Declaración
de los obispos católicos de Chile
Numerosas
personas y medios de comunicación social han solicitado el
pensamiento de la Iglesia Católica acerca de las indicaciones
presentadas por el Gobierno al proyecto que modifica la Ley de
Matrimonio Civil. Al respecto, los Obispos del Comité
Permanente de la Conferencia Episcopal sienten el deber de hacer
públicas las siguientes reflexiones:
1. La
situación de la familia en Chile está siendo cada vez más
precaria. Son muchas las uniones conyugales que se deterioran
porque no logran crear ese ambiente de paz y mutuo apoyo con el
que soñaron a la hora de contraer matrimonio.
2. Por
eso, el bien de nuestra patria y de sus hijos pide,
imperiosamente, que se realice lo que postula nuestra Constitución
Política, es decir, que el Estado cumpla con su deber de dar
protección a la familia, y de propender a su fortalecimiento.
Hemos de focalizar los esfuerzos principalmente en poner todas
las condiciones que sean favorables a la vida familiar. Pensamos
que ésta es la tarea más urgente de la sociedad y del Estado:
cómo hacer que se formen hogares estables, en lugar de
facilitar su disolución; y cómo abrir espacios para que
diversas instancias ofrezcan los medios que ayuden a las
familias a consolidarse y a cumplir con su misión, en medio de
las dificultades que les presenta la actual realidad. Trabajar
para que las crisis sean superadas y para evitar las rupturas,
ésa es la tarea más urgente e importante.
3. Sin
embargo, no podemos ignorar la existencia de las rupturas
matrimoniales. Son procesos muy dolorosos, a veces realmente
traumáticos, para los esposos, sus hijos, sus parientes y
amigos, y también para la sociedad. Son familias, historias de
amistad y entrega, vínculos de confianza, y grandes esperanzas
las que se rompen. Quisiéramos que este tema se trate en Chile
con el máximo de respeto y de responsabilidad. Que busquemos
los mejores caminos para evitar las rupturas, y para atenderlas
con delicadeza hacia las personas, y con mucha sabiduría, a fin
de preservar los valores humanos y sociales que están
involucrados en esta materia. Es urgente atender a esta situación,
pero sin caer en precipitaciones que nos lleven a cometer graves
errores.
4. En este
contexto, nos parece que el actual proyecto de Ley sobre
Matrimonio Civil y las indicaciones formuladas por el Poder
Ejecutivo, aunque contradicen convicciones de la Iglesia y no
toman en cuenta las graves consecuencias que se desprenden de la
disolución del matrimonio mediante el divorcio, según la
experiencia de otros países, contienen elementos positivos, que
son un avance respecto de la actual legislación.
5. Como elementos positivos destacamos, en primer lugar, la
abolición de la causal que se ha utilizado hasta ahora para la
práctica del divorcio fraudulento. También el
perfeccionamiento del sistema de nulidades y la introducción
del necesario proceso de mediación, que sin duda podrá salvar
a numerosos matrimonios. Asimismo valoramos el establecimiento
de un virtual estado civil de separados.
6. Pero
tenemos serias preocupaciones. En primer lugar, por los
fundamentos sobre los cuales se formulan las indicaciones del
Poder Ejecutivo. A nuestro juicio, carecen de la consistencia
valórica que merece la familia. El concepto de matrimonio que
se propone no incluye la intención de contraer el vínculo por
toda la vida, ni tampoco la voluntad de procrear. El concepto de
familia que desarrollan las indicaciones omite la intención de
los esposos de crear para siempre una comunidad de amor. Y la
noción del hogar común no incluye a hijos. Es decir, las ideas
fundamentales de la indicación apuntan más bien a un pacto de
convivencia que a un verdadero contrato de matrimonio.
7. Por
otra parte, el Mensaje del Ejecutivo desconoce la convicción de
innumerables chilenos, para quienes una propiedad natural del vínculo
matrimonial es que sea para toda la vida, pues afecta, como tal,
derechos humanos fundamentales de los miembros del grupo
familiar y, por lo tanto, el bien común de la sociedad. Ellos
tienen derecho a contraer matrimonio conforme a sus
convicciones.
8. La
innovación más radical del proyecto de ley es la introducción
no sólo del divorcio vincular, sino del divorcio por voluntad
unilateral de uno de los esposos luego de cuatro años de haber
cesado la convivencia. En caso de llegar a aprobarse, el simple
abandono o repudio de uno de los esposos - sea cual sea el
motivo- llegaría a tener la fuerza jurídica suficiente para
terminar el compromiso de vida establecido en el contrato
matrimonial, dañando al otro cónyuge y a los hijos aún más
que el divorcio fraudulento actual, que todos rechazamos. Como
consecuencia, la estabilidad del matrimonio, expresada en la
indisolubilidad del vínculo, que es un bien protegido por la
sociedad, porque la afecta justamente en sus fundamentos, es
decir, en su célula básica, perdería su calidad de ser una
institución de orden público y pasaría a ser manejada
solamente en el ámbito de los derechos individuales, desplomándose
su protección social. O sea, la disolución del matrimonio, que
algunos quieren considerar un mal menor, pasaría a ser un
virtual bien jurídico.
9. Otro
aspecto muy delicado que nos llama la atención, porque
contradice en la práctica los elementos positivos de las
indicaciones, es que, si se estableciera un divorcio con las
características señaladas, se perdería gran parte de los
avances que presentan las indicaciones del Ejecutivo para ayudar
a resolver la mayoría de las situaciones de ruptura. El
perfeccionamiento del sistema de nulidad civil dejaría de tener
sentido práctico, ya que resultaría más fácil para el cónyuge
que desea terminar por sí solo su compromiso matrimonial no
acudir a un juicio, y recurrir al divorcio simplemente
abandonando el hogar y dejando pasar el tiempo que se
establezca, sin considerar al otro cónyuge. Algo similar
ocurriría con el sistema de mediaciones.
10. Chile
tiene la oportunidad histórica de hacer las cosas mejor que
otros países, que hoy sufren muy graves consecuencias humanas y
sociales por no haber sabido adoptar en esta materia leyes que,
tras un quiebre conyugal, puedan recoger la recomposición de
los vínculos interpersonales, pero respetando al mismo tiempo
la institución del matrimonio estable, que es la mejor base
para que la familia cumpla lo mejor posible el rol que le
corresponde en la sociedad.
11.
Pedimos que en el trámite parlamentario se logre superar la
posición extrema que presenta el proyecto de ley, con el fin de
que se busquen y encuentren soluciones a los problemas señalados
y a los demás del proyecto, pero sin atentar con ellas contra
el principal cimiento de la familia que es la institución del
matrimonio para toda la vida.
12. Cuando
está en juego el bien de los hijos de nuestro pueblo, invitamos
a orar a todos los que comparten nuestras preocupaciones.
Pidamos a la Virgen del Carmen, Reina de Chile, que interceda
por quienes tienen más responsabilidad en el cuidado del bien
común, y para que el futuro de nuestra Patria tenga su
fundamento vivo en la estabilidad de la familia.
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"Si
muere el amor,
el matrimonio es un cadáver"
A
diferencia de los católicos, los protestantes piensan que lo
que sustenta a una pareja no es una norma, sino que la voluntad
de vivir juntos. Por lo que son partidarios de una ley de
divorcio que no dilate la separación cuando ya no hay vuelta
que darle
Pastor
Martin Breitenfeldt, brtnfldt@vtr.net
Iglesia Evangélica Luterana en Chile*
Pertenezco
a la rama centro europea de la iglesia católica que unos 450 años
atrás se desvinculó de Roma. Los cristianos católicos son
nuestros familiares más cercanos en la familia religiosa y nos
estamos esforzando por establecer y mantener vínculos ecuménicos
constructivos con ellos. En ese marco deben entenderse los
comentarios que formularé enseguida acerca de "Declaración
sobre el proyecto de Ley a Matrimonio civil", emitida
recientemente por la Conferencia Episcopal de Chile.
Nosotros
los evangélicos coincidimos con nuestros hermanos en Cristo en
que el matrimonio y la familia son instituciones importantes que
hay que proteger y promover. Afirmamos con todo vigor que
"hemos de focalizar los esfuerzos principalmente en crear
todas las condiciones que sean favorables a la vida
familiar."
Pero no
pensamos que el enfoque de los obispos católicos sobre una ley
de divorcio sea el único posible para un cristiano. Me atrevo a
decir que muchos católicos discrepan de sus obispos a este
respecto.
Ninguna
denominación cristiana particular posee el monopolio sobre lo
valórico ni la autoridad legítima para sugerir que su fórmula
constituye el único camino que llevará al fin deseado.
Lo que a
nosotros nos preocupa es que, sin mencionarlo explícitamente,
el liderazgo clerical católico romano está tratando, una vez más,
de convertir una convicción religiosa particular -la de que el
matrimonio es un sacramento y por ende, indisoluble- en una ley
para la sociedad civil, vigente para todos, sean fieles católico
romanos u no. Pero el Estado chileno no es confesional. No
creemos que esto resulte aceptable en un país occidental
pluralista y democrático del siglo 21, cuyos ciudadanos tienen
derecho a la autodeterminación en sus estilos de vida, siempre
que no lo hagan a costa de los demás.
Los
protestantes tenemos sin duda nuestras normas de conducta
ideales, que difieren de una denominación a otra, e incluso
entre los propios fieles, y que abarcan desde las
ultraconservadoras hasta las muy liberales. Pero ni qué decir
que no tenemos la pretensión de imponer esas normas a los demás.
Aunque el
Estado y las iglesias coinciden en la valorización y protección
del matrimonio, nosotros no confundimos fe con razón, Iglesia
con Estado, y servicio a la sociedad con dominio ideológico de
tendencia teocrática.
No
obstante, estamos dispuestos a compartir nuestro testimonio de
la fe en Dios, exponiendo también nuestra visión ética, cuya
base y fin es el respeto frente toda la vida en la diversidad de
sus expresiones. Si participamos en el debate público sobre el
proyecto de Ley de Divorcio lo hacemos para aportar con nuestra
visión, con la esperanza de que cada cual saque de ella lo que
le parezca válido.
Punto de
partida de nuestras consideraciones como evangélicos es el
individuo, siempre falible y siempre llamado a vivir su vida en
libertad, dignidad y responsabilidad frente a Dios y a su prójimo.
Nuestra antropología cristiana supone la existencia de hombres
y mujeres dispuestos a usar su propio discernimiento para la
adopción de sus decisiones valóricas.
En el
centro de nuestro mensaje evangélico se presenta un Dios que se
solidarizó completamente con la humanidad, haciéndose hombre
en la persona de Jesucristo. Creemos que asumió la realidad
humana hasta la desesperación total y la muerte, como forma de
liberarnos del pecado y sus ataduras y consecuencias. El
Resucitado nos alienta desde el Evangelio: "Yo soy la Vida
y quiero que ustedes tengan vida en abundancia". Fue el
propio Jesús quien dijo a sus discípulos que la ley había
sido hecha para el ser humano, y no el ser humano para la ley.
Pronunciamiento que lo llevó a la confrontación con la religión
oficial de entonces, que no vacilaba en utilizar el nombre del
mismo Dios.
Inspirados
en el ejemplo de Jesús, los protestantes consideramos que la
vida humana y la solidaridad con los que sufren son más
importantes que el respeto de las tradiciones, por sacrosantas
que éstas sean.
En su
declaración la Conferencia Episcopal de Chile admite que, pese
a la masiva y larga presencia católica en Chile y a la
inexistencia hasta ahora de un ley de divorcio, "la situación
de la familia en Chile está siendo cada vez más
precaria". Lo que comprueba de partida que una legislación
análoga al Derecho Canónico no ha logrado impedir lo que los
obispos católicos interpretan como deterioro de los valores.
Sin embargo, advierten contra las nefastas consecuencias de
establecer por ley el divorcio en Chile.
Nosotros,
en cambio, afirmamos que es necesario reconocer que en un mundo
imperfecto, por la persistencia de "la dureza del corazón
humano", según lo expresa la Biblia, es necesario disponer
de mecanismos para manejar en forma constructiva aquellos casos
de matrimonios quienes no tienen futuro. Para este fin, el
protestantismo, en su gran mayoría, afirma que Chile debe tener
una ley de matrimonio civil que incluya el divorcio. Con su
experiencia como iglesia fuertemente arraigada en los sectores
humildes de la sociedad chilena ,conoce muy bien cuáles son las
lamentables secuelas de la falta de una ley que procure de forma
ordenada, veraz, justa y lo menos dañina para las personas
involucradas la disolución de un matrimonio fracasado.
Nosotros
los protestantes creemos, junto con los demás cristianos, que
la unión entre una mujer y un hombre es un don de Dios.
Afirmamos también que nuestro ideal de convivencia es un
matrimonio hasta que la muerte separa a sus integrantes, y quisiéramos
ver que toda pareja y familia sea feliz. Pero no creemos que las
prohibiciones puedan garantizar ese resultado. Donde
definitivamente ese ideal ha dejado ser viable, hay que asumir
las realidades y actuar en consecuencia para que la vida continúe.
Si hay una
crítica nuestra a los proyectos de ley en discusión, consiste
en que todos prevén un trámite muy largo y complicado para
decretar la disolución de un matrimonio, lo que resulta
evidente sobre todo en los casos en que ambos cónyuges anhelan
la disolución. La declaración del episcopado católico chileno
dice, acertadamente, que las rupturas conyugales dan origen a
"procesos muy dolorosos, a veces realmente traumáticos".
Creemos que la prolongación de ellos redundará sólo en
mayores perjuicios y sufrimientos para las personas
involucradas. Definitivamente no ayudará a crear parejas y
familias más felices.
Creer en
la institución del matrimonio perpetuo y pedir una ley de
divorcio parece contradictorio a primera vista, especialmente a
quienes desconocen alternativas eclesiásticas al modelo católico
romano. Pero la misma Biblia, nuestra única base de fe y
conducta como protestantes, presenta una variedad de modalidades
de vivir el amor entre el hombre y la mujer. La Sagrada
Escritura no alude en ninguna parte al matrimonio en tanto
sacramento. Además, en ninguno de los dos testamentos hay una fórmula
jurídica que pudiera reclamar validez para todos los tiempos.
Pero lo
que más nos importa es el testimonio del Nuevo Testamento que
destaca el amor como elemento característico clave para la
convivencia matrimonial. Mientras el documento de la Conferencia
Episcopal menciona la "institución" (la estructura)
como cimiento de la familia, la convicción protestante es que
el amor constituye el factor clave, que no puede ser sustituido
por una mera formalidad que escamotee y perpetúe el deterioro
de la relación.
El amor
matrimonial es mucho más que la pasión. Se expresa en el
respeto mutuo, la fidelidad, el compromiso, la capacidad de
perdonar, la paciencia, la felicidad sexual, el comportamiento
pacífico, una visión compartida, y mucho más. Estos valores
del matrimonio, casi olvidados a finales de la edad media
occidental, fueron reivindicados por la reforma protestante
iniciada por Lutero e inaugura una nueva forma de concebir a la
luz del Evangelio la vida de casado y casada. El matrimonio
obviamente tiene sus implicaciones jurídicas y económicas y es
el lugar adecuado para que nazca la descendencia. Lo más
importante, sin embargo, para nosotros los evangélicos, es que
el matrimonio constituye una relación personal caracterizada
por el amor.
Cuando
esta relación se ve mortalmente dañada, el matrimonio deja de
tener sentido. Malas relaciones no se mejoran por la vía de
amarrar las contrapartes en una cadena perpetua o
inadecuadamente prolongada. Donde ya no hay contenido, el receptáculo,
por más valioso que sea, deja de tener sentido y derecho. El
cadáver de un muerto no revive por el hecho de que permanezca
insepulto.
Por ende,
hay que asegurar la posibilidad de divorcio dentro de plazos
adecuados, de modo que las contrapartes tengan la posibilidad de
rehacer sus vidas. La propia Biblia sentencia que "no es
bueno que el hombre esté solo". En nuestra iglesia,
bendecimos a personas divorciadas cuando se vuelven a casar. Sin
duda, no es lo ideal, ni copia feliz del diseño de Dios. Pero
nosotros confiamos en un Dios que comprende nuestras debilidades
y defectos, que perdona y sana, y que permite seguir viviendo
también al derrotado y dañado.
Los evangélicos
luteranos nos consideramos, en el mejor de los casos,
"pecadores justificados ante Dios", pero en ningún
caso perfectos, y tampoco exigimos la perfección en los demás.
Ahora bien, ningún matrimonio fracasa sin culpa por parte de
los cónyuges, siendo el deber de la iglesia es anunciarles el
perdón de Dios. Pero nos preguntamos seriamente si el argumento
de la culpa puede, como se estipula en el proyecto de ley que
discute el Congreso, erigirse en un criterio en la evaluación
jurídica de un fracaso conyugal.
Igual
reparo nos provocan algunas referencias a la conducta sexual de
los cónyuges. Nos parece que algunos conceptos que se manejan
en los distintos proyectos presentados -"adulterio",
"error en alguna cualidad personal determinante",
"adopción de conductas contradictorias con el
matrimonio", "deberes sexuales",
"fidelidad" etc.- tienden a describir la realidad en
blanco y negro y envuelven el peligro de discriminación en
perjuicio de expresiones sexuales que no son ni pueden ser
ilegales en Chile.
De otro
lado, el documento de la conferencia episcopal condena
indiscriminadamente al cónyuge que pide de forma unilateral el
divorcio, como si esta parte siempre tuviese la plena culpa del
fracaso. Pero la realidad es más compleja. El marido que sufre
de constante apocamiento psicológico por parte de su mujer, por
dar un ejemplo, tiene todo el derecho de pedir el divorcio sin
sentirse condenado por nadie, mucho menos por la ley.
Este punto
me lleva una vez más a la distinción de criterios. Para
nosotros los evangélicos, el matrimonio legal pertenece al ámbito
de la vida externa, que se organiza en las sociedades según el
conocimiento natural y el criterio cultural de las mismas. En la
gran mayoría de los países donde viven protestantes, nosotros
como iglesia no declaramos a nadie esposo y esposa, sino que nos
limitamos a bendecir, litúrgicamente, a hombres y mujeres que
han optado por vivir juntos para siempre. No somos ni debemos
ser nosotros en tanto iglesias los que actúan como organismos
certificadores de matrimonios. El hecho de que el protestantismo
chileno haya jugado un papel determinante en la lucha por la
celebración del matrimonio ante un registro civil no es pura
coincidencia.
Por eso
mismo, nosotros los protestantes en este país mantenemos la
convicción de que las iglesias tampoco deben asumir papel
alguno en el trámite de la disolución de matrimonios civiles.
Nos resulta igualmente inadmisible que los ministros religiosos
asuman el papel de mediadores oficiales en el procedimiento
tendiente a determinar si una pareja que contrajo el matrimonio
civil está o no irremisiblemente quebrada. Por cierto, los
fieles tienen derecho a buscar, voluntariamente, consejo,
orientación o mediación en su pastor, pastora, sacerdote,
rabino, etcétera. Pero en el proceso de la disolución legal de
lo que es un contrato celebrado ante el Estado, éste no debe
permitir el involucramiento de ninguna iglesia.
No sólo
rechazamos nosotros el involucramiento de las religiones en
declaraciones de la nulidad de matrimonio, sino también el
concepto mismo de nulidad. Esta significa declarar que nunca
hubo lo que en la abrumadora mayoría de los caso sí hubo:
matrimonio. En consecuencia, en vez de hablar de nulidad, nos
parece que debe hablarse de derechamente de divorcio, reconociéndose
que hubo matrimonio, pero que éste terminó.
Nosotros
los protestantes creemos que hay que tratar de ver el mundo como
es, de forma realista y veraz. Por ende, estamos muy satisfechos
de que vaya desapareciendo el concepto de nulidad como base del
divorcio fraudulento. Pero no nos gustaría ver que lo que se ha
despedido por la puerta principal, entre otra vez por la puerta
trasera. Obviamente, siempre habrá algunos pocos casos en que
será necesario anular matrimonios, basándose en causales bien
precisas. El número de estos casos será solo de muy poca
importancia si las instancias estatales trabajan en forma
eficiente.
Cuando Jesús
habló de la insolubilidad del matrimonio, no lo hizo para
instalar un sacramento. Lo hizo para proteger a las mujeres, en
términos económicos. En aquellos tiempos, la mujer despedida
por su marido caía en la más absoluta pobreza. Hay que
preguntarse si los proyectos de ley que se están discutiendo
aquí y ahora están tomando en cuenta este criterio, cuya
comprensión no requiere ninguna fe específica. Aunque un
matrimonio sea disuelto, puede haber obligaciones materiales que
nunca terminan. Ejemplo: una mujer ha sacrificado su potencial
carrera por el matrimonio y la creciente familia. La relación
con el marido se desintegra y tras los procedimientos
necesarios, el matrimonio se disuelve. Para ella, el sacrificio
en lo profesional y económico no se recupera por la disolución
del matrimonio, y mucho menos si está con los niños nacidos en
esta unión. Esa mujer puede verse afectada para el resto de su
vida. La ley tiene que buscar protección permanente de los débiles
en la ruptura de un matrimonio.
Como
protestantes, nos inclinamos, pues, por una legislación liberal
y moderna. El bien común no está en peligro por la dictación
de una ley de divorcio en Chile. Pero si ella no llega a
promulgarse, seguirá amenazado el bien individual de muchos
hombres, mujeres, niños. No compartimos, pues, los temores de
la Conferencia Episcopal de Chile cuando se refiere a "las
graves consecuencias que se desprenden de la disolución del
matrimonio mediante el divorcio, según la experiencia de otros
países." Aunque sabemos que la cifra de divorcios
posiblemente aumentará, creemos que una legislación de este
tipo no perjudicará al matrimonio ni a la familia, sino que
fortalecerá la calidad de una convivencia que es mucho más que
una unión formal. Quizás lo que el flanco más conservador de
la iglesia católica quiere ver como deterioro de valores, es,
en realidad, un avance en materia de honestidad. Siempre ha sido
la convicción y el estilo del conservadurismo religioso de
todas las creencias, incluso las nuestras, advertir con cierto
dramatismo que el bien común está seriamente en peligro si no
se adoptan las propias sugerencias. Nos gustaría que nuestros
hermanos en Cristo pudiesen tratar el tema con más calma y
confianza.
A despecho
de lo que sugiere el documento de la Conferencia Episcopal, cabe
destacar también que ninguna pareja estará obligada a
divorciarse; y que ninguna ley de divorcio, ni la más liberal,
impide a nadie que ejerce un derecho humano básico, como es
vivir el matrimonio conforme a las propias convicciones. Sólo
quien trata de imponer su modelo a los demás corre el peligro
de atacar y limitar derechos humanos fundamentales del prójimo.
Todos los
que viven como parejas deben poder contar con el máximo apoyo
para mejorar y fortalecer su relación, incluso de la iglesia o
confesión a la que pertenecen o a la cual quieren incorporarse.
Nuestra pastoral evangélica cuenta con dinámicas y facilidades
que ayudan y no condenan en caso de crisis. Esa es una de
nuestras contribuciones al bien común en lo tocante al
matrimonio y la familia, y nos gustaría ver que las demás
iglesias que tanto y con buena razón destacan el valor estas
instituciones vieran y practicaran la suya de forma similar, de
modo que los casados vivan felices hasta el final sus días en
el amor, respeto mutuo y la responsabilidad, formando el núcleo
fundamental para una sociedad más sana, honesta, pacífica,
justa y libre. Matrimonio y familia no se protegen por
prohibiciones, sino mediante la creación de condiciones de
justicia social, para los cuales las iglesias deberíamos luchar
juntos como hermanos y humanos, en comunión con todos los que
tienen responsabilidad pública y buena voluntad.
Reitero lo
que Jesús, según testimonio bíblico, declaró frente la ley
divina de su tiempo, y que reviste mayor validez en presencia de
un proyecto de ley formulado por personas: el ser humano, en su
condición imperfecta y en su anhelo de encontrar la felicidad,
no está hecho para cumplir una norma legal intocable. Es la ley
la que debe estar al servicio del ser humano en su condición
imperfecta. Es la enseñanza de nuestro Señor y Salvador,
amante de toda vida.
* Versión editada por nuestro periódico
de la intervención que hizo este clérigo ante la Comisión de
Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado de
Chile a mediados de noviembre, que debate un proyecto de ley de
divorcio. El título es de nuestra redacción.
VUELVES
Archivo traído desde www.granvalpariso.cl/iglesia/iglesia.htm
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