Las
contradicciones de la globalización se hacen
notar también bajo el aspecto militar: en una nueva especie, posmoderna,
de guerra. Es lo que muestra la comparación con los hechos del pasado.
En el período histórico hace poco concluido, estaban frente
a frente las superpotencias EE.UU y la Unión Soviética, los
dos Estados más poderosos del planeta. La carrera armamentista entre
esas superpotencias, impulsada mediante gastos
considerables, produjo el temor duradero de que se abriese
el infierno de un intercambio de golpes intercontinentales, con grandes armas
atómicas. Ese temor se extendió por todo el mundo y se proyectó
sobre el plano cultural-simbólico en las producciones de la gran literatura,
de la ficción científica y de la cultura popular. Un movimiento
pacifista a nivel global con pretensiones moralizantes se alzó contra
el peligro anunciado de destrucción de la humanidad por los poderosos
de este mundo. Sabemos que todo acabó de una manera completamente diferente.
La guerra atómica mundial no sucedió; impedida menos por los
movimientos pacifistas que por el empate entre las superpotencias en la cuestión
nuclear. En vez de ello, la Unión Soviética se rodeó
de armas hasta la muerte financiera, mientras que el sistema estatal-capitalista
se destruía a sí mismo por sus contradicciones internas. Desde
entonces, sólo hay una superpotencia: los EE.UU. El espectro de la
guerra atómica a escala mundial, que enfrentaría a los dos Estados
más poderosos, se disolvió en el aire; la correspondiente literatura
apocalíptica hoy no pasa de ser un mero material cultural arqueológico.
Lucha
contra espectros
Pero el "one
world" de la globalización capitalista no se volvió más
pacífico. Por el contrario: amenaza fundarse sobre un mar de sangre
y lágrimas. El centro occidental del capital mundial, bajo la hegemonía
militar de los EE.UU., se siente desafiado por un nuevo enemigo, que surge
en lugar del "Imperio del Mal" antaño localizado en el Este.
Este enemigo, lo mismo que el contraimperio desaparecido, tiene características
que le son comunes. Frente a él, las viejas oposiciones de intereses
en los países-núcleo capitalistas industrializados pierden más
fuerza todavía y se diluyen como nunca. La supremacia militar de los
EE.UU., en cualquier caso, no tiene competencia; y además la globalización
del capital dejó sin fundamento la lucha entre imperios nacionales
por zonas territoriales de influencia. Se alega que el aparato militar globalmente
presente de los EE.UU., al cual están subordinados los ejércitos
de los países europeos a través de la OTAN, no estaría
privilegiando intereses nacionales específicos estadounidenses, y sí
en cambio protegiendo los modos de producción unificados y el funcionamiento
del mercado mundial contra los "disturbios". De ahí ya podemos
inferir que la nueva imagen del enemigo tiene un carácter diferente
de todas las anteriores. Ya no se trata de una concurrencia imperial entre
poderes de igual linaje y del mismo nivel, sino de la confrontación
violenta con los espectros de la crisis global en las formas mutantes en que
éstos se presentan: "Estados delincuentes", "warlords"
[señores de la guerra], mafias, bandas armadas, sectas religiosas y
todos aquellos que apadrinan la economía del pillaje que sigue a la
globalización como una sombra. Las motivaciones ideológicas,
religiosas y socioeconómicas de esa difusa imagen de poder no tienen
ya ningún fundamento social o cultural propio. Son, sin excepción,
productos en descomposición y putrefacción del propio capitalismo
"one world". Los miembros del Talibán, por ejemplo, nunca
fueron nada diferente de una mixtura de mafia de drogas (en este caso, heroína),
aderezo hollywoodiano e ideología posmoderna disfrazada de religión.
Algo no más exótico que los activistas antiaborto, las milicias
racistas y los psicópatas norteamericanos que matan a quienes encuentran
delante, las sectas protestantes importadas por América Latina o las
bandas de radicales de extrema derecha de Europa. Aquellos que los EE.UU.
llaman "Estados delincuentes", países como Irán, Libia,
la parte serbia de lo que quedó de Yugoslavia, y ahora nuevamente Irak,
constituyen en la guerra posmoderna del nuevo orden mundial un mero fenómeno
de transición. Son dictaduras que quedaron de la época pasada
y que se volvieron disfuncionales para el sistema mundial unificado. Con sus
ejércitos arcaicos y sistemas de armas provenientes de una industrialización
fracasada, se brutalizan en sus ruinas de modernización, adquieren
autonomía y se vuelven imprevisibles. Por eso, tienen que ser forzosamente
apaciguadas. Sin embargo, detrás de esos modelos fuera de línea,
se ponen de manifiesto fenómenos muy diferentes, ellos mismos productos
de la nueva época. No bien observamos el espectro de los nuevos "imperios
del Mal", vemos una progresiva transición hacia estructuras que
ya no se localizan en el plano estatal del poder político y militar.
El régimen intransigente de Saddam Hussein es más una clásica
dictadura de la modernización, un vestigio de la Guerra Fría.
Milosevic, con su gobierno-mafia, fue ya un nuevo tipo de "potentado
de la crisis" sobre las ruinas de una máquina estatal destruida
por el mercado mundial. El dominio talibán sólo tenía
unos pocos residuos de un Estado moderno para mostrar. Y un fenómeno
como Al Qaeda está definitivamente asentado sobre un terreno pos y
subestatal.
Nueva
índole del poder
Esas y otras
formas semejantes de sectas armadas, empresas privadas militarizadas, ciertos
barrios y regiones enteras dominadas por bandas criminales, etc., se diseminan
desde hace ya bastante tiempo por todo el mundo y también por los propios
países de Occidente. Al Qaeda es sólo la primera de esa nueva
y bárbara índole del poder, que en sus casi inacalculables dimensiones
se ha transformado en un desafío directo para la potencia mundial EE.UU.
y que debe ser combatida mediante operaciones militares en gran escala como
si fuese un Estado competidor.
Este desarrollo
de los hechos fue previsto hace mucho tiempo. En la literatura, autores y
autoras, como por ejemplo la escritora norteamericana Marge Piercy (1936)
en sus novelas de "social phantasy", describieron desde los años
80 un mundo de pesadilla, descivilizado, donde ya no existen más Estados
territoriales, y sí apenas "zonas" difusas de conglomerados
transnacionales armados, por un lado, y excéntricas chabolas por otro,
apestadas por nuevas epidemias y dominadas por la primitiva ley del más
fuerte. En el ámbito de la ciencia política, teóricos
de los años 90, como Martin van Creveld, historiador militar israelí,
revisaron la expresión "guerra civil", tan insuficiente para
definir los conflictos armados como los que estallaron en muchas regiones
del mundo con el fin de la Unión Soviética. Van Creveld extrapoló
la expresión para llegar al concepto de una "guerra post-estatal"
que, según él, deberá extenderse sobre el mundo del siglo
XXI. Tal guerra ya no será hecha entre Estados, como en los tiempos
de prosperidad del capitalismo, y a largo plazo; además, tampoco será
protagonizada por el último Estado superpotencia y un poder como Al
Qaeda, que escapa a toda representación por las categorías de
la modernidad burguesa. La guerra del futuro, según Van Creveld, sucederá
después de la desaparición del mundo de los Estados; ocurrirá
entre poderes de los cuales Al Qaeda podría ser una especie de prototipo.
Esta tendencia también puede ser deducida del carácter radicalmente
nuevo de los movimientos guerrilleros en todo el mundo. En la historia precedente
de la modernización, la guerrilla era un Estado "en potencia",
por tanto, un fenómeno de formación de Estado. La guerrilla
de hoy en Filipinas o en Colombia, a su vez, ya no quiere convertirse en Estado;
es ya un fenómeno de desestatización.
El mundo
oficial del capitalismo y de la democracia -sobre todo, claro, el mundo de
los Estados occidentales, con Estados Unidos a la cabeza- persiguió
a las nuevas fuerzas, gestadas en su propio vientre, mediante una estrategia
duradera de rechazo y represión. Primero, se actuó como si después
del declive del antiguo "Imperio del Mal" fuese fácil mantener
bajo control y poco a poco hacer desaparecer en una era de Estado democrático
a escala internacional, basada en la unificación de los mercados mundiales,
cosas tan desagradables como las prácticas de la violencia, la guerrilla,
la mafia, el terrorismo, etc. Hoy incluso se ha anunciado un nuevo enemigo
global, resumido en el concepto de "terrorismo". Pero tal imagen
del enemigo sigue siendo inconcebible para la ideología mundial oficial,
porque esta ideología no tiene el menor interés en la verdadera
naturaleza de aquel enemigo. También en el pasado los grandes conflictos
globales fueron siempre, naturalmente, resultado de la propia modernización
-fuese el caso de la lucha entre los imperios nacionales desde el final del
siglo XIX o el conflicto de sistemas después de 1945. En esos conflictos,
mientras tanto, el "Mal" se dejaba construir con mucha más
facilidad como una imagen de enemigo externo, pues al fin de cuentas siempre
se trataba, de hecho, de potencias adversarias externas, de Estados competidores
o sistemas fundados en el suelo común del mercado mundial. Al Qaeda
y congéneres, por su parte, no son ni Estados ni sistemas sociales.
El "Mal" ya no es un "imperio" territorial, sino un fenómeno
interno de la propia globalización. Por eso la nueva imagen del enemigo,
modelada a duras penas, es transparente y permite que vislumbremos el fondo
común de democracia y terrorismo, de mercado y mafia, de razón
burguesa y locura, de Ilustración y seudorreligiosa Contra-Ilustración.
Pero las élites del poder occidentales son incapaces de reconocer en
el enemigo y "autor de las perturbaciones" del orden a su pariente
más próximo y más íntimo. Característica
que, además, comparten con la mayoría de los ciudadanos comunes
de la economía de mercado. Y cuando el ciudadano ya no sabe qué
hacer, puesto que se siente acosado por los monstruos y espectros incubados
por la irracionalidad de su propio modo de vida y orden social, entonces llama
a la policía. En la era de la globalización y de sus fantasmas
de crisis, quien tiene que actuar de inmediato a nivel global es una policía
que, por sí misma y arma en mano, debe apaciguar las contradicciones
sociales.
Grados
de disturbio
El
concepto de "policía mundial", con el que ya en el pasado
se había caracterizado a los EE.UU., sólo ahora adquiere su
sentido completo y se torna literal. El resultado son los contornos supranacionales
de las tropas organizadas de policía mundial bajo el mando de los EE.UU.,
extrapolando la estructura hasta entonces vigente de la OTAN. Aunque no exista
ni pueda existir de ningún modo un Estado mundial, la última
potencia del planeta reivindica el monopolio de la fuerza a nivel global y,
con ello, pone en cuestión el propio principio moderno de la concepción
del Estado para el resto del mundo. Más allá del mundo de los
Estados de Occidente, sólo quedan "zonas" del planeta con
diferentes grados de "disturbio". En este sentido, partiendo de
los EE.UU. como aparato central de fuerza, la doctrina militar occidental
se transformó radicalmente. Así ha quedado en claro una vez
más el nexo estructural interno entre desarrollo capitalista y promoción
de la guerra. Los aparatos militares no están siendo desguarnecidos,
sino todo lo contrario. La "desterritorialización" de la
sociedad, que en el proceso de la globalización aparece económicamente
y, en la parálisis de la regulación nacional-estatal, políticamente,
se hace notar también en el plano militar, en el desmantelamiento de
los tradicionales grandes ejércitos nacionales. No es mera coincidencia
que el vocabulario de ese reordenamiento militar recuerde las campañas
por la "flexibilización de la mano de obra". Como en el modo
de producción capitalista, en el que en lugar de "ejércitos
de trabajo" en masa aparece un sistema global de áreas de actuación
más diversificadas, extremadamente encogidas en términos empresariales
y de alta movilidad, en la estrategia militar el paradigma de tropas especiales
flexibles y de acción mundial con armamentos "high-tech"
se combina con el paradigma de los ejércitos de masas basados en la
infantería y en los vehículos blindados.
Decisivo
para estas transformaciones es que el servicio militar deje de ser un sector
con implicaciones sociopolíticas. Éste se vuelve un "servicio
temporal" para profesionales bien entrenados, algo como colocar azulejos
o vender coches. Por esa razón es que el fin del Ejército basado
en el servicio militar obligatorio forma parte de tal reordenamiento. Las
máquinas de destrucción de última generación aparecen
como "puestos de trabajo" absolutamente normales. De manera diferente
a las inflamadas batallas de los Estados-títeres de la Guerra Fría,
como las que ocurrieron en Corea, Vietnam, etc., tampoco habrá más,
por tanto, héroes de guerra. Las nuevas guerras policiales de ámbito
global dan antes la clara impresión de una especie de exterminio químico-electrónico
de hierbas dañinas y plagas, o equivalen en la conciencia pública
a los operativos para apagar incendios forestales o a los de socorro después
de un terremoto. Así se pone de manifiesto una polarización
que corresponde exactamente a los lados de la globalización y de la
crisis: allá en el cielo, el filisteo "high-tech" posmoderno
deshaciéndose de su carga de bombas; aquí en la tierra, el elemento
aparentemente arcaico posmoderno, que sale a saquear y a violar por sus inmediaciones,
provisto de un rifle, un machete y un cuchillo. No hay lugar para decidir
cuál de los dos representa al peor monstruo. Ambos están en
la misma medida señalados por la misma ignorancia en relación
a los contextos sociales que los producen.
Superioridad
inocua
La gigantesca
superioridad militar de la policía mundial, entre tanto, se va mostrando
cada vez más inocua. No sólo la crisis mundial, cuyas causas
son pasadas por alto, gesta nuevos poderes postestatales y pospolíticos
según el modelo Al Qaeda, sino que además los golpes de los
aparatos de alta tecnología amenazan con caer en el vacío también
en el plano militar.
Un combatiente
armado con un cuchillo no puede enfrentarse a un caza invisible, pero lo inverso
es válido también. Ya no hay un nivel de lucha común
a ambas partes. No se puede poner una policía mundial detrás
de cada joven "superfluo" para el capitalismo mundial o que esté
moralmente destruido, a pesar de que las porras usadas sean cada vez más
duras.
Ahora el gobierno
norteamericano quiere desarrollar incluso armas atómicas "formato
policía mundial" (las "Mini-Nukes"). Pero el intento
de mantener en jaque mediante una policía mundial "high-tech"
los territorios devastados por el mercado mundial en un universo económicamente
desterritorializado, está, con toda certeza, condenado al fracaso.
Y precisamente
por eso la tentativa puede arrastrarse, torturante, durante mucho tiempo aún.
Folha
de S. Paulo, 28 de abril de 2002
Robert
Kurz es sociólogo y ensayista alemán, autor de Os Últimos
Combates (ed. Vozes) y O Colapso da Modernizaçao (ed. Paz
y Tierra).
Traducción
al portugués de Marcelo Rondinelli
Traducción
del portugués: R. D.