Gracias a una serie de experimentos
científicos de terapéutica musical, sabemos hoy que la música
puede actuar poderosamente sobre el sistema nervioso reflejo del hombre.
el efecto es especialmente manifiesto en lo que toca al corazón,
a la circulación sanguínea y al ritmo respiratorio.
Estas relaciones fisiológicas
permiten afirmar que la música beat, por ejemplo, no es percibida
únicamente a través del aparato auditivo, sino también
del pulso, de la piel, de la respiración y del propio corazón.
La música afecta a todo el organismo.
Cuando una interpretación
musical se amplifica hasta niveles anormales, aumenta en el oyente la producción
de hormonas y surge en él un estado de excitación. El sonido
superamplificado produce en el organismo el efecto de una señal
de alarma que obliga a descargar más adrenalina -la hormona del
miedo o de la agresividad- en el sistema químico del cuerpo.
Esta situación física
de estrés puede resultar estimulante, pero también puede
provocar actos de agresividad, por ejemplo, la destrucción de las
butacas al final de un concierto. En cuanto a la reacción de huida,
escapa totalmente al control consciente y, en casos extremos, puede provocar
desvanecimientos.
Más importantes todavía
son los estudios realizados recientemente sobre los efectos en el organismo
de un sonido superamplificado. Según esos estudios, las consecuencias
van mucho mas allá de sus efectos iniciales sobre el sistema nervioso,
repercutiendo sobre la sustancia misma del cerebro. Un choque acústico
puede tener como consecuencia que se borren los engramas, esos delicados
senderos trazados en el cerebro que producen los recuerdos. Pueden así
originar se fallas de la memoria.
En resumen, vivimos hoy en
una situación de crisis -de crisis acústica. Tendremos, pues,
que reexaminar la reacción global del hombre con su medio acústico,
así como el aumento de la posibilidad de producir ruido de nuestros
instrumentos técnicos. El control consciente de nuestro medio acústico
y musical parece más necesario todavía si recordamos que
la misma tecnología que ha ampliado la gama sonora del repertorio
de la música contemporánea en tan impresionante medida, amenaza
también nuestra capacidad misma de oír, de seguir siendo
sensibles al sonido.
Ha llegado el momento de
emprender una campaña en pro de la calidad acústica de la
vida y de una ecología del sonido.