KILIMANJARO Y MERU, 5.985 Y 4581 M.


RELATO DEL ASCENSO AL TECHO DE AFRICA





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Imagen de la NASA. De izquierda a derecha:
Meru (4.581), Kilimanjaro (5.895) y Mawenzi (5.149 m.)
del 7 al 18 de junio de 2003  
El tipo debía medir un metro setenta y pesar unos noventa kilos… su barriga llego a nosotros bastante antes que el resto de su cuerpo. Gastaba unos pantalones cortos estilo: “Me voy al África tropical a subir montañas” y su andar engreído y su rictus: “Me como el mundo”, hizo que le endilgáramos, erróneamente, la nacionalidad norteamericana Eso si, llevaba bastones de montaña. - Que, habéis subido al Kilimanjjaro, ¿no?- le pregunta a Josep en inglés (el tipo resultó ser holandés). - Si. - contestó este irónnico.. - ¿Cómo os ha ido?, me hann dicho que es bastante fácil. - Bufff, pues te han engañado, hemos necesitado hacer tres montañas para aclimatar, una de ellas de 4.500 metros y, aun y así, ha sido muy duro, sobre todo el último día en que has de subir una pared de unos 900 metros de desnivel, que se hace eterna… ¿tu has hecho montañismo antes?. - No, nunca, le contesta el tipo. Esta es la triste historia de una montaña que todo el mundo tiene por fácil, es la historia de unas agencias de viajes que la venden con esa definición con tal de sacar unos billetes a algunos ingenuos. También es la historia de una supuesta cima que está 200 metros de desnivel mas abajo -Gilman´s Point- y el certificado que se entrega en el parque por haber subido solo hasta ella, un certificado tan ambiguo que cualquiera, ante su presencia, puede afirmar sin rubor que ha subido al Kilimanjaro. También es la triste historia de la verdadera necesidad que pasan los habitantes del lugar… un puñado de dólares entregados al guía y este firmará el certificado acreditativo de que has subido a esa montaña. Para nosotros esta historia empezó el siete de junio en Barcelona, tomando el vuelo que nos llevaba a Bruselas y de allí a Nairobi vía Kigali (Ruanda): 08-06-03 La organización de la agencia de viajes tanzana (Easy Travel), bastante buena. A la llegada al aeropuerto, nos espera un 4x4 que nos lleva al hotel Panáfrican, de ahí, a la mañana siguiente, nos pasa a buscar un taxi que nos deja en la lejana parada de autobús que lleva de Nairobi a Arusha, ya en Tanzania. En el taxi ya nos damos cuenta de las miserables condiciones de vida existentes en la propia capital keniata, del estado de la mayoría de los edificios -casi todos de una sola planta y ruinosos- y de la enorme cantidad de personas que hacen vida en la calle; corrillos de keniatas que te miran de una forma extraña al verte pasar en automóvil. La agencia de Barcelona nos había hablado de lo peligrosa que es esa ciudad.El autobús resulta ser un destartalado vehículo de unas veinte plazas, y el pasaje está compuesto por unos diez europeos, cuatro africanos y seis hindúes… la pequeña gira por la precaria ciudad nos lleva a los arrabales, donde las condiciones de vida son aun peores, el hacinamiento es mucho mayor y encuentras suciedad y basura por todos lados. Curiosamente la ciudad esta llena de gasolineras, unas espléndidamente nuevas, otras cocham- brosas y en ruinas… mención especial para una de esas tan nuevas, con seis surtidores y, recostadas en ellos,seis personas de color vestidas de negro esperando clientes. Nos quedan unos 400 kms. hasta nuestro destino, toda población por la que pasamos muestra unas condiciones similares a las que acabo de describir, la suciedad y precariedad es general, mientras que la sabana da paso a un paisaje semidesértico, repleto de rebaños de cabras, vacas y burros, que pastan en los arcenes de la carretera, llevados por niños masai. En la frontera nos ocurre algo curioso, que aun no sabemos descifrar; mientras a todo el pasaje, europeos incluidos, les hacen pasar para declarar el contenido de sus maletas y, a algunos, mostrarlo; a nosotros nos retienen los pasaportes durante mas de quince minutos, haciéndose interminable la espera y nos los devuelven sin necesidad de que mostremos el contenido de nada de lo que llevamos… eso si, de los ochenta dólares que hemos entregado para pagar los tres visados, se quedan con los cinco de cambio que nos tienen que devolver. Una vez en Arusha, y tras sortear a los vendedores de los mas vario- pintos artilugios, nos recoge un 4x4 que nos lleva, a toda velocidad, hacia la delegación de Easy Travel que nos guiará durante toda nuestra estancia… son casi las dos de la tarde y no hay mucho tiempo, nos dicen, para iniciar nuestra safari (viaje en swahili). Recolocamos todo el material en un nuevo 4x4, nos presentan a nuestro primer guía, Cosmas, de 25 años, y a sus dos ayudantes… el guía parece simpático y habla algo de castellano. A toda velocidad, de nuevo, atravesamos la pequeña localidad y, por una pista forestal, llegamos a la entrada del Parque Nacional de Arusha, donde se encuentran nuestras primeras metas: Pequeño Meru (3.801 m.), Punta del Rinoceronte (3.890 m.) y Gran Meru (4.581 m.). El conductor y los guías se ponen a hablar con los empleados y soldados de la recepción del parque, hay algún proble- ma y, nos dicen, están negociando. Hemos llegado a las 15:30 y solo se permite iniciar el recorrido hasta las 15:00. Tras esperar mas de una hora, llega un “ranger” (soldado tanzano), llamado Wanjara, conocido del guía y del conductor… en su compañía recibimos autorización para entrar, con el 4x4, en el parque, akuna matata (no hay problema). En la misma puerta hemos contratado a cuatro porteadores. Todos, Joan, Josep y yo, los tres guías, el conductor, el ranger (armado con un rifle Mauser) y los porteadores, nos introducimos en el reducido espacio del 4x4; en total doce personas que empezamos a dar botes por la empinada y pedregosa pista forestal. Selvas impresionantes a cada lado tapan el cielo, enormes y rugosos árboles nos rodean constante- mente. La pista atraviesa por en medio del tronco de un gigantesco árbol, majestuoso y centenario. Una hora después nos dejan a medio camino del primer refugio, Miriakamba, situado a 2.498 m. de altitud. Wanjara, fusil en mano, abre la marcha… nos dice que no hay leones, pero que los búfalos solitarios son muy peligrosos. Los porteadores, con enormes petates de unos 20 kilos, se alejan pista arriba a una velocidad increíble. Ya en el refugio nos llevamos una agradable sorpresa, se trata de dos edificios para extranjeros, y en su interior nos encontramos con doce literas de dos plazas cada una, todo muy bien acondicionado y limpio. En una pequeña construcción vive el guarda del refugio, y los portea- dores y guías tienen preparada otra, peor acondicionada. 09-06-03 Las relaciones con los guías y porteadores son increí- bles, es de una total sumisión que te hace sentir verdaderamente mal. A las 7:30 nos han preparado el desayuno, fruta, miel, creps, tosta- das, chocolate en polvo, café y te, mucho te. Salimos del refugio y la imagen del lejano e imponente Kilimanjaro nos deja sin respiración, estamos a bastante altitud y el territorio que nos separa de la famosa montaña esta cubierto por un inmenso manto de nubes y de en medio surge, majestuosa, la enorme y neblinosa montaña que ocupa todo el horizonte… todo ello bañado con la tenue luz del reciente amanecer y un frescor que nos hace sentir en el paraíso. Sobre las 9 de la mañana nos ponemos en marcha hacia el cercano refugio de Saddle, situado a 3.545 m. sobre el nivel del mar. Mas de mil metros de desnivel a través de una espesa selva, acompañados por el ranger que dice prote- gernos. A medio camino mis compañeros distinguen un búfalo, Cosmas y Wanjara lo confirman. Ellos hacen fotografías mientras yo, miope perdido, intento ver la figura del enorme y negro animal entre el inmenso verdor que nos rodea, árboles repletos de lianas y frondosos arbustos me lo impiden. Nos acucia el ranger para marchar, vuelve a repetir que los búfalos solitarios son muy peligrosos. A los 3.084 metros de altitud nos paramos a descansar. Relataros nuevamente las espectaculares imágenes de las que hemos gozado durante todo el recorrido haría anodina la lectura, y mi vocabulario no es lo sufi- cientemente extenso para retransmitiros fielmente las sensaciones que hemos vivido. Sobre las 13:00 llegamos al Saddle… tan bien acondicio- nado como el anterior para los extranjeros, tan malo como el anterior para los nativos. Ya estamos a 3.545 y tenemos toda la tarde libre… una pequeña excursión por una empinada ladera llena de arbustos, nos lleva hasta la cima de nuestro primer pico, el pequeño Meru, de 3.801 metros, una hora ha bastado para llegar hasta él. Las fotos de rigor, imágenes impresionantes de nuevo y para abajo otra vez, utilizando solamente, entre subida y bajada, 1:30 horas. Cenamos sobre las 19:00 y a la cama rápidamente, mañana hemos de levantarnos muy temprano para atacar una cima de verdadera entidad: la del Gran Meru, de 4.581 m. 10-06-03 Son las 02:15. No hemos podido dormir. Estamos ini- ciando la marcha a través de una espesa negrura que apenas diluyen nuestros frontales. Cosmas, en su extraño castellano, nos ha aperci- bido de las bajas temperaturas y todos llevamos doble pantalón, doble guante, doble camisetas… empezamos a sudar. Wanjara abre la marcha, esta vez sin rifle. Los tres le seguimos y cierra la fila el guía, alguien que, por su condición, debiera ir el primero. No distinguimos nada de cuanto nos rodea, aunque el desnivel que estamos superando es muy importante. A eso de las 03:15 llegamos a la Rhinoceros Point, de 3.890 m. Apenas una hora para llegar a un pico que supera a cualquiera de los que cubren la geografía de nuestro país. Le llaman de esa manera porque, según Cosmas, hace muchos, pero que muchos años, un campesino se encontró en su cima a un rinoceronte. Seguimos por una pequeña cresta para llegar a unas paredes por las que hemos de descen- der ayudándonos de las manos. Al poco cambiamos el sentido y una continua ascensión nos sitúa rápidamente en los 4.200 m., ya empezamos a notar la altura en la que nos encontramos. Seguimos la cresta que lleva a la que parece cercana cima; las enormes flechas verdes pinta- das en las rocas nos conducen, unas veces, por el lado norte de ella, otras veces por el sur. El desnivel aumenta y cada vez nos cuesta mas dar un centenar de pasos seguidos. Son las 06:00 de la mañana y nos encontramos a unos 4.430 metros… el sol empieza a teñir de naranja los alrededores de la lejana y omnipresente montaña de la libertad (Kilimanjaro), augurando un amanecer inenarrable. Apretamos el ritmo, todos queremos llegar pronto arriba para apreciar el espectáculo. Una pared de 100 metros de desnivel, por la que hemos de grimpar continua- mente, nos lo impide. Faltos de respiración llegamos a la cima (4.581 m.) en el momento en que el sol, amagado detrás de la mítica montaña africana, empieza a despuntar alguno de sus rayos y tiñe de un color de ensueño las lejanas nubes que la rodean. Al poco ese mismo sol dibuja sobre la sábana, una enorme y cónica sombra que todo lo cubre de negror, es la proyección del Gran Meru. Hemos tardado 04:15 horas en llegar, nuestras rodillas están cargadas y nos encontramos algo cansados. Es, después del Elbrus, la segunda cima mas alta que pisan los pies de Joan y míos. Josep es otro cantar, tiene también el Mont Blanc a sus espaldas. Nos abrazamos y mostramos nuestra gratitud a los tanzanos que nos acompañan. Os aseguro que en ningún lugar hemos podido apreciar un amanecer como este ni gozar de unas imágenes tan apasionantes que, espero, hayan quedado plasmadas en la película de fotos. Sobre las 07:00 iniciamos el descenso. Esta vez podemos distin- guir los lugares por los que hemos pasado en la subida… ha amanecido. Un enorme volcán ocupa todo el lado noroeste del Meru. A nuestros pies, a unos mil metros por debajo, nos aparece bien dibujado… gasta- mos una decena de fotos en él. La figura del pequeño Meru (la cima de ayer), queda recortada en el fondo del paisaje, unas fotos también para él. Seguimos descendiendo. Cosmas y Wanjara deciden descansar en la ladera donde, durante el ascenso, hubimos de grimpar con alguna dificultad. A nosotros no nos importa, estamos acostumbrados a descan- sar en cualquier lugar y en cualquier condición, no parece tan seguro que lo este Cosmas, el guía… al poco su mochila empieza a caer ladera abajo, dando enormes saltos sobre las rocas, como si de un balón de baloncesto se tratara, mientras varios objetos plateados, linterna, cucharas, etcétera, salen de ella disparados con increíbles voltere- tas, lanzándonos bonitos destellos plateados. Por suerte para él, se detiene en unos matojos, justo en el inicio de un precipicio. De los objetos que han saltado ya no logra saber nada más. Sobre las 09:47 volvemos a estar en la Rhinoceros Point. Seguimos por un tortuoso camino, por el que ascendimos a la ida, repleto de piedras que nos van haciendo perder el equilibrio… estamos cansados. A las 10:30 llegamos al refugio. Acabamos de ascender y descender más de 1.000 metros de desnivel, desde los 3.545 del Saddle. Una hora de descanso e iniciamos el camino de vuelta al refugio de Mirakamba, 1.100 m. mas de descenso. Nuestra estancia en el parque del Meru se acerca a su final. Esta vez los refugios están ocupados. Si la primera vez nosotros éramos los únicos “guiris”, ahora hay un colegio de europeos, entero, llenando uno de los barracones y cuatro o cinco personas mas, con pinta de “anglos” nos acompañarán en el nuestro. A eso de las 14:30 comemos todo lo que nos ha preparado el cocinero, pretende que nos vayamos a dormir a eso de las 18:00 porque debemos de estar cansados y que mañana tenemos que madrugar (levantarnos a las 08:00). Evidente- mente le informamos que aun no nos iremos a las literas. Entretenemos el tiempo comprando unas birras… hemos sudado y caminado mucho y unas refrescantes cervezas nos vendrían bien, nos dirigimos al guarda y le preguntamos por el precio de ellas. Son botellas de medio litro y ya hemos aprendido que la Safari Lager es más fuerte y buena que la Kilimanjaro,aunque nunca se podrá comparar con la Voll Damm. Dos valen cinco dólares, tres valen nueve… extrañas matemáticas las de estos muchachos. No nos importa, la fresca cerveza ya empieza a danzar en nuestros estómagos. La noche se acerca, dormimos más de once horas seguidas. 11-06-03 Amanece un nuevo día y extraños personajes pululan por el refugio. Un majadero de cabello blanco, de unos 50 años, seco como la mojama, al que decidimos llamar “el judío errante” nada mas hace que entrar y salir del refugio sin cerrar la puesta y, sentándose a la mesa de los demás montañeros -una pareja de alemanes entre ellos- inicia ridículas conversaciones, produciendo hilaridad a todos cuando se marcha como un rayo como si algo importante tuviera que hacer en un lugar en el que no hay nada que hacer. Inicia conversaciones con otros grupos y con los tanzanos con los que estamos hablando nosotros, sin dignarse a dirigirnos la palabra. Dice ser un australiano residente en Israel, y sabe hablar algo de castellano. Hemos de descender hacia la entrada del parque, los servicios del guía, sus ayudantes y porteadores se acaban; toca la hora del pago de lo que ellos llaman “propinas”. Los gastos del guía y sus ayudantes están comprendidos en los del viaje, los de los porteadores no. La agencia de Barcelona que nos ha gestionado todo nos ha insistido que las propinas para el guía no han de exceder de los 50 dólares, los de cocineros y similares a unos 40 y los de los porteadores no deben superar los 10… monto total a pagar por el servicio que nos han prestado durante tantos días. Al final le damos a Cosmas todo el dinero para que lo reparta; 80 para él, 50 a cada cocinero y 20 a los pobres porteadores, al Wanjara le entregamos 40, produciéndole una sonrisa de oreja a oreja. El guía reúne a todo el mundo, los porteado- res le miran las manos ávidamente, se percata que le estamos observan- do y fijándonos en la cifra que va a entregar a cada uno de ellos… le cuesta, disimula mirando hacia otro lado, pero al final empieza a soltar los billetes de la forma que le hemos indicado. Iniciamos el descenso por un camino diferente al que habíamos ascendido. Llegamos a un río rodeado de árboles repletos de lianas; allí se encuentran todos. Nos sonríen alegremente y nos fotografiamos juntos en un lugar casi idílico. Cosmas dice que están muy contentos… parecen todos críos de entre 16 y 20 años. El primer día, por la premura de tiempo, ascendimos por la pista de los 4x4, esta vez descendemos por el sendero por el que hubiéramos debido ascender. Manadas de búfalos ocupan inmensas explanadas, acom- pañados de dóciles jirafas, cebras, monos terrestres y facoceros… estamos en uno de los parques de Tanzania. Casi vaciamos un carrete de fotos cada uno. De nuevo en el 4x4, vamos a un hotel de Arusha, donde, por fin, nos podemos duchar. Cenamos relajadamente y nos vamos a la cama después de colocar las mosquiteras. 12-06-03 Nos levantamos a una hora decente y desayunamos. Nos pasan a buscar a las 08:30 y vamos a la agencia, donde nos presentan al nuevo guía, el del Kilimanjaro, Alexis Peter y a su ayudante. Parece mucho más profesional que el anterior. Los empleados nos informan que todas las propinas se las hemos de entregar a él, para que las distribuya entre los porteadores y demás. Atravesamos la pequeña ciudad y tomamos la carretera que lleva a Moshi y a la puerta del parque del Kilimanjaro, Marangu Gate. En esta, como en las demás carreteras tanzanas,la conducción es muy temeraria, adelantos de cual- quier manera, por la derecha e izquierda. La vida parece no importar los mas mínimo, y menos la de los perros… al menos vemos los cuerpos de cuatro de ellos, en el asfalto, en ese corto trayecto. Una vez en Marangu Gate (1.800 m.) somos asaltados de nuevo por una nube de vendedores de cualquier trasto, relacionado o no con la montaña. Uno de ellos insiste en que le compre un par de bastones, de diferente grosor y marca. Ante mi negativa me emplaza a que nos veamos a la vuelta de la ascensión y le diga si me hubieran sido necesarios... por un momento me hace dudar. Esta vez contratamos ocho porteadores para seguir la ruta que nuestro nuevo guía denomina “Safari route” y algún otro llama “Cocacola route”, invirtiendo entre esta acción y la del registro de nuestros nombres en la dirección del parque, mas de una hora. Un poco después iniciamos la ascensión acompañados solamente por el ayudante del guía. El camino está muy bien cuidado y la vegetación, aunque diferente a la del Meru, resulta tan espectacular y frondosa como la de aquel. Al poco damos con un hombre, que azada en mano, va esparciendo tierra volcánica por el camino. Porteadores con sacos de tierra en la cabeza, descalzos la mayoría, bajan y la depositan a sus pies; yambo (hola) les decimos, ni nos contestan. A las 14:30 llegamos a los refugios de Mandara (2.616 m.). Hemos tardado unas tres horas… el ayudante esta muy cansado debido al enorme paquete que cuelga a su espalda y la bolsa de mano que lleva… pole, pole (poco a poco) nos indica cuando nos distanciamos de él. Los refugios de Mandara son diferentes a todo lo que hemos visto hasta ahora. Pequeñas cabañas divididas en dos partes, para cuatro personas cada una de ellas, coquetonas y limpias y otra mucho mas grande, que hace las veces de comedor. Excepto por el agua y por la división de clases que nos encontramos en cada refugio, una parte para extranjeros y otra, mucho peor, para porteadores y guías, puedo asegurar que los refugios tanza- nos superan en casi todo los aspectos a los españoles. En nuestro “apartamento” está aposentado un noruego, de tez mucho mas oscura que la nuestra… parece de origen latino, aunque no habla ni pizca de castellano. Su guía es un tipo muy curioso; con cara risueña, michelí- nica diría yo. No para de repetir cada vez que nos ve, con acento raro: “Quemete-nés-hastalós-cojonés”, produciendo entre nosotros unas saludables carcajadas. En la casa comedor nos encontramos con un grupo de escandalosos, enormes y hercúleos personajes, pertenecientes a una asociación de ayuda a la infancia keniata; lo componen veintidós indi- viduos de varias nacionalidades: cinco belgas, dos irlandeses y el resto holandeses. Según nos comenta un belga, engreído y charlatán, en buen castellano, la mayoría son policías y militares. También aparecen por ahí personas de variados pelajes… cuatro jóvenes norteamericanos de aspecto "anglo" y mirada asustadiza, con pinta de haberse extravia- do en Harlem, dos holandeses mas que se acurrucaban en un rincón sin hablar con el resto de comensales, una familia africana compuesta por los padres y su hija, nada comunicativos también, un chaval y una chavala de color, estudiantes de un colegio de Arusha y una solitaria italiana, llamada Gabriela, que en seguida se hizo amiga de todo el mundo. Tras tomar un poco de te y comer palomitas y cacahuetes, Alexis nos lleva por un magnifico camino, en el que vemos un grupo de monos, en las copas de los árboles, llamados Columbus Black and White, y nos acerca al precioso cráter de Maundi, a unos 2.900 m. de altitud. 13-06-03 Salimos hacia el refugio de Horombo, situado a 3.650 metros, llegando a el a las 13:15. Por la pista empezamos a ver las primeras Lobelias gigantes que se acurrucan en los márgenes de los torrentes del Kilimanjaro, mientras la vegetación que nos acompañaba hasta hace poco va desapareciendo, transformandose la zona en un paraje semidesértico. Tenemos día y medio por delante, hemos de acli- matar a esta altura y la perspectiva de aburrimiento nos empieza a deprimir. El belga de ayer, llamado “Beggtran” nos empieza a contar sus historias para no dormir… sus acciones bélicas en Congo, Ruanda y Burundi, los muertos de su nacionalidad en acciones de guerra en esos países… como compró un terreno en Huesca donde se está “construyendoó” una “enogme mansión” de “choggrrrocientaás” habitaciones y “choggrrromiíl lavaboós”… todos ellos con vistas al “mag”. De cómo compra caballos, de dudoso origen, en los poblados gitanos (sic) del sur de “Españaá”, por un millón de “pesetaás” y los vende en Bélgica por dos “milloneés”, también nos cuenta lo engreídos, estúpidos y “pijous” que son los holandeses de su grupo -¿fobias nacionales?-, y que él es lo que nosotros llamamos “guirgui”, “pego” no es como el resto de “guirguis” que van “pog Españaá”. Para huir del tormento compramos unas cervezas, invitamos a Alexis y nos refugiamos en las cabañas de Horombo, muy parecidas a las de Mandara. Hablamos de todo un poco y comentamos la edad de cada uno… Alexis tiene 29 años, Josep 45, Joan 51 y yo 43. El guía comenta que su padre tiene 52, y que también ha sido guía en Kilimanjaro. A partir de este momento, tanto Alexis como los porteadores, empiezan a llamar “babu” a Joan (abuelo en swahili).
 Desde las 8 de la mañana estoy tomando un antibiótico, una muela me está tocando los c. y me empiezo a asustar. Por un momento me imagino con toda la cara hinchada y teniendo que ser hospitalizado en Tanzania. La perspectiva me baja mucho la moral. 14-06-03 Hemos estado en la cama desde las 19:30 del día 13 hasta las 07:30 de hoy y un largo día de aclimatación nos espera. Mi muela sigue igual. Baycip, el antibiótico que me tomo no ha hecho el más mínimo efecto. La moral sigue por los suelos mientras la cara se me empieza a inflamar. Joan me da unas pastillas de Nolotil por si sube la inflamación. El “noruego”, que ha dormido en nuestra cabaña, parte hacia el refugio de Kibo, sin aclimatar mas, dejándonos a noso- tros comiéndonos el coco de si debiéramos hacer como él. Sobre las 09:45 iniciamos una pequeña excursión con un porteador (sin bultos, claro) y el ayudante del guía; nos llevan hasta la cercana zona de “Zebra rocks”, situadas a unos 4.000 m. de altitud. Tiene ese nombre porque gotea agua caliza de su parte superior y va tiñendo de blanco las rocas. Les indicamos que queremos seguir por el camino que ascien- de hacia una cercana montaña, que ellos llaman “Saddle” (como el refu- gio de Meru) y tratar de llegar a su cima. Tras ascender a la pequeña loma que lleva hasta ella, nos encontramos con la lejana e impresio- nante imagen del blanco cono volcánico del Kilimanjaro. Los glaciares parecen chorrear por su flanco sur. La impresión es tan espectacular que abandonamos la idea de subir a la cima del Saddle, que se encuen- tra a unos 50 metros de desnivel a nuestra derecha, a pesar de ser una montaña de más de 4.300 metros. Sobre las 11:45 estamos de vuelta en Horombo huts. Durante la comida me encuentro verdaderamente mal, tengo algo de fiebre y me es imposible masticar, cada bocado genera una punzada en la muela que me repercute en la cabeza y me produce un continuo dolor. Casi no pruebo la comida. Me acerco al grupo belgo/holandés y les pregunto si hay algún médico entre ellos, Beggtran me informa que uno de sus amigo es enfermero. Le muestro la medicación que estoy tomando, los nolotiles y otras pastillas de Joan y las que me ha facilitado nuestro guía Alexis… desprecia el Baycip,dice que no es apropiado para las muelas,que si tengo Clamoxil; medicamento que había pensado llevar a Tanzania pero que una enfermera del Hospital Clínic de Barcelona me hizo cambiar por el Baycip. Empieza a mirarse todas las pastillas y me indica unas de Joan, solo son cinco… algunas mas de Alexis son buenas, pero solo para el dolor, no para la infección. Las escasas pastillas solo me llegan para aguantar hasta la cima del Kili, eso suponiendo que pueda subir después de tomarme cuatro de Baycip, uno o dos gelocatiles para soportar el dolor, algun nolotil y la pastilla contra la malaria, todo ello diariamente. 15-06-03 Con el cambio de medicación voy un poco mejor, pero ya solo me quedan dos pastillas. El desayuno abundante, con mucha fruta, como siempre, aunque me dejo la mitad al no poder masticar. Alexis había informado a Joan y a Josep que, si no mejoraba, me tendría que quedar en este refugio. Me pregunta como voy y le indico que mejor… sonríe y me señala la dirección de Kibo hut… pole pole, me dice,aunque uno de los porteadores se tendrá que quedar ya que padece de descompo- siciones.Sobre las 08:30 salimos hacia Kibo. A medio camino nos encon- tramos con el noruego y el simpático “Quemete-nés-hastalós-cojonés”; lástima no haberle hecho una foto. El noruego, exultante, nos indica que ha hecho cima… aunque ha vomitado algo. Mientras su guía y el nuestro hablan en swahili. Tras despedirnos seguimos el camino ascen- dente y desértico; Alexis nos informa que el noruego no ha coronado, que se ha quedado en Gilman’s Point (5.692 m.), según le ha dicho “Quemete-nés”. Una mentira con la que solo ha conseguido inflamar un poco su orgullo y que le ha hecho quedar como hipócrita y mentiroso ante nosotros; hay gente capaz de venderse por cualquier cosa. A una hora de Kibo nos encontramos al grupo de jóvenes norteamericanos, que también se ha quedado en Gilman’s Point, uno de ellos, al igual que el noruego, ha vomitado. El número de fracasos nos empieza a acojonar. Al poco nos adelanta Beggtran y uno de sus amigos… “yoó”, nos dice, “voyg muy bieén, no se pogque tenemos que ig tan lentoós, no puedo aguantag el ritmoó de los pijous aquellos que van tan poco a pocoó. Miga, no hago depogte y miga como voy”. Le dejamos pasar mientras nuestros ojos, emocionados, derraman lágrimas ante tamaña muestra de valor. Kibo Hut, 4.702 metros de altitud. Ya estamos aquí tras cuatro horas de camino. El refugio para los extranjeros está dividido en habitacio- nes, cada una tiene unas seis literas de dos plazas. Hace mucho frío y constantemente está azotado por el viento. En nuestra habitación se instalan los dos holandeses poco comunicativos y Gabriela. Esta última resulta ser todo un monstruo de la montaña… ha subido a un puñado de picos de Sudamérica, incluido el Chimborazo, de mas de 6.100 m., ha estado en el campamento base del Everest (creo recordar que está situado a mas de 5.000) y ha subido al Meru por una ruta que aun no está abierta, que se está preparando entre los responsables de ese parque nacional y los del parque nacional de Italia donde ella trabaja. El par de holandeses me han facilitado cuatro pastillas más de antibióticos, uno de ellos es médico. La muela un poco mejor. Nuestro guía nos indica que hemos de estar en la cama pronto, ya que nos hemos de levantar a las 12 de la noche… nunca en mi vida había madrugado tanto. “Babu” tiene problemas estomacales que no solucionan las pastillas de Almax que le facilito. Se nota la tensión en el ambiente, mañana, o mejor dicho, esta noche, es el momento de la verdad y la visión de la enorme pared de 900 metros del Kili nos ha dejado bastante acojonados. 16-06-03 A las once de la noche los dos holandeses ya están en pie, no se donde habrán aprendido costumbres montañeras, pero encienden las luces sin ningún recato y ahí nos tenéis a nosotros, despiertos una hora antes de lo previsto… aunque es igual, no hemos podido dormir en absoluto. La italiana se ha puesto en marcha al mismo tiempo que ellos. Nos traen un poco de te y unas galletas, el porteador nos indica que es fundamental beber algo antes de iniciar el ascenso. Sobre la una de la madrugada iniciamos la subida, no queda nadie en el refugio, somos los últimos. Delante va Alexis y cierra la hilera su ayudante. Piano, piano, nos dice, slow, slow, mientras empe- zamos a caminar casi sin avanzar. Al poco comienzan a entonar, de una forma apenas audible, canciones tradicionales tanzanas… parecemos formar parte de una de esas películas americanas de los años 50, donde unos “intrépidos” blancos contratan decenas de porteadores negros y la chica de la peli nunca se despeina… no se si debe de formar parte del repertorio tanzano para agradar a los extranjeros y aumentar, así, la propina, pero da cierto aire de aventura al ambiente. A pesar de que nos hemos abrigado mucho, no notamos calor en absoluto. Después de una hora de ascensión en interminables zigzags, nos encon- tramos con los primeros rezagados del grupo belgo/holandés. Un fornido muchachote, de casi dos metros de alto, es ayudado por uno de sus guías y un amigo a seguir avanzando. Si ya está tan jodido, debiera tomar la decisión de abandonar. La pedrera se hace interminable, la arena es tan fina que la mitad de los pasos no sirven para nada, resbalamos constantemente. Al poco damos con el resto del enorme grupo belgo/holandés, están acurrucados en una cueva, a 5.000 de altitud. Esperan la llegada de los rezagados. Un letrero indica que se trata de la cueva Hans Meyer, nombre del primer blanco que pisó la cima del Kili hace más de un siglo. Nos dice el guía que durmió allí. Seguimos “pole, pole, piano, piano”, sin parar a descansar. Una media hora después damos con los estudiantes tanzanos de Arusha; la chica parece algo tocada. Mientras, a unos metros, vemos que uno de los dos holan- deses que ha dormido en nuestra habitación, abandona e inicia el descenso acompañado de un guía. Su compañero, de mucha más edad (unos sesenta y cinco o más años) sigue hacia arriba; nos informa. Al poco damos con él, cogido del brazo de otro guía… camina un poco encogido, pero nos admira la determinación que pone en conseguir su meta. Por más que subimos nunca parece acercarse el final de la pedrera y la mochila se nos empieza a clavar en la espalda. El guía nos ha hecho apagar las luces, la visibilidad, gracias a la luna,es bastante buena. El ayudante del guía empieza a encontrarse mal, poco a poco le vamos sacando metros de distancia. Se detiene, agacha y apoya sobre sus rodillas mientras realiza fuertes inspiraciones para poder seguir ascendiendo. Pole, pole. "Babu" esta bien y Josep, el inmutable Josep, sigue la estela del Alexis sin ningún problema. Empezamos a poner las manos para ayudarnos a ascender, mas por el cansancio que por la dureza del lugar, que se ha acentuado algo. Unos metros mas arriba el ayudante grita desde lejos al guía, cruzan unas palabras y gira para iniciar el descenso. Casi a los 5.600 metros vemos las figuras de la italiana y su guía… le gritamos lo dura que es, lo fuerte que se encuentra… ríe. Al pasar a su lado se nos une, su guía empieza a quedarse atrás, está helado, nos dice ella. Un letrero nos informa que estamos en Gilman’s Point, a 5.692 metros; un lugar especialmente lleno de mierda, botellas y papeles. Se ha acabado la pedrera y, enfrente de donde nos encontramos, vemos la cresta que nos llevará hasta la cima del Kilimanjaro, llamada Uhuru Peak. Nos abrazamos emocionados. A nadie, en este mundo de mentiras y certificados sin validez, le han informado que llegar al letrero de Gilman’s, no es llegar a esa punta. Ni siquiera todos los que se quedan allí y bajan agotados o enfermos la han subido, ya que se destaca, aguda, a nuestra izquierda. Han pasado tres horas desde nues- tra salida. Seguimos la figura de nuestro guía; el de Gabriela sigue tocado. El desnivel, ahora, es muy suave. Sorteamos rocas siguiendo un camino sinuoso mientras, en la negrura de la noche, destaca la nieve del fondo del volcán y, a nuestra izquierda, empieza a aparecer el glaciar de Decken. Llegamos a la cima pisando nieve, una hora después. Un gran letrero nos informa que estamos a 5.895 metros de altitud, el lugar más alto de Africa. Risas, aspavientos y abrazos, aunque hace un frío terrible, aun no ha despuntado el alba. Se colocan en grupo e intento hacerles una foto, la cámara se ha helado, solo se dispara el flash; el carrete no corre. A “Babu” le ocurre igual. Me dan ganas de emprenderla a patadas con las máquinas. Saco el GPS; en cada lugar de importancia, refugio o cima, lo he utilizado para saber con exactitud a la altura que nos encontramos… ni se enciende, tampoco funciona. Estamos rabiosos, ¿llegar a la cima de Africa y no poder fotografiar- nos? Josep saca su compacta, nos apretujamos y juramos para tener suerte, una, dos, tres fotos, todas han salido. Se coloca él en el grupo, nuestro guía nos hace otra, el de Gabriela ni siquiera puede utilizar las manos. Hace un frío terrible, como nunca he sentido y mi espalda y los dedos están helados. Empezamos a descender sin poder fotografiar los glaciares que se desbordan desde Uhuru Peak. Hemos tardado 4:15 en llegar a la cima desde el refugio de Kibo. En Gilman’s de nuevo. Cinco o seis de los belgo/holandeses están allí, entre ellos Beggtrán… se dirigen a la cima, los demás han decidido bajar. “¿Comó anda por allí aggibá?”, nos dice, “yo voyg muy bieén”. No le hacemos ni puto caso, no lo volveremos a ver. El holandes mayor también ha llegado, sigue abrazado a su guía, sigue la misma determi- nación en su cara. Un saludo a ese gran campeón. Iniciando el descenso por la pedrera empieza a amanecer; y descubrimos que está tan llena de basura como Gilman’s Point. Empezamos a apretar el paso y a trotar un poco clavando los talones en la arena. Se desciende bien pero, aveces, por alguna piedra que no se mueve y otras porque las piernas ya empiezan a flaquear, perdemos el equilibrio. Alexis nos dice que se va al refugio pitando, tiene descomposición. Intentamos seguirle, es imposible, nunca he visto bajar tan rápido a nadie por una pedrera. Dos horas después de llegar a Uhuru, nos encontramos en el refugio. El horario de hoy es bastante duro, no basta con haber ascendido y descendido los casi 1.200 m. del Kili -recordad que estamos a 4.704-, sino que hemos de descansar solamente media hora en Kibo, preparar las mochilas nuevamente y bajar hasta Horombo hut, 1.000 m. de desnivel mas abajo. En un principio nos habían propuesto seguir hasta el de Mandara hut, a unos 2.000 de donde estamos, pero hemos creído excesivo el esfuerzo para hoy. En un aparte, y sin que lo sepa Alexis, le damos 20 dólares al servicial porteador que nos ha puesto los desayunos, comidas y cenas diariamente. Los acepta y nos indica que él no es el cocinero. Otros porteadores nos habían comentado que pertenede a una tribu pequeña muy orgullosa. Parece muy buen chaval. Las dos horas y poco mas que tardamos en llegar a Horombo se nos hacen interminables, y eso que apretamos el paso pensando en el refugio y con ganas de estirarnos en sus literas. Aun no son las 11 de la mañana y ya estamos en él… la cama es un premio atractivo pero solo de pensar en que hemos de pasar todo un día en blanco en este refugio, se nos hace angustioso. Las negociaciones con el guía se hacen un poco pesadas, al final fijamos las propinas de una forma parecida a las del Meru, 80 dólares para él, 50 para su ayudante, 50 mas para el cocinero/porteador, sea quien sea, y 20 dólares mas para los otros porteadores. Todos contentos nos damos la mano. Al cabo de unas horas llega el holandés mayor que seguía la ascensión hacia Uhuru Peak, lo ha conseguido, le felicitamos efusivamente por ello. 17-06-03 Esta misma noche hemos de tomar, en Nairobi, el avión que nos llevará de vuelta a Bruselas. Son las 5 de la mañana y, con los frontales encendidos y las mochilas a la espalda, tomamos el camino que pasa por Mandara hut (2.616 m.) y finaliza en Marangu gate, la entrada del parque, a 1.800 m. de altitud. Mil ochocientos cincuenta metros de desnivel que bajamos a toda velocidad; a las 9 nos espera un 4x4 para llevarnos al hotel. Un amanecer en la falda del Kilimanjaro es espectacular… algún que otro cono volcánico nos alegra el descenso, mientras, a nuestra derecha, un enorme y extenso colchón de algodón cubre la sabana en su totalidad y a nuestra izquierda empieza a despuntar la luz rojiza del sol. Adiós a las lobelias gigantes, mientras la vegetación se va espesando y nos encontramos, de nuevo, al hombre de la azada esparciendo tierra sobre el sendero y los porteadores descalzos que le ayudan, acarreando, sobre la cabeza, sacos de arena roja. La selva nos rodea por todas partes mientras que los tupidos árboles, repletos de lianas, no impiden que veamos, de tanto en tanto, algun mono que salta de rama en rama; todo ello aderezado con cantos de pájaros, de un tono y una fuerza nunca oídos por nosotros. Del dolor de muelas casi ni me acuerdo. Parecemos ingleses, son las 08:55 y hemos llegado, al fin, a la entrada. Registramos nuestra salida, nos preguntan a cual de las dos zonas hemos llegado… a Uhuru Peak, por supuesto… Congratulations, nos dicen. Al poco llega Alexis con los certificados firmados. El 4x4 aun no ha llegado. Nos vuelven a preparar un desayuno, repleto de frutas, tortilla, creps, mantequilla, mermelada, miel, café, chocolate y te. Solo podemos con la mitad. El 4x4 aun no ha llegado. Se nos acerca un orondo holandés y le pregunta a Josep en inglés: - Que, habéis subido al Kilimanjaaro, ¿no? El 4x4 aun no ha llegado. Epílogo: Ducharnos, sacarnos la roña de tantos días, que decir de ese placer… hemos contratado una habitación en el hotel Ecuador por una hora. 30 dólares que nos saben a gloria mientras el agua, que resbala por nues- tra piel, desaparece, marrón ella, por el desagüe de la ducha. Miramos con deseo las confortables camas, pero solo quedan diez minutos para que llegue el 4x4 que nos ha de llevar a Nairobi. El conductor reniega un poco de nuestras prisas, tenía previsto llevarnos de compras por Arusha… ya se sabe, cosas de las comisiones que se embolsa en las tiendas. Iniciamos el trayecto por una carretera casi desertica, rodeada de extensos campos con alguna acacia aquí y allá; donde adelantamos, de vez en cuando, camiones a los que se agarran los que van en bicicleta. El conductor nos va avisando, cada vez que aparecen, de la presencia de manadas de cebras, gacelas y hasta de algún solitario avestruz. Impagable también la experiencia de la frontera “internacional” de Namanga, entre Tanzania y Kenia. El conductor nos abandona para ini- ciar los trámites de los visados, mientras una nube de mujeres masai, jóvenes y viejas, nos rodean intentando vendernos de todo. Nuestros ¡No, no, no! y ¡nothing! no sirven de nada. El primero en ceder es Josep, que compra cinco figuritas de madera, que representan diferen- tes animales africanos, por cinco dólares, cuando se las vendían por 20. Unos minutos después una abuela masai ya nos quiere colocar tres chiquillas, de unos trece años cada una, mientras ellas ríen ruboriza- das. La más baja para Joan, la siguiente para… Al fin logramos atrave- sar al lado keniata, ¡cielos! La misma nube de mujeres la encontramos al otro lado, han pasado detrás de nosotros. A Josep se le acerca un forofo del Barça y le informa que Laporta es presidente y ha fichado al Beckham, ¡joder, ni siquiera estamos informados nosotros! -en Bruselas nos enteramos que a Beckham lo ha fichado el Madrid- a mi me pretenden cambiar la camiseta del maratón de Barcelona 94 que llevo puesta ¡la del 94 nada menos!, y un cuerno. Me ofrecen un cambio por mi reloj Nike, también a “Babu” por su reloj y zapatillas Adidas. Al fin de nuevo emprendemos la marcha, parece que hemos conseguido la tranquilidad que nos hace falta. Hemos perdido tres cuartos de hora en los trámites y ya no nos queda tanto tiempo para llegar a Nairobi. El paisaje idílico y la luz del atardecer hace que languidezca la conver- sación, mientras entramos en un romántico estado de ensueño, gracias a lo que nuestros ojos nos ofrecen. No esperamos ninguna sorpresa mas, la sabana y el agradable sopor hacen que pasen rápidamente los minutos. De tanto en tanto dejamos atrás rebaños de cabras que pastan en los arcenes de la carretera, capitaneadas por niños. También algún cazador masai, con sus vistosas ropas rojas, lanza y dorados brazale- tes cruza el asfalto. De repente una experiencia nueva, una que no hubiéramos querido tener, o una que si hubiéramos querido pero sin las fatales consecuencias que nos tememos. De entre la maleza de la izquierda de la carretera -en Kenia y Tanzania se conduce por ese lugar- aparece corriendo un enorme guepardo… el golpe de volante del conductor, que casi nos saca de la carretera, no impide que la esquina del parachoques del 4x4 impacte contra la cabeza del animal con un sonido ensordecedor. Miro hacia atrás, la pobre bestia, dando botes de dolor, salta en un par de brincos al otro lado de la carretera. El vehículo se detiene. Sorprendidos comentamos el incidente, Joan se lo ha perdido todo… ¡un leopardo!, le digo, ¡un guepardo!, me rectifica el conductor. Echamos marcha atrás poco a poco, restos de pelos se ven en varias partes de la carretera. Entre los arbustos se distingue la figura del animal, asustado y herido, agazapado. Iniciamos la marcha poco a poco, el conductor nos muestra un cercano poblado masai, al lado de la carretera, por donde ha saltado la bestia. Nos indica que, posiblemente, el guepardo se ha acercado con la intención de capturar una cabra o algún animal de los que ellos tienen, y que, seguramente, los masai lo deben de haber ahuyentado con sus lanzas. Medio kilómetro mas adelante, pasamos al lado de un rebaño de cabras… su único pastor no debe de tener más de seis años. Comentando las pocas posibilidades que tiene de vivir el animal tras ese impacto, la suerte que hemos tenido, según el conductor, ya que se organizan innumerables safaris para extranjeros, con la intención de ver guepardos, y que en la mayoría de ellos no se consigue, llegamos a la carretera nacional keniata que lleva de Mombasa a Nairobi. El trá- fico cambia repentinamente. Se transforma en denso, lleno de camiones pesados, bicicletas y furgonetas particulares, haciendo funciones de autobús. Centenares, quizá miles de personas inundan los laterales de la carretera en polvorientos y sucios pueblos, donde, en lo que aquí llamamos chabolas, se compra y se vende cualquier cosa. Mientras los 4x4 (en estos países casi no se ven coches) adelantan a los vetustos y contaminantes camiones, de dos en dos,de tres en tres; por la derecha, por la izquierda, mientras, de frente y haciendo luces, se aproximan otros. Ese caos total parece aclararse cuando el momento del accidente parece inevitable. Todos los vehículos se echan a su lado izquierdo, poco importa que el adelantamiento no haya finalizado, el adelantado se introduce en el arcén… mientras los que van en bicicleta se lanzan al campo. La vida vale poco por aquí. Llegamos a Nairobi, el aeropuerto está cerca. Al bajar del 4x4 y dar la propina al conductor, se nos acerca un pequeño y asustado muchacho empujando una carretilla… ocho años quizá. Ponemos los bultos en ella. La empuja con facilidad llevándola unos cinco metros, hasta la puerta principal del aeropuerto. Le doy un dólar. Un guardia que ha visto la acción le sujeta del brazo, parece reprenderle y preguntarle por sus padres. Mientras vamos pasando por el detector de metales lo sientan en una silla y lo rodean dos o tres “agentes de la autoridad”. Le hacen sacar el dinero de los bolsillos… no tenemos tiempo de saber más. En el control de equipajes me cachean, me ha sonado algún metal, las llaves quizá. El escáner del equipaje de mano me detecta objetos sos- pechosos, piedras… son los recuerdos que he comprado, que simbolizan las furgonetas autobús que tanto hemos visto circular. Me dejan pasar y Josep ya esta al otro lado… “Babu” no tiene tanta suerte; le pregun- tan por las piedras de la mochila, son de las cimas de las montañas a las que hemos subido, le informamos que somos montañeros, son solo recuerdos. Parece que no se lo cree, ¡is danger! Nos dice. ¿De donde salen unos pirados que se llevan piedras de las montañas como recuer- do? Después de discutir un rato la mujer acaba riendo, llama a otro policía que también ríe… Babu está dispuesto a regalarle las piedras. Al final nos dejan pasar al siguiente control con ellas. Abra su maleta, me dicen amablemente, ¿Qué hay aquí? ¿Esto que es? ¿Un G.P.S.? Enciéndalo, por favor. Les interesa su funcionamiento, así como el de los móviles de mis compañeros, pudiera ser que fuesen artefactos explosivos… nuevo cacheo. Al fin dentro de la sala de espera, aunque para embarcar nos hacen bajar en grupos a la pista, al pie del enorme Airbús que nos llevará a Europa. Nos hacen identificar el equipaje que hemos entregado… a algunas personas de color se lo hacen abrir. Y aquí nos tenéis, en el aeropuerto de Bruselas. Aun nos faltan tres horas para volar hacia Barcelona: Sigo sin creerme que hemos subido a tres montañas que, por su altura y belleza, jamás encontraremos en la península, y una cuarta que es la más alta de Africa… sin creerme que hemos atropellado a un guepardo, y sin creerme que un niño masai, de seis años, pastoreando al lado de la carretera, pueda defenderse de una fiera como esa, con el pequeño bastón que lleva en las manos. Rafa Montoliu Si quieres ver imágenes, pica sobre los enlaces: Gran Meru, Punta Rinoceronte y Pequeño Meru 1ª parte. Gran Meru, Punta Rinoceronte y Pequeño Meru 2ª parte. Kilimanjaro 1ª parte. Kilimanjaro 2ª parte.
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