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- MULIERIS DIGNITATEM
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- CARTA APOSTOLICA
- DEL SUMO PONTIFICE
- JUAN PABLO II
- SOBRE LA DIGNIDAD Y LA VOCACION DE LA MUJER
- CON OCASION DEL AÑO MARIANO
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- Venerables Hermanos
- amadísimos hijos e hijas
- salud y Bendición Apostólica
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- I INTRODUCCION
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- UN SIGNO DE LOS TIEMPOS
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- 1. LA DIGNIDAD DE LA MUJER y su vocación, objeto
constante de la reflexión humana y cristiana, ha asumido en estos últimos años
una importancia muy particular. Esto lo demuestran, ente otras cosas, las
intervenciones del Magisterio de la Iglesia, reflejadas en varios documentos
del Concilio Vaticano Ii, que en el Mensaje final afirma: "Llega la hora,
ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora
en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás
alcanzados hasta ahora.
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- Por eso, en este momento en que la humanidad conoce
una mutación tan profunda, las mujeres llenas de espíritu del Evangelio pueden
ayudar tanto a que la humanidad no decaiga". Las palabras de este Mensaje
resumen lo que ya se había expresado en el Magisterio conciliar, especialmente
en la Constitución Pastoral Gaudium et spes y en el decreto
Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los seglares.
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- Tomas de posición similares se habían manifestado ya
en el período preconciliar, por ejemplo, en varios discursos del Papa Pío XII y
en la Encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII. Después del Concilio
Vaticano II, mi predecesor Pablo VI expresó también el alcance de este
"signo de los tiempos", atribuyendo el título de Doctoras de la Iglesia a santa
Teresa de Jesús y a Santa Catalina de Siena, y además instituyendo, a petición
de la Asamblea del Sínodo de los Obispos en 1971, una Comisión especial
cuya finalidad era el estudio de los problemas contemporáneos en relación con la
" efectiva promoción de la dignidad y de la responsabilidad de las
mujeres".
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- Pablo VI, en uno de sus discursos, decía entre otras
cosas: "En efecto, en el cristianismo, más que en cualquier otra religión, la
mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el
Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes aspectos (...); es
evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y
operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan
todavía puesto en evidencia todas sus virtualidades".
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- Los Padres de la reciente Asamblea del Sínodo de los
Obispos (octubre de 1987), que fue dedicada a "la vocación y misión de los
laicos en la Iglesia y en el mundo a los veinte años del Concilio Vaticano II",
se ocuparon nuevamente de la dignidad y de la vocación de la mujer.
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- Entre otras cosas, abogaron por la profundización de
los fundamentos antropológicos y teológicos necesarios para resolver los
problemas referentes al significado y dignidad del ser mujer y del ser hombre.
Se trata de comprender la razón y las consecuencias de la decisión del Creador
que ha hecho que el ser humano pueda existir sólo como mujer o como varón.
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- Solamente partiendo de estos fundamentos, que
permiten descubrir la profundidad de la dignidad y vocación de la mujer, es
posible hablar de la presencia activa que desempeña en la Iglesia y en la
sociedad.
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- Esto es lo que deseo tratar en el presente Documento.
La Exhortación postsinodal, que se hará pública después de éste, presentará las
propuestas de carácter pastoral sobre el cometido de la mujer en la Iglesia y en
la sociedad, sobre las que los Padre sinodales han hecho importantes
consideraciones, teniendo también en cuenta los testimonios de los Auditores
seglares -tanto mujeres como hombres- provenientes de las Iglesias particulares
de todos los continentes.
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- EL AÑO MARIANO
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- 2. El último Sínodo se ha desarrollado durante el
Año Mariano, lo cual ofrece un particular impulso para afrontar este tema,
como lo indica también la Encíclica Redemptoris Mater. Esta Encíclica
desarrolla y actualiza la enseñanza del Concilio Vaticano II contenida en el
capítulo VIII de la Constitución dogmática Lumen gentium sobre la
Iglesia.
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- Dicho capítulo lleva un título significativo: "La
Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la
Iglesia". María -esta "mujer" de la Biblia (cf. Gen 3, 15; Jn 2, 4; 19, 26)-
pertenece íntimamente al misterio salvífico de Cristo y por esto está presente
también de un modo especial en el misterio de la Iglesia.
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- Puesto que "la Iglesia es en Cristo como un
sacramento (...) de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano", la presencia especial de la Madre de dios en el Misterio de la Iglesia
nos hace pensar en el vínculo excepcional entre esta "mujer" y toda la
familia humana. Se trata aquí de todos y cada uno de los hijos e hijas del
género humano, en los que, en el transcurso de las generaciones, se realiza
aquella herencia fundamental de la humanidad entera, unida al misterio
del principio bíblico : "creó, pues, Dios al ser humano e imagen suya, a imagen
de Dios le creó, macho y hembra los creó" (Gen 1, 27).
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- Esta eterna verdad sobre el ser humano, hombre
y mujer -verdad que está también impresa de modo inmutable en la experiencia de
todos- constituye en nuestros días el misterio que sólo en el "Verbo
encarnado encuentra verdadera luz (...). Cristo desvela plenamente el hombre
al hombre y le hace consciente de su altísima vocación", como enseña el
Concilio.
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- En este "desvelar el hombre al hombre" ¿no se debe
quizás descubrir un puesto particular para aquella "mujer" que fue la Madre de
Cristo? El mensaje de Cristo, contenido en el Evangelio, que tiene como
fondo toda la Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, ¿no puede
quizá decir mucho a la Iglesia y a la humanidad sobre la dignidad y la vocación
de la mujer?
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- Precisamente ésta quiere ser la trama del presente
Documento, que se sitúa en el más amplio contexto del Año Mariano, mientras nos
encaminamos hacia el final del segundo milenio del nacimiento de Cristo y el
inicio del tercero. Por otra parte, me ha parecido lo más conveniente dar a
este documento el estilo y el carácter de una meditación.
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- II M U J E R - M A D R E D E D I O S
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- (THEOTOKOS)
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- UNION CON DIOS
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- 3. "Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios
a su Hijo, nacido de mujer". Con estas palabras de la Carta de los
Gálatas (4,4) el apóstol Pablo relaciona entre sí los momentos principales
que determinan el modo esencial el cumplimiento del misterio "preestablecido en
Dios" (cf. Ef 1,9).
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- El Hijo, Verbo consubstancial al Padre, nace como
hombre de una mujer cuando llega "la plenitud de los tiempos". Este
acontecimiento nos lleva al punto clave en la historia del hombre en la
tierra, entendida como historia de la salvación. Es significativo que el Apóstol
no llama a la Madre de Cristo con el nombre propio de "María", sino que la llama
"mujer", lo cual establece una concordancia con las palabras del Protoevangelio
en el Libro del Génesis (cf. 3, 15).
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- Precisamente aquella "mujer" está presente en el
acontecimiento salvífico central, que decide la "plenitud de los tiempos" y que
se realiza en ella y por medio de ella.
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- De esta manera inicia el acontecimiento central,
acontecimiento clave en la historia de la salvación: La Pascual del Señor.
Sin embargo, quizás vale la pena considerarlo a partir de la historia espiritual
del hombre entendida de un modo más amplio, como se manifiesta a través de las
diversas religiones del mundo. Citamos aquí las palabras del Concilio Vaticano
II: "Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los
enigmas recónditos de la condición humana que, ayer como hoy, conmueven
íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y el fin de
nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué es el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin
del dolor? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la
muerte, el juicio y cuál la retribución después de la muerte? ¿Cuál es,
finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra
existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?".
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- " Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se
encuentra en los distintos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza
misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los
acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma
Divinidad e incluso del Padre".
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- Desde la perspectiva de este vasto panorama, que pone
en evidencia las aspiraciones del espíritu humano a la búsqueda de Dios -a veces
casi como "caminando a tientas" (cf. Act 17,27-, la "plenitud de los tiempos",
de la que habla Pablo en su Carta, pone de relieve la respuesta de Dios
mismo "en el cual vivimos, nos movemos y existimos" (cf. Act 17, 28).
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- Este es el Dios que "muchas veces y de muchos modos
habló en el pasado a nuestros padres por medio de los Profetas; en estos últimos
tiempos nos hablado por medio del Hijo" (cf. Hebr 1, 1-2). El envió de este
Hijo, consubstancial al Padre, como hombre "nacido de mujer", constituye el
punto culminante y definitivo de la autorrevelación de Dios a la
humanidad. Esta autorrevelación posee un carácter salvífico, como
enseña en otro lugar el Concilio Vaticano II: "Quiso Dios con su bondad y
sabiduría revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef
1,9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los
hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cf. Ef 2,
18; 2 Pe 1,4)".
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- La mujer se encuentra en el corazón mismo de este
acontecimiento salvífico. La autorrevelación de Dios, que es la inescrutable
unidad de la Trinidad, está contenida, en sus líneas fundamentales, en la
anunciación de Nazaret. "Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo
a quien pondrán por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del
Altísimo".
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- "¿Cómo será esto puesto que no conozco varón?" "El
Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios (...) ninguna
cosa es imposible para Dios" (Lc 1, 31. 37). 16
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- Es fácil recordar este acontecimiento en la
perspectiva de la historia de Israel -el pueblo elegido del cual es hija
María-, aunque también es fácil recordarlo en la perspectiva de todos aquellos
caminos en los que la humanidad desde siempre busca una respuesta a las
preguntas fundamentales y, a la vez, definitivas que más le angustian.
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- ¿No se encuentra quizás en la Anunciación de Nazaret
el comienzo de aquella respuesta definitiva, mediante la cual Dios mismo sale
al encuentro de las inquietudes del corazón del hombre? Aquí no se trata
solamente de palabras reveladas por Dios a través de los Profetas, sino que con
la respuesta de María realmente "el Verbo se hace carne" (cf. Jn 1, 14). De esta
manera, María alcanza tal unión con Dios que supera todas las
expectativas del espíritu humano.
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- Supera incluso las expectativas de todo Israel y, en
particular, de las hijas del pueblo elegido, las cuales, basándose en la
promesa, podían esperar que una de ellas llegaría a ser un día madre del Mesías.
Sin embargo, ¿quién podía suponer que el Mesías prometido sería el "Hijo del
Altísimo"?
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- Esto era algo difícilmente imaginable según la fe
monoteísta veterotestamentaria. Solamente en virtud del Espíritu Santo, que
"extendió su sombra" sobre ella, María pudo aceptar lo que era "imposible para
los hombres, pero posible para Dios" (cf. Mc 10,27).
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- 16. Según los Padres de la Iglesia, la primera
revelación de la Trinidad, en el Nuevo Testamento, ya se había dado en la
Anunciación. Es una homilía atribuida a S. Gregorio Taumaturgose lee: "Estás
llena de luz, oh María, en tu sublime reino espiritual. En tí el Padre, que no
tiene principio y cuyo poder te ha cubierto, es glorificado. En tí el Hijo, que
han llevado según la carne, es adorado. En tí el Espíritu Santo, que ha obrado
en tu seno el nacimiento del gran Rey, es celebrado. gracias a tí, oh llena de
gracia, la Trinidad santa y consubstancial ha podido ser conocida en el mundo"
( Hom. 2 in Annuntiat. Virg. Mariae; PG 10, 1169). Cf. también S. ANDRES
DE CRETA, In Annuntial. B. Mariae: PG 97, 909.
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- THEOTOKOS
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- 4. De esta manera "la plenitud de los tiempos"
manifiesta la dignidad extraordinaria de la "mujer". Esta dignidad consiste, por
una parte, en la elevación sobrenatural la unión con Dios en Jesucristo,
que determina la finalidad tan profunda de la existencia de cada hombre tanto
sobre la tierra como en la eternidad.
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- Desde este punto de vista, la "mujer" es la
representante y arquetipo de todo el género humano, es decir, representa
aquella humanidad que es propia de todos los seres humanos, ya sean hombres
o mujeres. Por otra parte, el acontecimiento de Nazaret pone en evidencia un
modo de unión con el Dios vivo, que es propio sólo de la "mujer", de
María, esto es, la unión entre madre e hijo. En efecto, la Virgen de
Nazaret se convierte en la Madre de Dios.
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- Esta verdad, asumida desde el principio por la fe
cristiana, tuvo una formulación solemne en el Concilio de Efeso (a. 431). En
contraposición a Nestorio, que consideraba a María exclusivamente como madre de
Jesús-hombre, este Concilio puso de relieve el significado esencial de la
maternidad de la Virgen María.
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- En el momento de la Anunciación, pronunciando su
"fiat", María concibió un hombre que era Hijo de Dios, consubstancial al Padre.
Por consiguiente, es verdaderamente la Madre de Dios, puesto que la
maternidad abarca toda la persona y no sólo el cuerpo, así como tampoco la
"naturaleza" humana. De este modo, el nombre "Theotókos" -Madre de Dios-
viene a ser el nombre propio de la unión con dios, concedido a la Virgen María.
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- La unión particular de la "Theotókos" con Dios, -que
realiza del modo más eminente la predestinación sobrenatural a la unión con el
Padre concedida a todos los hombres ("filii in Filio")- es pura gracia y, como
tal, un don del Espíritu.
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- Sin embargo, y mediante una respuesta desde la fe,
María expresa al mismo tiempo su libre voluntad y, por consiguiente, la
participación plena del "yo" personal y femenino en el hecho de la encarnación.
Con su "fiat" María se convirtió en el sujeto auténtico de aquella unión
con dios que se realizó en el Misterio de la encarnación del Verbo consubstancial
al Padre. Toda la acción de Dios en la historia de los hombres respeta siempre
la voluntad libre del "yo" humano. Lo mismo acontece en la anunciación de
Nazaret.
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- "SERVIR QUIERE DECIR REINAR"
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- 5. Este acontecimiento posee un claro carácter
interpersonal: es un diálogo. No lo comprendemos plenamente si no situamos
toda la conversación entre el ángel y María en el saludo: "llena de gracia".
Todo el diálogo de la anunciación revela la dimensión esencial del
acontecimiento: la dimensión sobrenatural.
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- Pero la gracia no prescinde nunca de la naturaleza ni
la anula, antes bien la perfecciona y la ennoblece. Por lo tanto, aquella
"plenitud de gracia" concebida a la Virgen de Nazaret, es previsión de que
llegaría a ser "Theotokos", significa al mismo tiempo la plenitud de
la perfección de lo "que es característico de la mujer", de " lo
que es femenino".
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- Nos encontramos aquí, en cierto sentido, en el punto
culminante, el arquetipo de la dignidad personal de la mujer.
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- Cuando María, la "llena de gracia", responde a las
palabras del mensajero celestial con su "fiat", siente la necesidad de expresar
su relación personal ante el don que le ha sido revelado diciendo : "He aquí
la esclava del Señor" (Lc 1,38). A esta frase no se la puede privar ni
disminuir de su sentido profundo, sacándola artificialmente del contexto del
acontecimiento y de todo el contenido de la verdad revelada sobre Dios y sobre
el hombre.
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- En la expresión "esclava del Señor", se deja
traslucir toda la conciencia que María tiene de ser criatura en relación con
Dios. Sin embargo, la palabra "esclava", que encontramos hacia el final del
diálogo de la Anunciación, se encuadra en la perspectiva de la historia de la
Madre y del Hijo.
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- De hecho, este Hijo, que es el verdadero y
consubstancial "Hijo del Altísimo", dirá muchas veces de sí mismo, especialmente
en el momento culminante de su misión: "El Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir" (Mc 10,45).
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- Cristo es siempre consciente de ser el "Siervo del
Señor", según la profecía de Isaías (cf. 42, 1; 49, 3. 6; 52, 13), en la
cual se encierra el contenido esencial de su misión mesiánica: la conciencia de
ser el Redentor del mundo. María, desde el primer momento de su
maternidad divina, de su unión con el Hijo que "el Padre ha enviado al mundo,
para que el mundo se salve por él" (cf. Jn 3, 17), se inserta en el servicio
mesiánico de Cristo.
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- Precisamente este servicio constituye el fundamento
mismo de aquel Reino, en el cual "servir" (...) quiere decir "reinar". Cristo,
"Siervo del Señor", manifestará a todos los hombres la dignidad real del
servicio, con la cual ser relaciona directamente la vocación de cada hombre.
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- De esta manera, considerando la realidad mujer-Madre
de Dios, entramos del modo más oportuno en la presente meditación del Año
Mariano. Esta realidad determina también el horizonte esencial de la
reflexión sobre la dignidad y sobre la vocación de la mujer.
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- Al pensar, decir o hacer algo en orden a la dignidad
y vocación de la mujer, no se deben separar de esta perspectiva el pensamiento,
el corazón y las obras.
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- La dignidad de cada hombre y su vocación
correspondiente encuentran su realización definitiva en la unión con
dios. María -la mujer de la Biblia- es la expresión más completa de esta
dignidad y de esta vocación.
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- En efecto, cada hombre- varón o mujer- creado a
imagen y semejanza de Dios, no puede llegar a realizarse fuera de la dimensión
de esta imagen y semejanza.
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- III I M A G E N Y
S E M E J A N Z A D E D I O S
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- LIBRO DE GÉNESIS
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- 6. Hemos de situarnos en el contexto de aquel
"principio" bíblico según el cual la verdad revelada sobre el hombre como
"imagen y semejanza de Dios" constituye la base inmutable de toda la
antropología cristiana. "Creó pues Dios al ser humano a imagen suya, a
imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó" (Gen 1, 27).
-
- Este conciso fragmento contiene las verdades
antropológicas fundamentales: el hombre es el ápice de todo lo creado en el
mundo visible, y el género humano, que tiene su origen en la llamada a la
existencia del hombre y de la mujer, corona todo la obra de la creación;
ambos son seres humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la mujer;
ambos fueron creados a imagen de Dios.
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- Esta imagen y semejanza con Dios, esencial al ser
humano, es transmitida a sus descendientes por el hombre y la mujer, como
esposos y padres: "Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla"
(Gen 1, 28). El Creador confía el "dominio" de la tierra al género humano, a
todas las personas, tanto hombres como mujeres, que reciben su dignidad y
vocación de aquel "principio" común.
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- En el Génesis encontramos aún otra descripción
de la creación del hombre- varón y mujer (cf. 2, 18-25)- de la que nos
ocuparemos a continuación,. Sin embargo, ya desde ahora, conviene afirmar que de
la reflexión bíblica emerge la verdad sobre el carácter personal del ser humano.
El hombre -ya sea hombre o mujer- es persona igualmente; en efecto,
ambos, han sido creados a imagen y semejanza del Dios personal. Lo que hace al
hombre semejante a Dios es el hecho de que -a diferencia del mundo de los seres
vivientes, incluso los dotados de sentidos ( animalia)- sea también un
ser racional ( animal rationale). Gracias a esta propiedad, el hombre y
la mujer pueden "dominar" a las demás criaturas del mundo visible (cf. Gen 1,
28).
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- En la segunda descripción de la creación del
hombre (cf. Gen 2, 18-25) el lenguaje con el que se expresa la verdad sobre
la creación del hombre, y especialmente de la mujer, es diverso, y en cierto
sentido menos preciso; es, podríamos decir, más descriptivo y metafórico, más
cercano al lenguaje de los mitos conocidos en aquel tiempo.
-
- Sin embargo, no existe una contradicción esencial
entre los dos textos. El texto del Génesis 2, 18-25 ayuda a la
comprensión de lo que encontramos en el fragmento conciso del Génesis 1,
27-28 y, al mismo tiempo, si se leen juntos, nos ayudan a comprender de un
modo todavía más profundo la verdad fundamental, encerrada en el mismo,
sobre el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, como hombre y
mujer.
-
- En la descripción del Génesis (2, 18-25) la
mujer es creada por Dios "de la costilla" del hombre y es puesta como otro "yo",
es decir, como un interlocutor junto al hombre, el cual se siente solo en el
mundo de las criaturas animadas que lo circunda y no halla en ninguna de ellas
una "ayuda" adecuada a él. La mujer, llamada así a la existencia, es reconocida
inmediatamente por él como "carne de su carne y hueso de sus huesos" (cf. Gen
2,25) y por eso es llamada "mujer".
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- En el lenguaje bíblico este nombre indica la
identidad esencial con el hombre: is - issah, cosa que , por lo general,
las lenguas modernas, desgraciadamente, no logran expresar. "Esta será llamada
mujer (issah), porque del varón (is) ha sido tomada" (Gen 2, 25).
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- El texto bíblico proporciona bases suficientes para
reconocer la igualdad esencial entre el hombre y la mujer desde el punto de
vista de su humanidad. Ambos desde el comienzo son personas, a diferencia de los
demás seres vivientes del mundo que los circunda. La mujer es otro "yo" en
la
humanidad común. Desde el principio aparecen como "unidad de los dos", y
esto significa la superación de la soledad original, en la que el hombre no
encontraba "una ayuda que fuese semejante a él" (Gen 2, 20).
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- ¿Se trata aquí solamente de la "ayuda" en orden a la
acción, a "someter la tierra" (cf. Gen 1, 28)? Ciertamente se trata de la
compañera de la vida con la que el hombre se puede unir, como esposa, llegando a
ser con ella "una sola carne" y abandonando por esto a "su padre y a su madre"
(cf. Gen 2, 24).
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- La descripción "bíblica" habla, por consiguiente, de
la institución del matrimonio por parte de Dios en el contexto de la
creación del hombre y de la mujer, como condición indispensable para la
transmisión de la vida a las nuevas generaciones de los hombres, a la que el
matrimonio y el amor conyugal están ordenados: "Sed fecundos y multiplicaos y
henchid la tierra y sometedla" (Gen 1, 28).
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- PERSONA - COMUNION - DON
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- 7. Penetrando con el pensamiento el conjunto de la
descripción del Libro del Génesis 2, 18-25, e interpretándola a la luz de
la verdad sobre la imagen y semejanza de Dios (cf. Gen 1, 26-27), podemos
comprender mejor en qué consiste el carácter personal del ser humano,
gracias al cual ambos -hombre y mujer- son semejantes a Dios. En efecto, cada
hombre es imagen de Dios como creatura racional y libre, capaz de conocerlo y
amarlo.
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- Leemos además que el hombre no puede existir "solo"
(cf. Gen 2, 18); puede existir solamente como "unidad de los dos" y, por
consiguiente, en relación con otra persona humana. Se trata de una
relación recíproca, del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre. Ser
persona a imagen y semejanza de Dios comporta también existir en relación al
otro "yo". Esto es preludio de la definitiva autorrevelación de Dios, Uno y
Trino: unidad viviente en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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- Al comienzo de la Biblia no se dice esto de modo
directo. El Antiguo Testamento es, sobre todo, la revelación de la verdad acerca
de la unicidad y unidad de Dios. En esta verdad fundamental sobre Dios, el Nuevo
Testamento introducirá la revelación del inescrutable misterio de la vida
íntima. Dios, que se deja conocer por los hombres por medio de Cristo,
es unidad en la Trinidad: es unidad en la comunión.
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- De este modo se proyecta también una nueva luz sobre
aquella semejanza e imagen de Dios en el hombre de la que habla el Libro del
Génesis. El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea
imagen de Dios no significa solamente que cada uno de ellos individualmente es
semejante a Dios como ser racional y libre; significa además que el hombre y la
mujer, creados como "unidad de los dos" en su común humanidad, están llamados a
vivir una comunión de amor y, de este modo, reflejar en el mundo la comunión de
amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo
misterio de la única vida divina.
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- El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo -un solo Dios
en la unidad de la divinidad- existen como personas por las inescrutables
relaciones divinas. Solamente así se hace comprensible la verdad de que Dios en
sí mismo es amor (cf. 1 Jn 4, 16).
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- La imagen y semejanza de Dios en el hombre,
creado como hombre y mujer (por la analogía que se presupone entre el Creador y
la criatura), expresa también, por consiguiente, la "unidad de los dos", en la
común humanidad. Esta "unidad de los dos", que es signo de la comunión
interpersonal, indica que en la creación del hombre se da también una
cierta semejanza con la comunión divina ( "communio").
- Esta semejanza se da como cualidad del ser personal
de ambos, del hombre y de la mujer, y al mismo tiempo como una llamada y tarea.
Sobre la imagen y semejanza de Dios, que el género humano lleva consigo desde el
"principio" se halla el fundamento de todo el "ethos" humano. El Antiguo
y el Nuevo Testamento desarrollarán este "ethos", cuyo vértice es el
mandamiento del amor.
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- En la "unidad de los dos" el hombre y la mujer son
llamados desde su origen no sólo a existir "uno al lado del otro", o simplemente
"juntos", sino que son llamados también a existir recíprocamente, "el uno
para el otro".
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- De esta manera se explica también el significado de
aquella "ayuda" de la que se habla en el Génesis 2, 18-25: "Voy a hacerle
una ayuda adecuada". El contexto bíblico permite entenderlo también en el
sentido de que la mujer debe "ayudar" al hombre, así como éste debe ayudar a
aquella; en primer lugar por el hecho mismo de "ser persona humana", lo cual les
permite, en cierto sentido, descubrir y confirmar siempre el sentido integral de
su propia humanidad.
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- Se entiende fácilmente que -desde esta perspectiva
fundamental- se trata de una "ayuda" de ambas partes, que ha de ser "ayuda"
recíproca. Humanidad, significa llamada a la comunión interpersonal. El
texto del Génesis 2, 18-25 indica que el matrimonio es la dimensión
primera y, en cierto sentido, fundamental de esta llamada.
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- Pero no es la única. Toda la historia del hombre
sobre la tierra se realiza en el ámbito de esta llamada. Basándose en el
principio del ser recíproco "para" el otro en la "comunión" interpersonal, se
desarrolla en esta historia la integración en la humanidad misma, querida por
Dios, de los "masculino" y de lo "femenino". Los textos bíblicos,
comenzando por el Génesis, nos permiten encontrar constantemente el
terreno sobre el que radica la verdad sobre el hombre, terreno sólido e
inviolable en medio de tantos cambios de la existencia humana.
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- Esta verdad concierne también a la historia de la
salvación. A este respecto es particularmente significativa una afirmación
del Concilio Vaticano II. En el capítulo sobre la "comunidad de los hombres", de
la Constitución pastoral Gaudium et spes, leemos: "El Señor, cuando ruega
al Padre que "todos sean uno, como nosotros también somos uno" (Jn 17, 21-22),
abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta
semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de
Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única
criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su
propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás".
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- Con estas palabras, el texto conciliar presenta
sintéticamente el conjunto de la verdad sobre el hombre y sobre la mujer (verdad
que se delinea ya en los primeros capítulos del Libro del Génesis) como
estructura de la antropología bíblica y cristiana. El ser humano -ya sea
hombre o mujer- es el único ser entre las criaturas del mundo visible
que Dios Creador "ha amado por sí mismo"; es, por consiguiente, una
persona.
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- El ser persona significa tender a su realización (el
texto conciliar habla de "encontrar su propia plenitud"), cosa que no puede
llevar a acabo si no es "en la entrega sincera de sí mismo a los demás".
El modelo de esta interpretación de la persona es Dios mismo como Trinidad, como
comunión de Personas. Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de
este Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir "para" los
demás, a convertirse en un don.
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- Esto concierne a cada ser humano, tanto mujer como
hombre, los cuales lo llevan a cabo según su propia peculiaridad. En el ámbito
de la presente meditación acerca de la dignidad y vocación de la mujer, esta
verdad sobre el se humano constituye el punto de partida indispensable.
Ya el Libro del Génesis permite captar, como un primer esbozo, este
carácter esponsal de la relación entre las personas, sobre el que se
desarrollará a su vez la verdad sobre la maternidad, así como sobre la
virginidad, como dos dimensiones particulares de la vocación de la mujer a la
luz de la Revelación divina.
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- Estas dos dimensiones encontrarán su expresión más
elevada en el cumplimiento de la "plenitud de los tiempos" (cf. Gal 4, 4), esto
es, en la figura de la "mujer" del Nazaret: Madre-Virgen.
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- ANTROPOMORFISMO DEL LENGUAJE BIBLICO
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- 8. La presentación del hombre como "imagen y semejanza
de Dios", así como aparece inmediatamente al comienzo de la Sagrada Escritura,
reviste también otro significado. Este hecho constituye la clave para
comprender la Revelación bíblica como manifestación de Dios sobre sí mismo.
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- Hablando de sí, ya sea "por medio de los profetas, ya
se por medio del Hijo" hecho hombre (cf. Hebr. 1, 1-2), Dios habla un
lenguaje humano, usa conceptos e imágenes humanas. Si este modo de
expresarse está caracterizado por un cierto antropomorfismo, su razón está en el
hecho de que el hombre es "semejante" a Dios, esto es, creado a su imagen y
semejanza.
- Consiguientemente, también dios es, en cierta
medida, "semejante" al hombre y, precisamente basándose en esta similitud, puede
llegar a ser conocido por los hombres. Al mismo tiempo, el lenguaje de la Biblia
es suficientemente preciso para mostrar los límites de la "semejanza", los
límites de la "analogía".
-
- En efecto, la revelación bíblica afirma que si bien
es verdadera la "semejanza" del hombre con Dios, es aún más esencialmente
verdadera la "no-semejanza", que distingue toda la creación del Creador. En
definitiva, para el hombre creado a semejanza de Dios, el mismo Dios es aquél "
que habita en una luz inaccesible " (1 Tim 6, 16): El es el "Diverso" por
esencia, el "totalmente Otro".
-
- Esta observación sobre los límites de la analogía -
límites de la semejanza del hombre con Dios en el lenguaje bíblico-, se debe
tener muy en cuenta también cuando, en diversos lugares de la Sagrada Escritura
(especialmente del Antiguo Testamento), encontramos comparaciones que
atribuyen a Dios cualidades " masculinas " o también " femeninas ".
-
- En ellas podemos ver la confirmación indirecta de la
verdad de que ambos, tanto el hombre como la mujer, han sido creados a imagen y
semejanza de Dios. Si existe semejanza entre el Creador y las criaturas, es
comprensible que la Biblia haya usado expresiones que le atribuyen cualidades
tanto " masculinas " como " femeninas ".
-
- Queremos referirnos aquí a varios textos
característicos del profeta Isaías : " Pero dice Sión: "Yahvéh me ha
abandonado, el Señor me ha olvidado" ¿Acaso olvida una mujer a su niño de
pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen
a olvidar, yo no te olvido " (49, 14-15). Y en otro lugar: " Como uno a
quien su madre le consuela, así yo os consolaré (y por Jerusalén seréis
consolados)" (Is 66, 13).
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- También en los Salmos Dios es parangonado a una madre
solícita : " No, mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el
regazo de su madre. ¡Como niño destetado está mi alma en mí! ¡Espera, Israel, en
Yahvéh desde ahora y por siempre!" (Sal 131 [130], 2-3). En diversos pasajes el
amor de Dios, siempre solícito para con su Pueblo, es presentado como el amor de
una madre: como una madre Dios ha llevado a la humanidad, y en particular
a su pueblo elegido, en el propio seno, lo ha dado a luz en el dolor, lo a
nutrido y consolado (cf. Is 42, 14; 46, 3-4).
- El amor de Dios es presentado en muchos pasajes como
amor " masculino " del esposo y padre (cf. Os 11, 1-4; Jer 3, 4-19), pero a
veces también con amor " femenino " de la madre.
-
- Esta característica del lenguaje bíblico, su modo
antropomórfico de hablar de Dios, indica también, indirectamente, el
misterio del eterno " engendrar ", que pertenece a la vida íntima de
Dios. Sin embargo, este " engendrar " no posee en sí mismo cualidades "
masculinas " ni " femeninas ".
-
- Es de naturaleza totalmente divina. Es espiritual del
modo más perfecto, ya que " Dios es espíritu " (Jn 4, 24) y no posee ninguna
propiedad típica del cuerpo, ni " femenina " ni "masculina ". Por consiguiente,
también la " paternidad " en Dios es completamente divina, libre de la
característica corporal " masculina ", propia de la paternidad humana.
-
- En este sentido el Antiguo Testamento hablaba de Dios
como de un Padre y a él se dirigía como a un Padre. Jesucristo, que se dirigía a
Dios llamándole " Abba-Padre " (Mc 14, 36) -por ser su Hijo unigénito y
consubstancial-, y que situó esta verdad en el centro mismo del Evangelio como
normativa de la oración cristiana, indicaba la paternidad en este sentido ultra
corporal, sobrehumano, totalmente divino.
-
- Hablaba como Hijo, unido al Padre por el eterno
misterio del engendrar divino, y lo había así siendo al mismo tiempo Hijo
auténticamente humano de su Madre Virgen.
-
- Si bien no se pueden atribuir cualidades humanas a la
generación eterna del Verbo de Dios, ni la paternidad divina tiene elementos "
masculinos " en sentido físico, sin embargo se debe buscar en Dios el
modelo absoluta de toda " generación " en el mundo de los seres
humanos. En este sentido -parece- leemos en la Carta a los Efesios:
"Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo
y en la tierra " (3, 14-15).
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- Todo " engendrar " en la dimensión de las criaturas
encuentra su primer modelo en aquel engendrar que se da en Dios de modo
completamente divino, es decir, espiritual. A este modelo absoluto, no-creado,
se asemeja todo el " engendrar " en el mundo creado. Por consiguiente, lo que en
el engendrar humano es propio del hombre o de la mujer -esto es, la " paternidad
" y la " maternidad " humanas- lleva consigo la semejanza, o sea, la analogía
con el " engendrar " divino y con aquella " paternidad " que en Dios es "
totalmente diversa " : completamente espiritual y divina por esencia. En cambio,
en el orden humano el engendrar es propio de la " unidad de los dos " : ambos
son " progenitores ", tanto el hombre como la mujer.
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- IV E V A - M A R I A
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- EL '' PRINCIPIO '' Y EL PECADO
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- 9. " Constituido por Dios en un estado de santidad, el
hombre, tentado por el Maligno, desde los comienzos de la historia abusó de su
libertad, erigiéndose contra Dios y anhelando conseguir su fin fuera de Dios ".
-
- Con estas palabras la enseñanza del último concilio
evoca la doctrina revelada sobre el pecado y, en particular, sobre aquel primer
pecado, que es el " original ". El " principio " bíblico -la creación del mundo
y del hombre en el mundo- contiene en sí al mismo tiempo la verdad
sobre este pecado, que puede ser llamado también el pecado del "
principio " del hombre sobre la tierra.
-
- Aunque la narración del Libro de Génesis sobre
este hecho está expresada de forma simbólica, como en la descripción de la
creación del hombre como varón y mujer (cf. Gen 2, 15-25), desvela sin embargo
lo que hay que llamar " el misterio del pecado " y, más propiamente aún, " el
misterio del mal " en el mundo creado por Dios.
-
- No es posible entender el " misterio del pecado " sin
hacer referencia a toda la verdad acerca de la " imagen y semejanza " con dios,
que es la base de la antropología bíblica. Esta verdad muestra la creación del
hombre como una donación especial por parte del Creador, en la que están
contenidos no solamente el fundamento y la fuente de la dignidad esencial del
ser humano -hombre y mujer- en el mundo creado, sino también el comienzo de
la llamada de ambos a participar de la vida íntima de Dios mismo.
-
- A la luz de la Revelación, creación significa
también comienzo de la historia de la salvación. Precisamente en este
comienzo el pecado se inserta y configura como contraste y negación.
-
- Se puede decir, paradójicamente, que el pecado
presentado en el Génesis (c.3) es la confirmación de la verdad acerca de
la imagen y semejanza de Dios en el hombre, si esta verdad significa libertad,
es decir, la voluntad libre de la que el hombre puede usar eligiendo el bien o de
la que puede abusar eligiendo el mal contra la voluntad de Dios.
-
- No obstante, en su significado esencial, el pecado es
la negación de lo que es Dios -como Creador- en relación con el hombre, y de lo
que Dios quiere desde el comienzo y siempre para el hombre. Creando el hombre y
la mujer a su propia imagen y semejanza Dios quiere para ellos la plenitud del
bien, es decir, la felicidad sobrenatural, que brota de la participación de su
misma vida.
-
- Cometiendo el pecado, el hombre rechaza este don
y al mismo tiempo quiere llegar a ser él mismo " como dios, conociendo el
bien y el mal " (cf. Gen 3,5), es decir, decidiendo sobre el bien y el mal
independientemente de Dios, su Creador. El pecado de los orígenes tiene su "
medida " humana, su metro interior, en la voluntad libre del hombre, y lleva
consigo además una cierta característica " diabólica ", como lo pone claramente
de relieve el Libro del Génesis (3, 1-5).
-
- El pecado provoca la ruptura de la unidad originaria,
de la que gozaba el hombre en el estado de justicia original: la unión con Dios
como fuente de la unidad interior de su propio " yo ", en la recíproca relación
entre el hombre y la mujer (" communio personarum "), y, por último, en
relación con el mundo exterior, con la naturaleza.
-
- La descripción bíblica del pecado original en el
Génesis (c.3) en cierto modo " distribuye los papeles " que en él han
tenido la mujer y el hombre. A ello harán referencia más tarde algunos textos de
la Biblia como, por ejemplo, la Carta de S. Pablo a Timoteo : " Porque Adán fue
formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer
" (1 Tim 2, 13-14).
-
- Sin embargo, no cabe duda de que -independientemente
de esta " distribución de los papeles " en la descripción bíblica- aquel
primer pecado es el pecado del hombre, creado por Dios varón y mujer. Este
es también el pecado de los " progenitores " y a ello se debe su carácter
hereditario. En este sentido lo llamamos " pecado original ".
-
- Este pecado, como ya se ha dicho, no se
puede comprender de manera adecuada sin referirnos al misterio de la
creación del ser humano -hombre y mujer- a imagen y semejanza de
Dios. Mediante esta relación se puede comprender también el misterio de
aquella " no-semejanza " con Dios, en la cual consiste el pecado y que se
manifiesta en el mal presente en la historia del mundo; aquella " no-semejanza "
con Dios, " el único bueno " (cf. Mt 19, 17), que es la plenitud del bien.
-
- Si esta " no-semejanza ' del pecado con Dios,
santidad misma, presupone la " semejanza " en el campo de la libertad y de la
voluntad libre, se puede decir que, precisamente por esta razón, la "
no-semejanza " contenida en el pecado es más dramática y más dolorosa.
Además, es necesario admitir que Dios, como Creador y Padre, es aquí agraviado, "
ofendido " y ofendido ciertamente en el corazón mismo de aquella donación que
pertenece al designio eterno de Dios en su relación con el hombre.
-
- Al mismo tiempo, sin embargo, también el ser
humano -hombre y mujer- es herido por el mal del pecado del cual es autor.
El texto del Libro del Génesis (c.3) lo muestra con las palabras con las
que claramente describe la nueva situación del hombre en el mundo creado. En dicho texto se muestra la perspectiva de la " fatiga " con la que
el hombre habrá de procurarse los medios para vivir (cf. Gen 3, 17-19), así como
los grandes " dolores " con que la mujer dará a luz a sus hijos (cf. Gen 3, 16).
-
- Todo esto, además, está marcado por la necesidad de
la muerte, que constituye el final de la vida humana sobre la tierra. De este
modo el hombre, como polvo, " volverá a la tierra, porque de ella ha sido
extraído ": " eres polvo y en polvo te convertirás " (cf. Gen 3, 19).
-
- Estas palabras son confirmadas generación tras
generación. Pero esto no significa que la imagen y la semejanza de Dios en el
ser humano, tanto mujer como hombre, haya sido destruida por el pecado;
significa, en cambio, que sido " ofuscada " y, en cierto sentido, "
rebajada ". En efecto, el pecado " rebaja " al hombre, como nos lo recuerda
también el Concilio Vaticano II.
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- Si el hombre -por su misma naturaleza de persona- es
ya imagen y semejanza de Dios quiere decir que su grandeza y dignidad se
realizan en la alianza con Dios, en su unión con él, en el tender hacia aquella
unidad fundamental que pertenece a la " lógica " interna del misterio mismo de
la creación. Esta unidad corresponde a la verdad profunda de todas las criaturas
dotadas de inteligencia y, en particular, del hombre, el cual ha sido elevado desde
el principio entre las criaturas del mundo visible mediante la terna elección
por parte de Dios en Jesús: " En Cristo (...) nos ha elegido antes de la
fundación del mundo (...) en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus
hijos adoptivos por medio de Jesucristo según el beneplácito de su voluntad "
(cf. Ef 1, 4-6).
-
- La enseñanza bíblica en su conjunto nos permite
afirmar que la predestinación concierne a las personas humanas, hombre y
mujeres, a todos y a cada uno sin excepción.
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- '' EL TE DOMINARA ''
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- 10. La descripción bíblica del Libro del
Génesis delinea la verdad acerca de las consecuencias del pecado del hombre,
así como indica igualmente la alteración de aquella originaria
relación entre el hombre y la mujer, que corresponde a la dignidad
personal de cada uno de ellos. El hombre, tanto varón como mujer, es una persona
y, por consiguiente, " la única criatura sobre la tierra que Dios ha amado por
sí misma "; y al mismo tiempo precisamente esta criatura única e irrepetible "
no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo
a los demás ".
-
- De aquí surge la relación de " comunión ", en la que
se expresan la " unidad de los dos " y la dignidad como persona tanto del hombre
como de la mujer. Por tanto, cuando leemos en la descripción bíblica las
palabras dirigidas a la mujer: " Hacia tu marido irá tu apetencia y él te
dominará " (Gen 3, 16), descubrimos una ruptura y una constante amenaza
precisamente en relación a esta " unidad de los dos ", que corresponde a la
dignidad de la imagen y de la semejanza de Dios en ambos.
-
- pero esta amenaza es más grave para la mujer. En
efecto, al ser un don sincero y, por consiguiente, al vivir " para " el otro
aparece el dominio: " él te dominará ". Este "dominio" indica la alteración y la
pérdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental, que en
la " unidad de los dos " poseen el hombre y la mujer; y esto, sobre todo, con
desventaja para la mujer, mientras que sólo la igualdad, resultante de la
dignidad de ambos como personas, puede dar a la relación recíproca el carácter
de una auténtica " communio personarum ".
-
- Si la violación de esta igualdad, que es
conjuntamente don y derecho que deriva del mismo Dios Creador, comporta un
elemento de desventaja para la mujer, al mismo tiempo disminuye también la
verdadera dignidad del hombre. Tocamos aquí un punto extremadamente delicado
de la dimensión de aquel " ethos ", inscrito originariamente por el Creador
en el hecho mismo de la creación de ambos a su imagen y semejanza.
-
- Esta afirmación del Génesis 3, 16 tiene un
alcance grande y significativo. Implica una referencia a la relación recíproca
del hombre y de la mujer en el matrimonio. Se trata del deseo que nace en
el clima del amor esponsal, el cual hace que " el don sincero de sí misma " por
parte de la mujer halle respuesta y complemento en un " don " análogo por parte
del marido.
-
- Solamente basándose en este principio ambos -y en
particular la mujer- pueden " encontrarse ' como verdadera " unidad de los dos "
según la dignidad de la persona. La unión matrimonial exige el respeto y el
perfeccionamiento de la verdadera subjetividad personal de ambos. La mujer no
puede convertirse en " objeto " de " dominio " y de " posesión " masculina.
-
- Las palabras del texto bíblico se refieren
directamente al pecado original y a sus consecuencias permanentes en el hombre y
en la mujer. Ellos, cargados con la pecaminosidad hereditaria, llevan consigo el
constante " aguijón del pecado ", es decir, la tendencia a quebrantar
aquel orden moral que corresponde a la misma naturaleza racional y a la dignidad
del hombre como persona.
-
- Esta tendencia se expresa en la triple
concupiscencia que el texto apostólico precisa como concupiscencia de los
ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida (cf. 1 Jn 2, 16). Las
palabras ya citadas del Génesis (3, 16) indican el modo con que esta
triple concupiscencia, como " aguijón del pecado ", se dejará sentir en la
relación recíproca del hombre y la mujer.
-
- Las mismas palabras se refieren directamente
al matrimonio, pero indirectamente conciernen también a los diversos campos
de la convivencia social: aquellas situaciones en las que la mujer se
encuentra en desventaja o discriminada por el hecho de ser mujer.
-
- La verdad revelada sobre la creación del ser humano,
como hombre y mujer, constituye el principal argumento contra todas las
situaciones que, siendo objetivamente dañinas, es decir injustas, contienen y
expresan la herencia del pecado que todos los seres humanos llevan en sí. Los
Libros de la Sagrada Escritura confirman en diversos puntos la existencia
efectiva de tales situaciones y proclaman al mismo tiempo la necesidad de
convertirse, es decir, purificarse del mal y librarse del pecado: de cuanto
ofende al otro, de cuanto " disminuye " al hombre, y no sólo al que es ofendido,
sino también al que ofende. Este es el mensaje inmutable de la Palabra revelada
por Dios. De esta manera se explicita el " ethos " bíblico en toda su amplitud.
-
- En nuestro tiempo la cuestión de los " derechos de la
mujer " ha adquirido un nuevo significado en el vasto contexto de los derechos
de la persona humana. Iluminando este programa, declarado constantemente y
recordado de diversos modos, el mensaje bíblico y evangélico custodia la
verdad sobre la " unidad " de los " dos ", es decir, sobre aquella dignidad
y vocación que resultan de la diversidad específica y de la originalidad
personal del hombre y de la mujer.
-
- Por tanto, también la justa oposición de la mujer
frente a lo que expresan las palabras bíblicas " el te dominará " (Gen 3, 16) no
puede de ninguna manera conducir a la " masculinización " de las mujeres. La
mujer -en nombre de la liberación del " dominio " del hombre- no puede tender a
apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia "
originalidad " femenina.
-
- Existe el fundado temor de que por este camino la
mujer no llegará a " realizarse " y podría, en cambio, deformar y perder lo
que constituye su riqueza esencial. Se trata de una riqueza enorme. En la
descripción bíblica la exclamación del primer hombre, al ver la mujer que ha
sido creada, es una exclamación de admiración y de encanto, que abarca toda la
historia del hombre sobre la tierra.
-
- Los recursos personales de la feminidad no son
ciertamente menores que los recursos de la masculinidad; son sólo diferentes.
Por consiguiente, la mujer -como por su parte también el hombre- debe entender
su " realización " como persona, su dignidad y vocación, sobre la base de estos
recursos, de acuerdo con la riqueza de la feminidad, que recibió el día de la
creación y que hereda como expresión peculiar de la " imagen y semejanza de Dios
".
-
- Solamente de este modo puede ser superada también
aquella herencia del pecado que está contenida en las palabras de la Biblia:
" Tendrás ansia de tu marido y él te dominará ". La superación de esta herencia
mala es, generación tras generación, tarea de todo hombre, tanto mujer como
hombre. En efecto, en todos los casos en los que el hombre es responsable de lo
que ofende la dignidad personal y la vocación de la mujer, actúa contra su
propia dignidad personal y su propia vocación.
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- PROTOEVANGELIO
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- 11. El Libro del Génesis da testimonio del
pecado que es el mal del "principio " del hombre, así como de sus consecuencias
que desde entonces pesan sobre todo el género humano, y al mismo tiempo contiene
el primer anuncio de la victoria sobre el mal, sobre el pecado. Lo
prueban las palabras que leemos en el Génesis 3, 15, llamadas
generalmente "protoevangelio" : " Enemistad pondré entre tí y la mujer, y
entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su
calcañar ".
-
- El significativo que el anuncio del redentor, del
salvador del mundo, contenido en estas palabras, se refiera a " la mujer ", la
cual es nombrada en el Protoevangelio en primer lugar, como progenitora de aquél
que será el redentor del hombre. Y si la redención debe llevarse a cabo mediante
la lucha contra el mal, por medio " de la enemistad " entre la estirpe de la
mujer y la estirpe de aquél que como " padre de la mentira " (Jn 8, 44) es el
primer autor del pecado en la historia del hombre, ésta será también la
enemistad entre él y la mujer.
-
- En estas palabras se abre la perspectiva de toda la
Revelación, primero como preparación al Evangelio y después como Evangelio
mismo. En esta perspectiva se unen bajo el nombre de la mujer las dos
figuras femeninas: Eva y María.
-
- Las palabras del Protoevangelio, releídas a la luz
del Nuevo Testamento, expresan adecuadamente la misión de la mujer en la lucha
salvífica del redentor contra el autor del mal en la historia del hombre.
-
- La confrontación Eva-maría reaparece constantemente
en el curso de la reflexión sobre el depósito de la fe recibida por la
Revelación divina y es uno de los temas comentados frecuentemente por los
Padres, por los escritores eclesiásticos y por los teólogos. De ordinario, de
esta comparación emerge a primera vista una diferencia, una contraposición.
Eva, como " madre de todos los vivientes " (Gen 3, 20), es testigo del
" comienzo " bíblico en el que están contenidas la verdad sobre la creación
del hombre a imagen y semejanza de Dios, y la verdad sobre el pecado original.
-
- María es testigo del nuevo " principio " y de
la " nueva criatura " (cf. 2 Cor 5, 17). Es más, ella misma, como la primera
redimida en la historia de la salvación, es " una nueva criatura "; es la "
llena de gracia ". Es difícil comprender por qué las palabras del Protoevangelio
ponen tan fuertemente en evidencia a la " mujer " si no se admite que en ella
tiene su comienzo la nueva y definitiva Alianza de Dios con la humanidad, la
Alianza de Sangre redentora de Cristo.
-
- Esta Alianza tiene su comienzo con una mujer, la "
mujer ", en la Anunciación de Nazaret. Esta es la absoluta novedad del
Evangelio. En el Antiguo Testamento otras veces Dios, para intervenir en la
historia de su pueblo, se había dirigido a algunas mujeres, como, por ejemplo, a
la madre de Samuel y de Sansón; pero para estipular su Alianza con la humanidad
se había dirigido solamente a hombres: Noé, Abraham, Moisés. Al comienzo de la
Nueva Alianza, que debe ser terna e irrevocable, está la mujer: La Virgen de
Nazaret.
-
- Se trata de un signo indicativo de que " en
Jesucristo " " no hay ni hombre ni mujer " (Gál 3, 28). En él la
contraposición recíproca entre el hombre y la mujer -como herencia del pecado
original- está esencialmente superada. " Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús
", escribe el Apóstol (Gál 3, 28).
-
- Estas palabras tratan sobre aquella originaria "
unidad de los dos ", que está vinculada a la creación del hombre, como varón y
mujer, a imagen y semejanza de Dios, según el modelo de aquella perfectísima
comunión de Personas que es Dios mismo.
-
- Las palabras de la epístola paulina constatan que el
misterio de la redención del hombre en Jesucristo, hijo de María, toma y renueva
lo que en el misterio de la creación correspondía al eterno designio de Dios
Creador. Precisamente por esto, el día de la creación del hombre como varón y
mujer " Dios vio cuanto había hecho y todo estaba muy bien " (Gen 1, 31). La
redención, en cierto sentido, restituye en su misma raíz el
bien que ha sido esencialmente " rebajado " por el pecado y por su herencia
en la historia del hombre.
-
- La " mujer " del Protoevangelio está situada en la
perspectiva de la redención. La confrontación Eva-María puede entenderse también
en el sentido de que María asume y abraza en sí misma este misterio de
la " mujer ", cuyo comienzo es Eva, " la madre de todos los vivientes " (Gen
3, 20).
-
- En primer lugar lo asume y lo abraza en el interior
del misterio de Cristo, " nuevo y último Adán " (cf. 1 Cor 15, 45), el cual ha
asumido en la propia persona la naturaleza del primer Adán. En efecto, la
esencia de la nueva Alianza consiste en el hecho de que el Hijo de Dios,
consubstancial al eterno Padre, se hace hombre y asume la humanidad en la unidad
de la persona divina del Verbo.
-
- El que obra la Redención es al mismo tiempo verdadero
hombre. El misterio de la Redención del mundo presupone que Dios-Hijo ha
asumido ya la humanidad como herencia de Adán, llegando a ser
semejante a él y a cada hombre en todo, " excepto en el pecado " (Hebr 4, 15).
De este modo él " manifiesta plenamente el hombre el propio hombre y le descubre
la sublimidad de su vocación ", como enseña el Concilio Vaticano II; en cierto
sentido, le ha ayudado a descubrir " qué es el hombre " (cf. Sal 8, 5).
-
- A través de todas las generaciones, en la tradición
de la fe y de la reflexión cristiana, la correlación Adán - Cristo
frecuentemente acompaña a la de Eva - María. Dado que a María se la llama
también " nueva Eva ", ¿cuál puede ser el significado de esta analogía?
Ciertamente es múltiple. Conviene detenernos particularmente en el significado
que ve en María la manifestación de todo lo que está comprendido en la palabra
bíblica " mujer ", esto es, una revelación correlativa al misterio de la
redención.
-
- María significa, en cierto sentido, superar
aquel límite del que habla el Libro del Génesis (3, 16) y volver a
recorrer el camino hacia aquel " principio " donde se encuentra la " mujer "
como fue querida en la creación y, consiguientemente, en el eterno
designio de Dios, en el seno de la Santísima Trinidad. María es " el
nuevo principio " de la dignidad y vocación de la mujer, de todas y cada
una de las mujeres.
-
- La clave para comprender esto pueden ser, de modo
particular, las palabras que el evangelista pone en labios de María después de
la Anunciación, durante su visita a Isabel : " Ha hecho en mi favor maravillas
el Poderoso " (Lc 1, 49). Esto se refiere ciertamente a la concepción del Hijo,
que es " Hijo del Altísimo " (Lc 1, 32), el " santo " de Dios; pero a la vez
pueden significar el descubrimiento de la propia humanidad femenina. " Ha
hecho en mi favor maravillas ": éste es el descubrimiento de toda la
riqueza, del don personal de la femineidad, de toda la eterna originalidad
de la " mujer " en la manera en que Dios la quiso, como persona en sí misma y
que al mismo tiempo puede realizarse en plenitud " por medio de la entrega
sincera de sí ".
-
- Este descubrimiento se relaciona con una clara
conciencia del don, de la dádiva por parte de Dios. El pecado ya desde el "
principio " había ofuscado esta conciencia; en cierto sentido, la había
sofocado, como indican las palabras de la primera tentación por obra del " padre
de la mentira " (cf. Gen 3, 1-5). Con la llegada de " la plenitud de los tiempos
"(cf. Gál 4, 4), mientras comienza ya a cumplirse en la historia de la humanidad
el misterio de la redención, esta conciencia irrumpe con toda su fuerza en las
palabras de la " mujer " bíblica de Nazaret.
-
- En María, Eva vuelve a descubrir cuál es la
verdadera dignidad de la mujer, de su humanidad femenina. Y este descubrimiento
debe llegar constantemente al corazón de cada mujer, para dar forma a su propia
vocación y a su vida.
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-
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- V J
E S U C R I S T O
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-
- '' SE SORPRENDIAN DE QUE HABLARA CON UNA MUJER ''
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- 12. Las palabras del Protoevangelio en el Libro del
Génesis nos permiten pasar al ámbito del Evangelio. La redención del hombre
anunciada allí se hace aquí realidad en la persona y en la misión de Jesucristo,
en quien reconocemos también lo que significa la realidad de la redención
para la dignidad y la vocación de la mujer.
-
- Este significado es aclarado por las palabras de
Cristo y por el conjunto de sus actitudes hacia las mujeres, que es sumamente
sencillo y, precisamente por esto, extraordinario si se considera el ambiente de
su tiempo; se trata de una actitud caracterizada por una extraordinaria
transparencia y profundidad. Diversas mujeres aparecen en el transcurso de la
misión de Jesús de Nazaret, y el encuentro con cada una de ellas es una
confirmación de la " novedad de vida " evangélica, de la que ya se ha hablado.
-
- Es algo universalmente admitido -incluso por parte de
quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano- que Cristo fue
ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y
de la vocación correspondiente a esta dignidad. A vedes esto provocaba estupor,
sorpresa, incluso llegaba hasta el límite del escándalo. " Se sorprendía de que
hablara con una mujer " (Jn 4, 27) porque este comportamiento era diverso del
que los israelitas de su tiempo. Es más, " se comprendían " los mismos discípulos
de Cristo.
-
- Por su parte, el fariseo, a cuya casa fue la mujer
pecadora para ungir con aceite perfumado los pies de Jesús, " se decía para sí:
Si éste fuera profeta, sabría quien y qué clase de mujer es la que le
está tocando, pues es una pecadora " (Lc 7, 39). Gran turbación e incluso "santa
indignación " debían causar en quienes escuchaban, satisfechos de sí mismos,
aquellas palabras de Cristo: " los publicanos y las prostitutas os precederán en
el reino de Dios " (Mt 21, 31).
-
- Quien así hablaba y actuaba daba a entender que
conocía a fondo " los misterios del Reino ". También conocía " lo que en el
hombre había " (Jn 2, 25), es decir, en su intimidad, en su " corazón ". Era
además testigo del eterno designio de Dios sobre el hombre creado por El a su
imagen y semejanza, como hombre y mujer. Era también plenamente consciente de
las consecuencias del pecado, de aquel " misterio de iniquidad " que actúa en
los corazones humanos como fruto amargo del ofuscamiento de la imagen divina.
-
- ¡Qué significativo es el hecho de que, en el coloquio
fundamental sobre el matrimonio y sobre su indisolubilidad, Jesús, delante de
sus interlocutores, que eran por oficio los conocedores de la ley, " los
escribas " , hiciera referencia al " principio "! La pregunta que le
habían hecho era sobre el derecho " masculino " a " repudiar a la propia mujer
por un motivo cualquiera " (Mt 19, 3); y, consiguientemente, se refería también
al derecho de la mujer a su justa posición en el matrimonio, a su dignidad.
-
- Los interlocutores de Jesús pensaban que tenían a su
favor la legislación mosaica vigente en Israel: " Moisés prescribió dar acta de
divorcio y repudiarla " (Mt 19, 7). A lo cual Jesús respondió: "Moisés teniendo
en cuenta la dureza de vuestro corazón os permitió repudiar a vuestras mujeres;
pero al principio no fue así " (Mt 19, 8).
-
- Jesús apela al " principio ", esto es, a la creación
del hombre, como varón y mujer, y a aquel designio divino que se fundamenta en
el hecho de que ambos fueron creados " a su imagen y semejanza ". Por
esto, cuando el hombre " deja a su padre y a su madre " para unirse con la
propia mujer, llegando a ser " una sola carne ", queda en vigor la ley que
proviene de Dios mismo: " Lo que Dios unió no lo separe el hombre " (Mt 19,6).
-
- El principio de este "ethos", que desde el comienzo
ha sido inserto en la realidad de la creación, es ahora confirmado por Cristo
contradiciendo aquella tradición que comportaba la discriminación de la mujer.
En esta tradición el varón " dominaba ", sin tener en cuenta suficientemente a
la mujer y a aquella dignidad que el "ethos" de la creación ha puesto en
la base de las relaciones recíprocas de dos personas unidas en matrimonio. Este
"ethos" es recordado y confirmado por las palabras de Cristo: es el
"ethos" del Evangelio y de la redención.
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- LAS MUJERES DEL EVANGELIO
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- 13. Recorriendo las páginas del Evangelio pasan ante
nuestro ojos un gran número de mujeres, de diversa edad y condición. Nos
encontramos con mujeres aquejadas de enfermedades o de sufrimientos físicos,
como aquella mujer poseída por " un espíritu que la tenía enferma; estaba
encorvada y no podía en modo alguno enderezarse " (Lc 13, 11), o como la suegra
de Simón que estaba " en cama con la fiebre " (Mc 1, 30), o como la mujer " que
padecía flujo de sangre " (cf. Mc 5, 25-34) y que no podía tocar a nadie porque
pensaba que su contacto hacía al hombre " impuro ".
-
- Todas ellas fueron curadas, y la última, la
hemorroisa, que tocó el manto de Jesús " entre la gente " (Mc 5, 27), mereció la
alabanza del Señor por su gran fe: " Tu fe te ha salvado " (Mc 5, 34).
Encontramos también a la hija de Jairo a la que Jesús hizo volver a la vida
diciéndole con ternura: " Muchacha, a ti te lo digo, levántate " (Mc 5, 41).
-
- En otra ocasión es la viuda de Naim a la que
Jesús devuelve a la vida a su hijo único, acompañando su gesto con una expresión
de afectuosa piedad: " Tuvo compasión de ello y le dijo: "No llores" (Lc 7, 13).
Finalmente vemos a la mujer cananea, una figura que mereció por parte de Cristo
unas palabras de especial aprecio por su fe, su humildad y por aquella grandeza
de espíritu de la que es capaz sólo el corazón de una madre: " Mujer, grande es
tu fe; que te suceda como deseas " (Mt 15, 28). La mujer cananea suplicaba la
curación de su hija.
-
- A veces las mujeres que encontraba Jesús, y que de él
recibieron tantas gracias, lo acompañaban en sus peregrinaciones con los
apóstoles por las ciudades y los pueblos anunciando el Evangelio del Reino De
Dios; algunas de ellas " le asistían con sus bienes ". Entre éstas, el Evangelio
nombra a Juana, mujer del administrador de Herodes, Susana y " otras muchas "
(cf. Lc 8, 1-3).
-
- En otras ocasiones las mujeres aparecen en
las parábolas con las que Jesús de Nazaret explicaba a sus oyentes las
verdades sobre el Reino de Dios; así lo vemos en la parábola de la dracma
perdida (cf. Lc 15, 8-10), de la levadura (cf. Mt 13, 33), de las vírgenes
prudentes y de las vírgenes necias (cf. Mt 25, 1-13). Particularmente elocuente
es la narración del óbolo de la viuda. Mientras "los ricos (...) echaban sus
donativos en el arca del tesoro (...) una viuda pobre echaba allí dos moneditas
". Entonces Jesús dijo: "Esta viuda pobre ha echado más que todos (...)
ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir " (Lc 21, 1-4). Con
estas palabras Jesús la presenta como modelo, al mismo tiempo que la defiende,
pues en el sistema socio-jurídico de entonces las viudas eran unos seres
totalmente indefensos (cf. también Lc 18, 1-7).
-
- En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de
comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la
mujer, propia del tiempo; por el contrario, sus palabras y sus obras expresan
siempre el respeto y el honor debido a la mujer. La mujer encorvada es
llamada " hija de Abraham " (lc 13, 16) mientras en toda la Biblia el título de
" hijo de Abraham " se refiere sólo a los hombres.
-
- Recorriendo la vía dolorosa hacia el Gólgota,
Jesús
dirá a las mujeres : " Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí " (Lc 23, 28). Este
modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas,
constituye una clara " novedad " respecto a las costumbres dominantes entonces.
-
-
- Todo esto resulta aún más explícito referido a
aquellas mujeres que la opinión común señalaba despectivamente como pecadoras:
pecadoras públicas y adúlteras. A la Samaritana el mismo Jesús dice: "Has tenido
cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo". Ella sintiendo que él
sabía los secretos de su vida, reconoció en Jesús al Mesías y corrió a
anunciarlo a sus copaisanos. El diálogo que precede a este reconocimiento es uno
de los más bellos del Evangelio (cf. Jn 4, 7-27).
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- He aquí otra figura de mujer: la de una pecadora
pública que, a pesar de la opinión común que la condena, entra en casa del
fariseo para ungir con aceite perfumado los pies de Jesús. Este, dirigiéndose al
huésped que se escandalizaba de este hecho, dirá a la mujer: "Quedan perdonados
sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor" (cf. Lc 7, 37-47).
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- Y, finalmente, fijémonos en una situación que es
quizás la más elocuente: la de una mujer sorprendida en adulterio y que
es conducida ante Jesús. A la pregunta provocativa: "Moisés nos mandó en la ley
apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?". Jesús responde: " Aquel de vosotros
que esté sin pecado que le arroje la primera piedra". La fuerza de la verdad
contenida en tal respuesta fue tan grande que " se iban retirando uno tras otro
comenzando por los más viejos ". Solamente quedan Jesús y la mujer. " ¿Dónde
están ? ¿ Nadie te condena ? " - " Nadie Señor " - "Tampoco yo te condeno. Vete
y en adelante no peques más " (cf. Jn 8, 3-11).
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- Estos episodios representan un cuadro de gran
transparencia. Cristo es aquel que " sabe lo que hay en el hombre " (cf. Jn 2,
25), en el hombre y en la mujer. Conoce la dignidad del hombre, el valor que
tiene a los ojos de Dios. El mismo Cristo es la confirmación definitiva de
este valor.
-
- Todo lo que dice y hace tiene cumplimiento definitivo
en el misterio pascual de la redención. La actitud de Jesús en relación con las
mujeres que se encuentran con él a lo largo del camino de su servicio mesiánico,
es el reflejo del designio eterno de Dios, que , al crear a cada una de ellas,
la elige y la ama en Cristo (cf. Ef 1, 1-5).
-
- Por esto, cada mujer es la " única criatura en la
tierra que Dios ha querido por sí misma", cada una hereda también desde el "
principio " la dignidad de persona precisamente como mujer. Jesús de Nazaret
confirma esta dignidad, la recuerda, la renueva y hace de ella un contenido del
Evangelio y de la redención, para lo cual fue enviado al mundo.
-
- Es necesario, por consiguiente, introducir en la
dimensión del misterio pascual cada palabra y cada gesto de Cristo respecto a la
mujer. De esta manera todo tiene su plena explicación.
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- LA MUJER SORPRENDIDA EN ADULTERIO
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- 14. Jesús entra en la situación histórica y
concreta de la mujer, la cual lleva sobre sí la herencia del pecado.
Esta herencia se manifiesta en aquellas costumbres que discriminan a la mujer en
favor del hombre, y que está enraizada también en ella. Desde este punto de
vista el episodio de la mujer " sorprendida en adulterio " (cf. Jn 8, 3-11) se
presenta particularmente elocuente. Jesús, al final, le dice: " No peques más
", pero antes él hace conscientes de su pecado a los hombres que la
acusan para poder lapidarla, manifestando de esta manera su profunda capacidad
de ver, según la verdad, las conciencias y las obras humanas.
-
- Jesús parece decir a los acusadores: esta mujer con
todo su pecado ¿no es quizás también, y sobre todo, la confirmación de vuestras
transgresiones, de vuestra injusticia " masculina ", de vuestros abusos?.
- hecho referido en el Evangelio de San Juan puede presentarse de nuevo en cada
época histórica, en innumerables situaciones análogas. Una mujer es dejada sola
con su pecado y es señalada ante la opinión pública, mientras detrás de este
pecado " suyo " se oculta un hombre pecador, culpable del " pecado de otra
persona ", es más, corresponsable del mismo.
-
- Y sin embargo, su pecado escapa a la atención, pasa
en silencia, aparece como no responsable del " pecado de la otra persona ". A
veces se convierte incluso en el acusador, como en el caso descrito en el
Evangelio de San Juan, olvidando el propio pecado.
-
- Cuántas veces, en casos parecidos, la mujer
paga por el propio pecado (puede suceder que sea ella, en ciertos casos,
culpable por el pecado del hombre, como " pecado del otro "), pero solamente
paga ella, y paga sola.
-
- ¡Cuántas veces queda ella abandonada con su
maternidad, cuando el hombre, padre del niño, no quiere aceptar su
responsabilidad! Y junto a tantas " madres solteras " en nuestra sociedad, es
necesario considerar además todas aquellas que muy a menudo, sufriendo presiones
de dicho tipo, incluidas las del hombre culpable, " se libran " del niño antes
de que nazca. " Se libran "; pero ¡a que precio! La opinión pública actual
intenta de modos diversos " anular " el mal de este pecado; pero normalmente la
conciencia de la mujer no consigue olvidar el haber quitado la vida a su
propio hijo, porque ella no logra cancelar su disponibilidad a acoger la vida,
inscrita en su " ethos " desde el " principio ".
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- A este respecto es significativa la actitud de Jesús
en el hecho descrito por San Juan (8, 3-11). Quizás en pocos momentos
como en éste se manifiesta su poder -el poder de la verdad- en relación con las
conciencias humanas.
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- Jesús aparece sereno, recogido, pensativo. Su
conocimiento de los hechos, tanto aquí como en el coloquio con los fariseos (cf.
Mt 19, 3-9), ¿no está quizás en relación con el misterio del " principio ",
cuando el hombre fue creado varón y mujer, y la mujer fue confiada al hombre con
su diversidad femenina, y también con su potencial maternidad?
-
- También el hombre fue confiado por el Creador a la
mujer. Ellos fueron confiados recíprocamente el uno al otro como personas,
creadas a imagen y semejanza de Dios mismo. En esta entrega se encuentra la
medida del amor, del amor esponsal: para llegar a ser " una entrega sincera "
del uno para el otro es necesario que ambos se sientan responsables del don.
-
-
- Esta medida está destinada a los dos -hombre y mujer-
desde el " principio ". Después del pecado original actúan en el hombre y en la
mujer unas fuerzas contrapuestas a causa de la triple concupiscencia, el "
aguijón del pecado ". Ellas actúan en el hombre desde dentro. Por esto Jesús
dirá en el Sermón de la Montaña: " Todo el que mira a una mujer deseándola,
ya cometió adulterio con ella en su corazón " (Mt 5, 28).
-
- Estas palabras dirigidas directamente al hombre
muestran la verdad fundamental de su responsabilidad hacia la mujer, hacia su
dignidad, su maternidad, su vocación. Indirectamente estas palabras conciernen
también a la mujer. Cristo hacía todo lo posible para que, en el ámbito de las
costumbres y relaciones sociales del tiempo, las mujeres encontrasen en su
enseñanza y en su actuación la propio subjetividad y dignidad.
-
- Basándose en la eterna " unidad de los dos ", esta
dignidad depende directamente de la misma mujer, como sujeto responsable, y
al mismo tiempo es " dada como tarea " al hombre. De modo coherente, Cristo
apela a la responsabilidad del hombre. En esta meditación sobre la dignidad y la
vocación de la mujer, hoy es necesario tomar como punto de referencia el
planteamiento que encontramos en el Evangelio.
-
- La dignidad de la mujer y su vocación -como también
la del hombre- encuentran su eterna fuente en el corazón de Dios y, teniendo en
cuenta las condiciones temporales de la existencia humana, se relacionan
íntimamente con la " unidad de los dos ".
-
- Por tanto, cada hombre ha de mirar dentro de sí y ver
si aquélla que le ha sido confiada como hermana en la humanidad común, como
esposa, no se ha convertido en objeto de adulterio en su corazón; ha de ver si
la que, pro razones diversas, es el co-sujeto de su existencia en el mundo, no
se ha convertido para él en un " objeto ": objeto de placer, de explotación.
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- GUARDIANAS DEL MENSAJE EVANGELICO
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- 15. El modo de actuar de Cristo, el Evangelio de
sus obras y de sus palabras, es un coherente reproche a cuanto ofende
la dignidad de la mujer. Por esto, las mujeres que se encuentran junto a Cristo
se descubren a sí mismas en la verdad que él " enseña ' y que él " realiza ",
incluso cuando ésta es la verdad sobre su propia " pecaminosidad ".
-
- Por medio de esta verdad ellas se sienten "
liberadas ", reintegradas en su propio ser; se sienten amadas por un " amor
eterno ", por un amor que encuentra la expresión más directa en el mismo Cristo.
Estando bajo el radio de acción de Cristo su posición social se transforma:
sienten que Jesús les habla de cuestiones de las que en aquellos tiempos no se
acostumbraba a discutir con un a mujer.
-
- Un ejemplo, en cierto modo muy significativo al
respecto, es el de la Samaritana en el pozo de Siquem. Jesús -que sabe en
efecto que es pecadora y de ello le habla- diálogo con ella sobre los más
profundos misterios de Dios. Le habla del don infinito del amor de Dios, que
es como " una fuente, que brota para la vida eterna " (jn 4, 14); le habla de
Dios que es Espíritu y de la verdadera adoración, que el Padre tiene derecho a
recibir en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 24); le revela, finalmente, que El es
el Mesías prometido a Israel (cf. Jn 4, 26).
-
-
- Estamos ante un acontecimiento sin precedentes;
aquella mujer -que, además es una " mujer-pecadora "- se convierte en "
discípula " de Cristo; es más, una vez instruida, anuncia a Cristo, a los
habitantes de Samaria, de modo que también ellos lo acogen con fe (cf. Jn 4,
39-42).
-
- Es éste un acontecimiento insólito si se tiene en
cuanta el modo usual con que trataban a las mujeres los que enseñaban en Israel;
pero, en el modo de actuar de Jesús de Nazaret un hecho semejante es normal. A
este propósito, merecen un recuerdo especial las hermanas de Lázaro; " Jesús
amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro " (cf. Jn 11, 5). María, "
escuchaba la palabra ", de Jesús; cuando fue a visitarlos a su casa él mismo
definió el comportamiento de María como " la mejor parte " respecto a la
preocupación de Marta por las tareas domésticas (cf. Lc 10, 38-42). En otra
ocasión, la misma Marta - después de la muerte de Lázaro - se
convierte en interlocutora de Cristo y habla acerca de las verdades más
profundas de la revelación y de la fe.
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- - " Señor si hubieras estado aquí no habría muerto mi
hermano ".
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- - " Tu hermano resucitará ".
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- - " Ya sé que resucitará en la resurrección, el
último día ".
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- Le dijo Jesús: " Yo soy la resurrección. El que cree
en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.
¿Crees esto?.
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- " Si, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios, el que iba a venir al mundo " (Jn 11, 21-27).
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- Después de esta profesión de fe Jesús resucitó a
Lázaro. También el coloquio con Marta es uno de los más importantes del
Evangelio.
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- Cristo habla con las mujeres acerca de las cosas de
Dios y ellas le comprenden; se trata de una auténtica sintonía de mente y de
corazón, una respuesta de fe. Jesús manifiesta aprecio por dicha respuesta, tan
" femenina ", y -como en el caso de la mujer cananea (cf. Mt 15, 28)- también
admiración.
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- A veces propone como ejemplo esta fe viva impregnada
de amor; él enseña, por tanto, tomando pie de esta respuesta femenina
de la mente y del corazón. Así sucede en el caso de aquella mujer " pecadora
" en casa del fariseo, cuyo modo de actuar es el punto de partida por parte de
Jesús para explicar la verdad sobre la remisión de los pecados: " Quedan
personados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le
perdona, poco amor muestra " (Lc 7, 47).
-
- Con ocasión de otra unción Jesús defiende, delante de
sus discípulos y, en particular, de Judas, a la mujer y su acción: " ¿Por qué
molestáis a esta mujer? Pues una " obra buena " ha hecho conmigo (...) al
derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha
hecho. Yo os aseguro dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo
entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya " (Mt 26,
6-13).
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-
- En realidad los Evangelios no sólo describen lo que
ha realizado aquella mujer en Betania, en casa de Simón, el leproso, sino que,
además, ponen en evidencia que, en el momento de la prueba definitiva y decisiva
para toda la misión mesiánica de Jesús de Nazaret, a los pies de la Cruz
estaban en primer lugar las mujeres. De los apóstoles sólo Juan permaneció
fiel; las mujeres eran muchas. No sólo estaba la Madre de Cristo y " la hermana
de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena" (Jn 19, 25), sino que "
habían allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a
Jesús desde Galilea para servirle " (Mt 27, 55).
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- Como podemos ver, en ésta que fue la prueba más dura
de la fe y de la fidelidad las mujeres se mostraron más fuertes que los
apóstoles; en los momentos de peligro aquellas que " aman mucho " logran vencer
el miedo. Antes de esto habían estado las mujeres en la vía dolorosa, "
que se dolían y se lamentaban por él (Lc 23, 27). Y antes aun había intervenido
también la mujer de Pilato, que advirtió a su marido: "No te metas con
este justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa " (Mt 27, 19).
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- LAS PRIMERAS TESTIGOS DE LA RESURRECCION
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- 16. Desde el principio de la misión de Cristo, la
mujer demuestra hacia él y hacia su misterio una sensibilidad especial, que
corresponde a una característica de su femineidad. Hay que decir también que
esto encuentra una confirmación particular en relación con el misterio pascual;
no sólo en el momento de la crucifixión sino también el día de la resurrección.
-
- Las mujeres son las primeras en llegar al
sepulcro. Son las primeras que lo encuentran vacío. Son las primeras que
oyen: "No está aquí, ha resucitado como lo había anunciado " (Mt 28, 6).
Son las primeras en abrazarle los pies (cf. Mt 28, 9). Son igualmente las
primeras en ser llamadas a anunciar esta verdad a los apóstoles (cf. Mt 28,
1-10; Lc 24, 8-11).
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- El Evangelio de Juan (cf. también Mc 16, 9) pone de
relieve el papel especial de María de Magdala. Es la primera que
encuentra a Cristo resucitado. Al principio lo confunde con le guardián del
jardín; lo reconoce solamente cuando él la llama por su nombre: "Jesús le dice:
" María" . Ella se vuelve y le dice en hebreo: " Rabbuní " -que quiere decir: "
Maestro "-. Dísele Jesús: "No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero
vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y
vuestro Dios ". Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al
Señor y que había dicho estas palabras " (Jn 20, 16-18).
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- Por esto ha sido llamada " la apóstol de los
apóstoles ". Antes que los apóstoles, María de Magdala fue testigo ocular de
Cristo resucitado, y por esta razón fue también la primera en dar testimonio
de él ante de los apóstoles. Este acontecimiento, en cierto sentido, corona
todo lo que se ha dicho anteriormente sobre el hecho de que Jesús confiaba a las
mujeres las verdades divinas, lo mismo que a los hombres.
- Puede decirse, que de esta manera se han cumplido las
palabras del Profeta : " Yo derramaré mi espíritu en toda carne. Vuestros
hijos y vuestras hijas profetizarán " (Jl 3, 1). Al cumplirse los
cincuenta días de la resurrección de Cristo, estas palabras encuentran una vez
más confirmación en el cenáculo de Jerusalén, con la venida del Espíritu santo,
el Paráclito (cf. Act 2, 17).
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- Lo dicho hasta ahora acerca de la actitud de Cristo
en relación con la mujer, confirma y aclara en el Espíritu Santo la verdad sobre
la igualdad de ambos -hombre y mujer-. Se debe hablar de una esencial " igualdad
", pues al haber sido los dos -tanto la mujer como el hombre- creados a imagen y
semejanza de Dios, ambos son, en la misma medida, susceptibles en la dádiva de
la verdad divina y del amor en el Espíritu Santo. Los dos experimentan
igualmente sus " visitas " salvíficas y santificantes.
-
-
- El hecho de ser hombre o mujer no comporta aquí
ninguna limitación, así como no limita absolutamente la acción salvífica y
santificante del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o griego, esclavo o
libre, según las conocidas palabras del Apóstol: " Porque todos sois uno en
Cristo Jesús " (Gál 3, 28). Esta unidad no anula la diversidad.
-
- El Espíritu Santo, que realiza esta unidad en el
orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye en igual medida al
hecho de que " profeticen vuestros hijos " al igual que " vuestras hijas ". "
Profetizar " significa expresar con la palabra y con la vida " las maravillas de
Dios " (cf. Act 2, 11), conservando la verdad y la originalidad de cada persona,
sea mujer u hombre. La " igualdad " evangélica, la " igualdad " de la mujer y
del hombre en relación con " Las maravillas de Dios ", tal como se manifiesta
del modo tan límpido en las obras y en las palabras de Jesús de Nazaret,
constituye la base más evidente de la dignidad y vocación de la mujer en le
Iglesia y en el mundo.
-
- Toda vocación tiene un sentido profundamente
personal y profético. Entendida así la vocación, lo que es personalmente
femenino adquiere una medida nueva: la medida de las " maravillas de Dios ", de
las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible.
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- VI MATERNIDAD - VIRGINIDAD
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- DOS DIMENSIONES DE LA VOCACION DE LA MUJER
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- 17. Hagamos ahora objeto de nuestra meditación la
virginidad y la maternidad, como dos dimensiones particulares de la realización
de la personalidad femenina. A la luz del Evangelio éstas adquieren la plenitud
de su sentido y de su valor en María, que como Virgen llega a ser Madre del Hijo
de Dios. Estas dos dimensiones de la vocación femenina se han encontrado
unido en ella de modo excepcional, de manera que una no ha excluido la otra,
sino que la ha completado admirablemente.
-
- La descripción de la Anunciación en el Evangelio de
San Lucas indica claramente que esto parecía imposible a la misma Virgen de
Nazaret. Ella, al oír que le dicen: " Vas a concebir en el seno y vas a dar a
luz un Hijo a quien pondrán por nombre Jesús ", pregunta a continuación: " ¿Cómo
podrá ser esto, pues yo no conozco varón? " (Lc 1, 31.34).
-
- En el orden común de las cosas la maternidad es fruto
del recíproco " conocimiento " del hombre y de la mujer en la unión matrimonial.
María, firme en el propósito de su virginidad, pregunta al mensajero divino y
obtiene la explicación: " El Espíritu Santo vendrá sobre ti ", tu
maternidad no será consecuencia de un " conocimiento " matrimonial, sino obra
del Espíritu Santo, y " el poder del Altísimo " extenderá su " sombra " sobre el
misterio de la concepción y del nacimiento del Hijo.
-
- Como Hijo del Altísimo, él te es dado exclusivamente
por Dios, en el modo conocido por Dios. María, por consiguiente, ha mantenido su
virginal " no conozco varón " (cf. Lc 1, 34) y al mismo tiempo se ha convertido
en madre.
-
- La virginidad y la maternidad coexisten en
ella, sin excluirse recíprocamente ni ponerse límites; es más, la persona de
la Madre de Dios ayuda a todos -especialmente a las mujeres- a vislumbrar el
modo en que estas dos dimensiones y estos dos caminos de la vocación de la
mujer, como persona, se explican y se completan recíprocamente.
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- MATERNIDAD
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- 18. Para tomar parte es este " vislumbrar ", es
necesario una vez más profundizar en la verdad sobre la persona humana,
como la presenta el Concilio Vaticano II. El hombre -varón o mujer- es la única
criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, es decir, es una
persona, es un sujeto que decide sobre sí mismo.
- Al mismo tiempo, el hombre " no puede encontrar su propia plenitud si no es
en la entrega sincera de sí mismo a los demás ".
-
- Se ha dicho ya que esta descripción -que en cierto
sentido es definición de la persona- corresponde a la verdad bíblica fundamental
acerca de la creación del hombre -hombre y mujer- a imagen y semejanza de Dios.
Esta no es una interpretación puramente teórica o una definición abstracta, pues
indica de modo esencial el sentido de ser hombre, poniendo de
relieve el valor del don de sí, de la persona.
-
- En esta visión de la persona está contenida también
la parte esencial de aquel " ethos " que -referido a la verdad de la creación-
será desarrollado plenamente por los Libros de la Revelación y, de modo
particular, por los Evangelios.
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- Esta verdad sobre la persona abre además el camino
a una plena comprensión de la maternidad de la mujer. La maternidad es fruto
de la unión matrimonial de una hombre y de una mujer, es decir, de aquel "
conocimiento " bíblico que corresponde a la " unión de los dos en una sola carne
" (cf. Gén 2, 24); de este modo se realiza -por parte de la mujer- un " don de
sí " especial, como expresión de aquel amor esponsal mediante el cual los
esposos se unen íntimamente para ser " una sola carne ". El " conocimiento "
bíblico se realiza según la verdad de la persona sólo cuando el don recíproco de
sí mismo no es deformado por el deseo del hombre de convertirse en " dueño " de
su esposa (" él te dominará ") o por el cerrarse de la mujer en sus propios
instintos ( " hacia tu marido irá tu apetencia ": Gén 3, 16).
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- El don recíproco de la persona en el
matrimonio se abre hacia el don de una nueva vida, es decir, de un nuevo
hombre, que es también persona a semejanza de sus padres. La maternidad, ya
desde el comienzo mismo, implica una apertura especial hacia la nueva persona; y
éste es precisamente el " papel " de la mujer. En dicha apertura, esto es, en el
concebir y dar a luz el hijo, la mujer " se realiza en plenitud a través del don
sincero de sí ".
-
- El don de la disponibilidad interior para aceptar al
hijo y traerle al mundo está vinculado a la unión matrimonial que, como se ha
dicho, debería constituir un momento particular del don recíproco de sí por
parte de la mujer y del hombre.
-
- La concepción y el nacimiento del nuevo hombre,
según
la Biblia, están acompañados por las palabras siguientes de la mujer-madre:
"He adquirido un varón con el favor de Yahvéh " (Gén 4, 1). La exclamación
de Eva, " madre de todos los vivientes ", se repite cada vez que viene al mundo
una nueva criatura y expresa el gozo y la convicción de la mujer de participar
en el gran misterio del eterno engendrar. Los esposos, en efecto, participan del
poder creador de Dios.
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- La maternidad de la mujer, en el período comprendido
entre la concepción y el nacimiento del niño, es un proceso biofisiológico y
psíquico que hoy día se conoce mejor que en tiempos pasados y que es objeto de
profundos estudios. El análisis científico confirma plenamente que la misma
constitución física de la mujer y su organismo tienen una disposición natural
para la maternidad, es decir, para la concepción, gestación y parto del niño,
como fruto de la unión matrimonial con el hombre.
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- Al mismo tiempo, todo esto corresponde también a la
estructura psíquico-física de la mujer. Todo lo que las diversas ramas de la
ciencia dicen sobre esta materia es importante y útil, a condición de que no se
limiten a una interpretación exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la
maternidad.
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- Una imagen así " empequeñecida "
estaría a la misma altura de la concepción materialista del hombre y del mundo.
En tal caso se habría perdido lo que verdaderamente es esencial: la maternidad,
como hecho y fenómeno humano, tiene su explicación plena en base a la verdad
sobre la persona. La maternidad está unida a la estructura personal del ser
mujer y a la dimensión personal del don: " He adquirido un varón con el
favor de Yahvéh " (Gén 4, 1).
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- El Creador concede a los padres el don de un hijo.
Por parte de la mujer, este hecho está unido de modo especial a " un don sincero
de sí ". Las palabras de María en la Anunciación " hágase en mi según tu palabra
" (Lc 1, 38) significan la disponibilidad de la mujer al don de sí, y a la
aceptación de la nueva vida.
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- En la maternidad de la mujer, unida a la paternidad
del hombre, se refleja el eterno misterio del engendrar que existe en Dios
mismo, uno y trino (cf. Ef 3, 14-15). El humano engendrar es común al hombre y a
la mujer. Y si la mujer, guiada por el amor hacia su marido, dice: " te he dado
un hijo ", sus palabras significan al mismo tiempo: " este es nuestro hijo ".
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- Sin embargo, aunque los dos sean padres de un niño,
la maternidad de la mujer constituye una " parte " especial de este ser
padres en común, así como la parte más cualificada. Aunque el hecho de ser
padres pertenece a los dos, es una realidad más profunda en la mujer,
especialmente en el período prenatal. La mujer es " la que paga " directamente
por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y
de su alma. Por consiguiente, es necesario que el hombre sea plenamente
consciente de que en este ser padres en común, él contrae una deuda especial
con la mujer. Ningún programa de " igualdad de derechos " del hombre y de la
mujer es válido si no se tiene en cuenta esto de una modo totalmente esencial.
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- La maternidad conlleva una comunión especial con el
misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este
misterio y con intuición singular " comprende " lo que lleva en su interior. A
la luz del " principio " la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como
una persona. Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está
formando crea a su vez una actitud hacia el hombre -no sólo hacia el propio
hijo, sino hacia el hombre en general- que caracteriza profundamente toda la
personalidad de la mujer.
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- Comúnmente se piensa que la mujer es más capaz
que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta y que la
maternidad desarrolla todavía más esta disposición. El hombre, no obstante toda
su participación en el ser padre, se encuentra siempre " fuera " del proceso de
gestación y nacimiento del niño y debe, en tantos aspectos, conocer por la
madre su propia " paternidad ".
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- Podríamos decir que esto forma parte del normal
mecanismo humano de ser padres, incluso cuando se trata de las etapas sucesivas
al nacimiento del niño, especialmente al comienzo. La educación del hijo
-entendida globalmente- debería abarcar en sí la doble aportación de los padres:
la materna y la paterna. Sin embargo, la contribución materna es decisiva y
básica para la nueva personalidad humana.
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- LA MATERNIDAD EN RELACION CON LA ALIANZA
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- 19. Volvemos en nuestra reflexión al paradigma
bíblico de la " mujer " tomando del Protoevangelio. La " mujer ", como madre
y como primera educadora del hombre (la educación es la dimensión espiritual del
ser padres), tiene una precedencia específica sobre el hombre. Si su maternidad,
considerada ante todo en sentido biofísico, depende del hombre, ella imprime un
" signo " esencial sobre todo el proceso del hacer crecer como personas los
nuevos hijos e hijas de la estirpe humana.
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- La maternidad de la mujer, en sentido
biofísico, manifiesta una aparente pasividad: el proceso de formación de una
nueva vida "tiene lugar " en ella, en su organismo, implicándolo profundamente.
Al mismo tiempo, la maternidad bajo el aspecto personal-ético expresa una
creatividad muy importante de la mujer, de la cual depende de manera decisiva la
misma humanidad de la nueva criatura. También en este sentido la maternidad de
la mujer representa un a llamada y un desafío especial dirigidos al hombre y a
su paternidad.
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- El paradigma bíblico de la " mujer " culmina en la
maternidad de la Madre de Dios. Las palabras del Protoevangelio: " Pondré
enemistad entre ti y la mujer ", encuentran aquí una nueva confirmación. He aquí
que Dios inicia en ella, con su " fiat " materno ("hágase en mí " ),
una nueva alianza con la humanidad. Esta es la Alianza eterna y
definitiva en Cristo, en su cuerpo y sangre, en su cruz y resurrección.
Precisamente porque esta Alianza debe cumplirse " en la carne y la sangre " su
comienzo se encuentra en la Madre. El " Hijo del Altísimo " solamente gracias a
ella a su " fíat" virginal y materno, puede decir al Padre: " Me has formado un
cuerpo. He aquí que vengo, padre, para hacer tu voluntad ". (cf. Heb 10, 5. 7).
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- En el orden de la Alianza que Dios ha realizado con
el hombre en Jesucristo ha sido introducida la maternidad de la mujer. Y cada
vez, todas las veces que la maternidad de la mujer se repite en la
historia humana sobre la tierra, estás siempre en relación con la Alianza
que Dios ha establecido con el género humano mediante la maternidad de la
madre de Dios.
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- ¿Acaso no se demuestra esta realidad en la misma
respuesta de Jesús al grito de aquella mujer en medio de la multitud, que lo
alababa por la maternidad de su Madre: " Dichoso el seno que te llevó y los
pechos que te criaron" ? Jesús respondió: " Dichosos más bien los que oyen la
Palabra de Dios y la guardan " (Lc 11, 27-28).
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- Jesús confirma el sentido de la maternidad referida
al cuerpo; pero al mismo tiempo indica un sentido aún más profundo, que se
relaciona con el pleno del espíritu: la maternidad es signo de la Alianza con
Dios, que " es espíritu " (Jn 4, 24). Tal es, sobre todo, la maternidad de la
Madre de Dios. También la maternidad de cada mujer, vista a la luz del
Evangelio, no es solamente " de la carne y de la sangre ", pues en ella se
manifiesta la profunda " escucha de la palabra del Dios vivo " y la
disponibilidad para " custodiar " esta Palabra, que es " palabra de vida eterna
" (cf. Jn 6, 68).
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- En efecto, son precisamente los nacidos de las madres
terrenas, los hijos y las hijas del género humano, los que reciben del Hijo de
Dios el poder de llegar a ser " hijos de Dios " (Jn 1, 12). la dimensión de la
nueva Alianza en la sangre de Cristo iluminan al generar humano, convirtiéndolo
en realidad y cometido de " nuevas criaturas " (cf. 2 Cor 5, 17). Desde el punto
de vista de la historia de cada hombre, la maternidad de la mujer constituye el
primer umbral, cuya superación condiciona también " la revelación de los hijos
de Dios " (cf. Rom 8, 19).
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- " La mujer, cuando va a dar a luz, está triste,
porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se
acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo " (Jn
16, 21). La primera parte de estas palabras de Cristo se refieren a " los
dolores del parto ", que pertenecen a la herencia del pecado original; pero al
mismo tiempo indican la relación que existe entre la maternidad de la
mujer y el misterio pascual.
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- En efecto, en dicho misterio está contenido también
el dolor de la Madre bajo la Cruz; la Madre que participa mediante la fe en el
misterio desconcertante del " despojo " del propio Hijo. " Esta es, quizás, la
" kénosis " más profunda de la fe en la historia de la humanidad ".
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- Contemplando esta Madre, a la que " una espada ha
atravesado el corazón " (cf. Lc 2, 35), el pensamiento se dirige a todas las
mujeres que sufren en el mundo, tanto física como moralmente. En este
sufrimiento desempeña también un papel particular la sensibilidad propia de la
mujer, aunque a menudo ella sabe soportar el sufrimiento mejor que el hombre.
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- Es difícil enumerar y llamar por su nombre cada uno
de estos sufrimientos. baste recordar la solicitud materna por los hijos,
especialmente cuando están enfermos o van por mal camino, la muerte de sus seres
queridos, la soledad de las madres olvidadas por los hijos adultos, la de las
viudas, los sufrimientos de las mujeres que lucha solas para sobrevivir y los de
las mujeres que son víctimas de injusticias o de explotación.
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- Finalmente están los sufrimientos de la conciencia a
causa del pecado que ha herido la dignidad humana o materna de la mujer; son
heridas de la conciencia que difícilmente cicatriza. También con estos
sufrimientos es necesario ponerse junto a la cruz de Cristo.
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- Pero las palabras del Evangelio sobre la mujer que
sufre, cuando le llega la hora de dar a luz un hijo, expresan inmediatamente el
gozo: " el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo ". Este gozo
también está relacionado con el misterio pascual, es decir, con aquel gozo que
reciben los Apóstoles el día de la resurrección de Cristo: " También
vosotros estáis tristes ahora " (estas palabras fueron pronunciadas la víspera
de la pasión ); " pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra
alegría nadie os la podrá quitar " (Jn 16, 22).
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- LA VIRGINIDAD POR EL REINO
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- 20. En las enseñanzas de Cristo la maternidad está
unida a la virginidad, aunque son cosas distintas. A este propósito,
es fundamental la frase de Jesús dicha en el coloquio sobre la indisolubilidad
del matrimonio. Al oír la respuesta que el Señor dio a los fariseos, los
discípulos le dicen: " Si tal es la condición del hombre respecto a su mujer, no
trae cuenta casarse " (Mt 19, 10).
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- Prescindiendo del sentido que aquel " no trae cuenta
" tuviera entonces en la mente de los discípulos, Cristo aprovecha la
ocasión de aquella opinión errónea para instruirles sobre el valor del
celibato; distingue el celibato debido a defectos naturales -incluidos los
causados por el hombre- del " celibato por el Reino de los cielos ".
Cristo dice: " Hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los
cielos " (Mt 19, 12). Por consiguiente, se trata de un celibato libre, elegido
por el Reino de los cielos, en consideración de la vocación escatológica del
hombre a la unión con Dios. Y añade: " Quien pueda entender, que entienda ".
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- Estas palabras son reiteración de lo que había dicho
al comenzar a hablar del celibato (cf. Mt 19, 11). Por tanto este celibato por
el Reino de los cielos no es solamente fruto de una opción libre por parte
del hombre, sino también de una gracia especial por parte de Dios, que
llama a una persona determinada a vivir el celibato. Si éste es un signo
especial del Reino de Dios que ha de venir, al mismo tiempo sirve para dedicar a
este Reino escatológico todas las energías del alma y del cuerpo de una modo
exclusivo, durante la vida temporal.
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- Las palabras de Jesús son la respuesta a la pregunta
de los discípulos. Están dirigidas directamente a aquellos que hicieron la
pregunta y que en este caso eran sólo hombres. No obstante, la respuesta de
Cristo, en sí misma, tiene valor tanto para los hombres como para las
mujeres y, en este contexto, indica también el ideal evangélico de la
virginidad, que constituye una clara " novedad " en relación con la tradición
del Antiguo Testamento.
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- Esta tradición ciertamente enlazaba de alguna manera
con la esperanza de Israel, y especialmente de la mujer de Israel, por la venida
del Mesías, que debía ser de la " estirpe de la mujer ". En efecto, el ideal del
celibato y de la virginidad como expresión de una mayor cercanía Dios no era
totalmente ajeno en ciertos ambientes judíos, sobre todo en los tiempos que
precedieron inmediatamente a la venida de Jesús. Sin embargo, el celibato por el
Reino, o sea, la virginidad, es una novedad innegable vinculada a la Encarnación
de Dios.
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- Desde el momento de la venida de Cristo la espera del
Pueblo de Dios debe dirigirse al Reino escatológico que ha de venir y en el cual
él mismo ha de introducir " al nuevo Israel ". En efecto, para realizar un
cambio tan profundo en la escala de valores, es indispensable una nueva
conciencia de la fe, que Cristo subraya por dos veces : " Quien pueda entender,
que entienda "; esto lo comprenden solamente "aquellos a quienes se les ha
concedido " (Mt 19,. 11).
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- María es la primera persona en la que se ha
manifestado esta nueva conciencia, ya que pregunta al ángel " ¿Cómo será
esto, puesto que no conozco varón ?" (LC 1, 34). Aunque " estaba desposada con
un hombre llamado José " (cf. Lc 1, 27), ella estaba firme en su propósito de
virginidad, y la maternidad que se realizó en ella provenía exclusivamente del "
poder del Altísimo ", era fruto de la venida del Espíritu Santo sobre ella (cf.
Lc 1, 35).
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- Esta maternidad divina, por tanto, es la respuesta
totalmente imprevisible a la esperanza humana de la mujer en Israel: esta
maternidad llega a María como un don de Dios mismo. Este don se ha convertido en
el principio y el prototipo de una nueva esperanza para todos los hombres según
la Alianza eterna, según la nueva y definitiva promesa de Dios: signo de la
esperanza escatológica.
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- Teniendo como base el Evangelio se ha desarrollado
y profundizado el sentido de la virginidad como vocación también de la mujer, con
la que se reafirma su dignidad a semejanza de la Virgen de Nazaret. El Evangelio
propone el ideal de la consagración de la persona, es decir, su
dedicación exclusiva a Dios en virtud de los consejos evangélicos, en particular
los de castidad, pobreza y obediencia, cuya encarnación más perfecta es
Jesucristo mismo.
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- Quien desee seguirlo de modo radical opta por una
vida según estos consejos, que se distinguen de los mandamientos e indican el
cristiano el camino de la radicalidad evangélica. Ya desde los comienzos del
cristianismo hombres y mujeres se han orientado por este camino, pues el ideal
evangélico se dirige al ser humano sin ninguna diferencia en razón de sexo.
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- En este contexto más amplio hay que considerar la
virginidad también como un camino para la mujer, un camino en el que, de un
modo diverso al matrimonio, ella realiza su personalidad de mujer. Para
comprender esta opción es necesario recurrir una vez más al concepto fundamental
de la antropología cristiana.
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- En la virginidad libremente elegida la mujer se
reafirma a sí misma como persona, es decir, como un ser que el Creador ha amado
por sí misma desde el principio y, al mismo tiempo, realiza el valor personal de
la propia femineidad, convirtiéndose en " don sincero " a Dios, que se ha
revelado en Cristo: un don a Cristo, Redentor del hombre y Esposo de las almas:
un don " esponsal ".
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- No se puede comprender rectamente la
virginidad, la consagración de la mujer en la virginidad, sin recurrir al
amor esponsal; en efecto, en tal amor la persona se convierte en don para el
otro. Por otra parte, de modo análogo ha de entenderse la consagración del
hombre en el celibato sacerdotal o en el estado religioso.
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- La natural disposición esponsal de la personalidad
femenina halla una respuesta en la virginidad entendida así. La mujer, llamada
desde el " principio " a se amada y a amar, en la vocación a la virginidad
encuentra sobre todo a Cristo, como el Redentor que " amó hasta el
extremo " pro medio del don total de sí mismo, y ella responde a este don con
el " don sincero " de todo su vida.
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- Se da al esposo divino y esta entrega personal tiende
a una unión de carácter propiamente espiritual: mediante la acción del Espíritu
Santo se convierte en " un solo espíritu " con Cristo-Esposo (cf. 1 Cor 6, 17).
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- Este es el ideal evangélico de la virginidad, en el
que se realizan de modo especial tanto la dignidad como la vocación de la mujer.
En la virginidad entendida así se expresa el llamado radicalismo del
Evangelio: Dejarlo todo y seguir a Cristo (cf. Mt 19, 27), lo cual no puede
compararse con el simple quedarse soltera o célibe, pues la virginidad no se
limita únicamente al " no" sino que contiene un profundo " sí " en el orden
esponsal: el entregarse por amor de un modo total e indiviso.
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- LA MATERNIDAD SEGUN EL ESPIRITU
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- 21. La virginidad en el sentido evangélico comporta
la renuncia al matrimonio y, por tanto, también a la maternidad física.
Sin embargo, la renuncia a este tipo de maternidad, que puede comportar incluso
un gran sacrificio para el corazón de la mujer, se abre a la experiencia de una
maternidad en sentido diverso: la maternidad " según el espíritu " (cf.
Rom 8, 4).
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- En efecto, la virginidad no priva a la mujer de sus
prerrogativas. La maternidad espiritual reviste formas múltiples. En la vida de
las mujeres consagradas que, pro ejemplo, viven según el carisma y las reglas de
los diferentes Institutos de carácter apostólico, dicha maternidad se podrá
expresar como solicitud pro los hombres, especialmente por los más necesitados:
los enfermos, los minusválidos, los abandonados, los huérfanos, los ancianos,
los niños, los jóvenes, los encarcelados y, en general, los marginados.
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- Una mujer consagrada encuentra de esta manera al
Esposo, diferente y único en todos y en cada uno, según sus mismas palabras:
" Cuanto hicisteis a uno de éstos... a mi me lo hicisteis " (Mt 25, 40). El amor
esponsal comprota siempre una disponibilidad singular para volcarse sobre
cuantos se hallan en el radio de su acción.
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- En el matrimonio esta disponibilidad -aún estando
abierta a todos- consiste de modo particular en el amor que los padres dan a
sus hijos. En la virginidad esta disponibilidad está abierta a todos los
hombres, abrazados por el amor de Cristo Esposo.
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- En relación con Cristo, que es el Redentor, de todos
y de cada uno, el amor esponsal, cuyo potencial materno se halla en el corazón
de la mujer-esposa virginal, también está dispuesto a abrirse a todos y a cada
uno. Esto se verifica en las Comunidades religiosas de vida apostólica de modo
diverso que en las de vida contemplativa o de clausura.
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- Existen además otras formas de vocación a la
virginidad por el Reino, como, por ejemplo, los Institutos Seculares, o las
Comunidades de consagrados que florecen dentro de los Movimientos, Grupos o
Asociaciones; en todas estas realidades, la misma verdad sobre la maternidad
espiritual de las personas que viven la virginidad halla una configuración
multiforme.
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- Pero no se trata aquí solamente de formas
comunitarias, sino también de formas extracomunitarias. En definitiva la
virginidad, como vocación de la mujer, es siempre la vocación de una persona
concreta e irrepetible. Por tanto, también la maternidad espiritual, que se
expresa en esta vocación, es profundamente personal.
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- Sobre esta base se verifica también un
acercamiento específico entre la virginidad de la mujer no casada
y la maternidad de la mujer casada. Este acercamiento va no sólo de la
maternidad a la virginidad -como ha sido puesto de relieve anteriormente- sino
que va también de la virginidad hacia el matrimonio, entendido como forma de
vocación de la mujer por el que ésta se convierte en madre de los hijos nacidos
de su seno.
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- El punto de partida de esta segunda analogía es el
sentido de las nupcias. En efecto, una mujer " se casa " tanto mediante el
sacramento del matrimonio como, espiritualmente, mediante las nupcias con
Cristo. En uno y otro caso las nupcias indican la " entrega sincera de la
persona " de la esposa al esposo. De este modo puede decirse que el perfil del
matrimonio tiene su raíz espiritual en la virginidad.
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- Y si se trata de la maternidad física ¿no debe quizás
ser ésta también una maternidad espiritual, para responder a la verdad global
sobre el hombre que es unidad de cuerpo y espíritu? Existen, por lo tanto,
muchas razones para entrever en estos dos caminos diversos -dos vocaciones
diferentes de vida en la mujer- una profunda complementariedad e incluso una
profunda unión en el interior de la persona.
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- " HIJOS MIOS, POR QUIENES SUFRO DE NUEVO DOLORES DE PARTO "
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- 22. El Evangelio revela y permite entender
precisamente este modo de ser de la persona humana. El Evangelio ayuda a
cada mujer y a cada hombre a vivirlo y, de este modo, a realizarse. Existe, en
efecto, un total igualdad respecto a los dones del Espíritu santo y las "
maravillas de Dios " (Act 2, 11).
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- Y no sólo esto. Precisamente ante las " maravillas de
Dios " el Apóstol-hombre siente la necesidad de recurrir a lo que es por esencia
femenino, para expresar la verdad sobre su propio servicio apostólico. Así se
expresa Pablo de Tarso cuando se dirige a los Gálatas con estas palabras
: " Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto " (Gál 4,
19).
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- En la primera Carta a los Corintios (7, 38) el
apóstol anuncia la superioridad de la virginidad sobre el matrimonio -doctrina
constante de la Iglesia según las palabras de Cristo, como leemos en el
evangelio de San Mateo (19, 10-12)-, pero sin ofuscar de ningún modo la
importancia de la maternidad física y espiritual. En efecto, para ilustrar la
misión fundamental de la Iglesia, el Apóstol no encuentra algo mejor que la
referencia a la maternidad.
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- Un reflejo de la misma analogía -y de la misma
verdad- lo hallamos en la Constitución dogmática sobre la Iglesia. María es
la " figura " de la Iglesia : " Pues en el misterio de la Iglesia, que con
razón es llamada también madre y virgen, precedió la santísima Virgen,
presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como
de la madre (...) Engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre (...) a quien
Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rom 8, 29),. esto es, los
fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno ".
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- " La Iglesia, contemplando su profunda santidad e
imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace
también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por
la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos
concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de dios ".
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- Se trata de la maternidad " según el espíritu " en
relación con los hijos y las hijas del género humano. Y tal maternidad -como ya
se ha dicho- es también la " parte " de la mujer en la virginidad. La Iglesia
" es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al
Esposo ". Esto re realiza plenamente en María.
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- La Iglesia, por consiguiente, " a imitación de la
Madre de su Señor, pro la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una
fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera ".
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- El Concilio ha confirmado que si no se recurre a la
Madre de Dios no es posible comprender el misterio de la Iglesia, su realidad,
su vitalidad esencial. Indirectamente hallamos aquí la referencia al
paradigma bíblico de la " mujer " como se delinea claramente ya en la
descripción del " principio " (cf. Gén 3, 15) y a lo largo del camino que va de
la creación -pasando por el pecado- hasta la redención.
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- De este modo se confirma la profunda unión entre lo
que es humano y lo que constituye la economía divina de la salvación en la
historia del hombre. La Biblia nos persuade del hecho de que no se puede lograr
una auténtica hermenéutica del hombre, es decir, de lo que es ' humano ", sin
una adecuada referencia a lo que es " femenino ".
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- Así sucede, de modo análogo, en la economía salvífica
de Dios; si queremos comprenderla plenamente en relación con toda la historia
del hombre no podemos dejar de lado, desde la óptica de nuestra fe, el misterio
de la " mujer ": virgen-madre-esposa.
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- VII LA IGLESIA - ESPOSA DE
CRISTO
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- "GRAN MISTERIO"
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- 23. Las palabras de la Carta a los Efesios
tienen una importancia fundamental en relación con este tema: " Maridos, amada a
vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la
palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni
arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada.
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- Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus
propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció
jamás su propia carne, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de
su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo
respecto a Cristo y a la Iglesia " (5, 25-32).
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- En esta Carta el autor expresa la verdad sobre
la Iglesia como esposa de Cristo, indicando además que esta verdad se basa en
la realidad bíblica de la creación del hombre, varón y mujer. Creados a
imagen y semejanza de Dios como " unidad de los dos ", ambos han sido llamados a
un amor de carácter esponsal.
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- Puede también decirse, siguiendo la descripción de la
creación en el Libro del Génesis (2, 18-25), que esta llamada fundamental
aparece juntamente con la creación de la mujer y es llevada a cabo por el
Creador en la institución del matrimonio, que según el Génesis 2, 24 tiene desde
el principio el carácter de unión de las personas ( " communio personarum
").
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- Aunque no de modo directo, la misma descripción del "
principio " (cf. Gén 1, 27; 2, 24) indica que todo el " ethos " de las
relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer debe corresponder a la verdad
personal de su ser.
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- Todo esto ya ha sido considerado anteriormente. El
texto de la Carta a los Efesios confirma de nuevo la verdad anterior y al
mismo tiempo compra el carácter esponsal del amor entre el hombre y la mujer con
el misterio de Cristo y de la Iglesia. Cristo es el esposo de la Iglesia, la
Iglesia es la esposa de Cristo.
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- Esta analogía tiene sus precedentes; traslada al
Nuevo Testamento lo que estaba contenido en el Antiguo Testamento, de
modo particular en los profetas Oseas, Jeremías, Ezequiel e Isaías. Cada uno de
estos textos merecerá un análisis por separado.
-
- Citemos al menos un texto. Dios, por medio del
profeta, habla a su pueblo elegido de esta manera: " No temas, que no te
avergonzarás, ni te sonrojes, que no quedarás confundida, pues la vergüenza de
tu mocedad olvidarás y la afrenta de tu viudez no recordarás jamás. Porque tu
Esposo es tu hacedor, Yahvéh Sebaot es su nombre; y el que te
rescata, el Santo de Israel, Dios de toda la tierra se llama (...). La mujer
de la juventud ¿es repudiada? dice tu Dios.
-
- Por un breve instante te abandoné pero con gran
compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un
instante, pero con amor eterno te he compadecido, dice Yahvéh tu Redentor (...)
Porque los montes se correrán y las colinas se moverán mas mi amor de tu lado
no se apartará y mi alianza de paz no se moverá " (Is 54, 4-8. 10).
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- Por haber sido creado el ser humano -hombre y mujer-
a imagen y semejanza de Dios, Dios puede hablar de sí por boca del profeta,
sirviéndose de un lenguaje que es humano por esencia. En el texto de Isaías que
hemos citado, es " humano " el modo de expresarse el amor de Dios, pero
el amor mismo es divino.
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- Al ser amor de Dios, tiene un carácter esponsal
propiamente divino, aunque sea expresado mediante la analogía del amor del
hombre hacia la mujer. Este mujer-esposa es Israel, como pueblo elegido por
Dios, y esta elección tiene su origen exclusivamente en el amor gratuito de
Dios. Precisamente mediante este amor se explica la Alianza, presentada con
frecuencia como una alianza matrimonial que Dios, una y otra vez, hace con su
pueblo elegido. Por parte de Dios es un " compromiso " duradero; El permanece
fiel a su amor esponsal, aunque la esposa le haya sido infiel repetidamente.
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- Esta imagen del amor esponsal junto con la
figura del Esposo divino -imagen muy clara en los textos proféticos- encuentra
su afirmación y plenitud en la Carta a los Efesios (5, 23-32). Cristo
es saludado como esposo por Juan el Bautista (cf. Jn 3, 27-29); más aún,
Cristo se aplica esta comparación tomada de los profetas (cf. Mc 2, 19-20).
-
- El apóstol Pablo, que es portador del patrimonio del
Antiguo Testamento, escribe a los Corintios: " Celoso estoy de vosotros con
celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual
casta virgen a Cristo " (2 Cor 11, 2).
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- Pero la plena expresión de la verdad sobre el amor de
Cristo Redentor, según la analogía del amor esponsal en el matrimonio, se
encuentra en la Carta a los Efesios: " Cristo amó a la Iglesia y se entregó a
sí mismo por ella " (5, 25); con esto recibe plena confirmación el hecho de
que la Iglesia en la Esposa de Cristo: " El que te rescata en el Santo de Israel
" (Is 54, 5).
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- En el texto paulino la analogía de la relación
esponsal va contemporáneamente en dos direcciones que constituyen la totalidad
del " gen misterio " ( " sacramentum magnum "). La alianza propia de los
esposos " explica " el carácter esponsal de la unión de Cristo con la Iglesia y,
a su vez, esta unión -como " gran sacramento "- determina la sacramentalidad del
matrimonio como alianza santa de los esposos, hombre y mujer. Leyendo este
pasaje rico y complejo, que en su conjunto es una gran analogía, hemos de
distinguir lo que en él expresa la realidad humana de las relaciones
interpersonales, de lo que, con lenguaje simbólico, expresa el " gen misterio "
divino.
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- LA "NOVEDAD" EVANGELICA
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- 24. El texto se dirige a los esposos, como mujeres y
hombres concretos, y les recuerda el " ethos " del amor esponsal que se remonta
a la institución divina del matrimonio desde el "principio ". A la verdad de
esta institución responde la exhortación " maridos, amad a vuestras mujeres
", amadlas como exigencia de esa unión especial y única, mediante la cual el
hombre y la mujer llegan a ser " una sola carne" en el matrimonio (Gén 2, 24; Ef.
5, 31).
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- En este amor se da una afirmación fundamental
de la mujer como persona, una afirmación gracias a la cual la
personalidad femenina puede desarrollarse y enriquecerse plenamente. Así actúa
Cristo como esposo de la Iglesia, deseando que ella sea " resplandeciente, sin
mancha ni arruga " (Ef. 5, 27).
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- Se puede decir que aquí se recoge plenamente todo lo
que constituye " el estilo " de Cristo al tratar a la mujer. El marido tendría
que hacer suyos los elementos de este estilo con su esposa; y, de modo análogo,
debería hacerlo el hombre, en cualquier situación, con la mujer. De esta manera
ambos, mujer y hombre, realizan el " don sincero de sí mismos ".
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- El autor de la Carta a los Efesios no ve
ninguna contradicción entre una exhortación formulada de esta manera y la
constatación de que " las mujeres (estén sumisas) a sus maridos, como al Señor,
porque el marido es cabeza de la mujer " (5, 22-23a). El autor sabe que este
planteamiento, tan profundamente arraigado en la costumbre y en la tradición
religiosa de su tiempo, ha de entenderse y realizarse de un modo nuevo: como una
" sumisión recíproca en el temor de Cristo " (cf. Ef 5, 21), tanto más que al
marido se le llama " cabeza " de la mujer, como Cristo es cabeza de la
Iglesia, y lo es para entregarse " a sí mismo por ella " (Ef 5, 25), e incluso
para dar la propia vida por ella. Pero mientras que en la relación
Cristo-Iglesia la sumisión es sólo de la Iglesia, en la relación marido-mujer la
" sumisión " no es unilateral, sino recíproca.
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- En relación a lo " antiguo " esto es evidentemente "
nuevo ": es la novedad evangélica. Encontramos diversos textos en los cuales los
escritos apostólicos expresan esta novedad, si bien en ellos se percibe aún lo "
antiguo ", es decir, lo que está enraizado en la tradición religiosa de Israel,
en su modo de comprender y de explicar los textos sagrados, como por ejemplo el
del Génesis (c. 2).
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- Las cartas apostólicas van dirigidas a personas que
viven en un ambiente con el mismo modo de pensar y de actuar. La " novedad " de
Cristo es un hecho: constituye el inequivocable contenido del mensaje evangélico
y es fruto de la redención. pero al mismo tiempo, la convicción de que en el
matrimonio se da la " recíproca sumisión de los esposos en el temor de Cristo "
y no solamente la " sumisión " de la mujer al marido, ha de abrirse camino
gradualmente en los corazones, en las conciencias, en el comportamiento, en las
costumbres.
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- Se trata de una llamada que, desde entonces, no cesa
de apremiar a las generaciones que se han ido sucediendo, una llamada que
los hombres deben acoger siempre de nuevo. El Apóstol escribió no solamente que
: " En Jesucristo (...) no hay ya hombre ni mujer ", sino también " no hay
esclavo ni libre ". Y sin embargo, ¡cuántas generaciones han sido necesarias
para que, en la historia de la humanidad, este principio se llevara a la
práctica con la abolición de la esclavitud! Y ¿Qué decir de tantas formas de
esclavitud a las que están sometidos hombre y pueblos, y que todavía no han
desaparecido de la escena de la historia?
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- Pero el desafío del " ethos " de la redención
es claro y definitivo. Todas las razones en favor de la " sumisión " de la
mujer al hombre en el matrimonio se deben interpretar en el sentido de una
sumisión recíproca de ambos en el " temor de Cristo ". La medida de un verdadero
amor esponsal encuentra su fuente más profunda en Cristo, que es el Esposo de la
Iglesia, su Esposa.
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- LA DIMENSION SIMBOLICA DEL "GRAN MISTERIO"
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- 25. En el texto de la Carta a los Efesios
encontramos una segunda dimensión de la analogía que en el conjunto debe
servir para revelar " el gran misterio ". Se trata de una dimensión
simbólica. El amor de Dios hacia el hombre, hacia el pueblo elegido, Israel,
es presentado por los profetas como el amor del esposo a la esposa, tal analogía
expresa la condición " esponsal " y el carácter divino y no humano del amor de
Dios : " Tu esposo es tu Hacedor (...), Dios de toda la tierra se llama " (Is
54, 5).
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- Lo mismo podemos decir del amor esponsal de Cristo
redentor: " Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único " (Jn 3, 16).
Se trata, por consiguiente, del amor de Dios expresado mediante la redención
realizada por Cristo. Según la carta paulina, este amor es " semejante " al amor
esponsal de los esposos pero naturalmente no es " igual ", La analogía, en
efecto, implica una semejanza, pero deja un margen adecuado de no-semejanza.
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- Lo anterior se pone fácilmente de manifiesto si
consideramos la figura de la " esposa ". Según la Carta a los Efesios la
esposa es la Iglesia, lo mismo que para los profetas la esposa era
Israel; se trata, por consiguiente, de un sujeto colectivo y no de una
persona singular. Este sujeto colectivo es el pueblo de Dios, es decir, una
comunidad compuesta por muchas personas, tanto mujeres como hombres. " Cristo ha
amado a la Iglesia " precisamente como comunidad, como Pueblo de Dios; y, al
mismo tiempo, en esta Iglesia, que en el mismo texto es llamada también su "
cuerpo " (cf. Ef 5, 23), él ha amado a cada persona singularmente.
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- En efecto, Cristo ha redimido a todos sin excepción,
a cada hombre y a cada mujer. En la redención se manifiesta precisamente este
amor de Dios y llega a su cumplimiento el carácter esponsal de este amor en la
historia del hombre y del mundo.
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- Cristo entró en esta historia y permanece en ella
como el Esposo que " se ha dado a sí mismo ". " Darse " quiere decir "
convertirse en un don sincero " del modo más completo y radical. " Nadie tiene
mayor amor " (Jn. 15, 13).
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- En esta concepción, por medio de la Iglesia, todos
los seres humanos -hombres y mujeres- están llamados a ser la " Esposa " de
Cristo, redentor del mundo . De este modo " ser esposa " y, por
consiguiente, lo " femenino ", se convierte en símbolo de todo lo " humano ",
según las palabras de Pablo: " Ya no hay hombre ni mujer, ya que todo vosotros
sois uno en Cristo Jesús " (Gal. 3, 28).
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- Desde el punto de vista lingüístico se puede decir
que la analogía del amor esponsal según la Carta a los Efesios relaciona
lo " masculino ' con lo " femenino ", dado que, como miembros de la Iglesia,
también los hombres están incluidos en el concepto de " Esposa ".
-
- Y esto no puede causar asombro, pues el Apóstol, para
expresar su misión en Cristo y en la Iglesia, habla de sus " hijos por quienes
sufre dolores de parto " (cf. Gal. 4, 19). En el ámbito de lo que es humano, es
decir, de lo que es humanamente personal, la " masculinidad " y la "femineidad "
se distinguen y, a la vez, se completan y se explican
mutuamente. Esto se constata también en la gran analogía de la " Esposa
", en cuanto recibe el amor de cristo Redentor como un don y también en cuanto
intenta corresponder con el don de la propia persona.
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- Cristo es el Esposo. De esta manera se
expresa la verdad sobre el amor de Dios, " que ha amado primero " (cf. 1 Jn 4,
19) y que, con el don que engendra este amor esponsal al hombre, ha superado
todas las expectativas humanas: " Amó hasta el extremo " (Jn 13, 1). El Esposo
-el Hijo consubstancial al Padre en cuanto Dios- se ha convertido en el hijo de
María, " hijo del hombre ", verdadero hombre, varón. El símbolo del Esposo es
de género masculino. En este símbolo masculino está representado el carácter
humano del amor con el cual Dios ha expresado su amor divino a Israel, a la
Iglesia, a todos los hombres.
-
- Meditando todo lo que los Evangelios dicen sobre
la actitud de Cristo hacia las mujeres, podemos concluir que como hombre
-hijo de Israel- reveló la dignidad de las " hijas de Abraham " (cf. Lc
13, 16), la dignidad que la mujer posee desde el " principio " igual que
el hombre. Al mismo tiempo, Cristo puso de relieve toda la originalidad que
distingue a la mujer del hombre, toda la riqueza que le fue otorgada a ella en
el misterio de la creación.
-
- En la actitud de Cristo hacia la mujer se encuentra
realizado de modo ejemplar lo que el texto de la Carta a los Efesios
expresa mediante el concepto de " esposo ". Precisamente porque el amor divino
de Cristo es amor de Esposo, este amor es paradigma y ejemplo para todo amor
humano, en particular para el amor del varón.
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- LA EUCARISTIA
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- 26. En el vasto trasfondo del ' gran misterio ", que
se expresa en la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia, es posible también
comprender de modo adecuado el hecho de la llamada de los " Doce ". Cristo,
llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo
totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo
su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin
amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su
tiempo.
-
- Por lo tanto, la hipótesis de que haya llamado como
apóstoles a unos hombres, siguiendo la mentalidad difundida en su tiempo, no
refleja completamente el modo de obrar de Cristo. " Maestro, sabemos que eres
veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza ... porque no miras la
condición de las personas " (Mt. 22, 16).
-
- Estas palabras caracterizan plenamente el
comportamiento de Jesús de Nazaret; en esto se encuentra también una
explicación a la llamada de los " Doce ". Todos ellos estaban con cristo durante
la última Cena y sólo ellos recibieron el mandato sacramental : " Haced esto en
memoria mía " (Lc 22, 19; 1 Cor. 11, 24), que está unido a la institución de la
Eucaristía.
-
- Ellos, la tarde del día de la resurrección,
recibieron el Espíritu Santo para perdonar los pecados: " A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos " (Jn 20, 23).
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- Nos encontramos en el centro mismo del Misterio
pascual, que revela hasta el fondo el amor esponsal de Dios. Cristo es el
Esposo, porque " se ha entregado a sí mismo ": su cuerpo ha sido " dado ", su
sangre ha sido " derramada " (cf. Lc 22, 19-20).
-
- De este modo " amó hasta el extremo " (Jn 13, 1). El
" don sincero ", contenido en el sacrificio de la Cruz, hace resaltar de manera
definitiva el sentido esponsal del amor de Dios. Cristo es el Esposo de la
Iglesia, como Redentor del mundo.
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- La Eucaristía es el sacramento de nuestra
redención. Es el sacramento del Esposo, de la Esposa. La Eucaristía hace
presente y realiza de nuevo, de modo sacramental, el acto redentor de Cristo,
que " crea " la Iglesia, su cuerpo. Cristo está unido a este " cuerpo ", como el
esposo a la esposa. Todo esto está contenido en la Carta a los Efesios.
En este " gran misterio " de Cristo y de la Iglesia, se introduce la perenne "
unidad de los dos ", constituida desde el " principio " entre el hombre y la
mujer.
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-
- Si Cristo, al instituir la Eucaristía, la ha unido de
una manera tan explícita al servicio sacerdotal de los apóstoles, es lícito
pensar que de este modo deseaba expresar la relación entre el hombre y la mujer,
entre lo que es " femenino " y lo que es " masculino ", querida por Dios, tanto
en el misterio de la creación como en el de la redención.
-
- Ante todo en la Eucaristía se expresa de modo
sacramental el acto redentor de Cristo Esposo en relación con la Iglesia
Esposa. Esto se hace transparente y unívoco cuando el servicio sacramental
de la Eucaristía -en la que el sacerdote actúa " in persona Christi "- es
realizado por el hombre. Esta es una explicación que confirma la enseñanza de la
Declaración Inter insigniores, publicada por disposición de Pablo VI,
para responder a la interpelación sobre la cuestión de la admisión de las
mujeres al sacerdocio ministerial.
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- EL DON DE LA ESPOSA
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- 27. El Concilio Vaticano II ha renovado en la Iglesia
la conciencia de la universalidad del sacerdocio. En la Nueva Alianza hay un
solo sacrificio y un solo sacerdote: Cristo. De este único sacerdocio
participan todos los bautizados, ya sean hombres o mujeres, en cuanto deben
" ofrecerse a sí mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios " (cf.
Rom 12, 1), dar en todo lugar testimonio de Cristo y dar razón de su esperanza
en la vida terna a quien lo pida (cf. 1 Ped 3, 15).
-
-
- La participación universal en el sacrificio de
Cristo, con el que el Redentor ha ofrecido al Padre el mundo entero y, en
particular, la humanidad, hace que todos en la Iglesia constituyan " un reino de
sacerdotes " (Ap 5, 10; cf. 1 Ped 2, 9), esto es, que participen no solamente en
la misión sacerdotal, sino también en la misión profética y real de Cristo
Mesías.
-
- Esta participación determina, además, la unión
orgánica de la Iglesia, como Pueblo de Dios, con Cristo. Con ella se expresa a
la vez el " gran misterio " de la Carta a los Efesios: la Esposa unida
a su Esposo; unida, porque vive su vida: unida, porque participa de su
triple misión ( " tria munera Chisti" ); unida de tal manera que responda
con un " don sincero " de sí al inefable don del amor del Esposo,
Redentor del mundo.
-
- Esto concierne a todos en la Iglesia, tanto a las
mujeres como a los hombres, y concierne obviamente también a aquellos que
participan del "sacerdocio ministerial", que tiene el carácter del servicio. En
el ámbito del " gran misterio " de Cristo y de la Iglesia todos están llamados a
responder -como una esposa- con el don de la vida al don inefable del amor de
Cristo, el cual, como Redentor del mundo, es el único Esposo de la Iglesia. En
el " sacerdocio real ", que es universal, se expresa a la vez el don de la
Esposa.
-
-
- Esto tiene una importancia fundamental para
entender la Iglesia misma en su esencia, evitando trasladar a la
Iglesia -incluso en su ser una " institución " compuesta por hombres y mujeres
insertos en la historia- criterios de comprensión y de juicio que no afecten a
su naturaleza. Aunque la Iglesia posee una estructura " jerárquica ", sin
embargo esta estructura está ordenada totalmente a la santidad de los miembros
del Cuerpo místico de Cristo.
-
- La santidad, por otra parte, se mide según el " gran
misterio ", en el que la Esposa responde con el don del amor al don del Esposo,
y lo hace " en el Espíritu Santo ", porque " el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado " (Rom 5, 5).
-
- El Concilio Vaticano II, confirmando la enseñanza de
toda la tradición, ha recordado que en la jerarquía de la santidad
precisamente la " mujer " , María de Nazaret, es " figura " de la
Iglesia. Ella " precede " a todos en el camino de la santidad; en su persona la
" Iglesia ha alcanzado ya la perfección con la que existe inmaculada y sin
mancha " (cf. Ef 5, 27). En este sentido se puede decir que la Iglesia es, a
la vez, " mariana " y " apostólicopetrina ",
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-
- Es la historia de la Iglesia, desde los primeros
tiempos, había, junto a los hombres, numerosas mujeres, para
quienes la respuesta de la Esposa al amor redentor del Esposo adquiría plena
fuerza expresiva. En primer lugar, vemos a aquellas mujeres que personalmente se
habían encontrado con Cristo y le habían seguido, y después de su partida " eras
asiduas en la oración " juntamente con los Apóstoles en el cenáculo de Jerusalén
hasta el día de Pentecostés.
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- Aquel día, el Espíritu Santo habló pro medio de "
hijos e hijas " del Pueblo de Dios cumpliéndose así el anuncio del profeta Joel
(cf. Act 2, 17). Aquellas mujeres y después otras, tuvieron una parte activa
e importante en la vida de la Iglesia primitiva, en la edificación de la
primera comunidad desde los cimientos -así como de las comunidades sucesivas-
mediante los propios carismas y con su servicio multiforme.
-
- Los escritos apostólicos anotan sus nombres, como
Febe, " diaconisa de Cencreas " (cf. Rom 16, 1), Prisca con su marido Aquila
(cf. 2 Tim 4, 19), Evodia y Síntique (cf Fil 4, 2), María, Trifena, Pérside,
Trifosa (cf. Rom 16, 6.12).
-
- El Apóstol habla de los trabajos de ellas por Cristo,
y estos trabajos indican el servicio apostólico de la Iglesia en varios campos,
comenzando por la " iglesia doméstica "; es aquí, en efecto, donde la " fe
sencilla " pasa de la madre a los hijos y a los nietos, como se verificó en casa
de Timoteo (cf. 2 Tm 1, 5).
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-
- Lo mismo se repite en el curso de los siglos,
generación tras generación, como lo demuestra la historia de la Iglesia.
En efecto, la Iglesia defendiendo la dignidad de la mujer y su vocación ha
mostrado honor y gratitud para aquellas que -fieles al Evangelio- han participado
en todo tiempo en la misión apostólica
- del Pueblo de Dios.
-
- Se trata de santas mártires, de vírgenes, de madres
de familia, que valientemente han dado testimonio de su fe, y que educando a los
propios hijos en el espíritu del Evangelio han transmitido la fe y la tradición
de la Iglesia.
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- En cada época y en cada país encontramos numerosas
mujeres " perfectas " (cf. Prov 31, 10) que, a pesar de las persecuciones,
dificultades o discriminaciones, han participado en la misión de la Iglesia.
Basta mencionar a Mónica, madre de Agustín, Marina, Olga de Kiev, Matilde de
Toscana, Eduvigis de Silesia y Eduvigis de Cracovia, Isabel de Turingia, Brígida
de Suecia, Juana de Arco, Rosa de Lima, Elizabeth Seton y Mary Ward.
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-
- El testimonio y las obras de mujeres cristianas han
incidido significativamente tanto en la vida de la Iglesia como en la sociedad.
También ante graves discriminaciones sociales las mujeres santas han actuado "
con libertad ", fortalecidas por su unión con Cristo. Una unión y libertad
radicada así en Dios explica, por ejemplo, la gran obra de Santa Catalina de
Siena en la vida de la Iglesia, y de Santa Teresa de Jesús en la vida monástica.
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- También en nuestros días la Iglesia no cesa de
enriquecerse con el testimonio de tantas mujeres que realizan su vocación a la
santidad.
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- Las mujeres santas son una encarnación del ideal
femenino, pero son también un modelo para todos los cristianos, un modelo de la
" sequela Christi " -seguimiento de Cristo-, un ejemplo de cómo la Esposa
ha de responder con amor al amor del Esposo.
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- VIII LA MAYOR ES LA CARIDAD
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- ANTE LOS CAMBIOS
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- 28. " Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado
por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que
pueda responder a su máxima vocación ". Estas palabras de la Constitución
conciliar Gaudium et spes las podemos aplicar al tema de la presente
reflexión. La llamada particular a la dignidad de la mujer y a su vocación,
propia de los tiempos en los que vivimos, puede y debe ser acogida con la " luz
y fuerza " que el Espíritu da generosamente al hombre, también al hombre de
nuestra época, tan rica de múltiples transformaciones.
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- la Iglesia " cree que la clave, el centro y el fin "
del hombre, así como " de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro
" y afirma que " bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas
permanentes, que tienen su último fundamente en Cristo, quien existe ayer,
hoy y para siempre ".
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- Con estas palabras la Constitución sobre la Iglesia
en el mundo actual nos indica el camino a seguir al asumir las tareas relativas
a la dignidad de la mujer ya su vocación, bajo el trasfondo de los cambios
significativos de nuestra época. Podemos afrontar tales cambios de modo correcto
y adecuado solamente si volvemos de nuevo a la base que se encuentra en Cristo,
aquellas verdades y aquellos valores "inmutables " de los que él mismo es
" Testigo fiel " (cf. Ap 1, 5) y Maestro. Un modo diverso de actuar conduciría a
resultados dudosos, pro no decir erróneos y falaces.
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- LA DIGNIDAD DE LA MUJER Y EL ORDEN DEL AMOR
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- 29. El texto anteriormente citado de la Carta a los
Efesios (5, 21-33), donde la relación entre Cristo y la Iglesia es
presentada como el vínculo entre el Esposo y la Esposa, se refiere también a la
institución del matrimonio según las palabras del Libro del Génesis (cf.
2, 24).
-
- El mismo texto une la verdad sobre el matrimonio,
como sacramento primordial, con la creación del hombre y de la mujer a imagen y
semejanza de dios (cf. Gén 1, 27; 5, 1). Con la significativa comparación
contenida en la Carta a los Efesios adquiere plena claridad lo que
determina la dignidad de la mujer tanto a los ojos de Dios -Creador y
Redentor- como a los ojos del hombre, varón y mujer.
-
- Sobre el fundamento del designio eterno de Dios, la
mujer es aquella en quien el orden del amor en el mundo creado de las personas
halla un terreno para su primera raíz. El orden del amor pertenece a la vida
íntima de Dios mismo, a la vida trinitaria.
-
- En la vida íntima de Dios, el Espíritu Santo es la
hipóstasis personal del amor. Mediante el Espíritu Don increado, el amor se
convierte en un don para las personas creadas. El amor, que viene de Dios, se
comunica con las criaturas : "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado " (Rom 5, 5).
-
-
- La llamada a la existencia de la mujer al lado del
hombre _" una ayuda adecuada " (Gén 2, 18)- en la " unidad de los dos " ofrece
en el mundo visible de las criaturas condiciones particulares para que " el amor
de Dios se derrame en los corazones " de los seres creados a su imagen. Si el
autor de la Carta a los Efesios llama a Cristo Esposo y a la Iglesia
Esposa, confirma indirectamente mediante esta analogía la verdad sobre la
mujer como esposa. El Esposo es el que ama. La Esposa es amada; es la que
recibe el amor, para amar a su vez
-
-
- El texto del Génesis -leído a la luz del
símbolo esponsal de la Carta a los Efesios- nos permite intuir una verdad
que parece decidir de modo esencial la cuestión de la dignidad de la mujer y, a
continuación, la de su vocación: la dignidad de la mujer es medida en razón
del amor, que es esencialmente orden de justicia y caridad.
-
-
- Sólo la persona puede amar y sólo la persona puede
ser amada. Esta es ante todo una afirmación de naturaleza ontológica, de la que
surge una afirmación de naturaleza ética. El amor es una exigencia ontológica y
ética de la persona. La persona debe ser amada ya que sólo el amor corresponde a
lo que es la persona. Así se explica el mandamiento del amor, conocido ya
en el Antiguo Testamento (cf. Dt 6, 5; Lev 19, 18) y puesto por Cristo en el
centro mismo del " ethos " evangélico (cf. Mt 22, 36-40; Mc 12, 28-34).
De este modo es explica también aquel primado del amor expresado por las
palabras de Pablo en la Carta a los Corintios : " La mayor es la caridad
" (cf. 1 Cor. 13, 13).
-
-
- Si no recurrimos a este orden y a este primado no se
puede dar una respuesta completa y adecuada a la cuestión sobre la dignidad de
la mujer y su vocación. Cuando afirmamos que la mujer es la que recibe amor para
amar a su vez, no expresamos sólo o sobre todo la específica relación esponsal
del matrimonio. Expresamos algo más universal, basado sobre el hecho mismo de
ser mujer en el conjunto de las relaciones interpersonales, que de modo diverso
estructuran la convivencia y la colaboración entre las personas, hombres y
mujeres.
-
- En este contexto amplio y diversificado la mujer
representa un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como
aquella persona concreta, por el hecho de su femineidad. Esto ser refiere
a todas y cada una de las mujeres, independientemente del contexto cultural en
el que vive cada una y de sus características espirituales, psíquicas y
corporales, como, por ejemplo, la edad, la instrucción, la salud, el trabajo, la
condición de casada o soltera.
-
-
- El texto de la Carta a los Efesios que
analizamos nos permite pensar en una especie de " profetismo " particular de la
mujer en su femineidad. La analogía del Esposo y de la Esposa habla del amor con
el que todo hombre es amado por Dios en Cristo, es decir, todo hombre y toda
mujer. Sin embargo, en el contexto de la analogía bíblica y en base a la lógica
interior del texto, es precisamente la mujer la que manifiesta a todos esta
verdad : ser esposa.
-
- Esta característica " profética " de la mujer en
su femineidad halla su más alta expresión en la Virgen Madre de Dios.
Respecto a ella se pone de relieve, de modo pleno y directo, el íntimo unirse
del orden del amor- que entra en el ámbito del mundo de las personas humanas a
través de una Mujer- con el Espíritu Santo. María escucha a la Anunciación: " El
Espíritu Santo vendrá sobre ti " (Lc 1, 35).
-
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- CONCIENCIA DE UNA MISION
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- 30. La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente
con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez,
ella da. Así se confirma la verdad sobre la persona y sobre el amor. Sobre
la verdad de la persona se debe recurrir una vez más al Concilio Vaticano II: "
El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no
puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo, a
los demás ".
-
- Esto se refiere a todo hombre, como persona creada a
imagen de Dios, ya sea hombre o mujer. La afirmación de naturaleza ontológica
contenida aquí indica también la dimensión ética de la vocación de la persona.
La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás.
-
-
- Desde el principio la mujer, al igual que el hombre,
ha sido creada y puesta por Dios precisamente en este orden del amor. El pecado
de los orígenes no ha anulado este orden, no lo ha cancelado de modo
irreversible; lo prueban las palabras bíblicas del Protoevangelio (cf. Gén 3,
15).
-
- En la presente reflexión hemos señalado el puesto
singular de la mujer en este texto clave de la Revelación. Es preciso
manifestar también cómo la misma mujer, que llega a ser paradigma bíblico, se
halla asimismo en la perspectiva escatológica del mundo y del hombre expresada
por el Apocalipsis.
-
- Es " una Mujer, vestida del sol, con la luna
bajo sus pies, y una corona de doce estrellas, sobre su cabeza " (Ap 12, 1). Se
podría decir: una mujer a la medida del cosmos, a la medida de toda la obra de
la creación. Al mismo tiempo sufre " con los dolores del parte y con el tormento
de dar a luz " (Ap 12, 2), como Eva " madre de todos los vivientes " (Gén 3,
20).
-
- Sufre también porque delante de la mujer que está
para dar a luz (cf. Ap 12, 4) se pone el gran dragón, la serpiente antigua (Ap
12, 9), conocida ya por el Protoevangelio : el Maligno, " padre de la mentira "
y del pecado (cf. Jn 8, 44).
-
- Pues la serpiente antigua quiere devorar al niño. Si
vemos en este texto el reflejo del evangelio de la infancia (cf. Mt 2, 13'. 16)
podemos pensar que en el paradigma bíblico de la mujer se encuadra, desde el
inicio hasta el final de la historia, la lucha contra el mal y contra el
Maligno. Es también la lucha a favor del hombre, de su verdadero bien, de su
salvación. ¿No quiere decir la Biblia que precisamente en la mujer,
Eva-María, la historia constata una dramática lucha por cada hombre, la lucha
por su fundamental " sí " o " no " a Dios y a su designio eterno sobre el
hombre"
-
-
- Si la dignidad de la mujer testimonia el amor, que
ella recibe para amar a su vez, el paradigma bíblico de la " mujer " parece
desvelar también cuál es el verdadero orden del amor que constituye la
vocación de la mujer misma. Se trata aquí de la vocación en su significado
fundamental, -podríamos decir universal- que se concreta y se expresa después en
las múltiples vocaciones de la mujer, tanto en la Iglesia como en el mundo.
-
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- La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se
une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre,
es decir, el ser humano,. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos
y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer -sobre
todo en razón de su femineidad- y ello decide principalmente su vocación.
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- Tomando pie de esta conciencia y de esta entrega, la
fuerza moral de la mujer se expresa en numerosas figuras femeninas del Antiguo
Testamento, del tiempo de Cristo y de las épocas posteriores hasta nuestros
días.
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- La mujer es fuerte por la conciencia de esta
entrega es fuerte por el hecho de que Dios le confía el hombre, siempre y en
cualquier caso, incluso en las condiciones de discriminación social en la que
pueda encontrarse. Esta conciencia y esta vocación fundamental hablan a la mujer
de la dignidad que recibe de parte de Dios mismo, y todo ello la hace " fuerte "
y la reafirma en su vocación.
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- De este modo, la mujer perfecta (cf. Prov 31, 1)_ se
convierte en un apoyo insustituible y en una fuente de fuerza espiritual para
los demás, que perciben la gran energía de su espíritu. A estas " mujeres
perfectas " deben mucho sus familias y, a veces, también las Naciones.
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- En nuestros días los éxitos de la ciencia y de la
técnica permiten alcanzar de modo hasta ahora desconocido un grado de bienestar
material que, mientras favorece a algunos, conduce a otros a la marginación. De
ese modo, este progreso unilateral puede llevar también a una gradual pérdida
de la sensibilidad por el hombre, por todo aquello que es esencialmente
humano.
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- En este sentido, sobre todo el momento presente
espera la manifestación de aquel " genio " de la mujer, que asegure en
toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser
humano. Y porque " la mayor es la caridad " (1 Cor 13, 13).
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- Así pues, una atenta lectura del paradigma bíblico de
la " mujer " -desde el libro del Génesis hasta el Apocalipsis- nos
confirma en que consisten la dignidad y la vocación de la mujer y todo lo que en
ella es inmutable y no pierde vigencia, poniendo " su último fundamento en
Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre ". Si el hombre es confiado de
modo particular por Dios a la mujer, ¿no significa esto tal vez que Cristo
espera de ella la realización de aquel " sacerdocio real "
(1 Ped 2, 9), que es
- la riqueza dada por El a los hombres?
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- Cristo, sumo y único sacerdote de la Nueva y Eterna
Alianza, y Esposo de la Iglesia, no deja de someter esta misma herencia al Padre
mediante el Espíritu Santo, para que Dios sea " todo en todos " (1 Cor 15, 28).
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- Entonces se cumplirá definitivamente la verdad de que
" la mayor es la caridad " (1 Cor 13, 13).
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- IX C O N C L U S I O N
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- "SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS "
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- 31. " Si conocieras el don de Dios " (Jn 4, 10), dice
Jesús a la samaritana en el transcurso de uno de aquellos admirables coloquios
que muestran la gran estima que Cristo tiene por la dignidad de la mujer y por
la vocación que le permite tomar parte en su misión mesiánica.
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- La presente reflexión, que llega ahora a su fin, está
orientada a reconocer desde el interior del don de Dios lo que El, creador y
redentor, confía a la mujer, a toda mujer. En el Espíritu de Cristo ella puede
descubrir el significado pleno de su femineidad y, de esta manera, disponerse al
don sincero de sí misma a los demás, y de este modo encontrarse a sí misma.
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- En el Año Mariano la Iglesia desea dar gracias a
la Santísima Trinidad por el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo
que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las maravillas de
Dios, que en la historia de la humanidad se han cumplido en ella y por medio de
ella. En definitiva, ¿no se ha obrado en ella y por medio de ella lo más grande
que existe en la historia del hombre sobre la tierra, es decir, el
acontecimiento de que Dios mismo se ha hecho hombre?
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- La Iglesia, por consiguiente, da gracias
por todas la mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las
esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad, por las mujeres
dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra
persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es
el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan
profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social;
por las mujeres " perfectas " y por las mujeres " débiles".
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- Por todas ellas, tal como salieron del corazón de
Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas
por su amor eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra
que es la patria de la familia humana, que a veces se transforma en " un valle
de lágrimas ". Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad
común por el destino de la humanidad, en las necesidades de cada día y
según
aquel destino definitivo que los seres humanos tienen en Dios mismo, en el seno
de la Trinidad inefable.
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- La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las
manifestaciones del " genio " femenino aparecidas alo largo de la historia,
en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que
el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por
todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su
gratitud por todos los frutos de santidad femenina.
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- La Iglesia pide, al mismo tiempo, que estas
inestimables manifestaciones del Espíritu (cf. 1 Cor 12, 4ss), que con grande
generosidad han sido dadas a las hijas de la Jerusalén eterna, sean reconocidas
debidamente, valorizadas, para que redunden en común beneficio de la Iglesia y
de la humanidad, especialmente en nuestros días. Al meditar sobre el misterio
bíblico de la mujer, la Iglesia ora para que todas las mujeres se hallen de
nuevo a sí miasmas en este misterio y hallen su " vocación suprema ".
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- Que María que " precede a toda la Iglesia en el
camino de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo ", nos obtenga
también este " fruto " en el Año que le hemos dedicado, en el umbral del
tercer milenio de la venida de Cristo.
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- Con estos deseos imparto a todos los fieles y, de
modo especial, a las mujeres, hermanas en Cristo, la Bendición Apostólica.
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- Dado en Roma, junto a san Pedro, el día 15 de agosto,
solemnidad de la Asunción de la Virgen María, del año 1988, décimo de mi
Pontificado.
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- JUAN PABLO II
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