MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA |
La agitación por la independencia introdujo a los
Sánchez Navarro en la política, quebrantando así su
patrón de conducta que había prevalecido por años.
Con excepción de una ocasión, en 1790, cuando Manuel Francisco
sirvió como juez de paz en Santa Rosa, habían evitado abiertamente
la participación en política. Seguros de su poder económico
y del prestigio de José Miguel como clérigo principal en
Coahuila, tradicionalmente la familia prefirió trabajar tras bambalinas.
Además de su amistad personal con las autoridades
locales, los Sánchez Navarro podían apoyarse en dos parientes
que ocupaban puestos públicos. Uno era Juan Ignacio de Arizpe, quien
además de ser cobrador de impuestos en Monclova durante casi treinta
años, fue gobernador interino de Coahuila desde agosto de 1805 hasta
julio de 1807. El otro pariente era Manuel Royüela, un español
nacido, en 1759, en el seno de una familia de hidalgos. De joven tuvo el
cargo de secretario del guardián del fuerte de Acapulco y cuando
la corona estableció, en 1792, una agencia de tesorería de
Saltillo, para facilitar el pago a las tropas de las provincias del noreste,
Royüela recibió el cargo de tesorero. sus servicios fueron
evidentemente satisfactorios, ya que en 1794 recibió la Orden de
Carlos III. Royüela se convirtió en un miembro de la familia
Sánchez Navarro al casarse, en 1789, con María Josefa, hija
de Manuel Francisco.
Aunque preferían concentrase en sus actividades,
estaban sumamente interesados en la política. A través de
su extensa red de corresponsales José Miguel sabía lo que
estaba sucediendo no sólo en el virreinato sino especialmente en
la península después de la invasión de Francia a España,
en 1808. Por su parte, José Melchor estaba ávido de aprender
lo que pudiera acerca de los Estados Unidos. La curiosidad del hacendado
fue descrita por el teniente Zebulón Pike, quien estuvo en El Tapado,
en 1807, mientras era escoltado a la frontera de la Nueva España.
Los dos hombres se llevaron bien y José Melchor mostró una
sed insaciable por saber acerca de las leyes e instituciones americanas.
El interés del hacendado en asuntos públicos lo hizo que
se apartara de la teoría, ya que rompiendo con la tradición
familiar, aceptó el cargo de alcalde de Monclova, en enero de 1810.
José Melchor empezó a involucrarse realmente
en la política, en el otoño de ese fatídico año.
El 22 de septiembre estaba en Saltillo para las ferias, cuando le llegaron
las noticias de que el padre Hidalgo había levantado en armas a
la región de San Miguel el Grande el día 15 de ese mes. Saltillo
estaba lleno de visitantes y José Melchor receloso de que las autoridades
no estuvieran en posibilidad de preservar el orden, en vista de las sensacionales
noticias, se hizo cargo de la situación. envió un mensaje
a Monclova urgiendo al gobernador de Coahuila, teniente coronel Antonio
Cordero, para que regresara a Saltillo y controlara la situación.
Habiendo recibido un mensaje similar de las autoridades de Saltillo, el
gobernador comenzó a reunir las tropas del presidio y procedió
a movilizar a la milicia. Cordero decidió que Saltillo sería
el punto de reunión, pero debido a las distancias, le tomó
varios meses concentrar sus fuerzas. Mientras tanto Saltillo sufría
una inquietante agitación por los informes de los triunfos militares
de Hidalgo. La ansiedad aumentó cuando en noviembre llegó
una gran caravana de refugiados, muchos de los cuales eran mineros de Cedral,
Matehuala y Real de Catorce y con ellos traían sus barras de oro
o plata a guardar en las tesorería de Saltillo, ya que los caminos
al sur estaban cerrados. Los refugiados traían las alarmantes noticias
de que San Luis Potosí había caído en manos de los
rebeldes y que uno de los subordinados de Hidalgo se estaba preparando
para marchar sobre Saltillo. Para defender la ciudad, Cordero ordenó
a sus tropas concentrarse en la hacienda de Aguanueva, estratégicamente
localizada a 26 kilómetros al sur de Saltillo. Durante noviembre
y diciembre Cordero y el tesorero real, Manuel Royüela, trabajaron
arduamente para equipar las unidades que iban llegando al campo realista.
Cuando a principios de enero de 1811 aparecieron las
hordas de los temidos insurgentes, Cordero tenía en Aguanueva setecientos
hombres y seis cañones. Los rebeldes comandados por el general Mariano
Jiménez eran entre siete y ocho mil y traían un tren de artillería
de dieciséis cañones. El 7 de enero de 1811 las dos fuerzas
se divisaron en Aguanueva. Cordero comenzó a desplegar sus tropas,
pero los realistas acobardados por la gran superioridad del enemigo desertaron
en masa sin disparar un solo tiro. el gobernador desanimado escapó
y un grupo de rebeldes ex realistas fueron tras él. Finalmente fue
aprehendido algunos kilómetros al norte de Saltillo y entregado
al comandante insurgente Jiménez, quien lo trató con consideración.
Jiménez efectuó su entrada triunfal en
Saltillo, el 8 de enero de 1811 y además de enviar unidades a ocupar
Parras y Monterrey, despachó quinientos hombres bajo las órdenes
del brigadier Pedro de Aranda que había sido designado gobernador,
a tomar la plaza de Monclova y para el 18 de enero la capital de Coahuila
estaba en sus manos. Habiendo escuchado rumores de que algunos realistas
trataban de ir a Texas para continuar la resistencia, Aranda marchó
a principios de febrero al presidio de Río Grande. Allí supo
que unos simpatizantes de Hidalgo habían dado un golpe el 22 de
enero y entregado Texas a los insurgentes.
A los rebeldes les tomó menos de un mes capturar
las provincias del noreste, sin embargo, algunos simpatizantes de los realistas
en Coahuila se recobraron de los continuos desastres en los cuales había
caído su causa y empezaron a organizar la contrarrevolución.
Al principio actuaban independientemente, pero muy pronto varios grupos
de individuos se juntaron para llevar a cabo una bien planeada conspiración.
Uno de los principales conspiradores fue Manuel Royüela,
quien como precaución contra la posibilidad de una victoria insurgente,
había cargado las barras de oro y plata y los archivos de la tesorería
de Saltillo en un tiro de mulas. Pocas horas después de la debacle
de los realistas en Aguanueva, Royüela, su familia y un tesoro de
cerca de 300 000 pesos estaban en camino a Monclova con una pequeña
escolta militar. Royüela esperaba llegar a San Antonio, que suponía
aún estaba comandado por el gobierno. Sin embargo, el 16 de enero
de 1811, en el presidio de Río grande, casi toda la escolta se amotinó
y ayudados por la gente del pueblo, mataron a los únicos cuatro
hombres que le permanecían leales, se apoderaron del tiro de mulas
y lo hicieron prisionero junto con su esposa y seis hijos. Royüela
aún estaba en prisión en Río Grande cuando el gobernador
insurgente Aranda, llegó en febrero. Aranda era un hombre de edad,
alcohólico, generoso y confiado por naturaleza. Trató a Royüela
gentilmente, permitiéndole tener visitas, una de las cuales fue
el capitán Ignacio Elizondo, un militar retirado, quien poseía
la mitad de la hacienda de San Juan de Sabinas.
El papel de Elizondo en estos acontecimientos fue tan
misterioso como decisivo. En las historia de México se le menciona
como un traidor. Quienes pretenden explicar su participación en
la revolución generalmente alegan que fue llamado a servicio
activo, en 1810, que fue el primero oficial que desertó en Aguanueva
el 7 de enero de 1811, que Jiménez lo promovió a teniente
coronel en la armada insurgente, pero eso le disgustó porque su
petición para un mayor grado militar le fue denegada y por ello
regresó al bando realista. Como el capitán Elizondo no aparece
en la nómina de los oficiales realistas de Aguanueva, esta interpretación
está sujeta a controversias. Por otra parte, un insurgente que fue
capturado más tarde refirió que Jiménez había
emitido órdenes de disponer de trescientas barras de plata que Elizondo
había capturado en río Grande y que era parte del tesoro
de Saltillo. Por lo tanto, parece que cualquier deslealtad cometida por
Elizondo ocurrió en Río Grande y no en Aguanueva.
En todo caso, para cuando Elizondo visitó al prisionero
Royüela, en febrero de 1811, ya era un realista consumado. tuvieron
varias conversaciones en las cuales Elizondo se compadecía y se
lamentaba con el tesorero del estado, de lo ocurrido en el virreinato.
Habiendo Elizondo decidido que podía confiar en Royüela, el
día 17 de febrero le hizo una declaración pasmosa, confiándole
que él y un grupo de amigos planeaban un golpe contrarrevolucionario
para tomar el presidio de Río Grande. Aun cuando el tesorero recibió
con mucho agrado las intenciones de Elizondo, vehementemente se opuso al
plan, pues argumentó que lo mejor que podían lograr era una
victoria local y como resultado, la captura del gobernador rebelde y algunos
de sus aliados. El tesorero impuso su opinión sobre la de Elizondo
y pospuso la acción con la esperanza de efectuar un golpe mas significativo.
El objetivo original de Elizondo no era solamente tomar
el presidio y capturar a Aranda, sino también liberar a los realistas
que estaban prisioneros, entre los que se encontraban, además de
Royüela, el gobernador de Texas, teniente coronel Manuel Salcedo y
el comandante militar de esa provincia, teniente coronel Simón de
Herrera. Los dos habían sido capturados junto con nueve oficiales
y habían sido trasladados encadenados a Río Grande siendo
su destino el cuartel general de los rebeldes de Saltillo.
Fue Aranda quien resolvió el problema de liberar
a los realistas. Debido a que la situación en Texas estaba bajo
control, regresó a Monclova a finales de febrero llevando con él
a los prisioneros de Río Grande.
En Monclova, varios ciudadanos prominentes ofrecieron
hacerse responsables de los prisioneros. Quizá buscando congraciarse
con sus nuevos subordinados, el gobernador insurgente accedió rápidamente,
estipulando que los realistas estaban restringidos a permanecer en Santa
Rosa y sus cercanías. Así Royüela fue enviado a Santa
Rosa, Salcedo y Herrera fueron enviados a la hacienda de San Juan de Sabinas,
lugar en el que uno de los fiadores era Elizondo y los otros eran los Sánchez
Navarro.
Mientras Royüela y Elizondo estaban conspirando
en Río Grande, los Sánchez Navarro lo hacían en Monclova.
José Melchor trabajaba en el restablecimiento de la autoridad realista.
El hacendado evidentemente hizo pocos esfuerzos para ocultar su descontento
con Aranda y los otros rebeldes, y continuamente rehuía al gobernador.
Es más, como los Sánchez Navarro perdieron su mercado debido
al levantamiento, José Melchor rehusó venderle provisiones
y ganado a los insurgentes. En vista de la hostilidad y disgusto del hacendado,
la explicación más razonable para liberar a los presos españoles
y dejarlos bajo su custodia es la de que Aranda estaba tratando de congraciarse
con los poderosos Sánchez Navarro.
Ayudado por su hermano, por el cura mismo y por Juan
Ignacio de Arizpe, José Melchor pasó la mayor parte de su
tiempo sondeando a los ciudadanos locales para determinar con quién
podía contar cuando llegara el momento. La equivocación de
Aranda al dejar en libertad bajo palabra a los prisioneros, facilitó
grandemente la tarea del hacendado, porque permitió a los conspiradores
de Monclova cooperar con los de Santa Rosa.
El curso de las acciones en el virreinato corría
en favor de los conspiradores. El levantamiento de Hidalgo había
tomado al gobierno por sorpresa y durante septiembre y octubre de 1810
los insurgentes parecían invencibles. Su fuerza inicial los llevó
hasta las afueras de la ciudad de México, pero para principios de
noviembre su empuje había terminado. Los realistas reorganizados,
habían inflingido serias derrotas a las fuerzas de Hidalgo las cuales
se vieron obligadas a retirarse a Guadalajara. Hidalgo y su principal subordinado,
Ignacio Allende, hijo del viejo asociado de negocios de los Sánchez
Navarro en San Miguel, decidieron jugarse todo en una batalla decisiva.
Esta batalla ocurrida en el puente de Calderón, cerca de Guadalajara,
el 17 de enero de 1811, constituyó una abrumadora derrota para los
insurgentes.
Al frente de sus destrozadas fuerzas, Hidalgo y Allende
se retiraron con rumbo al norte hacia Saltillo. En el camino los jefes
rebeldes tuvieron un altercado violento y Allende disgustado con Hidalgo
asumió el mando. Hidalgo fue reducido a una mera figura decorativa
y se convirtió en virtual prisionero de su principal subordinado.
Allende llegó a Saltillo el 24 de febrero e Hidalgo pocos días
después, siendo acuartelado en la casa del tesorero Royüela.
El líder insurgente se daba cuenta de que Saltillo brindaba un refugio
temporal, ya que las columnas realistas avanzaban desde San Luis Potosí,
Zacatecas y Durango. Por lo tanto, los rebeldes decidieron retirarse a
Texas donde pensaban obtener ayuda de los estados Unidos y así mantener
la rebelión viva. La ruta acostumbrada de Saltillo a Texas era por
el camino que pasaba por Monclova.
En virtud de que los líderes de la insurrección
estaban a tan corta distancia de Monclova, los conspiradores quisieron
asegurarse de que los rebeldes tomarían ese camino. A finales de
febrero fueron celebradas una serie de juntas en la casa de José
Melchor en Monclova. el hacendado y su hermano conferenciaron secretamente
con otros simpatizantes realistas: el teniente Rafael del Valle, teniente
José de Rábago y el Barón de Bastrop. Del Valle era
un oficial de la milicia. Rábago había sido miembro de las
fuerzas presidiales pero fingió estar con los rebeldes -el gobernador
Aranda lo promovió a teniente coronel e incluso lo puso al mando
del fuerte de Monclova-. El Barón de Bastrop era un rico soldado
holandés que había dejado el empleo con Federico el Grande
para incorporarse en el servicio del Rey de España. Obtuvo cesión
de tierras en Luisiana, pero cuando esa provincia pasó de España
a Francia en 1800, Bastrop se cambió a Texas donde residía
cuando estalló la revolución.
En juntas de conspiración se decidió enviar
a Bastrop a Saltillo en calidad de espía a costa de José
Melchor. Al holandés se le dió una difícil misión:
observar y reportar la fuerza y las disposiciones militares de los rebeldes,
ganarse la confianza del líder insurgente haciéndose pasar
como un ferviente partidario de su causa, usar su influencia para evitar
que los españoles liberados bajo palabra fueran enviados a Saltillo
para su ejecución y alentar a los generales insurgentes a viajar
a Texas con una escolta lo más pequeña posible.
Bastrop salió para Saltillo a principios de marzo.
Pocos días después los conspiradores realistas de Monclova
enviaron a otro espía, también a costa de José Melchor.
Sebastián Rodríguez era un colonizador español, topógrafo
de profesión al cual los Sánchez Navarro en una ocasión
le habían prestado dinero. Rodríguez era una nulidad, pero
bajo las actuales circunstancias, era necesario, ya que antes de la revolución
había sido amigo personal de Ignacio Allende y también de
Mariano Abasolo, otro de los generales rebeldes que estaban en Saltillo.
Su pretexto para viajar al cuartel de los insurgentes era obtener la amnistía
de sus viejos amigos.
Los dos agentes llevaron a cabo su misión brillantemente.
Rodríguez renovó su amistad con Allende y Abasolo, quienes
le dieron una cálida bienvenida. También el Barón
de Bastrop fue bien recibido, ya que los rebeldes estaban ansiosos de recibir
información acerca de los Estados Unidos. Fingiendo estar bien enterados
de los caminos de Texas, Bastrop y Rodríguez ofrecieron sus servicios
al ejército insurgente como guías voluntarios. Allende aceptó
gustosamente su ofrecimiento y los dos espías fueron incluidos en
las más secretas deliberaciones de los rebeldes. Los agentes aprovecharon
este golpe de suerte, pues no solamente disuadieron a los insurgentes de
transferir a los realistas presos a Saltillo, sino que también convencieron
a Allende y a Jiménez de ordenar la retirada de 150 hombres de la
plaza de Monclova. Se suponía que estas tropas iban a ser enviadas
a Baján, en donde se localizaba el más importante aguaje
en el camino entre Saltillo y Monclova. En su retirada a través
de la árida región, los rebeldes sólo tendrían
la opción de acampar en Baján y era ahí donde los
conspiradores realistas pensaban dar el golpe.
Habiendo recibido noticias de los espías en Saltillo
de que los insurgentes empezarían su retirada a Texas el 17 de marzo,
José Melchor y sus asociados se movieron rápidamente. El
hacendado puso los considerables recursos económicos de los Sánchez
Navarro disponibles al financiamiento de la inminente contrarrevolución.
Dejó al teniente Rábago en Monclova para que continuara la
subversión de la guarnición de la plaza y partió a
Santa Rosa, a solucionar algunos detalles con los oficiales realistas,
que para entonces residían en su casa. En su ruta a Santa Rosa,
paró en la hacienda de Encinas para pedir el apoyo de los Vázquez
Borrego. El propietario de Encinas, Macario Vázquez Borrego inmediatamente
se integró a la conspiración, pues abrigaba rencores contra
el gobernador insurgente, debido a que este último, en febrero,
cuando iba a Río Grande, paró en Encinas y siendo sumamente
afecto a las celebraciones, ordenó que se llevara a cabo una fiesta
en su honor. Durante la festividad el gobernador se embriagó tanto
que estuvo a punto de ordenar a su artillería que demoliera la casa
de los Vázquez Borrego.
Habiendo terminado su labor en Encinas, José Melchor
salió para Santa rosa, donde los realistas formularon su plan de
ataque. La contrarrevolución se desarrollaría en dos etapas:
primero los conspiradores tomaría Monclova y evitarían que
la noticia del golpe llegara al ejército rebelde que se venía
acercando; después, en su confiado viaje a Monclova, los insurgentes
serían emboscados en Baján. Como precaución, en caso
de que el plan abortara, José Melchor y sus hermanos proveyeron
de armas, provisiones y caballería a los oficiales realistas que
se encontraban libres bajo palabra, para que pudieran escapar de Santa
Rosa, haciendo su viaje a través de las montañas y llegar
a la Nueva Vizcaya. Los hermanos Sánchez Navarro enviaron a Ignacio
Elizondo a Monclova para que estuviera al frente del ataque y prudentemente
ellos permanecieron en Santa Rosa a esperar los acontecimientos.
El 17 de marzo, Elizondo llegó a Monclova y el
mismo día la columna rebelde salía de Saltillo. Después
de conferenciar secretamente con los simpatizantes realistas locales -entre
ellos el comandante del fuerte, teniente Rábago, el hacendado Macario
Vázquez Borrego y el cajero de los Sánchez Navarro, Faustino
Castellano- Elizondo decidió dar el golpe esa misma noche. Ayudado
por los miembros disidentes del fuerte, ocuparon el hospital, las barracas
y el palacio del gobernador con muy poca dificultad. Sin embargo, el gobernador
Aranda no estaba en el palacio; siguiendo su costumbre, andaba por las
calles bebiendo con un grupo de sus oficiales. Uno de los conspiradores
había sido designado para seguir al grupo, y mostrando considerable
iniciativa llevó al gobernador y a sus acompañantes a una
casa a la orilla del pueblo, donde los entretuvo con plática y brandy.
Para cuando Elizondo llegó con diez soldados a aprehender al gobernador,
Aranda estaba casi inconsciente y sus oficiales tampoco estaban en condiciones
de ofrecer resistencia. Una vez que los confundidos insurgentes fueron
tomados prisioneros y llevados a las barracas, Elizondo y sus asociados
pasaron el resto de la noche enviando mensajes a sus compañeros
conspiradores en Santa rosa y al cuartel general en Chihuahua. También
enviaron mensajeros a los asentamientos y haciendas cercanas a Monclova,
ordenando la concentración de hombres y de provisiones que se necesitaban
para instrumentar la segunda fase del plan.
Al amanecer del 18 de marzo, la gente del pueblo de Monclova
estaba peinando los alrededores buscando insurgentes que pudieran haber
eludido la captura la noche anterior, así los monclovenses tuvieron
éxito en evitar que las noticias del golpe dado por Elizondo llegara
a los que venían de Saltillo. durante la tarde, grupos de viajeros
armados de las haciendas vecinas empezaban a llegar a Monclova. Atanacio
Vázquez Borrego, hermano de Macario, viajó de Encinas con
diez vaqueros; el hermano de Elizondo, Nicolás, trajo ocho más
y por la tarde todavía seguían llegando algunos grupos, entre
ellos el del Tapado, donde el capataz de los Sánchez Navarro había
estado reuniendo caballos, ganado y provisiones para el uso de la creciente
fuerza realista que se encontraba acampada a poca distancia al sur de Monclova.
José Melchor y los otros conspiradores esperaban
ansiosos en Santa Rosa. Habían decidido ir a Monclova tan pronto
como recibieran noticias de su captura. Ahora que la mayoría de
los realistas estaban congregados en la capital, el 21 de marzo organizaron
un gobierno provisional. Al teniente coronel Herrera, como era el oficial
de mayor rango, se le nombró gobernador y como su asistente al teniente
coronel Salcedo. También se formó un comité de seguridad
pública compuesto por doce hombres, con Herrera a la cabeza y entre
los miembros restantes se incluían a Juan Ignacio de Arizpe, José
Melchor y el cura.
Mientras los realistas restablecían la autoridad
en Monclova, la segunda fase de la conspiración se llevaba de acuerdo
con el plan trazado. Elizondo estaba al frente de la notable fuerza, que
consistía de más de doscientos soldados y colonizadores.
A mediodía del 20 de marzo acamparon a tres kilómetros al
sureste de Baján en un punto donde el camino rodeaba una colina
de poca altura. Además de estacionar guardias en el camino, Elizondo
decidió enviar esa noche una exploración para reconocer el
campo insurgente.
Habiendo dejado un destacamento para la defensa de Saltillo,
los generales rebeldes y un grupo de más de mil de sus seguidores,
avanzaron lentamente durante cuatro días con rumbo al norte, ignorando
no solamente que Monclova estaba en manos del enemigo, sino que también
los realistas habían tomado San Antonio el 1o. de marzo. Mientras
cruzaban la polvorosa planicie parecían más una columna de
refugiados que una fuerza militar. La rezagada caravana consistía
de grupos de soldados y civiles en coches, a caballo y a pie, que viajaban
diseminados entre la artillería y los tiros de mulas que portaban
el equipaje. En la noche del 20 de marzo, la columna rebelde se extendía
a lo largo de unos veinticuatro kilómetros, y las avanzadas estaban
a sólo dieciséis kilómetros de los realistas que esperaban
en Baján.
Por la carencia de vigilancia y aprovechando el manto
nocturno, los exploradores de Elizondo penetraron sin dificultad en las
líneas de los rebeldes y reportaron que las condiciones tan desorganizadas
del enemigo les favorecían. Aunque confiando más en la victoria,
Elizondo hizo que uno de sus subordinados, un oficial rebelde desertor
del fuerte de Monclova, le escribiera al general Jiménez asegurándole
que la fuerza de ciento cincuenta insurgentes estaba esperando en Baján
como lo había ordenado.
El correo entregó la carta al anochecer del 21
de marzo y además se burló del confiado Jiménez, pues
en respuesta a sus preguntas acerca de la situación en Monclova,
le contestó que se había preparado una cálida bienvenida
para los insurgentes, incluyendo arcos de triunfo y que la gente del pueblo
haría vallas en las calles para vitorear su llegada. Satisfecho
de que todo estaba bien, Jiménez preguntó acerca de la disponibilidad
de agua en Baján. El astuto correo le informó que había
suficiente para la multitud de insurgentes y sugirió que llegaran
a Baján en intérvalos, para facilitar la extracción
del agua de pozo; además les urgió para que los principales
jefes insurgentes estuvieran entre el primer contingente y así pudieran
saciar su sed y seguir su camino hacia Monclova sin ninguna dilación,
Jiménez consideró que ésta era una excelente sugerencia
y la pusieron en práctica.
Pensando en el agua de Baján, los asoleados rebeldes
se pusieron en marcha la mañana del 21 de marzo, sin molestarse
en adelantar una avanzada. Discretamente el correo se desprendió
de la columna y galopó entre los cerros a reportarse con Elizondo.
Se reunieron trescientas gruesas de soga para atar a los prisioneros, asignándose
cuatro hombres para esta labor, mientras que otros fueron destacados para
vigilar a los cautivos, así como a los tiros de mulas que supuestamente
transportaba el tesoro de los rebeldes. Había incluso un sacerdote
para hacerse cargo de sus seguidores, así como de los clérigos.
Elizondo desplegó la mayor parte de su grupo a lo largo del camino,
como si fuera una guardia de honor. Como el camino daba vuelta a una colina
los realistas podían hacerse cargo de cada contingente rebelde sin
alertar a aquellos que se venían acercando.
Versión obtenida del libro "El Imperio de la familia
Sánchez Navarro 1765-1867" autor Charles H. Harris III. Tercera
edición en español. Septiembre de 2002. Páginas 145
a 159. Uso educativo.
Fotografías. Familia De Hoyos Casas.
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DE DON MIGUEL HIDALGO
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