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Internacional

Ignominia derribada

La reunificación germana, 15 años después

Terminado el Mundial de futbol, Alemania retorna a sus problemas habituales, entre ellos la reunificación que aún no termina por subsanar la negra herencia del comunismo

JULIO, 2006. Hace algunos años la película Goodbye Lenin constituyó un enorme éxito fílmico en Alemania, esto en un mercado considerado el que más consume cine de Hollywood en la Comunidad Europea. Con un presupuesto magro, Goodbye Lenin es una comedrama donde el hijo de una mujer que entra en coma cuando comienzan las manifestaciones que tumbarían a la dictadura de Erich Honecker vuelve en sí años después, sólo que los médicos recomiendan que la mujer no sufra "fuertes impresiones" y evitar que caiga en un nuevo coma. Obviamente que una de esas "impresiones" sería comprobar que Alemania Democrática ya no existe y que, peor aún, se reunificó con Alemania Occidental, machacado por la propaganda como nido de corrupción y decadencia capitalistas.

Para el efecto aquel hombre crea un escenario donde hace creer a su madre que la RDA aún existe, que persisten los Comités de Defensa de la Revolución, que es necesario memorizarse parrafadas de propaganda revolucionaria y quela palabra del Estado era irrefutable. Y aunque se trataba de una historia tan irreverente como irreal, Goodbye Lenin desató una pequeña pero no por ello menos importante mirada al reciente pasado alemán, lo que se ha dado en llamar ozztalgia (cuando existía el Muro los estegermanos eran llamados ozzies), que incluye centros nocturnos donde sólo se puede entrar presentando una descontinuada tarjeta de membresía del Partido Socialista Unificado de Alemania Democrática, los meseros visten uniformes reglamentarios y aun con la venta de memorabilia de la RDA en las "pulgas" de Berlín, Dresden y Leipzig, las ciudades más importantes de ese país que desapareció en 1991.

También ha habido críticas en torno a la ozztalgia: ¿cómo es posible, arguyen los críticos, que se vendan con toda normalidad trajes, botas, insignias e incluso artilugios de espionaje de una nación inventada por la URSS y que por cuatro décadas impuso un régimen tiránico, ineficaz y salvaje con los derechos humanos? ¿Por qué la venta de memorabilia nazi está prohibida y la de la RDA, con un régimen igual de brutal, es vista como mera curiosidad? (Imaginemos por un momento las reacciones si algún cineasta filmara algo que se llamara Goodbye Hitler donde a uno de los personajes se tratara de convencer que los nazis habían ganado la guerra).

Es indudable, en tal sentido, que tras la caída de la Alemania Oriental no hubo persecusiones ni juicios similares tras los ocurridos durante la segunda guerra mundial. A excepción de Honecker y su breve sucesor Eggon Krenz, la mayoría de los jerarcas de la RDA no fueron perseguidos judicialmente ni se les interpusieron juicios por sus crímenes cometidos; aún hoy los antiguos guardias del Muro, donde fueron asesinadas más de 10 mil personas desde su erección en 1961, trabajan en otra cosa sin que nadie indague sobre su desempeño ni sobre los asesinatos que pudieran haber cometido contra quienes trataban de escapar, como si ese empleo hubiera sido otro tan ordinario como vendedor de zapatos o de seguros.

Para el Nobel Günther Grass --quien en 1992 escribió Una reunificación insensata-- la razón es clara: el socialismo estaba centrado en las bases humanísticas mientras que el fascismo y el nazismo lo estaban en bases de superioridad racial. Sin embargo y pese a toda su grandeza literaria, el argumento de Grass suena absurdo porque, si el sufrimiento y la opresión estuvieron respaldados por una buena causa, nada habría que reprocharle entonces al inquisidor Torquemada quien en nombre de una causa humanística --la defensa de la fe-- mandó torturar a miles de infelices.

Hay una cuenta pendiente que la tiranía comunista tiene con Alemania. Y precisamente, porque se ha sido condescendiente en exceso hacia aquel momento histórico, la ozztalgia es un hecho, una vuelta al engaño de creer que en la RDA todo era mejor y era una tierra de oportunidades.

"Lo que veíamos por televisión de Alemania Occidental era un sueño.. una abundancia de todo", dijo una sexagenaria en un reciente artículo publicado en Der Spiegel, "pero nos dimos cuenta que todo era un espejismo; tienes que luchar sin piedad por las cosas mientras que en la RDA el gobierno nos preveía de todo, se preocupaba por nosotros, nos brindaba educación, vestido, vivienda... hoy tenemos que pagar precios estratosféricos por todo eso..."

Su opinión no es aislada: de acuerdo al mismo artículo, hasta un 23 por ciento de los ex alemanes orientales piensan que "algunas cosas" estaban mejor cuando el país se encontraba dividido. Los suspiros, como el de la mujer referida líneas arriba, pasan por alto el que recibían apenas dos pares de pantalones por año, con tela de pésima calidad, zapatos que se deshacían a las pocas semanas, que las viviendas eran material deplorable y que la educación estaba saturada de consignas y verborrea partidista totalmente ajenas al mundo real.

Sin embargo la opinión entre quienes eran niños o nacieron al caer el Muro ven las cosas distintas; para ellos la Alemania Democrática es un periodo que no les tocó y por ello nada tienen que extrañarle. Pero la falta de información también tiene otro filo. Al ver a aquella etapa como un periodo entre divertido o exótico como para ser homenajeado con clubes nocturnos se ha perdido la dimensión exacta de aquel negro momento.

Hay quienes procuran mantener esa memoria, entre ellos los comités de víctimas de la Stazi, la policía secreta germanoriental que en nada envidiaba, o se distinguía, de la "Policía del Pensamiento" que describe George Orwell en 1984. "Al recuperar los archivos de la Stazi [parte de ellos fue incinerado en los días previos a la caída del Muro cuando los altas jerarcas ya veían el derrumbe] aparecieron como informantes los nombres de vecinos, amigos íntimos, familiares y hasta el hombre con el que estuve casado por casi 23 años", dijo a Der Spiegel una miembro de ese comité que se identificó como Helga. "Llegó un momento en que la lista de quienes me habían traicionado ya no producía dolor, sino una sarcástica sonrisa".

Reunificación que no sana

Aunque ya sólo existen algunos metros del antiguo Muro, preservados como memoriales, no es difícil darse cuenta en qué sector se encuentra quien visita Berlín que, como se sabe, de 1945 a 1990 estuvo dividido en cuatro sectores, el británico, francés, norteamericano y soviético. En 1961, y alarmado porque una hemorragia de técnicos y profesionistas huía del sector oriental, el gobierno del sátrapa Walter Ulbritch construyó la ignominiosa barda en una noche y utilizó la ridícula justificación que lo hacía "para evitar la infiltración capitalista".

Quien cruzara, por ejemplo, del sector francés al británico, no encontraba mayores contrastes puesto que el ayuntamiento de Berlín Occidental actuaba con absoluta libertad; era de hecho una división simbólica, donde no era necesario presentar documentación para ir de un sector a otro. Pero para cruzar al lado oriental era distinto: tramites interminables, revisiones burocráticas exhaustivas y aun interrogatorios tanto previos como posteriores a la visita.

Nada de eso existe hoy, e incluso Berlín ha crecido en su perímetro mucho más allá de lo que se lo limitaba la antigua Alemania Oriental. Pero no es difícil identificar qué partes de la ciudad pertenecieron a Berlín Oriental; son las de los sectores con decenas de edificios con fachadas derruidas, construidas, según dijo alguna vez Mario Vargas Llosa, "como avisperos, eso sí, revolucionarios". Inclusive hubo muchos ciudadanos de Berlín Occidental quienes descubrieron con sorpresa que muchas calles y avenidas se encontraban iguales que cuando las vieron por última vez, en 1961.

"Para el gobierno de la RDA, primero estaba la construcción de una sociedad socialista y, luego, la construcción de edificios donde viviera esa sociedad socialista. Al final no se construyeron ni lo uno ni lo otro", dijo a Der Spiegel Franz Dreinz, habitante de la ex RDA. "Es verdad que en los primeros años hubo una fiebre por construir modernos condominios y viviendas funcionales, pero a las tres décadas y sin haber recibido mantenimiento, se convirtieron en horribles cascarones".

"Creo que el gobierno de (Helmut) Kohl fue demasiado optimista en torno a la reunificación. Al proceso aún le quedan algunos años", afirma un ex alcalde de Leipzig. "Cualquiera entiende que su prisa se debió a que ansiaba pasar a la historia como el hombre que lo hizo posible y que sería cuestión de meses para que los alemanes del este abrazaran los principios del oeste. No ha sido así pues por más de cuatro décadas se nos obligó a callar, a seguir órdenes, a aceptar que algo verde o rojo era negro porque así lo determinaba el Partido".

"Los estealemanes nos intoxicamos de libertad", señala Rhonda, otra mujer entrevistada, "no teníamos iniciativa y de un día para otro teníamos que tomar decisiones por nosotros mismos; se nos envió a un mundo para el cual no estábamos preparados. Los alemanes del Este pasamos del nazismo al comunismo sin puntos intermedios mientras que los del Oeste sólo sufrieron el totalitarismo de 1933 al 45. Este desajuste ha creado mucho resentimiento una vez que pasó la euforia de la reunificación".

Pero con todo y lo increíble que pudiera pensarse, la reunificación ya no está muy lejos de cumplir los 20 años. Se estima que el proceso ha costado a la antigua República Federal Alemana más de 30 mil millones de dólares, cantidad superior al Plan Marshall. Aunque se consideraba que el proceso tardaría una década, es seguro que tardará algunos años más. Sin embargo, hay optimismo: "Los alemanes estamos acostumbrados a resolver imposibles", refiere Hainz. "Sabíamos que el Muro tendría que caer. Lo mismo con la reunificación: será un hecho total, sin huellas del pasado, y estamos dispuestos a asumir el tiempo necesario".