En
mi pueblo había un río
Reinaldo Bolívar
Mientras
escucho a Serenata Guayanesa, observo el mapa físico de Venezuela. Está surcado
de caprichosas líneas, de venas azules. Tal vez por eso llamaron al país "tierra
de gracia", por la majestuosidad de sus aguas.
Recuerdo
a nuestro profesor de geografía mostrándonos las Cuencas Hidrográficas. "La
mayor de ellas —decía, señalando con una antena el mapa— es la del padre río,
el Orinoco. Allí directa o indirectamente, van a tributar la mayoría de los afluentes.
De los Llanos, de Guayana y de Oriente". Nos explicaba que muchos caen al
Apure, el segundo más largo del país. Seguía con la Cuenca del Mar Caribe. Nos
conversaba con alegría del Neverí, del Manzanares, el de la canción "déjame
pasar, que mi madre enferma me mando a llamar"; con añoranza del Guaire y del
vital, pero contaminado Tuy. Se emocionaba para hablarnos de la Cuenca del Lago
de Maracaibo, con sus caudalosos Escalante, Limón y
Catatumbo, "el del eterno rayo". Se entristecía, cuando inevitablemente se refería
a la contaminación del emblemático lago. La indignación lo invadía al
conversarnos sobre la Cuenca del Lago de Valencia, en la que desemboca el que
fuera una vez límpido y travieso como su nombre: El Cabriales.
Alrededor
de los ríos han nacido las grandes civilizaciones de la historia de la
humanidad. Como la Egipcia junto al Nilo, la
Mesopotámica entre el Tigres y el Eufrates. Los ríos prestan sus alegres nombres
para bautizar poblaciones y regalan con generosidad alimentos, riego, agua,
energía, transporte, leyendas y sosiego
Entre
otros motivos, al viajar por nuestro país vamos atraídos por el agua dulce y
renovadora del río o riachuelo del pueblo. Transparentes son los que bajan al Pie
de Monte Andino, zigzagueando entre piedras blancas. Espumosos y energéticos
los del Macizo Guayanés. Cristalinos, cual esmeralda los llaneros y orientales
que pasan regando de verdor las tierras.
Llamaba
nuestro profesor a preservar sus cabeceras, sus márgenes, a no talar, ni
construir en sus orillas. Comentaba las consecuencias que puede tener la
construcción de una represa para los ecosistemas. Para los asentamientos, que
hasta llegan a desaparecer si están en el lecho del embalse. Hoy en China,
construyen la presa más grande del mundo, que con todo y sus progresos,
sepultará siglos de historia y cambiará para bien o para la eterna nostalgia la
vida de muchos, como pasó aquí con San Francisco de Tiznados, el terruño del
prócer Juan Germán Roscio.
Detallo
el mapa. Visualizo los múltiples cauces secos que pasan por debajo de los
puentes de las carreteras del país. Significa que de la serpenteante línea
azul, tal vez solo quede el nombre, que los bosques de su cabecera y sus
márgenes fueron arrasados. Quiere decir que un día volverá para reclamar su
espacio. Cuando se seca un río, muere un pedazo del pueblo, de su progreso, de
su poesía, de su esperanza.
Debe
ser prioridad del Estado acelerar los proyectos —sabemos que existen— para
rescatar y conservar las cuencas hidrográficas aprovechando racionalmente su
potencial... No dejes morir tu río.
Reinaldo
Bolívar es profesor universitario.
El Universal,
14 de junio 2001
reibol@cantv.net