LOS GRUPOS NOMADAS Y SU AMBITO.
Para estudiar las diversas culturas prehispánicas,
los antropólogos las han dividido según las características
geográficas y el desarrollo económico y social de los distintos
grupos. A la región ocupada por pueblos agricultores se le llamó
Mesoamérica; abarcaba desde América central por el sur, hasta
los ríos Pánuco, Moctezuma, Tula, Lerma-Santiago y Sinaloa
por el norte. La región situada al norte de esta línea divisoria
se conoce como Aridoamérica; sus habitantes eran casi siempre nómadas
y vivían de la caza, la pesca y la recolección.
Es necesario señalar que las fronteras de estas
dos regiones no fueron permanentes. Los límites entre una y otra
sufrieron cambios por las constantes luchas entre los grupos seminómadas
del norte y los grupos sedentarios del centro y sureste de México.
El actual estado de Coahuila se localizaba entonces en
Aridoamérica, y a la llegada de los españoles era un territorio
poblado por mas de 150 grupos étnicos. Mucho se desconoce sobre
estos grupos. Esta escasez de información se debe a diversas causas:
por un lado, el mayor interés de los conquistadores por las grandes
poblaciones y zonas del centro y sur de nuestro país; por el otro,
los principales informes provienen de misioneros, quienes estaban más
interesados en concentrar a los habitantes en villas, convertirlos a la
religión católica y ejercer un mejor control sobre sus recursos
naturales y sobre el trabajo que los indígenas podían proporcionarles,
que en registrar en detalle su modo de vida y diferencias.
Como los mismos grupos recibían en ocasiones diversos
nombres, esto dificultaba su identificación a partir de las crónicas
o relatos. Por otra parte, estos grupos solo reconocían los límites
marcados por ríos, sierras o montañas; sus territorios eran
imprecisos y cambiantes, y se extendían o reducían si lograban
un triunfo o sufrían una derrota en la guerra.
No obstante, sabemos que nuestro estado estuvo poblado
por diversas culturas a las cuales se les asigna el nombre genérico
de chichimecas.
Estaban divididos en cuatro grandes grupos: tobosos,
coahuilas, guachichiles e irritilas; y en dos grupos mas pequeños:
zacatecos y conchos, que ocupaban también pequeñas porciones
del área coahuilense.
Cuatro regiones servían de asiento a estos grupos.
En la del bolsón de Mapimí vivían los tobosos. En
la llamada Hoya de Parras habitaban los irritilas. La comarca formada por
el corredor General Cepeda-Saltillo-Monterrey fue asiento de los guachichiles.
Y en el área localizada alrededor de la sierra de Santa Rosa se
establecieron los Coahuiltecos o coahuilas.
Entre el bolsón de Mapimí y la Hoya de
Parras se hallaban los salineros (considerados dentro del grupo irritila),
que se dedicaban a explotar la sal en páramos desérticos
de lagunas salitrosas. Los conchos compartieron con los tobosos las tierras
colindantes al río Bravo, al noroeste de Coahuila. Por su parte,
los zacatecos tuvieron contacto con los irritilas de la laguna, al sur
de Torreón y Biseca.
Estos grupos vivían en las salientes formadas
por las rocas o en los montes. Sin embargo, durante el invierno o
en tiempos de guerra construían con carrizo, vara y zacate; su configuración
era semejante a una campana, carecían de ventanas y el hueco que
hacía las veces de puerta era tan bajo que debían inclinarse
para entrar.
No obstante que el grupo chichimeca estaba formado por
un gran número de subgrupos, tenían en común una misma
forma de vida: el nomadismo; éste era más o menos permanente,
por zonas o por temporadas, obligados por las duras condiciones geográficas
del desierto.
A pesar de ello, había algunos grupos que practicaban
en forma eventual la agricultura, aprovechando las vegas de los escasos
arroyos de Coahuila o las áreas húmedas a los pies de ciertas
montañas. Tal es el caso de los zacatecos y de los irritilas.
Hay evidencias arqueológicas de que, entre los
años 5000 y 1500 antes de nuestra era, ya se practicaba una agricultura
incipiente en áreas reducidas del sur de Coahuila; una de ellas
sería en los alrededores de la cueva Texcalco, próxima a
Parras.
ALIMENTACIÓN Y VESTIDO.
La vida trashumante del nómada se debía
a la necesidad de obtener alimento. Cazadores y recolectores seguían
a las especies animales y recogían en el campo los materiales necesarios
para hacer sus vestidos, casas e instrumentos de varias clases.
Los recolectores iban de una a otra comarca, según
las épocas en que maduraban los distintos frutos y semillas silvestres.
Año tras año realizaban el mismo recorrido, el que interrumpían
si eran hostigados por otros grupos; por lo general, siempre volvían
a su lugar de origen.
La base de la alimentación vegetal era el mezquite,
las tunas, los agaves y las palmas. Cuando no contaban con frutos consumían
mezcale, una comida que hacían con la pulpa de la lechuguilla cocida
en hornos de piedra, como la barbacoa. Si escase3aba, recogían lo
que habían desechado y pulverizándole en morteros de palo,
volvían a comerlo.
También trituraban sus alimentos en morteros de
piedra caliza; al principio estos era planos, con el uso se formaba un
hueco en el centro de hasta de 40 cm. De profundidad. Con otra piedra cilíndrica
de menor tamaño (el instrumento que los mexicas llamaban en lengua
náhuatl tejolote, temolote o temoyote) molían frutas secas,
principalmente mezquite, para obtener harina.
Comían la tuna del nopal, al natural o cocida
como barbacoa. Cuando esa fruta maduraba, los varones emprendían
largas jornadas para su recolección; eran muy hábiles para
limpiarlas. Las trituraban en hoyos cónicos hechos en el piso cuyo
fondo y paredes, perfectamente aplastados, estaban recubiertos con varas
y zacate. Hacían los hoyos en las cimas de las lomas, donde aun
pueden verse. Bebían el jugo de la tuna, y la flor del nopal también
formaba parte de su alimentación.
Consumían las vainas del mezquite cuando estas
maduraban, aunque también ya secas. Lo molían y, una vez
cernido, lo colocaban en pequeños sacos tejidos o en nopales abiertos;
de este modo preparaban el mezquitamal, alimento muy nutritivo.
Hacían pan en forma de roscas, el cual duraba
hasta un año sin descomponerse. Comían el fruto de la palmera
y los calpules (fruto del granjeno), las maguacatas (fruto del ébano)
las anacuas, las comas, la flor de pita y numerosas raíces. En casi
todos los lugares se recolectaba miel de abeja.
Empleaban la sal, y cuando les faltaba la sustituían
con la ceniza de cierta hierba parecida al romerillo. El agua era acarreada
por las mujeres en nopales huecos, puestos en unas mallas o redes armadas
en arcos de palo, pendiente de la frente hacia la espalda.
Abundaban los alimentos de origen animal; preferían
la carne del venado y del conejo. Era obligación de las mujeres
recogerlos después de la caza. También atrapaban culebras,
víboras, ratones y otros animales.
En La Laguna se han hallado átlatls o lanza dardos.
En la sierra de la Paila en Parras, se descubrió un instrumento
llamado comúnmente palo conejero porque se piensa que de é
se servían para atrapar conejos y liebres; lo arrojaban sobre la
presa, y le daban muerte. Otros estudiosos creen que fue usado como asa
de alguna bolsa de piel de conejo, donde se guardaban alimentos y repuestos
de puntas de flecha, o como azadón o barreta para sus necesidades;
también pudieron haber empleado dicho instrumento como escudo para
desviar las flechas enemigas.
La mayoría de los grupos cazadores sabia curtir
pieles y con ellas se vestían. En ciertas tribus, los hombres y
mujeres usaban unas prendas rusticas de vestir elaboradas con pieles de
conejo. Para protegerse de las piedras filosas, solían calzar unos
trozos de piel amarrados con toscos cordeles de fibra vegetal. De piel
era también una cinta con la que se ataban el cabello largo, el
cual les llegaba con frecuencia hasta la cintura o mas abajo, aunque en
ocasiones preferían trenzarlo. Otra pie era llevada al hombro, a
manera de cobija.
Las mujer3es vestían una falda hecha con cierto
tipo de hierba torcida, o bien la formaban cosiendo dos piezas de piel
de venado. En cualquier caso, la prenda se adornaba con frutas secas, caracoles
o dientes de animales, objetos que al menor movimiento de la persona producían
un ruido que ellos tenían por agradable. Otros engalanaban su escaso
atuendo con palos, plumas o huesos que se introducían en las orejas
o en el labio inferior.
SU ORGANIZACIÓN SOCIAL.
La vida social de estas tribus se desarrollaba en pequeños
grupos constituidos por un máximo de 15 familias. La división
del trabajo se realizaba por sexos: al hombre le correspondía la
caza, la guerra y la elaboración de utensilios necesarios para estas
actividades; y las mujeres desempeñaban las mas variadas y difíciles
tareas, como criar a los hijos, cuidar a los animales y elaborar utensilios
necesarios para la vida domestica. También curtían y adornaban
los cueros de los animales, acarreaban el agua, la leña y recolectaban
frutos y semillas. Cuando se mudaban de un lugar a otro, eran ellas las
que cargaban los utensilios y atendían a los niños.
Dentro del grupo y en lo que toca al casamiento, bastaba
con que el pretendiente diera por la novia la carne de un venado o su piel
(a gusto del futuro suegro). En algunos grupos el hombre solo podía
tener una mujer, y en otros podía tener muchas. Se sabe que el varón
podía cambiar de compañera en cualquier momento. La mujer,
por su parte, podía hacer lo mismo.
No tenían una organización política
propiamente dicha. Los jefes guerreros solo se encargaban de dirigir las
operaciones militares. El cargo recaía en quienes destacaban por
su valor, fuerza y habilidad. Eran electos para alguna campaña guerrera
y después de esta no conservaban poder alguno. Los demás
miembros del grupo no dependían de el, por lo cual su poder era
limitado.
Las difíciles condiciones de vida, impuestas a
los cazadores y recolectores por el medio geográfico y la constante
lucha por la tierra, hacían que entre los diferentes grupos y aun
entre los mismo individuos de una familia, surgiera la división
y la desconfianza.
Así como había diferencia en el lenguaje
y en el vestido de un grupo a otro, la había también en las
formas de pintarse o tatuarse. Hombres y mujeres acostumbraban pintase
el rostro o todo el cuerpo. Lo único que variaban eras las líneas
que podían ser verticales, horizontales, rectas u onduladas. Lo
hacían sobre todo cuando iban a pelear, pues creían que así
iban protegidos. Además, una de las finalidades principales de esta
costumbre era la posibilidad de distinguir a los miembros de cada grupo,
especialmente en los combates.
Los tatuajes eran de gran variedad de colores: el rojo
de almagre y oxido de hierro, el amarillo, el azul y otros extraídos
de diversas arcillas o tintes vegetales
El arco y la flecha eran sus armas de guerra. Tenían
diferentes formas y distintas marcas, con lo cual también diferenciaban
el derecho de cada cazador sobre la presa que hubiera herido; cualquier
violación en este aspecto era causa de luchas entre tribus vecinas,
e incluso entre miembros de un mismo grupo. Construían los arcos
con la raíz del mezquite, la que preferían por fuerte y flexible;
su tamaño iba en proporción de quien habría de usarlos.
La cuerda, por otro lado, se hacia torciendo fibras de lechuguilla.
Las flechas o jaras eran “del largo de media braza del
tirador”, hechas de carrizo fino y consistente que curaban al fuego. En
un extremo tenían tres o cuatro pulas cortas, adheridas con cierto
pegamento que preparaban con raíces, aunque no era extraño
que las ataran con nervios de venado. Por el otro extremo metían
un trozo de vara tostada, hasta topar con el primer nudo del carrizo; además
de ajustarla perfectamente, la ataban o pegaban con el mismo procedimiento.
En la punta de esta última vara hacían otra incisión,
en el cual pegaban o ligaban el dardo de piedra.
El antebrazo izquierdo iba cubierto con una tira de cuero
de coyote u otro animal, plegada en cuatro o mas dobleces, que llamaban
batidor; este los protegía del roce de la cuerda del arco y a su
vez les servia como escudo. En los pliegues de la parte superior del batidor
cargaban una fina hoja de pedernal de dos filos, sujeta con el mismo pegamento
o con ligaduras a una empuñadura de palo que también utilizaban
como hacha.
El culto religiosos colectivo no existía y por
tanto, tampoco había sacerdotes. Según varios cronistas españoles,
los grupos chichimecas no tenían templos; solo adoraban al sol,
dedicándoles la primera pieza cazada en cada jornada.
Las creencias religiosas se basaban en el miedo a los
malos espíritus, que los tobosos llamaban Cachiuipa. Estos eran
algunos fenómenos naturales como los remolinos de viento, las estrellas
fugaces, meteoritos y cometas. En algunos casos atribuían poderes
divinos a los ríos, árboles, plantas, astros y fuego.
La muerte no era motivo de ceremonias religiosas colectivas.
Sin embargo, creían que el alma sobrevivía a la muerte del
individuo. Los ritos mortuorios era realizados por los parientes mas cercanos.
En ciertas regiones enterraban a los muertos en el campo, en los barrancos
de los arroyos o en los recodos de los ríos. Cubrían los
sepulcros con ramas o nopales, a fin de protegerlos de los animales. En
otras regiones quemaban a los muertos guardando las cenizas en unos costalillos
que llevaban siembre consigo. Si se trataba de algún enemigo, esparcían
las cenizas al viento.
A manera de luto, había quienes acostumbraban
tiznarse el cuerpo y la cara. Transcurrido determinado tiempo, hacían
fiestas a fin de que sus amigos los acompañaran a lavarse el tizne.
También eran frecuentes las fiestas o mitotes,
que se realizaban para planear guerras o ataques, para reconciliarse con
grupos enemigos o simplemente por gusto.
Cuando el motivo del mitote era solo por alegría,
se enviaba a los invitados una flecha sin pedernal que llevaba colgados
algunos huesoso o dientes de animales. Si los convidados recibían
varias flechas con piedras ensangrentadas, era señal de que la fiesta
serviría para convocar a una guerra. Si la flecha no tenia piedras,
se trataba de un acuerdo de paz. Un cronista cuenta que “llegando el día,
van llegando los convidados y se ponen cerca, a un lado de las comidas,
sin hablar palabra ni saludarse, que no es costumbre en ellos. Y poco a
poco traban platicas y así hacen los demás”.
La comida y la bebida eran abundantes en las fiestas;
las preparaban con tiempo, recolectando frutos y cazando animales para
hacerlos en barbacoa. Al día siguiente de la celebración
el anfitrión distribuía la comida y en ocasiones –según
fuera el motivo del mitote- regalaba pieles de venado. Quien quisiera,
podía retirarse de una fiesta sin despedirse.
Los instrumentes musicales no eran muy variados: tocaban
unas sonajas hechas con calabazas y guajes secos, con muchas perforaciones
y con pequeñas piedrecitas de hormiguero en su interior. Otro instrumente
era un trozo de palo, por lo general de ébano por ser la madera
mas dura de la región, en el cual hacían rayas o ranuras
pro0fundas; al tallar sobre estas con otro palo delgado producían
un sonido agradaba. Usaban también flautas de carrizo con las cuales
se animaban en los combates.
LOS PUEBLOS Y SU DESTREZA
A diferencia de otros grupos chichimecas los guachichiles
vivían principalmente de la agricultura, actividad que era complementada
con la caza, pesca y recolección. Conocían el cultivo del
maíz, frijol, chile, calabaza y otras plantas.
Lograron ciertos avances en las labores textiles, como
lo demuestra el hecho de haber confeccionado vestidos con telas de algodón,
fibra de maguey o de lechuguilla. Eran también magníficos
orfebres, puesto que conocían algunos metales como el cobre, el
oro y la plata; con estos y otros materiales fabricaban collares,
pulseras, aretes, anillos y toda clase de adornos.
Los guachichiles estaban organizados en familias. Un
poco antes de la llegada de los españoles comenzaron a observarse
algunas diferencias sociales entre ellos: por un lado los hombres que ocupaban
altos cargos, y por otro el resto de la población. Al mismo tiempo
el poder político empezaba a consolidarse con un jefe o cacique
a la cabeza. La religión tenía un papel importante en la
vida de estos grupos. Se rendía culto al sol, a quien llamaban Tayahopa;
a Quaunamoa, deidad del fuego; y a Tioipitzintli, el niño, que era
dios del consuelo.
Los indios salineros tomaron este nombre de su actividad
primordial: la extracción de sal. Con ella surtieron a los primeros
pueblos de españoles que se asentaron en la zona, entre Coahuila
y Chihuahua, aunque es probable que ya antes de la conquista la comerciaran
con otros grupos indígenas.
Los irritilas, ocupantes de las márgenes de la
laguna de Mayran, desarrollaron una incipiente vida sedentaria en la Comarca
Lagunera. Las condiciones ambientales, mas favorables aquí que en
otras áreas, impulsaron el cultivo del maíz, de la calabaza
y otras semillas. Estos grupos de La Laguna se alimentaban, además,
con peces y aves acuáticas.
En cuanto a la pesca, en general eran expertos con el
arco, la flecha y una especie de arpón que lanzaban desde las orillas;
o bien, utilizaban redes que tejían con facilidad. También
solían usar unas nazas hechas con fibras de lechuguilla, carrizo,
palma o maguey. Estas era trampas en forma de cestas cilíndricas,
que median de 50 centímetros a un metro de diámetro, ya hasta
3 metros de longitud. En el extremo abierto de la cesta colocaban algunas
varas, de tal manera que sirvieran para atrapar al pez cuando éste
penetraba al interior atraído por la carnada. Con el tiempo las
nazas dieron su nombre al río que nace en la vertiente duranguense
de la Sierra Madre Occidental y desemboca en la laguna de Mayran, entre
Matamoros y San Pedro de las Colonias.
La cueva de la Candelaria, extraordinario cementerio,
es el sitio arqueológico mas importante de Coahuila. Los restos
humanos y objetos allí encontrados, nos hablan de una época
de asentamientos en la Comarca Lagunera que cubre varios centenares de
años, y que implica ya cierta forma de vide sedentaria.
Entre los restos localizados llama la atención
la abundancia, variedad y calidad de las telas trabajadas por los laguneros.
Con fibras trenzadas de maguey y lechuguilla hacían bolsos donde
cargaban a los niños pequeños, así como también
tejían redes, nazas, huaraches y esteras que a veces les servían
de tapete, cobija o mortaja para cubrir a los muertos. La presencia en
este sitio de una tela de algodón, proveniente de regiones ubicadas
mas al sur, demuestra que hubo relaciones comerciales con ciertas áreas
de Mesoamérica.
Objetos similares se han hallado en otras cuervas del
rumbo. Un caso de estos es la sierra de San Lorenzo, pero sobre todo en
la llamada cueva de Indio en el municipio de Matamoros. En este lugar los
irritilas dejaron muestras de su destreza confeccionando huaraches que
hacían con pencas de lechuguilla, una vez extraída la pulpa
de dicha planta. Al principio los huaraches fueron burdos, atados con hilos
y mecates hechos también de lechuguilla o palma samandoca, aunque
mas tarde llegaron a elaborarlos con un tejido, empleando pedazos de madera
a los que se hacia una pequeña perforación para introducir
el hilo y coserlos; de esta manera el calado fue mas resistente.
El tule era otra materia prima para hacer prendas de
vestir que los protegían de la intemperie, aunque quizá también
haya servido como armazón de las casas en los campamentos nómadas.
Diversos vegetales podían usarse para diseñar recipiente
a manera de canastas, donde acostumbraban guardar sus alimentos; en ocasiones
se agregaba a la pieza ya terminada una pasta realizada con frutos secos
molidos, la cual funcionaba como impermeabilizante y así el recipiente
podía contener agua sin derramarla. En la cueva de la Candelaria
se han hallado valiosos ejemplos de este y otros trabajos en cestería.
En otras cuevas localizadas al norte de la región
de los bolsones, precisamente en las sierras del Carmen, se encontraron
cadáveres momificados cubiertos con tejidos de lechuguilla y provistos
de sandalias de palma. Se cree, por los datos hasta hoy reunidos, que dichos
vestigios datan de la época de la dominación española.
Restos de vasijas señalan que nuestros antepasados
conocían la cerámica. Sin embargo cabe señalar que
la fragilidad de los utensilios no resistía los continuos cambios
de un lugar a otro del territorio. Por tal razón es que los pocos
objetos descubiertos no se asemejan a los elaborados por los pueblos mesoamericanos.
Ollas, vasos, cazuelas, comales y otros recipientes fueron modelados a
mano, siguiendo técnicas muy sencillas. Es de notar que los utensilios
carecían de asas y solo tenían pequeños orificios
cerca de sus bordes, que quizá sirvieron para colgarlos.
Por lo que respecta a los adornos, estos eran realizados
con diversos materiales. Los había sencillos a base de madera, piedras
y frutas secas, o muy elaborados como los que se tallaban en hueso. En
una cueva del municipio de San Pedro de la Colonias, precisamente en el
puerto de Ventanillas sobre la carretera a Cuatrociénegas, se han
encontrado collares ensartados de conchas de ostión, molusco que
extraían de los arroyos de la Comarca Lagunera sobre todo de los
ríos Nazas y Aguanaval. A veces, bastaba colocarse plumas de guajolote
silvestre en el cabello para considerarlo un adorno.
No hay municipio de Coahuila que no guarde vestigios
líticos, es decir instrumentos de piedra. Si los pueblos que habitaron
el área mesoamericana se caracterizaron por el desarrollo agrícola
y arquitectónico, la cultura del hombre del desierto, en cambio,
se distinguió por la elaboración de sus armas y especialmente
por el labrado en sílex. Con este material fabricaron cuchillos,
puñales, puntas de flechas, punzones, raspadores, azadas, martillos,
hachas de mano y de mango, navajas y otros objetos que destacan por su
variedad, diseño y acabado.
La mayor parte de las piezas que se han localizado fueron
trabajadas con silex sedimentario puro, el cual es de diferentes colores
porque contiene sales minerales; a su vez, el impuro es de factura irregular,
poco apto para ser labrado. También hicieron instrumentos con cuarzo,
cristal de roca, basalto, diorita y obsidiana. El grupo irritila era el
que lograba un mejor acabado en cada pieza, a diferencia de los guachichiles
cuyo terminado era mas burdo.
EL ARTE RUPESTRE.
Cuevas, cavernas, grietas o simples peñascos del
hoy estado de Coahuila, ocultan valiosas huellas dejadas por nuestros antepasados.
El arte rupestre –así llamado por que se ejecuta sobre una superficie
rocosa- queda patente en múltiples parajes de los municipios
de Cuatrociénegas, Sacramento, Lamadrid, Castaños, Escobedo,
Monclova, Candela, Ramos Arizpe, Saltillo, General Cepeda, Parras, San
Pedro de las Colonias, Múzquiz, Arteaga, Acuña y principalmente
Sierra Mojada y Ocampo.
Allí, en rocas de origen arenisco y sedimentario
fáciles de labrar o de pintar sobre ellas, el hombre del desierto
ha dejado testimonio de su paso. Mientras que en el norte de Coahuila guarda
sobre todo arte pictórico, el sur abunda en petroglifos, diferencia
que se explica porque las rocas son muy duras –y por tanto mas difíciles
de labrar- en el norte. Como sea, es interesante destacar que tanto la
forma como la técnica de los grabados presentan características
diferentes de un lugar a otro, incluso cuando la distancia que los separa
es pequeña. Esto sucede, por ejemplo, con los petroglifos que se
hallan a la altura del kilómetro 42 y los que están en el
kilómetro 58 de la misma carretera Saltillo-Piedras Negras.
Entre las técnicas que empleaban los guachichiles,
irritilas, tobosos o cualquier otro grupo indígena para realizar
petroglifos, se observan el rayado superficial y el profundo. En el primer
caso rayaban levemente la roca y dibujaban diversas representaciones. En
el segundo el rayado se hacia con fuerza, quedando plasmada la figura con
una profundidad de casi un centímetro. Otras técnicas, como
el contorno y el punteado, fueron de uso menos frecuente.
Todos los grupos expresaron de diversas maneras lo que
querían comunicar, ya sea a través de la pintura o del petroglifo.
Los guachichiles manifestaron este arte con figuras geométrica,
casi siempre abstractas y de difícil significado para nosotros.
Por su parte, el mensaje de los irritilas utilizó figuras de soles,
manos, pies y redes, entre muchos otros motivos. En el municipio de Parras,
concretamente en el ejido del Sol, el tema solar fue representado por lo
menos bajo seis formas distintas en un mismo conjunto rocoso, con una técnica
muy refinada.
El municipio de Ocampo encierra numerosos lugares tapizados
de pinturas rupestres, como se puede observar en San José de las
Piedras, Piedritas, Cañón de la Vaca, las Iglesias, laguna
de la Leche, sierra del Fuste, rancho Las Tinajas, Piedras de Lumbre y
Álamos del Marques. En San Felipe, municipio de Ramos Arizpe, existen
pinturas que muestran cabezas de venado bura, tortugas, motivos geométricos,
grecas, puntos, líneas zigzagueantes, círculos concéntricos
y figuras esquemáticas. Los vestigios pictóricos del municipio
de Acuña, en las riberas del río Bravo, pertenecen a la época
de la dominación española.
Al este del municipio de Sierra Mojada, en San Antonio
de los Álamos, hay representaciones de un coyote o lobo atacado
por un águila. Ahí mismo se observan manos y antebrazos pintados
en color blanco sobre la roca negra. Lo interesante de estas obras es que
algunas de ellas se hicieron empleando la llamada “técnica del negativo”,
circunstancia que las hace mas notables porque no se conocen muchos casos
así en toda la República.
Para usar dicha técnica, los indígenas
apoyaban su mano –y en ocasiones inclusive el brazo- sobre la roca, y rociaban
pintura alrededor de aquella. Cuando no la esparcían, la pintura
se aplicaba con varas de carrizo que tenían una perforación
en la parte inferior, a manera de pluma fuente; o utilizaban plumas de
aves de gran tamaño, como si se tratara de pinceles. En cambio,
si optaban por la “técnica del positivo”, distribuían pintura
(generalmente de color rojo) sobre la palma de la mano y luego imprimían
su huella. Para lograr este tiente es probable que se hayan empleado la
savia de una planta llamada sangre de drago, que contiene varios matices
de rojo.
También en San Antonio de los Álamos, una
montaña encajonada parece custodiar las pinturas de mas de 40 caballos
con jinetes sin cabeza, realizadas con un realismo sorprendente. Como sabemos
después de la desaparición de las especies equinas que poblaron
América en épocas prehistóricas, el caballo no volvió
a apareces en nuestro territorio hasta la llegada de los europeo; de modo
que podemos fechar estas manifestaciones de arte rupestre como propias
del siglo XVI, aunque otros estudiosos opinan que corresponden a los siglos
XVII o XVIII.
El profesor Carlos Cárdenas Villarreal, en su
obra Aspectos culturales del hombre nómada de Coahuila, considera
que se trata de un mensajes de los comanches, grupo que incursionaba por
el norte del estado. Según el mismo investigador, quizá nuestros
antepasados plasmaron así su rebelión contra el conquistador,
pintándolo sin cabeza.
¿Un anticipo de los cambios violentos que traería
la penetración española?, ¿Un testimonio de las incursiones
del invasor que ya comenzaban a darse?. De una u otra manera, son un valioso
ejemplo de las ricas manifestaciones del arte rupestre que tenemos en Coahuila.
Extraído del libro: Coahuila, generoso el campo
vaso el horizonte. Monografía Estatal, Secretaría de Educación
Pública, México, 1986, Primera reimpresión. Texto
original: Jesús Alfonso Arreola Pérez. Textos auxiliares:
Armando Bayona, Enrique Rivas Paniagua, Ismael Salas Paz.
Ir
a los Petroglifos del Ejido Huizachal, Municipio de Candela, Coahuila
Pagina
realizada por el
grupo: Exploradores Coahuiltecos |
|
Ultima
Actualización:
28
de Agosto de 2002
|