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- CARTA ENCICLICA
- DEL SUMO PONTIFICE
- JUAN PABLO II
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- SOBRE EL ESPIRITU SANTO
- EN LA VIDA DE LA IGLESIA
- Y DEL MUNDO
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- VENERABLES HERMANOS,
- AMADÍSIMOS HIJOS E HIJAS:
- ¡ SALUD Y BENDICION APOSTOLICA !
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- INTRODUCCION
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- 1. La Iglesia profesa su fe en el Espíritu
Santo que es "Señor y dador de vida". Así lo profesa el Símbolo de la
Fe, llamado nicenoconstantinopolitano por el nombre de los dos Concilios -Nicea
(a. 325) y Constantinopla (a. 381)-, en los que fue formulado o promulgado. En
ellos se añade también que el Espíritu Santo "habló por los profetas".
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- Son palabras que la Iglesia recibe de la fuente misma
de su fe, Jesucristo. En efecto, según el Evangelio de Juan, el Espíritu Santo
nos es dado con la nueva vida, como anuncia y promete Jesús el día grande de la
fiesta de los Tabernáculos: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree
en mí", como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva". Y el
evangelista explica: "Esto decía refiriéndose al Espíritu que iban a
recibir los que creyeran en él". Es el mismo símil del agua usado por Jesús en
su coloquio con la Samaritana, cuando habla de una "fuente de agua que brota
para la vida eterna", y en el coloquio con Nicodemo, cuando anuncia la necesidad
de un nuevo nacimiento "de agua y de Espíritu" para "entrar en el Reino
de Dios".
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- La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de
Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica,
proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como aquél que es
dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios uno y trino se
comunica a los hombres, constituyendo en ellos la fuente de vida eterna.
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- 2. Esta fe, profesada ininterrumpidamente por la
Iglesia, debe ser siempre fortalecida y profundizada en la conciencia del Pueblo
de Dios. Durante el último siglo esto ha sucedido varias veces; desde León
XIII, que publicó la Encíclica Divinum illud munus (a. 1897) dedicada
enteramente al Espíritu Santo, pasando por Pío XII, que en la Encíclica
Mystici Corporis (a. 1943) se refirió al Espíritu Santo como principio
vital de la Iglesia, en la cual actúa conjuntamente con Cristo, Cabeza
del Cuerpo Místico, hasta el Concilio Vaticano II, que ha hecho sentir la
necesidad de una nueva profundización de la doctrina sobre el Espíritu santo,
como subrayaba Pablo VI: " A la cristología y especialmente a la
eclesiología del Concilio debe suceder un estudio nuevo y un culto nuevo del
Espíritu Santo, justamente como necesario complemento de la doctrina conciliar".
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- En nuestra época, pues, estamos de nuevo llamados,
por la fe siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia, a acercarnos al
Espíritu Santo que es dador de vida. Nos ayuda a ello y nos estimula
también la herencia común con las Iglesias orientales, las cuales han
custodiado celosamente las riquezas extraordinarias de las enseñanzas de los
Padres sobre el Espíritu Santo. También por esto podemos decir que uno de los
acontecimientos eclesiales más importantes de los últimos años ha sido el XVI
centenario del I Concilio de Constantinopla, celebrado contemporáneamente en
Constantinopla y en Roma en la solemnidad de Pentecostés del 1981. El
Espíritu Santo ha sido comprendido mejor en aquella ocasión, mientras se
meditaba sobre el misterio de la Iglesia, como aquél que indica los caminos que
llevan a la unión de los cristianos, más aún, como la fuente suprema de esta
unidad, que proviene de Dios mismo y a la que san Pablo dio una expresión
particular con las palabras con que frecuentemente se inicia la liturgia
eucarística: " La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la
comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros".
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- De esta exhortación han partido, en cierto modo, y en
ella se han inspirado las precedentes Encíclicas Redemptor hominis y Dives in
misericordia, las cuales celebran el hecho de nuestra salvación realizada en
el Hijo, enviado por el Padre al mundo, "para que el mundo se salve por él" y "
toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios padre". De esta
misma exhortación arranca ahora la presente Encíclica sobre el Espíritu
Santo, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria: él es una Persona divina que está en el centro de
la fe cristiana y es la fuente y la fuerza dinámica de la renovación de la
Iglesia. Esta Encíclica arranca de la herencia profunda del Concilio. En
efecto, los textos conciliares, gracias a su enseñanza sobre la Iglesia en sí
misma y sobre la Iglesia en el mundo, nos animan a penetrar cada vez más en el
misterio trinitario de Dios, siguiendo el itinerario evangélico, patrístico y
litúrgico: al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
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- De este modo la Iglesia responde también a ciertos
deseos profundos, que trata de vislumbrar en el corazón de los hombres de hoy:
un nuevo descubrimiento de Dios en su realidad trascendente de Espíritu
infinito, como lo presenta Jesús a la Samaritana; la necesidad de adorarlo "en
espíritu y verdad", la esperanza de encontrar en él el secreto del amor y la
fuerza de una "creación nueva": sí, precisamente aquél que es dador de
vida.
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- La Iglesia se siente llamada a esta misión de
anunciar el Espíritu mientras, junto con la familia humana, se acerca al
final del segundo milenio después de Cristo. En la perspectiva de un cielo y
una tierra que "pasarán", la Iglesia sabe bien que adquieren especial elocuencia
las "palabras que no pasarán". Son las palabras de Cristo sobre el Espíritu
santo, fuente inagotable del "agua que brota para vida eterna", que es verdad y
gracia salvadora. Sobre estas palabras quiere reflexionar y hacia ellas quiere
llamar la atención de los creyentes y de todos los hombres, mientras se prepara
a celebrar -como se dirá más adelante - el gran Jubileo que señalará el
paso del segundo al tercer milenio cristiano.
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- Naturalmente, las consideraciones que siguen no
pretenden examinar de modo exhaustivo la riquísima doctrina sobre el Espíritu
Santo, ni privilegiar alguna solución sobre cuestiones todavía abiertas. Tienen
como objetivo principal desarrollar en la Iglesia la conciencia de que en ella
"el Espíritu Santo la impulsa a cooperar para que se cumpla el designio de Dios,
quien constituyó a Cristo principio de salvación para todo el mundo".
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- I PARTE EL ESPIRITU DEL PADRE Y DEL HIJO DADO A LA IGLESIA
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- 1. Promesa y revelación de Jesús durante la Cena pascual
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- 3. Cuando ya era inminente para Jesús el momento
de dejar este mundo, anunció a los apóstoles " otro Paráclito ". El evangelista
Juan, que estaba presente, escribe que Jesús, durante la Cena pascual anterior
al día de su pasión y muerte, se dirigió a ellos con estas palabras: " Todo lo
que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el
Hijo ... y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con
vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad ".
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- Precisamente a este Espíritu de la verdad Jesús lo
llama el Paráclito, y Parákletos quiere decir " consolador ", y también "
intercesor " o " abogado ". Y dice que es " otro " Paráclito, el segundo, porque
él mismo, Jesús, es el primer Paráclito, al ser el primero que trae y da la
Buena Nueva. El Espíritu Santo viene después de él y gracias a él, para
continuar en el mundo, por medio de la Iglesia, la obra de la Buena Nueva de
salvación. De esta continuación de su obra por parte del Espíritu Santo
Jesús habla más de una vez durante el mismo discurso de despedida, preparando a
los apóstoles, reunidos en el Cenáculo, para su partida, es decir, su pasión y
muerte en Cruz.
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- Las palabras, a las que aquí nos referimos, se
encuentran en el Evangelio de Juan. Cada una de ellas añade algún
contenido nuevo a aquel anuncio y a aquella promesa. Al mismo tiempo, están
simultáneamente relacionadas entre sí no sólo por la perspectiva de los mismos
acontecimientos, sino también por la perspectiva del misterio del Padre, del
Hijo y del Espíritu santo, que quizás en ningún otro pasaje de la Sagrada
Escritura encuentran una expresión tan relevante como ésta.
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- 4. Poco después del citado anuncio, añade Jesús: "
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el padre enviará en mi nombre, os
lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho ". El
Espíritu Santo será el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia, siempre
presente en medio de ellos -aunque invisible- como maestro de la misma Buena
Nueva que Cristo anunció. Las palabras " enseñará " y " recordará " significan
no sólo que el Espíritu, a su manera, seguirá inspirando la predicación del
Evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender el justo
significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e
identidad de compresión en medio de las condiciones y circunstancias mudables.
El Espíritu Santo, pues, hará que en la Iglesia perdure siempre la misma
verdad que los apóstoles oyeron de su Maestro.
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- 5. Los apóstoles, al transmitir la Buena Nueva, se
unirán particularmente al Espíritu Santo. Así sigue hablando Jesús " Cuando
venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al padre, el Espíritu de la
verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también
vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio ".
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- Los apóstoles fueron testigos directos y oculares. "
Oyeron " y " vieron con sus propios ojos ", " miraron " e incluso " tocaron con
sus propias manos " a cristo, como se expresa en otro pasaje el mismo
evangelista Juan. Este testimonio suyo humano, ocular e " histórico " sobre
Cristo se une al testimonio del Espíritu Santo: " El dará testimonio de mí ".
En el testimonio del Espíritu de la verdad encontrará el supremo
apoyo el testimonio humano de los apóstoles. Y luego encontrará también
en ellos el fundamento interior de su continuidad entre las generaciones
de los discípulos y de los confesores de Cristo, que se sucederán en los siglos
posteriores.
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- Si la revelación suprema y más completa de Dios a la
humanidad es Jesucristo mismo, el testimonio del Espíritu de la verdad
inspira, garantiza y corrobora su fiel transmisión en la predicación y en los
escritos apostólicos, mientras que el testimonio de los apóstoles asegura
se expresión humana en la Iglesia y en la historia de la humanidad.
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- 6. Esto se deduce también de la profunda correlación
de contenido y de intención con el anuncio y la promesa mencionada, que se
encuentra en las palabras sucesivas del texto de Juan: " Mucho podría deciros aún, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os
guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará
lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir ".
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- Con estas palabras Jesús presenta el Paráclito, el
Espíritu de la verdad, como el que " enseñará " y " recordará ", como el que "
dará " testimonio " de él; luego dice : " Os guiará hasta la verdad completa ".
Este " guiar hasta la verdad completa ", con referencia a lo que dice a los
apóstoles " pero ahora no podéis con ello ", está necesariamente relacionado
con el anonadamiento de Cristo por medio de la pasión y muerte de Cruz,
que entonces, cuando pronunciaba estas palabras, era inminente.
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- Después, sin embargo, resulta claro que aquel " guiar
hasta la verdad completa " se refiere también además del escándalo de
la cruz, a todo lo que Cristo " hizo y enseñó ". En efecto, el misterio
de Cristo en su globalidad exige la fe, ya que ésta introduce oportunamente
al hombre en la realidad del misterio revelado. El " guiar hasta la verdad
completa " se realiza, pues, en la fe y mediante la fe, lo cual es obra del
Espíritu de la verdad y fruto de su acción en el hombre. El Espíritu santo debe
ser en esto la guía suprema del hombre y la luz del espíritu humano. Esto sirve
para los apóstoles, testigos oculares, que deben llevar ya a todos los hombres
el anuncio de lo que Cristo " hizo y enseñó " y, especialmente, el anuncio de su
Cruz y de su Resurrección. En una perspectiva más amplia esto sirve también para
todas las generaciones de discípulos y confesores del Maestro, ya que deberán
aceptar con fe y confesar con lealtad el misterio de Dios operante
en la historia del hombre, el misterio revelado que explica el sentido
definitivo de esa misma historia.
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- 7. Entre el Espíritu Santo y cristo subsiste, pues, en
la economía de la salvación una relación íntima por la cual el Espíritu actúa en
la historia del hombre como " otro Paráclito ", asegurando de modo permanente la
transmisión y la erradicación de la Buena Nueva revelada por Jesús de Nazaret.
Por esto, resplandece la gloria de Cristo en el Espíritu Santo-Paráclito, que en
el misterio y en la actividad de la Iglesia continúa incesantemente la presencia
histórica del Redentor sobre la tierra y su obra salvífica, como lo atestiguan
las siguientes palabras de Juan : " El me dará gloria, porque recibirá de lo
mío y os lo comunicará a vosotros ". Con estas palabras se confirma una vez
más todo lo que han dicho los enunciados anteriores. "Enseñará..., recordará...,
dará testimonio ".
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- La suprema y completa autorrevelación de Dios, que se
ha realizado en Cristo, atestiguada por la predicación de los Apóstoles, sigue
manifestándose en la Iglesia mediante la misión del Paráclito invisible, el
Espíritu de la verdad. Cuán íntimamente esta misión esté relacionada con la
misión de Cristo y cuán plenamente se fundamente en ella misma, consolidando y
desarrollando en la historia sus frutos salvíficos, está expresado con el verbo
" recibir ": " recibirá de lo mío y os lo comunicará ". Jesús, para explicar la
palabra " recibirá ", poniendo en clara evidencia la unidad divina y trinitaria
de la fuente, añade : " Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he
dicho: Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros ". Tomando de lo
" mío ", por eso mismo recibirá de " lo que es del Padre ".
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- A la luz pues de aquel " recibirá " se pueden
explicar todavía las otras palabras significativas sobre el Espíritu santo,
pronunciadas por Jesús en el Cenáculo antes de la Pascua: " Os conviene que yo
me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me
voy, os lo enviaré; y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente
al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio ".
Convendrá dedicar todavía a estas palabras una reflexión aparte.
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- 2. Padre, Hijo y Espíritu Santo
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- 8. Una característica del texto joánico es que el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son llamados claramente Personas; la primera
es distinta de la segunda y de la tercera, y éstas también lo son entre sí.
Jesús habla del Espíritu Paráclito usando varias veces el pronombre personal "
él "; y al mismo tiempo, en todo el discurso de despedida, descubre los lazos
que unen recíprocamente al Padre, al Hijo y al Paráclito. Por tanto, " el
Espíritu ... procede del Padre " y el Padre " dará " al Espíritu. El Padre "
enviará " el Espíritu en nombre del Hijo, el Espíritu " dará testimonio " del
Hijo. El Hijo pide al Padre que envíe el Espíritu Paráclito, pero afirma y
promete, además, en relación con su " partida " a través de la Cruz: " Si me
voy, os lo enviaré ". Así pues, el Padre envía el Espíritu Santo con el poder de
su paternidad, igual que ha enviado al Hijo, y al mismo tiempo lo envía con la
fuerza de la redención realizada por Cristo; en este sentido el Espíritu Santo
es enviado también por el Hijo: " os lo enviaré ".
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- Conviene notar aquí que si todas las demás promesas
hechas en el Cenáculo anunciaban la venida del Espíritu Santo después de
la partida de Cristo, la contenida en el texto de Juan comprende y subraya
claramente también la relación de interdependencia, que se podría llamar
casual, entre la manifestación de ambos : " Pero si me voy, os le enviaré
". El Espíritu Santo vendrá cuando Cristo se haya ido por medio de la Cruz;
vendrá no sólo después, sino como causa de la redención realizada
por Cristo, pro voluntad y obra del Padre.
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- 9. Así, en el discurso pascual de despedida se llega
-puede decirse- al culmen de la revelación trinitaria. Al mismo tiempo,
nos encontramos ante unos acontecimientos definitivos y unas palabras supremas,
que al final se traducirán, en el gran mandato misional dirigido a los apóstoles
y, por medio de ellos, a la Iglesia: " Id, pues, y haced discípulos a todos las
gentes ", mandato que encierra, en cierto modo, la fórmula trinitaria del
bautismo: " bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
santo ". Esta fórmula refleja el misterio íntimo de Dios y de su vida
divina, que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, divina unidad de la
Trinidad. Se puede leer este discurso como una preparación especial a esta
fórmula trinitaria, en la que se expresa la fuerza vivificadora del Sacramento
que obra la participación en la vida de Dios uno y trino, porque da al
hombre la gracia santificante como don sobrenatural. Por medio de ella éste es
llamado y hecho " capaz " de participar en la inescrutable vida de Dios.
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- 10. Dios, en su vida íntima, " es amor ", amor
esencial, común a las tres Personas divinas. El Espíritu Santo es amor personal
como Espíritu del Padre y del Hijo. Por esto " sondea hasta las profundidades de
Dios ", como Amor-don increado. Puede decirse que en el Espíritu Santo la
vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor
recíproco entre las Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios " existe
" como don. El Espíritu Santo es pues la expresión personal de esta
donación, de este ser-amor. Es Persona-amor. Es Persona-don. Tenemos aquí una
riqueza insondable de la realidad y una profundización inefable del concepto de
persona en Dios, que solamente conocemos por la Revelación.
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- Al mismo tiempo, el Espíritu Santo, consubstancial al
Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y don (increado) del que deriva como de
una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la
donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de
la gracia a los hombres mediante toda la economía de la salvación. como escribe
el apóstol Pablo : " El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado ".
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- 3. La donación salvífica de Dios
por el Espíritu
Santo
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- 11. El discurso de despedida de Cristo durante la Cena
pascual se refiere particularmente a este " dar " y " darse "del Espíritu santo.
En el Evangelio de Juan se descubre la " lógica " más profunda del
misterio salvífico contenido en el designio eterno de Dios como expansión de la
inefable comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es la " lógica "
divina, que del misterio de la Trinidad lleva al misterio de la Redención del
mundo por medio de Jesucristo. La Redención realizada por el Hijo en el
ámbito de la historia terrena del hombre -realizada por su " partida " a través
de la Cruz y Resurrección- es al mismo tiempo, en toda su fuerza salvífica,
transmitida al Espíritu Santo: que " recibirá de lo mío ". Las palabras
del texto joánico indican que, según el designio divino, la " partida " de
Cristo es condición indispensable del " envío " y de la venida del Espíritu
Santo, indican que entonces comienza la nueva comunicación salvífica por el
Espíritu Santo.
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- 12. Es un nuevo inicio en relación con el
primero -inicio originario de la donación salvífica de Dios- que
se identifica con el misterio de la creación. Así leemos ya en las primeras
páginas del libro del Génesis: " En el principio creó Dios los cielos y
la tierra... y el Espíritu de Dios (ruah Elohim) aleteaba por encima de las
aguas ". Este concepto bíblico de creación comporta no sólo la llamada del ser
mismo del cosmos a la existencia, es decir, el dar la existencia, sino
también la presencia del Espíritu de Dios en la creación, o sea, el inicio de la
comunicación salvífica de Dios a las cosas que crea. Lo cual es válido ante
todo para el hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios : "
hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra ". " Hagamos ",
¿se puede considerar que el plural, que el Creador usa aquí hablando de sí
mismo, sugiera ya de alguna manera el misterio trinitario, la presencia de la
Trinidad en la obra de la creación del hombre? El lector cristiano, que conoce
ya la revelación de este misterio, puede también descubrir su reflejo en estas
palabras. En cualquier caso, el contexto nos permite ver en la creación del
hombre el primer inicio de la donación salvífica de Dios a la medida de su "
imagen y semejanza ", que ha concedido al hombre.
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- 13. Parece, pues, que las palabras pronunciadas por
Jesús en el discurso de despedida deben ser leídas también con referencia a
aquel " inicio " tan lejano, pero fundamental, que conocemos por el Génesis. "
Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré
". Cristo, describiendo su " partida " como condición de la venida del
Paráclito, une el nuevo inicio de la comunicación salvífica de Dios por el
Espíritu Santo con el misterio de la Redención. Este es un nuevo inicio y toda
la historia del hombre, -empezando por la caída original-, se ha interpuesto
el pecado, que es contrario a la presencia del Espíritu de Dios en la
creación y es, sobre todo, contrario a la comunicación salvífica de Dios al
hombre. Escribe San Pablo que, precisamente a causa del pecado, " la
creación... fue sometida a la vanidad.. gimiendo hasta el presente y sufre
dolores de parto " y " desea vivamente la revelación de los hijos de Dios
".
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- 14. Por eso Jesucristo dice en el Cenáculo: " Os
conviene que yo me vaya "; " Si me voy, os lo enviaré ". La " partida " de
Cristo a través de la Cruz tiene la fuerza de la Redención; y esto significa
también una nueva presencia del Espíritu de Dios en la creación : el nuevo
inicio de la comunicación de Dios al hombre por el Espíritu Santo. " La prueba
de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su
Hijo que clama: ¡Abbá Padre! ", escribe el apóstol Pablo en la Carta a los
Gálatas. El Espíritu Santo es el Espíritu del Padre, como atestiguan
las palabras del discurso de despedida en el Cenáculo. Es, al mismo tiempo, el
Espíritu del Hijo: es el Espíritu de Jesucristo, como atestiguarán los
apóstoles y especialmente Pablo de Tarso. Con el envío de este Espíritu " a
nuestros corazones " comienza a cumplirse lo que " la creación desea vivamente
", como leemos en la Carta a los Romanos.
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- El Espíritu viene a costa de la " partida " de
Cristo. Si esta " partida " causó la tristeza de los apóstoles, y ésta
debía llegar a su culmen en la pasión y muerte del Viernes Santo, a su vez esta
" tristeza se convertirá en gozo ". En efecto, Cristo insertará en su " partida
" redentora la gloria de la resurrección y de la ascensión al Padre. Por tanto
la tristeza, a través de la cual aparece el gozo, es la parte que toca a los
apóstoles en el marco de la " partida " de su Maestro, una partida " conveniente
", porque gracias a ella vendría otro " Paráclito ". A costa de la Cruz
redentora y por la fuerza de todo el misterio pascual de Jesucristo, el Espíritu
Santo viene para quedarse desde el día de Pentecostés con los Apóstoles,
para estar con la Iglesia y en la Iglesia y, por medio de ella, en el mundo.
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- De este modo se realiza definitivamente aquel
nuevo inicio de la comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo
por obra de Jesucristo, Redentor del Hombre y del mundo.
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- 4. El Mesías ungido con el
Espíritu Santo
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- 15. Se realiza así completamente la misión del Mesías,
que recibió la plenitud del Espíritu Santo para el Pueblo elegido de Dios y para
toda la humanidad. " Mesías " literalmente significa " Cristo ", es decir, "
ungido "; y en la historia de la salvación significa " ungido con el Espíritu
Santo ". Esta era la tradición profética del Antiguo Testamento. Siguiéndola,
Simón Pedro dirá en casa de Cornelio: " Vosotros sabéis lo sucedido en toda
Judea... después que Juan predicó el bautismo; como Dios a Jesús de Nazaret le
ungió con el Espíritu Santo y con poder ".
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- Desde estas palabras de Pedro y otras muchas
parecidas conviene remontarse ante todo a la profecía de Isaías, llamada
a veces " el quinto evangelio " o bien el " evangelio del Antiguo Testamento ".
Aludiendo a la venida de un personaje misterioso, que la revelación
neotestamentaria identificará con Jesús, Isaías relaciona la persona y su misión
con una acción especial del Espíritu de Dios, Espíritu del Señor. Dice así el
Profeta:
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- " Saldrá un vástago del tronco de Jesé
- y un retoño de sus raíces brotará.
- Reposará sobre él el espíritu del Señor:
- espíritu de sabiduría e inteligencia,
- espíritu de consejo y fortaleza,
- espíritu de ciencia y de temor del Señor.
- Y le inspirará en el temor del Señor".
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- Este texto es importante para toda la pneumatología
del Antiguo Testamento, porque constituye como un puente entre el antiguo
concepto bíblico de " espíritu ", entendido ante todo como " aliento carismático
", y el " Espíritu " como persona y como don, don para la persona. El
Mesías de la estirpe de David (" del tronco de Jesé ") es precisamente aquella
persona sobre la que " se posará " el Espíritu del Señor. Es obvio que en este
caso todavía no se puede hablar de la revelación del Paráclito; sin embargo, con
aquella alusión velada a la figura del futuro Mesías se abre, por decirlo de
algún modo, la vía sobre la que se prepara la plena revelación del Espíritu
Santo en la unidad del misterio trinitario, que se manifestará finalmente en la
Nueva Alianza.'
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- 16. El Mesías es precisamente esta vía. En la Antigua
Alianza la unción era un símbolo externo del don del Espíritu. El Mesías (mucho
más que cualquier otro personaje ungido en la Antigua Alianza) es el único gran
Ungido por Dios mismo. Es el Ungido en el sentido de que posee la
plenitud del Espíritu de Dios. El mismo será también el mediador al conceder
este Espíritu a todo el Pueblo. En efecto, dice el Profeta con estas palabras:
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- " El Espíritu del Señor está sobre mí,
- por cuanto que me ha ungido el Señor.
- A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado,
- a vendar los corazones rotos;
- a pregonar a los cautivos la liberación,
- y a los reclusos la libertad;
- a pregonar año de gracia del Señor ".
- El Ungido es también enviado " con el Espíritu del
Señor".
- " Ahora el Señor Dios me envía con su espíritu ".
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- Según el libro de Isaías, el Ungido y el
Enviado junto con el Espíritu del Señor es también
- el Siervo elegido del Señor, sobre el que se posa
- el Espíritu de Dios:
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- " He aquí a mi siervo a quien sostengo,
- mi elegido en quien se complace mi alma.
- He puesto mi espíritu sobre él ".
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- Se sabe que el Siervo del Señor es presentado
- en el Libro de Isaías como el verdadero varón
- de dolores: el Mesías doliente por los pecados
- del mundo. Y a la vez es precisamente aquél
- cuya misión traerá verdaderos frutos de salvación
- para toda la humanidad:
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- " Dictará ley a las naciones..."; y será
- " alianza del pueblo y luz de las gentes...";
- " para que mi salvación alcance hasta los confines
- de la tierra ".
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- Ya que:
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- " Mi espíritu que ha venido sobre ti
- y mis palabras que he puesto en tus labios
- no caerán de tu boca ni de la boca de tu
- descendencia
- ni de la boca de la descendencia de tu
- descendencia,
- dice el Señor, desde ahora y para siempre" ".
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- Los textos proféticos expuestos aquí deben ser leídos
por nosotros a la luz del Evangelio, como a su vez el Nuevo Testamento
recibe una particular clarificación por la admirable luz contenida en estos
textos veterotestamentarios. El profeta presenta al Mesías como aquél que
viene por el Espíritu Santo, como aquél que posee la plenitud de este
Espíritu en sí y, al mismo tiempo, para los demás, para Israel, para
todas las naciones y para toda la humanidad.
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- La plenitud del Espíritu de Dios está acompañada de
múltiples dones, los de la salvación, destinados de modo particular a los pobres
y a los que sufren, a todos los que abren su corazón a estos dones, a veces
mediante las dolorosas experiencias de su propia existencia, pero ante todo con
aquella disponibilidad interior que viene de la fe. Esto intuía el anciano
Simeón, " hombre justo y piadoso " ya que " estaba en él el Espíritu Santo ", en
el momento de la presentación de Jesús en el Templo, cuando descubría en él la "
salvación preparada a la vista de todos los pueblos " a costa del gran
sufrimiento - la Cruz- que habría de abrazar acompañado por su Madre. Esto
intuía todavía mejor la Virgen María, que " había concebido del Espíritu Santo
", cuando meditaba en su corazón los " misterios " del Mesías al que estaba
asociada.
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- 17. Conviene subrayar aquí claramente que el "
Espíritu Santo ", que " se posa " sobre el futuro Mesías, es ante todo un don
de Dios para la persona de aquel Siervo del Señor. pero éste no es una
persona aislada e independiente, porque actúa por voluntad del Señor en virtud
de su decisión u opción. Aunque a la luz de los textos de Isaías la actuación
salvífica del Mesías, Siervo del Señor, encierra en sí la acción del Espíritu
que se manifiesta a través de él mismo, sin embargo en el contexto
veterotestamentario no está sugerida la distinción de los sujetos o de las
personas divinas, tal como subsisten en el misterio trinitario y son reveladas
luego en el Nuevo Testamento. tanto en Isaías como en el resto del Antiguo
Testamento la personalidad del Espíritu Santo está totalmente "
escondida ": escondida en la revelación del único Dios, así como también en
el anuncio del futuro Mesías.
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- 18. Jesucristo se referirá a este anuncio,
contenido en las palabras de Isaías, al comienzo de su actividad
mesiánica. Esto acaecerá en Nazaret mismo, donde había transcurrido treinta años
de su vida en la casa de José, el carpintero, junto a María, su Madre Virgen.
Cuando se presentó la ocasión de tomar la palabra en la Sinagoga, abriendo el
libro de Isaías encontró el pasaje en que estaba escrito: " El Espíritu del
Señor está sobre mí, por cuanto que me ha ungido el Señor " y después de haber
leído este fragmento dijo a los presentes: " Esta Escritura, que acabáis
de oír, se ha cumplido hoy ". De este modo confesó y proclamó ser el que " fue
ungido " por el Padre, ser el Mesías, es decir Cristo, en quien mora el Espíritu
Santo como don de Dios mismo, aquél que posee la plenitud de este Espíritu,
aquél que marca el " nuevo inicio " del don que Dios hace a la humanidad con el
Espíritu.
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- 5. Jesús de
Nazaret " elevado " por el Espíritu Santo
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- 19. Aunque en Nazaret, su patria, Jesús no es acogido
como Mesías, sin embargo, al comienzo de su actividad pública, su misión
mesiánica por el Espíritu Santo es revelada al pueblo por Juan el
Bautista. Este, hijo de Zacarías y de Isabel, anuncia en el Jordán la venida
del Mesías y administra el bautismo de penitencia. dice al respecto : " Yo os
bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y yo no soy digno de
desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y
fuego ".
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- Juan Bautista anuncia al Mesías-Cristo no sólo como
el que " viene " por el Espíritu santo, sino también como el que " lleva " el
Espíritu Santo, como Jesús revelará mejor en el Cenáculo. Juan es aquí el eco
fiel de las palabras de Isaías, que en el antiguo Profeta miraban al futuro,
mientras que en su enseñanza a orillas del Jordán constituyen la introducción
inmediata en la nueva realidad mesiánica. Juan no es solamente un profeta sino
también un mensajero, es el precursor de Cristo. Lo que Juan anuncia se realiza a
la vista de todos. Jesús de Nazaret va al Jordán para recibir también el
bautismo de penitencia. Al ver que llega, Juan proclama : " He ahí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo ". Dice esto por inspiración del Espíritu
Santo, atestiguando el cumplimiento de la profecía de Isaías. Al mismo
tiempo confiesa la fe en la misión redentora de Jesús de Nazaret. " Cordero de
Dios " en boca de Juan Bautista es una expresión de la verdad sobre el Redentor,
no menos significativa de la usada por Isaías: " Siervo del Señor ".
-
- Así, por el testimonio de Juan en el Jordán, Jesús de
Nazaret, rechazado por sus conciudadanos, es elevado ante Israel como
Mesías, es decir " Ungido " con el Espíritu Santo. Y este testimonio es
corroborado por otro testimonio de orden superior mencionado por los Sinópticos.
En efecto, cuando todo el pueblo fue bautizado y mientras Jesús después de
recibir el bautismo estaba en oración, " se abrió el cielo y bajó sobre él el
Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma " y al mismo tiempo " vino una
voz del cielo: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco ".
-
- Es una teofanía trinitaria que atestigua la
exaltación de Cristo con ocasión del bautismo en el Jordán, la cual no sólo
confirma el testimonio de Juan Bautista, sino que descubre una dimensión todavía
más profunda de la verdad sobre Jesús de Nazaret como Mesías. El Mesías es el
Hijo predilecto del Padre. Su exaltación solemne no se reduce a la misión
mesiánica del " Siervo del Señor ". A la luz de la teofanía del Jordán, esta
exaltación alcanza el misterio de la Persona misma del Mesías. El es exaltado
porque es el Hijo de la divina complacencia. La voz de lo alto dice: " mi Hijo
".
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- 20. La teofanía del Jordán ilumina sólo fugazmente el
misterio de Jesús de Nazaret cuya actividad entera se desarrollará bajo la
presencia viva del Espíritu Santo. Este misterio habría sido manifestado por
Jesús mismo y confirmado gradualmente a través de todo lo que " hizo y enseñó ".
En la línea de esta enseñanza y de los signos mesiánicos que Jesús hizo antes de
llegar al discurso de despedida en el Cenáculo, encontramos unos acontecimientos
y palabras que constituyen comentos particularmente importantes de esta
progresiva revelación.
-
- Así el evangelista Lucas, que ya ha presentado a
Jesús " lleno de Espíritu Santo " y " conducido por el Espíritu en el desierto
", nos hace saber que, después del regreso de los setenta y dos discípulos de la
misión confiada por el Maestro, mientras llenos de gozo narraban los frutos de
su trabajo, " en aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu
Santo, y dijo: " Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito ". Jesús se alegra por la
paternidad divina, se alegra porque le ha sido posible revelar esta paternidad;
se alegra, finalmente, por la especial irradiación de esta paternidad divina
sobre los " pequeños ". Y el evangelista califica todo esto como " gozo en el
Espíritu Santo ".
-
- Este " gozo ", en cierto modo, impulsa a Jesús a
decir todavía : " Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce
quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo, y aquél a
quien se lo quiere revelar ".
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- 21. Lo que durante la teofanía del Jordán vino en
cierto modo " desde fuera ", desde lo alto, aquí proviene " desde dentro ", es
decir, desde la profundidad de lo que es Jesús. Es otra revelación del
Padre y del Hijo, unidos en el Espíritu Santo. Jesús habla solamente de la
paternidad de Dios y de su propia filiación; no habla directamente del Espíritu
que es amor y, por tanto, unión del Padre y del Hijo. Sin embargo, lo que
dice del Padre y de sí como Hijo brota de la plenitud del Espíritu que está
en él y que se derrama en su corazón, penetra su mismo " yo ", inspira y
vivifica profundamente su acción. de ahí aquel " gozarse en el Espíritu Santo ".
-
- La unión de Cristo con el Espíritu Santo, de la que
tiene perfecta conciencia, se expresa en aquel " gozo ", que en cierto modo hace
" perceptible " su fuente arcana. Se da así una particular manifestación y
exaltación que es propia del Hijo del Hombre, de Cristo-Mesías, cuya humanidad
pertenece a la persona del Hijo de Dios, substancialmente uno con el Espíritu
Santo en la divinidad.
-
- En la magnífica confesión de la paternidad de Dios,
Jesús de Nazaret manifiesta también a sí mismo su " yo " divino; efectivamente,
él es el Hijo " de la misma naturaleza ", y por tanto " nadie conoce
quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo ", aquel Hijo
que " por nosotros los hombres y por nuestra salvación " se hizo hombre por obra
del Espíritu santo y nació de una virgen, cuyo nombre era María.
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- 6. Cristo resucitado dice: " Recibid el Espíritu Santo "
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- 22. Gracias a su narración Lucas nos acerca a la
verdad contenida en el discurso del Cenáculo. Jesús de Nazaret, " elevado " por
el Espíritu Santo, durante este discurso-coloquio, se manifiesta como el que
" trae " el Espíritu, como el que debe llevarlo y " darlo " a los apóstoles
y a la Iglesia a costa de su " partida " a través de la cruz.
-
- El verbo " traer " aquí quiere decir, ante todo, "
revelar ". En el Antiguo Testamento, desde el Libro del Génesis, el
espíritu de Dios fue de alguna manera dado a conocer primero como " soplo
" de Dios que da vida, como " soplo vital " sobrenatural. En el
libro de Isaías es presentado como un " don " para la persona del
Mesías, como el que se posa sobre él, para guiar interiormente toda su actividad
salvífica. Junto al Jordán, el anuncio de Isaías ha tomado una forma concreta:
Jesús de Nazaret es el que viene por el Espíritu Santo y lo trae como don
propio de su misma persona, para comunicarlo a través de su humanidad: "
El os bautizará en Espíritu Santo ". En el Evangelio de Lucas se encuentra
confirmada y enriquecida esta revelación del Espíritu Santo, como fuente
íntima de la vida y acción mesiánica de Jesucristo.
-
- A la luz de lo que Jesús dice en el discurso del
Cenáculo, el Espíritu Santo es revelado de una manera nueva y más plena. Es
no sólo el don a la persona (a la persona del Mesías), sino que es una
Persona-don. Jesús anuncia su venida como la de " otro Paráclito ", el cual,
siendo el Espíritu de la verdad, guiará a los apóstoles y a la Iglesia " hacia
la verdad completa ". Esto se realizará en virtud de la especial comunión entre
el Espíritu santo y Cristo : " Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros
". Esta comunión tiene su fuente primaria en el Padre: " Todo lo que
tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho: que recibirá de lo mío y os lo
anunciará a vosotros ". Procediendo del Padre, el Espíritu santo es enviado por
el Padre. El Espíritu Santo ha sido enviado antes como don para el Hijo
que se ha hecho hombre, para cumplir las profecías mesiánicas. Según el texto
joánico, después de la " partida " de Cristo-Hijo, el Espíritu Santo " vendrá
" directamente -en su nueva misión- a completar la obra del Hijo. Así
llevará a término la nueva era de la historia de la salvación.
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-
- 23. Nos encontramos en el umbral de los
acontecimientos pascuales. La revelación nueva y definitiva del Espíritu Santo
como persona, que es el don, se realiza precisamente en este momento. Los
acontecimientos pascuales -pasión, muerte y resurrección de Cristo- son
también el tiempo de la nueva venida del Espíritu Santo, como
Paráclito y Espíritu de la verdad. Son el tiempo del " nuevo inicio " de
la comunicación de Dios uno y trino a la humanidad en el Espíritu Santo, por
obra de Cristo Redentor. Este nuevo inicio es la redención del mundo: " Tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único ". Y a en el " dar " el Hijo, en
este don del Hijo, se expresa la esencia más profunda de Dios, el cual, como
Amor, es la fuente inagotable de esta dádiva. En el don hecho por el Hijo
se completan la revelación y la dádiva del amor eterno: El Espíritu
Santo, que en la inescrutable profundidad de la divinidad es una
Persona-don, por obra del Hijo, es decir, mediante el misterio pascual es dado
de un modo nuevo a los apóstoles y a la
- Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero.
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- 24. La expresión definitiva de este misterio tiene
lugar el día de la Resurrección. Este día, Jesús de Nazaret, " nacido
del
linaje de David ", como escribe el apóstol Pablo, es " constituido Hijo de Dios
con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los
muertos ". Puede decirse, por consiguiente, que la " elevación " mesiánica de
Cristo por el Espíritu Santo alcanza su culmen en la Resurrección, en la cual se
revela también como Hijo de Dios, " lleno de poder ". Y este poder, cuyas
fuentes brotan de la inescrutable comunión trinitaria, se manifiesta ante todo
en el hecho de que Cristo resucitado, si por una parte realiza la promesa de
Dios expresada ya por boca del Profeta: " os daré un corazón nuevo, infundiré en
vosotros un espíritu nuevo, ... mi espíritu ", por otra cumple su misma promesa
hecha a los apóstoles con las palabras: " Si me voy, os lo enviaré ". Es él: el
Espíritu de la verdad, el Paráclito enviado por Cristo resucitado para
transformarnos en su misma imagen de resucitado.
-
- " Al atardecer de aquel primer día de la semana,
estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: " La
paz con vosotros ". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús repitió: " La paz con vosotros.
- Como el Padre me envió,
- también yo os envío".
- Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el
Espíritu Santo ".
- Todos los detalles de este texto-clave del Evangelio
de Juan tienen su elocuencia, especialmente si los releemos con referencia a las
palabras pronunciadas en el mismo Cenáculo al comienzo de los acontecimientos
pascuales. tales acontecimientos - el triduo sacro de Jesús, que el Padre
ha consagrado con la unción y enviado al mundo- alcanzan ya su cumplimiento.
cristo que " había entregado el espíritu en la cruz " como Hijo del
hombre y Cordero de Dios, una vez resucitado va donde los apóstoles para "
soplar sobre ellos " con el poder del que habla la carta a los Romanos.
-
- La venida del Señor llena de gozo a los presentes: "
Su tristeza se convierte en gozo ", como ya había prometido antes de su pasión.
Y sobre todo se verifica el principal anuncio del discurso de despedida: Cristo
resucitado, como si preparara una nueva creación, " trae " el Espíritu Santo
a los apóstoles. Lo trae a costa de su " partida "; les da este Espíritu
como a través de las heridas de su crucifixión: " Les mostró las manos y el
costado ". En virtud de esta crucifixión les dice: " Recibid el Espíritu Santo
".
-
- Se establece así una relación profunda entre el
envío del Hijo y el del Espíritu Santo. No se da el envío del Espíritu Santo
(después del pecado original) sin la Cruz y la Resurrección: " Si no me voy, no
vendrá a vosotros el Paráclito ". Se establece también una relación íntima entre
la misión del Espíritu Santo y la del Hijo en la Redención. La misión del
Hijo, en cierto modo, encuentra su " cumplimiento " en la Redención: " Recibirá
de lo mío y os lo anunciará a vosotros ". La Redención es realizada
totalmente por el Hijo, el Ungido, que ha venido y actuado con el poder del
Espíritu Santo, ofreciéndose finalmente en sacrificio supremo sobre el madero de
la Cruz. Y esta Redención, al mismo tiempo, es realizada constantemente
en los corazones y en las conciencias humanas -en la historia del mundo- por el
Espíritu Santo, que es el " otro Paráclito ".
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- 7. El Espíritu Santo y la era de la Iglesia
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-
- 25. " Consumada la obra que el Padre encomendó
realizar al Hijo sobre la tierra( cf. Jn 17,4) fue enviado el Espíritu
Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la
Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre pro medio
de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2, 18). El es el Espíritu de vida
o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7,
38039), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta
que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8, 10-11) ".
-
- De este modo el Concilio Vaticano II habla del
nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés. Tal acontecimiento constituye la
manifestación definitiva de lo que se había realizado en el mismo Cenáculo el
domingo de Pascua. Cristo resucitado vino y "trajo " a los apóstoles el Espíritu
Santo. Se lo dio diciendo: " Recibid el Espíritu Santo ". Lo que había sucedido
entonces en el interior del Cenáculo, " estando las puertas cerradas ",
más tarde, el día de Pentecostés es manifestado también al exterior, ante los
hombres. Se abren las puertas del Cenáculo y los apóstoles se dirigen a los
habitantes y a los peregrinos venidos a Jerusalén con ocasión de la fiesta, para
dar testimonio de Cristo por el poder del Espíritu Santo. .De este modo se
cumple el anuncio: " El dará testimonio de mí. Pero también vosotros
daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio ".
-
- Leemos en otro documento del Vaticano II: " El
Espíritu Santo obraba ya, sin duda, en el mundo antes de que Cristo fuera
glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés descendió sobre los discípulos
para permanecer con ellos para siempre; la Iglesia se manifestó públicamente
ante la multitud; comenzó la difusión del Evangelio por la predicación entre los
paganos ".
-
- La era de la Iglesia empezó con la " venida
", es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el
Cenáculo de Jerusalén junto con María, Madre del Señor. Dicha era empezó en el
momento en que las promesas y las profecías, que explícitamente se
referían al Paráclito, el Espíritu de la verdad, comenzaron a verificarse con
toda su fuerza y evidencia sobre los apóstoles, determinando así el nacimiento
de la Iglesia. de esto hablan ampliamente y en muchos pasajes los Hechos de
los Apóstoles de los cuales resulta que, según la conciencia de la primera
comunidad, cuyas convicciones expresa Lucas, el Espíritu Santo asumió la guía
invisible -pero en cierto modo " perceptible "- de quienes, después de la
partida del Señor Jesús, sentían profundamente que había quedado huérfanos.
-
- Estos, con la venida del espíritu Santo, se sintieron
idóneos para realizar la misión que se les había confiado. Se sintieron llenos
de fortaleza. Precisamente esto obró en ellos el espíritu Santo, y lo sigue
obrando continuamente en la Iglesia, mediante sus sucesores. Pues la gracia del
Espíritu Santo, que los apóstoles dieron a sus colaboradores con la imposición
de las manos, sigue siendo transmitida en la ordenación episcopal. Luego los
Obispos, con el sacramento del Orden hacen partícipes de este don espiritual a
los ministros sagrados y proveen a que, mediante el sacramento de la
Confirmación, sean corroborados por él todos los renacidos por el agua y por el
espíritu; así , en cierto modo, se perpetúa en la Iglesia la gracia de
Pentecostés.
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- Como escribe el Concilio, " el Espíritu habita en
la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Cor
3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf.
Gál 4, 6; Rom 8, 15-16. 26). Guía a la Iglesia a toda la
verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la
provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece
con sus frutos (cf. Ef 4 11-12; 1 Cor 12, 4; Gál 5, 22>)
con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva
incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo ".
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- 26. Los pasajes citados por la Constitución conciliar
Lumen gentium nos indican que, con la venida del Espíritu Santo, empezó
la era de la Iglesia. Nos indican también que esta era, la era de la Iglesia,
perdura. Perdura a través de los siglos y las generaciones. En nuestro siglo
en el que la humanidad se está acercando al final del segundo milenio después de
Cristo, esta " era de la Iglesia ", se ha manifestado de manera especial por
medio del Concilio Vaticano II, como concilio de nuestro siglo. En
efecto, se sabe que éste ha sido especialmente un concilio " eclesiológico ",
un concilio sobre el tema de la Iglesia.
-
- Al mismo tiempo, la enseñanza de este concilio es
esencialmente " pneumatológica ", impregnada por la verdad sobre el Espíritu
Santo, como alma de la Iglesia Podemos decir que el Concilio Vaticano II en
su rico magisterio contiene propiamente todo lo " que el Espíritu dice a las
Iglesias " en la fase presente de la historia de la salvación.
-
- Siguiendo la guía del Espíritu de la verdad y dando
testimonio junto con él, el Concilio ha dado una especial ratificación de la
presencia del Espíritu Santo Paráclito. En cierto modo, lo ha hecho
nuevamente " presente " en nuestra difícil época. A la luz d esta convicción se
comprende mejor la gran importancia de todas las iniciativas que miran a la
realización del Vaticano II, de su magisterio y de su orientación pastoral y
ecuménica.
-
- En este sentido deben ser también consideradas y
valoradas las sucesivas Asambleas del Sínodo de los Obispos, que tratan
de hacer que los frutos de la verdad y del amor -auténticos frutos del Espíritu
Santo- sean un bien duradero del Pueblo de Dios en su peregrinación terrena en
el curso de los siglos. Es indispensable este trabajo de la Iglesia orientado a
la verificación y consolidación de los frutos salvíficos del Espíritu, otorgados
en el Concilio. A este respecto conviene saber " discernirlos " atentamente de
todo lo que contrariamente puede provenir sobre todo del " príncipe de este
mundo ". Este discernimiento es tanto más necesario en la realización de la obra
del Concilio ya que se ha abierto ampliamente al mundo actual, como
aparece claramente en las importantes Constituciones conciliares Gaudium et
spes y Lumen gentium.
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- Leemos en la Constitución pastoral: " La comunidad
cristiana (de los discípulos de Cristo) está integrada por hombres que, reunidos
en Cristo son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Reino del
Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos.
La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género
humano y de su historia ". " Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella
sirve, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual
nunca se sacia plenamente con solos los elementos terrenos ". " El Espíritu de
Dios... con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la
faz de la tierra ".
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- II
EL ESPIRITU QUE CONVENCE AL MUNDO EN LO REFERENTE AL PECADO
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- 1. Pecado, justicia y juicio
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- 27. Cuando Jesús, durante el discurso del Cenáculo,
anuncia la venida del Espíritu Santo " a costa " de su partida y promete: " Si
me voy, os lo enviaré ", precisamente en el mismo contexto añade: " Y cuando él
venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la
justicia, y en lo referente al juicio ". El mismo Paráclito y Espíritu de la
verdad, -que ha sido prometido como el que " enseñará " y " recordará ", que "
dará testimonio " , que " guiará hasta la verdad completa "-, con las palabras
citadas ahora es enunciado como el que " convencerá al mundo en lo referente al
pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio ".
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- Significativo parece también el contexto.
Jesús relaciona este anuncio del Espíritu santo con las palabras que indican su
propia " partida " a través de la Cruz, e incluso subraya su necesidad: " os
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito
".
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- Pero lo más interesante es la explicación que
Jesús añade a estas palabras: pecado, justicia, juicio. Dice en efecto: " El
convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y
en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque me voy al Padre, y
ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo
está juzgado ".
-
- En el pensamiento de Jesús el pecado, la justicia y
el juicio tienen un sentido muy preciso, distinto del que quizás alguno
sería propenso a atribuir a estas palabras, independientemente de la explicación
de quien habla. Esta explicación indica también cómo conviene entender aquel "
convencer al mundo ", que es propio de la acción del Espíritu Santo. Aquí es
importante tanto el significado de cada palabra, como el hecho de que Jesús las
haya unido entre sí en la misma frase.
-
- En este pasaje " el pecado " , significa la
incredulidad que Jesús encontró entre los " suyos ", empezando por sus
conciudadanos de Nazaret. Significa el rechazo de su misión que llevará a los
hombres a condenarlo a muerte. Cuando seguidamente habla de " la justicia
", Jesús parece que piensa en la justicia definitiva, que el Padre le dará
rodeándolo con la gloria de la resurrección y de la ascensión al cielo: " Voy al
Padre ".
-
- A su vez, en el contexto del pecado y de la justicia
entendidos así, " el juicio " significa que el Espíritu de la verdad
demostrará la culpa del " mundo " en la condena de Jesús a la muerte en Cruz.
Sin embargo, Cristo no vino al mundo sólo para juzgarlo y condenarlo: él vino
para salvarlo. El convencer en lo referente al pecado y a la justicia tiene
como finalidad la salvación del mundo y la salvación de los hombres.
Precisamente esta verdad parece estar subrayada por la afirmación de que " el
juicio " se refiere solamente al " Príncipe de este mundo ", es
decir, Satanás, el cual desde el principio explota la obra de la creación contra
la salvación, contra la alianza y la unión del hombre con Dios: él está " ya
juzgado " desde el principio. Si el Espíritu Paráclito debe convencer al mundo
precisamente en lo referente al juicio, es para continuar en él la obra
salvífica de Cristo.
-
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- 28. Queremos concentrar ahora nuestra atención
principalmente sobre esta misión del Espíritu santo, que consiste en "
convencer al mundo en lo referente al pecado ", pero respetando al mismo
tiempo el contexto de las palabras de Jesús en el Cenáculo. El Espíritu Santo,
que recibe del Hijo la obra de la Redención del mundo, recibe con ello mismo la
tarea del salvífico " convencer en lo referente al pecado ". Este convencer se
refiere constantemente a la " justicia ", es decir, a la salvación
definitiva en Dios, al cumplimiento de la economía que tiene como centro a
Cristo crucificado y glorificado.
-
- Y esta economía salvífica de Dios sustrae, en
cierto modo, al hombre del " juicio, o sea de la condenación ", con la
que ha sido castigado el pecado de Satanás, " Príncipe de este mundo ", quien
por razón de su pecado se ha convertido en " dominador de este mundo tenebroso
". Y he aquí que, mediante esta referencia al " juicio ", se abren amplios
horizontes para la comprensión del " pecado " así como de la " justicia ". El
Espíritu Santo, al mostrar en el marco de la Cruz de Cristo " el pecado "
en la economía de la salvación (podría decirse " el pecado salvado "), hace
comprender que su misión es la de " convencer " también en lo referente al
pecado que ya ha sido juzgado definitivamente (" el pecado condenado ").
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- 29. Todas las palabras pronunciadas por el Redentor en
el Cenáculo la víspera de su pasión, se inscriben en la era de la
Iglesia: ante todo, las dichas sobre el Espíritu Santo como Paráclito y
Espíritu de la verdad. Estas se inscriben en ella de un modo siempre nuevo a lo
largo de cada generación y de cada época. Esto ha sido confirmado, respecto a
nuestro siglo, por el conjunto de las enseñanzas del Concilio vaticano II,
especialmente en la Constitución pastoral " Gaudium et spes ". Muchos
pasajes de este documento señalan con claridad que el Concilio, abriéndose a la
luz del Espíritu de la verdad, se presenta como el auténtico depositario
de los anuncios y de las promesas hechas por Cristo a los apóstoles y a la
Iglesia en el discurso de despedida; de modo particular, del anuncio, según el
cual el Espíritu Santo debe " convencer al mundo en lo referente al pecado, en
lo referente a la justicia y en lo referente al juicio ".
-
- Esto lo señala ya el texto en el que el Concilio
explica cómo entiende el " mundo ": " Tiene, pues, ante sí la Iglesia (el
Concilio mismo) al mundo, esto es la entera familia humana con el conjunto
universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la
historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los
cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado
bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado
y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme
según el propósito divino y llegue a su consumación ". Respecto a este texto tan
sintético es necesario leer en la misma Constitución otros pasajes, que tratan
de mostrar con todo el realismo de la fe la situación del pecado en el
mundo contemporáneo y explicar también su esencia partiendo de diversos puntos de
vista.
-
- Cuando Jesús, la víspera de Pascua, habla del
Espíritu Santo, que " convencerá al mundo en lo referente al pecado ", por un
lado se debe dar a esta afirmación el alcance más amplio posible, porque
comprende el conjunto de los pecados en la historia de la humanidad. Por otro
lado, sin embargo, cuando Jesús explica que este pecado consiste en el hecho de
que " no creen en él ", este alcance parece reducirse a los que
rechazaron la misión mesiánica del Hijo del Hombre, condenándole a la muerte de
Cruz.
-
- Pero es difícil no advertir que este aspecto más "
reducido " e históricamente preciso del significado del pecado se extienda hasta
asumir un alcance universal por la universalidad de la Redención, que se
ha realizado por medio de la Cruz. La revelación del misterio de la redención
abre el camino a una comprensión en la que cada pecado, realizado en
cualquier lugar y momento, hace referencia a la Cruz de Cristo y por tanto,
indirectamente también al pecado de quienes " no han creído en él ", condenando
a Jesucristo a la muerte de Cruz.
-
- Desde este punto de vista es conveniente volver al
acontecimiento de Pentecostés.
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-
- El testimonio del día de Pentecostés
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- 30. El día de Pentecostés encontraron su más exacta y
directa confirmación los anuncios de Cristo en el discurso de despedida
y, en particular, el anuncio del que estamos tratando: " El Paráclito...
convencerá al mundo en lo referente al pecado ". Aquel día, sobre los apóstoles
recogidos en oración junto a María, Madre de Jesús, bajó el Espíritu Santo
prometido, como leemos en los Hechos de los Apóstoles: " Quedaron
todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según
el Espíritu les concedía expresarse ", " volviendo a conducir de este modo a la
unidad las razas dispersas, ofreciendo al Padre las primicias de todas las
naciones ".
-
- Es evidente la relación entre este acontecimiento y
el anuncio de Cristo. En él descubrimos el primero y fundamental cumplimiento de
la promesa del Paráclito. Este viene, enviado por el Padre, " después " de la
partida de Cristo, como " precio " de ella. Esta es primero una
partida a través de la muerte de Cruz, y luego, cuarenta días después de la
resurrección, con su ascensión al Cielo. Aún en el momento de la Ascensión
Jesús
mandó a los apóstoles " que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen
la Promesa del Padre "; " seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro
de pocos días "; " recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta
con confines de la tierra ".
-
- Estas palabras últimas encierran un eco o un recuerdo
al anuncio hecho en el Cenáculo. Y el día de Pentecostés este anuncio se cumple
fielmente. Actuando bajo el influjo del Espíritu Santo, recibido por los
apóstoles durante la oración en el Cenáculo ante una muchedumbre de diversas
lenguas congregadas para la fiesta, Pedro se presenta y habla. Proclama
lo que ciertamente no habría tenido el valor de decir anteriormente: "
Israelitas... Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros con
milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros... a
éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de
Dios, vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos;
a éste, pues, Dios lo resucitó librándole de los dolores de la muerte, pues no
era posible que quedase bajo su dominio ".
-
- Jesús había anunciado y prometido: " El dará
testimonio de mí... pero también vosotros daréis testimonio ". En el primer
discurso de Pedro en Jerusalén este " testimonio " encuentra su claro
comienzo: es el testimonio sobre Cristo crucificado y resucitado. El
testimonio del Espíritu Paráclito y de los apóstoles. Y en el contenido mismo de
aquel primer testimonio, el Espíritu de la verdad por boca de Pedro "
convence al mundo en lo referente al pecado ": ante todo, respecto al pecado
que supone el rechazo de Cristo hasta la condena a muerte y hasta la Cruz en el
Gólgota. Proclamaciones de contenido similar se repetirán, según el libro de los
Hechos de los Apóstoles, en otras ocasiones y en distintos lugares.
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- 31. Desde este testimonio inicial de Pentecostés, la
acción del Espíritu de la verdad, que " convence al mundo en lo referente al
pecado " del rechazo de Cristo, está vinculada de manera inseparable
al testimonio del misterio pascual: misterio del Crucificado y
Resucitado. En esta vinculación el mismo " convencer en lo referente al
pecado " manifiesta la propia dimensión salvífica. En efecto, es un "
convencimiento " que no tiene como finalidad la mera acusación del mundo,
ni mucho menos su condena.
-
- Jesucristo no ha venido al mundo para juzgarlo y
condenarlo, sino para salvarlo. Esto está ya subrayado en este primer
discurso cuando Pedro exclama: " Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel
que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis
crucificado ". Y a continuación cuando los presentes preguntan a Pedro y a los
demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? " él les responde: " Convertíos
y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados ; y recibiréis el don del Espíritu Santo ".
-
- De este modo el " convencer en lo referente al
pecado " llega ser a la vez un convencer sobre la remisión de los
pecados, por virtud del Espíritu Santo. Pedro en su discurso de Jerusalén
exhorta a la conversión, como Jesús exhortaba a sus oyentes al comienzo de su
actividad mesiánica. La conversión exige la convicción del pecado,
contiene en sí el juicio interior de la conciencia, y éste, siendo una
verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre,
llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del
amor: " Recibid el Espíritu Santo ". Así pues en este " convencer en lo
referente al pecado " descubrimos una doble dádiva: el don de la verdad
de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la
verdad es el Paráclito.
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- El convencer en lo referente al pecado, mediante el
ministerio de la predicación apostólica en la Iglesia naciente, es
relacionado -bajo el impulso del Espíritu derramado en Pentecostés- con
el poder redentor de Cristo crucificado y resucitado. De este modo se
cumple la promesa referente al Espíritu Santo hecha antes de Pascua: " recibirá
de lo mío y os lo anunciará a vosotros ". Por tanto, cuando Pedro, durante el
acontecimiento de Pentecostés, habla del pecado de aquellos que " no creyeron
" y entregaron a una muerte ignominiosa Jesús de Nazaret, da testimonio de
la victoria sobre el pecado; victoria que se ha alcanzado, en cierto modo,
mediante el pecado más grande que el hombre podía cometer: la muerte de Jesús, Hijo de Dios, consubstancial al Padre.
-
- De modo parecido, la muerte del Hijo de Dios vence la
muerte humana: " Seré tu muerte, oh muerte ", como el pecado de haber
crucificado al Hijo de Dios " vence " el pecado humano. Aquel pecado que
se consumó el día de Viernes Santo en Jerusalén y también cada pecado del
hombre. Pues, al pecado más grande del hombre corresponde, en el corazón del
Redentor, la oblación del amor supremo, que supera el mal de todos los
pecados de los hombres. En base a esta creencia, la Iglesia en la liturgia
romana no duda en repetir cada año, en el transcurso de la vigilia Pascual, "
Oh feliz culpa ", en el anuncio de la resurrección hecho por el diácono con
el canto del " Exsultet ".
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- 32. Sin embargo, de esta verdad inefable nadie puede
" convencer al mundo ", al hombre y a la conciencia humana, sino es el
Espíritu de la verdad. El es el Espíritu que " sondea hasta las
profundidades de Dios ". Ante el misterio del pecado se deben sondear
totalmente " las profundidades de Dios ". No basta sondear la conciencia
humana, como misterio íntimo del hombre, sino que se debe penetrar en el
misterio íntimo de Dios, en aquellas " profundidades de Dios " que se resumen en
la síntesis: al Padre, en el Hijo, por medio del Espíritu Santo. Es
precisamente el Espíritu Santo que las " sondea " y de ellas saca la
respuesta de Dios al pecado del hombre. Con esta respuesta se cierra el
procedimiento de " convencer en lo referente al pecado ", como pone en evidencia
el acontecimiento de Pentecostés.
-
- Al convencer al " mundo " del pecado del Gólgota
-lamuerte del Cordero inocente-, como sucede el día de Pentecostés, el Espíritu
Santo convence también de todo pecado cometido en cualquier lugar y momento de
la historia del hombre, pues demuestra su relación con la cruz de Cristo.
El " convencer " es la demostración del mal del pecado, de todo pecado en
relación con la Cruz de Cristo. El pecado, presentado en esta relación, es
reconocido en la dimensión completa del mal, que le es característica por el
" misterio de la impiedad " que contiene y encierra en sí. El hombre no conoce
esta dimensión - no la conoce absolutamente- fuera de la Cruz de Cristo. Por
consiguiente, no puede ser " convencido " de ello sino es por el Espíritu
Santo: Espíritu de la verdad y, a la vez, Paráclito.
-
- En efecto, el pecado, puesto en relación con la Cruz
de Cristo, al mismo tiempo es identificado por la plena dimensión del "
misterio de la piedad ", como ha señalado la Exhortación Apostólica
postsinodal " Reconciliatio et paenitentia ". El hombre tampoco conoce
absolutamente esta dimensión del pecado fuera de la Cruz de Cristo. Y tampoco
puede ser " convencido " de ella sino es por el Espíritu Santo: por el
cual sondea las profundidades de Dios.
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- 3. El testimonio del principio:
la realidad originaria
del pecado
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- 33. Es la dimensión del pecado que encontramos
en el testimonio del principio, recogido en el Libro del Génesis. Es el
pecado que, según la palabra de Dios revelada, constituye el principio y la
raíz de todos los demás. Nos encontramos ante la realidad originaria del
pecado en la historia del hombre y, a la vez, en el conjunto de la economía de
la salvación. Se puede decir que en este pecado comienza el misterio de la
impiedad, pero que también este es el pecado, respecto al cual el poder
redentor del misterio de la piedad llega a ser particularmente
transparente y eficaz. Esto lo expresa San Pablo, cuando a la " desobediencia
" del primer Adán contrapone la "obediencia" de Cristo, segundo Adán:
" La obediencia hasta la muerte ".
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- Según el testimonio del principio, el pecado en su
realidad originaria se dio en la voluntad -y en la conciencia- del hombre, ante
todo, como "desobediencia", es decir, como oposición de la voluntad del hombre a
la voluntad de Dios. Esta desobediencia originaria presupone el rechazo o, por
lo menos, el alejamiento de la verdad contenida en la Palabra de Dios,
que crea el mundo. Esta palabra es el mismo Verbo, que " en el principio estaba
en Dios " y que " era Dios " y sin él " no se hizo nada de cuanto existe ",
porque " el mundo fue hecho por él". El Verbo es también ley eterna, fuente de
toda ley, que regula el mundo y, de modo especial, los actos humanos.
-
- Pues, cuando Jesús, la víspera de su pasión, habla
del pecado de los que " no creen en él ", en estas palabras suyas llenas
de dolor encontramos como un eco lejano de aquel pecado, que en su forma
originaria se inserta oscuramente en el misterio mismo de la creación. El
que habla, pues, es no sólo el Hijo del Hombre, sino que es también el "
Primogénito de toda la creación ", " en él fueron creadas todas las cosas...
todo fue creado por él y para él ". A la luz de esta verdad se comprende que la
" desobediencia ", en el misterio del principio, presupone en cierto modo la
misma " no-fe ", aquel mismo " no creyeron " que volverá a repetirse ante
el misterio pascual. Como hemos dicho ya, se trata del rechazo o, por lo menos
del alejamiento de la verdad contenida en la Palabra del Padre. El rechazo se
expresa prácticamente como "desobediencia ", en un acto realizado como efecto de
la tentación, que proviene del " padre de la mentira ". Por tanto, en la raíz
del pecado humano está la mentira como radical rechazo de la verdad
contenida en el Verbo del Padre, mediante el cual se expresa la amorosa
omnipotencia del Creador: la omnipotencia y a la vez el amor de Dios Padre, "
creador de cielo y tierra ".
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- 34. El " espíritu de Dios ", que según la
descripción bíblica de la creación " aleteaba por encima de las aguas ", indica
el mismo " Espíritu que sondea hasta las profundidades de Dios ", sondea las
profundidades del Padre y del Verbo-Hijo en el misterio de la creación. No
sólo es el testigo directo de su mutuo amor, del que deriva la creación, sino
que él mismo es este amor. El mismo, como amor, es el eterno don increado. En él
se encuentra la fuente y el principio de toda dádiva a las criaturas. El
testimonio del principio, que encontramos en toda la revelación comenzando por
el Libro del Génesis, es unívoco al respecto. Crear quiere decir llamar a
la existencia desde la nada; por tanto, crear quiere decir dar la
existencia.
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- Y si el mundo visible es creado para el hombre, por
consiguiente el mundo es dado al hombre. Y contemporáneamente el mismo hombre en
su propia humanidad recibe como don una especial " imagen y semejanza "
de Dios. Esto significa no sólo racionalidad y libertad como propiedades
constitutivas de la naturaleza humana, sino además, desde el principio,
capacidad de una relación personal ante Dios, como " yo " y " tú " y, por
consiguiente, capacidad de alianza que tendrá lugar con la comunicación
salvífica de Dios al hombre. En el marco de la " Imagen y semejanza " de Dios, "
el don del Espíritu " significa, finalmente, una llamada a la amistad, en
la que las trascendentales " profundidades de Dios " están abiertas, en cierto
modo, a la participación del hombre. El Concilio Vaticano II enseña: "Dios
invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) movido de amor, habla a los
hombres como amigos, trata con ellos (cf. Bar 3, 38) para invitarlos y
recibirlos en su compañía ".
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- 35. Por consiguiente, el Espíritu que " todo lo
sondea, hasta las profundidades de Dios ", conoce desde el principio " lo íntimo
del hombre. Precisamente por esto sólo él puede plenamente " convencer en lo
referente al pecado " que se dio en el principio, pecado que es la raíz de
todos los demás y el foco de la pecaminosidad del hombre en la tierra, que no se
apaga jamás. El Espíritu de la verdad conoce la realidad originaria del pecado,
causado en la voluntad del hombre por obra del " padre de la mentira " -de aquél
que ya " está juzgado "-. El Espíritu Santo convence, por tanto, al mundo en lo
referente al pecado en relación a este " juicio " , pero constantemente
guiando hacia la " justicia " que ha sido revelada al hombre junto con la
Cruz de Cristo, mediante " la obediencia hasta la muerte ".
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- Sólo el Espíritu Santo puede convencer en lo
referente al pecado del principio humano, precisamente el que es amor del Padre
y del Hijo, el que es don, mientras el pecado del principio humano consiste
en la mentira y en el rechazo del don y del amor que influyen
definitivamente sobre el principio del mundo y del hombre.
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- 36. Según el testimonio del principio, que encontramos
en la Escritura y en la Tradición, después de la primera (y a la vez más
completa ) descripción del Génesis, el pecado en su forma originaria es
entendido como " desobediencia ", lo que significa simple y directamente
trasgresión de una prohibición puesta por Dios. Pero a la vista de todo
el contexto es también evidente que las raíces de esta desobediencia deben
buscarse profundamente en toda la situación real del hombre. Llamando a la
existencia, el ser humano -hombre o mujer- es una criatura.
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- La " imagen de Dios ", que consiste en la
racionalidad y en la libertad, demuestra la grandeza y la dignidad del sujeto
humano, que es persona. pero este sujeto personal es también una
criatura: en su existencia y esencia depende del Creador. Según el
Génesis, " el árbol de la ciencia del bien y del mal " debía expresar y
constantemente recordar al hombre el " límite "insuperable para un ser creado.
En este sentido debe entenderse la prohibición de Dios: el Creador prohíbe al
hombre y a la mujer que coman los frutos del árbol de la ciencia del bien y del
mal. Las palabras de la instigación, es decir de la tentación, como está
formulada en el texto sagrado, inducen a transgredir esta prohibición, o sea a
superar aquel " límite ": " El día en que comiereis de él se os abrirán los
ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal ".
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- La " desobediencia " significa precisamente pasar
aquel límite que permanece insuperable a la voluntad y a la libertad del hombre
como ser creado. Dios creador es, en efecto, la fuente única y definitiva del
orden moral en el mundo creado por él. El hombre no puede decidir por sí mismo
lo que es bueno y malo, no puede " conocer el bien y el mal como dioses ". Sí,
en el mundo creado Dios es la fuente primera y suprema para decidir
sobre el bien y el mal, mediante la íntima verdad del ser, que es reflejo
del Verbo, el eterno Hijo, consubstancial al Padre.
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- Al hombre, creado a imagen de Dios, el Espíritu Santo
da como don la conciencia, para que la imagen pueda reflejar fielmente en
ella su modelo, que es sabiduría y ley eterna, fuente del orden moral en el
hombre y en el mundo. la " desobediencia ", como dimensión originaria del
pecado, significa rechazo de esta fuente por la pretensión del hombre de
llegar a ser fuente autónoma y exclusiva en decidir sobre el bien y el mal. El
Espíritu que " sondea las profundidades de Dios " y que, a la vez, es para el
hombre la luz de la conciencia y la fuente del orden moral, conoce en toda su
plenitud esta dimensión del pecado, que se inserta en el misterio del principio
humano. Y no cesa de " convencer de ello al mundo " en relación
con la cruz de Cristo en el Gólgota.
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- 37. Según el testimonio del principio, Dios en la
creación se ha revelado a sí mismo como omnipotencia que es amor. Al mismo
tiempo ha revelado al hombre que, como " imagen y semejanza " de su creador, es
llamado a participar de la verdad y del amor. Esta participación
significa una vida en unión con Dios, que es la " vida eterna ". Pero el hombre,
bajo la influencia del " padre de la mentira ", se ha separado de esta
participación. ¿En qué medida? Ciertamente no en la medida del pecado de un
espíritu puro, en la medida del pecado de Satanás. El Espíritu humano es incapaz
de alcanzar tal medida. En la misma descripción del Génesis es fácil señalar
la diferencia de grado existente entre " el soplo del mal " del que es
pecador (o sea permanece en el pecado ) desde el principio y que ya " está
juzgado " y el mal de la desobediencia del hombre.
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- Esta desobediencia, sin embargo, significa también
dar la espalda a Dios y, en cierto modo, el cerrarse de la
libertad humana ante él. Significa también una determinada apertura de esta
libertad -del conocimiento y de la voluntad humana- hacia el que es el " padre
de la mentira ". Este acto de elección responsable no es sólo una "
desobediencia ", sino que lleva consigo también una cierta adhesión al motivo
contenido en la primera instigación al pecado y renovada constantemente a lo
largo de la historia del hombre en la tierra: " es que Dios sabe muy bien que el
día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal ".
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- Aquí nos encontramos en el centro mismo de lo que se
podría llamar el " anti-Verbo ", es decir la anti-verdad. En efecto, es
falseada la verdad del hombre: quién es el hombre y cuáles son los
límites insuperables de su ser y de su libertad. Esta anti-verdad es
posible, porque al mismo tiempo es falseada completamente la verdad
sobre quien es Dios.
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- Dios Creador es puesto en estado de sospecha, más
aún incluso en estado de acusación ante la conciencia de la criatura. Por vez
primera en la historia del hombre aparece el perverso " genio de la sospecha ".
Esta trata de "falsear" el Bien mismo, el Bien absoluto, que en la
obra de la creación se ha manifestado precisamente como el bien que da de modo
inefable: como bonum diffusivum sui, como amor creador. ¿Quién puede
plenamente " convencer en lo referente al pecado ", es decir de esta
motivación de la desobediencia originaria del hombre sino aquél que sólo él es
el don y la fuente de toda dádiva, sino el Espíritu que, " sondea las
profundidades de Dios " y es amor del Padre y del Hijo?
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- 38. Pues, a pesar de todo el testimonio de la creación
y de la economía salvífica inherente a ella, el espíritu de las tinieblas es
capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante todo,
como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza para el
hombre. De esta manera Satanás injerta en el ánimo del hombre el
germen de la oposición de aquél que " desde el principio " debe ser considerado
como enemigo del hombre y no como Padre. El hombre es retado a convertirse en el
adversario de Dios.
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- El análisis del pecado en su dimensión originaria
indica que, por parte del " padre de la mentira ", se dará a lo largo de la
historia de la humanidad una constante presión al rechazo de Dios por parte del
hombre, hasta llegar al odio: " Amor de sí mismo hasta el desprecio de
Dios ", como se expresa San Agustín. EL hombre será propenso a ver en Dios
ante todo una propia limitación y no la fuente de su liberación y la plenitud
del bien. Esto lo vemos confirmado en nuestros días, en los que las ideologías
ateas intentan desarraigar la religión en base al presupuesto de que
determina la radical " alineación " del hombre, como si el hombre fuera
expropiado de su humanidad cuando, al aceptar la idea de Dios, le atribuye lo
que pertenece al hombre y exclusivamente al hombre.
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- Surge de aquí una forma de pensamiento y de praxis histórico-sociológica donde el rechazo de Dios ha llegado hasta la declaración
de su " muerte ". Esto es un absurdo conceptual y verbal. Pero la ideología de
la " muerte de Dios " amenaza más bien al hombre, como indica el Vaticano
II, cuando, sometiendo a análisis la cuestión de la "autonomía de la realidad
terrena ", afirma : " La criatura sin el Creador se esfuma... Más aún, por el
olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida ". La ideología de la "
muerte de Dios " es sus efectos demuestra fácilmente que es, a nivel teórico y
práctico, la ideología de la " muerte del hombre ".
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- 4. El Espíritu que transforma el sufrimiento en amor salvífico
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- 39. El Espíritu, que sondea las profundidades de Dios,
ha sido llamado por Jesús en el discurso del Cenáculo el Paráclito. En
efecto, desde el comienzo " es invocado " para " convencer al mundo en lo
referente al pecado ". Es invocado de modo definitivo a través de la Cruz de
Cristo. Convencer en lo referente al pecado quiere decir demostrar el mal
contenido en él. Lo que equivale a revelar el misterio de la impiedad. No
es posible comprender el mal del pecado en toda su realidad dolorosa sin sondear
las profundidades de Dios.
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- Desde el principio el misterio oscuro del pecado se
ha manifestado en el mundo con una clara referencia al Creador de la libertad
humana. ha aparecido como un acto voluntario de la criatura-hombre contrario a
la voluntad de Dios: la voluntad salvífica de Dios; es más, ha aparecido
como oposición a la verdad, sobre la base de la mentira ya definitivamente "
juzgada ": mentira que ha puesto en estado de acusación, en estado de sospecha
permanente, al mismo amor Creador y salvífico. El hombre ha seguido al " padre
de la mentira ", poniéndose contra el Padre de la Vida y el Espíritu de la
verdad.
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- El " convencer en lo referente al pecado " ¿no
deberá, por tanto, significar también el revelar el sufrimiento? ¿No
deberá revelar el dolor, inconcebible en indecible, que, como
consecuencia del pecado, el Libro Sagrado parece entrever en su visión
antropomórfica en las profundidades de Dios y, en cierto modo, en el corazón
mismo de la inefable Trinidad? La Iglesia, inspirándose en la revelación, cree y
profesa que el pecado es una ofensa a Dios. ¿Qué corresponde a esta "
ofensa ", a este rechazo del Espíritu que es amor y don en la intimidad
inescrutable del Padre, del Verbo y del Espíritu Santo?
-
- La concepción de Dios, como ser necesariamente
perfectísimo, excluye ciertamente de Dios todo dolor derivado de limitaciones o
heridas; pero, en las profundidades de Dios, se da un amor de Padre que, ante el
pecado del hombre, según el lenguaje bíblico, reacciona hasta el punto de
exclamar: " Estoy arrepentido de haber hecho al hombre ". " Viendo el Señor que
la maldad del hombre cundía en la tierra... y dijo el Señor: " me pesa de
haberlos hecho ". Peor a menudo el Libro Sagrado nos habla de un Padre, que
siente compasión por el hombre, como compartiendo su dolor. En definitiva, este
inescrutable e indecible " dolor " de padre engendrará sobre todo la
admirable economía del amor redentor de Jesucristo, para que, por medio
del misterio de la piedad, en la historia del hombre el amor pueda
revelarse más fuerte que el pecado. Para que prevalezca el " don ".
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- El Espíritu Santo, que según las palabras de Jesús
"convence en lo referente al pecado ", es el amor del Padre y del Hijo y, como
tal, es el don y trinitario y, a la vez, la fuente eterna de toda dádiva divina
a lo creado. Precisamente en él podemos concebir como personificada y realizada
de modo trascendente la misericordia, que la tradición patrística y teológica,
de acuerdo con el Antiguo y el Nuevo Testamento, atribuye a Dios.
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- En el hombre la misericordia implica dolor y
compasión por las miserias del prójimo. En Dios, el Espíritu-amor cambia la
dimensión del pecado humano en una nueva dádiva de amor salvífico. De él, en
unidad con el Padre y el Hijo, nace la economía de la salvación, que llena la
historia del hombre con los dones de la Redención. SI el pecado, al rechazar el
amor, ha engendrado el " sufrimiento " del hombre que en cierta manera se ha
volcado sobre toda la creación, el Espíritu Santo entrará en el
sufrimiento humano y cósmico con una nueva dádiva de amor, que redimirá al
mundo. En boca de Jesús Redentor, en cuya humanidad se verifica el " sufrimiento
" de Dios, resonará una palabra en a que se manifiesta el amor eterno, lleno de
misericordia: "Siento compasión ". Así pues, pro parte del Espíritu Santo, el "
convencer en lo referente al pecado " se convierte en una manifestación ante la
creación " sometida a la vanidad " y sobre todo en lo íntimo de las conciencias
humanas, como el pecado es vencido por el sacrificio del Cordero de Dios
que se ha hecho hasta la muerte " el siervo obediente " que, reparando la
desobediencia del hombre, realiza la redención del mundo. De esta manera, el
Espíritu de la verdad, el Paráclito, " convence en lo referente al pecado ".
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- 40. El valor redentor del sacrificio de Cristo ha sido
expresado con palabras muy significativas por parte del autor de la Carta a
los Hebreos, que, después de haber recordado los sacrificios de la Antigua
Alianza, en que " si la sangre de machos cabríos y de toros... santifica en
orden a la purificación ", añade: " cuánto más la sangre de Cristo, que por
el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las
obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo ". Aun
conscientes de otras interpretaciones posibles, nuestra consideración sobre la
presencia del Espíritu Santo a lo largo de toda la vida de Cristo nos lleva a
reconocer en este texto como un invitación a reflexionar también sobre la
presencia del mismo Espíritu en el sacrificio redentor del Verbo Encarnado.
-
- Reflexionemos primero sobre el contenido de las
palabras iniciales de este sacrificio y, a continuación, separadamente sobre la
" purificación de la conciencia " llevada a cabo por él. En efecto, es un
sacrificio ofrecido con ( = por obra de ) un Espíritu Eterno ", que "
saca " de él la fuerza de "convencer en lo referente al pecado " en orden a la
salvación. Es el mismo Espíritu Santo que, según la promesa del Cenáculo,
Jesucristo " traerá " a los apóstoles el día de su resurrección,
presentándose a ellos con las heridas de la crucifixión, y que les " daré "
para la remisión de los pecados: " Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados ".
-
- Sabemos que Dios " A Jesús de Nazaret le ungió con el
Espíritu Santo y con poder ", como afirmaba Simón Pedro en la casa del centurión
Cornelio. Conocemos el misterio pascual de su " partida " según el Evangelio
de Juan. Las palabras de la Carta a los Hebreos nos explican ahora de
que modo Cristo " se ofreció sin mancha a Dios " y como hizo esto " con un
Espíritu Eterno ". En el sacrificio del Hijo del hombre el Espíritu Santo está
presente y actúa del mismo modo con que actuaba en su concepción, en su entrada
al mundo, en su vida oculta y en su misterio público.
-
- Según la Carta a los Hebreos en el camino de
su " partida " a través de Getsemaní y del Gólgota, el mismo Jesucristo
en su humanidad se ha abierto totalmente a esta acción del Espíritu
Paráclito, que del sufrimiento hace brotar el eterno amor salvífico. Ha
sido, por lo tanto, " escuchado por su actitud reverente y aun siendo Hijo, con
lo que padeció experimentó la obediencia ". De esta manera dicha Carta
demuestra como la humanidad sometida al pecado en los descendientes
del primer Adán, en Jesucristo ha sido sometida perfectamente a
Dios y unida a él, y al mismo tiempo, está llena de misericordia hacia los
hombres. Se tiene así una nueva humanidad, que en Jesucristo por medio
del sufrimiento de la cruz ha vuelto al amor, traicionado por Adán con su
pecado. Se ha encontrado en la misma fuente de la dádiva originaria: en el
Espíritu que "sondea las profundidades de Dios " y es amor y don.
-
- El Hijo de Dios, Jesucristo, como hombre, en la
ferviente oración de su pasión, permitió al Espíritu Santo, que ya había
impregnado íntimamente su humanidad, transformarla en sacrificio perfecto
mediante el acto de su muerte, como víctima de amor en la Cruz. El solo ofreció
este sacrificio. Como única sacerdote " se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios
". En su humanidad era digno de convertirse en este sacrificio, ya que él
solo era " sin tacha ". Pero lo ofreció " por el Espíritu Eterno ": lo que
quiere decir que el Espíritu Santo actuó de manera especial en esta autodonación
absoluta del Hijo del hombre para transformar el sufrimiento en amor redentor.
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-
- 41. En el Antiguo Testamento se habla varias veces del
" fuego del cielo ", que quemaba los sacrificios presentados por los hombres.
Por analogía se puede decir que el Espíritu Santo es el " fuego del cielo "
que actúa en lo más profundo del misterio de la Cruz. Proviniendo del Padre,
ofrece al Padre el sacrificio del Hijo, introduciéndolo en la divina realidad
de la comunión trinitaria. Si el pecado ha engendrado el sufrimiento, ahora
el dolor de Dios en Cristo crucificado recibe su plena expresión humana por
medio del Espíritu Santo. Se da así un paradójico misterio de amor: en Cristo
sufre Dios rechazado por la propia criatura: " No creen en mí "; pero, a la vez,
desde lo más hondo de este sufrimiento - e indirectamente desde lo hondo
del mismo pecado " de no haber creído "- el Espíritu saca una nueva dimensión
del don hecho al hombre y a la creación desde el principio. En lo más hondo
del misterio de la Cruz actúa el amor, que lleva de nuevo al hombre a participar
de la vida, que está en Dios mismo.
-
- El Espíritu Santo, como amor y don, desciende, en
cierto modo, al centro mismo del sacrificio, que se ofrece en la Cruz.
Refiriéndonos a la tradición bíblica podemos decir: él consuma este
sacrificio con el fuego del amor, que une al Hijo con el Padre en la
comunión trinitaria. Y dado que el sacrificio de la Cruz es un acto propio de
Cristo, también en este sacrificio él " recibe" el Espíritu Santo.
Lo recibe de tal manera que después -él solo con Dios Padre- puede " darlo "
a los apóstoles , a la Iglesia y a la humanidad.
-
- El solo lo " envía " desde el Padre. El solo se
presenta ante los apóstoles reunidos en el Cenáculo, " sopló sobre ellos " y les
dijo: " Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados ", como había anunciado antes Juan Bautista: " El os bautizará en
Espíritu Santo y fuego ". Con aquellas palabras de Jesús el Espíritu Santo es
revelado y a la vez es presentado como amor que actúa en lo profundo del
misterio pascual, como fuente del poder salvífico de la Cruz de Cristo y como
don de la vida nueva y eterna.
-
- Esta verdad sobre el Espíritu Santo encuentra cada
día su expresión en la liturgia romana, cuando el sacerdote, antes de la
comunión, pronuncia aquellas significativas palabras: " Señor Jesucristo, Hijo
de Dios vivo, que por voluntad del Padre y cooperación del Espíritu
Santo, diste con tu muerte vida al mundo ". Y en la III Plegaria
Eucarística, refiriéndose a la misma economía salvífica, el sacerdote ruega a
Dios que el Espíritu Santo " nos transforme en ofrenda permanente ".
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- 5. "La sangre que purifica la conciencia "
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- 42. Hemos dicho que, en el culmen del misterio
pascual, el Espíritu Santo es revelado definitivamente y hecho presente de un
modo nuevo. Cristo resucitado dice a los apóstoles: "Recibid el Espíritu Santo
". De esta manera es revelado el Espíritu Santo, pues las palabras de Cristo
constituyen la confirmación de las promesas y de los anuncios del discurso en el
Cenáculo. Y con esto el Paráclito es hecho presente también de un modo
nuevo. En realidad ya actuaba desde el principio en el misterio de la creación y
a lo largo de toda la historia de la antigua Alianza de Dios con el hombre.
-
- Su acción ha sido confirmada plenamente por la misión
del Hijo del hombre como Mesías, que ha venido con el poder del Espíritu Santo.
En el momento culminante de la misión mesiánica de Jesús, el Espíritu Santo se
hace presente en el misterio pascual con toda su subjetividad divina:
como el que debe continuar la obra salvífica, basada en el sacrificio de la
Cruz. Sin duda esta obra es encomendada por Jesús a los hombres: a los apóstoles
y a la Iglesia. Sin embargo, en estos hombres y por medio de ellos, el Espíritu
Santo sigue siendo el protagonista trascendente de la realización de esta obra en
el espíritu del hombre y en la historia del mundo: el invisible y, a la vez, omnipresente
Paráclito. El Espíritu que "sopla donde quiere".
-
- Las palabras pronunciadas pro Cristo resucitado " el
primer día de la semana ", ponen especialmente de relieve la presencia del
Paráclito consolador, como el que " convence al mundo en lo referente al
pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio ". En efecto,
sólo tomadas así se explican las palabras que Jesús pone en relación directa con
el " don " del Espíritu Santo a los apóstoles, Jesús dice: " Recibid el Espíritu
Santo: A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se os
retengáis, les quedan retenidos ". Jesús confiere a los apóstoles el poder de
perdonar los pecados, para que lo transmitan a sus sucesores en la Iglesia.
-
- Sin embargo, este poder concedido a los hombres
presupone e implica la acción salvífica del Espíritu Santo. Convirtiéndose en "
luz de los corazones ", es decir de las conciencias, el Espíritu Santo "
convence en lo referente al pecado ", o sea hace conocer al hombre su mal y,
al mismo tiempo, lo orienta hacia el bien. Merced a la multiplicidad de sus
dones por lo que es invocado como el portador " de los siete dones ", todo tipo
de pecado del hombre puede ser vencido por el poder salvífico de Dios. En
realidad -como dice San Buenaventura- " en virtud de los siete dones del
Espíritu Santo todos los males han sido destruidos y todos los bienes han sido
producidos ".
-
- Bajo el influjo del Paráclito se realiza, por lo
tanto, la conversión del corazón humano, que es condición indispensable
para el perdón de los pecados. SIn una verdadera conversión, que implica una
contrición interior y sin un propósito sincero y firme de enmienda, los pecados
quedan " retenidos ", como afirma Jesús, y con El toda la Tradición del Antiguo
y del Nuevo Testamento. En efecto, las primeras palabras pronunciadas por Jesús
al comienzo de su ministerio, según el Evangelio de Marcos, son éstas: "
Convertíos y creed en la Buena Nueva ". La confirmación de esta exhortación es
el " convencer en lo referente al pecado " que el Espíritu Santo emprende de una
manera nueva en virtud de la Redención, realizada por la Sangre del Hijo del
hombre. Por esto, la Carta a los Hebreos dice que esta " sangre purifica
nuestra conciencia ". Esta sangre, pues, abre al Espíritu Santo, por
decirlo de algún modo, el camino hacia la intimidad del hombre, es decir hacia
el santuario de las conciencias humanas.
-
-
-
- 43. El Concilio Vaticano II ha recordado la enseñanza
católica sobre la conciencia, al hablar de la vocación del hombre y, en
particular, de la dignidad de la persona humana. Precisamente la
conciencia decide de manera específica sobre esta dignidad. En efecto, la
conciencia es " el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en
el que ésta se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más
intimo. Esta voz dice claramente a " los oídos de su corazón advirtiéndole...
haz esto, evita aquello ". Tal capacidad demandar el bien y prohibir el mal,
puesta por el Creador en el corazón del hombre, es la propiedad clave del
sujeto personal.
-
- Pero al mismo tiempo, " en lo más profundo de su
conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí
mismo, pero a la cual debe obedecer ". La conciencia, por tanto, no es
una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo;
al contrario, en ella está grabado profundamente un principio de obediencia a
la norma objetiva, que fundamenta y condiciona la congruencia de sus
decisiones con los preceptos y prohibiciones en los que se basa el
comportamiento humano, como se entreve ya en la citada página del Libro del
Génesis. Precisamente, en este sentido, la conciencia es el " sagrario
íntimo " donde " resuena la voz de Dios ". Es " la voz de Dios " aun
cuando el hombre reconoce exclusivamente en ella el principio del orden moral
del que humanamente no se puede dudar, incluso sin una referencia directa al
Creador: precisamente la conciencia encuentra siempre en esta referencia su
fundamento y su justificación.
-
- El evangélico " convencer en lo referente al pecado "
bajo el influjo del Espíritu de la verdad no puede verificarse en el hombre más
que por el camino de la conciencia. Si la conciencia es recta, ayuda
entonces a "resolver con acierto los numerosos problemas morales que se
presentan al individuo y a la sociedad ". Entonces " mayor seguridad tienen las
personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a
las normas objetivas de la moralidad ".
-
- Fruto de la recta conciencia es, ante todo, el
llamar por su nombre al bien y al mal, como hace por ejemplo la misma
Constitución pastoral: " Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier
clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto
viola la integridad de la persona, como, por ejemplo, las mutilaciones, las
torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente
ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas
de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la
prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales
degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin
respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana "; y después
de haber llamado por su nombre a los numerosos pecados, tan frecuentes y
difundidos en nuestros días, la misma Constitución añade: " Todas estas
prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, que degradan la
civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son
totalmente contrarias al honor debido al Creador ".
-
- Al llamar por su nombre a los pecados que más
deshonran al hombre, y demostrar que ésos son un mal moral que pesa
negativamente en cualquier balance sobre el progreso de la humanidad, el
Concilio escribe a la vez todo esto como etapa " de una lucha, y por cierto
dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas ". La Asamblea
del Sínodo de los Obispos en 1983 sobre la reconciliación y la penitencia
ha precisado todavía mejor el significado personal y social delpecado del
hombre.
-
-
-
- 44. Pues bien, en el Cenáculo la víspera de su Pasión
y, después la tarde del día de pascua, Jesucristo se refirió al Espíritu Santo
como el que atestigua que en la historia de la humanidad perdura el
pecado. Sin embargo, el pecado está sometido al poder salvífico de la
Redención. El " convencer al mundo en lo referente al pecado " no se acaba
en el hecho de que venga llamado por su nombre e identificado por lo que es en
toda su dimensión característica. En el convencer al mundo en lo referente al
pecado, el Espíritu de la verdad se encuentra con la voz de las conciencias
humanas.
-
- De este modo se llega a la demostración de las
raíces del pecado que están en el interior del hombre, como pone en
evidencia la misma Constitución pastoral : " En realidad de verdad, los
desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro
desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón
humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del
hombre. A fuer de creatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se
siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior.
Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún,
como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo
que querría llevar a cabo ". El texto conciliar se refiere aquí a las
conocidas palabras de San Pablo.
-
- El " convencer en lo referente al pecado " que
acompaña a la conciencia humana en toda reflexión profunda sobre sí misma, lleva
por tanto al descubrimiento de sus raíces en el hombre, así como de sus
influencias en la misma conciencia en el transcurso de la historia. Encontramos
de este modo aquella realidad originaria del pecado, de la que ya se ha hablado.
El Espíritu Santo " convence en lo referente al pecado " respecto al
misterio del principio, indicando el hecho de que el hombre es ser-creado y,
por consiguiente, está en total dependencia ontológica y ética de su Creador
y recordando, a la vez, la pecaminosidad hereditaria de la naturaleza humana.
Pero el Espíritu Santo Paráclito " convence en lo referente al pecado "
siempre en relación con la Cruz de Cristo.
-
- Por esto el cristianismo rechaza toda " fatalidad "
del pecado. " Una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada
en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el final " -enseña
el Concilio_. " Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al
hombre". El hombre, pues, lejos de dejarse " enredar " en su condición de
pecado, " ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de
grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la
unidad en sí mismo ". El Concilio ve justamente el pecado como factor de
la ruptura que pesa tanto sobre la vida personal como sobre la vida social del
hombre; pero, al mismo tiempo, recuerda incansablemente la posibilidad de la
victoria.
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- 45. El Espíritu de la verdad, que " convence al mundo
en lo referente al pecado ", se encuentra con aquella fatiga de la conciencia
humana, de la que los textos conciliares hablan de manera tan sugestiva. Esta
fatiga de la conciencia determina también los caminos de las conversiones
humanas: el dar la espalda al pecado para reconstruir la verdad y el amor en el
corazón mismo del hombre. Se sabe que reconocer el mal en uno mismo a menudo
cuesta mucho. Se sabe que la conciencia no sólo manda o prohíbe, sino que
juzga a la luz de las órdenes y de las prohibiciones interiores. Es
también fuente de remordimiento: el hombre sufre interiormente por el mal
cometido.
-
- ¿No es este sufrimiento como un eco lejano de aquel "
arrepentimiento por haber creado al hombre ", que con lenguaje antropomórfico el
Libro sagrado atribuye a Dios; de aquella " reprobación " que, inscribiéndose en
el " corazón " de la Trinidad, en virtud del amor eterno se realiza en el dolor
de la Cruz y en la obediencia de Cristo hasta la muerte? Cuando el Espíritu de
la verdad permite a la conciencia humana la participación en aquel dolor,
entonces el sufrimiento de la conciencia es particularmente profundo y también
salvífico. Pues, por medio de un acto de contrición perfecta, se realiza la
auténtica conversión del corazón: es la " metanoia " evangélica.
-
- La fatiga del corazón humano y la fatiga de la
conciencia, donde se realiza esta " metanoia " o conversión, es el
reflejo de aquel proceso mediante el cual la reprobación se transforma en
amor salvífico, que sabe sufrir. El dispensador oculto de esa fuerza
salvadora es el Espíritu Santo, que es llamado por la Iglesia " luz de las
conciencias ", el cual penetra y llena " lo más íntimo de los corazones "
humanos.
-
- Mediante esta conversión en el Espíritu Santo, el
hombre se abre al perdón y a la remisión de los pecados. Y en todo este
admirable dinamismo de la conversión-remisión se confirma la verdad de lo
escrito por San Agustín sobre el misterio del hombre, al comentar las palabras
del Salmo: " Abismo que llama al abismo ". Precisamente en esta " abismal
profundidad " del hombre y de la conciencia humana se realiza la misión del Hijo
y del Espíritu Santo. El Espíritu Santo " viene " en cada caso
concreto de la conversión-remisión, en virtud del sacrificio de la Cruz,
pues, por él, " la sangre de Cristo... purifica nuestra conciencia de las obras
muertas para rendir culto a Dios vivo ". Se cumplen así las palabras sobre el
Espiritu Santo como " otro Paráclito ", palabras dirigidas a los apóstoles en el
Cenáculo e indirectamente a todos: " Vosotros le conocéis, porque mora con
vosotros ".
-
-
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- 6. El pecado contra el Espíritu Santo
-
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-
- 46. En el marco de lo dicho hasta ahora, resultan más
comprensibles otras palabras, impresionantes y desconcertantes, de Jesús. las
podríamos llamas las palabras del " no-perdón ". Nos las refieren los
Sinópticos respecto a un pecado particular que es llamado " blasfemia contra el
Espíritu Santo ". Así han sido referidas en su triple redacción:
-
- Mateo: " Todo pecado y blasfemia se perdonará
a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que
diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga
contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro ".
-
- Marcos: " Se perdonará todo a los hijos de
los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el
que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será
reo de pecado eterno ".
-
- Lucas: " A todo el que diga una palabra
contra el Hijo del hombre, se le perdonará, pero al que blasfeme contra el
Espíritu Santo, no se le perdonará ".
-
- ¿Por qué la blasfemia contra el Espíritu Santo es
imperdonable? ¿ Cómo se entiende esta blasfemia? Responde Santo Tomás de
Aquino que se trata de un pecado " irremisible según su naturaleza, en cuanto
excluye aquellos elementos, gracias a los cuales se da la remisión de los
pecados ".
-
- Según esta exégesis la " blasfemia " no consiste en
el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste, por el contrario,
en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del
Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz. Si el hombre
rechaza aquel " convencer sobre el pecado ", que proviene del Espíritu Santo y
tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez la " venida " del Paráclito:
aquella " venida " que se ha realizado en el misterio pascual, en la unidad
mediante la fuerza redentora de la Sangre de Cristo. La Sangre que " purifica a
las obras muertas nuestra conciencia ".
-
- Sabemos que un fruto de esta purificación es la
remisión de los pecados. Por tanto, el que rechaza el Espíritu y la Sangre
permanece en las " obras muertas ", o sea en el pecado. Y la blasfemia contra el
Espíritu Santo consiste precisamente en el rechazo radical de aceptar esta
remisión, de la que el mismo Espíritu es el íntimo dispensador y que
presupone la verdadera conversión obrada por él en la conciencia. Si Jesús
afirma que la blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada ni en
esta vida ni en la futura, es porque esta " no-remisión " está
unida, como causa suya, a la " no-penitencia ", es decir al
rechazo radical del convertirse. Lo que significa el rechazo de acudir a las
fuentes de la Redención, las cuales, sin embargo, quedan " siempre " abiertas en
la economía de la salvación, en la que se realiza la misión del Espíritu Santo.
-
- El Paráclito tiene el poder infinito de sacar de
estas fuentes: " recibirá de lo mío ", dijo Jesús. De este modo el Espíritu
completa en las almas la obra de la Redención realizada por Cristo,
distribuyendo sus frutos. Ahora bien la blasfemia contra el Espíritu Santo es el
pecado cometido por el hombre, que reivindica un pretendido " derecho de
perseverar en el mal " -en cualquier pecado- y rechaza así la
Redención. El hombre encerrado en el pecado, haciendo imposible por su parte la
conversión y, por consiguiente, también la remisión de sus pecados, que
considera no esencial o sin importancia para su vida. Esta es una condición de
ruina espiritual, de la que la blasfemia contra el Espíritu Santo no permite al
hombre salir de su autoprisión y abrirse a las fuentes divinas de la
purificación de las conciencias y remisión de los pecados.
-
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-
- 47. La acción del Espíritu de la verdad, que tiende al
salvífico " convencer en lo referente al pecado ", encuentra en el hombre que se
halla en esta condición una resistencia interior, como una impermeabilidad de la
conciencia, un estado de ánimo que podría decirse consolidado en razón de una
libre elección: es lo que la Sagrada Escritura suele llamar " dureza de corazón
". En nuestro tiempo a esta actitud de mente y corazón corresponde quizás la
pérdida del sentido del pecado, a la que dedica muchas páginas la
Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia.
-
- Anteriormente el Papa Pío XII había afirmado que " el
pecado de nuestro siglo es la pérdida del sentido del pecado " y esta pérdida
está acompañada por la " pérdida del sentido de Dios ". En la citada Exhortación
leemos: " En realidad Dios es la raíz y el fin supremo del hombre y éste lleva
en sí un germen divino. Por ello, es la realidad de Dios la que descubre e
ilumina el misterio del hombre. Es vano, por lo tanto, esperar que tenga
consistencia un sentido del pecado respecto al hombre y a los valores humanos,
si falta el sentido de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el verdadero
sentido del pecado ".
-
- La Iglesia, por consiguiente, no cesa de implorar a
Dios la gracia de que no disminuya la rectitud en las conciencias humanas,
que no se atenúe su sana sensibilidad ante el bien y el mal. esta
rectitud y sensibilidad está profundamente unidas a la acción íntima del
Espíritu de la verdad. Con esta luz adquieren un significado particular las
exhortaciones del Apóstol: " No extingáis el Espíritu ", " no
entristezcáis al Espíritu Santo ".
-
- Pero la Iglesia, sobre todo, no cesa de
suplicar con gran fervor que no aumente en el mundo aquel pecado
llamado por el Evangelio blasfemia contra el Espíritu Santo; antes bien que
retroceda en las almas de los hombres y también en los mismos ambientes y
en las distintas formas de la sociedad, dando lugar a la apertura de las
conciencias, necesaria para la acción salvífica del Espíritu Santo. la Iglesia
ruega que el peligroso pecado contra el Espíritu deje lugar a una santa
disponibilidad a aceptar su misión de Paráclito, cuando viene para " convencer
al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo
referente al juicio ".
-
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-
- 48. Jesús en su discurso de despedida la unido estos
tres ámbitos del " convencer " como componentes de la misión del
Paráclito: el pecado, la justicia y el juicio. Ellos señalan la dimensión de
aquel misterio de la piedad, que en la historia del hombre se opone al
pecado, es decir al misterio de la impiedad. Por un lado, como se expresa
San Agustín, existe el " amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios "; por el
otro, existe el " amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo ". La Iglesia
eleva sin cesar su oración y ejerce su ministerio para que la historia de las
conciencias y la historia de las sociedades en la gran familia humana no se
abajen al polo del pecado con el rechazo de los mandamientos de Dios " hasta
el desprecio de Dios ", sino que, por el contrario, se eleven hacia el
amor en el que se manifiesta el Espíritu que da la vida.
-
- Los que se dejan " convencer en lo referente al
pecado " por el Espíritu Santo, se dejan convencer también en lo referente a "
la justicia y al juicio ". El Espíritu de la verdad que ayuda a los hombres, a
las conciencias humanas, a conocer la verdad del pecado, a la vez hace
que conozcan la verdad de aquella justicia que entró en la historia del
hombre con Jesucristo. De este modo, los que " convencidos en lo referente al
pecado " se convierten bajo la acción del Paráclito, con conducidos, en cierto
modo, fuera del ámbito del " juicio ": de aquel " juicio " mediante el cual " el
Príncipe de este mundo está juzgado ".
-
- La conversión, en la profundidad de su misterio
divino-humano, significa la ruptura de todo vínculo mediante el cual el pecado
ata al hombre en el conjunto del misterio de la impiedad. Los que se
convierten, pues, son conducidos por el Espíritu Santo fuera del ámbito del "
juicio " e introducidos en aquella justicia, que está en Cristo Jesús,
porque la " recibe " del Padre, como un reflejo de la santidad trinitaria. Esta
es la justicia del Evangelio y de la Redención, la justicia del Sermón de la
montaña y de la Cruz, que realiza la purificación de la conciencia por medio de
la Sangre del Cordero. Es la justicia que el Padre da al Hijo y a todos
aquellos, que se han unido a él en la verdad y en el amor.
-
- En esta justicia el Espíritu Santo, Espíritu del
Padre y del Hijo, que " convence al mundo en lo referente al pecado " se
manifiesta y se hace presente al hombre como Espíritu de vida eterna.
-
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- III EL
ESPIRITU QUE DA LA VIDA
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- 1. Motivo del Jubileo del
año dos mil: Cristo que fue concebido por obra y gracia del
Espíritu Santo
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- 49. El pensamiento y el corazón de la Iglesia se
dirigen al Espíritu Santo al final del siglo veinte y en la perspectiva del
tercer milenio de la venida de Jesucristo al mundo, mientras miramos al gran
Jubileo con el que la Iglesia celebrará este acontecimiento. En efecto, dicha
venida se mide, según el cómputo del tiempo, como un acontecimiento que
pertenece a la historia del hombre en la tierra. La medida del tiempo, usada comúnmente, determina los años, siglos y milenio
según transcurran antes o
después del nacimiento de Cristo. Pero hay que tener también presente que, para
nosotros los cristianos este acontecimiento significa, según el Apóstol, la
plenitud de los tiempos, porque a través de ellos Dios mismo, con su " medida ",
penetró completamente en la historia del hombre: es una presencia trascendente
en el " ahora " (" nunc ") eterno. " Aquél que es " el Alfa y la Omega,
el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin ". " Porque tanto amó Dios al
mundo que le dio su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna ". " Pero al llegar la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... para que recibiéramos la
filiación ". Y esta encarnación del Hijo-Verbo tuvo lugar " por obra del
Espíritu Santo ".
-
- Los dos evangelistas, a quienes debemos la narración
del nacimiento y de la infancia de Jesús de Nazaret, se pronuncian del mismo
modo sobre esta cuestión. Según Lucas, en la anunciación del nacimiento
de Jesús María pregunta: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? " y
recibe esta respuesta: " El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; pero eso el que ha de nacer será santo y será
llamado Hijo de Dios ".
-
- Mateo narra directamente : " El nacimiento de
Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y,
antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu
Santo ". José turbado por esta situación, recibe en sueños la siguiente
explicación: " no temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo concebido en
ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz a un hijo a quien pondrá por nombre
Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados ".
-
- Por esto, la Iglesia desde el principio profesa
el misterio de la encarnación, misterio-clave de la fe, refiriéndose al
Espíritu Santo. Dice el Símbolo Apostólico: " que fue concebido por
obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen ". Y no se
diferencia del Símbolo nicenoconstantinopolitano cuando afirma: " Y por
obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre ".
-
- " Por obra del Espíritu Santo " se hizo hombre aquél
que la Iglesia, con las palabras del mismo Símbolo, confiesa que es el Hijo
consubstancial al Padre: " Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no creado ". Se hizo hombre " encarnándose en el
seno de la Virgen María ". Esto es lo que se realizó " al llegar la plenitud de
los tiempos ".
-
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- 50. El gran Jubileo, que concluirá el segundo
milenio al que la Iglesia ya se prepara, tiene directamente una dimensión
cristológica, en efecto, se trata de celebrar el nacimiento de Jesucristo.
Al mismo tiempo, tiene una dimensión pneumatológica ya que el misterio de
la Encarnación se realizó " por obra del Espíritu Santo ". Lo " realizó aquel
Espíritu que -consubstancial al Padre y al Hijo-. es , en el misterio absoluto
de Dios uno y trino, la persona-amor, el don increado, fuente eterna de toda
dádiva que proviene de Dios en el orden de la creación, el principio directo y,
en cierto modo, el sujeto de la autocomunicación de Dios en el orden de la
gracia. El misterio de la Encarnación de Dios constituye el culmen de esta
dádiva y de esta autocomunicación divina.
-
- En efecto, la concepción y el nacimiento de
Jesucristo son la obra más grande realizada por el Espíritu Santo en la historia
de la Creación y de la salvación: la suprema gracia - " la gracia de la unión "-
fuente de todas las demás gracias, como explica Santo Tomás. A esta obra se
refiere el gran Jubileo y se refiere también -si penetramos en su profundidad-
al artífice de esta obra: la persona del Espíritu Santo.
-
- A " la plenitud de los tiempos " corresponde, en
efecto, una especial plenitud de la comunicación de Dios uno y Trino en el
Espíritu Santo. " Por obra del Espíritu Santo " se realiza el misterio de la
" unión hipostática " , esto es, la unión de la naturaleza divina con la
naturaleza humana, de la divinidad con la humanidad en la única Persona del
Verbo-Hijo. Cuando María en el momento de la anunciación pronuncia su " fíat": "
Hágase en mí según tu palabra ", concibe de modo virginal un hombre, el
Hijo del hombre, que es el Hijo de Dios.
-
- Mediante este " humanarse " del Verbo-Hijo, la
autocomunicación de Dios alcanza su plenitud definitiva en la historia de la
creación y de la salvación. Esta plenitud adquiere una especial densidad y
elocuencia expresiva en el texto del evangelio de San Juan. " La palabra se hizo
carne ". La Encarnación de Dios-Hijo significa asumir la unidad con Dios no sólo
de la naturaleza humana sino asumir también en ella, en cierto modo, todo lo
que es " carne ": toda la humanidad, todo el mundo visible y material. La
Encarnación, por tanto, tiene también su significado cósmico y su dimensión
cósmica. El " Primogénito de toda la creación ", al encarnarse en la humanidad
individual de Cristo, se une en cierto modo a toda la realidad del hombre, el
cual es también " carne ", y en ella a toda " carne " y a toda la creación.
-
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- 51. Todo esto se realiza por obra del Espíritu Santo
y, por consiguiente, pertenece al contenido del gran Jubileo futuro. La Iglesia
no puede prepararse a ello de otro modo, sino es por el Espíritu
Santo. Lo que en " la plenitud de los tiempos " se realizó por obra del
Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la
Iglesia. Por obra suya puede hacerse presente en la nueva fase de la historia
del hombre sobre la tierra: el año dos mil del nacimiento de Cristo.
-
- El Espíritu Santo, que cubrió con su sombra el cuerpo
virginal de María, dando comienzo en ella a la maternidad divina,
al mismo tiempo hizo que su corazón fuera perfectamente obediente a aquella
autocomunicación de Dios que superaba todo concepto y toda facultad humana. " ¡
Feliz la que ha creído ! ", así es saludada María por su pariente Isabel, que
también estaba " llena de Espíritu Santo ".
-
- En las palabras de saludo a la que " ha creído
", parece vislumbrarse un lejano (pero en realidad muy cercano) contraste
con todos aquellos de los que Cristo dirá que " no creyeron ". María entró en la
historia de la salvación del mundo mediante la obediencia de la fe. Y la fe,
en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano ante el
don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo.
Escribe San Pablo: " EL Señor es el Espíritu y donde está el Espíritu del Señor,
allí está la libertad ". Cuando Dios Uno y Trino se abre al hombre por el
Espíritu Santo, esta " apertura " suya revela y, a la vez, da a la
creatura-hombre la plenitud de la libertad. Esta plenitud, de modo sublime, se
ha manifestado precisamente mediante la fe de María, mediante " la obediencia a
la fe ". Sí " ¡ feliz la que ha creído ! ".
-
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- 2. Motivo de
Jubileo:
se ha manifestado la gracia
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- 52. La obra del Espíritu " que da la vida "
alcanza su culmen en el misterio de la Encarnación. No es posible dar la vida,
que está en Dios de modo pleno, sino es haciendo de ella la vida de un
Hombre, como lo es Cristo en su humanidad personalizada por el Verbo en
la unión hipostática. Y, al mismo tiempo, con el misterio de la Encarnación se
abre de un modo nueva la fuente de esta vida divina en la historia de la
humanidad: el Espíritu Santo. El Verbo, " Primogénito de toda la creación ",
se convierte en " el primogénito entre muchos hermanos " y así llega a ser
también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia, que nacerá en la Cruz y se
manifestará el día de Pentecostés; y es en la Iglesia la cabeza de la humanidad:
de los hombres de toda nación, raza, religión y cultura, lengua y continente,
que han sido llamados a la salvación.
-
- " La Palabra se hizo carne; (aquella Palabra en la
que) estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres... A todos los
que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios ". Pero todo
esto se realizó y sigue realizándose incesantemente " por obra del Espíritu
Santo ".
-
- "Hijos de Dios " son, en efecto, como enseña el
Apóstol, " los que son guiados por el Espíritu de Dios ". La filiación de
la adopción divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación, o sea, gracias a Cristo, el eterno Hijo. Pero el nacimiento, o el
nacer de nuevo, tiene lugar cuando Dios Padre " ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo ". Entonces, realmente " recibimos un
Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: " ¡ Abbá, Padre ! ". Por
tanto, aquella filiación divina, insertada en el alma humana con la gracia
santificante, es obra del Espíritu Santo. " El Espíritu mismo se une a nuestro
espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si hijos,
también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo ". La gracia
santificante es en el hombre el principio y la fuente de la nueva vida: vida
divina y sobrenatural.
-
- El don de esta nueva vida es como una respuesta
definitiva de Dios a las palabras del Salmista en las que, en cierto modo,
resuenan la voz de todas las criaturas: " Envías tu soplo y son creadas, y
renuevas la faz de la tierra ". Aquél que en el misterio de la creación
da al hombre y al cosmos la vida en sus múltiples formas visibles
e invisibles, la renueva mediante el misterio de la Encarnación. De esta
manera, la creación es completada con la Encarnación e impregnada desde entonces
por las fuerzas de la redención que abarcan la humanidad y todo lo creado. Nos
dice San Pablo, cuya visión cósmico-teológica parece evocar la voz del antiguo
Salmo: " la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de
los hijos de Dios ", esto es, de aquellos que Dios, habiéndoles " conocido
desde siempre ", " los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo ".
-
- Se da así una " adopción sobrenatural " de los
hombres, de la que es origen el Espíritu Santo, amor y don. Como tal es dado
a los hombres. Y en la sobreabundancia del don increado, por medio
del cual los hombres " se hacen partícipes de la naturaleza divina ". Así la
vida humana es penetrada por la participación de la vida divina y recibe también
una dimensión divina y sobrenatural. Se tiene así la nueva vida en la que, como
partícipes del misterio de la Encarnación, " con el Espíritu Santo pueden los
hombres llegar hasta el Padre ". Hay, por tanto, una íntima dependencia causal
entre el Espíritu que da la vida, la gracia santificante y aquella
múltiple vitalidad sobrenatural que surge en el hombre: entre el Espíritu
increado y el espíritu humano creado.
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- 53. Puede decirse que todo esto se enmarca en
el ámbito del gran Jubileo mencionado antes. En efecto, es necesario ir
más allá de la dimensión histórica del hecho, considerado exteriormente. Es
necesario insertar, en el mismo contenido cristológico del hecho, la dimensión
pneumatológica, abarcando con la mirada de la fe los dos milenios de la
acción del Espíritu de la verdad, el cual, a través de los siglos, ha
recibido del tesoro de la Redención de Cristo, dando a los hombres la nueve
vida, realizando en ellos la adopción en el Hijo unigénito, santificándolos, de
tal modo que puedan repetir con San Pablo: " hemos recibido el Espíritu que
viene de Dios ".
-
- Pero siguiendo el tema del Jubileo, no es posible
limitarse a los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Cristo. hay
que mirar atrás, comprender toda la acción del Espíritu Santo aún antes
de Cristo: desde el principio, en todo el mundo y, especialmente, en la
economía de la Antigua Alianza. En efecto, esta acción en todo lugar y tiempo,
más aún, en cada hombre, se ha desarrollado según el plan eterno de salvación,
por el cual está íntimamente unida al misterio de la Encarnación y de la
Redención, que a su vez ejerció su influjo en los creyentes en Cristo que había
de venir. Esto lo atestigua de modo particular la Carta a los Efesios.
Por tanto, la gracia lleva consigo una característica cristológica y a la vez
pneumatológica que se verifica sobre todo en quienes explícitamente se adhieren
a Cristo: " En él (en Cristo)...fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la
Promesa, que es prenda de nuestra herencia para redención del Pueblo de su
posesión ".
-
- Pero siempre en la perspectiva del gran Jubileo,
debemos mirar más abiertamente y caminar " hacia el mar abierto ", conscientes
de que " el viento sopla donde quiere ", según la imagen empleada por Jesús en
el coloquio con Nicodemo. El Concilio Vaticano II, centrado sobre todo en el
tema de la Iglesia, nos recuerda la acción del Espíritu Santo incluso " fuera
" del cuerpo visible de la Iglesia. Nos habla justamente de " todos los
hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo visible.
Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una
sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo
ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se
asocien a este misterio pascual ".
-
-
-
- 54. " Dios es espíritu, y los que adoran deben adorar
en espíritu y verdad ". Estas palabras las pronunció Jesús en otro de sus
coloquios: aquél con la Samaritana. El gran Jubileo, que se celebrará al final
de este milenio y al comienzo del que viene, ha de constituir una fuerte llamada
dirigida a todos los que " adoran a Dios en espíritu y verdad ". Ha de ser para
todos una ocasión especial para meditar el misterio de Dios uno y trino, que
en sí mismo es completamentetrascendente respecto al mundo, especialmente
el mundo visible. En efecto, es Espíritu absoluto: " Dios es espíritu "; y a la
vez, y de manera admirable no sólo está cercano a este mundo, sino que
está presente en él y, en cierto modo, inmanente, lo penetra y
vivifica desde dentro. Esto sirve especialmente para el hombre: Dios está en lo
íntimo de su ser, como pensamiento, conciencia, corazón; es realidad psicológica
y ontológica ante la cual San Agustín decía: " es más íntimo de mi intimidad
". Estas palabras nos ayudan a entender mejor las que Jesús dirigió a la
Samaritana: " Dios es espíritu ". Solamente el Espíritu puede ser " más
íntimo de mi intimidad " tanto en el ser como en la experiencia espiritual;
solamente el Espíritu puede ser tan inminente al hombre y al mundo, al
permanecer inviolable e inmutable en su absoluta trascendencia.
-
- Pero la presencia divina en el mundo y en el hombre
se ha manifestado de modo nuevo y de forma visible en Jesucristo. Verdaderamente
en él " se ha manifestado la gracia ". El amor de Dios Padre, don, gracia
infinita, principio de vida, se ha hecho visible en Cristo, y en su humanidad se
ha hecho " parte " del universo, del género humano y de la historia. La "
manifestación de la gracia en la historia del hombre, mediante Jesucristo, se ha
realizado por obra del Espíritu Santo, que es el principio de toda acción
salvífica de Dios en el mundo: es el " Dios oculto " que como amor y don "
llena la tierra ". Toda la vida de la Iglesia, como se manifestará en el gran
Jubileo, significa ir al encuentro de Dios oculto, al encuentro del Espíritu de
da la vida.
-
-
-
- 3.El Espíritu Santo en el drama interno del hombre: La carne tiene apetencias contrarias al espíritu
- y
el espíritu contrarias a la carne
-
-
-
- 55. Por desgracia, a través de la historia de la
salvación resulta que la cercanía y presencia de Dios en el hombre y en el
mundo, aquella admirable condescendencia del Espíritu, encuentra resistencia
y oposición en nuestra realidad humana. Desde este punto de vista son muy
elocuentes las palabras proféticas del anciano Simeón que " movido por el
Espíritu, vino al Templo de Jerusalén para anunciar ante el recién nacido de
Belén que éste " está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para
ser señal de contradicción ". La oposición a Dios, que es Espíritu invisible,
nace ya en cierto modo en el terreno de la diversidad radical del mundo respecto
a él, esto es, de su " visibilidad " y " materialidad ", con relación a él,
Espíritu " invisible " y " absoluto "; nace de su esencial e inevitable
imperfección respecto a él, ser perfectísimo. Pero la oposición ser convierte en
drama y rebelión en el terreno ético, por aquel pecado que toma posesión
del corazón humano, en el que " la carne tiene apetencias contrarias al
espíritu, y el espíritu contrarias a la carne ". Como ya hemos dicho, el
Espíritu debe " convencer al mundo " en lo referente a este pecado.
-
- San Pablo es quien de manera particularmente
elocuente describe la tensión y la lucha que turba el corazón humano. Leemos en
la Carta a los Gálatas: " Por mi parte os digo: Si vivís según el
Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne
tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne,
como son entre sí antagónicos de forma que no hacéis lo que quisierais ". Ya en
el hombre en cuanto ser compuesto, espiritual y corporal, existe una
cierta tensión, tiene lugar una cierta lucha entre el " espíritu " y la " carne
".
-
- Pero esta lucha pertenece de hecho a la herencia del
pecado, del que es una consecuencia y, a la vez, una confirmación. Forma parte
de la experiencia cotidiana. Como escribe el Apóstol: " Ahora bien, las obras
de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje... embriaguez,
orgías y cosas semejantes ". Son los pecados que se podrían llamar " carnales ".
Pero el Apóstol añade también otros: " odios, discordias, celos, iras,
rencillas, divisiones, envidias ". Todo esto son " la obras de la carne ".
-
- Pero a estas obras, que son indudablemente malas,
Pablo contrapone " el fruto del Espíritu ": " amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí ". Por el contexto
parece claro que para el Apóstol no se trata de discriminar o condenar el
cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su
subjetividad personal; sino que trata de las obras, -mejor dicho, de las
disposiciones estables- virtudes y vicios, moralmente buenas o malas, que
son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia
(en el segundo) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello, el
Apóstol escribe: " Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el
Espíritu ".
-
- Y en otros pasajes dice: " los que viven según la
carne, desean lo carnal; más los que viven según el Espíritu, lo espiritual "; "
mas nosotros no estamos en la carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de
Dios habita en nosotros ". La contraposición que San Pablo establece entre la
vida " según el espíritu " y la vida " según la carne ", genera una
contraposición ulterior: la de la " vida " y la " muerte ". " La
tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz "; de aquí
su exhortación: " Si vivís según la carne, moriréis. pero si con el Espíritu
hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis ".
-
- Por lo cual ésta es una exhortación a vivir en la
verdad, esto es, según los imperativos de la recta conciencia y, al mismo
tiempo, es una profesión de fe en el Espíritu de la verdad, que da la vida. En
efecto, " Aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es
vida a causa de la justicia "; " Así que... no somos deudores de la carne
para vivir según la carne "; somos más bien, deudores de Cristo, que
en el misterio pascual ha realizado nuestra justificación consiguiéndonos el
Espíritu Santo: " ¡ Hemos sido bien comprados ! ".
-
- En los textos de San Pablo se superponen -y se
compenetran recíprocamente- la dimensión ontológica (la carne y el
espíritu), la ética (el bien y el mal) y la pneumatológica (la
acción del Espíritu Santo en el orden de la gracia). Sus palabras
(especialmente en las Cartas a los Romanos y a los Gálatas) nos permiten
conocer y sentir vivamente la fuerza de aquella tensión y lucha que tiene lugar
en el hombre entre la apertura a la acción del Espíritu Santo, y la resistencia
y oposición a él, a su don salvífico. Los términos o polos contrapuestos son por
parte del hombre, su limitación y pecaminosidad, puntos neurálgicos de su
realidad psicológica y ética; y, por parte de Dios, el misterio del don,
aquella incesante donación de la vida divina por el Espíritu Santo. ¿ De quien
será la victoria ? De quien haya sabido acoger el don.
-
-
-
- 56. Por desgracia, la resistencia al Espíritu Santo,
que San Pablo subraya en la dimensión interior y subjetiva como tensión,
lucha y rebelión que tiene lugar con el corazón humano, encuentra en las
diversas épocas históricas y, especialmente, en la época moderna su dimensión
externa, concentrándose como contenido de la cultura y de la civilización,
como sistema filosófico, como ideología, como programa de acción y
formación de los comportamientos humanos. Encuentra su máxima expresión en el
materialismo, ya sea en su forma teórica -como sistema de pensamiento- ya
sea en su forma práctica -como método de lectura y de valoración de los hechos-
y además como programa de conducta correspondiente. El sistema que ha dado el
máximo desarrollo y ha llevado a sus extremas consecuencias prácticas esta forma
de pensamiento, de ideología y de praxis, es el materialismo dialéctico e
histórico, reconocido hoy como núcleo vital del marxismo.
-
- Por principio y de hecho el materialismo
excluye radicalmente la presencia y la acción de Dios, que es espíritu en
el mundo y, sobre todo, en el hombre por la razón fundamental de que no
acepta su existencia, al ser un sistema esencial y programáticamente ateo.
Es el fenómeno impresionante de nuestro tiempo al que el Concilio Vaticano II ha
dedicado algunas páginas significativas: el ateísmo. Aunque no se puede hablar
del ateísmo de modo unívoco, ni se le puede reducir exclusivamente a la
filosofía materialista dado que existen varias especies de ateísmo -y quizás
puede decirse que a menudo se usa esta palabra de modo equívoco- sin embargo es
cierto que un materialismo verdadero y propio entendido como teoría que explica
la realidad y tomado como principio clave de la acción personal y social,
tiene carácter ateo.
-
- El horizonte de los valores y de los fines de la
praxis, que él delimita, está íntimamente unido a la interpretación de toda la
realidad como " materia ". Si a veces habla también del " espíritu " y de las "
cuestiones del espíritu ", por ejemplo en el campo de la cultura o de la moral,
lo hace solamente porque considera algunos hechos como derivados (epifenómenos)
de la materia, la cual según este sistema es la forma única y exclusiva del ser.
De aquí se sigue que, según esta interpretación, la religión puede ser entendida
solamente como una especie de " ilusión idealista " que ha de ser combatida con
los modos y métodos más oportunos según los lugares y circunstancias históricas,
para eliminarla de la sociedad y del corazón mismo del hombre.
-
- Se puede decir, por tanto, que el
materialismo es el desarrollo sistemático y coherente de aquella " resistencia "
y oposición denunciados por San Pablo con estas palabras: " La carne tiene
apetencias contrarias al espíritu ". Este conflicto es, sin embargo, recíproco
como lo pone de relieve el Apóstol en la segunda parte de su máxima: " El
espíritu tiene apetencias contrarias a la carne ". El que quiere vivir según el
Espíritu, actuando y correspondiendo a su acción salvífica, no puede dejar de
rechazar las tendencias y pretensiones internas y externas de la " carne ",
incluso en su expresión ideológica e histórica de " materialismo "
antirreligioso.
-
- En esta perspectiva tan característica de nuestro
tiempo se deben subrayar las " apetencias del espíritu " en los preparativos del
gran Jubileo, como llamadas que resuenan en la noche de un nuevo tiempo de
adviento, donde al final, como hace dos mil años, " todos verán la salvación de
Dios ". Esta es una posibilidad y una esperanza que la Iglesia confía a los
hombre de hoy. Ella sabe que el encuentro-choque entre las " apetencias
contrarias al espíritu " - que caracterizan tantos aspectos de la
civilización contemporánea, especialmente en algunos de sus ámbitos- y las "
apetencias contrarias a la carne ", con el acercamiento de Dios, con su
encarnación, con su comunicación siempre nueva del Espíritu Santo, puede
representar en muchos casos un carácter dramático y terminar en nuevas derrotas
humanas. pero ella cree firmemente que, por parte de Dios, existe siempre una
comunicación salvífica, una venida salvífica y, si acaso, un salvífico "
convencer en lo referente al pecado ", por obra del Espíritu.
-
-
-
- 57. En la contraposición paulina entre el " espíritu "
y la " carne " está incluida también la contraposición entre la " vida " y la "
muerte ". Este es un grave problema sobre el que se debe decir ahora que el
materialismo, como sistema de pensamiento en cualquiera de sus versiones,
significa la aceptación de la muerte como final definitivo de
la existencia humana. Todo lo que es material es corruptible y, por tanto,
el cuerpo humano (en cuanto " animal ") es mortal. Si el hombre en su esencia es
sólo " carne ", la muerte es para él una frontera y un término insalvable.
Entonces se entiende el que pueda decirse que la vida humana es exclusivamente
un " existir para morir ".
-
- Es necesario añadir que en el horizonte de la
civilización contemporánea -especialmente la más avanzada en sentido
técnico-científico- los signos y señales de muerte han llegado a ser
particularmente presentes y frecuentes. Baste pensar en la carrera armamentista
y en el peligro que la misma conlleva, de una autodestrucción nuclear. Por otra
parte, se hace cada vez más patente a todos la grave situación de extensas
regiones del planeta, marcadas por la indigencia y el hambre que no son sólo
económicos, sino también y ante todo éticos.
-
- Pero en el horizonte de nuestra época se vislumbra "
signos de muerte " aún más sombríos; se ha difundido el uso -que en algunos
lugares corre el riesgo de convertirse en institución- de quitar la vida a los
seres humanos aún antes de su nacimiento, o también antes de que lleguen a la
meta natural de la muerte. Y más aún, a pesar de tan nobles esfuerzos en favor
de la paz, se han desencadenado y se dan todavía nuevas guerras que privan de la
vida o de la salud a centenares de miles de hombres. Y ¿cómo no recordar los
atentados a la vida humana por parte del terrorismo, organizado incluso a escala
internacional?
-
- Por desgracia, esto es solamente un esbozo parcial e
incompleto del cuadro de muerte que se está perfilando en
nuestra época, mientras nos acercamos cada vez más al final del segundo
milenio cristiano. Desde el sombrío panorama de la civilización materialista y,
en particular, desde aquellos signos de muerte que se multiplican en el
marco sociológico-histórico en que se mueve ¿no surge acaso una nueva
invocación, más o menos consciente, al Espíritu que da la vida? En cualquier
caso, incluso independientemente del grado de esperanza o de desesperación
humana, así como de las ilusiones o de los desengaños que se derivan del
desarrollo de los sistemas materialistas de pensamiento y de vida, queda la
certeza cristiana de que el viento sopla donde quiere, de que nosotros
poseemos " las primicias del Espíritu " y que, por tanto, podemos estar también
sujetos a los sufrimientos del tiempo que pasa, pero " gemimos en nuestro
interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo ", esto es, de nuestro ser
humano, corporal y espiritual. Gemimos, así pero en una espera llana de
indefectible esperanza, porque precisamente a este ser humano se ha acercado
Dios, que es Espíritu. " Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne
semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne
". En el culmen del misterio pascual, el Hijo de Dios, hecho hombre y
crucificado por los pecados del mundo, se presentó en medio de sus discípulos
después de la resurrección, sopló sobre ellos y dijo: " Recibid el Espíritu
Santo ". Este " soplo " permanece para siempre. He aquí que " el
Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza ".
-
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-
- 4. El Espíritu Santo
fortalece el " hombre interior "
-
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- 58. El misterio de la Resurrección y de Pentecostés es
anunciado y vivido por la Iglesia, que es la heredera y continuadora del
testimonio de los Apóstoles sobre la resurrección de Jesucristo. Es el testigo
perenne de la victoria sobre la muerte, que reveló la fuerza del Espíritu Santo y
determinó su nueva venida, su nueva presencia en los hombres y en el mundo. En
efecto, en la resurrección de Cristo, el Espíritu Santo Paráclito se reveló
sobre todo como el que da la vida: " Aquél que resucitó a Cristo de entre los
muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que
habita en vosotros ". En nombre de la resurrección de Cristo la Iglesia
anuncia la vida, que se ha manifestado más allá del límite de la muerte, la
vida que es más fuerte que la muerte. Al mismo tiempo, anuncia al que da la
vida: El Espíritu vivificante; lo anuncia y coopera con él en dar la
vida. EN efecto, " aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el
espíritu es vida a causa de la justicia " realizada por Cristo crucificado y
resucitado. Y en nombre de la resurrección de Cristo, la Iglesia sirve a la vida
que proviene de Dios mismo, en íntima unión y humilde servicio al Espíritu.
-
- Precisamente por medio de este servicio el hombre
se convierte de modo siempre nuevo en " el camino de la Iglesia ", como dije
ya en la Encíclica sobre Cristo Redentor y ahora repito en ésta sobre el
Espíritu Santo. La Iglesia unida al Espíritu, es consciente más que nadie de la
realidad del hombre interior, de lo que en el hombre hay de más profundo
y esencial, porque es espiritual e incorruptible. A este nivel el
Espíritu injerta la " raíz de la inmortalidad ", de la que brota la nueva vida,
esto es, la vida del hombre en Dios que, como fruto de su comunicación salvífica
por el Espíritu Santo, puede desarrollarse y consolidarse solamente bajo su
acción. Por ello, el Apóstol se dirige a Dios en favor de los creyentes, a los
que dice: " Doblo mis rodillas ante el Padre.. . para que os conceda que seáis
fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior ".
-
- Bajo el influjo del Espíritu Santo madura y se
refuerza este hombre interior, esto es, " espiritual ". Gracias a la
comunicación divina el espíritu humano que " conoce los secretos del hombre ",
se encuentra con el Espíritu que " todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios ". Por este Espíritu, que es el don eterno, Dios uno y trino se
abre al hombre, al espíritu humano. El soplo oculto del Espíritu divino hace
que el espíritu humano se abra, a su vez, a la acción de Dios salvífica y
santificante. Mediante el don de la gracia que viene del Espíritu el hombre
entra en " una nueva vida ", es introducido en la realidad sobrenatural
de la misma vida divina y llega a ser " santuario del Espíritu Santo ", " templo
vivo de Dios ". En efecto, por el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo vienen al
hombre y pone e en él su morada. En la comunión de gracia con la Trinidad se
dilata el " área vital " del hombre, elevada a nivel sobrenatural por la vida
divina. El hombre vive en Dios y de Dios: vive " según el Espíritu " y "
desea lo espiritual ".
-
-
-
- 59. La relación íntima con Dios por el Espíritu Santo
hace que el hombre se comprenda, de un modo nuevo, también a sí mismo y a su
propia humanidad. De esta manera, se realiza plenamente aquella imagen y
semejanza de Dios que es el hombre desde el principio. Esta verdad íntima sobre
el ser humano ha de ser descubierta constantemente a la luz de Cristo que es el
prototipo de la relación con Dios y, en él, debe ser descubierta también la
razón de " la entrega sincera de sí mismo a los demás ", como escribe el
Concilio Vaticano II; precisamente en razón de esta semejanza divina se
demuestra que el hombre " es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado
por sí misma ", en su dignidad de persona pero abierta a la integración y
comunión social. El conocimiento eficaz y la realización plena de esta verdad
del ser se dan solamente por obra del Espíritu Santo. El hombre llega al
conocimiento de esta verdad por Jesucristo y la pone en práctica en su vida por
obra del Espíritu, que el mismo Jesús nos ha dado.
-
- En este camino " camino de madurez interior " que
supone el pleno descubrimiento del sentido de la humanidad, Dios se acerca al
hombre, penetra cada vez más a fondo en todo el mundo humano. Dios uno y trino,
que en sí mismo " existe " como realidad trascendente de don interpersonal al
comunicarse por el Espíritu Santo como don al hombre, transforma el mundo humano
desde dentro, desde el interior de los corazones y de las conciencias. De
este modo el mundo, partícipe del don divino, se hace como enseña el Concilio, "
cada vez más humano, cada vez más profundamente humano ", mientras madura en él,
a través de los corazones y de las conciencias de los hombre, el Reino en el que
Dios será definitivamente " todo en todos ": como don y amor. Don y amor: éste
es el eterno poder de la apertura de Dios uno y trino al hombre, y al mundo, por
el Espíritu Santo.
-
- En la perspectiva del año dos mil desde el
nacimiento de Cristo se trata de conseguir que un número cada vez mayor de
hombres " puedan encontrar su propia plenitud ... en la entrega sincera de sí
mismo a los demás " según la citada frase del Concilio. Que bajo la acción del
Espíritu Paráclito se realice en nuestro mundo el proceso de verdadera
maduración en la humanidad, en la vida individual y comunitaria por el cual Jesús mismo " cuando ruega al Padre que " todos sean uno, como nosotros también
somos uno " ( Jn 17, 21-22), sugiere una cierta semejanza entre la unión
de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en
la caridad ".
-
- El Concilio reafirma esta verdad sobre el hombre, y
la Iglesia ve en ella una indicación particularmente fuerte y determinante de su
propias tareas apostólicas. En efecto, si el hombre es " el camino de la Iglesia
", este camino pasa a través de todo el misterio de Cristo, como modelo divino
del hombre. Sobre este camino el Espíritu Santo, reforzando en cada uno de
nosotros " al hombre interior " hace que el hombre, cada vez mejor, pueda "
encontrarse en la entrega sincera de sí mismo a los demás ". Puede decirse que
en estas palabras de la Constitución pastoral del Concilio se compendia toda
la antropología cristiana: la teoría y la praxis, fundada en el Evangelio,
en la cual el hombre, descubriendo en sí mismo su pertenencia a Cristo, y en él
la elevación a " hijo de Dios ", comprende mejor también su dignidad de
hombre, precisamente porque es el sujeto del acercamiento y de la presencia de
Dios, sujeto de la condescendencia divina en la que está contenida la
perspectiva e incluso la raíz misma de la glorificación definitiva.
-
- Entonces se puede repetir verdaderamente que la "
gloria de Dios es el hombre viviente, pero la vida del hombre es la visión de
Dios ": el hombre, viviendo una vida divina, es la gloria de Dios, y el Espíritu
Santo es el dispensador oculto de esta vida y de esta gloria. El -dice Basilio
el Grande- "simple en su esencia y variado en sus dones... se reparte sin sufrir
división... está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si sólo él
existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia abundante y completa ".
-
-
-
- 60. Cuando, bajo el influjo del Paráclito, los hombres
descubren esta dimensión divina de su ser y de su vida, ya sea como personas ya
sea como comunidad, son capaces de liberarse de los diversos determinismos
derivados principalmente de las bases materialistas del pensamiento, de la
praxis y de la respectiva metodología. En nuestra época estos factores han
logrado penetrar hasta lo más íntimo del hombre, en el santuario de la
conciencia, donde el Espíritu Santo infunde constantemente la luz y la fuerza de
la vida nueva según a libertad de los hijos de Dios. La madurez del hombre en
esta vida está impedida por los condicionamientos y las presiones que ejercen
sobre él las estructuras y los mecanismos dominantes en los diversos sectores de
la sociedad. Se puede decir que en muchos casos los factores sociales, en vez de
favorecer el desarrollo y la expansión del espíritu humano, terminan por
arrancarlo de la verdad genuina de su ser y de su vida, -sobre la que vela el
Espíritu Santo- para someterlo así al " Príncipe de este mundo ".
-
- El gran Jubileo del año dos mil contiene, por tanto,
un mensaje de liberación por obra del Espíritu, que es el único que puede ayudar
a las personas y a las comunidades a liberarse de los viejos y nuevos
determinismos, guiándolos con la " ley del espíritu que da la vida en Cristo
Jesús ", descubriendo y realizando la plena dimensión de la verdadera libertad
del hombre. En efecto -como escribe San Pablo- " donde está el Espíritu del
Señor, allí esta la libertad ". Esta revelación de la libertad y, por
consiguiente, de la verdadera dignidad del hombre adquiere un significado
particular para los cristianos y para la Iglesia en estado de persecución- ya
sea en los tiempos antiguos, ya sea en la actualidad-, porque los testigos de la
verdad divina son entonces una verificación viva de la acción del Espíritu de la
verdad, presente en el corazón y en la conciencia de los fieles, y a menudo
sellan con su martirio la glorificación suprema de la dignidad humana.
-
- También en las situaciones normales de la sociedad
los cristianos, como testigos de la auténtica dignidad del hombre, por su
obediencia al Espíritu Santo, contribuyen a la múltiple " renovación de la faz
de la tierra ", colaborando con sus hermanos a realizar y valorar todo lo que el
progreso actual de la civilización, de la cultura, de la ciencia, de la técnica
y de los demás sectores del pensamiento y de la actividad humana, tiene de
bueno, noble y bello. Esto lo hacen como discípulos de Cristo, -como escribe el
Concilio- " constituido Señor por su resurrección... obra ya por virtud de su
Espíritu en el corazón del hombre, no solo despertando el anhelo del siglo
futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo
aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más
llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin ". De esta manera,
afirman aún más la grandeza del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios;
grandeza que es iluminada por el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, el
cual, " en la plenitud de los tiempos ", por obra del Espíritu Santo, ha entrado
en la historia y se ha manifestado como verdadero hombre, primogénito de toda
criatura, " del cual proceden todas las cosas y para el cual somos ".
-
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- 5.La Iglesia sacramento de la unión íntima con Dios
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- 61. Acercándose el final del segundo milenio, que a
todos debe recordar y casi hacer presente de nuevo la venida del Verbo en la
plenitud de los tiempo, la Iglesia , una vez más, trata de penetrar en
la esencia misma de su constitución divino-humana , y de aquella
misión que la hace participar, en la misión mesiánica de Cristo, según la
enseñanza y el plan siempre válido del Concilio Vaticano II. Siguiendo esta
línea, podemos remontarnos al Cenáculo donde Jesucristo revela el Espíritu Santo
como Paráclito, como Espíritu de la verdad, y habla de su propia " partida "
mediante ala Cruz como condición necesaria de su "venida ": "Os conviene que yo
me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy,
os lo enviaré ". Hemos visto que este anuncio ha tenido ya su primera
realización la tarde del día de Pascua y luego durante la celebración de
Pentecostés en Jerusalén, y que desde entonces se verifica en la historia de la
humanidad a través de la Iglesia.
-
- A la luz de este mundo adquiere igualmente pleno
significado lo que Jesús , durante la última Cena, dice a propósito de
su nueva " verdad ". En efecto, es significativo que en el mismo discurso de
despedida, anuncie no sólo su " partida " sino también su nueva " venida ". Dice
textualmente: " No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros ". Y en el
momento de la despedida definitiva, antes de subir al cielo, repetirá aun más
explícitamente: " he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo ". Esta nueva " venida " de Cristo, este continuo venir para estar con
los apóstoles y con la Iglesia, este " yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo ", ciertamente no cambia el hecho de su " partida "; le
sigue a ésta tras la conclusión de la actividad mesiánica de Cristo en la
tierra, y tiene lugar en el marco del preanunciado envío del Espíritu
Santo y, por así decir, se encuadra dentro de su misma misión.
-
- Y sin embargo, se cumple por obra del Espíritu
Santo, el cual hace que Cristo, que se ha ido, venga ahora y siempre de un
modo nuevo. Esta nueva venida de Cristo por obra del Espíritu Santo y su
constante presencia y acción en la vida espiritual, se realizan en la
realidad sacramental. En ella Cristo, que se ha ido en su humanidad visible,
viene, está presente y actúa en la Iglesia de una manera tan íntima que la
constituye como Cuerpo suyo. En cuanto tal, la Iglesia vive, actúa y crece "
hasta el fin del mundo ". Todo esto acontece por obra del Espíritu Santo.
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- 62. La expresión sacramental más completa de la
partida de Cristo por medio del misterio de la Cruz y de la Resurrección es
la Eucaristía. En ella se realiza sacramentalmente cada vez su venida y
su presencia salvífica: en el Sacrificio y en la Comunión. Se realiza por obra
del Espíritu Santo, dentro de su propia misión. Mediante la Eucaristía el
Espíritu Santo realiza aquel " fortalecimiento del hombre interior "
del que habla la Carta a los Efesios. Mediante la Eucaristía, las
personas y comunidades, bajo la acción del Paráclito consolador, aprenden a
descubrir el sentido divino de la vida humana, aludido por el Concilio: el
sentido por el que Jesucristo " revela plenamente el hombre al hombre ",
sugiriendo " una cierta semejanza entre la unión de las Personas divinas
y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad ".
-
- Esta unión se expresa y se realiza especialmente
mediante la Eucaristía en la que el hombre, participando del sacrificio de
Cristo, que tal celebración actualiza, aprende también a " encontrarse... en la
entrega sincera de sí mismo " en la comunión con Dios y con los otros hombres,
sus hermanos.
-
- Por esto los primeros cristianos, ya desde los días
que siguieron a la venida del Espíritu Santo, " acudían asiduamente a la
fracción del pan y a la oración ", formando así una comunidad unida en las
enseñanzas de los apóstoles. De esta manera " reconocían " que su Señor
resucitado, y ya ascendió al cielo, venía nuevamente, en medio de ellos, en
la comunidad eucarística de la Iglesia y por medio de ésta. Guiada
por el Espíritu Santo, la Iglesia desde el principio se manifestó y se
confirmó a sí misma a través de la Eucaristía.
-
- Y así ha sido siempre en todas las generaciones
cristianas hasta nuestros días, hasta esta vigilia del cumplimiento del segundo
milenio cristiano. Ciertamente, debemos constatar, por desgracia, que el milenio
ya transcurrido ha sido el de las grandes divisiones entre los cristianas. Por
consiguiente, todos los creyentes en Cristo, a ejemplo de los Apóstoles, deberán
poner todo su empeño en conformar su pensamiento y acción a la voluntad del
Espíritu Santo, " principio de unidad de la Iglesia ", para que todos los
bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo, se encuentren unidos
como hermanos en la celebración de la misma Eucaristía " sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de caridad ".
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- 63. La presencia eucarística de Cristo, su sacramental
" estoy con vosotros ", permite a la Iglesia descubrir cada vez más
profundamente su propio misterio, como atestigua toda la eclesiología del
Concilio Vaticano II, para el cual " la Iglesia es en Cristo un sacramento, o
sea signo o instrumento de la unión íntima con Dios y de unidad de todo el
género humano ". Como sacramento, la Iglesia se desarrolla desde el
misterio pascual de la " partida " de Cristo, viviendo de su " venida " siempre
nueva por obra del Espíritu Santo, dentro de la misma misión del
Paráclito-Espíritu de la verdad. Este es precisamente el misterio esencial de la
Iglesia como proclama el Concilio.
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- Si en virtud de la creación Dios es aquél en el que
todos " vivimos, nos movemos y existimos ", a su vez la fuerza de la Redención
perdura y se desarrolla en la historia del hombre y del mundo como en un doble "
ritmo ", cuya fuente se encuentra en el eterno Padre. Por un lado, es el ritmo
de la misión del Hijo, que ha venido al mundo, naciendo de la Virgen
María por obra del Espíritu Santo; y por el otro, es también el ritmo de la
misión del Espíritu Santo, como ha sido revelado definitivamente por Cristo.
Por medio de la " partida " del Hijo, el Espíritu ha venido y viene
constantemente como Paráclito y Espíritu de la verdad.
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- Y en el ámbito de su misión, casi como en la
intimidad de la presencia invisible del Espíritu, el Hijo, que " se había ido "
a través del misterio pascual, " viene " y está continuamente presente en el
misterio de la Iglesia, ocultándose o manifestándose en su historia y
dirigiendo siempre su curso. Todo esto tiene lugar sacramentalmente por obra del
Espíritu Santo, el cual, tomando de las riquezas de la Redención de Cristo, da
la vida continuamente. La Iglesia, al tomar conciencia cada vez más viva de este
misterio, se ve mejor a sí misma sobre todo como sacramento.
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- Esto sucede también porque, por voluntad de su Señor,
mediante los diversos sacramentos la Iglesia realiza su ministerio salvífico
para el hombre. El ministerio sacramental, cada vez que se realiza, lleva
consigo el misterio de la " partida " de Cristo mediante la Cruz y la
Resurrección, por medio de la cual viene el Espíritu Santo. Viene y actúa: " da
la vida ". En efecto, los Sacramentos significan la gracia y confieren la
gracia; significan la vida y dan la vida. La Iglesia es la
dispensadora visible de los signos sagrados, mientras el Espíritu Santo
actúa en ellos como dispensador invisible de la vida que significan.
Junto con el Espíritu está y actúa en ellos Cristo Jesús.
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- 64. Si la Iglesia es el
sacramento de la unión íntima con Dios, lo es en Jesucristo, en quien esta misma
misión se verifica como realidad salvífica. Lo es en Jesucristo, por obra
del Espíritu Santo. La plenitud de la realidad salvífica, que es Cristo en la
historia, se difunde de modo sacramental por el poder del Espíritu
Paráclito. De este modo, el Espíritu Santo es " el otro Paráclito " o "
nuevo consolador " porque, mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las
conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está
el Espíritu Santo que da la vida.
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- Cuando usamos la palabra " sacramento " referido a la
Iglesia, hemos de tener presente que en el texto conciliar la sacramentalidad
de la Iglesia aparece distinta de aquella que, en sentido estricto, es
propia de los Sacramentos. Leemos al respecto : " La Iglesia es... como un
sacramento, o sea signo o instrumento de la unión íntima con Dios ". Pero lo
que cuenta y emerge del sentido analógico, con el que la palabra es empleada en
los dos casos, es la relación que la Iglesia tiene con el poder del Espíritu
Santo, que él solo da la vida; la Iglesia es signo e instrumento de la presencia
y de la acción del Espíritu vivificante.
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- El Vaticano II añade que la Iglesia es " un
sacramento... de la unidad de todo el género humano ". Se trata
evidentemente de la unidad que el género humano, diferenciado en sí mismo de
muchas maneras, tiene de Dios y en Dios. Ella tiene sus raíces en el
misterio de la creación y adquiere una nueva dimensión en el misterio de la
Redención, en orden a la salvación universal. Puesto que Dios " quiere que todos
los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad ", la Redención
comprende todos los hombres y, en cierto modo, toda la creación. En la misma
dimensión universal de la Redención actúa, en virtud de la " partida
" de Cristo, el Espíritu Santo. Por ello la Iglesia, fundamentada
mediante su propio misterio en la economía trinitaria de la salvación, con razón
se ve a sí misma como " sacramento de la unidad de todo el género humano ". Sabe
que lo es por el poder del Espíritu Santo, de cuyo poder es signo e instrumento
en la actuación del plan salvífico de Dios.
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- De este modo, se realiza la " condescendencia "
del infinito Amor trinitario: el acercamiento de Dios, Espíritu invisible,
al mundo visible. Dios uno y trino se comunica al hombre por el Espíritu Santo
desde el principio mediante su " imagen y semejanza ". Bajo la acción del mismo
Espíritu el hombre y, por medio de él, el mundo creado redimido
por Cristo, se acercan a su destino definitivo en Dios. De este
acercamiento de los dos polos de la creación y de la redención, Dios y el
hombre, la Iglesia se convierte en " sacramento, o sea signo e instrumento ".
Ella actúa para restablecer y reforzar la unidad en las raíces mismas del género
humano:_ en la relación de comunión que el hombre tiene con Dios como su
Creador, Señor y Redentor.
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- Es una verdad que, en base a las enseñanzas del
Concilio, podemos meditar, desarrollar y aplicar en toda la extensión de su
significado en esta fase del paso del segundo al tercer milenio cristiano. Y nos
resulta entrañable tener conciencia cada vez más viva del hecho de que dentro de
la acción desarrollada por la Iglesia en la historia de la salvación -que está
inscrita en la historia de la humanidad- está presente y operante el Espíritu
Santo, aquél que con el soplo de la vida divina impregna la peregrinación
terrena del hombre y hace confluir toda la creación -toda la historia- hacia su
último término en el océano infinito de Dios.
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- 6. El Espíritu y la Esposa dicen:
" ¡ Ven ! "
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- 65. El soplo de la vida divina, el Espíritu
Santo, en su manera más simple y común, se manifiesta y se hace sentir en la
oración. Es hermoso y saludable pensar que, en cualquier lugar del mundo
donde se ora, allí está el Espíritu Santo, soplo vital de la oración. Es hermoso
y saludable reconocer que si la oración está difundida en todo el orbe, en el
pasado, en el presente y en el futuro, de igual modo está extendida la presencia
y la acción del Espíritu Santo, que " alienta " la oración en el corazón del
hombre en toda la inmensa gama de las mas diversas situaciones y de las
condiciones , ya favorables, ya adversas a la vida espiritual y religiosa.
Muchas veces, bajo la acción del Espíritu, la oración brota del corazón del
hombre no obstante las prohibiciones y persecuciones, e incluso las
proclamaciones oficiales sobre el carácter arreligioso o incluso ateo de la vida
pública.
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- La oración es siempre la voz de todos aquellos que
aparentemente no tienen voz, y en esta voz resuena siempre aquel " poderoso
clamor " que la Carta a los Hebreos atribuye a Cristo. la oración es
también la revelación de aquel abismo que es el corazón del
hombre: una profundidad que es de Dios y que sólo Dios puede
colmar, precisamente con el Espíritu Santo. Leemos en San Lucas: "
Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan ".
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- El Espíritu Santo es el don, que viene al corazón del
hombre junto con la oración. En ella se manifiesta ante todo y sobre todo
como el don que " viene en auxilio de nuestra debilidad ". Es el rico
pensamiento desarrollado por San Pablo en la Carta a los Romanos cuando
escribe: " Nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el mismo
Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables ". Por consiguiente, el
Espíritu Santo no sólo hace que oremos, sino que nos guía " interiormente " en
la oración supliendo nuestra insuficiencia y remediando nuestra incapacidad de
orar. Está presente en nuestra oración y le da una dimensión divina. De esta
manera, " el que escruta los corazones conoce cual es la aspiración del
Espíritu y que su intercesión a favor de los santos es según Dios ". La
oración por obra del Espíritu Santo llega a ser la expresión cada vez más madura
del hombre nuevo, que por medio de ella participa de la vida divina.
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- Nuestra difícil época tiene especial necesidad de
la oración. Si en el transcurso de la historia- ayer como hoy- muchos
hombres y mujeres han dado testimonio de la importancia de la oración,
consagrándose a la alabanza a Dios y a la vida de oración, sobre todo en los
Monasterios, con gran beneficio para la Iglesia, en estos años va aumentando
también el número de personas que, en movimientos o grupos cada vez más
extendidos, dan la primacía a la oración y en ella buscan la renovación de la
vida espiritual. Este es un síntoma significativo y consolador, ya que esta
experiencia ha favorecido realmente la renovación de la oración entre los fieles
que han sido ayudados a considerar mejor el Espíritu Santo, que suscita en los
corazones un profundo anhelo de santidad.
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- En muchos individuos y en muchas comunidades madura
la conciencia de que, a pesar del vertiginoso progreso de la civilización
técnico-científica y no obstante las conquistas reales y las metas alcanzables,
el hombre y la humanidad están amenazados. Frente a este peligro, y
habiendo ya experimentado antes la espantosa realidad de la decadencia
espiritual del hombre, personas y comunidades enteras -como guiados por un
sentido interior de la fe- buscan la fuerza que sea capaz de levantar al hombre,
salvarlo de sí mismo, de su propios errores y desorientaciones, que con
frecuencia convierten en nocivas sus propias conquistas. Y de esta manera
descubren la oración, en la que se manifiesta " el Espíritu que viene en ayuda
de nuestra flaqueza ". De este modo, los tiempos en que vivimos acercan al
Espíritu Santo muchas personas que vuelven a la oración. Y confío en que todas
ellas encuentren en la enseñanza de esta Encíclica una ayuda para su vida
interior y consigan fortalecer, bajo la acción del Espíritu, su compromiso de
oración, de acuerdo con la Iglesia y su Magisterio.
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- 66. En medios de los problemas, de las desilusiones y
esperanzas, de las deserciones y retornos de nuestra época, la Iglesia
permanece fiel al misterio de su nacimiento. Si es un hecho histórico que
la Iglesia del Cenáculo el día de Pentecostés, se puede decir en cierto modo que
nunca lo ha dejado. Espiritualmente el acontecimiento de Pentecostés no
pertenece sólo al pasado: la Iglesia, está siempre en el Cenáculo que lleva en
su corazón. La Iglesia persevera en la oración, como los Apóstoles
junto a María, Madre de Cristo, y junto a aquellos que constituían en
Jerusalén el primer germen de la comunidad cristiana y aguardaban, en oración la
venida del Espíritu Santo.
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- La Iglesia persevera en oración con María. Esta unión
de la Iglesia orante con la Madre de Cristo forma parte del misterio de la
Iglesia desde el principio: la vemos presente en este misterio como está
presente en el misterio de su Hijo. Nos lo dice el Concilio: " La Virgen
Santísima... cubierta con la sombra del Espíritu Santo... dio a la luz al
Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos, esto es, los
fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno "; ella, " por
sus gracias y dones singulares,... unida con la Iglesia ... es tipo de la
Iglesia ". " La Iglesia, contemplando su profunda sanidad e imitando su
caridad... se hace también madre " y " a imitación de la Madre de su
Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra,
una esperanza sólida y una caridad sincera ". Ella (la Iglesia) " es
igualmente virgen, que guarda.. la fe prometida al Esposo".
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- De este modo se comprende el profundo sentido del
motivo por el que la Iglesia, unida a la Virgen María, se dirige incesantemente
como Esposa a su divino Esposo, como lo atestiguan las palabras del Apocalipsis
que cita el Concilio: " El Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: " ¡Ven
! ". La oración de la Iglesia es esta invocación incesante en la que " el
Espíritu mismo intercede por nosotros "; en cierta manera él mismo la pronuncia
con la Iglesia y en la Iglesia. En efecto, el Espíritu ha sido
dado a la Iglesia para que, por su poder, toda la comunidad del pueblo de Dios,
a pesar de sus múltiples ramificaciones y diversidades, persevere en la
esperanza: aquella esperanza en la que " hemos sido salvados ". Es la
esperanza escatológica, la esperanza del cumplimiento definitivo en Dios, la
esperanza del Reino eterno, que se realiza por la participación en la vida
trinitaria. El Espíritu Santo, dado a los Apóstoles como Paráclito, es el
custodio y el animador de esta esperanza en el corazón de la Iglesia.
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- En la perspectiva del tercer milenio después de
Cristo, mientras " el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús; " ¡ Ven ! ",
esta oración suya conlleva, como siempre, una dimensión escatológica destinada
también a dar pleno significado a la celebración del gran Jubileo. Es una
oración encaminada a los destinos salvíficos hacia los cuales el Espíritu Santo
abre los corazones con su acción a través de toda la historia del hombre en la
tierra. Pero al mismo tiempo, esta oración se orienta hacia un momento
concreto de la historia, en el que se pone de relieve la " plenitud de los
tiempos ", marcada por el año dos mil. La Iglesia desea prepararse a este
Jubileo por medio del Espíritu Santo, así como por el Espíritu Santo fue
preparada la Virgen de Nazaret, en la que el Verbo se hizo carne.
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- CONCLUSION
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- 67. Deseamos concluir estas consideraciones en el
corazón de la Iglesia y en el corazón del hombre. El camino de la Iglesia pasa a
través del corazón del hombre porque está aquí el lugar recóndito del
encuentro salvífico con el Espíritu Santo, con el Dios oculto y,
precisamente aquí el Espíritu Santo se convierte en " fuente de agua que brota
para vida eterna ". El llega aquí como Espíritu de la verdad y como Paráclito,
del mismo modo que había sido prometido por Cristo. Desde aquí él actúa como
Consolador, Intercesor y Abogado, especialmente cuando el hombre, o la
humanidad, se encuentra ante el juicio de condena de aquel " acusador ", del que
el Apocalipsis dice que " acusa " a nuestros hermanos día y noche delante de
nuestro Dios ". El Espíritu Santo no deja de ser el custodio de la
esperanza en el corazón del hombre y, especialmente, de aquellas que "
poseen las primicias del Espíritu " y " esperan la redención de su cuerpo ".
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- El Espíritu Santo, en su misterioso vínculo de
comunión divina con el Redentor del hombre, continúa su obra; recibe de Cristo y
lo transmite a todos, entrando incesantemente en la historia del mundo a través
del corazón del hombre. En este viene a ser -como proclama la Secuencia de la
solemnidad de Pentecostés- verdadero " padre de los pobres, dador de sus
dones, luz de los corazones" ; se convierte en " dulce huésped del alma
", que la Iglesia saluda incesantemente en el umbral de la intimidad de cada
hombre. En efecto, él trae " descanso " y " refrigerio " en medio de las fatigas
del trabajo físico e intelectual; trae " descanso " y " brisa " en pleno calor
del día, en medio de las inquietudes, luchas y peligros de cada época; trae por
último, el " consuelo ", cuando el corazón humano llora y está tentado por la
desesperación.
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- Por esto la misma Secuencia exclama: " Sin tu ayuda
nada hay en el hombre, nada que sea bueno". En efecto, sólo el Espíritu
Santo " convence en lo referente al pecado " y al mal, con el fin de instaurar
el bien en el hombre y en el mundo: para " renovar la faz de la tierra ". Por
eso realiza la purificación de todo lo que " desfigura " al hombre, de todo " lo
que está manchado "; cura las heridas incluso las más profundas de la existencia
humana; cambia la aridez interior de las almas transformándolas en fértiles
campos de gracia y santidad. " Doblega lo que está rígido ", " calienta lo que
está frío ", " endereza lo que está extraviado " a través de los caminos de la
salvación
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- Orando de esta manera, la Iglesia profesa
incesantemente su fe: existe en nuestro mundo creado un Espíritu, que es un
don increado. Es el Espíritu del Padre y del Hijo; como el Padre y el Hijo
es increado, inmenso, eterno, omnipotente, Dios y Señor. Este Espíritu de Dios "
llena la tierra " y todo lo creado reconoce en él la fuente de su propia
identidad, en él encuentra su propia expresión trascendente, a él se dirige y
lo espera, lo invoca con su mismo ser. A él, como Paráclito, como espíritu
de la verdad y del amor, se dirige el hombre que vive de la verdad y del
amor y que sin la fuente de la verdad, que es el corazón de la humanidad,
para pedir para todos y dispensar a todos aquellos dones del amor, que
por su medio " ha sido derramado en nuestros corazones ".
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- A él se dirige la Iglesia a lo largo de los
intrincados caminos de la peregrinación del hombre sobre la tierra; y pide de
modo incesante la rectitud de los actos humanos como obra suya; pide
el gozo y el consuelo que solamente él, verdadero consolador, puede traer
abajándose a la intimidad de loscorazones humanos; pide la gracia de las
virtudes, que merecen la gloria celeste; pide la salvación eterna en la
plena comunicación divina a la que el Padre ha " predestinado " eternamente a
los hombres creados por amor a imagen y semejanza de la Santísima Trinidad.
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- La Iglesia con su corazón, que abarca todos los
corazones humanos, pide al Espíritu Santo la felicidad que sólo en Dios tiene su
realización plena: la alegría " que nadie podrá quitar ", la alegría que
es fruto del amor y, por consiguiente, de Dios que es amor; pide "
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" en el que, según San Pablo, consiste
el Reino de Dios.
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- También la paz es fruto del amor: esa paz
interior que el hombre cansado busca en la intimidad de su ser; esa paz que
piden la humanidad, la familia humana, los pueblos, las naciones, los
continentes, con la ansiosa esperanza de obtenerla en la perspectiva del paso
del segundo milenio cristiano. Ya que el camino de la paz pasa en definitiva
a través del amor y tiende a crear la civilización del amor, la Iglesia fija
su mirada en aquél que es el amor del Padre y del Hijo y, a pesar de las
crecientes amenazas, no deja de tener confianza, no deja de invocar y de
servir a la paz del hombre sobre la tierra. Su confianza se funda en aquél
que siendo Espíritu-amor, es también el Espíritu de la paz y no deja de
estar presente en nuestro mundo, en el horizonte de las conciencias y de los
corazones, para " llevar la tierra " de amor y de paz.
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- Ante él me arrodillo al terminar estas
consideraciones implorando que, como Espíritu del Padre y del Hijo, nos conceda
a todos la bendición y la gracia, que deseo transmitir en el nombre de la
Santísima Trinidad, a los hijos y a las hijas de la Iglesia y a toda la familia
humana.
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- Dado en Roma, junto a San Pablo, el día 18 de mayo,
solemnidad de Pentecostés del año 1986, octavo de mi Pontificado.
-
- Juan Pablo II.