El largo camino a
Ayacucho…continua
Reinaldo
Bolívar
Hernán Cortes jamás imaginó lo que sus ojos vieron en
la ciudad estado de México–Tenochtitlán. Grandes edificios tallados
rigurosamente en piedra, anchas calles debidamente trazadas y empedradas que
cruzaban simétricamente la ciudad. Que decir de las grandes torres y pirámides
todos de calicanto. “Un sueño” pensaron los invasores españoles. “No hay en toda
Europa ciudad alguna con tal esplendor” contaría Cortes a sus paisanos.
Cortés llegó a la península de Yucatán, procedente de
Cuba en una flota de 11 barcos. Luego marcharía hacia la capital del imperio
azteca con la disposición de clavar la cruz en la maravillosa tierra. De nada
valieron los gestos de buena volunta de Moctezuma. El gran jefe, conocedor de
la avaricia mercantilista de los buscadores de oro y plata, envió varios
embajadores con obsequio a fin de que los hombres barbados se abstuvieran de
pisar la tierra azteca.
Pero Cortés quería más de lo que recibía. Sembró,
ayudado por los traidores de entonces (cuya máxima expresión fue la ex indígena
Marina “La Malinche”), la división y la envidia entre los pueblos de la
península y logró entrar en Tenochtlitán. El mismo asombro que expresó de la
gran ciudad le sirvió para llenarse de odio contra la inmensa civilización
mesoamericana. Era audaz el Cortés, su habilidad lo llevó a entrevistarse con Moctezuma
que en un último intento por despedir al invasor le aceptó una baratija de
vidrios y lo colmó con más oro y vestidos de lujo que jamás el invasor volvería
a ver en su avara vida. Hernán Cortés fue recibido en México como un enviado
del cielo. En paz y alegría, con respeto y admiración los Mexicali dieron la
bienvenida al conquistador.
Pero el español tenía su agenda clara. La caída de
Tecnochtitlán a manos del invasor estuvo enmarcada en días de hambre, sangre,
dolor y miedo para los dueños de aquellas tierras ancestrales. El
mercantilismo, en su búsqueda de la riqueza fácil, dejó sin corazón y razón a
los españoles.
El historiador Sahagún, en su obra “Visión de los
vencidos”, describe acertadamente el let motiv de la invasión:
“Como si fueran monos levanta el oro…como que se les
renovaba e iluminaba el corazón. Como que cierto es que eso anhelaban con gran
sed…Como unos puercos hambrientos ansían el oro…Y anduvieron buscando por todas
partes, anduvieron hurgando, rebuscaron la casa del tesoro, los almacenes, y se
adueñaron de todo lo que vieron, de todo lo que les pareció hermoso…como si
fueran bestezuelas unos a otros se daban palmadas: tan alegre estaba su
corazón… Por todas partes se metían, todo codiciaban para sí, estaban dominados
por la avidez”
Lamentablemente Moctezuma creyó siempre que por la vía
diplomática y la complacencia al saqueador lograría disuadirlo, tal vez por
piedad, de que se fueran con las riquezas. Mas sucedió lo de siempre, Cortés
quiso todo, incluyendo el territorio y el gobierno. Un abnegado Moctezuma,
pensando evitar la masacre de los suyos, envuelto en lágrimas pidió a su pueblo
obediencia al Rey de España.
Pero los pueblos indígenas no nacieron para morir esclavizados
y apenas el emperador renunció a sus poderes, el pueblo Azteca se levantó en
armas contra el invasor impulsándolo de la ciudad hasta los dominios de los
tlaxcaltecas que habían sido convencidos por la “Malinche” de oponerse a los
aztecas. Ignoraba los tlaxcaltecas que ellos también serían arrasados por el
cruel español. ¡Cómo pesaría! la desunión en el oprobioso destino de meso
América
Cuahtémoc
Atrincherados en su ciudad de muros de agua, los mexicali
se dispusieron a defender con su sangre su legado y su historia. El valiente Cuahtémoc
se puso frente a su pueblo, y se negó en todo momento a aceptar las propuestas
de paz de la traductora y esposa de Cortés, la “Malinche”, embrujador ejemplo
de traición a su nación. Muy distante de otras guerreras aborígenes como la
guerrera y cacique Urimare, la hija del jefe caribe venezolano Aramaipuro.
Urimare escapó de los españoles para reunificar las fuerzas de Guaicaipuro y
enfrentar al invasor.
“Parece que quiere morir peleando”, decían los
españoles del joven guerrero Cuahtémoc. Dura resistencia la del príncipe
azteca. Hasta que poseído por la misma nobleza de Moctezuma, impotente ante las
penurias que sufría Tenochtlitan por el cerco de los invasores, aceptó el trato
de entregarse a cambio de la paz.
Y de nuevo la traición del español que lejos de irse,
se ensañó contra los aborígenes hasta hacerlos esclavos y comenzar a
desaparecer la gran cultura de las civilizaciones mexicanas, así como
desaparecieron a Cuauhtémoc bajo el silencio de la muerte. Hasta que Hidalgo y
Morelos reavivaron en Dolores su voz hecha grito de libertad.
Colón busca estrellas
Años atrás, en 1492, Cristóbal Colón, ambicioso
marino, mercantilista confeso, llega equivocadamente a la Abya Yala en busca
del mismo oro que rastreó Cortés por todo México y que se llevó teñido de rojo.
Colón trajo baratijas para cautivar a los pobladores de “Las Indias
Occidentales”. El cinismo del invasor quedó plasmado en su diario, sin ningún
tipo de vergüenza y respeto por aquellos que lo recibieron con agrado, con la
amabilidad que a bien tuvimos heredar de nuestros padres y madres aborígenes:
“…Y para que nos tuviesen amistad les di unos bonetes
colorados y unas cuentas de vidrios que se ponían al pescuezo y otras cosas más
de poco valor que les dio mucho placer. Después venían nadando hacia las barcas
de los navíos donde estábamos y nos traían papagayos, hilos de algodón en
ovillo, azagayas y otras muchas cosas, cambiándolas por otras cuentas de
vidrios y cascabeles…Me pareció que era gente muy pobre”.
Que pobreza mental la de aquel europeo. Incapaz de
reconocer sus propias miserias, Colón más que descubrir vías de navegación
inauguraba aquel aciago 1492 el modelo explotador que signaría la posterior
relación de desigualdad de la tierra que ellos bautizaron como América con los
imperios subsiguientes. Esas escenas que narra el marino en su diario se
sucedieron en una isla del Caribe. Esa gente noble que le llevó obsequios fue
arrasada posteriormente. La población indígena de insular se redujo en noventa
por ciento.
El Colón al que inexplicablemente le erigieron
estatuas en varias ciudades de América escribiría así de aquella noble gente:
“Hice tomar siete de ellos para llevarlos y que aprendan
nuestra habla y luego volverlos, salvo que Vuestras Altezas quieran llevarlos
todos a Castilla o tenerlos cautivos en la misma isla, porque con cincuenta
hombres los tendrán cautivos en la misma isla, porque con cincuenta hombres los
tendrán a todos sojuzgados y los harán hacer lo que quisieran”.
Estaba muy claro Colón: Transculturizar y dominar por
la fuerza era la estrategia. Sembrar de palacios, castillos y templos la Abya
Yala era la meta.
Solo el destino otorgaría castigo al iniciador de la
tragedia aborigen. De entrada el naufragio de la Nao Santa María y la emboscada
al fuerte Navidad en la primera rebelión indígena. En el fuerte Navidad se
habían quedado 39 españoles mientras Colon se reportaba en España exhibiendo a
los “indios”. Los 39 se dedicaron a hacer lo que sabían: robar en busca de y
abusar. No contaban con la indignación del Cacique Canoabo que con el arrase
del Navidad, dejó en claro que las cosas no serían tan sencillas para el
invasor. Era el año de 1493, a la nobleza y amabilidad aborigen se sumaba la
valentía, arrojo y nacionalismo de Canoabo, otra herencia que recorre las venas
de América Latina.
El marino Colón, recibió otra sanción del universo: no
consiguió ninguna de las riquezas que alucinaba, se conformaría con los papagayos
y ovillos de hilo y moriría olvidado en un rincón de Europa. Lamentablemente
dejo abierta la puerta para los cazadores de tesoros de las potencias europeas.
Los maravillosos Incas
Más al sur, en la América Meridional de Simón Bolívar,
en las encantadoras montañas del altiplano, Hernando Pizarro exclamaba
admirado:
“El camino de la sierra es cosa digna de ver, porque
en verdad, en tierra tan fragosa, en la cristiandad no se han visto tan
hermosos caminos, la mayor parte de calzada. Todos los arroyos tienen puentes
de piedra o de madera. En un río grande que pasamos dos veces, hallamos puentes
de red, que es cosa maravillosa de ver. Pasamos por ellos los caballos”.
Más sorprendido quedaría Pizarro al encontrarse con
los templos y palacios recubiertos en oro y plata en los que habita el Inca y
recibía a su padre el Inti, el dios sol. El Incanato estaba en lo que es hoy el
norte de Argentina, Chile, el sur de Colombia y los territorios de Ecuador,
Bolivia y Perú.
¿Cómo y por que se puede asesinar a los autores de tal
maravilla?
Ya lo contestaron los aztecas: “Como si fueran monos
levantan el oro…estaban dominados por la avidez”. No había otra razón para la
presencia europea en estos lares. Luego variaría por la búsqueda de la materia
prima, del café, cacao, ganado, guano, banano, minerales, petróleo… En el fondo
la misma estrategia. Lo que hoy llaman las empresas transnacionales: Búsqueda
de recursos.
Desde Centroamérica se fue Francisco Pizarro llevado
por las leyendas del oro en el incanato, en la tierra del Inca Huayna Cápaz,
padre de Huáscar y Atahualpa, que en mala hora decidieron enfrentarse por el
poder, para que de nuevo la desunión le jugará una mala pasada a otra de las
grandes civilizaciones. La pelea entre hermanos sería la perdición de toda una
nación.
Mientras ello sucedía, los jefes españoles afinaban
sus estrategias en coordinación. Pizarro fue a España a pedir los consejos de
su primo Hernán Cortés que le contaría en detalle como acabó con México.
Atahualpa, que había vencido a su hermano, se
convirtió en Inca. Al igual que Moctezuma intentó disuadir a Pizarro con
valiosísimos presentes. Y tal como Cortés, Pizarro lo quería todo.
Con cruel determinación Pizarro entró y atacó la corte
del Inca, lo capturó y luego de hacerle pagar un rescate en oro lo asesinó,
pensando que de esa manera terminaría con cualquier alzamiento indígena.
No obstante, la resistencia fue inmediata. Como
Canoabo en el Caribe y Cuauhtémoc en México se levantaron en el incanato el
hijo de Huayna Cápac: Manco Inca Yupanqui, quien rechazó el soborno del asesino
Pizarro quien pretendía convertir a Yupanqui en un títere, tal como lo hacen
hoy en día el actual imperio con sus lacayos.
Manco Inca Yupanqui, en plena coincidencia con la
visión de los aztecas ante el invasor español diría:
“Os enviado a llamar, en presencia de nuestros
parientes y criados, para deciros lo que siento sobre lo que extranjeros
pretenden de nosotros…Acordaos que los Incas pasados, mis padres, que descansan
en el cielo con el Sol, mandaron desde Quito hasta Chile. No robaban ni mataban
sino cuando convenía a la justicia…Ellos no tienen temor a dios ni vergüenza…Su
codicia ha sido tanta que no han dejado templo ni palacio que no hayan robado
ni se hartan, aunque toda la nieve sea oro y plata…Preguntó yo, estos
cristianos, ¿dónde los conocimos, qué les debemos o a cuál de ellos injuriamos
para que con estos caballos y armas de hierro nos hayan hecho tanta
guerra?...Me parece cosa justa que procuremos con toda determinación morir sin
quedar ninguno o matar a estos enemigos nuestros tan crueles”
Casi trescientos años después, en 1814,
muy cerca del Cuzco, en los andes venezolanos, en la ciudad de Trujillo, Simón
Bolívar lanzaba a los cuatro vientos un decreto similar al del Inca Yupanqui,
conocido como “guerra a muerte”, en el cual, en similares términos garantizaba
la muerte a los opresores extranjeros de Venezuela.
Al Manco Inca Yupanqui, lo sucedieron en
la guerra de resistencia Manco II y Titu Cusi.
El español reaccionó con ira y se hizo
más cruel. Así capturó y quitó la vida al heredero Túpac Amaru de apenas 15
años en 1572. Comenzaría así una cacería de más de doscientos años por América
y el mundo de los descendientes de los incas para evitar que siguiendo el
ejemplo de Manco Yupanqui se reagruparan en torno a un líder.
En 1780, en tierras del Perú, un
descendiente Túpac Amaru, José Gabriel Condorcanqui, encabeza una gran rebelión
de aborígenes y mestizos contra los españoles y se proclama Inca bajo el nombre
de su lejano pariente, el nuevo Túpac Amaru logró cercar el Cuzco, pero fue
traicionado por un cacique indígena. El valeroso Túpac Amaru fue ejecutado
junto con su esposa e hijos. Su nombre es hoy, en varios países de Suramérica,
símbolo radical de la lucha por los ideales populares.
Lautaro
La sed de oro no fue saciada con el
saqueo a los palacios incas en Perú. Pizarro comisionó a Pedro Valdivia a ir
más al sur, a las tierras chilenas. Era el año de 1544, innumerables indígenas
habían sido esclavizados y separados de sus familias, contribuyendo con ello a
la disminución de la natalidad y por consiguiente al crecimiento negativo de la
población aborigen. El oro hacía también que los españoles se pelaran a cuchillo entre
ellos.
Valdivia se topó de frente con unos
nativos que no estuvieron dispuestos a negociar ni a enviar embajadores de paz,
tal vez persuadidos, de alguna manera, de la matanza que se venía ejecutando
desde el norte de la Abya Yala. Sin mediar palabras salieron al paso del
invasor y lo recibieron con una salva de flechas. Eran los aguerridos araucanos,
también conocidos como Mapuches. El propio Valdivia cuenta que pasaban de
veinte mil.
“Comenzaron a pelear de tal manera que, prometo por mi
fe que en treinta años peleando contra muchas naciones, jamás he visto pelear
como estos indios pelean contra nosotros”
Uno de esos aguerridos hombres fue
Lautaro, quien se mezclo con la propia gente de Valdivia y aprendió de ellos
táctica militares españolas. Más tarde encabezó una gran rebelión y en batalla
derrotó y ejecutó al invasor Pedro Valdivia en 1553. Lautaro murió por la causa
de su pueblo, en batalla en 1557. La resistencia mapuche se prolongaría hasta
la segunda mitad del siglo XIX.
Como el valeroso cacique mapuche, los
próceres de la liberta Latinoamericana no dudaron siglos después en aprender
artes militares, tanto de los indígenas como de los europeos. Así Miranda y
Bolívar estudiaron tácticas militares en academias militares de España.
Guaicaipuro
En la misma época en la que Valdivia
intentaba la conquistar de Chile y fue detenido por las fuerzas de Lautaro y
sus mapuches, Juan Rodríguez Suárez, se enfrentaba a los bravos Caribes que
comandaba el Cacique Guaicaipuro, extraordinario líder y estratega militar que
confederó a las tribus de Los Teques, Caracas, y todo lo que hoy la zona
capital de Venezuela. Rodríguez Suárez, como Valdivia ante Lautaro, cayó
derrotado y muerto ante el empuje del valeroso cacique. Era el levantamiento
indígena venezolano contra la opresión española. Naiquatá, Guaicamacuto,
Aramaipuro, Chacao, Baruta y Paramaconi, entre otros, bravos caciques, cual
generales se pusieron bajo las ordenes de Guaicaipuro para quitarse el yugo
europeo. En ocasiones el español debió replegarse ante el empuje indígena. Solo
la trampa y crueldad del invasor pudo que el valor de aquel Cacique. La altivez
de los caribes de Guaicaipuro fundó la resistencia indígena en Venezuela que
hoy conmemoramos cada 12 de octubre, como expresión del regreso de nuestra
nacionalidad originaria.
Ayacucho
Y en la medida que caía los bastiones de
la resistencia indígena, el imperio ganaba espacio. Sus catedrales blancas y de
ladrillos intentaban sepultar el esplendor de pirámides y templos circulares.
El oscurantismo se impuso para que los subyugados ni siguieran pudieran leer
algo que los incentivará a reclamar algún derecho. En la Carta de Jamaica el
Libertador escribe, de seguro con tristeza e indignación:
“Tres siglos ha —dice usted— que empezaron las
barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón”.
Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen
superiores a la perversidad humana; y jamás serían creídas por los críticos
modernos, si constantes y repetidos documentos no testificasen estas infaustas
verdades.”
Conocía y sufría el insigne hijo de
Caracas la historia de su pueblo aborigen vilmente arrasado por la codicia
europea y que el imperio dominante se esforzaba en ocultar aprovechando el
dominio de los medios de difusión de la época.
La entereza, sabiduría y valentía
indígena era doblegada por la fuerza y la extinción programada. Pero se
renovaba con la sangre africana y la propia europea para constituir la
respuesta a la pregunta de Bolívar de ¿Quiénes somos?
Con toda esa herencia de valores y de
resistencia, quién puede sorprenderse ante la vocación libertaria de América.
Hay quienes aún creen que la historia libertaria comienza en el primer cuarto
del siglo XIX, en realidad lo que se inicia en 1804 en Haití y continua en
Venezuela, Argentina, México, Uruguay…Es la reconquista de la libertad que
ejercíamos antes de 1492. De allí la proclama libertaria de Bolívar en la
Sociedad Patriótica en 1811 “¿Trescientos años de calma no bastan?”.
Sencillamente era una lectura correcta de la historia, era decir “recuperemos
la libertad perdida, sigamos el ejemplo de nuestros antepasados indígenas”.
Idea nada romántica, pues en la Carta de Jamaica hay reiteradas referencias a
los grandes caciques como Moctezuma, Atahualpa y la reseña a la destrucción de
sus civilizaciones.
Así pues luego de la gesta emancipadora
de 13 años de guerra de independencia suramericana, el 9 de diciembre de 1824
se produce la gran convergencia de fuerzas en el Perú de los padres Incas.
Desde el Chile de Lautaro y de Bernardo Ohiggin's, desde el México de Cuautnémoc, Morelos e Hidalgo, desde
el Perú, Ecuador y Bolivia de Yupanqui, Tupa Amaruc y Manuela Sáenz, desde la
Argentina de San Martín y el Uruguay de Artigas, desde la Venezuela de
Guaicaipuro, Bolívar, Sucre y Luisa Cáceres de Arismendi, desde la Colombia de
Girardot y Ricaurte, desde el Caribe de Canoabo vendría los hombres y mujeres a
conformar el más valeroso de los ejércitos para poner fin definitivamente a la
presencia invasora de los europeos.
El 9 de diciembre de 1824, Antonio José
de Sucre, bajó las ordenes del Libertador Simón Bolívar, coronó la hazaña el
Libertador definió como “La Batalla de Ayacucho es la cumbre de la Gloria
Americana”.
Ayacucho es la Gloria Americana, puesto
que el Libertador había emprendido la campaña del sur convencido de que la
seguridad de cada una de las nuevas repúblicas dependía de la seguridad e
independencia de sus vecinas. Más aún ante los intentos europeos de conformar
una alianza militar para reconquistar a América.
Ayacucho se sucede en el año en el cual
Simón Bolívar convoca al Congreso Anfictiónico de Panamá (7 de diciembre, solo
dos días antes de la gloriosa batalla), en el objetivo de lograr la integración
política, económica, cultural, territorial y militar de los países de América
Latina. La victoria definitiva era el principal argumento, la moral para acudir
al llamado de unión de Simón Bolívar:
“Después de quince años de sacrificios consagrados a
la libertad de América, por obtener el sistema de garantías que, en paz y
guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya de que los
intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes
colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la
duración de estos gobiernos”.
Qué mayor verdad que aquella. Qué
vigencia tienen aún esas palabras.
Los imperios tienen ahora nuevas formas
de invasión, lo que algunos llaman elegantemente “neocolonización”. América
sigue teniendo tesoros que saquear, y también hay nuevas formas para hacerlo
que llaman de manera rimbombante “globalización”, algo así como “todo lo tuyo
es mío” a cambio de cuentas de vidrios, es decir, de préstamos a altos
intereses e inversiones golondrinas.
Al igual que nuestros padres y madres aborígenes
continuamos resistiendo. Los años 1830 – 1989 fueron como eso trescientos años
de resistencia indígena hasta la reconquista de la libertad en el siglo XIX. Los
años 1989 – 2004, han sido quince años de sacrificios consagrados a la lucha
contra el neoliberalismo salvaje que de a poco los pueblos de Suramérica ha ido
doblegando en batallas populares con el pueblo en la calle. No es ha sido nada
fácil, el camino ha estado poblado de desencuentros y hasta de traiciones, pero
el legado indígenas y de los libertadores son avales suficientes para alcanzar
el triunfo.
Porque es tiempo ya de la integración
definitiva de nuestros países. Para las republicas americanas a las que se
refiere Bolívar se forjen y transiten su propio destino de grandeza y dignidad.
Es tiempo de la llegar nuevamente a la cumbre de la gloria de Ayacucho.
(Escrito especialmente para el II Congreso
Bolivariano de los Pueblos. Publicado en el libro “!A paso de Vencedores!” (Varios Autores)