El artículo 1° de la Ley de Universidades parece haber
sido inspirado en los Santos Evangelios —hoy tan accesibles gracias a la
tecnología multimedia—. Su enunciado rememora los más preclaros principios de
la Revolución Francesa. En realidad este artículo podría engalanar las aulas y
auditorios de todas las universidades públicas y privadas del país: La
Universidad es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que
reúne a profesores y a estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar
los valores trascendentales del hombre (y de la mujer, agregaríamos hoy).
Uno se imagina cada rincón de los recintos
universitarios de Venezuela al menos con dos o tres
personas en la tarea de la búsqueda de la verdad (podríamos parafrasear de
nuevo la Biblia y afirmar “donde estén dos o más reunidos en nombre del
conocimiento allí está la verdad”). Ahora bien, esa formula es más exacta de
aplicar en las llamadas ciencias puras. En ellas la carrera por la verdad se
hace sobre trazos bien delineados. En las otras ramas del saber como las
ciencias jurídicas, políticas, sociales y humanísticas la cuestión de la verdad
siempre corre el riesgo de diluirse entre tendencias y posiciones de lo más
interesantes, atrevidas, conmovedoras, innovadoras y hasta simpáticas. En estos
casos el estudioso debe elegir aplicando la lógica shakepeariana
del “ser o no ser he ahí el dilema”.
Pero nuestro entusiasmo imaginativo aumenta —cual
modesto Lennon—cuando pensamos que esos dos o tres,
que ese ejercito de profesores y estudiantes, de cualesquiera de las ramas del
saber, realizan todas sus meditaciones, reflexiones, estudios e investigaciones
en general guiados por el objetivo de “afianzar los valores trascendentales del
hombre”.
Y si las cosas fueran así, que idóneas serían. Tomas
Moros, se quedaría corto con su Utopía. Trabajar bajo esas premisas
justificaría cualquier dificultad, no habría miedo alguno de aplicar él “o
inventamos o erramos” de Simón Rodríguez.
Esta conducta idílica constituiría la base fundamental
para cumplir con el mandato de ley de “colaborar en la orientación de la vida
del país mediante su contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los
problemas nacionales” (Art.2).
Es decir, cada universitario haciendo del país su
objeto de estudio, para como un scout estar “siempre listo” a afrontar y
buscarle solución a las dificultades nacionales. Cuando afirmamos cada
universitario, significa cada profesor y cada estudiante en los distintos
escenarios: el de la docencia, la investigación y las actividades
extracurriculares. El docente actualizándose, cultivándose y cumpliendo con sus
trabajos de ascensos en el tiempo estipulado cuidando que cada escalafón sea un
aporte a la búsqueda del conocimiento. El estudiante esmerándose por ser un
profesional integral de excelente rendimiento de semestre en semestre, año tras
año. El empleado apoyando con mística los procesos educativos. Y un Estado
consciente de que cada bolívar para la educación no es un gasto es una
inversión.
Cada universitario, quiere significar
que las dependencias, cátedras, departamentos, consejos de escuelas, consejos
técnicos, comités académicos, consejos de facultad, consejos directivos,
consejos universitarios, CNU tengan como guía lo expresado en el artículo 1:
Una comunidad de intereses espirituales en la búsqueda de la verdad, llena de
valores trascendentales.
Bajo el amparo de ese artículo tendríamos el derecho y
el deber de exigir que la Universidad a través de sus órganos de cogobierno se
ponga en sintonía con los grandes intereses de la nación. Este tiene que ser el
principio de la academia. Una academia deslastrada de pequeñeces que desvían la
atención hacia elementos que a fuerza de mezquindades, gremialismos,
amiguismos, pase de facturas, estridencias y cuadre politiqueros de exiguas
minorías, intentan ensombrecer el verdadero norte de la universidad. Eso no es
lo que se espera de la universidad venezolana. Cuánto no le hace falta al país que cada organismo
universitario colegiado discuta con altura sus dificultades y proponga
alternativas, reflexiones, alertas y soluciones.
En el proceso de transformación que vive el país ya no
puede confundirse a las mayorías, menos al sector universitario con
escaramuzas, omisiones, manipulaciones, rumores y discursos incoherentes que no
se corresponden con los hechos y que en definitiva agotan y no conducen sino a
desilusiones tempranas, particularmente en las nuevas generaciones y en los
educandos. Y es que aún en los predios universitarios quedan rezagos de esa estirpe
de seres que no han descubierto que se puede ver más allá de lo perimetral.
La academia es un servicio a la humanidad. Ser
académico es mostrar —más que un frío currículo—, una hoja de vida en
concordancia con esa tarea de navegar tras la verdad montados en un velero de
valores humanos inspirados en la democracia, la justicia social y la
solidaridad (se lee en el Artículo 4 de la misma ley)
Basado en ello, quisiéramos seguir visualizando a esa
comunidad de estudiantes, profesores y empleados inquietos, reflexivos, con
diversidad de ideas y métodos pero siempre preocupados por la construcción y
afianzamiento de un país que reclama de su activa participación.
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En una próxima entrega nos adentraremos en los
vericuetos de los organismos colegiados de la universidad: que se discute, cómo
se discute, quienes discuten y esas discusiones redundan en beneficio de la
academia, de la nación. Interesante ¿Verdad?
Reinaldo Bolívar
Profesor UCV
Tomado de El Globo 8 Noviembre de
2000