ENERO, 2008. El pasado miércoles 16 la velocista sonorense Ana Gabriela Guevara anunció su retiro en una conferencia de prensa. Fue un momento amargo pues abundaron los reproches, las acusaciones y la autoflagelación de quien, sin duda, ha sido la mejor corredora olímpica que ha tenido México. Los dardos fueron contra todos, ya fueran los federativos, el presidente de la Federación de Atletismo y las autoridades tanto gubernamentales como del COM.

Las cosas no debieron haber terminado así, pero quizá no había más alternativa para la corredora. Sabemos que pocas cosas hay tan ineficientes y costosas en México como la promoción del deporte olímpico. Los últimos tres sexenios, de Carlos Salinas para acá, se han distinguido por sus jugosísimas erogaciones para financiar el deporte olímpico. Por supuesto que hay atletas quienes saltarán y dirán que no, que muchos de ellos reciben una "misérrima" beca de 15 mil pesos mensuales. Sin embargo los recursos sí se fueron al Comité Olímpico Mexicano, y muchas cuentas aún no han sido aclaradas.

También tiene razón Ana Guevara cuando señala a la corrupción, al compadrazgo y al tráfico de influencias como principales males que sufre el deporte olímpico. Nosotros agregaríamos, en tal sentido, que si un funcionario como Felipe Tibio Muñoz hubiera manejado su preparación para ganar una medalla en los juegos de 1968 como lo hace como funcionario, habría finalizado en último lugar, eso si no lo descalificaban de antemano.

¿Quién puede negar todo ello? El deporte olímpico se ha convertido en una cloaca, y difícilmente es algo nuevo. Cuando el corredor Arturo Barrios anunció su naturalización como ciudadano norteamericano, no faltó el reportero que le cuestionara su patriotismo. Los antipatriotas son los que manejan el deporte olímpico en México, respondió. Eso fue en 1998, hace dos celebraciones de juegos olímpicos en donde México hizo un papel pobrísimo, de dar pena.

Pero como esos políticos que abjuran de su partido y denuncian todo lo negativo una vez que los dejan sin diputación, alcaldía o chambita burocrática, Ana Guevara se benefició de ese mundo que hoy critica sin una sola queja. La velocista fue una de las consentidas del COM, tanto así que se estima que lo invertido en ella por el Estado asciende a 4 millones de pesos, cifra lejos de la "miseria" que se dice reciben los atletas mexicanos. Las corruptelas a las que se refirió en la conferencia de prensa no brotaron ayer, llevan ya bastante tiempo, mucho del cual ha ocurrido dentro del periodo en que la corredora ha sido profesional. (Con todo, la conferencia tuvo ya un efecto: el COM desconoció al titular de la Federación de Atletismo al día siguiente).

El asunto, por tanto, parece tener como razón la suspensión, o un considerable recorte, en la beca oficial que recibía la corredora. Además de ello se amos realistas: Ana Guevara ya tiene 30 años, edad en la cual un velocista olímpico pudiera ser considerado adulto mayor. Las expectativas para los Juegos de Beijing era ya muy pocas, poderosa razón para sacar a la corredora del presupuesto público.

Ciertamente todo eso se antoja injusto, más si consideramos que, comparada con otros deportistas mediocres chupasangre del Estado, Ana Guevara sí dio resultados sin que lo suyo haya resultado una inversión equivalente a un barril sin fondo. Pero la opción que ha tomado, como un asunto enteramente político detrás de su retiro, deteriora mucho la imagen que se tenía de Ana Guevara como figura íntegra del deporte mexicano.