ENAMORAMIENTO
LIBRO DE CUENTOS
MARIA EUGENIA REYES ARAIZA
Esta obra está registrada en la
Dirección General del Derecho de Autor
de la Secretaría de Educación Pública de
México
PARA MIS HIJOS
Miguel Eugenio
Emmanuel Ricardo
Abraham Raúl
e-mail
eugenia_reyes@yahoo.com
INDICE
El cuento que se perdió para siempre
Amigos
Te quiero
Un regalo sorpresa
Sólo los Martes
Costumbres
Reencuentro
Amorosamente etérea
La fiesta
Una receta poco común
La búsqueda
Lo que nunca pudo tener
Jugueteando
Sentimientos
La invitación
Amor efímero
Enamoramiento
Un diseño peculiar
Te regalo un sueño
La historia se repite
Desde otro punto de vista
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EL CUENTO QUE SE PERDIO PARA SIEMPRE
Era el mes de junio y los árboles del patio de la casa
lucían llenos de frutas, yo me disponía a comer un
puñado de moras que acababa de cortar; las junté en una
tinita de juguete mientras regañaba a mi muñeca porque
ella no las quería consumir. Regularmente yo jugaba sola y mi
única compañía era esa muñeca que hablaba en
inglés: tal vez por eso nunca nos pudimos comprender. Mis padres
me la habían regalado cuando cumplí cinco años. Y
cuando estaba a punto de comer la fruta llegaron mis hermanos y me
dijeron que estaban cansados de jugar y que querían sentarse en
el césped y comer moras conmigo mientras yo les contaba uno de
esos cuentos que decía tener en mi memoria. Era la primera vez
que ellos me hacían esa petición; entonces me puse a
pensar, escogí el mejor de mi repertorio, y empecé a
contar; pero luego improvisé, y los momentos cumbres los
alargué, cambié el principio y el fin; fui creando una
nueva historia: el espíritu de la inspiración se
apoderó de mí, y al terminar el cuento mis hermanos
lloraban, y yo sentí que había conseguido tocar la fibra
sentimental de unos niños traviesos.
Pasaron dos meses y en una tarde de agosto me hablaron mis hermanos para
que saliera al jardín; allí se encontraban unos amigos de
ellos sentados en la banqueta, y en dos mecedoras: mis padres. Entonces
me dijeron que repitiera mi cuento para que se estremecieran de nuevo
sus sentimientos; pero a mí se me había olvidado la
historia, entonces mi mamá me habló por mi sobrenombre
diciéndome "Queña, no te preocupes que mañana te
llevaré al colegio para que aprendas a leer y a escribir, y
así puedas apuntar todo lo que se te ocurra", y papá
comentó: -Dime, hija. ¿Cómo se llamaba tu cuento?-;
de nuevo improvisé, y le respondí: -El cuento que se
perdió para siempre-. Papá apuntó el título
en una agenda nueva; tiempo después, cuando aprendí a leer
y a escribir me la regaló.
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AMIGOS
Abraham se despertó muy temprano porque oía que alguien
tocaba la puerta del barandal de la casa donde vive, y al asomarse por
la ventana sólamente vio un globo viejo de color verde que rodaba
por la calle y que a veces semiflotaba por el viento haciéndolo
volar como en cámara lenta. Y daba la apariencia de que aquel
globo agonizaba: pues se encontraba triste porque no había una
mano amiga que lo tomara y lo defendiera de cualquier peligro.
El globo viajaba como barco a la deriva esperando con temor encontrar
alguna piedra filosa o espinas de algún rosal que le explotaran
su existencia.
Abrahamcito al imaginarse todo esto, como pudo y de puntitas pues
sólo contaba con cinco años de edad, abrió el
picaporte de la puerta, salió corriendo, y cuando estaba a punto
de atraparlo vino un nuevo viento y lo hizo flotar; convirtiendo a aquel
globo verde en algo inalcanzable. De pronto todo cambió, pues la
persecución se convirtió en juego, y por la risa de
Abraham y su algarabía los demás niños despertaron
y se asomaron a la calle y empezaron a gritar.
-Miren... Miren a Abraham y su globo-. Se hizo tal escándalo y
adquirió la escena tal alboroto que los niños más
grandes comenzaron a hacer apuestas. Tres de ellos decían que
nunca lo alcanzaría, dos más afirmaban que el globo se
rompería antes de ser alcanzado, y uno de ellos apostaba que
sí sería atrapado. Los demás sólo miraban la
acción y aplaudían cada intento. De pronto, con uno de los
soplidos que dio el viento atrajo al globo hasta las manos de Abraham.
De regreso a casa lo lavó y luego lo secó con una toalla y
se dio cuenta que un globo viejo es de una textura más suave que
uno nuevo y lo puso a un lado de él.
Casi en forma de arrullo le dijo: -Si pensaras o tuvieras vida como yo,
sabrías que has encontrado un amigo-.
Bostezó y después se quedó dormido.
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... TE QUIERO
Mi mamá se sentó en mi silla preferida del comedor, ella
se disponía a escribir uno de sus cuentos cuando le dije que se
moviera de mi lugar; mamá accedió y yo sólo me
senté unos instantes, después me levanté y
empecé a rebotar una pelota; mi madre me dijo: -Abraham, deja de
botar esa pelota; qué no ves que no puedo concentrarme en mi
cuento-. Después de esa orden no hubo más remedio que
sentarme a un lado de ella para hacer mi tarea y empecé a
preguntar varias cosas como por ejemplo que dónde había
puesto mi mochila, que si no sabía dónde estaba mi
borrador... A la quinta pregunta la sentí molesta no sé ni
por qué pero decidí bombardearla con más preguntas
y le dije: -¿Cómo va quedando mi tarea?- Mamá ni
siquiera volteó y dijo "bien, va quedando muy bien". Me
molesté ahora yo porque sentí que no me había hecho
caso y empecé a escribir en mi tarea una serie de insensateces
que le mostré en seguida repitiendo mi pregunta.
-¿Cómo va quedando mi tarea?- Y de nuevo sin voltear dijo
que muy bien, entonces me quedé sentado observándola y vi
que terminó con su obra. Y entonces sí volteó a
verme y extendió su escrito a mis manos diciéndome:
-Quieres leerlo-, sin siquiera tocarlo le dije: -Ha quedado muy bien
mamá, muy bien-. Ella sonrió trató de darme un beso
que esquivé y me abrazó diciéndome "te voy a
preparar una sabrosa cena", y se dirigió a la cocina. No pude
evitar la curiosidad de tomar el escrito y leerlo: llevándome una
gran sorpresa; el cuento hablaba de mí, exactamente de lo que
acababa de suceder hacía unos instantes, de las circunstancias
descritas de principio a fin, y como si fuera adivina y aun supiera lo
que yo iba a hacer después de irse ella a la cocina
escribió: -Abraham, te quiero-.
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UN REGALO SORPRESA
Un día llegó mi padre con un regalo para mamá; ella
armó tal alboroto porque no era muy común que él
tuviera ese tipo de detalles. Mi madre primero palpó el regalo,
después lo sacudió queriendo adivinar lo que la caja
traía adentro; cuando al fin se decidió a abrirlo, todos
quedamos atónitos: no sabíamos qué objeto era,
parecía un dragón y una víbora a la vez:
sólo que éste tenía alas grandes como de medio
metro cada una, con cola de pescado, y era de multicolores, y con una
larga lengua roja. Con cierto temor pregunté que qué era;
mamá me respondió que se llamaba "Alebrije", y papá
nos lo confirmó con un movimiento de cabeza: diciéndonos
que eran objetos muy apreciados por la gente extranjera, y que se los
llevaban a su tierra como una curiosidad; entonces mamá
tomó el monstruo aquél y lo puso arriba de la vitrina,
dando las gracias a papá.
Parecía que desde ese lugar la figura dominaba toda la casa.
En la primera noche como a eso de las tres de la mañana mientras
todos dormían: desperté con toda la intención de
levantarme para hacer pipí; pero para ir al baño hay que
cruzar el comedor, y recordando que allí se encontraba el
alebrije, y que lo más probable era que recobrara vida por las
noches; me aguanté hasta que oí que mamá se
levantó primero a las seis de la mañana para ir al
trabajo. Los días que le precedieron procuré en la cena no
tomar líquidos para no tener que levantarme por las noches, hasta
que un día un ventarrón tumbó el objeto y lo hizo
mil pedazos; entonces me dije "Ay Abrahamcito, mamá no te va a
creer lo que pasó".
-Será mejor que le diga que la puerta se quedó abierta y
que la figura salió volando-; entonces mis hermanos y yo
recogimos los pedazos procurando no tocarlos porque teníamos la
sensación de que nos podía tirar todavía una
mordida en venganza por haber sido destruida. De rato mamá
llegó y lo primero que observó fue el espacio vacío
de su alebrije; entonces me llamó diciéndome:
-Abrahamcito, dónde está mi alebrije. No me digas que
salió volando-.
Entonces yo le contesté que sí; ella suspiró muy
hondo y de inmediato respondió "Gracias a Dios".
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SOLO LOS MARTES
Mis padres son unos seres muy extraños: escuchan música
rara y se sientan a leer libros y después los comentan entre
ellos; pero nosotros sus hijos sí somos normales, y el día
de hoy mientras jugábamos un partido de futbol, y en el momento
en que había recibido un golpe dentro del área e iba a
cobrar el pénalti escuché el grito de mamá que nos
hablaba a mis dos hermanos y a mí para que nos
arregláramos porque íbamos a salir: los tres nos quedamos
viéndonos porque estábamos seguros que sería un
paseo aburrido. Ya adentro del carro mi hermano Emmanuel se armó
de valor y le preguntó a papá que a dónde
iríamos: él respondió que a la Casa de la Cultura
porque iban a pasar videos de óperas en una pantalla de 100
pulgadas. Aunque mis hermanos son más grandes que yo: vi
cómo hacían gestos de enojo y casi estaban a punto de
llorar. Durante el camino recé para que no hubiera
estacionamiento; pero al llegar había una hilera de
parquímetros esperándonos para que él estacionara
nuestro pequeño vehículo.
Papá preguntó que quién quería
acompañarlo para ver el cartel; pero todos dijimos que no:
poniendo como pretexto un vientecillo que se dejaba sentir en la ciudad.
Y mientras él se disponía a introducir una moneda de 50
centavos en el parquímetro, nosotros suplicábamos a
mamá que inventara un "dolor de cabeza" pero ella se negó
rotundamente. De regreso mi padre dijo "Qué creen. Que los videos
sólo se exhiben los martes".
-Bravo-.
Eso quería decir que hoy es cualquier día menos martes.
Brinqué en el asiento diciendo "Yupi, y más yupi".
De regreso, ante la fatiga física de nuestras piernas por el
juego de futbol y el cansancio mental por la presión a la que
habíamos sido sometidos, los tres nos quedamos dormidos en el
asiento de atrás: después de todo el paseo había
sido todo un éxito.
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COSTUMBRES
Galilea caminaba por la calle pensando: ya con angustia, ya con
zozobra... Sus manos le sudaban, su corazón le latía
más aprisa: pues sólo faltaban dos cuadras para llegar a
su casa y aún no tenía la excusa del porqué
había tardado tanto en regresar. Pensó hasta en la forma
en la que iba a entrar, lo que iba a decir; optando por sólamente
saludar y dirigirse de inmediato a su recámara.
-Pero si aparte llevara un gesto en el rostro, me tocara el
estómago retorciéndome de dolor, y vomitara en el centro
del comedor: se afligirían. No me harían preguntas-.
Pensando en todo y en nada Galilea no se había dado cuenta que su
paso era cada vez más lento hasta que se detuvo por completo:
quedando frente a ella el aparador de la tienda de la esquina con
deliciosas golosinas exhibiéndose. Y se dijo: -Si llegara con mis
manos repletas de esas golosinas; mis hermanos armarían tal
alboroto que nadie se acordaría de regañarme-.
Buscó en las bolsas de su enagua; pero con la cantidad de monedas
que contó no alcanzaba ni para comprar una disculpa.
Resignada a recibir toda clase de regaños apresuró su paso
y por fin llegó: intentó entrar pero sus manos y
después su cuerpo traspasaron la puerta sin siquiera abrirla un
poco.
Ya adentro encontró tristeza y dolor.
...pues Galilea un día antes había dejado de existir; pero
por su mala memoria lo había olvidado y regresó tomando
esa noche de nuevo el camino a casa.
Cuando se dio cuenta de su error se dijo: -La vida es sólo
cuestión de costumbres-.
Suspiró y se quedó en casa.
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REENCUENTRO
Galilea se encontraba en su cuarto cuando vio entrar a su hermana que
como todos los días se dedicaba a asearlo; por cierto el cuarto
nunca estaba desordenado, y Galilea había llegado a la
conclusión que era tan monótono que nadie la pudiera ver;
que por primera vez decidió salir a la calle: iría a
visitar a París su prometido y tal vez él sí
advertiría su presencia, también por primera vez se
enteró que un fantasma sí tiene corazón porque el
de ella latía tan aprisa que casi podía asegurar que
tenía vida.
Llegó a la Plaza de las Margaritas al cuarto para las cinco y
él tendría que estar allí a las cinco en punto como
en todas sus citas de los sábados por la tarde cuando ella era
aún de carne y hueso: más de lo segundo; porque en aquel
entonces era muy delgada, esperó un cuarto de hora a su amado y
se la pasó deshojando margaritas: pasando por su mente una serie
de alternativas: que si llegaría o no su prometido, que si
todavía la amaba, que si estaría más guapo o
más delgado.
En todo pensó menos en lo que estaba viendo: eran las cinco en
punto y París llegaba acompañado con una jovencita; por
unos instantes pensó que era ella misma pero al volver a la
realidad creyó que se moriría de nuevo; casi lo
consideró posible porque la vista se le nubló y aunque no
lo crean: palideció más que un fantasma y se dijo: -pero
qué desacato y qué falta de respeto-, estaba llena de
celos y coraje: cómo era posible que París tuviera una
cita de amor en la misma plaza a la misma hora y que en esos momentos se
estuviera sentando en el mismo lugar en donde antes se sentaban ellos;
entonces se acercó como una brisa y vio que la joven tenía
una esclava en su brazo izquierdo con su nombre impreso: se llamaba
Escalamis, también vio como París recitaba su
declaración de amor. Cómo él podía hacerle
esto cuando meses atrás tuvieron que llevárselo cargado
del camposanto porque quería permanecer a su lado, y tres veces
lo detuvieron sus amigos para que no se lanzara al sepulcro.
También descubrió que aunque etérea seguía
teniendo sentimientos porque con sus ojos llenos de lágrimas
presenciaba cómo París se disponía a besar a
Escalamis para sellar su promesa de amor; entonces Galilea se interpuso
entre los dos pero ya no por enojo sino para despedirse de él
para siempre: París quien primero rozó los labios de la
muerta antes de llegar a tocar los labios de la viva pronunció su
nombre primero como un susurro y después a un grito
exclamó: -Galilea. Galileaaaa...
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AMOROSAMENTE ETEREA
París sabía que Galilea se paseaba todos los
sábados por la Plaza de las Margaritas, y aunque etérea,
él la consideraba aún su prometida; así es que
asistía a todas las citas a las cinco en punto dispuesto a
encontrarse con su fantasmal amor: se le veía con un ramo de
margaritas esperando a su amada, y todos los vecinos decían que
París estaba demente porque no había soportado el golpe de
perder a su Galilea, lo miraban reír y pasear por la plaza dando
la impresión de que la llevaba de la mano repartiendo besos
tronadores en el aire; pero París juraba que se los daba en la
mejilla a Galilea.
Sus familiares decidieron llevarlo con un psiquiatra: y París
apenas entró al consultorio y se recostó en el sofá
tal como había visto en las películas; entonces la madre
de París le explicó el problema al psiquiatra: éste
se volteó hacia el paciente y mostrándole un lápiz
le dijo: -Qué es lo que ves-. Y París contestó:
--Veo a Galilea-, después el doctor sacó un perfume: lo
destapó y le preguntó: -¿A qué huele?- Y
París le dijo que olía a Galilea, enseguida le dio a
probar unas uvas y antes de que preguntara contestó París.
-Saben a Galilea-. Entonces la madre de París lanzó un
grito y dijo: -Ve, doctor. Lo ve, está loco. Enciérrelo,
amárrelo, hipnotícelo-.
Pero el psiquiatra contestó: -París sólamente
está enamorado-
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LA FIESTA
Todos los conocidos de Galilea terminaron por creer que ella sí
se paseaba por la plaza porque veían cómo al abrirse el
botón de una margarita ésta se deshojaba de pétalo
en pétalo... Era Galilea preguntando a una flor mientras la
deshojaba si la amaba o no su prometido, también sentían
que aunque las mañanas fueran muy calurosas o muy frías al
atravesar por la Plaza de las Margaritas el clima era templado y
corría una deliciosa brisa dándole a las plantas
allí cultivadas un medio ambiente favorable para lucir verdes y
llenas de flores. No faltó quien se acordara que el sábado
siguiente Galilea cumpliría 16 años de vida, y mediante
una cooperación decidieron festejarle su cumpleaños, y en
la mañana del sábado empezaron a adornar la plaza con
papeles multicolores como si fueran a recibir a toda una celebridad,
pusieron mesas con manteles largos, y la madre de París
mandó reservar la mesa principal que por derecho le fue otorgada,
París no quería asistir al festejo porque le gustaba
más cuando lo consideraban loco y podía estar solo en la
plaza con Galilea; no que ahora se sentía vigilado. Al atardecer
empezaron a llevar la comida que se consumiría durante el
festejo: había sobre las mesas jarras llenas de agua de
limón visible y jarras llenas de limonada invisible preparadas
con todo cariño para Galilea, también había platos
con tamales existentes e inexistentes; de los que quisieran probar. A
las cinco en punto del sábado se empezaron a escuchar los acordes
de "Las Mañanitas". Para esa hora en la plaza no cabía ni
un alfiler; es más no cabía ni un fantasma, y a pesar de
tanta algarabía a la plaza le faltó algo, fue la primera
vez desde el reencuentro que no asistieron a la cita ni París ni
Galilea; porque ésta se quedó sentada mirando a su madre
con una fotografía de ella en las manos, abrazándola y
juntándola en su pecho, diciéndole: -Yo también
necesito convencerme de que estás aquí; así es que
anda, ve y diviértete en tu fiesta de cumpleaños-.
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UNA RECETA POCO COMUN
La mamá de Galilea se presentó en el consultorio del
psiquiatra del pueblo, llegó al recibidor, tomó una ficha
para esperar turno, y aunque no hubo ningún paciente ni antes ni
después; tuvo que esperar una hora antes de ser atendida por el
doctor que de pronto apareció y le indicó que entrara. La
señora pasó, se recostó en el diván, y entre
sollozos y lamentos le contó su problema: diciéndole "Yo
también quiero ver a Galilea".
El médico, como si fuera cosa de todos los días, le dijo:
-Ah, sí, se trata del fantasma que saludé la noche
anterior al cruzar por la Plaza de las Margaritas-.
-Lo ve, doctor. Usted también la ha visto: todo el mundo ha visto
a Galilea menos yo que sufro tanto por su partida-.
-Señora, si sufre por ella jamás la podrá ver.
Usted debe sentir felicidad, o indiferencia. Por lo menos finja,
sólo entonces se le aparecerá-.
La madre de Galilea moviendo la cabeza con desaprobación le dice
"Cómo es posible y en qué cabeza cabe que yo crea esas
patrañas". El médico le repite que necesita ser
indiferente. -A ver. Dígame. Si lo ve lo creería-. Con
gran esfuerzo ella contesta que sí. Entonces el psiquiatra se
despide y se aleja traspasando la pared.
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LA BUSQUEDA
Gayilúa llegó a la ciudad un sábado al
mediodía y no se hospedó en ninguna parte; de inmediato se
dedicó a su búsqueda: empezó por el panteón;
después visitó otros lugares como la iglesia, el teatro,
la escuela: y ya cansada cruzó a la plaza: eran las cinco de la
tarde y no había logrado su cometido; cuando de pronto...
Allí estaba. El espíritu de Galilea. Lo que tanto
había buscado por órdenes superiores. Pues su trabajo
consistía en convencer a los espíritus renegados para que
la acompañaran al otro mundo; qué necesidad había
de andar asustando a toda la gente. Pero en este caso vio con
interés cómo todas las personas que cruzaban por la Plaza
de las Margaritas la saludaban no con temor, más bien con agrado
y cariño, y lo que más la impresionó fueron
aquellas promesas de amor que se decían París y Galilea:
hablaban y hacían planes para el futuro... El nuevo fantasma se
dijo "Qué rara pareja". De pronto ellos sintieron su mirada y
voltearon a verla; Gayilúa saludó pasó de largo, y
no se le volvió a ver por ahí jamás.
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LO QUE NUNCA PUDO TENER
Ayer la solitaria Valeria observaba con estupor desde su ventana a las
cinco hermanas que discutían y se peleaban hasta por lo que
aún no tenían; eran muy vagos y pocos convincentes los
argumentos que empleaba cada una de ellas que Valeria se atrevía
a opinar que ninguna tenía la razón, y juzgaba a las cinco
hermanas como casos insólitos y anormales; diciéndose que
deberían ser estudiadas por un psiquiatra.
Valeria contemplaba diariamente los mismos pleitos e imaginó que
la ventana era como un escenario en el que todos los días se
representaba la misma obra mirándola ya con tedio y aburrimiento,
así que mandó cerrar la ventana con un muro que se
pulió y pintó del mismo color que ya tenía la
habitación; y en ese mismo lugar colocó un espejo en el
que todos los días observaba su solitaria limpieza, su solitario
e impecable peinado sin que nadie tocara ni un solo cabello de sus
largas trenzas, y al final terminó también por aburrirse.
Así que un día ella discutió consigo misma,
despeinó su larga cabellera, lamentó haber mandado cerrar
la ventana pues añoraba las acaloradas discusiones de las cinco
hermanas, el ir y venir de platos que se estrellaban en la cabeza de
cada una de ellas, ver que tiraban de sus largas trenzas; dando la
apariencia de que crecían a cada tirón:
disputándose hasta por el novio que aún no
tenían... Desesperada por querer mirar la misma función,
derrumbó la parte construida e hizo aparecer de nuevo la ventana.
¡Y cuál fue su sorpresa! En la acera de enfrente las cinco
hermanas observaban con estupor desde la ventana a la solitaria Valeria
que nunca pudo tener un pleito de dos.
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JUGUETEANDO
Una hermosa pompa de jabón entró por la puerta de la casa
donde vive Valeria, y al darle los rayos del sol atravesaban la
transparencia de la burbuja formando dentro de ésta un arco iris.
Valeria, que no observaba la acción porque sus ojos estaban
ocupados mirando una espina que momentos antes se había encajado
en su mano al cortar una flor de su rosal, sintió de pronto que
algo tronaba en su cabeza: la burbuja ahora convertida en rocío
de jabón la hizo estornudar, y al voltear hacia la puerta vio
cómo más burbujas entraban a su casa tronando por doquier:
unas sobre la mesa, otras sobre su espejo, y las demás sobre su
pulcro vestido. Con un gesto que le descompuso su cara meticulosamente
arreglada, Valeria se asomó para ver quién producía
aquella agresión: y allí estaban de nuevo las cinco
hermanas gozando de la vida, jugando a ver quién producía
la pompa de jabón más grande y cuál de éstas
viajaba más lejos; gritando un "Viva" cuando veían
perderse las burbujas en la casa más perfumada de la ciudad.
Valeria de un golpe cerró la puerta; entonces las hermanas
pensaron que la delicada Valeria estaría llorando por haberle
manchado su vestido: así es que a hurtadillas se escondieron
detrás de los rosales y ordenaron a una de ellas que se asomara
por la ventana mientras las otras hacían muecas y burlonamente
sonreían porque imaginaban a Valeria irritada e inconsolable por
el atropello. Cuando los ojos de una de ellas lograron verla ésta
se sorprendió; pues Valeria, con las pocas burbujas de
jabón que aún flotaban en el aire, sonreía y
jugaba: rompiéndolas con la espina que minutos antes había
logrado sacarse de su mano.
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SENTIMIENTOS
Valeria salió a cortar las hojas secas de las plantas de su
jardín; pero antes tomó su bolsa y se la colgó en
su hombro guardando en ella las llaves de su casa, ya que una
ráfaga de viento podría venir y cerrar la puerta mientras
permaneciera afuera. Al salir al jardín Valeria casi como una
caricia cortaba las hojas secas de sus plantas hablándoles con
mucha ternura: porque sus rosales la escuchaban y en agradecimiento a
tanto amor vivían llenos de flores.
A
lo lejos, María, una de las cinco hermanas divisó a
Valeria; y pensó que nunca tendría un vestido tan hermoso
y esponjado con tanta crinolina como el que lucía su vecina esa
mañana. Les gritó a sus hermanas para que vinieran a
verla; y más veloces que el viento se juntaron todas y pegaron
sus caras en el barandal de la casa de Valeria, pero en lo primero que
se fijaron fue en la bolsa tan deforme en donde no cabía ya ni
una aguja. La primera en chistar para que descubriera su presencia fue
María y le dijo "oye, qué tanto cargas en tu bolsa",
Valeria le contestó "son todos mis domingos", con esta respuesta
a las cinco hermanas se les agrandaron los ojos, adivinándose sus
pensamientos, y todas gritaron a una voz. -¿Quieres jugar y
pasear con nosotras?- Valeria se sorprendió: no sabía
qué decir, pues casi estaba segura que ellas gozaban con su
soledad; entonces se acercó, y todas le pusieron su mejor cara;
sabiendo que se encontraban en el momento cumbre de una respuesta. A
Valeria la curiosidad la obligaba a decir que sí; pero su hermana
imaginaria, a quien había puesto por nombre Daóis, que
realmente era su Angel de la Guarda, y que había renunciado a
serlo con tal de que Valeria tuviera una hermana, le decía que no
aceptara; que el único interés de las hermanas era su
bolsa de dinero. Valeria no le hizo caso y sólo obedeció a
la aventura; trepando por el barandal hasta que llegó a la rama
de un árbol, y de allí brincó al suelo estrellando
sus rodillas en el piso y sangrando una de éstas; al ver casi
frustrada su diversión, María echó mano de cuanto
remedio se sabía: buscó una telaraña y la
colocó en la rodilla de Valeria, después agarró un
puño de tierra y lo aventó de un golpe en la parte cortada
hasta que coaguló dejando así de sangrar, y con un "sani,
sani" quedó resuelto el problema. Valeria se incorporó y
todas la invitaron a correr por las calles hasta que llegaron a un
parque, allí se encontraron unas jaulas de pájaros de
diferentes especies. María gritaba: -Miren, miren, qué
felices son, cómo cantan-; pero a Valeria no le parecieron
felices, era como verse en el espejo de su casa pues esos pájaros
estaban encerrados, no tenían libertad; y les dijo: -Ellos no
cantan, ellos gritan para que alguien los libere-. Las hermanas se
veían entre sí, y antes que a su vecinita se le ocurriera
soltarlos, y fueran a parar todas a prisión se llevaron a Valeria
a los juegos. Allí había una fonda y comieron de todo,
desde helados hasta tortas; y cuando el dinero de Valeria se
acabó, también el paseo se terminó.
La regresaron a su casa con su vestido manchado y roto, cojeando a
ratos, y con una crinolina desbastillada; al llegar, María le
dijo: -Si yo tuviera aunque fuera uno de tus vestidos, lo tomaría
sobre mi pecho y lo pondría en una vitrina. Lo cuidaría
mucho-; entonces Valeria le contestó: -Si yo tuviera aunque fuera
una sola hermana haría lo mismo que tú-.
Cerró la puerta y empezó a llorar.
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LA INVITACION
De regreso: Valeria venía sentada al lado de la ventana del
transporte escolar; fingía observar el paisaje que pasaba a su
lado pero la verdad es que venía planeando durante el camino la
forma de escaparse de nuevo de su casa en compañía de las
muchachitas que vivían enfrente. Pensó hasta en renunciar
a su mejor vestido ofreciéndoselo a cambio de su
compañía. Al llegar se detuvo el camión: Valeria
bajó, miró hacia la casa donde vivían las cinco
hermanas pero permanecía aún cerrada, imaginó que
vendrían a medio camino cargando cada quien su enorme mochila
bajo el ardiente sol de verano, y decidió esperarlas sentada bajo
la sombra de su fresno que ella misma había sembrado cuando
éste era sólo una semilla.
A
lo lejos vio aparecer primero a María venía comiendo un
raspado de vainilla, y al ver a Valeria corrió hasta ella y
empezó a observarla: ahora sólamente lucía el
uniforme del colegio; lo que la distinguía y hacía
diferente era su peinado: tenía dos trenzas que partían
desde el nacimiento del cabello en la parte superior de la frente hasta
la nuca, entrelazándose dos listones en blanco y azul haciendo
combinación con los colores del uniforme. No hubo necesidad de
que Valeria le prometiera algo para tener su compañía
porque María le pidió que la enseñara a peinarse
como ella, Valeria aceptó y le dijo "las espero en mi casa a la
hora del té", María no entendió a que hora
sería pero le dijo que sí, y les avisó a sus
hermanas; que para estar acordes con el lugar que iban a visitar
tuvieron que bañarse: y en esta ocasión no hubo
ningún reproche; ni siquiera comieron, ya que no querían
perder tiempo pues se sentían halagadas por la invitación:
y mientras una planchaba lo que iban a ponerse para que Valeria se
llevara una buena impresión, María se dirigió al
patio de su casa; cortó azahares del naranjo y los machacó
en un molcajete hasta que formó un puré al que
llamó "Esencia" y se lo frotaron atrás de las orejas, en
las muñecas, y en las corvas. Ellas habían escuchado en
los consejos de belleza que en esas partes del cuerpo se conservaba el
aroma más tiempo.
Ya listas, cruzaron la calle y tocaron la puerta: Valeria abrió y
de allí salió un olor a pastel recién horneado; y
ahora fue Valeria quien observó a sus vecinas: ellas, con sus
piecitos muy limpios, venían descalzas pues sus zapatos eran
sólamente para ir a la escuela.
Ya adentro, Valeria preguntó: -¿Qué les
gustaría hacer?- Pero antes de que terminara la frase las cinco
hermanas habían corrido para todos lados de la casa y no hallaban
qué fisgonear primero; pero el hambre y el olfato las llevaron de
inmediato a la mesa donde se encontraba el pastel. La mesa estaba
adornada en forma sencilla, había un juego de té y a un
lado de cada cubierto una flor: lo cierto es que la mesa siempre
lucía así, es por eso que Valeria no comprendía
tanto asombro; después le pidió a María que
partiera el pastel, a ésta le hormiguearon las manitas;
obviamente se sirvió primero y todas reprobaron la acción
pues su pedazo fue el más grande, Valeria sirvió el
té pero nadie lo tomó porque en la casa de las cinco
hermanas sólamente tomaban té cuando alguna tenía
diarrea.
Ya en la sobremesa empezaron por platicar las aventuras de su escuela,
las travesuras que le hacían a su maestra, el porqué las
castigaban. De pronto las hermanas bajaron la voz y empezaron a
cuchichear; era la hora de hablar de los muchachos que se reunían
en el parque: de cómo se llamaban los más guapos;
diciéndole a Valeria que conocían a un joven que
podría gustarle, y le hicieron una invitación formal para
ir de paseo el próximo domingo. A Valeria le brillaron los ojos,
empezó a sonreír y a brincar de gusto: se sentía
cómplice y una más del grupo: imaginándose
cómo sería su primer amor.
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AMOR EFIMERO
Valeria se levantó muy temprano, se vistió en forma
sencilla y preparó una canasta llena de comida, después
hizo un letrero muy grande que decía "Bienvenidas" y lo
colocó en la puerta del frente de su casa. Por fin llegaron las
cinco hermanas y le dijeron que faltaba poco para que conociera al chico
que le tenían separado.
El Parque lucía como si las estuviesen esperando: la fonda bien
limpiecita, los juegos con música de la época, las sombras
de los árboles impacientes, y sobre todo un grupo de jovencitos
observando quien llegaba. Fue entonces cuando María le dijo a
Valeria "mira, allí está Aristeo": ella se le quedó
mirando. Era un muchachito escuálido de ojos grandes tristones,
vestía en forma conservadora y traía un moño grande
en el cuello de su camisa. Entonces Valeria comentó que le
parecía un chico solitario, y María le contestó que
era el candidato ideal porque los dos resolverían el problema de
sus soledades; pero Valeria dijo que no. Después dirigió
su mirada a un joven muy alegre y juguetón, Valeria de inmediato
preguntó que quién era, María le cuchicheó
al oído "es el que me gusta a mí, pero si tú lo
prefieres te lo regalo". Valeria sonrió porque jamás
había recibido un regalo igual. Mientras tanto el joven que se
sentía observado le guiñó un ojo a las muchachas y
se dirigió a ellas haciendo la presentación de rigor. -Me
llamo Albar Servando-. Valeria dejó volar su imaginación
creyendo que él la invitaría a ella, pero Albar las
invitó a todas a los juegos y empezó a bailar al ritmo de
la música, después María lo siguió con
pasos tan cadenciosos que parecían la pareja perfecta.
Para el joven la idea de invitar a bailar a Valeria nunca pasó
por su mente porque, aunque bonita, la consideró aburrida. Todos,
como quiera, se divirtieron regresando a sus casas cantando por la
calle, colocándose en la cabeza como sombreros las canastas
vacías del almuerzo. El Parque quedó solo y silencioso, y
recargado en el tronco de un sauce llorón suspiraba Aristeo por
el amor de Valeria.
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ENAMORAMIENTO
El enamorado Angel pensaba que cuando las personas tienen una idea la
deben llevar a cabo de inmediato. Así que un día
despertó y pensó que le estorbaba su soltería; y se
dijo "hoy mismo me voy a casar". Empezó por buscar lápiz y
papel: encontrando sólamente el lápiz; y tomando de la
alacena un rollo de papel sanitario lo utilizó para escribir los
nombres de todas las mujeres casaderas del pueblo, hasta que
terminó con la última tira del rollo sin encontrar en los
nombres a la esposa ideal y dueña de su corazón. De pronto
recordó a una joven del pueblo vecino que era hermana del esposo
de su hermana, y sucedió el milagro: Angel se sintió
casado; de inmediato hizo su mochila, se puso las botas, agarró
su sombrero, y se fue en busca de ella.
De allí surgieron dos leyendas alrededor de su partida. La mitad
del pueblo afirmaba que Angel aquel día había fallecido
pero que como era tan tacaño su espíritu había
cargado con su cuerpo porque no quería que ningún pariente
pagara su entierro, asegurando dos que tres haberlo visto perderse tras
la lomita con el cuerpo a cuestas. La otra mitad del pueblo aseguraba
que Angel estaba embrujado, y que lo habían visto cruzar el
río sin siquiera mojarse las botas. Lo cierto es que Angel
partió de inmediato hechizado por su amada sin despedirse de
nadie: salió corriendo porque no quería que su idea se le
hiciera vieja. Y al llegar al río, después de dos
días con sus dos noches de corretear por el monte,
encontró la forma de cruzar sin mojarse; luego siguió por
una vereda y llegó al pueblo de su amada por la mañana.
Allí se encontró a su ya casi prometida y le dijo: -
Angelina, vengo por ti porque tú ya eres mi esposa-; pero ella le
contestó que no, que el amor era como un perfume de flores y un
aliento a manzanas, y que tomaría por esposo a aquél que
fuese poseedor del espíritu de Adán.
Por primera vez Angel estaba a punto, casi al borde, de abandonar su
idea; ya que él era un hombre que solía utilizar la frase
de que el agua era para beberla y no para desperdiciarla: pues él
con sólo ver el agua se refrescaba, y además decía
que los perfumes salían sobrando en este mundo. Pero como era tan
aferrado a sus decisiones; regresó al río que había
cruzado un día antes, y en el camino empezó a recoger
flores: aquellas que despedían los olores más suaves y
sensuales. Al llegar al río; ya desnudo: sacudió las
flores sobre su cuerpo, enredó todos los tallos en su cabeza como
un turbante, y se zambulló gritando a todo pulmón que lo
hacía en el nombre del amor: estremeciéndose las aguas
del río; y viajando el eco de su voz hasta su pueblo: haciendo
crecer más aún su leyenda; pues consideraban que el alma
de Angel penaba por el monte pidiendo que su cuerpo fuese enterrado.
De regreso, Angel comió durante todo el camino manzanas, y al
llegar al pueblo no hubo necesidad de hablarle a Angelina, simple y
sencillamente pasó a su lado y ella quedó prendada de
amor. Angelina, que era una mujer que jamás tomaba una
decisión sin pensarlo antes dos veces, siguió a Angel
hasta el altar y se casó con él. Angel jamás
volvió a oler a flores; pero ni necesidad hubo pues a Angelina se
le quedó impregnado el olor para siempre.
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UN DISEÑO PECULIAR
Se casaron y se fueron a vivir al pueblo donde nació Angel. Al
llegar llevaba a su mujer en brazos y todos sus parientes lo recibieron
con aplausos y alabanzas; pues le habían llorado tanto porque
consideraban que él había muerto.
Angel condujo a su esposa hasta un terreno baldío y le dijo:
-Angelina, aquí voy a construir nuestro hogar y lo verás
hasta que esté terminado-. De inmediato la llevó con la
familia de su hermana que vivía al otro lado del pueblo, y de
regreso diseñó su casa: ésta constaría de
tres cuartos y un baño; a los cuartos les dio forma de
pirámide porque él sostenía la teoría de que
si les daba esa forma caprichosa conservarían su esposa y
él la salud. Con lo que más batalló fue con el
baño; Angel decía que todos están mal
diseñados; pues cada vez que requería de ir lo
hacía acompañado de un libro; y en un espacio tan reducido
y con tan poca luz se pierden las letras: es que tienen una ventana tan
pequeña que se niegan los rayos del sol a entrar. Así que
construyó el baño de su casa con un gran ventanal y con
una área enorme en donde cabía un escritorio y un librero:
aquello parecía una biblioteca con más espacio y luz que
los demás cuartos.
Angel trabajaba todos los días; y la gente del pueblo afirmaba
que se había vuelto loco porque no descansaba ni los domingos,
previniendo esto elaboró un nuevo calendario de seis días:
de lunes a sábado; y en vez de tener el día 24 horas:
tenía veintiocho, y nadie se atrevía a preguntarle la hora
pues todos juzgaban que siempre se las daba equivocada. Con el tiempo
Angel fue perdonado; diciendo la gente que el amor justificaba sus
actos, y todos terminaron por cambiar sus relojes.
No faltó quien dijera que Angel sería un buen comisario;
mas otro contestó que sí lo sería siempre y cuando
no tuviera esa fiebre de amor: quedando todos de acuerdo que pronto se
le pasaría y que lo recuperarían de nuevo para el pueblo.
Al terminar la casa: Angel salió en busca de su esposa, y en el
trayecto no dejaba de hablar de lo hermosa que había quedado, y
de que allí sólamente faltaba ella. Al llegar: la
tomó en sus brazos, cruzó el umbral de la puerta, y
Angelina empezó a observar su nueva casa: no salía de su
asombro ni sabía qué decir; al ver el baño
quedó con la boca abierta: no quiso preguntar qué era o
cómo lo llamaría. Angel después le dijo que cerrara
los ojos; que la llevaría a ver la recámara: ella se
imaginó que si los cuartos tenían forma de
pirámide, seguramente iba a encontrar un sarcófago como
cama matrimonial, pero se sorprendió porque al entrar se
encontró una cama en forma de nido llena de cojines y
almohadones: todos en tono amarillo y café. Angelina
volteó a ver a Angel y le dijo: -Nuestro hogar es tal y como lo
había imaginado-.
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TE REGALO UN SUEÑO
Miguel Eugenio soñaba que los sueños se podían
regalar, y cada noche pensaba lo que quería soñar.
Un día un genio se le apareció y le dijo:
-¿Qué sueño quisieras que te regalara?-, y
él le contestó: -El sueño más hermoso del
mundo-, y esa noche el genio le hizo soñar que tenía mucho
dinero, que viajaba por todo el mundo, y que comía deliciosos y
sabrosos manjares. Pero cuando se despertó Miguelito le dijo al
genio que ninguna de las cosas que le había hecho soñar
eran para él el sueño más hermoso del mundo. Y el
genio le preguntó: -¿Entonces qué quieres
soñar?-
-Quiero soñar en la salud de mi familia, que siempre haya agua en
mi casa, que exista el amor, que no haya problemas, y que pase
año en la escuela. Y como eso es lo que quiero soñar, a
ti, Genio vacío y con aires de grandeza, yo te regalo mi
sueño-.
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LA HISTORIA SE REPITE
Recuerdo cuando mamá me llevó por primera vez a la
escuela. Me dejó en el centro del patio con una libreta bajo el
brazo y un lápiz en mi mano; aquel edificio me pareció
enorme y me pregunté cómo a alguien tan pequeño
como yo podía ella abandonar a su suerte, de pronto sonó
el timbre y todos los demás niños también
abandonados a su suerte se formaron. La escuela era de dos pisos y a
mí me hubiera gustado quedar en uno de los salones de arriba;
pensé que estando en lo alto no me sentiría tan
pequeño: pero no fue así, para mi mala suerte me pasaron a
un salón del piso de abajo y me sentaron en un pupitre
individual, me sentía tan solo obligando a mi barbilla a no hacer
pucheros.
De pronto entró un señor y se presentó ante
nosotros como nuestro profesor diciéndonos algo muy interesante.
-Cuando terminen el primer año, si prestan atención a las
clases, sabrán leer y escribir y hacer cuentas-. Después
dijo: -A ver. Niño. Sí, tú. El que no llora.
¿Cómo te llamas?- Le dije que Emmanuel. Después me
preguntó mi edad y le respondí que tenía seis
años; entonces les preguntó a los demás
niños sus nombres y sus edades. Así fue como empezamos a
conocernos.
Hoy, a través de la distancia y ya en sexto grado, la escuela
forma parte de mi mundo, cada año he visto nuevos niños
esperando su primer timbre para entrar a clases. Ahora sé que no
es cuestión de buena o mala suerte el que me asignen a un
salón en la planta alta ya que existe un riesgo en las escaleras
y hay que proteger a los más pequeños. Hoy de mi escuela
conozco cada rincón.
Para llegar a mi salón tengo que subir veinte escalones y caminar
treinta pasos hasta la puerta: pero antes de entrar se me ocurre
voltear de nuevo al patio...
Saben. Se me hizo un nudo en la garganta porque veo a mi hermano Abraham
por primera vez en medio del patio con su libreta bajo el brazo y un
lápiz en su mano y sé que está sintiendo en estos
momentos lo mismo que yo entonces.
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DESDE OTRO PUNTO DE VISTA
Eran las seis de la tarde y caminábamos hacia el salón
porque dentro de unos momentos presentaríamos la clase de derecho
mercantil. Ya adentro varios de mis compañeros daban un
último repaso a sus apuntes, hacía frío y los
vidrios de las ventanas estaban empañados; recuerdo que uno de
mis compañeros se levantó de su asiento y utilizando su
dedo índice puso en letras grandes la palabra "Help" en una de
las ventanas, todos sonreímos nerviosamente, yo a pesar del
frío sentía que me sudaban las manos con un sudor
más intenso que el de aquellos vidrios empañados, de
pronto se abrió la puerta y entró el profesor de la
materia; el Licenciado repartió el examen.
Tiempo después los resultados fueron puestos en el
pizarrón de uno de los pasillos del edificio: busqué en la
lista mis apellidos con atormentada rapidez y allí estaba mi
calificación: un espantoso "sesenta y nueve" cuando el pase era
setenta. Qué horror. Era la primera vez que salía
no-acreditada en una materia, sabía que llevaría malas
noticias a casa; así es que caminé por el pasillo llegando
hasta una área verde que quedaba en el interior de la Facultad y
me puse a llorar de tristeza, sentía angustia y rumiaba mi
fracaso; fue entonces cuando llegó un compañero que por
cierto ya falleció, él sin percatarse de mis
lágrimas y después de dar varios pasos de "Rock" me dijo:
-adivina cuánto saqué en el examen-, le contesté
que por lo que veía: tanta algarabía se debía a un
cien; pero él pronunció en voz baja que era un cincuenta y
que estaba feliz porque se había ganado el derecho de presentar
en segunda oportunidad; entonces me preguntó que por qué
lloraba. Yo sin poder evitar que siguieran saliendo lágrimas de
mis ojos le dije que lloraba de felicidad porque también me
había ganado ese derecho. -Sonrió-, y juntos nos fuimos a
la cafetería para festejar nuestro éxito.
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