado y elevado. Y avancé y ¡he aquí! no existía: y lo busque y su lugar no se ha encontrado. ¿Qué más? Cuando Paulo mismo y el resto de su facción cautiva son conducidos hacia delante, se detuvieron ante el caballo del príncipe: '¿Por qué os lanzasteis', dijo, 'en tan gran enfermedad de locura, para que en lugar de los bienes me respondierais con males? Pero, ¿para qué seguir insistiendo? Marchaos y permaneced vigilados por los guardianes, hasta que el dictamen del juicio se falle sobre vosotros. Pues os dejaré vivir, aunque no lo merezcáis'. Entonces, divididos por el ejército, los entregó a los solícitos guardianes designados. Sin embargo, se ordenó que todos los francos que habían sido capturados, fueran tratados dignamente. En efecto, algunos de ellos habían nacido de nobilísimos padres y habían sido entregados como rehenes; los restantes eran algunos de entre los Francos, otros de entre los Saxones, a todos los cuales de una vez, tras el decimoctavo día desde que fueron capturados, agasajados gracias a la generosidad del príncipe, se les devuelve a sus propios lugares, diciendo que el vencedor no debe mostrarse inclemente con los vencidos.
26. Así pues, el primer día en la víspera de las Kalendas de Septiembre, se inicia la guerra de parte de los nuestros contra la ciudad de Neumasia. Al día siguiente de las Kalendas de Septiembre, se inicia el asalto de la ciudad misma. También al tercer día, que es el cuarto de las Nonas de Septiembre, se captura al tirano Paulo en una rápida detención y es vencido. Pero después de esto, el ánimo del príncipe religioso se preocupa por la reparación de la ciudad asaltada, e inmediatamente reconstruye los huecos de los muros, renueva las puertas incendiadas y prepara un túmulo para los insepultos, devolviendo a los habitantes el botín arrebatado y aliviando con el erario público todas las cosas dañadas. Sin embargo, ordena que conserven con económico cuidado toda la abundancia del tesoro que habían cogido, no atraído por la ganancia de la avaricia, sino que incentivado por el amor divino, a saber, para que los asuntos sagrados puedan más fácilmente separarse de Dios y restituirse los cultos divinos. En efecto, el mismo nefandísimo Paulo había acumulado pecado sobre pecado, mientras agregaba el sacrilegio a la tiranía. Pues como cierto sabio dice: 'si no se trajese el botín a las sagradas iglesias, no habría de dónde hacer que floreciera su erario'. Por lo que sucedió que al reunirse los vasos de plata, tantos como habían sido sacados de los tesoros de los señores, y aquella corona de oro que el príncipe Recaredo había ofrecido para la divina memoria del cuerpo del beatísimo Félix, la que el mismo Paulo osó ponerse en su propia cabeza, dispuso que se separasen cuidadosamente y proyectó rehacerlos muy devotamente de acuerdo a lo que a cada iglesia correspondía.
27. Al llegar el tercer día después de la victoria para los vencedores, el mismo Paulo agobiado por la espada junto a los restantes, es exhibido ante el príncipe sentado en el trono. Entonces, según la costumbre de los antiguos, con la espina curvada de la espalda pone sus cuellos bajo los pies del rey, luego es juzgado con los restantes ante todos los ejércitos reunidos y con el juicio unánime de todos, estipulan la muerte para quienes planearon la muerte del príncipe. Pero ninguna sentencia de muerte fue dictada sobre ellos, sólo de decalvación y, como se adivina, mantuvieron su libertad. Sin embargo, circulaba la opinión entre algunos de que los Francos muchas veces recurrían al robo del cautivo. Pero el príncipe esperaba la ocasión de pelear con los Francos, no sólo por esta causa, sino con el deseo de vengar las injurias pasadas de su pueblo; permanecía tranquilo, esperando cada día con espíritu valiente la llegada de aquéllos con los que se había preparado para combatir de todas maneras. Pero como ninguno de los Francos venía a luchar, él mismo más bien se habría ofrecido a salirles al paso, si no hubiera sido revocado su deseo por el oportuno consejo de su corazón y de los suyos, para que una promesa rota de pacto entre ambos pueblos no fuese ocasión de un ataque sangriento. Pero como se ha dicho, cuando contra éstos se procuraba llevar a cabo una guerra, ya había pasado el cuarto día desde que había capturado a Paulo, y no menos esperaba la llegada del pueblo adverso. Pero ninguna anticipación del enemigo, ninguna llegada sorpresiva, ninguna convención directamente hostil se mostraba así, cuando, según se contaba, las ciudades muy fortificadas de Francia en su última caída ya deploraban, y todos sus ciudadanos, para no ser anticipados por los nuestros, habían abandonado las ciudades, vagando a lo largo y ancho de inciertos asentamientos, protegiendo la vida en recónditos atajos. Pues el príncipe religioso, a distancia de la ciudad de Neumasia se mantenía en una explanada junto a su ejército. Allí armó un campamento y con admirable rapidez lo circundó con un muro muy firme. Cuando esperaba la llegada de los enemigos, de súbito oyó de un mensajero que uno de los duques de Francia, de nombre Lupus, se había aproximado hostilmente en territorio Beterrense. El quinto día después de haber capturado a Paulo, salió de la ciudad de Neumasia a gran velocidad, apresurándose con su ejército, empeñándose en anticipar los asedios provenientes del enemigo. Pero el mismo Lupus, en la villa a la que le da nombre Asperiano, al oír el regreso del príncipe, huyó aterrorizado a tal punto, que parecía faltar el ejército al duque y el duque al ejército. Ya sea que él mismo no retuvo a los suyos en su huida, ya sea que los suyos no lo pudieran seguir de ningún modo, los corazones de ellos fueron dispersados por el pavor a tal punto, que corrían no tanto en las dispersas entradas de las calles como en las pendientes de los montes igualmente caídos, de modo que veían las espadas amenazar sus cabezas, mostraban que la vida se lucra con la ganancia de la fuga, es decir, abandonando en este alboroto muchos botines para nuestros ejércitos, tanto de hombres que no podían seguirlos como también de caballos y haciendas, que de varias maneras habían traído para suministrar a sus carruajes. Y por cierto, ya la selecta autoridad de los guerreros designada por el príncipe, podía conseguirlos en beligerantes incursiones, también aparecieron rápidos escondrijos de sus límites o tierras; pero fue tan sucia la fuga de aquéllos, que aunque que ya hubiesen huido, ya se ocultaran o ya se detuviesen, sacaban la cuenta de que ningún vestigio habían dejado.
28. Sabiendo pues, el príncipe que no podría encontrar a Lupus junto a los demás, se dirige con plácida marcha a Narbona, entrando como vencedor en la ciudad. Allí, todas las cosas destrozadas, roídas y devoradas de la provincia de Narbona que fueron empujadas para esa misma tierra con grandes fiebres por el saqueo jadeante y la incursión de los nuestros, aplacados por el favor público, reforma <el rey> en su disposición, instruye con asambleas y también arregla con admirable paz el estado de los asuntos <públicos>. Allí envía selectos destacamentos de guerra, destruye las raíces de toda esa rebelión, aleja a los judíos, establece regentes más clementes para las ciudades, a través de los cuales se apacigüe enteramente de tan gran mal la tierra ofendida y violada por tanta suciedad, limpia por un nuevo bautismo de los juicios, para que sea enviada de vuelta al perdón. Así como la levantada tierra de las Galias, se alzara <en rebelión> con la acostumbrada autoridad de la orgullosa soberbia, así fue destruida por el saqueo inclemente, raída por las monedas y devorada en sus haciendas, para que no se crea que careció de merecimiento por esto, <por> todo lo que habría adquirido de malignidad e indolencia.
29. Vaciadas y sometidas las Galias, el príncipe de aquí avanzó seguro en viaje directo a la Hispania, sin temer ningún movimiento de los Galos tras de sí, sabiendo con certeza que no había nadie de los suyos o de pueblos extranjeros que patrocinara luchas o insidias. Pues con tan gran valor de espíritu y constancia, no sólo no temió a los pueblos extranjeros circundantes, sino que los despreció al punto de que aún situado dentro de las Galias, en un lugar llamado Canaba, con todo el ejército reunido, pues felizmente habían marchado, satisfacía con una historia gratificante e inmediatamente arrancaba a todos de ese lugar. Él mismo también al llegar a Helena, se detuvo allí por una estancia de dos días. Y así partió después a Hispania, gozando de favorables sucesos y volvió a buscar el asentamiento de su suelo al sexto mes después de haber emigrado. Y sin embargo, bajo el célebre triunfo con que hubo entrado en la ciudad real, con gran cantidad de enemigos <capturados>, es necesario explicarlo, para que los siglos venideros aclamen el signo de su enorme gloria, y así, no desaparezca el recuerdo de los sediciosos de la memoria de los que vendrán.
30. Así pues, a casi un cuarto de milla de la ciudad real, Paulo, príncipe de la tiranía, y los restantes seguidores de sus sediciones, con las cabezas decalvadas, con las barbas rasuradas y los pies desnudos, descuidados en su ropa o vestidos de hábito, son puestos en carruajes de camellos. El mismo rey de la deshonra, iba a la cabeza, digno de toda confusión y coronado con negro laurel de pellejos. Seguía después a este rey en una larga disposición, el orden de sus ministros, todos sentados en los mismos carruajes de los que se habló y sometidos a las mismas burlas, entrando a la ciudad de aquí para allá ante la asistencia del pueblo. Y en efecto, no hay que creer que se acercaban a ellos sin esa repartición del justo juicio de Dios, a saber, que la sesión presentaba y enseñaba ante todas las altas y elevadas cimas de su confusión, y los que habían alcanzado la costumbre ultrahumana de la elevada astucia de la mente, más elevadas sufrían la injuria por su ascenso. Sean pues, estas cosas vueltas a plantear en los siglos venideros, a los buenos para su promesa, a los malos para su ejemplo, a los fieles para su felicidad, a los infieles para su tormento, para que ambas partes, reflexionando sobre esta lectura, para quien ya avanza por sendas rectas, huya del accidente de la caída, y para quien ya ha caído, se reconozca aquí siempre en las proscripciones de estos.
TERMINA LA HISTORIA DE PAULO
En Sancti Iuliani Toletanae Sedis Episcopi Opera, CXV, Pars I, Typographi Brepols, Bélgica, MCMLXXVI. Trad. del latín por Ximena Illanes. Se publica la presente traducción con permiso de la autora.
IN NOMINE DOMINI INCIPIT LIBER DE HISTORIA GALLIAE, QVAE TEMPORE DIVAE MEMORIAE PRINCIPIS WAMBAE A DOMINO IVLIANO TOLETANAE SEDIS EPISCOPO EDITA EST.
IN NOMINE SANCTAE TRINITATIS INCIPIT HISTORIA EXCELLENTISSIMI WAMBAE REGIS DE EXPEDITIONE ET VICTORIA, QVA REVELLANTEM CONTRA SE PROVINCIAM GALLIAE CELEBRI TRIVMPHO PERDOMVIT.
1. Solet uirtutis esse praesidio triumphorum relata narratio animosque iuuenum ad uirtutis adtollere signum, quidquid gloriae de praeteritis fuerit praedicatum. Habet enim ipsa humani moris instantia pigrum quendam internae uirtutis affectum, et inde est, quod non tam citatior ad uirtutes quam ad uitia proclibior reperitur. Quae nisi iugi exemplorum utilium prouocatione instructa perstiterit, frigida remanet et torpescit. Hac de re, ut fastidiosis mentibus mederi possit relatio praeritae rei, nostris temporibus gestum inducimos, per quod ad uirtutem saecula prouocemus.
2. Adfuit enim in diebus nostris clarissimus Wamba princeps, quem digne principari Dominus uoluit, quem sacerdotalis unctio declarauit, quem totius gentis et patriae communio elegit, quem populorum amabilitas exquisiuit, qui ante regni fastigium multorum reuelationibus celeberrime praedicitur regnaturus. Qui clarissimus uir, dum decidentis Recesuindi principis morte exequiale funus solueret et lamenta, subito una omnes in concordiam uersi, uno quodammodo, non tan animo quam oris affectu pariter prouocati, illum se delectanter habere principem clamant; illum se nec alium in Gothis principari unitis uocibus intonant et cateruatim, ne postulantibus abnueret, suis pedibus obuoluuntur. Quos uir omni ex parte refugiens, lacrimosis singultibus interclusus, nullis precibus uincitur nulloque uoto flectitur populorum, modo non se suffecturum tot ruinis imminentibus clamans, modo senio confectum sese pronuntians. Cui acriter reluctanti unus ex officio ducum, quasi uicem omnium acturus, audacter in medio minaci contra eum uultu prospiciens dixit: 'Nisi consensurum te nobis modo promittas, gladii modo mucrone truncadum te scias. Nec dehinc tamdiu exhibimus, quamdiu aut expeditio nostra te regem accipiat aut contradictorem cruentus hic hodie casus mortis obsorbeat'.
3. Quorum non tam precibus quam minis superatus, tandem cessit, regnumque suscipiens, ad suam omnes pacem recepit, et tamen dilato unctionis tempore usque in nono decimo die, ne citra locum sedis antiquae sacraretur in principe. Gerebantur enim ista in uillula, cui antiquitas Gerticos nomen dedit, quae fere centum uiginti milibus ab urbe regia distans in Salamanticensi territorio sita est. Ibi enim uno eodemque die, scilicet in ipsis Kalendis Septembribus, et decidentis regis uitalis terminus fuit et pro subsequentis iam dicti uiri praelectione illa quam praemisimus populi adclamatio extitit. Nam eundem quamquam diuinitus abinceps et per hanelantia pleuium uota et per eorum obsequentia regali cultu iam circumdederant magna officia, ungi se tamen per sacerdotis manus ante non passus est, quam sedem adiret regiae urbis atque solium peteret paternae antiquitatis, in qua sibi oportunum esset et sacrae unctionis uexilla suscipere et longe positorum consensus ob praelectionem sui patientissime sustinere, scilicet ne, citata regni ambitione permotus, usurpasse potius uel furasse quam percepisse a Domino signum tantae gloriae putaretur. Quod tamen prudenti differens grauitate, nono decimo postquam regnum susceperat die Toletanam urbem ingreditur.
4. At ubi uentum est, quo sanctae unctionis uexillam susciperet, in praetoriensi ecclesia, sanctorum scilicet Petri et Pauli, regio iam cultu conspicuus ante altare diuinum consistens, ex more fidem populis reddidit. Deinde curbatis genibus oleum benedictionis per sacri Quirici pontificis manus uertici eius refunditur et benedictionis copia exibetur, ubi statim signum hoc salutis emicuit. Nam mox e uertici ipso, ubi oleum ipsum perfusum fuerat, euaporatio quaedam fumo similis in modum columnae sese erexit in capite, et e loco ipso capitis apis uisa est prosilisse, quod utique signum cuiusdam felicitatis sequuturae speciem portenderet. Et haec quidem praemisisse otiosum forte non erit, quippe ut posteris innotescat, quam uiriliter rexerit regnum, qui non solum nolens, sed tantis ordinibus ordinate percurrens, totius etiam gentis coactus impulsu, ad regni meruerit peruenisse fastigium.
5. Huius igitur gloriosis temporibus Galliarum terra, altrix perfidiae, infami denotatur elogio, quae utique inextimabili infidelitatis febre uexata genita a se infidelium depasceret membra. Quid enim non in illa crudele uel lubricum, ubi coniuratorum conciliabulum, perfidiae signum, obscenitas operum, fraus negotiorum, uenale iudicium et, quod peius his omnibus est, contra ipsum saluatorem nostrum et dominum Iudaeorum blasfemantium prostibulum habebatur? Haec enim terra suo, ut ita dixerim, partu perditionis suae sibimet praeparauit excidium et ex uentris sui generatione uiperea euersionis suae nutriuit decipulam. Etenim dum multo iam tempore his febrium diuersitatis ageretur, subito in ea unius nefandi capitis prolapsione turbo infidelitas adsurgit, et consensio perfidiae per unum ad plurimos transit.
6. Huius enim caput tyrannidis Ildericum fama sui criminis refert, qui Neumasensis urbis curam sub comitali preasidio agens, non solum nomen, sed titulam et opus sibimet infidelitatis adsciuit, adiunctis sibimet prauitatis suae socios Gumildum Magalonensis sedis detestandum antestitem et Ranimirum abbatem. His igitur criminis caput, dum per diuersos ignem suae infidelitatis accenderet, Nemausensis urbis episcopum beatae uitae Aregium ad perfidiae notam trahere nitebatur. Quem casto ore constantique corde repugnantem suis consiliis cernens, et ordinis et loci dignitate pribatum, pondere uinculorum honustum, in Franciae finibus Francorum manibus tradidit inludendum. Dein in sublati pontificis locum perfidiae suae socium Ranimirum abbatem inducit episcopum. In cuius praeelectione nullus ordo adtenditur, nulla principis uel metropolitani definitio praestolatur; sed erecto quodam mentis superbae fastigio, contra interdicta maiorum ab externae gentis duobus tantum episcopis ordinatur. Peracto temeritatis tantae prouentu, trium horum hominum semina uirulenta perfidiae, Ildericus scilicet, Gumildus atque Ranimirus, terminos sibimet suae coniurationis statuunt et a loco ubi uocabulum fertur Mons Cameli usque in Neumasum terram Galliae diuidunt suaeque coniurationi adsciscunt, quo utique infidelitas a fidelitate secernitur. Collecta dein manu, ciues depopulant, labores exhauriunt, omnisque prouincia Galliae depraedatur.
7. Fama haec cucurrit ad principem, moxque ad extinguendum seditiosorum nomen exercitum per manum Pauli ducis in Gallias destinatur. Qui Paulus tepenti cursu cum exercitu gradiens, morarum intercapedine exercitum fregit. Ipse quoque bello abstinuit nec primos impetus in hostem direxit talique studio animos iubenum ab eo quo ardebant proeliandi furore submouit. Sicque Paulus in Sauli mente conuersus, dum pro fide noluit proficere, officere conatus est contra fidem. Regni ambitione illectus, spoliatur subito fide. Promissam religiosi principis maculat caritatem, praestationis oblibiscitur patriae et, ut quidam ait: tyrannidem celeriter maturatam secrete inuadit et publice armat. Agit haec arcano quodam consilio, ut affectatum fastigium regni ante queat uideri quam sciri, allectis sibi perfidiae suae sociis Ranosindum Tarraconensis prouinciae ducem et Hildigisium sub gardingatus adhuc officio consistentem. Quod uotum peruersi desiderii incredibili, ut ita dixerim, efficere celeritate intendens, collectis undique populis, simulate se pugnaturum contra seditiosos enuntiat. Diem statuit, locum proponit, quo Galliis pugnaturi accederent. Quod uir uitae uenerabilis et sollicitudine saluandae plebis idoneus Argebadus, cathedrae Narbonensis antistes, subtilissima quorundam relatione comperiens, utpote tyranno aditum illi ciuitatis intercludere nisus est. Sed nec haec quoque opinio latuit Paulum. Vnde priusquam antistes ille quae cogitauerat effectibus manciparet, subito praepropero cursu Paulus cum exercitu Narbonensem urbem ingrediens, insidias sui maturate praeuenit portasque ciuitatis sub delegato armatorum praesidio obserari praecepit. Vbi dum circumfusa omnis exercitus multitudo collecta est, uipereum caput perfidiae cum quibusdam sociis suis Paulus ipse in medio adstitit, obiurgans primum episcopum, cur illi ciuitatis aditum intercludere niteretur.
8. Post haec tyrannidis suae consilium proditurus, diuerso fraudis argumento fidem populorum degenerans et ad inrogandas iam fati Wambani principis iniuras animos singulorum inflammans, iurat ipse Paulus primum omnibus, illum se regem non posse habere nec in eius ultra famulatu persistere. Quin potius ait: 'Caput regiminis ex uobis ipsis eligite, cui conuentus omnis multitudino cedat, et quem in nobis principari appareat'. Cui unus ex coniuratis, maligni ipsius consilii socius, Ranosindus Paulum sibi regem designat, Paulum sibi nec alterum populis regem mox futurum exoptat. At ubi idem Paulus sui consilii adcelerationem inspexit, consensionem illico propriae uoluntatis adibuit, iurare etiam sibimet omnes coegit. Post haec regnum arripuit et nefaria temeritate coniuratorum caterbam illam, quam armorum utilitate non cepit, perfidiae opere ad se traxit. Nam Ildericum, Gumildum uel Ranimirum non difficili opere suae perfidiae sociauit. Quid multa? Omnis Galliarum terra subito in seditionis arma coniurat nec solum Galliae, sed etiam pars aliqua Tarraconensis prouinciae cuturnum rebellionis adtemptat. Fit tamen tota Gallia repente conuenticulum perfidorum, perfidiae speleum, conciliabulum perditorum. Vbi dum Paulus perfidiae suae socios numerosiores efficere uellet, prolatis promissisque muneribus, Francorum Vasconumque multitudines in auxilio sui pugnaturas allegit et intra Gallias cum multitudine hostium persistit, operiens euentum gratissimi temporis, quo posset in Hispanias pugnaturus accedere praereptumque regni fastigium uindicare.
9. Illo tunc tempore, cum haec Gallias agerentur, religiosus Wamba princeps feroces Vasconum debellaturus gentes adgrediens, in partibus commorabatur Cantabriae. Vbi cum de his, quae intra Gallias gerebantur, fama se ad aures principis deduxisset, mox negotium primatibus palatii innotuit pertractandum, utrumne possent exinde in Gallias pugnaturi accedere an reuertentes ad propria, collectis undique uiribus, cum multiplici exercitu tam longinqui itineris arriperent commeatum. In quo bicipiti consilio nutantes multos princeps ipse aspiciens, hac communi admonitione alloquitur: 'Ecce', ait, iubenes, exortum malum audistis et, quo se munimine incentor seditionis huius armauerit, agnouistis. Praeuenire ergo hostem necesse est, ut ante excipiatur bello, quam in suo crescat incendio. Turpe nobis sit, aut talibus dimicaturi in occursum non ire aut domos nostras, priusquam intereant, repedare. Ignominiosum nobis uideri debet, ut, qui rebelles nostros suis non potuit subicere armis, repugnare audeat tantae gloriae uiris, et qui abiectissimam unius hominis pellem deuincere pro patriae quiete non ualuit, hostem se praebere audeat genti, quasi effeminatos et molles nos usquequaque diiudicans, qui utique nullis armis, nullis uiribus nullisque consiliis eius tyrannidi resistere ualeamus. Quae est enim perituro illi uirtus, si Francorum uiribus nobiscum decertando confligat? Notissima eorum nobis nec incerta est pugna. Ergo turpe sit nobis eorum testudinem has acies expauescere, quorum nostis infirmiorem semper esse uirtutem. Si autem coniuratione Gallorum nititur uindicare tyrannidem, uile putandum est, ut gens sta extremo terrae angulo cedat, et hii, in quibus dilatatum regnum porrigitur, horum motibus perturbentur, quos praesidiali semper uice defendunt. Siue enim Galli siue Franci sint, tantae coniurationis, si placet, uindicandum existiment facinus; nos tamen armis ultricibus gloriae nostrae nomen uindicare debemus. Neque enim cum feminis, sed cum uiris nobis certandum est, quamquam notissimum maneat nec Francos Gothis aliquando posse resistere nec Gallos sine nostris aliquid uirtutis magnae perficere. Quod si alimentorum seu uehiculorum necessitudinem opponatis, gloriosius nobis erit, postpositis cunctis triumphum in necessitatibus conquisisse quam in habundantia bella exquisita conficere. Augustior enim semper, quem plus tolerantiae uires quam suffectus rei nouilitat. Exurgite iam ad uictoriae signum, nomen disperdite perfidorum! Dum calor est animi, nulla debet esse remoratio properandi. Dum ira animos urget in hostem, nulla nos debet retardatio inpedire; quin potius, si fieri possit sine intermissione proficiscendi susceptum iter aggredi, multo facillime poterunt hostium nostrorum castra subuerti. Nam, ut quidam sapiens ait: ira praesens ualet, dilata languescit. Non igitur opus est retro uerti militem, quem impiger accessus belligerandi facit esse uictorem. Directo ergo itinere frustrare non opus est. Abhinc ergo Vasconibus cladem inlaturi accedamus, deinde ad seditiosorum nomen extinguendem protinus festinemus.'
10. Ad quod dictum incalescunt animi omnium exoptantque fieri quae iubentur, mox cum omni exercitu Vasconiae partes ingreditur , ubi per septem dies quaqua uersa per patentes campos depraedatio et hostilitas castrorum domorumque incensio tam ualide acta est, ut Vascones ipsi, animorum feritate deposita, datis obsidibus, uitam sibi dari pacemque largiri non tam precibus quam muneribus exoptarent. Vnde, acceptis obsidibus tributisque solutis, pace composita, directum iter in Gallias profecturus accedit, per Calagurrem et Oscam ciuitates transitum faciens. Dehinc, electis ducibus, in tres turmas exercitum diuidit, ita ut una pars ad Castrum Libiae, quod est Cirritaniae caput, pertenderet, secunda per Ausonensem ciuitatem Perinei media peteret, tertia per uiam publicam iuxta ora maritima graderetur. Ipse tamen religiosus princeps cum multiplici bellantium manu praecedentes subsequebatur. Sed quia insolens quorundam e nostris motio non solum praedae inhiabat, sed etiam cum incensione domorum adulterii facinus perpetrabat, tanto disciplinae uigore iam dictus princeps in his et talibus patrarum uindicabat scelus, ut grauiora in his supplicia illum putares impendere, quam si hostiliter contra illum egissent. Testantur hoc praecisa quorundam adulterorum praeputia, quibus pro fornicatione hanc ultionis inrogabat iacturam. Dicebat enim: 'Ecce! iam iudicium imminet belli, et libet animam fornicari? Et credo, ad examen pugnae acceditis; uidete, ne in uestris sordibus pereatis. Nam ego, si ista non uindico, iam ligatus hinc uado. Ad hoc ergo uadam, ut iusto Dei iudicio capiar, si iniquitatem populi uidens ipse non puniam. Exemplum mihi praebere debet. Eli sacerdos ille in diuinis litteris agnitus, qui pro immanitate scelerum filios, quos increpare noluit, in bello concidisse audiuit, ipse quoque filios sequens fractis cerbicibus expirauit. Haec igitur nobis timenda sunt, et ideo, si purgati maneamus a crimine, non dubium erit, quod trumphum capiamus ex hoste'. Sub ista, ut praemissum est, disciplina iam dictus princeps exercitum gloriose producens moresque singulorum sub diuinis regulis tenens, prosperari sibi uidebat per incrementa dierum et dispositum belli et uictoriam proeliandi.
11. Prima enim ex rebellione omnium ciuitatum Barcinona in potestate principis religiosi adducitur, deinde Gerunda subicitur. Huius igitur memoratae ciuitatis uenerabili uiro Amatori episcopo Paulus idem pestifer sub isto sensu scriptam epistolam miserat: Audiui ego, quod Wamba rex cum exercitu ad nos uenire disponat, sed cor tuum ex hoc non conturbetur; neque enim hoc fieri puto. Et tamen, quem primum de nobis ambobus ibi tua sanctitas cum exercitu uiderit accedentem, ipsum se dominum credat habere et in eius debeat caritate persistere. Haec miser ipse scripsit nesciensque iustum contra se iudicium protulit. Vnde horum scriptorum uerba religiosus princeps sapienter coniciens, dixisse fertur: 'Non', ait, 'Paulus in his scriptis suis a semet ipso loquutus est? sed licet ignoranter, tamen prophetasse illum hic censeo'. Egressus igitur post haec princeps de ciuitate Gerunda, belligerosis incursibus gradiens, ad Pirinei montis iuga peruenit. Vbi duobus diebus exercitu repausato, per tres, ut dictum est, diuisiones exercitus Pirinei montis dorsa ordinauit castraque Pirenaica, quae uocantur Caucoliberi, Vulturaria et Castrum Libiae, mirabili uictoriae triumpho cepit atque perdomuit, multa in his castris auri argentique inueniens, quae copiosis exercitibus in praedam cessit. Nam in castrum quod uocatur Clausuras, missis ante se exercitibus, per duces duos inruptio facta est. Ibi quoque Ranosindus, Hildigisius cum cetero agmine perfidorum, qui ad defensionem castri ipsius confluxerant, capiuntur sicque, deuinctis post tergum manibus, principi praesentatur. Wittimirus tamen unus ex coniuratis, qui se in Sordoniam constitutus cluserat, nostros inrupisse persentiens, statim aufugiit et tantae cladis nuntium Paulo in Narbonam perlaturus accessit. Quae res granditer tyrannum pauidum reddidit. Princeps uero religiosus, praedictorum castrorum subiugato exercitu, in plana post transitum Pirinei montis descendens, duobus tantum diebus exercitum ad unum congregaturus expectat.
12. At ubi e diuersis partibus collecta in unum exercituum multitudo percrebuit, standi mora nulla fuit; sed statim per quatuor duces lectum numerum bellatorum ad expugnationem Narbonae ante faciem suam mittit, alium exercitum destinans, qui nauali proelio bellaturus accederet. Et quidem iam erant parui admodum dies, ex quo de Narbona rebellis Paulus seruiliter fugiendo excesserat, comperto, quod tam feliciori prouentu pars religiosi principis properaret. Quam ciuitatem Paulus ipse sui iuris potestati adstipulans, multiplici perfidorum praesidio sepsit summamque proeli Wittimiro duci suo commisit. Quem quum nostrorum exercitus blanditer exortaret, ut ciuitatem sine sanguinis effusione contraderet, prorsus abnuit, obseratisque ciuitatis ipsius portis, e muro exercitum religiosi principis detestatur. In principem quoque ipsum maledicta congeminat minisque exercitum proturbare conatur. Quod nostrae partis multitudo non ferens, subita cordium accensione incanduit et telorum iactu perfidorum ora petiuit. Quid multa? inmanis ab utrisque pugna conseritur, et uice sagittarum alternatim sibimet utraeque partes obsistunt. Sed ubi a nostris desperatum est, non solum in muro pugnantes seditiosos sagittis configunt, sed tantos imbres lapidum intra urbem concutiunt, ut clamore uocum et stridore petrarum ciuitas ipsa submergi aestimaretur. Vnde ab hora fere quinta diei usque ad horam ipsius diei octauam acriter ab utrisque pugnatum est. At ubi incalescunt nostrorum animi, uictoriae dilationem ferre non potuerunt, sed ad portas propius pugnaturi accedunt. Tunc uictoriosa per Deum manu portas incendunt, muris insiliunt, ciuitatem uictores ingrediuntur, in qua sibimet seditiosos subiciunt. Vbi dum Wittimirus armata adhuc manu ecclesiam peteret, accesu nostrorum turbatus, post aram beatae uirginis Mariae se uindicaturum non reuerentia loci miser, sed ultore gladio testabatur, dextra tenens gladium et mortem minitans singulorum. Ad huius ergo insaniae tumorem protinus comprimendum unus e nostris inter ceteros reiectis armis tabulam manu arripuit et ferocissimo ictu sese ad illum direxit. At ubi tabulam acriter nisus est super eum ingenti iactu percutere, mox in terram tremebundus prosternitur protinusque capitur, ferrumque illi de manu extrahitur. Moxque uiliter tractus, pondere uinculorum arctatur uerberibusque una cum sociis, cum quibus urbem nitebatur uindicare, afficitur.
13. Post haec, deuicta subiugataque ciuitate Narbona, ad insequendum Paulum, qui se in Neumaso uindicaturus contulerat, iter dirigitur. Deinde Beterris et Agate ciuitates illico subiugantur. In Magalonensi uero urbe Gumildus loci ipsius antistes, cum ad obsidionem sui circumfusum uideret exercitum urbemque ipsam non tam ab his, qui per terras pugnaturi accesserant, quam ab his cingi, qui nauale proelium acturi per maria commeauerant, huius rei clade perterritus, compendii uiam arripuit Neumasoque se cum Paulo socium contulit. Sed cum exercitus Hispaniae Gumildum effugisse persensit, ciuitatem mox Magalonensem non dissimili uictoria cepit. At ubi nostri directa acie Neumasensem urbem debellare contendunt, prima per quatuor duces proeliandi facies cum electo pugnatorum agmine destinata est, quorum lecta iuuentus triginta ferme milibus principem anteiret. Hii tamen nobili procursione in Neumaso, ubi Paulus cum Galliarum exercitu uel conuentu Francorum se ad dimicandum contulerat, seditiosorum praeuenientes insidias, cum nocte tota cursum festinati itineris confecissent, subito, cum uergentis diei lux orta prodiret, apparuere simul nostrurum acies, armorum pariter et animorum appartu dispositae. Quas ubi e ciuitate conspiciunt, utpote cum paucis dimicaturi, in patentes campos armis eos excepturos definiunt. Sed dolos suspicati insidiarum, eligunt potius intra urbem suis de muris bellum conficere quam extra urbem improuisos casus patentis periculi sustinere, operientes etiam ad auxilium sui aduentum gentium aliarum. Sed ubi sol refulsus est terris, consertum est bellum a nostris. Prima facies pugnae, crepitantibus tubarum sonis, saxorum nimbo conficitur. Mox enim tubarum sonus increpuit, confluentes undique nostri cum fragore uocum muros urbis petrarum ictibus petunt, misibilibus quibusque constitutos per murum spiculis sagittisque propellunt, cum tamen et illi in nostros ad resistendum multorum generum spicula iacerent. Sed quid dicam? Acrius ab utrisque pugna conficitur, aequa lance ab utrisque certatur, aequo etiam certamine proeliatur. Non a nostris, non ab illis conserto certamini ceditur. Pugnatum est igitur toto illo die sub ancipiti mucrone uictoriae.
14. Vnus de incentoribus seditionum acriter instare pugnam aspiciens, e muro nostris insultaturus, haec formans uerba commentat: 'Quid hic', ait, 'instanter pugnantes consistitis morituri? Cur lares proprios non repetitis? An forte casum mortis ante occasum uitae uestrae excipere uultis? Quin potius praerupta petrarum quaeritis, ubi uos abscondatis, quum facies auxilii nostri paruerit. Condoluisse igitur me credite uobis, sciens euenturum rei et occursum solatii superuenturi. Mihi enim res notissima manet, quam multiplicia nobis auxilia proeliandi occurrant. Tertia ergo dies est, quod exinde properans uenio. Proinde hoc noscens, miserabilis pompae uestrae occasum contristatus expecto. Principem illum uestrum, pro quo pugnaturi uenistis, alligatum uobis ostendam, conuiciis addicam, insultatione inludam. Non igitur pro eo uobis hic expedit tam immaniter decertare, quem forsam iam constat nostrorum insidiis interisse. Et quod grauius est, dum uictoria patuerit nostra, nulla uobis erit de reliquo uenia'. Haec dicens, nostrorum animus non solum non terruit, sed acrius in proeliandi furorem accendit. Propinquantur ad murum, acrius quam coeperant in bellando consistunt acriterque consertum innouant proelium.
15. His igitur peractis per spatia totius diei, nox tandem finem proelio dedit. In ipso tamen primi feruore diei, cum adhuc nostri infatigabili uirtute in proeliando persisterent, rem mandant ad principem sibique dirigi adiutoria petunt, non mediocri prouisione saluti propriae consulentes, scilicet ne aut externae gentis dolo praeuenti aut ab his, cum quibus decertabant, defatigatis uiribus subruerent morituri. Et bene res acta est. Nam ubi princeps cognouit Paulum principem tyrannidis decertare cum nostris, nulla de reliquo mora fit. Mira ergo in ordinando celeritate per Wandemirum ducem electos de exercitu fere decem milia uiros ad auxilium pugnantibus destinauit, qui nocte tota peruigiles maturatum iter conficerent et superuentu sui non tam hostem frangere quam nostrorum animus solaturi ocius praeuenirent. Sed ubi defatigae custodum uigiliae hostem inclusum diu teneri iam quodammodo desperarent, subito missa sibi auxilia uident; illico somnus ab oculis fugit, et gratulantibus animis, receptis uiribus pugnare definitur occursus.
16. Iam soli croceum liquerat Aurora cubile, et haec stipata per murum hostilis multitudo prospiciens, uidet per serenam aciem luminum multiplices, quam pridiana die uiderat, excreuisse acies pugnatorum. Iam tunc caput ipse tyrannidis Paulus ad tantae rei uisionem in quodam prominenti speculo conscensurus occurrit. Qui mox nostrorum acies dispositas uidit, illico, ut fertur, animo decidit, his uerbis enuntians: 'Recognosco', ait, 'omne hoc dispositum pugnae ab aemulo meo procedere; hic ipse est nec alium puto, in suis enim eum dispositionibus recognosco'. Haec et his similia dicens, animum reuocans ad uirtutem, suos ad bellandum accendit. 'Nolite', ait, 'pauore turbari. Haec est enim tantum Gothorum illa famosissima uirtus, quae se uenire ad superandos nos solita temeritate iactabat. Hic, hic principem, hic totum eius exercitum credite nunc adesse: nihil de reliquo est quod timeatis. Famosa siquidem uirtus eorum ante fuit et suis in defensionem et aliis gentibus in terrorem; nunc tamen omnis in illis uigor proeliandi emarcuit, omnis scientia pugnae defecit. Nullus illis bellandi mos, nulla conflictandi experientia subest. Vel si in unum conferti proelium conserant, ad definita illico euolabunt latibula, quia degeneres animi eorum pondus proelii sustinere non queunt. Quin potius haec quae dico, cum proeliari coeperitis, in meis uerbis ipsi probabitis. Nihil ergo est maius quod debeatis pauescere, quum et regem et exercitum ipsum hic uideatis adesse'. Ad haec plerique ex suis adstruebant, regem sine signis non posse procedere. Ad quod ille commentabat, ideo illum cum bandorum signis absconditis accessisse, ut intellectum suis hostibus daret, alium adhuc exercitum superesse, cum quo ipse adhuc, utpote cum multiplici quam prius uenerat manu post futurus accederet. 'Sed haec dum dicit, inlusionem agit, fraudem componit, ut, quos uirtute non ualet deuincere, dolo consilii humiliet ad pauorem'.
17. Necdum haec adhuc uerba compleuerat, et ecce! subito e nostris bellorum concrepant tubae, bellumque adorsi, pridiandi diei bellandi renouant faciem. Sed illi plus in muris quam in uiribus confidentiam uincendi locantes, intra urbem positi per murum spicula iactant et rediuiua cum nostris iterum certamina innouant. Efferbuit itaque ab utraque parte in centiuum belli, sed acrius a nostris uirtus patuit proeliandi. Cum enim totis uiribus decertarent et hostem intra urbem diuerso genere armorum confoderent, plerique de externae gentis hominibus acriter uulnerati, nostrorum uirtutem pariter et constantiam admirantes, Paulum adorsi sunt: 'Non illam quam dicebas in Gothis proeliandi segnitiam cernimus; multam enim in illis audaciam et uicendi constantiam uidemus. Haec quae excipimus uulnera docent inter cetera; tam ualidos iactus in hostem proiciunt, ut ante fragor ipse deterreat, quam percussio uitam extinguat. Quorum Paulus deterritus uerbis, multiplici iam iamque desperationis iaculo frangebatur.
18. Sed dum nostri constantius dimicantes uictoriam suam recrastinari dolerent, acriori animositate insurgunt, uictos se per omnia deputantes, si cito non uincerent. Vnde fericiori quam fuerant incensione commoti, usque in horam fere diei quintam continuis proeliorum ictibus moeniam ciuitatis inlidunt, imbres lapidum cum ingenti fragore dimittunt, subposito igne portas incendunt, murorum aditibus minutis inrumpunt. Deinde ciuitatem gloriose intrantes, uiam sibi ferro aperiunt. At ubi feroces nostrorum animos sustinere non possunt, intra arenas, quae ualidiori muro, antiquioribus aedaficiis cingebantur, se muniendos includunt. Sed ubi uisum est illis quosdam e nostris insequi, qui se in praedam inuoluerant, illico praeuenti, antequam se in castro illo arenarum reciperent, iugulati sunt. Plerique tamen et nostrorum e uulgo, qui praedae inhiantes extiterant, gladii praeuentione concisi sunt, non quo patenti uirtute inter plurimos hoc patrarent, sed quasi latrocinantium more, quos claustris arenarum ob praedam propinquasse cognouerant, eo illos facilius prosternerent, quos diuisos nec duos in unum pariter inuenissent.
19. Surgit etiam noua inter seditiosos ipsos seditio, et dum suspicionem proditionis ciues ipsi uel incolae ad suorum aliquos refuderunt, gladio uindice hos in quibus suspicio uertebatur interimunt, ita ut Paulus ipse, proprium quendam e suis e suorum manibus ante se iugulari prospiciens, suum esse uernulum lamentabili uoce clamaret nec sic morituro in aliquo subueniret. Iam tamen et ipse exsanguis ac tremebundus effectus, a suis ipsis contemnitur, ut obsecrare illum potius quam imperare ceteris extimares. Nam suspectus iam et ipse ab incolis cum ceteris qui de Hispania cum illo commeauerant habebatur, ne ille ad liberationem sui traditionem eorum excogitaret, Spani uero, ne inrogata ab incolis morte transirent ad principem. Quid multa? fit intra intra urbem miserabile spectaculum proeliandi. Vtrobique cadit pestilentiosorum caterua, utrobique prosternitur, utrobique etiam iugulatur, quando ipsi, qui nostrorum gladios effugebant, suorum gladio periebant. Repletur itaque ciuitas, permixto funere mortium, cadaueribus humanorum. Quocumque oculorum uisus excurreret, aut humanae strages aut subcisae patebant animalium greges. Compita uiarum plena cadauere, reliquum terrae concretum sanguine erat. Miserabile funus patebat in domibus, et ubi domorum abdita perlustrasses, patentes mortuos reperires. Per uias quoque urbis iacere hominum cadauera cerneres, minaci quodam uultu et ferocitate quadam immani, tamquam adhuc in ipsa bellorum acie positi; erat tamen color deformis, lurida pellis, horror inmanis, fetor intolerabilis. Quidam etiam de ipsis iacentibus mortuis, qui letalia exceperant uulnera, mortis speciem simulabant, ut mortis euaderent causam, quum tamen et uulneris iugulo et famis confecti clade nec ipsi mortem euaderent, excepto uno, cui simulare mortem uitam mercasse probatum est.
20. Sed haec et his similia Paulus, iam tyrannidis inmanitate deposita, cum magno cordis suspirio fieri deplorabat, cum nec hosti resistere nec suis posset ullo modo subuenire. Accesit tamen ad eum, insultaturus illi, uir quidam, e sua ortus familia: 'Quid hic', ait, ' adsistis? Vbi sunt consiliarii tui, qui te ad istud perduxerunt calamitatis Iudibrium? Quid tibi profuit contra tuos insurgere, cum nec tibi nec tuis nunc ualeas in tanta mortis clade prodesse?' Haec dicens insultabat illi, non tam conuiciandi uoto quam amaritudinis prouocatus studio. Sed cum ab illo blandis hortaretur sermonibus, ut dolori eius parceret et confusioni confusionem non adderet, tandem et ipse a gradibus marmoreis, consistens in quibus ista illi insultaturus aduenerat, descensum concitum fecit, sicque in oculis ipsius Pauli circumuentus a suis iugulatus obcubuit. Quibus Paulus: 'Quid huic quaeritis?' aiebat. 'Meus est' , inquit, 'non pereat'. Et ut reseruaretur, frequenti uocum lamentatione orabat; sed iam comtemptui habitus, quasi et ipse continuo moriturus, audiri non poterat. Tunc omnimoda desperatione permotus, regalia indumenta, quae tyrannidis ambitione potius quam ordine praeeunte perceperat, tabefactus desposuit, miro occultoque Dei iudicio id agente, ut eodem die perceptum tyrannus regnum deponeret quo religiosus princeps regnandi sceptrum a Domino percepisset. Erat enim dies illa Kalendarum Septembrium, in qua principem nostrum pridem constabat regale adsumpsisse fastigium. Haec ergo est dies, in qua, reuoluti anni orbita redeunte, inruptio patuit urbis. In hac praerupta a tyranno regalis deponitur uestis, in hac sanguinea infertur ultio inimicis.
21. Tertia igitur post haec iam dies aduenerat, quum Paulus ipse post noctis alta suspiria ultimum sui funus expectat. Facto enim mane cum his, quos adseclas perditionis suae habuerat, uerbum habere coepit, ut aut uale sibi ultimum dicerent aut, si possent, saluti suae adhuc in aliquo consulerent. Tunc Argebadus Narbonensis ecclesiae praesul communi consilio ad principem mittitur, qui uitam rogaret, qui offensis ueniam precaretur. Nam, oblatis Deo hostiis, iam in ipsis uestimentis quidam dominici corporis et sanguinis gratiam communionis sanctae perceperant, in quibus non tam mortis extrema damna exciperent, quam insepultos se obuolui curarent, quippe quibus sepultura pro merito negaretur, si suae patrationis exciperent iugulum. Iam Argebadus antistes rogatus ueniam ab eis exierat. Et ecce! progressum celerem principis cum inextimabili agmine pugnatorum quarto fere ab urbe miliario uidens, occursurus eidem principi de equo desiliuit, humo prosternitur, ueniam deprecatur. In cuius occursu princeps equum paulisper tenuit et, ut erat misericordiae uisceribus affluens, et ipse inlacrimans, sublebari episcopum a terra praecepit. Qui uir rursum erectus, lacrimarum singultibus interclusus, lamentabili uoce aiebat: ' Heu! peccauimus in caelum et coram te, sacratissime princeps. Non sumus digni, quibus euentus pietatis tuae occurrat, quibus uenia conlata subueniat, qui et promissam tibi maculauimus fidem et in tanto prolapsionis deuoluti sumus scelere. Parcat, oro, tua pietas cito, ne gladius uindex reliquias nostrorum semineces extinguat, ne plus quam coepit mucro animas petat. Iube iam exercitum cessare a sanguine, ciues ciuibus parcere. Paruissimi quidem euasimus gladio, sed pro paruis uenia deprecatur. Parce ergo nostris reliquiis, ut, quia iam in ceteros nostrorum emanauit iugulum mortis, saltim remaneant, quibus miserearis. Si enim prohibere cito nolueris caedam, nec ipsi quidem incolae remanebunt ad urbis tuitionem'.
22. His dictis commotus religiosus princeps in lacrimis, non fuit inexorabilis, quippe qui alto quodam cordis sui arcano sciret, sibi totum perire, quicquid dicebatur perisse, si precanti ueniam non praestitisset. Haec igitur princeps inprecanti uiro uerba respondit: 'Certum tene', ait, 'quod dixero. Victus precibus tuis, dono tibi animas quas petisti. Non illas ultore gladio perdam; non hodie cuiusquam sanguinem fundam nec quandoque uitam extinguam, quamquam talium offensa impunita non transeat'. Cui uenerabilis uir diutine insistebat, ut, quorum sibi uitam donasset, nullam in his iacturam ultionis exerceret. Sed princeps mox percito furore inclementior redditus: 'Iam ne', ait, 'alias atque alias conditiones mihi imponatis, quum uitam uobis donasse sit satis. Tibi ergo soli me ex toto pepercisse sufficiat, pro reliquis uero nihil horum promitto'. Ex hoc indignans quadam animi succensione efferbuit et concita progressione triumpho potiturus uictoriae properabat, excursus legationum ante se destinans, ut nostri tamdiu a bello abstinerent, quamdiu omne robur exercitus cum principe ad capienda interiora urbis accederet.
23. Festinato tandem profectionis itinere, peruenit princeps ad urbem cum terribilis pompae et exercituum admiratione. Erant enim ibi bellorum signa terrentia. Cumque sol refulsisset in clipeis, gemino terra ipsa lumine coruscabat; ipsa quoque radiantia arma fulgorem solis solito plus augebant. Sed quid dicam? Quae ibi fuerit exercituum pompae, quis decor armorum, quae species iuuenum, quae consensio animorum, explicare quis poterit? Vbi diuina protectio euidentis signi ostensione monstrata est. Visum est enim, ut fertur, cuidam externae gentis homini angelorum excubiis protectus religiosi principis exercitus esse angelosque ipsos super castra ipsius exercitus uolitatione suae protectionis signa portendere. Sed paulisper haec et talia sub silentio relinquentes, suscepti operis ordinem exequamur.
24. Cum enim congregatum in unum iam princeps sensisset exercitum, eminus ab urbe fere uno stadio positus, incredibili animi accensione permotus, disponit duces, subtexit plebes, diuidit acies, quibus modis pugnam conficerent, instruebat, prius tamen disposita, ut pridem fuerat, uirorum fortium acie per iuga montium et ora maritima, quae partibus Franciae coniuunguntur, ut libera et expedita bellantium manus eo tutius decertandi praecepta perficeret, quod nihil aduersum ab externis gentibus persensisset. Tunc electos quosque de ducibus mittit, qui et uiribus et animis praestantiores essent, ut Paulum ceterosque incentores seditionum eius a cauernis arenarum abstraherent, in quibus se mortem fugientes absconderant. Nec mora, cum iussa factis explerent, extrahitur subito Paulus ipse cum suis de abditis arenarum, sicque per murum depositus uiliter contrectatur. Dein omnis illa insolens multitudo Galliarum atque Francorum, quae hinc inde contra nostros pugnatura confluxerat, cum inmensis thesauris capta est et detenta. Cumque caterua illa perfida cum rege suo capta iam in uno consisterent, dextra laeuaque adstante exercitu, duo e ducibus nostris equis insidentes, protensis manibus hinc inde Paulum in medio sui constitutum, innexas capillis eius manus, tenentes, pedisequa illum profectione oblaturum principi deferunt.
25. Quo uiso princeps, protensis cum lacrimis ad caelum manibus, ait: 'Te, Deus, conlaudo, regem omnium regum, qui humiliasti sicut uulneratum superbum et in uirtute brachii tui conteruisti aduersarios meos. Haec et his similia fletibus interclusus princeps agebat. Sed mox tyrannus idem erectis oculis faciem principis uidit, statim se humo prostrauit sibique cingulum soluit, iam quidem exanimis et nimio pauore turbatus, quid sibi accideret, non adtendens. Spectabile quiddam oculis erat, quomodo de tam sublimi, licet praerepti ordinis culmine in hac subita humiliatione et plena iam contumelia uenisset. Cernere erat magnum aliquid, quam facile fuerat ipsa mutatio: tam cito uideres deiectum, quem pridem audieras gloriosum, et quem praeterita dies adhuc regem tenuerat, tam praecipiti lapsu concideret in ruinam. Impleta satis plene est in isto prophetalis illa sententia: Vidi, inquit, impium superexaltatum et eleuatum super cedros Libani. Et transiui, et ecce! non erat: et quaesiui eum, et non est inuentus locus eius. Quid multa? Cum iam ante equum principis Paulus ipse uel ceteri huiusmodae factionis capti producti consisterent: 'Cur in tanto' , ait, ' malo uesaniae prorupistis, ut pro bonis mala mihi responderetis? Sed quid immorabor? Ite et stote sub custodiis deputati, quousque censura de uobis agitetur iudicii. Vivere enim uobis donabo, etiamsi non mereamini'. Tunc diuisos per exercitum omnes deputatis sollicitis custodibus tradidit. Francorum tamen quique capti essent, digne tractari iubentur. Erant enim aliqui eorum nobilissimis parentibus geniti pro obsidibus dati ceteri uero aliqui ex Francis, aliqui ex Saxonibus erant, quos omnes in unum munificentia regali onustus post decimam octabamque diem qua capti fuerant remittit ad propria, non debere dicens uictorem inclementem uictis existere.
26. Primo quippe die pridie Kalendarum Septembrium contra Neumasensem urbem a nostris initum est bellum. Sequenti die Kalendarum Septembrium ciuitatis ipsius inruptio facta est. Tertio quoque die, quod fuit quarto Nonarum Septembrium, Paulus tyrannus celebri captus detentione deuincitur. Sed post haec religiosi principis animus de reparatione inruptae urbis sollicitus statim murorum caua reformat, incensas portas renouat, insepultis tumulum praestat, incolis ablatam praedam restituens et exulcerata quaeque publico aerario fouens. Iubet tamen thesauri omnem quam ceperant copiam diligentiori seruare custodia, non auaritiae quaestu inlectus, sed amore diuino prouocatus, scilicet ut res sacratae. Deo facilius possent secernere et cultibus diuinis restitui. Cumulauerat enim nefandissimus ipse Paulus peccato peccatum, dum tyrannidi adiungeret sacrilegium. Nam, ut quidam sapiens dicit: nisi sacris ecclesiis intulisset spolium, non esset, unde suum floreret aerarium. Vnde factum est, ut uasa argenti quam plurima de thesauris dominicis rapta et coronam illam auream, quam diuae memoriae Reccaredus princeps ad corpus beatissimi Felicis obtulerat, quam idem Paulus insano capiti suo imponere ausus est, tota haec in unum collecta studiosius ordinaret secernere et deuotissime, prout competebat ecclesiae, intenderet reformare.
27. Tertia iam post uictoriam uictoribus aduenerat dies, et Paulus ipse onustus ferro cum ceteris cosedenti in throno principi exibetur. Tunc antiquorum more curba spina dorsi uestigiis regalibus sua colla submittit, deinde coram exercitibus cunctis adiudicatur cum ceteris, quum uniuersorum iudicio et mortem exciperent, qui mortem principi praeparassent. Sed nulla mortis super eos inlata sententia, decaluationis tantum, ut praecipitur, sustinuere uindictam. Ferebatur tamen quorundam opinio, Francos quantotius ad ereptionem capti occurrere. Sed princeps occasionem cum Francis proeliandi operiens, nec solum istius causae, sed et praeteritas gentis suae cupiens uindicare iniurias, sustinebat, quotidie animo forti expectans occursum illorum, cum quibus decertari modis omnibus parabatur. Sed cum nullus e Francis ad bellandum accederet, ipse potius illis se occursurum deuouerat, nisi maturato sui cordis suorumque optimatum reuocaretur consilio, ne disrupta pactionis inter utramque gentem promissio inpetendi sanguinis esset occasio. Sed cum contra hos, ut dictum est, bellum conficere moliretur, iam quarta dies effluxerat, ex quo et Paulum ceperat et aduersae gentis occursum nihilominus sustinebat. Sed nulla hostis praesumptio, nullus euentus, nulla prorsus hostilis conuentio monstrabatur, quippe quum et Franciae munitissimae urbes iam ultimum sui, ut ferebatur, excidium deplorarent et ciues quique earum, ne a nostris praeuenirentur, relictis urbibus, longe lateque incertis sedibus uagarentur, latebrosis scilicet uitam compendiis munientes. Nam et religiosus princeps eminus a Neumasense urbe in plana cum exercitu consistebat. Illic castra posuit miraque celeritate muro firmissimo circumdedit. Vbi cum aduentum hostium sustineret, subito praecurrenti nuntio audit, unum e ducibus Franciae nomine Lupum in Beterrensi territorio hostiliter accessise. Vnde quinta iam, postquam Paulum ceperat, die de Nemausensi urbe egressus, concita uelocitate cum exercitu properans, delatas inimici nisus est praeuenire insidias. Sed Lupus ipse iuxta uillam cui Asperiano uocabulum fertur regressum principis audiens, ita terrificatus aufugiit, ut exercitus duci et dux exercitui uideretur deesse. Non enim fugiendo uel ipse suos sustinuit, uel sui eum potuerunt ullo modo adsequi, quippe quorum ita pauore dissoluta fuerant corda, ut non tam dispersis uiarum aditibus quam montium praeruptis elapsi pariter et currentes, utpote iam gladios suis imminere ceruicibus cernerent, de compendio fugae uitam se lucrasse monstrarent, multas scilicet praedas in hac turbatione nostris exercitibus relinquentes, tam de hominibus qui eos sequi non poterant quam etiam de iumentis siue substantiis, quae multipliciter et plaustris sibi adduxerant suffectura. Et utique iam lecta bellantium manus, a principe destinata, poterat eos belligerosis incursibus adesqui; sed tam sordida illorum extitit fuga, etiam tam citata finium suorum occurrerunt latibula, ut, quo fugierint, quo laterent atque consisterent, nullo omnino censerentur uestigio relinquisse.
28. Vnde comperto princeps, quod Lupum cum ceteris inuenire non posset, placida progressione Narbonam contendens, urbem uictor ingreditur. Ibi disrupta quaeque Narbonensis prouinciae, exessa atque depasta, quae eidem terrae magnis febribus hanelanti depraedatione nostrorum et incursione appulsa sunt, munere placata, dispositione reformat, consiliis instruit; statum quoque rerum mira pace componit. Lecta illic praesidia bellatorum dimittit, radices ab ea omnis rebellionis detersit, Iudaeos abegit, clementiores urbibus rectores instituit, per quos utique tanti mali placaretur offensa et constuprata tantis sordibus terra, nouo iudiciorum baptismate depurgata, remitteretur ad ueniam. Nam in eo, quod erecta Galliarum terra solito superbiae fastus cuturno sese adtollerat, ita inclementiori depraedatione detrita est et erasa nummis atque depasta substantiis, ut merito per hoc credatur, quidquid rubiginis seu nequitiarum contraxerat, caruisse.
29. Exhaustis dehinc princeps Gallis atque edomitis, securus directo ad Hispaniam itinere commeauit, nullos post se Gallorum motus formidans, nullas etiam Francorum pertimescens insidias, certo sciens neminem esse, qui aut de suis pugnas aut de externis gentibus patraret insidias. Tanta enim uirtute animi atque constantia circumpositas barbarorum gentes non solum non extimuit, sed contempsit, ut etiam adhuc intra Gallias positus in locum qui Canaba nuncupatur cuncto exercitui quod feliciter exissent relatione gratifica satisfaceret omnesque ab eo statim loco absolueret. Ipse quoque Helenam perueniens, duorum ibi dierum immoratione detentus est. Sicque exinde profectus, secundis potitus successibus, Hispaniam rediit sedemque sui solii sexto postquam inde commigrauerat mense repetiit. Et tamen, sub quo celebri triumpho regiam urbem intrauerit, de inimicis exultans, explicare necesse est, ut, sicut ingentis eius gloriae signum saecula sequutura clamabunt, ita seditiosorum ignominia non excidat a memoria futurorum.
30. Etenim quarto fere ab urbe regia miliario Paulus princeps tyrannidis uel ceteri incentores seditionum eius, decaluatis capitibus, abrasis barbis pedibusque nudatis, subsqualentibus ueste uel habitu induti, camelorum uehiculis imponuntur. Rex ipse perditionis praeibat in capite, omni confusionis ignominia dignus et picea ex coreis laurea coronatus. Sequebatur deinde hunc regem suum longa deductione ordo suorum dispositus ministrorum, eisdem omnes quibus relatum est uehiculis insedentes eisdemque inlusionibus acti, hinc inde adstantibus populis, urbem intrantes. Nec enim ista sine dispensatione isuti iudicii Dei eisdem accessisse credendum est, scilicet ut alta ac sublimia confusionis eorum fastigia uehiculorum edoceret sessio prae omnibus subiecta, et qui ultra humanum morem astu mentis excelsa petierant, excelsiores luerent conscensionis suae iniuriam. Sint ergo haec insequuturis reposita saeculis, probis ad uotum, improbis ad exemplum, fidelibus ad gaudium, infidis ad tormentum, ut utraque pars in contuitu quodam sese lectionis huius inspiciens, et quae rectis semitis graditur, prolapsionis casus effugiat, et quae iam cecidit, in horum se hic semper proscriptionibus recognoscat.
FINIT DE PAVLO STORIA
En Sancti Iuliani Toletanae Sedis Episcopi Opera, CXV, Pars I, Typographi Brepols, Bélgica, MCMLXXVI. Trad. del latín por Ximena Illanes. Se publica la presente traducción con permiso de la autora.