¿A quien no conviene la
transformación universitaria?
Reinaldo Bolívar
Fuera de
juego
En mayo del 2001, a
propósito de la toma del Consejo Universitario de la UCV, comenzaron a circular
por los correos electrónicos diversas propuestas para la transformación
universitaria. A partir de ellas, percibimos que hay una tendencia
internacional a revisar las estructuras de la educación superior. Con sus
bemoles leímos las propuestas de grupos de España, México y otros países
latinoamericanos. En verdad, no somos pioneros, cuestión en nada criticable. Lo
malo ha sido que las autoridades universitarias de la UCV, cabalgando sobre el
discurso de relacionar a los jóvenes propulsores de la transformación con el
gobierno; o la estrategia tangencial de algunos profesores que obviando el
fondo del asunto, se dedicaron a vociferar que “los tomistas no tienen
propuestas”; Pero ¡Señores! ¿Qué mayor propuesta que pedir una reforma
universitaria y abrir el debate para ello?
Pues bien, esos discursos
sirvieron para estigmatizar el asunto con los simplones argumentos de
intervención, indisciplina estudiantil, un par de conferencias, diez cuartillas
sobre cambios de algún trasnochado consejero universitario y la expulsión de
los dirigentes estudiantiles que en realidad significó la expulsión de las
ideas de transformación universitaria en la universidad venezolana, pues ya el
tema lleva dos años en un injusto sueño. Las mezquindades y parcelas
universitarias nos han dejado fuera de una positiva tendencia internacional.
Mientras tanto, la
obsoleta universidad medieval continúa su involución educativa. Incluso los consejos
universitarios ayer órganos todo-poderosos hoy parecen cansados, al punto de
delegar en los rectores funciones casi dictatoriales. O evaden sus
responsabilidades, como en el caso de la suspensión ambigua de clases en
diciembre 2002 y enero 2003, cuando un CU como el de la UCV, la ULA, LUZ, UDO y
UC fueron incapaces de pronunciar un sí hay o un no hay clases y se perdieron
por horas en las brumas de la ingobernabilidad. Por supuesto, sus subordinados
jerárquicos (consejos de facultad y escuela) hechos a imagen y semejanza de los
primeros, se adentraron en similares penumbras.
Es decir, que si ayer
sosteníamos que estas estructuras de poder debían dar paso a nuevas formas de
participación en la toma de decisiones pues venían ejerciendo con torpeza todos
los poderes universitarios, hoy añadimos algo más grave: deben desaparecer
porque no son capaces ni siquiera de administrar y ejecutar su propio poder.
No ponemos en duda que el
actual ordenamiento administrativo y representativo de la universidad
venezolana sea legal. Está regido por la Ley de Universidades de 1970. Pero
muchos de los aspectos de esa ley ya cumplieron su ciclo histórico y hoy están
a la zaga de la Constitución Nacional de 1999.
Ejemplo de ello es la
organización de las universidades que convierte a las facultades en
republiquitas federadas, el engorroso funcionamiento administrativo, la desequilibrada
composición y desmesurada competencia de los consejos; y el sistema electoral,
que luce desconectado del crecimiento cuantitativo y de la madurez política de
la población universitaria. Estos aspectos merecen algunos comentarios:
Sistema
Electoral:
Este último aspecto es
fiel reflejo del atraso universitario en la promoción de la democracia. Cuesta
creer que el mundo académico exista todavía el voto censitario y más que desde
dentro haya oposición a cambiar esta repugnante práctica. En la universidad
venezolana a las autoridades y sus consejeros los elige un claustro, a los
decanos y sus consejeros una asamblea. Pero lo más alarmante es la composición
de esos colegios electorales de los cuales se excluye a los docentes en el
primer escalafón (son 5) y a los contratados que junto con los docentes instructores
constituyen más del 50% del personal. Por otra parte, el voto estudiantil
(todos dicen que sin estudiantes no hay universidad…Pero al parecer sin estudiantes
si hay autoridad) representan sólo el 25% del voto profesoral. Por supuesto,
por alguna razón inexplicable –que hasta la propia Constitución recogió-, los
empleados no votan, cualquiera sea su rango. Son una suerte de eunucos
políticos, por lo que siempre estarán enfrentados a un sistema interno que los
trata como simple asalariados. Cambiar este estado de incoherencias luce cuesta
arriba. En las últimas elecciones decanales, un grupo de profesores
instructores y contratados ganó un amparo electoral en el TSJ que fue apelado
en Sala Constitucional por las autoridades ucevistas (ósea, profesores
impidiendo votar a sus colegas). Ese grupo de negadores del voto son los hoy
dicen luchar por “la democracia y libertad universitaria”, algo así como
“mírenme y no me toquen”. Hasta un rector ha dicho que la universidad no hay
que cambiarle nada.
Ahora bien, a pesar de
estos mecanismos excluyentes, la abstención electoral en universidades como la
UCV sobrepasa a veces el 80% y en algunas escuelas el 90%. Por lo que muchos
consejeros de facultad y universitarios, cuyos nombres son apenas conocidos,
pues las campañas se realizan por teléfono entre grupos amarrados, son elegidos
hasta con un 10% de los votos válidos. Quiere decir que la representatividad de
los organismos de cogobierno no es tal, y menos su legitimidad.
Composición
y competencia de los Consejos:
Esta falta de
representatividad se hace más grave aún, debido a que por lo general son
postulados y electos los docentes y estudiantes de las facultades y escuelas
con mayor población estudiantil lo que da como resultados consejos de facultad
en los que puede haber una mayoría absoluta de una sola escuela. La situación
se agudiza debido a que los directores de escuela no tienen voto y los
estudiantes apenas poseen dos. Vale decir que estamos frente a organismos donde
no hay un respeto legal por las minorías. En el caso de los consejos universitarios,
estos suelen convertirse en escenarios de confrontación entre representantes
profesorales y decanos cuya sola presencia hace mayoría absoluta.
En cuanto a la
competencia, los consejos tratan cualquier asunto por más nimio que parezca:
Desde el presupuesto hasta una carta contra un empleado, una denuncia o un
chisme. Su “omnipotencia”, les hace creer que deben discutir, oponerse o
aprobar cualquier cosa, lo cual hace que los procesos administrativos, desde su
iniciativa, ya nazcan con 15 días de retraso, que es el tiempo que tarda un
consejo de facultad en conocerlos y debatirlos, cuestión esta que puede
significar meses y hasta años de acuerdo al matiz político que el asunto tenga.
Los consejos son especialistas en diferir casos polémicos mientras se cuadran
los votos en pro o en contra. A ese tiempo, deben sumarse las semanas que
pasará el caso en el CU. Esta inercia y poco eficaz accionar en la toma de
decisiones, arrastra consigo a todos los procesos administrativos de la
universidad.
Estos organismos, a veces
parecen estar de espaldas al ordenamiento jurídico venezolano. Los consejeros
son una suerte de parlamentarios con inmunidad total, pueden acusar y juzgar a
su acusado porque ignoran el significado de la inhibición. Interpretan y
reinterpretan sus propios acuerdos y resoluciones; se alejan o acercan adrede
de la ley de procedimientos administrativos. Pero lo más insólito del caso, es
que estos funcionarios se distraen de sus verdaderas tareas ocupados en
pequeños detalles de su encogido mundo. De tal manera que relegan los grandes
problemas y asuntos de la docencia, la investigación y la inserción
universitaria en el desarrollo de las localidades y el país.
¿Cómo
iniciar la transformación?
Sin embargo, a pesar de
ser los organismos de cogobierno y buena parte de las autoridades
universitarias, secundados por el clientelismo universitario, los principales
obstaculizadores de los procesos de transformación de la universidad, estas
instancias, principalmente el CU, aún tienen la oportunidad histórica de
decretar desde adentro la renovación, transformación o reestructuración o como
quisieren bautizarla. Deben descongestionar sus funciones mediante la creación
de nuevos y dinámicos organismos de cogestión y de mayor participación. Para
ello los consejos universitarios tienen necesariamente que aprobar un período
breve de transición lo cual, obviamente, significa su disolución tal y como
están concebido. Claro está que para ello es imperativa una amplia convocatoria
de voluntades y de ideas. Una transición que vaya de la mano con una nueva ley
de universidades y de educación superior. Pero, es fácil deducir que este
escenario, presenta toda la oposición que podamos imaginar por parte de los que
hoy ejercen y quisieran seguir en el ejercicio del poder universitario.
Ahora bien, si los
organismos de cogobierno no tienen la hidalguía histórica de tomar esta
iniciativa, entonces quedan dos escenarios posibles: El primero, que ya está en
el ambiente, el de un movimiento interno creciente de universitarios que empuje
las reformas. Una verdadera revolución interna que motorice los cambios con
propuestas y movilizaciones constantes. El segundo sería la presión externa, en
la cual la sociedad, el pueblo, reclamará de sus universidades que se pongan en
sintonía con las tendencias internacionales y con los procesos de cambios que
vive el país. Estos reclamos, no vendrían precisamente del gobierno, sino de
los sectores académicos, de la sociedad civil organizada, de los jóvenes, de
los padres y madres que más temprano que tarde exigirán cambios en la
legislación universitaria.
Lo deseable sería que el
proceso comience desde adentro e integre a todos los interesados hasta llegar a
los necesarios consensos donde los haya y la superación de los disensos por
vías democráticas. Porque si la universidad venezolana no emprende de manera
visible y con resultados palpables su reestructuración, inevitablemente perderá
su esencia universal, su diversidad; continuará aislándose de la realidad
nacional y mundial y se desdibujará como espacio para la discusión de los
grandes asuntos de la humanidad y de sus alternativas de solución. Los
universitarios (a) integrales, los que han hecho de la búsqueda del saber su
vocación y razón de ser estamos obligados (a) evitar tan oscura posibilidad.