¿Qué harán
en estos días, sin su medio turno escolar, los niños de la escuela nacional del
Furrial, en el Estado Monagas? ¿Qué estarán haciendo
los preadolescentes de las escuelas públicas de Cabimas, en el Zulia? ¿Se
habrán cansado de correr por las veredas y callejones los niños sin clases de
los barrios de Caracas, de Valencia, de San Cristóbal?
Los tiempos han cambiado. Hoy un pequeño de 5 ó 6 años al
pasar dos días sin clases, sabe que no es fin de semana. Que no es tiempo de
vacaciones. Que algo está pasando. Que puede perder el año. En la televisión
los entrevistan. Opinan. Piden clases. Los niños asumen su papel de sujetos
activos de la sociedad.
En estos días de un nuevo paro de maestros, cabe también
preguntarse que hacen los padres de familia —en especial las madres— que tienen
sus hijos en las escuelas públicas. Son madres que en su gran mayoría trabajan
en la calle. La escuela, además de colaborar con la educación de los hijos, se
ha convertido en el medio ideal para canalizar hacia los sectores populares los
programas sociales del Estado: vacunación, becas, comedor, útiles escolares,
transporte. Es el principal medio de integración paulatina a la sociedad civil.
A través de ella se accedes a una amplia gama de actividades, cuyo costo sería
difícil de cubrir por una familia humilde, como paseos, visitas de interés,
informática, cultura y deportes. La escuela es la gran aliada de las familias
trabajadoras en la formación y el cuidado de los más pequeños.
Qué gran compromiso el de los docente.
Qué gran responsabilidad la del magisterio con la sociedad venezolana. Qué
deber tan sagrado el del Estado. Cuánta esperanza tiene el pueblo depositada en
ellos.
Es necesario que el sueldo real de los educadores les asegure
una vida digna acorde con su elevada misión; que se consoliden los aspectos de
seguridad social, que se garantice y exija a los docentes el acceso a planes de
actualización. Esto parece comprenderlo el gobierno, de acuerdo a la lectura
que hacemos del discurso oficial y al aumento preferencial otorgados a los
maestros por sobre otros empleados públicos. Urgente es también la dotación de
los colegios de condiciones óptimas para el desarrollo de los programas
educativos. Los estudiantes necesitan buenas instalaciones y excelentes
educadores, con vocación de servicio, bien preparados y con una sensibilidad
social acorde con el tamaño de los niños: INMENSA.
La
huelga en este sector no puede seguir siendo el instrumento de reivindicación.
Son muchos los inocentes afectados en su derecho a estudiar. Dejar sin
actividades escolares a miles de menores, provocando la angustia de padres y
representantes, por muy justa que sean las exigencias saláriales, nos parece
que es usar como instrumento a los más pequeños —precisamente a aquellos que
día a día depositan su confianza y futuro en sus educadores—. Debe haber otra
manera menos radical y humana de negociar, más aún cuando los actores son
profesionales de la enseñanza.
Los
venezolanos queremos, sin la amenaza de los paros, ver a los niños jugar en los
patios de la escuela, guiados por la mano amiga y sabia de su maestra o de su
maestro.
Reinaldo Bolívar
Profesor Universitario